EN QUE NOS EQUIVOCAMOS (ABRIL 1984)
ANTONIO CAFIERO
Cuarenta años de lucha, entre legalidades y persecuciones, entre desilusiones y esperanzas que parecen esfumarse en los pliegues de la derrota del 30 de octubre de 1983, han terminado por llevar al peronismo a un perceptible estado de agobio al que no son inmunes los entes políticos
Denuncia en la Justicia Federal por la salud en La Rioja
Antonio Cafiero "En que nos equivocamos" año 1984
1. EN QUE NOS EQUIVOCAMOS (ABRIL 1984)
ANTONIO CAFIERO
Cuarenta años de lucha, entre legalidades y persecuciones, entre desilusiones y esperanzas que
parecen esfumarse en los pliegues de la derrota del 30 de octubre de 1983, han terminado por
llevar al peronismo a un perceptible estado de agobio al que no son inmunes los entes políticos. Es
que mucho se ha dicho desde entonces, y entre acusaciones y excusas se ha ensayado toda la
gama de la evasión para concluirse afirmando, sin mucha convicción ni análisis, que fuimos
vencidos por una maquina publicitaria, como si esta no hubiera existido, aún mayor, en 1946, en
1962 o 1973; que nuestra derrota fue un accidente, producto de algunos errores y distracciones;
que con el desgaste del gobierno volveremos a ser la mayoría invencible de otras horas; o que
después de todo, no hemos perdido porque hemos sacado el 40% de los votos.
Todas estas evasiones, que rehúsan la sana autocrítica, se refugian en la explicación pueril y
acomodaticia y nos incapacitan para engendrar una oposición basada en un proyecto alternativo al
del oficialismo: son otros tantos síntomas del agobio que nos invade. Mientras tanto, nuestros
principales adversarios, en la desesperada carrera por apuntalar el inesperado triunfo,
diagnostican el fin de nuestro movimiento, que hasta cinco minutos antes se presentaba como una
fuerza inexpugnable e imprescindible a la salud de la nación. Así ha quedado el país político,
polarizado entre un oficialismo legítimamente enfervorizado por su victoria –y tal vez
exageradamente confiado en sus fueras- y una oposición infecunda. Y mientras ellos se solazan en
la retórica de la autoafirmación, nosotros no atinamos a reencontrar aquella fértil identidad que
fue la característica de nuestra irrupción triunfal en la política argentina.
Inmerecido
Hoy la memoria de cualquier peronista histórico se abruma por estas contradictorias y confusas
imágenes que hacen más dura y agraviante nuestra derrota. No es fácil comprendernos. Fuimos
protagonistas de las más grandes transformaciones que se hayan hecho en el país durante el siglo.
Ensanchamos la base de la participación democrática; fortalecimos las organizaciones sociales
intermedias; nos dimos un proyecto de liberación y justicia que fue modelo para los pueblos
emergentes, abriendo así los causes institucionales para la forja de una nueva Nación. Cuando le
tocó el turno de la persecución el peronismo afrontó hasta el heroísmo todas las instancias que le
plantearon las dictaduras y los gobiernos ilegítimos, mientras ofrendaba el tributo de sus mejor
dirigentes y militantes. Hasta hace pocos meses la lucha por la restauración de la democracia fue
casi patrimonio exclusivo del peronismo y en especial de aquellos compañeros del Movimiento
Obrero que protagonizaron jornadas como la del 30 de marzo de 1982. Por todo ello el peronismo
no merecía la derrota.
Si la tuvo, fue porque algo muy grave sucedió entre nosotros: se tiró por la borda el movimiento y
se lo reemplazó por la burocracia partidaria; nos olvidamos del frente con nuestros aliados
históricos para buscar apoyos electorales contra natura; cargos electivos de los más encumbrados
se adjudicaron con fraude y violencia; el triunfalismo infantil, el oportunismo feroz, la declinación
2. moral y soberbia sectaria: he allí el sustituto de “primero” la patria y el movimiento. Yo mismo me
reprocho por no haber sido m{as exigente cuando cedía al impulso de la unidad teniendo la
convicción de que estábamos equivocándonos porque la unidad formal de nada sirve. Sirve aquella
que nace de la lucha por una comunión de ideas y que se cimienta en la solidaridad.
Nadie esa más ni menos peronista que otro. Pero es posible que en esta pérdida de rumbo muchos
de los compañeros con quienes hemos compartido tantas horas de lucha hayan comenzado a
expresar una imagen, un estilo de peronismo que amenaza con diferenciaron definitivamente. Pero
es imposible ser “liberador” para afuera siendo autoritario para adentro; habitar el escenario de la
democracia –que supone pluralismo político- y negar a los propios compañeros; refugiarse en la
gesticulación opositora y ocultar el vacio de ideas.
Razones
En esta etapa inédita del movimiento, el proyecto que se enarbole, la conducta de los hombres y la
transparencia de sus actos son más importantes que el dominio formal de los aparatos. Porque, de
no ser así, se subvertirían los valores y acabaríamos –acaso estamos empezando a hacerlo- por
subordinar la institucionalización de la “lucha por la idea” a la riña menor por los espacios.
¿Y que deviene de esta riña? Sencillamente el abandono de todo aquello que nos dio razón y
sentido en la vida argentina, sin siquiera perfilarnos como la alternativa válida del poder, y lo que
es peor, sin diferenciarnos del conjunto de la política del país; en consecuencia sin identidad.
Ahora mismo, frente a la trampa dialéctica a la que empujan sectores del radicalismo se teme a un
tercer movimiento histórico. Y este temor que subyace en las actitudes de un sector de la
dirigencia peronista es en realidad impotencia para asumir el rumbo ideológico expresado con
genuina convicción.
El peronismo no será absorbido en otros movimientos en tanto siga expresando un modo de
pensar y sentir la Argentina que le es propio e intransferible. No hay síntesis posible entre el
peronismo y otras fuerzas o corrientes políticas, aún las más respetables y cercanas.
El Justicialismo no es una etapa en la marcha hacia el socialismo democrático o marxista, ni nació
para evitar el comunismo, ni puede confundirse con el radicalismo. Pero si es el eje natural del
movimiento nacional, históricamente gestado por Juan Perón, cuya convocatoria se extiende a
aquellos argentinos que sin participar explícitamente de la actividad partidaria coinciden en sus
ideas-fuerza, en los valore asumidos y propuestos.
El nuestro es un proyecto específico y original –hasta donde pueden serlo las creación históricas-
que se define como un ideología nacional de cambio antes que por una ética universal
democrática. Nuestro mensaje se dirige a la compleja dimensión del hombre –más allá de su
condición de ciudadano-, no sólo acreedor de derechos y garantías jurídicas, sino también sujeto
de necesidades. Para los peronistas no es suficiente recordar el preámbulo de 1853, sino que
también hay que decir la Constitución de una “Nación socialmente justa, económicamente libre y
políticamente soberana” (1949).
3. El proyecto peronista es ambicioso: aspira a construir en el curso del tiempo un estado de justicia
que supere, aunque lo supone, el estado de derecho. Porque el derecho puede legislar la injusticia.
Para el Justicialismo la sociedad no es necesariamente conflictiva sino posiblemente armónica.
Descubrir y alentar tales armonías es parte de la faena política, aunque estas concepciones se
tachen de corporativistas. Para el peronismo el máximo valor de la convivencia organizada radica
en la justicia social, la que está lejos de plasmarse, solamente, mediante el ordenamiento jurídico.
Es, en cambio, una fuerza transformadora del orden social que no alcanza su deseada dimensión
hasta que no se traduce en un estado de persecución colectiva.
El peronismo es en sí mismo un proyecto de liberación nacional. Que no se agota en una cuestión
ética, de honestidad personal frente a los interese transnacionales, sino que es una cuestión vital
que exige una genuina empresa de unión nacional y de planificación concertada en un desarrollo
autónomo e innovador.
Variantes
La traducción de estas pocas ideas clave a la realidad actual es sencilla: hay que operar cambios
drásticos e imaginativos a una situación económica que no admite dilaciones, antes que satisfacer
ciertos perfeccionismos programáticos; hay que impulsar decididamente los mecanismos de la
concertación social y relegar intencionalidades políticas; hay que sincerar al país respecto de su
destino: debemos comenzar a pensar en la reforma de la Constitución Nacional; la definición de
una sola política exterior y de un solo frente ante la cuestión de la deuda debe asumir mandato
prioritario. Ya es demasiado el tiempo perdido. Y en todos estos temas el peronismo puede hacer
mucho para el país y para sí mismo. Porque sería una forma de ejercitar la empresa de recuperar
su identidad perdida.
Es cierto que a muchos le gana la duda de si existen reservas para intentarla. Por mi parte, aún
confío en la grandeza de lo que supimos ser para recrear un peronismo actual, movilizador de
ideas-fuerza convocantes, firme en sus esencias y capaz de recomponer el Movimiento Nacional. Si
esto significa empezar de nuevo, habrá que hacerlo. Personalmente conservo aquella fe de las
primeras horas y atento estoy al surgimiento de la nueva generación peronista. Si hay futuro por
ella pasa.
Lo demás será hacer camino. El peronismo nos ha dejado a todos mucho por hacer.