1. IDENTIDAD NACIONAL
Es posible pensar la crisis del marco de referencia que afecta a los Argentinos,
a partir de analizar las características de la conformación de dicha identidad
colectiva.
De esta manera, si partimos de la idea de la identidad nacional como el
entrecruzamiento, tejido o vínculo entre diversas identificaciones, similar a
como lo planteaba Wittgenstein, en el caso argentino se podría partir de tratar
de ver dicha estructura, para llegar (como hipótesis) a lo que desestructura, lo
que está desarmando a dicho tejido.
Así, al comparar con otras naciones, una primera dificultad que surge es
encontrar a simple vista el principal sistema clasificatorio que organiza y define
el relato original de pertenencia de los argentinos, o en otras palabras la fibra
que supuestamente tendría que juntar o cerrar y que hoy no termina de hacerlo
al tejido nacional.
Comparando, se puede pensar entonces que como la mayoría de las naciones,
Argentina se organizo básicamente durante la segunda mitad del siglo 19 con
los valores y filosofía propios del romanticismo de época, que sirvió con su
enfoque utópico de adhesivo para unir la diversidad de voluntades de la gente
en una idea común. En este sentido, Argentina también fue moldeada por
discursos que cristalizaron sentidos.
Sin embargo es importante detenerse en la naturaleza y desarrollo de dichas
ideas:
Primero, la visión de la nacionalidad en la comunidad internacional acostumbra
a sostener la idea de un ancestro común, a manera de ley original que fija un
linaje simbólico originario como verdadero y que vincula y representa a la
nación con la tierra paterna. Esto se expresa, por ejemplo, en que
determinadas naciones transmiten su nacionalidad por sangre, como Italia o
España.
Por el contrario, en Argentina la existencia de diferentes oleadas inmigratorias
principalmente de Europa y el deseo de parte de la población argentina de ser
o estar en Europa, contribuyó a borrar continuidades con grupos nativos,
negando una relación real o simbólica con las antiguas comunidades que
habitaban la actual Argentina. Por ejemplo Alberdi, el mentor de la constitución
de 1853 puntualiza que “no hay nada útil de los aborígenes para nuestra
nacionalidad”. En cambio, en otras naciones cercanas sucedió lo opuesto,
como se puede actualmente ver en Méjico y Perú, donde un ancestro común,
Azteca o Inca es importante en su esquema de nacionalidad.
Segundo, la religión a pesar de tener un pensamiento supranacional, organiza
en ciertos contextos las identidades nacionales, como sucede en algunas
naciones del medio oriente, pero no solidamente en el caso argentino.
Pensemos que por un lado Argentina, llamada en sus inicios Provincias Unidas
del Río de la Plata, nació en 1816 bajo las ideas de la revolución francesa y la
independencia norteamericana. Ideas iluministas opuestas a entregarle a la
2. iglesia el manejo de la cosa publica de los ciudadanos.
Por otro lado, los padres y referentes de la nación argentina chocaron
visiblemente con la iglesia católica, la religión de España, siendo muchos de
ellos también masones.
Tercero, compartir la misma lengua y espacio ha contribuido a construir
nacionalidades, como en la República Checa o Rumania.
En América latina, donde la lengua oficial de la mayoría de los países es el
español, no llegó a concretarse esta posibilidad por causas internas y externas
de la realidad continental. Quizás como consecuencia de la idea de la
modernidad de que las naciones son unidades productivas en la división
internacional de los mercados, lo que contrastaba con la idea del bloque
político, económico geográfico e idiomático que podía haber sido una América
Latina unida en forma de nación.
Cuarto, el orgullo social de un proceso productivo o simbólico exitoso
contribuye a brindar el necesario goce colectivo que podría encarnar la idea
nacional. Esa “cosa nostra” única, diferenciadora y a veces inentendible para el
otro, separa al que es parte del que no lo es.
En la Argentina, las glorias del periodo exportador agroindustrial de 1890 a
1930 fueron y quizás son la más importante materialización en lo tangible e
intercambiable del goce nacional. Aunque hoy se puede acotar que la
explicación de las causas y consecuencias de dicho período difieren
marcadamente para cada sector de la sociedad..
También se puede pensar la década de glorias guerreras de ejércitos cruzando
los Andes, o de "Padres de la Patria" simbólicos que cortaban el Edipo de la
infancia de una sociedad con su "Madre Patria". O el fútbol permitiendo el
orgullo de diferenciar y disfrutar de valorizaciones ajenas a meritos propios por
la acción de representantes deportivos.
Pero, por mas que se depositan en las ideas de glorias y particularidades el
sentido colectivo, al ser en algunos casos tan pasadas, o tan intermitentes y
desconectadas con otras representaciones colectivas, se desdibuja la certeza
de verlas como reales, como entidades estables de referencias, de
organización del presente y de destino colectivo.
Finalmente, sólidas ideas abstractas tales como ley, democracia, constitución u
otros mandatos colectivos, organizan o son parámetros teóricos de la identidad
nacional de naciones como la actual Alemania o Estados Unidos. Pero parece
tampoco ser el caso Argentino, donde el discurso de la tierra prometida para
seducir inmigrantes de un siglo atrás no logro ser estructurado por reglas de
convivencia justas aceptadas y respetadas por las partes, y supervisadas por el
Estado como garante de derechos y responsabilidades, ya que este siempre
actuó como parte.
Asimismo, son claros los efectos históricos que generaron los golpes de Estado
para la continuidad del estado de derecho, la democracia y la previsibilidad de
las instituciones.
Habiendo analizado los últimos cinco ítems, como hipótesis es posible concluir
que el espacio simbólico común de los argentinos como comunidad no logró
3. históricamente ser expresado metafóricamente por un sentido, relato o imagen
colectiva que contenga o articule a la diversidad de subgrupos.
Entonces, lo que se comparte entre los argentinos se fragmenta en temas,
contenidos e intereses de grupos. Por consiguiente, la necesidad histórica de la
continuidad de la nación como un todo puede haber motorizado y
retroalimentado mecanismos de integración propios de esta partición, y quienes
pudieron maniobrar con esta situación fueron las identidades políticas, las que,
como todo sector, tuvieron como prioridad sobrevivir como tales.
En este caso, y a diferencia de clases políticas de otros lugares, no cuentan o
no quisieron contar con las referencias ilusorias que otras naciones asumen
como ciertas para asumir políticas o acciones que representen al conjunto de la
nación desde el poder.
Entonces, es posible pensar que los grupos políticos al interpretar la vaguedad
de acuerdos constitutivos abiertos, definen en su praxis la idea nacional, y
como en toda definición, el lugar del narrador o los intereses específicos de sus
grupos sociales de referencia hablan por ellos.
Como consecuencia de ello, se ve una histórica restricción en la articulación de
diferentes grupos sociales en comunes denominadores a partir, principalmente,
de diferencias políticas.
Esto limita la integración transversal de una comunidad nacional, favoreciendo
solo la identificación corporativa.
Por ejemplo, las clasificaciones entre unitarios y federales, peronistas y
antiperonistas, civiles y militares, llegaron en algunos casos hasta justificar para
sus partidarios el exilio o la supresión física de sus “enemigos”, con
argumentos de defensa de la nacionalidad. O en menor medida en casos como
“laica o libre”, “dolarizadores versus pesificadores”, “banqueros contra
ahorristas”, “sociedad o gobernantes”.
Esto parece definir al argentino no solo por el lugar en que se sitúa en el
debate circunstancial de la política sino que lo marca también en su filosofía,
forma de ser, sentir y expresar lo que la nacionalidad argentina es. En este
sentido, en Argentina, hablar de política es hablar de nacionalidad.