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Características generales de la escultura barroca española: Francisco Salzillo.
Posiblemente, la escultura sea la manifestación artística que posee la mayor unidad en
cuanto a material, temática y finalidad de todo el barroco hispano.
En el siglo XVII, en contraposición con la centuria anterior, ni la realeza ni la nobleza
pudieron ejercer el papel de mecenas de la escultura religiosa española, pues el
quebranto de la economía del Estado y el decaimiento de las clases sociales altas no lo
permitieron. Los monasterios y las parroquias, que gozaban de una situación todavía
próspera, se convirtieron en los principales clientes de la producción escultórica.
La temática, casi de forma exclusiva, será religiosa, erigiéndose en la mejor intérprete
de las ideas del Concilio de Trento: acercar la religión al pueblo; se representan
imágenes de Cristo, la Virgen, los grandes Apóstoles (Pedro, Pablo, Santiago) y santos,
destacando los de mayor devoción popular (San Francisco, San José o San Antonio) y
los fundadores de las más grandes e importantes órdenes monásticas (Sto. Domingo,
San Bruno, San Jerónimo). Sus obras más comunes son los retablos y los pasos. Los
asuntos mitológicos o de exaltación de los poderosos al modo de la vecina Francia serán
prácticamente desconocidos.
Los retablos se decoran con imágenes de bulto redondo, para que puedan ser sacadas en
procesión. Los pasos se componen de figuras individuales o dispuestas en grupo,
pensadas para llevarse por las calles; la palabra paso proviene del latín passus -
sufrimiento -, algo totalmente unido al ritual de Semana Santa, a esta modalidad
escultórica se le llama imaginería. También continúan haciéndose relieves de sillería
para los coros de las iglesias.
Por lo que respecta a la técnica, hay que señalar que se basa en la talla de la madera,
policromada después con estofados y encarnados. La madera es empleada por su
reducido coste, la función a la que se dedica (procesiones), su poco peso para los
hombros de los costaleros, su textura blanda, que hacia posible la ejecución de todo tipo
de detalles y porque la policromía que requiere le ayuda a acentuar el tan ansiado
naturalismo y aumentar el dramatismo de las figuras religiosas: sonrojo, magulladuras,
moratones, rojeces, heridas, sangre...El empleo de la madera, aleja a la escultura
española del resto de Europa, que prefiere el mármol. Esta característica le valió el
desprecio de los hombres del s. XIX, hasta que se descubrió que la tan admirada
escultura clásica, había estado también originariamente coloreada, lo que le hizo ganar
prestigio. Se utilizó la piedra para la escultura de exterior, por razones evidentes.
El estofado consiste en dorar por igual toda la superfície, encima se pinta con colores y,
por último, se rasca el color para que aparezca el fondo de oro en las partes que
convenga.
Se intentaba conseguir por todos los medios que las imágenes parecieran reales, por lo
que se hizo uso del recurso al postizo, es decir, la colocación de cabellos reales, uñas y
dientes de asta, ojos y lágrimas de cristal, piel animal para simular heridas abiertas, etc.
La cumbre de esta teatralidad se consumó en las llamadas imágenes de vestir, donde el
cuerpo de la figura es un maniquí cubierto de ropas auténticas y del que tan sólo se
tallan las partes visibles: cabeza, pies y manos.
El estilo de la escultura se hace eco del sentir popular, consiguiendo imágenes de gran
fervor religioso. Es un arte nacional desarrollado por artistas españoles que no viajaron,
como otros, a Italia, por lo que el sustrato hispano (sencillez expresiva) es patente en
ellos, si bien se aprecia la llegada de la influencia berninesca (expresividad, teatralidad
y dinamismo) hacia mediados del siglo. La imaginería española, ya desde el
Renacimiento, había continuado una línea de realismo extremo, interpenetrada de un
expresionismo producto de los muchos artistas europeos que aquí dejaron su impronta.
Partiendo de estos dos presupuestos, unos autores se inclinan por el dramatismo de
gestos, mientras otros se decantan por una serenidad que conduce a la exaltación
mística.
La teatralidad barroca, la expresividad violenta, el drama o el misticismo, persiguen
conmover al pueblo para atraerlos a la fe; estas imágenes son, mejor que ningunas otras,
la viva expresión de los dictámenes trentinos que proponían que Jesús, los santos, sus
vidas y milagros parecieran reales.
Esta expresión plástica acabará por convertirse en la más eminentemente popular del
arte español. Su fondo y sus formas concitarán la rotunda identificación del pueblo, que
las sentirá como algo propio a través de su exposición en iglesias y desfiles
procesionales y, por otra parte, le servirán de referencia sensorial en las pláticas y
sermones de curas y frailes que evocaban, reiterada y morbosamente, para los fieles la
tristeza de María, la muerte redentora de su Hijo, y los modelos de santos como
ejemplos para imitar.
Para una cabal comprensión de la escultura sacra del siglo XVII en España no podemos
olvidar su contexto: el de la Contrarreforma, cuya abanderada es la Monarquía
Hispánica. Vigilada con extrema prevención la mística, y extinguido todo reformismo
religioso interiorista, la religiosidad sólo puede manifestarse hacia el exterior,
públicamente, muy cercana al espectáculo. De ahí su sentimentalismo y teatralidad.
Gesticulismo que fomenta y expresa, como se ha dicho, una religiosidad sui generis
común a la mayoría de los españoles: acrítica, poco comprometida con el mensaje
evangélico, no intímista y, a veces, rayana en la superstición. El pueblo no verá en esas
imágenes una obra plástica exclusivamente sino, en cierta medida, una explicitación de
la divinidad.

Los focos regionales se concentran, durante el siglo XVII en Castilla y Andalucía y, en
el siglo XVIII, en Murcia.
La escuela castellana y andaluza son realistas, pero mientras la castellana es hiriente,
con el dolor o la emoción a flor de piel, la andaluza es sosegada, buscando siempre la
belleza correcta sin huir del contenido espiritual. En Castilla destaca Gregorio
Fernández y en Andalucía, Juan Martínez Montañés, Alonso Cano y Pedro de Mena.
Francisco Salzillo. 1707-1783
Es el más destacado continuador en el siglo XVIII de la imaginería barroca. Aunque
nació y trabajó en Murcia, su familia era de origen italiano (Nápoles) y asumió el oficio
de su padre Nicolás, consiguiendo un estilo en el que fundió el dramatismo de lo
hispano con la gracia de lo italiano. El resultado son figuras movidas y expresivas,
dotadas de infinita gracia y dulzura, con carnes aporcelanadas y brillantemente
estofadas, que pregonan la estética rococó.
Su gran importancia reside en su actividad como escultor de pasos procesionales, en los
que establece grupos de gran unidad psicológica, cohesionados por la acción. A
diferencia de la estatuaria barroca andaluza del s. XVII que concebía a las esculturas
aisladas, aunque fueran para los pasos de Semana santa, en Levante se organizan grupos
enteros que, a modo de secuencias, van narrando la Pasión ante los fieles.
A diferencia de los grandes autores del siglo XVII, como Montañés o Gregorio
Fernández, Francisco Salzillo no profundiza en los aspectos dramáticos de las escenas,
ahondando en conceptos naturalistas y de idealizada belleza que serán ya transición
del final del Barroco al Rococó y al Neoclasicismo.
Salzillo creó Escuela -la llamada Escuela Murciana de Escultura- que trascendió a su
época y que ha permanecido vigente hasta nuestros días, pues tanto sus primeros
seguidores, como los que se han ido sucediendo hasta la fecha han perpetuado los
modelos y tipos iconográficos y estilísticos de Francisco Salzillo.
El tratamiento de los rostros, excesivamente dulzones, se ve compensado por su
excepcional virtuosismo técnico en el trabajo de la madera, que le permite un
exhaustivo estudio de posturas y anatomías, así por lo correcto de sus composiciones.
Se mueve dentro de un exquisito buen gusto y delicada sensibilidad y supo contactar
con el alma del pueblo por lo que fue admirado y comprendido inmediatamente.
También destaca entre sus esculturas las pequeñas figuras que componen el belén,
formado por numerosos personajes con gracia y naturalidad.
Salzillo cierra en España el gran ciclo del Barroco y abre, con el equilibrio de su
plástica, el gusto por lo clásico.
La Sagrada Familia, Iglesia de San Miguel, Murcia. Madera policromada. Hacia
1730-35
En esta deliciosa composición del joven Salzillo están ya recogidos los que van a ser sus
tipos más definidos, tanto en la niñez, como en la madurez y ancianidad. Los rostros de
todos son de facciones menudas y muy agraciadas; sus gestos comedidos pero marcados
para dar expresiva movilidad a los abundantes ropajes. Este grupo escultórico
representa una escena familiar en la que la conversación fluye de manera natural entre
los personajes. Su formato es pequeño y únicamente son de talla las cabezas, manos y
pies, el resto es lienzo encolado. Todas las figuras giran alrededor del Niño Jesús. En el
centro, la Virgen con su rostro redondo de muy delicadas facciones y expresión afable,
aunque ensimismada con el Niño, sentado en su rodilla izquierda, está hablando con su
padre (San Joaquín), que se arrodilla. San José joven y apuesto se sitúa a la derecha de
la Virgen y con un gesto un tanto ausente, mira a Jesús con ternura. Santa Ana, habla
con el Niño Jesús arrodillada, y éste le dirige la mirada girando ligeramente la cabeza.
En este grupo, de extraordinaria expresividad y naturalismo se logra una perfecta
comunicación entre los personajes del conjunto, denotándose una relación familiar, que
raya la cotidianidad. La composición triangular ocupa una bóveda de media naranja y
pretende despertar sentimientos de ternura en los fieles. Es de destacar la bella
policromía, donde observamos la técnica del estofado, delicada y de tonos pastel, que
nos sitúa perfectamente en el Rococó que domina la época y el plegado de las telas, que
le proporcionan a éstas vaporosidad para acentuar los volúmenes y lograr un mayor
realismo. El lenguaje de las manos infunde en los personajes una sensación de
movimiento.
San Jerónimo, Museo de la Catedral, Murcia. Madera policromada.
Esta obra fue encargada por el canónigo don Bernardino Marín Lamas para el
Monasterio de los Jerónimos. Rompe el equilibrio y mesura, característico del autor y
muestra notables efectos visuales. Capta justo el momento de éxtasis espiritual del santo
frente al crucifijo. Esto es una característica del Barroco, captar el momento exacto de
la acción, en este caso el rezo y martirio de San Jerónimo.
El santo aparece con un crucifijo en la mano izquierda, una cruz de maderos cilíndricos,
al que mira fijamente, y en la mano derecha porta una piedra con la que se golpea el
pecho para castigarse. Se nota esto en el pecho de San Jerónimo en el que se aprecia el
color morado que le provoca golpearse. En su cuerpo se aprecia la delgadez que le
provoca el no comer y apenas beber algo y las duras condiciones que tiene que soportar
en el desierto. Esta situación que le acerca a la muerte se representa con la calavera que
aparece junto a él, simboliza lo efímero de la vida. El sombrero rojo de la parte inferior
nos muestra la categoría social acomodada del santo y el león es símbolo de fidelidad ya
que le acompañó durante toda la etapa que pasó en el desierto.
San Jerónimo con fuerza mística porta en su brazo izquierdo un Cristo crucificado, al
que mira con impotencia y rabia. En su rostro se manifiesta el dolor por el sacrificio del
Redentor. La figura se eleva sobre una roca rodeada de varios objetos, tales como:
libros sagrados, una calavera, etc... Contrasta la tosquedad y la escasez de brillos de la
roca, con el excelente tratamiento que hace de la anciana anatomía, surcada por las
arrugas de la piel que han creado el hambre y la penitencia y los paños de San Jerónimo.
El cuerpo del santo denota gran tensión y dramatismo, marcándose exageradamente
cada uno de sus músculos, venas y tendones. El paño que lo cubre, presenta pliegues
angulosos que denotan un cierto convencionalismo, que se aleja de la vaporosidad y
naturalidad con que representa las telas en otras obras. A los pies del santo aparece
recostado un león, que sirve de elemento de transición entre la roca y el personaje,
suavizando el fuerte contraste entre el tratamiento mate de la roca y los brillos con que
se enriquece la figura del santo. Es quizás la obra que presenta una mayor
barroquización, buscando el efectismo descriptivo a través de diferentes ángulos
visuales.
La Oración del Huerto, Iglesia de Jesús, Murcia.1754. Madera policromada.
La obra pertenece a las escenas de la Pasión que pertenecen a la Cofradía de Jesús y se
encuentra expuesta en el Museo Salzillo de Murcia. La Oración del Huerto es el paso
más famoso de Salzillo y su ángel mancebo la obra más alabada.
Consta de cinco figuras, el ángel, Pedro, Santiago y Juan en madera policromada y
estofada, y Cristo imagen de vestir. La composición está distribuida en dos planos. En
el superior, aparece el ángel, de pie, y Cristo de rodillas, que apoya levemente su cabeza
sobre el brazo izquierdo de la sobrenatural criatura, y en el plano inferior, los discípulos
dormidos.
Recoge el momento en el que Cristo se retira con los apóstoles Pedro, Santiago el
Mayor y Juan, al Huerto de Gethsemaní. Es el momento en el que Jesús ante la angustia
de la pasión y muerte, pide al Padre, si puede ser apartado de Él, ese cáliz. El ángel se le
aparece para reconfortarle. Sobre la tierra del Huerto, se encuentran dormidos los tres
apóstoles, cada uno en una postura y evidenciando una fase del sueño, la figura de
Pedro es la más conseguida, se encuentra en duermevela, semincorporado y con la mano
en la espada. Los apóstoles están representados con cierto simbolismo, Juan, como un
joven, Santiago, como un personaje maduro y Pedro, fogoso y precavido. Aparece una
palmera levantina, de cuya copa pende el cáliz del sacrificio, que concentra la mirada de
Jesús y el ángel, Jesús, arrodillado, muestra un rostro sufrido y angustiado, que el ángel
reconforta, pasándole el brazo izquierdo por los hombros con una actitud feliz.
Las figuras están tratadas con gran realismo y fuerza expresiva. Es de destacar la belleza
y serenidad del rostro del ángel, un apolíneo joven contra toda costumbre, sus grandes
alas, que parecen batidas por el viento y el rico plegado de los paños, que recubren su
cuerpo; el desnudo del ángel, casi clásico, está imbuido de un gran ímpetu realzado por
el brazo en contraste con el desmayado Cristo. Las figuras de los apóstoles, adoptan
posturas absolutamente naturales y expresiones y gestos cotidianos, nos muestran a
unos personajes vencidos por el cansancio y el sueño. La rica y delicada policromía del
conjunto sirve para acentuar la teatralidad, la fuerza expresiva y el realismo, de este
paso de la pasión.
El Prendimiento, Iglesia de Jesús, Murcia.1763
Este grupo reúne en realidad tres momentos: el beso de judas, la agresión de San Pedro
a Malco, y el auténtico prendimiento, representado por el soldado que presencia la
escena y se apresta a actuar. San Pedro es un prodigio de fuerza desatada, concentrada
muy bien en su brazo alzado que empuña la espada con la que se apresta a herir al
derribado Malco. Cristo y Judas que le besa y estrecha en tan ceñido abrazo que ambas
figuras tuvieron que ser talladas en el mismo tronco, intercambian un juego de miradas
con las que lo dicen todo. La caracterización del apóstol traidor se adapta muy bien a la
personalidad que quiere trasmitir: pelirrojo y rizoso, labios gruesos, mirada torva (fiera,
espantosa) y nariz ganchuda, Jesús mira con ojos vivos e inteligentes, como indicando
conocer la falsedad del beso.
Las tallas son de madera policromada y estofada, su policromía suave contribuye a
acentuar el verismo de la escena. En las figuras podemos observar el virtuosismo
técnico de Salzillo, especialmente en los rostros de gran naturalismo y penetración
psicológica.
En esta obra queda patente la peculiar forma de representar de Salzillo la imaginería
religiosa, envuelta en un suave naturalismo, que aún transmitiendo el dramatismo de las
escenas, huye del exacerbado patetismo.
San Juan, Iglesia de Jesús, Murcia.1756. Madera policromada.
Esta bellísima representación de San Juan está plena de exquisito buen gusto y delicada
sensibilidad. Aquí repite el mismo tipo que en La Cena y en La Oración del Huerto; un
adolescente imberbe de largo cabello, con facciones de delicadeza casi femenina. Su
composición interna es también acertadísima describiendo una leve línea serpentina que
parte de la punta de su pie derecho y termina en le dedo índice de su mano izquierda,
que potencia los múltiples ángulos de contemplación. La figura camina con el brazo
izquierdo tendido hacia delante, en un gesto de indicar el camino que ha seguido Jesús,
a la madre. Con la mano derecha se recoge la vaporosa túnica, cabe destacar la
armoniosa disposición de los plegados, que se conjugan extraordinariamente,
consiguiendo el equilibrio entre los plegados del manto y los de la túnica, que dejan
percibir ligeramente la anatomía.
La figura encierra gran ternura, al igual que todas las obras del maestro, del que algunos
autores han dicho que un velo de dulzura, lima siempre en sus creaciones el severo
naturalismo barroco. Impresiona gratamente por su dinamismo y gallardía juvenil, así
como por la natural arrogancia de sus gestos.
La escultura está bellamente policromada, con tonos suaves, sin abusar de la estridencia
y se encuentra entre una de las mejores de la imaginería de su tiempo.
Todo su valor reside en su potencia escultórica, en su fuerza juvenil, en la gallardía de
su andar, en su sinceridad expresiva, en la armonía de su “contraposto” y en el gusto,
elegante y popular al mismo tiempo, de los adornos pintados en su túnica. Salzillo nos
demuestra que no hay ruptura en el barroco español y que se pasa del siglo XVII al
XVIII con la naturalidad de esta talla.
Belén (Nacimiento), Museo Salzillo. Murcia.1775-1783.
A los belenes hay que buscarles el origen en Italia, donde tuvieron un gran desarrollo,
sobre todo en Nápoles, de donde procedía su padre Nicolás, con la llegada de Carlos III
al trono de España se impuso la moda de realizar belenes.
Salzillo nos vuelve a sorprender con este maravilloso y precioso Belén que realizó para
don Jesualdo Riquelme y Fontes. La obra es producto de varios años, consta de todas
las escenas precisas y un sinfín de figuras que completan y ambientan un auténtico
panorama que el destinatario instalaba en el piso bajo de su casa. Quedó incompleto a la
muerte del maestro y sus discípulos lo completaron, especialmente Roque López, pero
los misterios principales fueron hechos por el maestro (Anunciación, Sueño de San José,
Visitación, Posada, Anuncio a los pastores, nacimiento, Reyes Magos, Camino del
Templo, Purificación y Huida a Egipto)
Ante todo, el Belén de Salzillo es un belén narrativo y de misterios. Basado en la fusión
de los evangelios de San Mateo y San Lucas, tiende a mostrar en toda su magnitud los
episodios bíblicos que narran los instantes previos y posteriores al Nacimiento. Esta
condición obligó al autor a mantenerse fiel a las fuentes de inspiración, marcando la
pauta a seguir a unas formas convertidas en síntesis perfecta de las artes del volumen
y del color.
Utiliza la policromía no sólo para ofrecer riqueza cromática sino también para señalar
las diferencias entre los personajes sagrados con los tipos populares. Así por
ejemplo, el cortejo de los Reyes Magos de rica policromía con caballos engalanados al
paso o en corbeta, criados de delicados ademanes, con rica vestimenta adquieren un aire
mundano y festivo frente a los personajes populares de ademanes campesinos y menos
riqueza cromática.
Como sucedía en tantas imágenes de sus pasos, aquí se visten y adornan de modo
anacrónico y en realidad nos hace una fidelísima presentación de sus contemporáneos y
vecinos, ocupados en sus trabajos o divirtiéndose saludablemente. Se completa con
arquitecturas, también voluntariamente anacrónicas (modelos de vivienda popular
murciana), mostrando el deseo de narrar unos hechos, lejanos en el tiempo, pero
trasladados a un escenario vivo y comprensible. Sin embargo, hay una excepción en el
lugar en que sucede el Nacimiento, resuelto en ruinas de columnas por entre las que
entran las Glorias Angélicas, este pórtico de ruinas clásicas sirve para remarcar la
escena principal del Belén, que es el Nacimiento.
El eje central de la composición está constituido por el pórtico bajo el que tiene lugar la
escena del Nacimiento. Las figuras de José y María, ligeramente atrasadas, confirman la
necesidad de mostrar al recién nacido como al verdadero protagonista, un luminoso y
diminuto niño, sostenido por los arcángeles Miguel y Gabriel.
Características generales de la escultura barroca española

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Características generales de la escultura barroca española

  • 1. Características generales de la escultura barroca española: Francisco Salzillo. Posiblemente, la escultura sea la manifestación artística que posee la mayor unidad en cuanto a material, temática y finalidad de todo el barroco hispano. En el siglo XVII, en contraposición con la centuria anterior, ni la realeza ni la nobleza pudieron ejercer el papel de mecenas de la escultura religiosa española, pues el quebranto de la economía del Estado y el decaimiento de las clases sociales altas no lo permitieron. Los monasterios y las parroquias, que gozaban de una situación todavía próspera, se convirtieron en los principales clientes de la producción escultórica. La temática, casi de forma exclusiva, será religiosa, erigiéndose en la mejor intérprete de las ideas del Concilio de Trento: acercar la religión al pueblo; se representan imágenes de Cristo, la Virgen, los grandes Apóstoles (Pedro, Pablo, Santiago) y santos, destacando los de mayor devoción popular (San Francisco, San José o San Antonio) y los fundadores de las más grandes e importantes órdenes monásticas (Sto. Domingo, San Bruno, San Jerónimo). Sus obras más comunes son los retablos y los pasos. Los asuntos mitológicos o de exaltación de los poderosos al modo de la vecina Francia serán prácticamente desconocidos. Los retablos se decoran con imágenes de bulto redondo, para que puedan ser sacadas en procesión. Los pasos se componen de figuras individuales o dispuestas en grupo, pensadas para llevarse por las calles; la palabra paso proviene del latín passus - sufrimiento -, algo totalmente unido al ritual de Semana Santa, a esta modalidad escultórica se le llama imaginería. También continúan haciéndose relieves de sillería para los coros de las iglesias. Por lo que respecta a la técnica, hay que señalar que se basa en la talla de la madera, policromada después con estofados y encarnados. La madera es empleada por su reducido coste, la función a la que se dedica (procesiones), su poco peso para los hombros de los costaleros, su textura blanda, que hacia posible la ejecución de todo tipo de detalles y porque la policromía que requiere le ayuda a acentuar el tan ansiado naturalismo y aumentar el dramatismo de las figuras religiosas: sonrojo, magulladuras, moratones, rojeces, heridas, sangre...El empleo de la madera, aleja a la escultura española del resto de Europa, que prefiere el mármol. Esta característica le valió el desprecio de los hombres del s. XIX, hasta que se descubrió que la tan admirada escultura clásica, había estado también originariamente coloreada, lo que le hizo ganar prestigio. Se utilizó la piedra para la escultura de exterior, por razones evidentes. El estofado consiste en dorar por igual toda la superfície, encima se pinta con colores y, por último, se rasca el color para que aparezca el fondo de oro en las partes que convenga. Se intentaba conseguir por todos los medios que las imágenes parecieran reales, por lo que se hizo uso del recurso al postizo, es decir, la colocación de cabellos reales, uñas y dientes de asta, ojos y lágrimas de cristal, piel animal para simular heridas abiertas, etc. La cumbre de esta teatralidad se consumó en las llamadas imágenes de vestir, donde el cuerpo de la figura es un maniquí cubierto de ropas auténticas y del que tan sólo se tallan las partes visibles: cabeza, pies y manos. El estilo de la escultura se hace eco del sentir popular, consiguiendo imágenes de gran fervor religioso. Es un arte nacional desarrollado por artistas españoles que no viajaron, como otros, a Italia, por lo que el sustrato hispano (sencillez expresiva) es patente en ellos, si bien se aprecia la llegada de la influencia berninesca (expresividad, teatralidad y dinamismo) hacia mediados del siglo. La imaginería española, ya desde el Renacimiento, había continuado una línea de realismo extremo, interpenetrada de un expresionismo producto de los muchos artistas europeos que aquí dejaron su impronta. Partiendo de estos dos presupuestos, unos autores se inclinan por el dramatismo de
  • 2. gestos, mientras otros se decantan por una serenidad que conduce a la exaltación mística. La teatralidad barroca, la expresividad violenta, el drama o el misticismo, persiguen conmover al pueblo para atraerlos a la fe; estas imágenes son, mejor que ningunas otras, la viva expresión de los dictámenes trentinos que proponían que Jesús, los santos, sus vidas y milagros parecieran reales. Esta expresión plástica acabará por convertirse en la más eminentemente popular del arte español. Su fondo y sus formas concitarán la rotunda identificación del pueblo, que las sentirá como algo propio a través de su exposición en iglesias y desfiles procesionales y, por otra parte, le servirán de referencia sensorial en las pláticas y sermones de curas y frailes que evocaban, reiterada y morbosamente, para los fieles la tristeza de María, la muerte redentora de su Hijo, y los modelos de santos como ejemplos para imitar. Para una cabal comprensión de la escultura sacra del siglo XVII en España no podemos olvidar su contexto: el de la Contrarreforma, cuya abanderada es la Monarquía Hispánica. Vigilada con extrema prevención la mística, y extinguido todo reformismo religioso interiorista, la religiosidad sólo puede manifestarse hacia el exterior, públicamente, muy cercana al espectáculo. De ahí su sentimentalismo y teatralidad. Gesticulismo que fomenta y expresa, como se ha dicho, una religiosidad sui generis común a la mayoría de los españoles: acrítica, poco comprometida con el mensaje evangélico, no intímista y, a veces, rayana en la superstición. El pueblo no verá en esas imágenes una obra plástica exclusivamente sino, en cierta medida, una explicitación de la divinidad. Los focos regionales se concentran, durante el siglo XVII en Castilla y Andalucía y, en el siglo XVIII, en Murcia. La escuela castellana y andaluza son realistas, pero mientras la castellana es hiriente, con el dolor o la emoción a flor de piel, la andaluza es sosegada, buscando siempre la belleza correcta sin huir del contenido espiritual. En Castilla destaca Gregorio Fernández y en Andalucía, Juan Martínez Montañés, Alonso Cano y Pedro de Mena.
  • 3. Francisco Salzillo. 1707-1783 Es el más destacado continuador en el siglo XVIII de la imaginería barroca. Aunque nació y trabajó en Murcia, su familia era de origen italiano (Nápoles) y asumió el oficio de su padre Nicolás, consiguiendo un estilo en el que fundió el dramatismo de lo hispano con la gracia de lo italiano. El resultado son figuras movidas y expresivas, dotadas de infinita gracia y dulzura, con carnes aporcelanadas y brillantemente estofadas, que pregonan la estética rococó. Su gran importancia reside en su actividad como escultor de pasos procesionales, en los que establece grupos de gran unidad psicológica, cohesionados por la acción. A diferencia de la estatuaria barroca andaluza del s. XVII que concebía a las esculturas aisladas, aunque fueran para los pasos de Semana santa, en Levante se organizan grupos enteros que, a modo de secuencias, van narrando la Pasión ante los fieles. A diferencia de los grandes autores del siglo XVII, como Montañés o Gregorio Fernández, Francisco Salzillo no profundiza en los aspectos dramáticos de las escenas, ahondando en conceptos naturalistas y de idealizada belleza que serán ya transición del final del Barroco al Rococó y al Neoclasicismo. Salzillo creó Escuela -la llamada Escuela Murciana de Escultura- que trascendió a su época y que ha permanecido vigente hasta nuestros días, pues tanto sus primeros seguidores, como los que se han ido sucediendo hasta la fecha han perpetuado los modelos y tipos iconográficos y estilísticos de Francisco Salzillo. El tratamiento de los rostros, excesivamente dulzones, se ve compensado por su excepcional virtuosismo técnico en el trabajo de la madera, que le permite un exhaustivo estudio de posturas y anatomías, así por lo correcto de sus composiciones. Se mueve dentro de un exquisito buen gusto y delicada sensibilidad y supo contactar con el alma del pueblo por lo que fue admirado y comprendido inmediatamente. También destaca entre sus esculturas las pequeñas figuras que componen el belén, formado por numerosos personajes con gracia y naturalidad. Salzillo cierra en España el gran ciclo del Barroco y abre, con el equilibrio de su plástica, el gusto por lo clásico.
  • 4. La Sagrada Familia, Iglesia de San Miguel, Murcia. Madera policromada. Hacia 1730-35 En esta deliciosa composición del joven Salzillo están ya recogidos los que van a ser sus tipos más definidos, tanto en la niñez, como en la madurez y ancianidad. Los rostros de todos son de facciones menudas y muy agraciadas; sus gestos comedidos pero marcados para dar expresiva movilidad a los abundantes ropajes. Este grupo escultórico representa una escena familiar en la que la conversación fluye de manera natural entre los personajes. Su formato es pequeño y únicamente son de talla las cabezas, manos y pies, el resto es lienzo encolado. Todas las figuras giran alrededor del Niño Jesús. En el centro, la Virgen con su rostro redondo de muy delicadas facciones y expresión afable, aunque ensimismada con el Niño, sentado en su rodilla izquierda, está hablando con su padre (San Joaquín), que se arrodilla. San José joven y apuesto se sitúa a la derecha de la Virgen y con un gesto un tanto ausente, mira a Jesús con ternura. Santa Ana, habla con el Niño Jesús arrodillada, y éste le dirige la mirada girando ligeramente la cabeza. En este grupo, de extraordinaria expresividad y naturalismo se logra una perfecta comunicación entre los personajes del conjunto, denotándose una relación familiar, que raya la cotidianidad. La composición triangular ocupa una bóveda de media naranja y pretende despertar sentimientos de ternura en los fieles. Es de destacar la bella policromía, donde observamos la técnica del estofado, delicada y de tonos pastel, que nos sitúa perfectamente en el Rococó que domina la época y el plegado de las telas, que le proporcionan a éstas vaporosidad para acentuar los volúmenes y lograr un mayor realismo. El lenguaje de las manos infunde en los personajes una sensación de movimiento.
  • 5. San Jerónimo, Museo de la Catedral, Murcia. Madera policromada. Esta obra fue encargada por el canónigo don Bernardino Marín Lamas para el Monasterio de los Jerónimos. Rompe el equilibrio y mesura, característico del autor y muestra notables efectos visuales. Capta justo el momento de éxtasis espiritual del santo frente al crucifijo. Esto es una característica del Barroco, captar el momento exacto de la acción, en este caso el rezo y martirio de San Jerónimo. El santo aparece con un crucifijo en la mano izquierda, una cruz de maderos cilíndricos, al que mira fijamente, y en la mano derecha porta una piedra con la que se golpea el pecho para castigarse. Se nota esto en el pecho de San Jerónimo en el que se aprecia el color morado que le provoca golpearse. En su cuerpo se aprecia la delgadez que le provoca el no comer y apenas beber algo y las duras condiciones que tiene que soportar en el desierto. Esta situación que le acerca a la muerte se representa con la calavera que aparece junto a él, simboliza lo efímero de la vida. El sombrero rojo de la parte inferior nos muestra la categoría social acomodada del santo y el león es símbolo de fidelidad ya que le acompañó durante toda la etapa que pasó en el desierto. San Jerónimo con fuerza mística porta en su brazo izquierdo un Cristo crucificado, al que mira con impotencia y rabia. En su rostro se manifiesta el dolor por el sacrificio del Redentor. La figura se eleva sobre una roca rodeada de varios objetos, tales como: libros sagrados, una calavera, etc... Contrasta la tosquedad y la escasez de brillos de la roca, con el excelente tratamiento que hace de la anciana anatomía, surcada por las arrugas de la piel que han creado el hambre y la penitencia y los paños de San Jerónimo. El cuerpo del santo denota gran tensión y dramatismo, marcándose exageradamente cada uno de sus músculos, venas y tendones. El paño que lo cubre, presenta pliegues angulosos que denotan un cierto convencionalismo, que se aleja de la vaporosidad y naturalidad con que representa las telas en otras obras. A los pies del santo aparece recostado un león, que sirve de elemento de transición entre la roca y el personaje, suavizando el fuerte contraste entre el tratamiento mate de la roca y los brillos con que se enriquece la figura del santo. Es quizás la obra que presenta una mayor barroquización, buscando el efectismo descriptivo a través de diferentes ángulos visuales.
  • 6. La Oración del Huerto, Iglesia de Jesús, Murcia.1754. Madera policromada. La obra pertenece a las escenas de la Pasión que pertenecen a la Cofradía de Jesús y se encuentra expuesta en el Museo Salzillo de Murcia. La Oración del Huerto es el paso más famoso de Salzillo y su ángel mancebo la obra más alabada. Consta de cinco figuras, el ángel, Pedro, Santiago y Juan en madera policromada y estofada, y Cristo imagen de vestir. La composición está distribuida en dos planos. En el superior, aparece el ángel, de pie, y Cristo de rodillas, que apoya levemente su cabeza sobre el brazo izquierdo de la sobrenatural criatura, y en el plano inferior, los discípulos dormidos. Recoge el momento en el que Cristo se retira con los apóstoles Pedro, Santiago el Mayor y Juan, al Huerto de Gethsemaní. Es el momento en el que Jesús ante la angustia de la pasión y muerte, pide al Padre, si puede ser apartado de Él, ese cáliz. El ángel se le aparece para reconfortarle. Sobre la tierra del Huerto, se encuentran dormidos los tres apóstoles, cada uno en una postura y evidenciando una fase del sueño, la figura de Pedro es la más conseguida, se encuentra en duermevela, semincorporado y con la mano en la espada. Los apóstoles están representados con cierto simbolismo, Juan, como un joven, Santiago, como un personaje maduro y Pedro, fogoso y precavido. Aparece una palmera levantina, de cuya copa pende el cáliz del sacrificio, que concentra la mirada de Jesús y el ángel, Jesús, arrodillado, muestra un rostro sufrido y angustiado, que el ángel reconforta, pasándole el brazo izquierdo por los hombros con una actitud feliz. Las figuras están tratadas con gran realismo y fuerza expresiva. Es de destacar la belleza y serenidad del rostro del ángel, un apolíneo joven contra toda costumbre, sus grandes alas, que parecen batidas por el viento y el rico plegado de los paños, que recubren su cuerpo; el desnudo del ángel, casi clásico, está imbuido de un gran ímpetu realzado por el brazo en contraste con el desmayado Cristo. Las figuras de los apóstoles, adoptan posturas absolutamente naturales y expresiones y gestos cotidianos, nos muestran a unos personajes vencidos por el cansancio y el sueño. La rica y delicada policromía del conjunto sirve para acentuar la teatralidad, la fuerza expresiva y el realismo, de este paso de la pasión.
  • 7. El Prendimiento, Iglesia de Jesús, Murcia.1763 Este grupo reúne en realidad tres momentos: el beso de judas, la agresión de San Pedro a Malco, y el auténtico prendimiento, representado por el soldado que presencia la escena y se apresta a actuar. San Pedro es un prodigio de fuerza desatada, concentrada muy bien en su brazo alzado que empuña la espada con la que se apresta a herir al derribado Malco. Cristo y Judas que le besa y estrecha en tan ceñido abrazo que ambas figuras tuvieron que ser talladas en el mismo tronco, intercambian un juego de miradas con las que lo dicen todo. La caracterización del apóstol traidor se adapta muy bien a la personalidad que quiere trasmitir: pelirrojo y rizoso, labios gruesos, mirada torva (fiera, espantosa) y nariz ganchuda, Jesús mira con ojos vivos e inteligentes, como indicando conocer la falsedad del beso. Las tallas son de madera policromada y estofada, su policromía suave contribuye a acentuar el verismo de la escena. En las figuras podemos observar el virtuosismo técnico de Salzillo, especialmente en los rostros de gran naturalismo y penetración psicológica. En esta obra queda patente la peculiar forma de representar de Salzillo la imaginería religiosa, envuelta en un suave naturalismo, que aún transmitiendo el dramatismo de las escenas, huye del exacerbado patetismo.
  • 8. San Juan, Iglesia de Jesús, Murcia.1756. Madera policromada. Esta bellísima representación de San Juan está plena de exquisito buen gusto y delicada sensibilidad. Aquí repite el mismo tipo que en La Cena y en La Oración del Huerto; un adolescente imberbe de largo cabello, con facciones de delicadeza casi femenina. Su composición interna es también acertadísima describiendo una leve línea serpentina que parte de la punta de su pie derecho y termina en le dedo índice de su mano izquierda, que potencia los múltiples ángulos de contemplación. La figura camina con el brazo izquierdo tendido hacia delante, en un gesto de indicar el camino que ha seguido Jesús, a la madre. Con la mano derecha se recoge la vaporosa túnica, cabe destacar la armoniosa disposición de los plegados, que se conjugan extraordinariamente, consiguiendo el equilibrio entre los plegados del manto y los de la túnica, que dejan percibir ligeramente la anatomía. La figura encierra gran ternura, al igual que todas las obras del maestro, del que algunos autores han dicho que un velo de dulzura, lima siempre en sus creaciones el severo naturalismo barroco. Impresiona gratamente por su dinamismo y gallardía juvenil, así como por la natural arrogancia de sus gestos. La escultura está bellamente policromada, con tonos suaves, sin abusar de la estridencia y se encuentra entre una de las mejores de la imaginería de su tiempo. Todo su valor reside en su potencia escultórica, en su fuerza juvenil, en la gallardía de su andar, en su sinceridad expresiva, en la armonía de su “contraposto” y en el gusto, elegante y popular al mismo tiempo, de los adornos pintados en su túnica. Salzillo nos demuestra que no hay ruptura en el barroco español y que se pasa del siglo XVII al XVIII con la naturalidad de esta talla.
  • 9. Belén (Nacimiento), Museo Salzillo. Murcia.1775-1783. A los belenes hay que buscarles el origen en Italia, donde tuvieron un gran desarrollo, sobre todo en Nápoles, de donde procedía su padre Nicolás, con la llegada de Carlos III al trono de España se impuso la moda de realizar belenes. Salzillo nos vuelve a sorprender con este maravilloso y precioso Belén que realizó para don Jesualdo Riquelme y Fontes. La obra es producto de varios años, consta de todas las escenas precisas y un sinfín de figuras que completan y ambientan un auténtico panorama que el destinatario instalaba en el piso bajo de su casa. Quedó incompleto a la muerte del maestro y sus discípulos lo completaron, especialmente Roque López, pero los misterios principales fueron hechos por el maestro (Anunciación, Sueño de San José, Visitación, Posada, Anuncio a los pastores, nacimiento, Reyes Magos, Camino del Templo, Purificación y Huida a Egipto) Ante todo, el Belén de Salzillo es un belén narrativo y de misterios. Basado en la fusión de los evangelios de San Mateo y San Lucas, tiende a mostrar en toda su magnitud los episodios bíblicos que narran los instantes previos y posteriores al Nacimiento. Esta condición obligó al autor a mantenerse fiel a las fuentes de inspiración, marcando la pauta a seguir a unas formas convertidas en síntesis perfecta de las artes del volumen y del color. Utiliza la policromía no sólo para ofrecer riqueza cromática sino también para señalar las diferencias entre los personajes sagrados con los tipos populares. Así por ejemplo, el cortejo de los Reyes Magos de rica policromía con caballos engalanados al paso o en corbeta, criados de delicados ademanes, con rica vestimenta adquieren un aire mundano y festivo frente a los personajes populares de ademanes campesinos y menos riqueza cromática. Como sucedía en tantas imágenes de sus pasos, aquí se visten y adornan de modo anacrónico y en realidad nos hace una fidelísima presentación de sus contemporáneos y vecinos, ocupados en sus trabajos o divirtiéndose saludablemente. Se completa con arquitecturas, también voluntariamente anacrónicas (modelos de vivienda popular murciana), mostrando el deseo de narrar unos hechos, lejanos en el tiempo, pero trasladados a un escenario vivo y comprensible. Sin embargo, hay una excepción en el lugar en que sucede el Nacimiento, resuelto en ruinas de columnas por entre las que entran las Glorias Angélicas, este pórtico de ruinas clásicas sirve para remarcar la escena principal del Belén, que es el Nacimiento. El eje central de la composición está constituido por el pórtico bajo el que tiene lugar la escena del Nacimiento. Las figuras de José y María, ligeramente atrasadas, confirman la necesidad de mostrar al recién nacido como al verdadero protagonista, un luminoso y diminuto niño, sostenido por los arcángeles Miguel y Gabriel.