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VISIONES DE LA INDEPENDENCIA COLOMBIANA EN EL PAPEL PERIODICO ILUSTRADO, 1881-1888<br />Jorge Enrique GONZALEZ<br />RESUMEN <br />En este artículo se presentan los resultados de un análisis de las formas de representación de la Independencia colombiana en el Papel periódico ilustrado, publicación quincenal que apareció entre 1881 y 1888. El concepto de representación se aplica a través del estudio de las formas que la mirada adopta históricamente (regímenes escópicos) y se analizan los lugares de la memoria que construyó la elite intelectual colombiana de esa época  respecto del proceso de la Independencia, por medio de la representación icónica expresada en el grabado y la construcción de una forma particular de relato histórico. En particular, se destaca la formación del mito de Bolívar a través de la exaltación iconográfica de la personalidad carismática del Libertador, elevado a la categoría de factor de primer orden en la formación de la memoria colectiva.<br />Palabras claves: Colombia-Independencia 1810-1819; regímenes escópicos; lugares de la memoria; carisma; iconografía; historiografía colombiana.<br />INTRODUCCIÓN<br />El problema de la construcción de la Nación colombiana a lo largo del Siglo XIX ha sido objeto de diversas interpretaciones.  Para el estudio de este problema una de las fuentes secundarias contemporáneas de mayor repercusión ha sido B. Anderson (1993),  quien en su trabajo Comunidades imaginadas  pone énfasis en  el papel de los medios impresos, entendidos como mediaciones culturales de las cuales se dotó la elite intelectual y política para formar su propia visión de lo que debería ser una comunidad de sentido que diera piso y sirviera de mecanismo de legitimación del Estado nacional en construcción.  El proposito de formar el Estado logró  claridad en el momento en que se resuelve el problema de fusionar la comunidad de sentido, entendida esta como la unidad en cuanto a la memoria de un pasado común, la unidad del territorio soberano, la unidad lingüística, la homogeneidad religiosa y, sobre todo, la concepción de un destino común en el que las funciones estatales de la gestión de lo público resultarían vitales para la conducción de ese tipo de proyectos colectivos.<br />Para América Latina uno de los trabajos de mayor ambición, en cuanto a su cobertura, fue el de D. Sommer (2004), quien desde la perspectiva de la crítica literaria pretendió abarcar las múltiples y complejas realidades de la construcción de naciones en la región desde el examen de la producción literaria, en cuanto a la aparición del género novelístico en el Siglo XIX, recogiendo un  corpus conformado por una decena de novelas en las que cree encontrar un factor común, a saber, lo que denomina la fusión de Eros y Polis, para dar cuenta del origen del “amor patrio” que exhibieron los diversos actores sociales de estos procesos históricos.<br />A diferencia de esta mirada de conjunto en la que la tesis de la fusión de Eros y Polis puede resultar sugestiva, el análisis detallado de las formas de nacionalismo  que acompañaron la formación de cada uno de los Estados nacionales de la región puede arrojar otros resultados.  Este problema de las escalas del análisis historiográfico (Revel, 1996) nos puede permitir un acercamiento más detallado a los procesos culturales que se libraron al interior de la comunidad política de cada país, para luego sí avanzar en la perspectiva comparativa.  En el caso de la Colombia de finales del Siglo XIX podemos constatar el argumento de R.  Terdiman (1993) en el sentido de caracterizar las postrimerías del Siglo XIX en Occidente como una época de “crisis de la memoria”, que sería el resultado de la obsolescencia de los mecanismos tradicionales del recuerdo colectivo respecto de las necesidades de transformación de las sociedades de la época:<br />En el siglo XIX lo inadecuado de los mecanismos de la memoria respecto de las necesidades para la transformación de la sociedad se volvieron críticos. La crisis de la memoria surgió de esa inadecuación.<br />Según este planteamiento esa crisis se manifestó a través de las formas literarias de las postrimerías del Siglo XIX, tanto en prosa como en verso, no como fusión de valores abstractos para la formación de las naciones, sino como preocupación existencial frente a la incertidumbre acerca de cómo dotar de sentido y de contenido a la “comunidad imaginada”, y daría como respuesta una valoración estratégica de la escritura de la Historia, como la disciplina que por antonomasia designaría a la memoria (Ricoeur, 2000: primera parte).  En efecto, más allá de una interpretación que confía en la asociación entre Eros y Polis para designar la matriz cultural de la gestación de las naciones hispanoamericanas, tendríamos que interrogar sobre el lugar de la  novelística que asocia esos valores, como una de las expresiones de la sensibilidad propia del romanticismo de algunos escritores de la región, pero no necesariamente los referentes de los cuales se sirvieron los  actores sociales concretos que formaron las sociedades políticas de la primera mitad del Siglo XIX hispanoamericano.<br />Si bien es cierto que podemos encontrar rasgos de romanticismo decimonónico en varios de estos actores sociales de las diversas sociedades políticas de la región, la asociación con la novela, entendida ésta como una praxis estética-expresiva específica, adopta una cronología asincrónica y heterogénea respecto de los procesos de construcción nacional, en especial durante la primera mitad del Siglo XIX.  En ese sentido  la novela no tendría el valor estratégico que algunos pretenden otorgarle, debido a la escasa producción en cada país, frente a la difusión de otras manifestaciones  tales como la poesía y la música popular, de amplia aceptación.  El fenómeno de la difusión de las novelas se puede considerar como un proceso de  alguna importancia a partir de la segunda mitad del Siglo XIX, que se va haciendo extensivo gracias a la difusión de medios de comunicación como los periódicos locales, regionales o nacionales, en los que se utilizó la estrategia de la publicación por entregas.  En la Colombia de esa época en ese proceso de difusión fueron  abundantes los autores franceses (Dumas, Sue, de Lamartine, Chateaubriand, Victor Hugo, Féval)  y algunos españoles; en menor medida aparecen autores colombianos (Cf. Acosta C.E. 2009).<br />Por otra parte el valor del verso en nuestra historia se remonta hasta la tradición de los mitos en diversas comunidades amerindias, ya que como lo señaló J. Zalamea, en cuestión de poesía no hay pueblos subdesarrollados (Zalamea, 1986).  En el periodo hispánico contamos con  el denominado “descubrimiento poético de América” (Ospina, 2007) desarrollado por la ingente labor de don Juan de Castellanos quien se ocupó de narrar su visión de los pobladores y el territorio en el siglo XVI, incorporando a sus narraciones un buen número de expresiones propias de los pueblos locales.  Este cantar  inaugura una tradición que será complementada por el aporte hispánico en el Nuevo Mundo con la coplería española en forma de saetas, serranas y serranillas, endechas y villancicos, trovas y romances que nutrieron el decir popular en América y se convirtieron en las diversos clases de coplas o cantas (piadosas, amorosas, humorísticas, irónicas, descriptivas) (Abadía, 1971, 1973) que nutrieron las expresiones musicales propias del mestizaje colombiano.  Todo este acervo poético constituye parte sustancial de la tradición oral colombiana en la que la vena poética ocupa un lugar central en la transmisión entre generaciones.<br />No obstante,  G. Abadía (1985, 14) establece una diferenciación en el uso corriente de las coplas al señalar que la copla popular fue la base para aíres musicales como  guabinas, torbellinos, joropos, bundes, rajaleñas, fandanguillos, porros, contrapunteos, etc.  No obstante, los bambucos, pasillos y danzas criollas utilizaron en su mayoría letras más o menos eruditas de los poemas nacionales o extranjeros.  Esta diferenciación nos permite comprender la utilización de letras de corte patriótico en algunas de las piezas emblemáticas, tales como “La vencedora”, “La libertadora”, o incluso el bambuco “La guaneña”.  A pesar de que durante varías décadas del siglo XIX estas obras fueron poco a poco olvidadas, la labor del Papel periódico ilustrado también se ocupó de éstas y procedió a editar algunas partituras para lograr una renovada difusión de estas piezas patrióticas (PPI, III, 71, 382).<br />En el caso colombiano es necesario, además, tomar en cuenta el proceso social por medio del cual se crean las instituciones académicas (Academia colombiana, Academia de bellas artes) que son producto de las décadas de 1870 y 1880. También es importante señalar que la especialización de la actividad de escritor, para llegar a deslindar la actividad profesional del novelista, con su consecuente reconocimiento del público,  es un fenómeno que tuvo que esperar hasta el siglo XX.  En ese sentido el oficio de escribir en verso y/o en prosa constituyó una actividad complementaria de los intelectuales del siglo XIX, que  fue testimonio del lento proceso de secularización de la sociedad.  <br />Para la construcción de una “comunidad imaginada” en Colombia que tuviese una cierta permanencia en el tiempo y se constituyera en parte sustancial de un modelo cultural hegemónico, es necesario tomar en cuenta además el importante antecedente de la “Comisión corográfica” dirigida por Agostino Codazzi (1793-1859), quien fue contratado hacía el final de la primera administración del Presidente Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849), como parte sustancial del proyecto de conformación del Estado nacional, por medio de la estrategia de conocer con detalle el territorio y fomentar el desarrollo de vías de comunicación que permitieran la estructuración del mercado nacional (Schumacher, 1988; Safford, 1989, Sánchez, 19).  Una de las características de la tendencia de análisis corográfico fue la de incluir el estudio de los accidentes geomorfológicos del territorio, tanto como la descripción y análisis de  los pobladores de esos territorios.  <br />Este segundo rasgo permitió la incorporación de  pintores y acuarelistas a las expediciones de la Comisión corográfica que por medio de su “mirada cartográfica del arte”, en este caso “el ojo descriptivo y alegórico” propio de la cartografía del siglo XIX (Buci-Glucksmann, 1996: pág. 51 y ss), generó una serie de representaciones icónicas de la diversidad cultural de los habitantes de las regiones de la Nueva Granada, que no tuvieron divulgación a través de medios masivos.  La concepción que se desprende de los trabajos de la “Comisión corográfica” es la de una nación diversa, conformada por varios estamentos y etnias, en la que sobresale la exuberancia del paisaje natural, frente al paisaje cultural de los centros urbanos (pueblos y ciudades), en los que la representación del espacio estuvo dominada por los signos religiosos de las iglesias y templos católicos.  Es importante destacar que en las visiones que se  formaron con  el  “ojo cartográfico” de los pintores de esa Comisión, no aparecen signos visibles de la heroicidad a la manera como la construirá y divulgará masivamente el Papel Periódico Ilustrado (en adelante se citará como PPI), aunque en esta publicación periódica se recogerá la tradición inaugurada en la Comisión corográfica de representar los “tipos” humanos colombianos en una sección menos trascendental que las dedicadas a crear un nuevo canon de la memoria histórica nacional.<br />Retornando al planteamiento de Terdiman tenemos que éste se orienta en una dirección que se preocupa por comprender el significado del cúmulo de evidencias que dan testimonio de la crisis de la memoria.  Sí exploramos el valor de este planteamiento en el caso colombiano, encontramos que durante la segunda mitad del siglo XIX, con especial énfasis en las dos últimas décadas del siglo, se concentraron evidencias empíricas que  dan testimonio de la crisis existencial representada por el interrogante acerca de cómo ubicar la propia trayectoria vital en un torrente de cambios que se producen en el mundo circundante. Uno de los exponentes más conspicuo fue el poeta José Asunción Silva (1865-1896), quien escribió en su poema  “La respuesta de la tierra”:<br />¿Qué somos?  ¿A do vamos? ¿Por qué hasta aquí vinimos?<br />¿Conocen los secretos del más allá los muertos?<br />¿Por qué la vida inútil y triste recibimos?<br />¿Hay un oasis húmedo después de estos desiertos?<br />¿Por qué nacemos, madre, dime, por qué morimos?<br />Por qué? Mi angustia sacia y a mi ansiedad contesta.<br />Yo, sacerdote tuyo, arrodillado y trémulo,<br />En estas soledades aguardo respuesta.<br />La tierra, como siempre, displicente y callada,<br />Al gran poeta lírico no le contestó nada.<br />En la próxima sección examinaré de manera sucinta las circunstancias históricas colombianas en este periodo, pero por lo pronto quisiera dejar  testimonio de  ese momento de crisis  representado por la aguda controversia en torno de los valores  que debían orientar a la sociedad de la época, polarizados entre concepciones utilitaristas y positivistas enfrentadas a concepciones de tipo tradicionista (González, 1997), que incluso se dirimieron en los campos de batalla sin lograr que los triunfos o las derrotas militares solucionaran el impasse. Encontraremos en la lírica una serie de testimonios de variados actores sociales de la época en los que expresan en forma sentida rasgos de esta “crisis de la memoria”.  Por ejemplo, tenemos testimonios tempranos como el de José Eusebio Caro (1817-1853) quien en su poema “Despedida de la Patria” expresa así la sensación de extrañamiento del terruño y el futuro de una vida en el extranjero:<br />Lejos ¡ay! Del sacro techo<br />Que mecer mi cuna vio,<br />Yo, infeliz proscrito, arrastro<br />Mi miseria y mi dolor.<br />Reclinado en la alta popa<br />Del bajel que huye veloz,<br />Nuestros montes irse miro<br />Alumbrados por el sol.<br />¡Adiós, patria! ¡Patria mía,<br />Aún no puedo odiarte; adiós!  <br />Unos años más tarde, uno de los hijos de J.E. Caro, el destacado filólogo y principal ideólogo del tradicionismo colombiano, Miguel Antonio Caro (1843-1909) escribió así en 1889 sobre el sentimiento patriótico en su poema “Patria”:<br />¡Patria! Te adoro en mi silencio mudo,<br />y temo profanar tu nombre santo.<br />Por ti he gozado y padecido tanto<br />Cuánto lengua mortal decir no pudo.<br />No te pido el amparo de tu escudo,<br />Sino la dulce sombra de tu manto:<br />Quiero en tu seno derramar mi llanto,<br />Vivir, morir en ti pobre y desnudo.<br />Ni poder, ni esplendor, ni lozanía,<br />son razones de amar.  Otro es el lazo<br />que nadie, nunca, desatar podría.<br />Amo yo por instinto tu regazo,<br />Madre eres tú de la familia mía;<br />¡Patria! De tus entrañas soy pedazo.<br />También M. A. Caro escribía en 1886 la Oda “Frente a la estatua del Libertador” en la que exalta las virtudes del denominado ‘padre de la patria’,  Simón Bolívar, y termina con sentidas frases de nostalgia frente a su recuerdo:<br />En mística amalgama,<br />Cual vago nimbo de tu excelsa frente<br />No imitación, veneración reclama:<br />El que Padre te aclama, <br />Mezcla de orgullo y de vergüenza siente<br />¡Libertador! Delante<br />De esa efigie de bronce nadie pudo<br />Pasar, sin que a otra esfera se levante,<br />Y te llore y te cante,<br />Con pasmo religioso en himno mudo.<br />Rafael Pombo (1833-1912) destacado escritor y poeta, célebre por sus poesías para niños, colaborador asiduo del Papel periódico ilustrado y otras publicaciones de la época,  quien fuera uno de los primeros miembros de la Academia colombiana de Historia,  plasmó en su “Hora de tinieblas”, publicada junto a otras piezas poéticas en 1877,  uno de los más elocuentes testimonios en el que se muestra el desgarramiento existencial de un actor social finisecular.  Comienza interrogándose por el sentido de la existencia y luego pasa revista a la condición humana, el libre albedrío y las diversas formas de maldad que reinan en el mundo contemporáneo.  Veamos dos estrofas que nos ilustran estos sentimientos:<br />I<br />¡Oh que misterio espantoso<br />Es este de la existencia!<br />¡Revélame algo, conciencia!<br />¡Háblame, Dios poderoso!<br />Hay no sé qué pavoroso<br />En el ser de nuestro ser.<br />¿Por qué vine yo a nacer?<br />¿Quién a padecer me obliga?<br />¿Quién dio esa ley enemiga<br />De ser para padecer?<br />VII<br />¿Por qué estoy en donde estoy<br />Con esta vida que tengo,<br />Sin saber de donde vengo,<br />Sin saber a donde voy;<br />Miserable como soy, <br />Perdido en la soledad<br />Con traidora libertad<br />E inteligencia engañosa,<br />Ciego a merced de horrorosa<br />Desatada tempestad?<br />Jorge Isaacs (1837-1895), escritor de la novela María y miembro destacado del liberalismo radical, expresa en forma lírica su sentimiento respecto a las victorias pírricas en el plano militar, frente a la inmensidad que abre la muerte.  En su pieza “Después de la memoria” encontramos estas expresiones:<br />I<br />Con albas ropas, lívida, impalpable; <br />En alta noche se acercó a mi lecho:<br />Estremecido, la esperé en los brazos;<br />Inmóvil, sorda, me miró en silencio.<br />Hirióme su mirada negra y fría...<br />Sentí en la frente como helado aliento; <br />y las manos de mármol en mis sienes,<br />A los míos juntó sus labios yertos.<br />II<br />La hoguera del vivac agonizante:<br />Olor de sangre...Fatigados duermen:<br />Infla las lonas de la tienda el viento: <br />De centinelas, voces a lo lejos...<br />¡Largo vivir!...!La gloria!... ¿Quien laureles<br />y caricias tendrá para mí en premio?<br />¿Gloria sin ti?...!Dichosos los que yacen <br />en la llanura ensangrentada muertos!<br />Otra expresión elocuente de la crisis de la memoria en este periodo la encontramos en Rafael Núñez, hombre público que militó primero en las huestes del liberalismo radical, para luego formar su propio movimiento independiente y forjar las bases del periodo político denominado la   Regeneración, cuando alcanzó en tres oportunidades la Presidencia  del poder ejecutivo nacional (1880-1882; 1884-1886; 1887-1888).  Su fase de escepticismo la plasmó en una pieza como “Que Sais-Je” en la que expresa la variedad de dudas que asaltaban su existencia. Aquí algunas de éstas:<br />No sé si lo que llaman heroísmo<br />Es virtud, embriaguez o fanatismo,<br />Odio, ambición, delirio, saciedad...<br />En la noche que forman las pasiones, <br />No alcanzo de mis propias emociones<br />A saber la verdad.<br />Y concluye así:<br />¡Oh confusión! ¡Oh caos! ¡Quien pudiera<br />Del sol de la verdad la lumbre austera<br />Y pura de ese limbo hacer brillar!<br />De lo cierto y lo incierto ¡quién un día,<br />Y del bien y del mal, conseguiría<br />Los limites fijar!<br />Durante su tercer periodo como Presidente (1887-1888), en plena fase propositiva de la construcción de una nueva comunidad imaginada, Núñez redacta las estrofas de una “Oda a la independencia de Cartagena” que fueron estrenadas  oficialmente el 6 de diciembre de 1887, con música del maestro Oreste Síndici.  El impacto que logró esta pieza musicalizada la convirtió en la práctica en el himno nacional, a despecho de que como tal fungiera la “Oda al 20 de Julio”, compuesta por J.J. Guarín y J. Caicedo Rojas,  adoptada como himno nacional desde 1845, aunque poco estimada como himno representativo popular por sus características de pieza de aspecto operático. <br />Las once estrofas que compuso Núñez son una muestra elocuente de la exaltación de tipo patriótica de las virtudes de los héroes (Bolívar, Nariño), con alusiones de tipo religioso (“del que murió en la cruz”, “la virgen sus cabellos arranca en agonía”), así como el heroísmo del pueblo cartagenero, motivo original de la redacción de esta Oda.<br />LAS POSTRIMERÍAS DEL SIGLO XIX COLOMBIANO<br />Para comprender mejor el significado de las visiones de la Independencia colombiana es menester referir las circunstancias presentes en las postrimerías del Siglo XIX.  En primer término tenemos que aún estaba vigente el ordenamiento constitucional promulgado por la Carta política de 1863, también conocida como la Constitución de Rionegro (Antioquia) en recuerdo del lugar de las deliberaciones que dieron como resultado ese tratado.  Según ese ordenamiento, los Estados Unidos de Colombia fueron organizados como un régimen federal en el que se unieron nueve Estados (Antioquia, Bolívar, Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá, Santander, Tolima), que previamente fueron declarados libres y soberanos en un proceso que ocupó varios años  de la década de 1850.<br /> <br />La organización  del Estado federal estuvo atravesada durante sus primeros quince años (1863-1878) por numerosos conflictos de tipo regional, hasta llegar  en 1877 a una conflagración de alcance nacional. En efecto, la guerra civil de 1876-1877, conocida como “la guerra de las escuelas” por la función de detonador que tuvo entonces la polémica en torno al carácter laico de las escuelas  públicas organizadas por el régimen liberal radical a partir de 1870, dejó a un gobierno triunfante en el plano militar, pero cuestionado en el plano cultural, de lo  que quedó la simiente de un modelo cultural alternativo de tipo tradicionista católico que a la postre se impuso frente a los propósitos liberales de los gobiernos de la federación.  La polarización política y cultural entre las dos  grandes colectividades partidistas cesó temporalmente en el plano militar pero se mantuvo en otros planos de la vida nacional.  Uno de los escenarios privilegiados de esa contienda fueron los medios de comunicación escrita, formadores de la opinión pública a través de la elite alfabetizada que por medio de la lectura se informaba y formaba su criterio a la luz de la polarización extrema, producto del enconado repertorio de cada  tendencia política.  El circuito de los medios impresos se complementaba con los clubes y cafés de la época, así como con la labor de los sacerdotes católicos desde los púlpitos y las formas de socialización que se derivaban de la feligresía.<br />De otra parte tenemos que la formación de la conciencia de unidad nacional se encontraba desgarrada por la dificultad que representaba la regionalización del país, expresada en la secular tradición de los caudillos regionales, además de las dificultades originadas en la topografía del territorio colombiano para la construcción de un mercado nacional que sirviera de soporte del sentido de pertenencia a través de las relaciones económicas.  Ése fue un problema constante a lo largo de toda la primera etapa de construcción del orden republicano, que se vino a agravar  durante buena parte de la segunda mitad del Siglo XIX debido a las soluciones de tipo federal en el plano político y administrativo, sin que se tuviese el sustento de la unidad en el plano económico y cultural.  En consecuencia, la formación de la conciencia de la unidad nacional que obrase como correlato del planteamiento de una “comunidad imaginada”, sufrió grandes y graves tropiezos hasta  la década de 1880 (González, 2007) cuando veremos aparecer un proyecto cultural como el del PPI, en el cual se forjó un acuerdo que en apariencia estuvo más allá de las inclinaciones partidistas gracias al  cual se logró, entre otros asuntos, consolidar una manera hegemónica de ver el pasado.<br />Antes de este antecedente de las postrimerías  del Siglo XIX, se registraron durante el periodo republicano algunos intentos de escribir la historia nacional.  El primero de éstos correspondió a José Manuel Restrepo (1781-1863) político e historiador que formó la tradición que  Germán Colmenares (1986, 11) denominó la prisión historiográfica de la historia patria, aunque a la luz del examen de las funciones que cumplió el PPI habría que preguntarse sí en efecto esta prisión de larga duración no se debe a la formación de un canon historiográfico como el que se desprende de esta publicación periódica y, sobre todo, a la solución de continuidad que representó la organización de un soporte institucional estable como lo ha sido la Academia colombiana de historia.  La labor historiográfica de Restrepo fue notable en el sentido de lograr el acopio de una buena cantidad de fuentes primarias de origen estatal y por su empeño en forjar una leyenda de la “epopeya” de los próceres de la patria colombiana.  En esta concepción se constata un deliberado culto a la personalidad de los líderes de la emancipación que luego se desempeñaron en los asuntos de Estado, resaltando su carisma.  En otros términos se fijó un claro derrotero en cuanto a la exaltación de las condiciones épicas o heroicas en la narración del pasado, aunando dos condiciones: el hombre de acción que no vacila en apelar a las armas para defender sus ideales, sumado al hombre de Estado que se ocupa de la construcción de un orden político democrático y republicano.  <br />En ese orden de ideas se produjo en la obra de Restrepo (1858) la exaltación de líderes como Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Antonio Nariño, entre otros, sin que fuese evidente una tendencia de tipo partidista, habida cuenta que para entonces se contaba con la delimitación de preferencias políticas estrechamente asociada a las personalidades más que a las ideas, pero aún no se registraba la formación de partidos políticos en el sentido estricto del término, es decir colectividades que se definieran por :  i) su adscripción a un ideario explícito; ii) la organización interna de la colectividad con la definición de jerarquías y procedimientos;  iii) la membresía,  es decir, la identificación como miembro de una colectividad política.  Si bien es cierto que esas condiciones formales no se dieron con todo rigor en el caso colombiano durante el siglo XIX, si nos sirven de criterio de referencia para dirimir la controversia en torno a cuándo podemos referirnos con propiedad a la existencia de partidos políticos y establecer el año de 1849 como aquel en el que se produce uno de los antecedentes claves, momento en que se proclaman los idearios políticos del liberalismo y el conservatismo, los dos partidos políticos tradicionales en Colombia.<br />Entre tanto, se registran tres antecedentes historiográficos en los trabajos de Joaquín Acosta (1800-1852),  José Antonio de Plaza (1807-1854) y José Manuel Groot (1800-1878) quienes publicaron sus estudios históricos, en el primero de los casos dedicado a la historia del periodo colonial, el segundo a algunos aspectos de la vida durante la Colonia hasta llegar al periodo republicano (Plaza, 1850) y el último su Historia civil y eclesiástica de la Nueva Granada (Groot, 1869).  A partir de la segunda mitad del Siglo XIX la producción historiográfica no se destaca con trabajos de envergadura, excepto la aparición de algunos artículos biográficos aparecidos en los periódicos de la época, o los textos de Historia patria como el de José María Quijano Otero (1872) y esa producción parece ceñirse a la dinámica de  exaltar la particularidad de las regiones, constituidas entonces en Estados libres y soberanos, unidos en la Confederación o vinculados a la Unión federal.  <br />Con la gestación de un modelo político, económico y cultural alternativo a la hegemonía del liberalismo radical aparece el proyecto de la Regeneración en la que se asociaron el tradicionismo católico liderado por Miguel Antonio Caro, con la visión política de tipo pragmática y escéptica de Rafael Núñez, que enfiló sus baterías para derrumbar el federalismo por considerarlo un sistema pernicioso para la unidad y el progreso material y espiritual de la Nación.  En ese sentido se abrió paso a partir de la primera Presidencia de Núñez en 1880 una tendencia que buscará cimentar la unidad nacional apelando a lo que él denominó el principio tutelar de la identidad colombiana, a saber, la religión católica, al propio tiempo que se inició el desmonte de las instituciones políticas del régimen federal orientado por la Constitución de 1863. No obstante, la lucha partidista condujo a Núñez a iniciar una campaña de limitaciones a la libertad de prensa, en particular dirigida contra sus contradictores políticos, que dio como resultado la censura de prensa al final de su primer periodo presidencial.  En palabras de Núñez (1882):<br />El freno de la penalidad, cuando la oratoria o los escritos no son justificables, pone una sordina en el tambor de la vocinglería de los difamadores de profesión, legatarios de Pasquinero, y es causa de una moderación engañosa que embaraza el criterio de los observadores imparciales. Pero cuando ese freno falta, los instintos se muestra en toda su desnudez y la perversidad se suicida, al desplegar sin temor todos sus pestilentes harapos.<br />En ese contexto, esbozado en sus grandes líneas aquí, surge y florece una iniciativa cultural como la del PPI, liderado por un miembro destacado del Partido Conservador como lo fue Alberto Urdaneta (1845-1887).  Combatiente en la guerra civil de 1877-1878 en la denominada “guerrilla del Mochuelo”, tomó las armas para combatir el régimen radical liberal a nombre de la tradición católica.  Hijo de un acaudalado terrateniente conservador, Urdaneta mostró desde su juventud una clara inclinación por el arte, lo que lo condujo muy pronto a viajar a Francia donde toma clases de dibujo con Paul-Cesar Gariot y más tarde, en un nuevo viaje a ese país en 1877 estudia con Ernest Meissonier y en el estudio del pintor español Nicolás Mejía, lugar en el que conoce a Antonio Rodríguez, también español, quien a la postre será el principal grabador del PPI, con quien regresa a Colombia en 1880 para emprender labores artísticas y editoriales. (Moreno, 1972) <br />Una vez silenciados temporalmente los cañones de la guerra civil y apaciguados los ánimos partidistas, Urdaneta de nuevo en Colombia se entrega a la tarea de editar un periódico ilustrado que sirviera a los propósitos de aclimatar un proyecto cultural suprapartidista con el objetivo de cimentar el sentimiento de unidad nacional. Al respecto señaló Urdaneta:<br />Deseamos que el primer periódico ilustrado con grabados en madera que se publica en Colombia, marque en la historia de su civilización una época de paz y bienandanza, que sus anales lo registren con orgullo, y por esto hemos recogido los nombres más conspicuos de todos los matices políticos, en las letras, las ciencias y las artes, y los hemos reunido en pacífica arena, en campo amigo, donde presiden las nueve del Parnaso y el divino Apolo. (PPI,1881, 1,1, pág. 3 cursiva de jeg) <br />En efecto, la nomina de colaboradores resultó amplia y diversa, dando acogida a liberales y conservadores de diversos matices, algunos de los cuales fueron enconados enemigos en asuntos políticos e incluso en los campos de batalla militar.  Se presentó el caso singular  que varios de los miembros de la nómina de colaboradores eran al mismo tiempo Redactores o Directores de periódicos partidistas, a menudo comprometidos en tormentosos debates políticos en los que se destilaban invectivas propias del sectarismo extremo. Directores de periódicos fueron Carlos Martínez Silva del Repertorio colombiano, Antonio Silvestre de  El amigo del pueblo,  Francisco Javier Vergara de  El Ejercito; redactores fueron  José Joaquín Ortiz de La Caridad, Florentino Vesga del  Diario de Cundinamarca, Nicolás Pontón de La Ilustración, Sergio Arboleda de El Conservador,  entre otros  En el primer número del PPI aparece un listado de 192 colaboradores a los que se sumaron 50 más según el registro que aparece en el número 2.  A este respecto resulta diciente un pronunciamiento del Director de la publicación sobre la participación femenina, que aunque escasa tuvo alguna figuración como en el caso de Silveria Espinosa de Rendón o Soledad Acosta de Samper:<br />No nos hemos permitido la  libertad de solicitar la colaboración de las estimables señoras y señoritas que entre nosotros cultivan las letras y las artes, porque no nos creíamos autorizados para hacerlo mientras no apareciera este número prospecto.  Nos prometemos sí que ellas atenderán nuestro ruego, y que su colaboración, tanto más preciosa cuanto más delicadas son las que nos la proporcionan, vendrá a alentarnos en esta empresa y a embellecer las columnas de nuestro periódico, que de antemano ponemos a su disposición. (PPI, loc cit.)<br />El diseño editorial de la publicación da muestras claras de la jerarquización de los temas a tratar.  En primer lugar  encontramos la sección “Historia” que abría las páginas del periódico con un grabado a página entera (30 X 22 centímetros), seguido de un artículo de tipo biográfico, dado que a menudo este fue el relato histórico privilegiado.  El tipo de personajes seleccionados fueron preferencialmente actores del proceso independentista neogranadino (Bolívar, Nariño, Santander, Miranda, Ricaurte, Sucre, Girardot, Torres, entre otros) y en unos cuantos casos también próceres del cono sur como O’Higgins y San Martín, de quienes se exaltaba también su perfil heroico.  La segunda sección debía corresponder a las Ciencias, aunque a decir verdad fueron relativamente pocos, aunque importantes,  los artículos dedicados a éstas, como por ejemplo la publicación original en Colombia de los estudios de Liborio Zerda sobre “El Dorado”, luego de haberlos presentado ante la Sociedad etnológica de Berlín (Alemania), que se constituyen en la primera publicación etnológica de envergadura en Colombia.  A continuación debía aparecer “Tipos, vistas y otros” dedicada a representar personajes y lugares en forma de cuadros de costumbres, “las crónicas de Santafe”, “las bellas artes”, “la agricultura”, “lecturas”, y una sección dedicada a los trabajos de los “contemporáneos”.<br />Especial atención merece para los objetivos de este estudio la novedad que representó para esa época  un periódico ilustrado.  Se trata de una innovación de importancia en los medios de comunicación masiva y con consecuencias que es necesario comprender para las transformaciones de la opinión pública.  Briggs y Burke (2002) destacan la importancia de las imágenes impresas en las publicaciones europeas, en particular en Francia e Inglaterra, para el estimulo de la conciencia política popular durante los Siglos XVII y XVIII (pág. 51).  Según Raymond Williams (1972):  <br />Junto con el aumento en la velocidad de impresión, producido por la introducción de la prensa de vapor a principios del siglo XIX, las nuevas técnicas de reproducción provocaron una revolución en la producción y en la difusión de información pictórica. La Penny Magazine  de Charles Knight, lanzada en Gran Bretaña en 1832, ejemplifica la nueva importancia de la ilustración como medio para incitar a los analfabetos a dejar de serlo.  (125)<br />Martín-Barbero (2003, 151) precisa que con la aparición de la Penny Magazine  de Londres como  periódico ilustrado pionero en el mundo, se inicia la primera cultura de masas en la modernidad  gracias a la que denomina como “iconografía para usos plebeyos”,  refiriéndose al uso tradicional  de las imágenes desde la Edad Media en Occidente, cuando se privilegiaron éstas  a la manera de textos “en que las masas aprendieron una historia y una visión del mundo imaginadas en clave cristiana” (pág. 145, cursiva del autor).  El concepto de “cultura de masas” precisado por este autor cobra importancia para señalar en este estudio las relaciones entre clases, o para este caso mejor decir  estamentos, de una sociedad determinada:<br />Decir “cultura de masas” suele equivaler a nombrar lo que pasa por los medios masivos de comunicación.  La perspectiva histórica que estamos esbozando rompe con esa concepción y muestra que lo que sucede en la cultura cuando emergen masas no es pensable sino en articulación a las readecuaciones de la hegemonía, que, desde el siglo XIX, hacen de la cultura un espacio estratégico de reconciliación de las clases y de reabsorción de las diferencias sociales (op. cit. pág. 190)<br />La doble acepción de Cultura en el sentido de designar los códigos y las prácticas estético-expresivas, así como los procesos de producción y reproducción del sentido en la vida cotidiana de los actores sociales, nos permite apreciar la importancia del concepto de Hegemonía, en el sentido en que lo expresó originalmente A. Gramsci (1971) y lo desarrolló posteriormente R. Williams (1997), para entender que si bien la formación de una visión del mundo hegemónica (Weltanschauung) logra una amplia difusión y aceptación por todos los miembros de una comunidad, esto no excluye la formación de concepciones contrahegemónicas o de hegemonías emergentes.  El caso de la utilización de  un medio de comunicación masivo como el PPI, con la innovación de incluir imágenes para su público, será uno de los mejores testimonios de la emergente concepción hegemónica del proyecto de la Regeneración, la cual logra expresar la “crisis de la memoria” a la que hice referencia antes y tiene en un proyecto editorial como el analizado aquí una estrategia de primer orden para formar las bases de una “comunidad imaginada”,  en la que el culto de la personalidad de los próceres de la Independencia será el elemento central para cifrar un pasado común del cual tomar los valores principales para legitimar un nuevo orden político.<br />EL CULTO A BOLÍVAR<br />En ese sentido será elocuente la amplia difusión en el PPI de las imágenes del Libertador Simón Bolívar. Desde su primera entrega al público, al explicar el propósito de la sección “Historia”,  se declara que toda publicación que tenga que ver con la historia americana debe comenzar  con el retrato de Bolívar y se anota lo siguiente:<br />En esta sección publicaremos los estudios relacionados con la historia patria.  Cada número llevará en la primera página el retrato de uno de nuestros hombres notables, y preferentemente por ahora a los héroes de la independencia.  Cada retrato irá acompañado de un bosquejo biográfico, en el cual se condensarán los hechos más notables del personaje y los más importantes servicios prestados al país a fin de que nuestro periódico sirva con el tiempo a manera de álbum nacional.<br />El origen del dibujo que permitió el grabado del perfil de Bolívar en la primera página del número 1 de la colección del PPI, da testimonio de la vinculación con las expresiones de la plástica europea, en particular los aportes franceses, que sirvieron de referencia constante para la visualización de imágenes.  Acerca de la imagen de este número se explica lo siguiente:<br /> <br />(...) el que encabeza este número es dibujo de M. Francois Desiré Roullin, que nació en Rennes en  1796, vino a Colombia en 1821, a enseñar fisiología, permaneció entre nosotros hasta 1828, época en la que regresó a Francia llevando numerosas observaciones sobre la historia natural y la geografía de la América equinoxial (sic) y murió en París  hace pocos años de Bibliotecario de Santa Genoveva.  Este retrato, aun cuando es un rasgo ligero, caracteriza al personaje que representa, al propio tiempo que da a conocer al artista que lo delineó.  Sirvió a Tenerani para modelar su mejor estatua, la que poseemos en Bogotá, y a David D’Angers  para producir su famoso relieve, tan ventajosamente conocido entre los artistas.  M. Roullin fue el primero que dio dibujos de tipos nacionales para el viaje por la República de Colombia de M. Mollen, publicado en París en 1825, y si en ese perfil no hallan nuestros abonados la amenidad de un dibujo concluido, debemos advertirles que hemos preferido  presentarles el retrato que de impresión hizo el artista francés, religiosamente copiado, a dar otros más completos, porque en éste se une a una gran verdad, la pureza de las líneas y la completa expresión del personaje.  Fue hecho aquel en Bogotá el 15 de febrero de 1828.  <br />He querido citar en extenso este pasaje no sólo porque nos proporciona la información completa de la fuente, sino porque nos permite comprender la que puede ser la génesis de la iconografía sobre Bolívar que tanto se ha extendido a lo largo  de la historia de América y constituye una importante cantidad de “lugares de le memoria” (Arocha, 1943; Boulton, 1992; Sánchez, 1916; Uribe White, 1967). En efecto, el aporte de A. Urdaneta en este sentido es de primera magnitud como lo atestigua su estudio pionero “Esjematologia o estudio iconográfico de Bolívar” (PPI, II, 403-422), en la que elabora una clasificación y análisis de 160 piezas  (retratos, medallones, grabados, estatuas), varias de las cuales formaban parte de su colección personal.<br />  Más importante aún para los propósitos de esta investigación es que la “gran verdad” que se le reconoce al trabajo de Roullin nos habla acerca del carácter de icono (iconicidad) del trabajo de representación emprendido por el PPI.  Me refiero al icono en el sentido asignado por Ch. S. Peirce (1965, 2,276): “Un icono es un signo de un objeto al que es similar”, en el que la relación entre el signo y el objeto se basa en la semejanza entre los dos.  Para el caso de la imagen la analogía entre éstos es muy estrecha, de tal forma que se crea un efecto de realidad muy fuerte, lo que es comprensible sí se toma en cuenta que además de estas fuentes iconográficas tales como el dibujo o la escultura, uno de los soportes más utilizados para el desarrollo de la litografía fue el novedoso invento, para esa época, de la fotografía, cuyo efecto  de realidad es aún más notorio <br />Adicional a los iconos visuales, en el PPI encontramos aquello que se puede denominar como iconos verbales, cuya función de complemento hace más poderoso el régimen o condicionante de la forma de mirar, esto es la  visión o el punto de vista, a través de las formas del lenguaje utilizadas.  Según Beuchot (2007, 20) “De modo que el icono visual contamina las palabras que se usan para describirlo y el icono verbal contamina las imágenes con las que se lo trata. El icono, además, privilegia el plano del discurso, con lo cual facilita la función generalizadora del lenguaje”. Tambien Chartier (1994: 410) enfatiza sobre la complementariedad entre la imagen y la palabra para la formación de las representaciones de la realidad: “El cuadro tiene el poder de mostrar lo que la palabra no puede enunciar, lo que ningún texto  permitirá leer. En sentido inverso, lo que él (Louis Marin) llamará ‘la deficiencia de lo visual en los textos’ deja la imagen alejada de la producción de sentido que conllevan las figuras del discurso.”  En efecto la argumentación de Marin (1993: 18) es contundente respecto del poder de la imagen en la formación de las representaciones del pasado vivido: “¿Poder de la imagen? Efecto de representación en el doble sentido que lo he señalado: volver al presente lo ausente, o lo muerto, y auto-representación instituyendo el sujeto de la mirada en el afecto y en el sentido.  La imagen es a la vez la instrumentalización de la fuerza, el medio del poder y su fundamentación por medio del poder.”  <br />A pesar de que el principal foco de atención de Marin es el poder de la imagen en el caso de las monarquías, como lo ha argumentado Ricoeur (2000) sus principales reflexiones resultan válidas para el Estado moderno constitucional surgido de las consecuencias de la Revolución de 1879.  En este caso, el marco de análisis que reconoce Ricoeur es el del Estado-nación que, desde su punto de vista, sigue siendo el principal polo organizador de los referentes ordinarios del discurso histórico (354), sumado al hecho de que el poder de la imagen del monarca de antaño se ve asignado en este nuevo periodo histórico al “hombre de Estado”,  para resaltar su dimensión carismática como una encarnación de la grandeza de la Nación, en especial en los momentos en que la integridad moral del Estado se encuentre en peligro (355), o se haya creado la situación de vacío de poder por la presunta  o efectiva incapacidad de los hombres de Estado para articular un proyecto nacional ampliamente aceptado por la sociedad política, tal como ocurrió durante el periodo de la Regeneración en Colombia.<br /> <br />Respecto de la exaltación de la grandeza de Bolívar como hombre de Estado resulta elocuente el  artículo biográfico contenido en el primer número del PPI, escrito por José Joaquín Ortiz, destacado ideólogo, periodista y educador afecto a las ideas conservadoras, cuando inicia su exposición haciendo referencia al dibujo de Roullin contenido en la portada de ese número inaugural de la publicación, vinculando en este caso de manera íntima  el icono visual con el icono escrito:<br />Ese que veis ahí, trazado con débiles líneas por mano de la Amistad, es el retrato del grande hombre, del Libertador de Sur-América...El lápiz del pintor no pudo dar colorido a su rostro; pero este era en esa época aciaga (1828) el que había dejado en él los soles de los campamentos.   Todo su aspecto revela el estado de una (sic) alma atormentada, de la cual huyeron ya las esperanzas halagadoras, los proyectos redentores, las grandes ilusiones del bien, y por eso lo envuelve un triste aire de melancolía.  (PPI, I.1.5)<br />Figura 1. Dibujo de S. Bolívar <br />              por Roullin 1828. PPI (I.1.1)<br />El bosquejo biográfico presentado por Ortiz sirvió a los propósitos de forjar un mito y un culto, el culto a Bolívar, tal como lo denomina G. Carrera (1987).  Se trata de un mito en el sentido contemporáneo del término, es decir un proceso social de construcción del sentido en el que se toma  una cadena de conceptos que permite a los miembros de una “comunidad de sentido”  comprender un aspecto importante de su experiencia social, en este caso el significado particular que se atribuye a la obra de S. Bolívar y por esta vía la formación de criterios que sirvan para forjar la identidad colectiva.   El trabajo de Ortiz y otros de sus copartidarios conservadores consistió en usar un proyecto en apariencia apolítico, en el sentido tradicional del concepto, y utilizar para sus propósitos las letras con sus recursos retóricos, combinadas con la práctica estética de la representación metonímica a través del dibujo, la pintura y el grabado. La imagen que forjaron de Bolívar fue la de un líder carismático en el sentido expresado por Max Weber (1977: 193), es decir, la cualidad que pasa por extraordinaria en una personalidad, “por cuya virtud se le considera en posesión de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas”.  Para el caso que nos ocupa, es conveniente subrayar la importancia que posee el carisma como fuerza creadora de valor en la Historia (Giddens, 1976: 89) y, en consecuencia, el poder que se obtuvo al establecer como base de la construcción de la memoria colectiva una figura carismática de las dimensiones de Simón Bolívar<br />Luego de la definición programática de la ideología del partido Conservador colombiano, plasmado en el ideario promulgado por José Eusebio Caro y Mariano Ospina en 1849, ése partido se  inclinó por la figura de S. Bolívar, a través de una  interpretación del contenido de sus concepciones acerca del papel del Estado.  Manuel María Madiedo en 1858 refería la oposición bipartidista  Liberal-Conservador a las trayectorias de Bolívar y F. de P. Santander respectivamente, en lo que denominó como la oposición entre la escuela conservadora que vincula con  la democracia del sable  (“esa democracia semi-salvaje, sin más lustre que sus armas victoriosas”), al partido civil  o liberal (“Alrededor de Santander se agrupó el antiguo criollaje, vestido de todos los colores, y buscando la antigua preponderancia, al arrimo del orden civil de que Santander se había hecho el patrono”).  <br />El análisis de Madiedo en 1858  dejó ver la férrea oposición respecto de lo que califica como “la secta radical” del partido Liberal que ya para entonces se preparaba para formar la hegemonía política que  gobernó durante cerca de veinte años bajo los lineamientos de la Constitución federal de 1863.  Durante las décadas de los años sesenta y setenta del siglo XIX el conservatismo presentó diversos matices, entre estos el tradicionismo de M.A. Caro, uno de los más significativos por su coherencia programática, su vinculación a las doctrinas de la Iglesia Católica (González, 2007) y a la tradición hispánica (Jaramillo, 1954). A comienzos de 1880, luego de la Guerra civil de 1876-1877 registramos en el pretendido proyecto apolítico del PPI un renacimiento nítido de los ideales conservadores y el propósito claro de forjar la memoria nacional en torno a los “padres de la patria”,  con una especial preponderancia en la imagen reconstruida de S. Bolívar.  También durante el Siglo XX algunos de los principales ideólogos del conservatismo colombiano (Álzate, 1979; Gómez, 1957) retomaron el tema del origen de la ideología conservadora en Colombia vinculándola de manera explícita al pensamiento y la obra del Libertador  (Melo, 2008).<br />El acento de conservatismo se hace evidente en las páginas del PPI en el tratamiento que se hace de la figura de F. de P. Santander y, por extensión, del liberalismo.  Recordemos que el proyecto editorial del PPI se declaraba apolítico y en efecto logró vincular en torno de éste a intelectuales y  políticos de ambos bandos, pero la formación de la memoria histórica a partir de la Independencia política de España y la valoración de los “padres de la patria”, dejan en  notoria inferioridad a Santander.  Me refiero a que en la formación de la memoria histórica cuentan de manera decisiva los “hechos historiográficos”, es decir la manera como se forma un canon de la interpretación del pasado.  En ese sentido es clara la diferencia establecida por White (2003, 50) cuando separa el acontecimiento del hecho:<br />...distingo un acontecimiento (como un acontecer que sucede en un espacio y tiempo determinado) y un hecho (un enunciado acerca de un acontecimiento en la forma de una predicación).  Los acontecimientos ocurren y son atestiguados más o menos adecuadamente por los registros documentales y los rastros monumentales; los hechos son construidos conceptualmente en el pensamiento y/o figurativamente en la imaginación y tienen una existencia sólo en el pensamiento, en el lenguaje o en el discurso.”<br />Un reconocimiento semejante lo encontramos de manera temprana (1872) en los escritos historiográficos de J.M. Quijano Otero, quien en la Introducción de su Compendio de historia patria reconoce que “Muchas veces basta la manera de presentar un suceso para formar opinión respecto de él, y tal vez opinión que un estudio serio y concienzudo haría variar, aunque todos los incidentes hubieran sido narrados con fidelidad” (1891, II).<br />El hecho historiográfico protuberante en el PPI es que en la galería de “padres de la patria” la figura de Santander sí bien existe, es considerada de menor importancia para la construcción de la comunidad imaginada.  El reconocimiento de Santander se hizo en el número 3 del año I (1881), con una litografía en la primera página en la que se reproduce el medallón del perfil de Santander elaborado en 1830 por el escultor francés Pierre Jean David (1788-1856), también conocido como David D’Anger, sumado a un estudio biográfico elaborado por Salvador Camacho Roldán, claro exponente del liberalismo radical colombiano, quien consideró que el nombre de éste “está íntimamente ligado, como el de ningún otro, tanto como el de Bolívar  en la obra de fundación de la República y de la construcción de los primeros cimientos de instituciones políticas sobre que (sic) reposa nuestra actual nacionalidad.  Santander fue el gran genio organizador de Colombia, durante el último periodo de la guerra de independencia y el grande administrador del primer periodo de paz en la Nueva Granada”.  La conclusión de su estudio deja constancia de la polémica que por muchas décadas se extiende, incluso hasta la contemporaneidad (González, 2008), respecto de la valoración y el papel que se le asigna a los dos actores históricos.  Según Camacho Roldan “Bolívar era un legislador militar;  Santander un militar jurisconsulto”.<br />De manera sorprendente, el siguiente número del PPI, fechado el 28 de octubre de 1881, fue consagrado en su totalidad a Bolívar “como ofrenda de gratitud y de admiración”, pero a juzgar por los propósitos contenidos en el análisis de Camacho Roldan en el número anterior, más parece que obró como un desagravio, aprovechando una fecha en apariencia anodina como lo fue la inhumación de los restos fúnebres de Bolívar en el Panteón nacional en Caracas (Venezuela), que se llevaron a cabo en el año de 1876.  La pagina titular mostró la reproducción de un grabado que muestra la estampa de la escultura del italiano  Pietro Tenerani (1789-1868), quien tomó como referencia el  ya mencionado bosquejo de Roullin y esculpió una de las primeras esculturas de Bolívar en el mundo, inaugurada en 1848 en la plaza central de Bogotá (Colombia), además de cuatro grabados de media página cada uno, en los que se representa pasajes de la vida pública y militar del Libertador.  El nuevo estudio biográfico para destacar el genio militar de Bolívar, que se suma al ya referido del primer número del PPI, fue escrito por Manuel Briceño (1849-1885), quien ya antes había elaborado escritos de tipo historiográfico, como su estudio sobre los Comuneros, o aquel referido a la Guerra de 1876-1877 y quien era afecto al conservatismo.<br />En ese mismo número “de desagravio” se incluyeron dos poemas, uno de estos de José María Heredia (1803-1839), conocido como el poeta nacional cubano quien escribió en 1827 el que es tal vez el primer poema a Bolívar, donde se plasma la visión épica de la gesta bolivariana en América del Sur y termina con arrobo así:<br />¡Numen restaurador! ¿Qué gloria humana<br />Puede igualar a tu sublime gloria?<br />¡Oh Bolívar divino!<br />Tu nombre diamantino<br />Rechazará las olas con el tiempo<br />Sepulta de los reyes la memoria;<br />Y de tu siglo al recorrer la historia<br />Las razas venideras<br />Con estupor profundo<br />Tu genio admirarán, tu ardor triunfante,<br />Viéndote sostener, sublime Atlante, <br />La independencia y libertad de un mundo.<br />El otro poema fue  “La bandera colombiana” composición de cerca de doscientos versos de José Joaquín Ortiz (1814-1892), educador, periodista, católico y conservador hasta la médula, quien en esa pieza lírica destaca el amor de Bolívar por la Nueva Granada, al mismo tiempo que plasma su función como símbolo de la patria y el papel de los héroes en la historia, entendidos como la voluntad de un designio divino. He aquí algunas muestras de esta creación:<br />Dios sacó de la inmensa muchedumbre<br />De nuestra tierra un hombre<br />Que distinguió entre todos: era un mundo<br />De nobles pensamientos su cabeza;<br />Su espíritu, tesoro inagotable<br />De fuerza y voluntad; él conocía<br />Del corazón de los demás la senda<br />Y elocuente sabía<br />Como hacer poderosa su palabra;<br />Y así, cuando de golpe aparecía<br />En medio del combate, del soldado<br />El pecho palpitaba, cual si viera<br />O la faz de su madre placentera<br />O el bello rostro del objeto amado.<br />Él se llamó Bolívar, y doquiera<br />Fue símbolo del pueblo: en la batalla<br />Y bajo del  dosel, y hasta que a orillas<br />Del mar ferviente halló la paz que sólo<br />En el silencio de la tumba se halla.<br />Para concluir señala:<br />Y fue así como en su hora soberana<br />Pronto a dejar el mundo<br />Se envolvió en la bandera colombiana<br />Y con amor profundo<br />Pronunció lleno de esperanza el nombre<br />Del que murió por libertar al hombre.<br />También fue obra de la pluma de Ortiz el poema “Un húsar de la guardia del Libertador” que éste preparó para conmemorar el natalicio de Bolívar y que fue leído en sesión solemne del Ateneo de Bogotá, institución fundada en mayo de 1884 bajo la denominación de “Liceo colombiano”, tomando como referencia para su organización al Ateneo de Madrid.  En esta pieza lírica Ortiz se esfuerza por mostrar la grandeza del personaje, más allá de las pugnas intestinas que agobiaron sus últimos años:<br />¡Ahora puedes dormir tranquilamente<br />Dando paz a tu espíritu afligido!<br />Los que te calumniaron ya no existen<br />Y se han sumido en el eterno olvido,<br />Mientras tu fama cual la luz del día<br />El  universo inunda,<br />Y la generación que se levanta<br />Como de roble altísimo a la planta<br />Crece prole fecunda,<br />Admirando tus hechos<br />Y arrobada de amor tu gloria canta!<br />El mensaje de Ortiz es claro al dirigirlo a las nuevas generaciones, quienes tendrían entonces como referente la visión que plasman los ideólogos conservadores del PPI sobre la obra de Bolívar, al mismo tiempo que por contraste desprestigia a sus contradictores arrojándolos al foso de los calumniadores.<br />Más significativo aún para la definición de un canon historiográfico que definirá una concepción histórica legendaria de Bolívar, lo veremos aparecer en una nueva representación lírica del Libertador, esta vez en la pluma de M.A. Caro (PPI, II.46-48.381) quien escribió el poema titulado “A la estatua del Libertador”, con motivo de la celebración del centenario de su nacimiento, poema en el que las concepciones épica y religiosa son decisivas:<br />¡LIBERTADOR! Delante<br />De esa efigie de bronce nadie pudo<br />Pasar, sin que a otra esfera se levante,<br />Y te llore, y te cante<br />Con pasmo religioso, en himno mudo<br />Más que mortal, glorioso,<br />Y más que antiguos semidioses creces<br />En solo un siglo.  Fuerza de coloso<br />Ostentas en reposo.<br />Mártir ante los hombres resplandeces.<br />Unos años después la pluma de J.A. Silva escribe, poca antes de su muerte, el poema“Al píe de la estatua”, donde dejó  el siguiente testimonio:<br />¡Oh Padre de la Patria!<br />Te sobran nuestros cantos; tu memoria<br />Cual bajel poderoso<br />Irá surcando el océano oscuro<br />Que ante su dura quilla abre la historia<br />LA HISTORIA PATRIA<br />En la Introducción de su Compendio de historia patria J.M. Quijano Otero declaraba su principal motivación así: “Sin pretender otra cosa que ser un fiel narrador de los acontecimientos pasados, sólo ha presidido a mi trabajo una idea preconstituida (sic): el amor a la Patria y la veneración que tengo por aquellos que la fundaron” (1891, III).  Ya señalamos antes en este escrito la exaltación poética de M.A. Caro en su poema “Patria” (¡Patria te adoro en mi silencio mudo...), con lo que se completa el circuito de formas literarias (en verso y en prosa), a través de las cuales se crea el sentimiento patriótico que informará las visones de la independencia nacional.  Desde el punto de vista de Anthony Smith (1991, 36) uno de los principales atributos de la concepción occidental de nación es el referido a la patria, que en criterio significa una comunidad de leyes e instituciones que expresan la unidad política:<br />Un segundo elemento es la idea de patria, es decir, la comunidad de leyes que tienen un propósito político unificado. Ésta contiene algunas instituciones comunes de regulación que dan expresión a un sentimiento y un propósito político común.<br />La formación de estos sentimientos comunes en el plano jurídico y político requiere, según Smith,  de un complemento indispensable en el plano cultural:<br />En otras palabras, las naciones deben tener a su medida una cultura común y una ideología política, así como un conjunto de acuerdos comunes y aspiraciones, sentimientos e ideas, que una a la población que habita un determinado territorio.  En la tarea de asegurar un espacio público común, la cultura de masas se ha formado sobre la base de agencias populares de socialización, en especial el sistema público de educación y los medios masivos de comunicación. En el modelo occidental de identidad nacional, las naciones deben ser comunidades culturales, cuyos miembros estén unidos, si no de manera homogénea, si por la memoria histórica común, los mitos, símbolos y tradiciones.<br />El concepto de Patria sirvió durante las primeras décadas del siglo XIX en la Nueva Granada para expresar el anhelo de libertad respecto de la dominación colonial española, con el propósito de designar la pertenencia a un territorio que fue conquistado por sus ancestros hasta constituirse en una herencia propia.  En las postrimerías del siglo XVIII la elite criolla ilustrada desarrolló un fuerte sentido de la especificidad americana, precisamente gracias al estudio de su entorno físico con la Expedición botánica (1783-1817).  Los resultados de estas labores científicas permitieron a los criollos  establecer su propia condición de españoles nacidos en América, con lo que se prepara el terreno para la lucha por una identidad propia que en el plano político dará como resultado el proceso independentista.  <br />En ese contexto, el concepto de Patria se codificó como una  estructura de sentimiento de lo raizal, de lo propio, que se expresó en el plano jurídico y político por una organización diferente de la dominación legal-racional española, soportada en las instituciones sociales y jurídicas emanadas del Consejo de Indias. En el plano de la vida cotidiana la patria forma  una codificación cultural, a la manera de un símbolo que tiene una extensa permanencia en la medida en que forma parte del modelo cultural hegemónico.  Como lo señaló Roberto García-Peña (1971, 51):<br />La patria es como un cuento.  Primero nos llega corazón adentro por los caminos de la imaginación, cuando, apenas alumbrada la conciencia por una tenue lumbre de razón, empezamos a soñarla; a sentirla en la voz de los clarines; a aprenderla en la música de su canto; a amarla en la vagamente entrevista gloria de los héroes.  Nos llega hecha de lugares y de nombres y de acciones guerreras.  Y de pronto, a medida que los años avanzan y los ojos miran con mayor claridad e inteligencia se hace más viva en la apreciación de los hechos, sentimos que nos ha conquistado el alma, y que somos parte suya, y nosotros íntegra parte de ella.<br />El nuevo orden jurídico republicano, aún con su carácter incipiente en los primeros años de la República en la Nueva Granada (el periodo conocido como la “Patria boba”), expresa la aspiración de construir lo que Smith denomina “la comunidad de leyes e instituciones con un propósito político común”, en este caso el mantenimiento del orden político republicano. El significado que va a adquirir con el trabajo de producción cultural de los intelectuales agrupados en el PPI  adoptará un tono diferente, en cuanto que la significación ya no estará referida a un código binario que establece una polaridad de la Patria respecto de un enemigo externo, como lo fue la dominación colonial española al comienzo del siglo, sino que en las postrimerías de éste se trata de definir una estructura de sentimiento común que se vincule con una imagen del pasado (heroica-patriota, encarnada en la figura insigne de Simón Bolívar), sumada a un sentimiento trascendental, teológico-metafísico (la religión Católica) y con el establecimiento de un canon estético, asociado a los códigos estético-expresivos propios de la latinidad, pero sobre todo de la hispanidad, para luchar contra el utilitarismo de los liberales radicales.<br />La revalorización de esas fuentes estéticas tuvo en la obra de M.A. Caro un activista de primer orden.  Latinista consumado, publicó dos de sus estudios sobre esta materia en el PPI (II, 27, 34-38; II, 27, 43-45) y elaboró una sólida argumentación sobre la necesidad y los beneficios de revalorar la herencia hispánica en  Colombia. A través de la relación entre la lengua latina y las lenguas romances, en particular la lengua española, el sentimiento estético de Caro lo condujo al rescate de la herencia hispánica en variados aspectos, entre ellos uno muy importante para la sustentación de un modelo cultural, a saber, el humanismo propio a la religión Católica que le sirvió de fundamento en sus concepciones acerca del mundo de las relaciones sociales, desarrollando una versión adaptada del tradicionismo europeo para enfrentar de manera crítica a las concepciones utilitaristas pregonadas por los liberales radicales, sus antagonistas políticos.<br />En la revalorización de la herencia hispánica no podía pasar desapercibido don Miguel de Cervantes Saavedra y su obra literaria.  En este caso no se trata en mayor medida de su obra cumbre El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, sino más bien de  La destrucción de Numancia, obra en la que el autor español retoma el episodio histórico del cerco a Numancia para destacar el heroísmo de sus pobladores hasta llegar al sacrificio por su tierra, por su patria. En ese sentido parece expresarse  el lema principal del PPI “Pro Patria” que se relaciona con el concepto de Nación que se entroniza en la visión de la Historia patria colombiana.  Según Vivar (2000, 7):<br />El sentimiento de nacimiento y patria, como el ideal de la muerte por la patria, quedaron vinculados durante siglos al concepto de la nación para expresar la unión del hombre con la tierra donde nació y para establecer la diferencia con los extranjeros. Heredados de la antigüedad romana, la idea de natio y el tópico pro patria mori cobran un nuevo vigor y desarrollo en los escritos de los humanistas, desde Petrarca a Maquiavelo, a través del paradigma del mártir cristiano y de un renovado sentimiento patriótico.<br />El valor de este arquetipo numantino en el tradicionismo de Caro resulta de primer orden para sustentar sus convicciones religiosas, estéticas,  políticas y sociales, para ofrecer un modelo de sacrificio, aún en condiciones de inferioridad, como lo estuvo durante la resistencia a la hegemonía liberal radical durante la mayor parte del federalismo colombiano del siglo XIX. Incluso esta revalorización de la herencia hispánica la llevó Caro a una nueva interpretación de la dominación colonial española, para enfrentar la “leyenda negra” y pasar al rescate de los valores de la tradición hispánica en cuanto a la religión y la lengua. Incluso en su valoración de la Independencia, que caracterizó como una guerra civil entre españoles americanos y españoles peninsulares, Caro se empeña en mostrar la fuerza raizal de los antecedentes hispánicos en la cultura de la Nueva Granada.<br />Gutiérrez Girardot (1987, 58) ha subrayado la fuerza que tiene esta asociación entre el pasado y la sacralización, en la formación del concepto de Nación con estos términos:<br />Pero todas las especies de esta curiosa ideología exclusivista que surgió con el Estado Nacional tenían de común un pathos: el de la “sacralización” de lo que la burguesía llamaba la “patria” y que no era otra cosa que la abusiva identificación de su estado con el “pueblo”, con la Nación, con el Estado. Y esta Nación, esta Patria tuvo sus “símbolos”, celebró ritos y cultos y creó normas tácitas pero eficaces: el “amor a la patria”, “todo por la patria”, el “sacrificio” en el “altar de la patria”, etc., etc.  Es decir, se secularizó el vocabulario de la misa y de la praxis religiosa, y se sacralizó a la Nación y a la Patria. <br />Este tipo de asociación expresa el significado de lo que J.J. Rousseau (1996: 222-223) denominó en El contrato social  “la religión civil” para referirse a la forma como en el proceso de secularización de las sociedades modernas se sustituyen las codificaciones propias de lo sacro con nuevos ropajes, aunque en el caso que nos ocupa podemos encontrar los denominados por Rousseau como “dogmas positivos”, a saber, la existencia de la divinidad poderosa,   la creencia en la vida futura, la exaltación de la virtud y la condena del vicio, la santidad del contrato social y las leyes, al mismo tiempo que se incorporó a esta “teología de la república” el dogma negativo de la intolerancia tanto en el plano religioso como en la vida política.<br />CONCLUSIONES<br />En las postrimerías del siglo XIX colombiano se puso en evidencia la “crisis de la memoria”,  a través de expresiones poéticas más que en el género novelístico. Para ayudar a superar esa crisis en el PPI se construyó una imagen canónica de la Independencia de Colombia en la que primaron el carácter patriótico y la encarnación del patriotismo en la figura carismática de Simón Bolívar.  Aunque este proyecto periodístico se declaró apolítico, es evidente la influencia mayor del conservatismo. Las contribuciones de Caro en el plano de la Filología, la Filosofía política, la poesía y otras ramas de las artes y las letras, lo erigieron como el ideólogo admirado por los conservadores.  El ascendiente de esta figura en la obra y en el pensamiento de Alberto Urdaneta, soporte principal y gestor del PPI, significó la influencia mayor en la definición del proyecto cultural de esta publicación en la que se construyó de manera laboriosa el canon historiográfico de la Historia patria colombiana que luego, en el siglo XX, tendría solución de continuidad en la fundación de la Academia colombiana de historia, institución guardiana de esa tradición hasta nuestros días.       <br />REFERENCIAS<br />Abadía, G. (1971).  Coplerio colombiano.  Selección de “cantas” populares de Colombia.  Bogotá, Instituto colombiano de cultura.<br />Abadía, G. (1973).  La música folclórica colombiana. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia<br />Abadía, G. (1985).  Un hallazgo literario. En, Isaacs, Jorge. Canciones y coplas populares.  Bogotá: Procultura.<br />Acosta, C.E. (2009).  Lectura y nación: novela por entregas en Colombia, 1840-1880. 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(Seud. Aurelio). Virgilio estudiado en relación con las bellas artes. Papel periódico ilustrado, t. II, n. 27, p. 34-38.<br />Caro, M. A. (1993). Obra selecta.  Caracas: Biblioteca Ayacucho.<br />Carrera, G. (1987).  El culto a Bolívar.  Esbozo para un estudio de la historia de las ideas en Venezuela. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.   <br />Colmenares, G. (1986).  La historia de la revolución por José Manuel Restrepo: una “prisión historiográfica”.  En, La independencia: ensayos de historia social.  Bogotá: Colcultura. <br />Chartier, R. (1994).  Pouvoir et limites de la representation. Sur l’oeuvre de Louis Marin.  Annales. Vol. 49, No. 2 <br />Deas, M. (2006).  Miguel Antonio Caro y amigos: gramática y poder. En  Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombiana (pp. 27-61).  Bogotá: Taurus.<br />García-Peña, R. (1971).  La patria es como un cuento.  En, AA.VV. La patria y los días. Antología de crónicas. Vol. II. 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El texto histórico como artefacto literario y otros escritos. Barcelona: Paidós. <br />Williams, R. (1972). Los medios de comunicación social. Barcelona: Península.<br />Williams, R.  (1997). Marxismo y literatura.  Barcelona: Península.<br />Zalamea, J. (1986). La poesía ignorada y olvidada.  Bogotá: Procultura.<br />
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Visiones de la independencia de Colombia en el "Papel periódico ilustrado"

  • 1. VISIONES DE LA INDEPENDENCIA COLOMBIANA EN EL PAPEL PERIODICO ILUSTRADO, 1881-1888<br />Jorge Enrique GONZALEZ<br />RESUMEN <br />En este artículo se presentan los resultados de un análisis de las formas de representación de la Independencia colombiana en el Papel periódico ilustrado, publicación quincenal que apareció entre 1881 y 1888. El concepto de representación se aplica a través del estudio de las formas que la mirada adopta históricamente (regímenes escópicos) y se analizan los lugares de la memoria que construyó la elite intelectual colombiana de esa época respecto del proceso de la Independencia, por medio de la representación icónica expresada en el grabado y la construcción de una forma particular de relato histórico. En particular, se destaca la formación del mito de Bolívar a través de la exaltación iconográfica de la personalidad carismática del Libertador, elevado a la categoría de factor de primer orden en la formación de la memoria colectiva.<br />Palabras claves: Colombia-Independencia 1810-1819; regímenes escópicos; lugares de la memoria; carisma; iconografía; historiografía colombiana.<br />INTRODUCCIÓN<br />El problema de la construcción de la Nación colombiana a lo largo del Siglo XIX ha sido objeto de diversas interpretaciones. Para el estudio de este problema una de las fuentes secundarias contemporáneas de mayor repercusión ha sido B. Anderson (1993), quien en su trabajo Comunidades imaginadas pone énfasis en el papel de los medios impresos, entendidos como mediaciones culturales de las cuales se dotó la elite intelectual y política para formar su propia visión de lo que debería ser una comunidad de sentido que diera piso y sirviera de mecanismo de legitimación del Estado nacional en construcción. El proposito de formar el Estado logró claridad en el momento en que se resuelve el problema de fusionar la comunidad de sentido, entendida esta como la unidad en cuanto a la memoria de un pasado común, la unidad del territorio soberano, la unidad lingüística, la homogeneidad religiosa y, sobre todo, la concepción de un destino común en el que las funciones estatales de la gestión de lo público resultarían vitales para la conducción de ese tipo de proyectos colectivos.<br />Para América Latina uno de los trabajos de mayor ambición, en cuanto a su cobertura, fue el de D. Sommer (2004), quien desde la perspectiva de la crítica literaria pretendió abarcar las múltiples y complejas realidades de la construcción de naciones en la región desde el examen de la producción literaria, en cuanto a la aparición del género novelístico en el Siglo XIX, recogiendo un corpus conformado por una decena de novelas en las que cree encontrar un factor común, a saber, lo que denomina la fusión de Eros y Polis, para dar cuenta del origen del “amor patrio” que exhibieron los diversos actores sociales de estos procesos históricos.<br />A diferencia de esta mirada de conjunto en la que la tesis de la fusión de Eros y Polis puede resultar sugestiva, el análisis detallado de las formas de nacionalismo que acompañaron la formación de cada uno de los Estados nacionales de la región puede arrojar otros resultados. Este problema de las escalas del análisis historiográfico (Revel, 1996) nos puede permitir un acercamiento más detallado a los procesos culturales que se libraron al interior de la comunidad política de cada país, para luego sí avanzar en la perspectiva comparativa. En el caso de la Colombia de finales del Siglo XIX podemos constatar el argumento de R. Terdiman (1993) en el sentido de caracterizar las postrimerías del Siglo XIX en Occidente como una época de “crisis de la memoria”, que sería el resultado de la obsolescencia de los mecanismos tradicionales del recuerdo colectivo respecto de las necesidades de transformación de las sociedades de la época:<br />En el siglo XIX lo inadecuado de los mecanismos de la memoria respecto de las necesidades para la transformación de la sociedad se volvieron críticos. La crisis de la memoria surgió de esa inadecuación.<br />Según este planteamiento esa crisis se manifestó a través de las formas literarias de las postrimerías del Siglo XIX, tanto en prosa como en verso, no como fusión de valores abstractos para la formación de las naciones, sino como preocupación existencial frente a la incertidumbre acerca de cómo dotar de sentido y de contenido a la “comunidad imaginada”, y daría como respuesta una valoración estratégica de la escritura de la Historia, como la disciplina que por antonomasia designaría a la memoria (Ricoeur, 2000: primera parte). En efecto, más allá de una interpretación que confía en la asociación entre Eros y Polis para designar la matriz cultural de la gestación de las naciones hispanoamericanas, tendríamos que interrogar sobre el lugar de la novelística que asocia esos valores, como una de las expresiones de la sensibilidad propia del romanticismo de algunos escritores de la región, pero no necesariamente los referentes de los cuales se sirvieron los actores sociales concretos que formaron las sociedades políticas de la primera mitad del Siglo XIX hispanoamericano.<br />Si bien es cierto que podemos encontrar rasgos de romanticismo decimonónico en varios de estos actores sociales de las diversas sociedades políticas de la región, la asociación con la novela, entendida ésta como una praxis estética-expresiva específica, adopta una cronología asincrónica y heterogénea respecto de los procesos de construcción nacional, en especial durante la primera mitad del Siglo XIX. En ese sentido la novela no tendría el valor estratégico que algunos pretenden otorgarle, debido a la escasa producción en cada país, frente a la difusión de otras manifestaciones tales como la poesía y la música popular, de amplia aceptación. El fenómeno de la difusión de las novelas se puede considerar como un proceso de alguna importancia a partir de la segunda mitad del Siglo XIX, que se va haciendo extensivo gracias a la difusión de medios de comunicación como los periódicos locales, regionales o nacionales, en los que se utilizó la estrategia de la publicación por entregas. En la Colombia de esa época en ese proceso de difusión fueron abundantes los autores franceses (Dumas, Sue, de Lamartine, Chateaubriand, Victor Hugo, Féval) y algunos españoles; en menor medida aparecen autores colombianos (Cf. Acosta C.E. 2009).<br />Por otra parte el valor del verso en nuestra historia se remonta hasta la tradición de los mitos en diversas comunidades amerindias, ya que como lo señaló J. Zalamea, en cuestión de poesía no hay pueblos subdesarrollados (Zalamea, 1986). En el periodo hispánico contamos con el denominado “descubrimiento poético de América” (Ospina, 2007) desarrollado por la ingente labor de don Juan de Castellanos quien se ocupó de narrar su visión de los pobladores y el territorio en el siglo XVI, incorporando a sus narraciones un buen número de expresiones propias de los pueblos locales. Este cantar inaugura una tradición que será complementada por el aporte hispánico en el Nuevo Mundo con la coplería española en forma de saetas, serranas y serranillas, endechas y villancicos, trovas y romances que nutrieron el decir popular en América y se convirtieron en las diversos clases de coplas o cantas (piadosas, amorosas, humorísticas, irónicas, descriptivas) (Abadía, 1971, 1973) que nutrieron las expresiones musicales propias del mestizaje colombiano. Todo este acervo poético constituye parte sustancial de la tradición oral colombiana en la que la vena poética ocupa un lugar central en la transmisión entre generaciones.<br />No obstante, G. Abadía (1985, 14) establece una diferenciación en el uso corriente de las coplas al señalar que la copla popular fue la base para aíres musicales como guabinas, torbellinos, joropos, bundes, rajaleñas, fandanguillos, porros, contrapunteos, etc. No obstante, los bambucos, pasillos y danzas criollas utilizaron en su mayoría letras más o menos eruditas de los poemas nacionales o extranjeros. Esta diferenciación nos permite comprender la utilización de letras de corte patriótico en algunas de las piezas emblemáticas, tales como “La vencedora”, “La libertadora”, o incluso el bambuco “La guaneña”. A pesar de que durante varías décadas del siglo XIX estas obras fueron poco a poco olvidadas, la labor del Papel periódico ilustrado también se ocupó de éstas y procedió a editar algunas partituras para lograr una renovada difusión de estas piezas patrióticas (PPI, III, 71, 382).<br />En el caso colombiano es necesario, además, tomar en cuenta el proceso social por medio del cual se crean las instituciones académicas (Academia colombiana, Academia de bellas artes) que son producto de las décadas de 1870 y 1880. También es importante señalar que la especialización de la actividad de escritor, para llegar a deslindar la actividad profesional del novelista, con su consecuente reconocimiento del público, es un fenómeno que tuvo que esperar hasta el siglo XX. En ese sentido el oficio de escribir en verso y/o en prosa constituyó una actividad complementaria de los intelectuales del siglo XIX, que fue testimonio del lento proceso de secularización de la sociedad. <br />Para la construcción de una “comunidad imaginada” en Colombia que tuviese una cierta permanencia en el tiempo y se constituyera en parte sustancial de un modelo cultural hegemónico, es necesario tomar en cuenta además el importante antecedente de la “Comisión corográfica” dirigida por Agostino Codazzi (1793-1859), quien fue contratado hacía el final de la primera administración del Presidente Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849), como parte sustancial del proyecto de conformación del Estado nacional, por medio de la estrategia de conocer con detalle el territorio y fomentar el desarrollo de vías de comunicación que permitieran la estructuración del mercado nacional (Schumacher, 1988; Safford, 1989, Sánchez, 19). Una de las características de la tendencia de análisis corográfico fue la de incluir el estudio de los accidentes geomorfológicos del territorio, tanto como la descripción y análisis de los pobladores de esos territorios. <br />Este segundo rasgo permitió la incorporación de pintores y acuarelistas a las expediciones de la Comisión corográfica que por medio de su “mirada cartográfica del arte”, en este caso “el ojo descriptivo y alegórico” propio de la cartografía del siglo XIX (Buci-Glucksmann, 1996: pág. 51 y ss), generó una serie de representaciones icónicas de la diversidad cultural de los habitantes de las regiones de la Nueva Granada, que no tuvieron divulgación a través de medios masivos. La concepción que se desprende de los trabajos de la “Comisión corográfica” es la de una nación diversa, conformada por varios estamentos y etnias, en la que sobresale la exuberancia del paisaje natural, frente al paisaje cultural de los centros urbanos (pueblos y ciudades), en los que la representación del espacio estuvo dominada por los signos religiosos de las iglesias y templos católicos. Es importante destacar que en las visiones que se formaron con el “ojo cartográfico” de los pintores de esa Comisión, no aparecen signos visibles de la heroicidad a la manera como la construirá y divulgará masivamente el Papel Periódico Ilustrado (en adelante se citará como PPI), aunque en esta publicación periódica se recogerá la tradición inaugurada en la Comisión corográfica de representar los “tipos” humanos colombianos en una sección menos trascendental que las dedicadas a crear un nuevo canon de la memoria histórica nacional.<br />Retornando al planteamiento de Terdiman tenemos que éste se orienta en una dirección que se preocupa por comprender el significado del cúmulo de evidencias que dan testimonio de la crisis de la memoria. Sí exploramos el valor de este planteamiento en el caso colombiano, encontramos que durante la segunda mitad del siglo XIX, con especial énfasis en las dos últimas décadas del siglo, se concentraron evidencias empíricas que dan testimonio de la crisis existencial representada por el interrogante acerca de cómo ubicar la propia trayectoria vital en un torrente de cambios que se producen en el mundo circundante. Uno de los exponentes más conspicuo fue el poeta José Asunción Silva (1865-1896), quien escribió en su poema “La respuesta de la tierra”:<br />¿Qué somos? ¿A do vamos? ¿Por qué hasta aquí vinimos?<br />¿Conocen los secretos del más allá los muertos?<br />¿Por qué la vida inútil y triste recibimos?<br />¿Hay un oasis húmedo después de estos desiertos?<br />¿Por qué nacemos, madre, dime, por qué morimos?<br />Por qué? Mi angustia sacia y a mi ansiedad contesta.<br />Yo, sacerdote tuyo, arrodillado y trémulo,<br />En estas soledades aguardo respuesta.<br />La tierra, como siempre, displicente y callada,<br />Al gran poeta lírico no le contestó nada.<br />En la próxima sección examinaré de manera sucinta las circunstancias históricas colombianas en este periodo, pero por lo pronto quisiera dejar testimonio de ese momento de crisis representado por la aguda controversia en torno de los valores que debían orientar a la sociedad de la época, polarizados entre concepciones utilitaristas y positivistas enfrentadas a concepciones de tipo tradicionista (González, 1997), que incluso se dirimieron en los campos de batalla sin lograr que los triunfos o las derrotas militares solucionaran el impasse. Encontraremos en la lírica una serie de testimonios de variados actores sociales de la época en los que expresan en forma sentida rasgos de esta “crisis de la memoria”. Por ejemplo, tenemos testimonios tempranos como el de José Eusebio Caro (1817-1853) quien en su poema “Despedida de la Patria” expresa así la sensación de extrañamiento del terruño y el futuro de una vida en el extranjero:<br />Lejos ¡ay! Del sacro techo<br />Que mecer mi cuna vio,<br />Yo, infeliz proscrito, arrastro<br />Mi miseria y mi dolor.<br />Reclinado en la alta popa<br />Del bajel que huye veloz,<br />Nuestros montes irse miro<br />Alumbrados por el sol.<br />¡Adiós, patria! ¡Patria mía,<br />Aún no puedo odiarte; adiós! <br />Unos años más tarde, uno de los hijos de J.E. Caro, el destacado filólogo y principal ideólogo del tradicionismo colombiano, Miguel Antonio Caro (1843-1909) escribió así en 1889 sobre el sentimiento patriótico en su poema “Patria”:<br />¡Patria! Te adoro en mi silencio mudo,<br />y temo profanar tu nombre santo.<br />Por ti he gozado y padecido tanto<br />Cuánto lengua mortal decir no pudo.<br />No te pido el amparo de tu escudo,<br />Sino la dulce sombra de tu manto:<br />Quiero en tu seno derramar mi llanto,<br />Vivir, morir en ti pobre y desnudo.<br />Ni poder, ni esplendor, ni lozanía,<br />son razones de amar. Otro es el lazo<br />que nadie, nunca, desatar podría.<br />Amo yo por instinto tu regazo,<br />Madre eres tú de la familia mía;<br />¡Patria! De tus entrañas soy pedazo.<br />También M. A. Caro escribía en 1886 la Oda “Frente a la estatua del Libertador” en la que exalta las virtudes del denominado ‘padre de la patria’, Simón Bolívar, y termina con sentidas frases de nostalgia frente a su recuerdo:<br />En mística amalgama,<br />Cual vago nimbo de tu excelsa frente<br />No imitación, veneración reclama:<br />El que Padre te aclama, <br />Mezcla de orgullo y de vergüenza siente<br />¡Libertador! Delante<br />De esa efigie de bronce nadie pudo<br />Pasar, sin que a otra esfera se levante,<br />Y te llore y te cante,<br />Con pasmo religioso en himno mudo.<br />Rafael Pombo (1833-1912) destacado escritor y poeta, célebre por sus poesías para niños, colaborador asiduo del Papel periódico ilustrado y otras publicaciones de la época, quien fuera uno de los primeros miembros de la Academia colombiana de Historia, plasmó en su “Hora de tinieblas”, publicada junto a otras piezas poéticas en 1877, uno de los más elocuentes testimonios en el que se muestra el desgarramiento existencial de un actor social finisecular. Comienza interrogándose por el sentido de la existencia y luego pasa revista a la condición humana, el libre albedrío y las diversas formas de maldad que reinan en el mundo contemporáneo. Veamos dos estrofas que nos ilustran estos sentimientos:<br />I<br />¡Oh que misterio espantoso<br />Es este de la existencia!<br />¡Revélame algo, conciencia!<br />¡Háblame, Dios poderoso!<br />Hay no sé qué pavoroso<br />En el ser de nuestro ser.<br />¿Por qué vine yo a nacer?<br />¿Quién a padecer me obliga?<br />¿Quién dio esa ley enemiga<br />De ser para padecer?<br />VII<br />¿Por qué estoy en donde estoy<br />Con esta vida que tengo,<br />Sin saber de donde vengo,<br />Sin saber a donde voy;<br />Miserable como soy, <br />Perdido en la soledad<br />Con traidora libertad<br />E inteligencia engañosa,<br />Ciego a merced de horrorosa<br />Desatada tempestad?<br />Jorge Isaacs (1837-1895), escritor de la novela María y miembro destacado del liberalismo radical, expresa en forma lírica su sentimiento respecto a las victorias pírricas en el plano militar, frente a la inmensidad que abre la muerte. En su pieza “Después de la memoria” encontramos estas expresiones:<br />I<br />Con albas ropas, lívida, impalpable; <br />En alta noche se acercó a mi lecho:<br />Estremecido, la esperé en los brazos;<br />Inmóvil, sorda, me miró en silencio.<br />Hirióme su mirada negra y fría...<br />Sentí en la frente como helado aliento; <br />y las manos de mármol en mis sienes,<br />A los míos juntó sus labios yertos.<br />II<br />La hoguera del vivac agonizante:<br />Olor de sangre...Fatigados duermen:<br />Infla las lonas de la tienda el viento: <br />De centinelas, voces a lo lejos...<br />¡Largo vivir!...!La gloria!... ¿Quien laureles<br />y caricias tendrá para mí en premio?<br />¿Gloria sin ti?...!Dichosos los que yacen <br />en la llanura ensangrentada muertos!<br />Otra expresión elocuente de la crisis de la memoria en este periodo la encontramos en Rafael Núñez, hombre público que militó primero en las huestes del liberalismo radical, para luego formar su propio movimiento independiente y forjar las bases del periodo político denominado la Regeneración, cuando alcanzó en tres oportunidades la Presidencia del poder ejecutivo nacional (1880-1882; 1884-1886; 1887-1888). Su fase de escepticismo la plasmó en una pieza como “Que Sais-Je” en la que expresa la variedad de dudas que asaltaban su existencia. Aquí algunas de éstas:<br />No sé si lo que llaman heroísmo<br />Es virtud, embriaguez o fanatismo,<br />Odio, ambición, delirio, saciedad...<br />En la noche que forman las pasiones, <br />No alcanzo de mis propias emociones<br />A saber la verdad.<br />Y concluye así:<br />¡Oh confusión! ¡Oh caos! ¡Quien pudiera<br />Del sol de la verdad la lumbre austera<br />Y pura de ese limbo hacer brillar!<br />De lo cierto y lo incierto ¡quién un día,<br />Y del bien y del mal, conseguiría<br />Los limites fijar!<br />Durante su tercer periodo como Presidente (1887-1888), en plena fase propositiva de la construcción de una nueva comunidad imaginada, Núñez redacta las estrofas de una “Oda a la independencia de Cartagena” que fueron estrenadas oficialmente el 6 de diciembre de 1887, con música del maestro Oreste Síndici. El impacto que logró esta pieza musicalizada la convirtió en la práctica en el himno nacional, a despecho de que como tal fungiera la “Oda al 20 de Julio”, compuesta por J.J. Guarín y J. Caicedo Rojas, adoptada como himno nacional desde 1845, aunque poco estimada como himno representativo popular por sus características de pieza de aspecto operático. <br />Las once estrofas que compuso Núñez son una muestra elocuente de la exaltación de tipo patriótica de las virtudes de los héroes (Bolívar, Nariño), con alusiones de tipo religioso (“del que murió en la cruz”, “la virgen sus cabellos arranca en agonía”), así como el heroísmo del pueblo cartagenero, motivo original de la redacción de esta Oda.<br />LAS POSTRIMERÍAS DEL SIGLO XIX COLOMBIANO<br />Para comprender mejor el significado de las visiones de la Independencia colombiana es menester referir las circunstancias presentes en las postrimerías del Siglo XIX. En primer término tenemos que aún estaba vigente el ordenamiento constitucional promulgado por la Carta política de 1863, también conocida como la Constitución de Rionegro (Antioquia) en recuerdo del lugar de las deliberaciones que dieron como resultado ese tratado. Según ese ordenamiento, los Estados Unidos de Colombia fueron organizados como un régimen federal en el que se unieron nueve Estados (Antioquia, Bolívar, Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá, Santander, Tolima), que previamente fueron declarados libres y soberanos en un proceso que ocupó varios años de la década de 1850.<br /> <br />La organización del Estado federal estuvo atravesada durante sus primeros quince años (1863-1878) por numerosos conflictos de tipo regional, hasta llegar en 1877 a una conflagración de alcance nacional. En efecto, la guerra civil de 1876-1877, conocida como “la guerra de las escuelas” por la función de detonador que tuvo entonces la polémica en torno al carácter laico de las escuelas públicas organizadas por el régimen liberal radical a partir de 1870, dejó a un gobierno triunfante en el plano militar, pero cuestionado en el plano cultural, de lo que quedó la simiente de un modelo cultural alternativo de tipo tradicionista católico que a la postre se impuso frente a los propósitos liberales de los gobiernos de la federación. La polarización política y cultural entre las dos grandes colectividades partidistas cesó temporalmente en el plano militar pero se mantuvo en otros planos de la vida nacional. Uno de los escenarios privilegiados de esa contienda fueron los medios de comunicación escrita, formadores de la opinión pública a través de la elite alfabetizada que por medio de la lectura se informaba y formaba su criterio a la luz de la polarización extrema, producto del enconado repertorio de cada tendencia política. El circuito de los medios impresos se complementaba con los clubes y cafés de la época, así como con la labor de los sacerdotes católicos desde los púlpitos y las formas de socialización que se derivaban de la feligresía.<br />De otra parte tenemos que la formación de la conciencia de unidad nacional se encontraba desgarrada por la dificultad que representaba la regionalización del país, expresada en la secular tradición de los caudillos regionales, además de las dificultades originadas en la topografía del territorio colombiano para la construcción de un mercado nacional que sirviera de soporte del sentido de pertenencia a través de las relaciones económicas. Ése fue un problema constante a lo largo de toda la primera etapa de construcción del orden republicano, que se vino a agravar durante buena parte de la segunda mitad del Siglo XIX debido a las soluciones de tipo federal en el plano político y administrativo, sin que se tuviese el sustento de la unidad en el plano económico y cultural. En consecuencia, la formación de la conciencia de la unidad nacional que obrase como correlato del planteamiento de una “comunidad imaginada”, sufrió grandes y graves tropiezos hasta la década de 1880 (González, 2007) cuando veremos aparecer un proyecto cultural como el del PPI, en el cual se forjó un acuerdo que en apariencia estuvo más allá de las inclinaciones partidistas gracias al cual se logró, entre otros asuntos, consolidar una manera hegemónica de ver el pasado.<br />Antes de este antecedente de las postrimerías del Siglo XIX, se registraron durante el periodo republicano algunos intentos de escribir la historia nacional. El primero de éstos correspondió a José Manuel Restrepo (1781-1863) político e historiador que formó la tradición que Germán Colmenares (1986, 11) denominó la prisión historiográfica de la historia patria, aunque a la luz del examen de las funciones que cumplió el PPI habría que preguntarse sí en efecto esta prisión de larga duración no se debe a la formación de un canon historiográfico como el que se desprende de esta publicación periódica y, sobre todo, a la solución de continuidad que representó la organización de un soporte institucional estable como lo ha sido la Academia colombiana de historia. La labor historiográfica de Restrepo fue notable en el sentido de lograr el acopio de una buena cantidad de fuentes primarias de origen estatal y por su empeño en forjar una leyenda de la “epopeya” de los próceres de la patria colombiana. En esta concepción se constata un deliberado culto a la personalidad de los líderes de la emancipación que luego se desempeñaron en los asuntos de Estado, resaltando su carisma. En otros términos se fijó un claro derrotero en cuanto a la exaltación de las condiciones épicas o heroicas en la narración del pasado, aunando dos condiciones: el hombre de acción que no vacila en apelar a las armas para defender sus ideales, sumado al hombre de Estado que se ocupa de la construcción de un orden político democrático y republicano. <br />En ese orden de ideas se produjo en la obra de Restrepo (1858) la exaltación de líderes como Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Antonio Nariño, entre otros, sin que fuese evidente una tendencia de tipo partidista, habida cuenta que para entonces se contaba con la delimitación de preferencias políticas estrechamente asociada a las personalidades más que a las ideas, pero aún no se registraba la formación de partidos políticos en el sentido estricto del término, es decir colectividades que se definieran por : i) su adscripción a un ideario explícito; ii) la organización interna de la colectividad con la definición de jerarquías y procedimientos; iii) la membresía, es decir, la identificación como miembro de una colectividad política. Si bien es cierto que esas condiciones formales no se dieron con todo rigor en el caso colombiano durante el siglo XIX, si nos sirven de criterio de referencia para dirimir la controversia en torno a cuándo podemos referirnos con propiedad a la existencia de partidos políticos y establecer el año de 1849 como aquel en el que se produce uno de los antecedentes claves, momento en que se proclaman los idearios políticos del liberalismo y el conservatismo, los dos partidos políticos tradicionales en Colombia.<br />Entre tanto, se registran tres antecedentes historiográficos en los trabajos de Joaquín Acosta (1800-1852), José Antonio de Plaza (1807-1854) y José Manuel Groot (1800-1878) quienes publicaron sus estudios históricos, en el primero de los casos dedicado a la historia del periodo colonial, el segundo a algunos aspectos de la vida durante la Colonia hasta llegar al periodo republicano (Plaza, 1850) y el último su Historia civil y eclesiástica de la Nueva Granada (Groot, 1869). A partir de la segunda mitad del Siglo XIX la producción historiográfica no se destaca con trabajos de envergadura, excepto la aparición de algunos artículos biográficos aparecidos en los periódicos de la época, o los textos de Historia patria como el de José María Quijano Otero (1872) y esa producción parece ceñirse a la dinámica de exaltar la particularidad de las regiones, constituidas entonces en Estados libres y soberanos, unidos en la Confederación o vinculados a la Unión federal. <br />Con la gestación de un modelo político, económico y cultural alternativo a la hegemonía del liberalismo radical aparece el proyecto de la Regeneración en la que se asociaron el tradicionismo católico liderado por Miguel Antonio Caro, con la visión política de tipo pragmática y escéptica de Rafael Núñez, que enfiló sus baterías para derrumbar el federalismo por considerarlo un sistema pernicioso para la unidad y el progreso material y espiritual de la Nación. En ese sentido se abrió paso a partir de la primera Presidencia de Núñez en 1880 una tendencia que buscará cimentar la unidad nacional apelando a lo que él denominó el principio tutelar de la identidad colombiana, a saber, la religión católica, al propio tiempo que se inició el desmonte de las instituciones políticas del régimen federal orientado por la Constitución de 1863. No obstante, la lucha partidista condujo a Núñez a iniciar una campaña de limitaciones a la libertad de prensa, en particular dirigida contra sus contradictores políticos, que dio como resultado la censura de prensa al final de su primer periodo presidencial. En palabras de Núñez (1882):<br />El freno de la penalidad, cuando la oratoria o los escritos no son justificables, pone una sordina en el tambor de la vocinglería de los difamadores de profesión, legatarios de Pasquinero, y es causa de una moderación engañosa que embaraza el criterio de los observadores imparciales. Pero cuando ese freno falta, los instintos se muestra en toda su desnudez y la perversidad se suicida, al desplegar sin temor todos sus pestilentes harapos.<br />En ese contexto, esbozado en sus grandes líneas aquí, surge y florece una iniciativa cultural como la del PPI, liderado por un miembro destacado del Partido Conservador como lo fue Alberto Urdaneta (1845-1887). Combatiente en la guerra civil de 1877-1878 en la denominada “guerrilla del Mochuelo”, tomó las armas para combatir el régimen radical liberal a nombre de la tradición católica. Hijo de un acaudalado terrateniente conservador, Urdaneta mostró desde su juventud una clara inclinación por el arte, lo que lo condujo muy pronto a viajar a Francia donde toma clases de dibujo con Paul-Cesar Gariot y más tarde, en un nuevo viaje a ese país en 1877 estudia con Ernest Meissonier y en el estudio del pintor español Nicolás Mejía, lugar en el que conoce a Antonio Rodríguez, también español, quien a la postre será el principal grabador del PPI, con quien regresa a Colombia en 1880 para emprender labores artísticas y editoriales. (Moreno, 1972) <br />Una vez silenciados temporalmente los cañones de la guerra civil y apaciguados los ánimos partidistas, Urdaneta de nuevo en Colombia se entrega a la tarea de editar un periódico ilustrado que sirviera a los propósitos de aclimatar un proyecto cultural suprapartidista con el objetivo de cimentar el sentimiento de unidad nacional. Al respecto señaló Urdaneta:<br />Deseamos que el primer periódico ilustrado con grabados en madera que se publica en Colombia, marque en la historia de su civilización una época de paz y bienandanza, que sus anales lo registren con orgullo, y por esto hemos recogido los nombres más conspicuos de todos los matices políticos, en las letras, las ciencias y las artes, y los hemos reunido en pacífica arena, en campo amigo, donde presiden las nueve del Parnaso y el divino Apolo. (PPI,1881, 1,1, pág. 3 cursiva de jeg) <br />En efecto, la nomina de colaboradores resultó amplia y diversa, dando acogida a liberales y conservadores de diversos matices, algunos de los cuales fueron enconados enemigos en asuntos políticos e incluso en los campos de batalla militar. Se presentó el caso singular que varios de los miembros de la nómina de colaboradores eran al mismo tiempo Redactores o Directores de periódicos partidistas, a menudo comprometidos en tormentosos debates políticos en los que se destilaban invectivas propias del sectarismo extremo. Directores de periódicos fueron Carlos Martínez Silva del Repertorio colombiano, Antonio Silvestre de El amigo del pueblo, Francisco Javier Vergara de El Ejercito; redactores fueron José Joaquín Ortiz de La Caridad, Florentino Vesga del Diario de Cundinamarca, Nicolás Pontón de La Ilustración, Sergio Arboleda de El Conservador, entre otros En el primer número del PPI aparece un listado de 192 colaboradores a los que se sumaron 50 más según el registro que aparece en el número 2. A este respecto resulta diciente un pronunciamiento del Director de la publicación sobre la participación femenina, que aunque escasa tuvo alguna figuración como en el caso de Silveria Espinosa de Rendón o Soledad Acosta de Samper:<br />No nos hemos permitido la libertad de solicitar la colaboración de las estimables señoras y señoritas que entre nosotros cultivan las letras y las artes, porque no nos creíamos autorizados para hacerlo mientras no apareciera este número prospecto. Nos prometemos sí que ellas atenderán nuestro ruego, y que su colaboración, tanto más preciosa cuanto más delicadas son las que nos la proporcionan, vendrá a alentarnos en esta empresa y a embellecer las columnas de nuestro periódico, que de antemano ponemos a su disposición. (PPI, loc cit.)<br />El diseño editorial de la publicación da muestras claras de la jerarquización de los temas a tratar. En primer lugar encontramos la sección “Historia” que abría las páginas del periódico con un grabado a página entera (30 X 22 centímetros), seguido de un artículo de tipo biográfico, dado que a menudo este fue el relato histórico privilegiado. El tipo de personajes seleccionados fueron preferencialmente actores del proceso independentista neogranadino (Bolívar, Nariño, Santander, Miranda, Ricaurte, Sucre, Girardot, Torres, entre otros) y en unos cuantos casos también próceres del cono sur como O’Higgins y San Martín, de quienes se exaltaba también su perfil heroico. La segunda sección debía corresponder a las Ciencias, aunque a decir verdad fueron relativamente pocos, aunque importantes, los artículos dedicados a éstas, como por ejemplo la publicación original en Colombia de los estudios de Liborio Zerda sobre “El Dorado”, luego de haberlos presentado ante la Sociedad etnológica de Berlín (Alemania), que se constituyen en la primera publicación etnológica de envergadura en Colombia. A continuación debía aparecer “Tipos, vistas y otros” dedicada a representar personajes y lugares en forma de cuadros de costumbres, “las crónicas de Santafe”, “las bellas artes”, “la agricultura”, “lecturas”, y una sección dedicada a los trabajos de los “contemporáneos”.<br />Especial atención merece para los objetivos de este estudio la novedad que representó para esa época un periódico ilustrado. Se trata de una innovación de importancia en los medios de comunicación masiva y con consecuencias que es necesario comprender para las transformaciones de la opinión pública. Briggs y Burke (2002) destacan la importancia de las imágenes impresas en las publicaciones europeas, en particular en Francia e Inglaterra, para el estimulo de la conciencia política popular durante los Siglos XVII y XVIII (pág. 51). Según Raymond Williams (1972): <br />Junto con el aumento en la velocidad de impresión, producido por la introducción de la prensa de vapor a principios del siglo XIX, las nuevas técnicas de reproducción provocaron una revolución en la producción y en la difusión de información pictórica. La Penny Magazine de Charles Knight, lanzada en Gran Bretaña en 1832, ejemplifica la nueva importancia de la ilustración como medio para incitar a los analfabetos a dejar de serlo. (125)<br />Martín-Barbero (2003, 151) precisa que con la aparición de la Penny Magazine de Londres como periódico ilustrado pionero en el mundo, se inicia la primera cultura de masas en la modernidad gracias a la que denomina como “iconografía para usos plebeyos”, refiriéndose al uso tradicional de las imágenes desde la Edad Media en Occidente, cuando se privilegiaron éstas a la manera de textos “en que las masas aprendieron una historia y una visión del mundo imaginadas en clave cristiana” (pág. 145, cursiva del autor). El concepto de “cultura de masas” precisado por este autor cobra importancia para señalar en este estudio las relaciones entre clases, o para este caso mejor decir estamentos, de una sociedad determinada:<br />Decir “cultura de masas” suele equivaler a nombrar lo que pasa por los medios masivos de comunicación. La perspectiva histórica que estamos esbozando rompe con esa concepción y muestra que lo que sucede en la cultura cuando emergen masas no es pensable sino en articulación a las readecuaciones de la hegemonía, que, desde el siglo XIX, hacen de la cultura un espacio estratégico de reconciliación de las clases y de reabsorción de las diferencias sociales (op. cit. pág. 190)<br />La doble acepción de Cultura en el sentido de designar los códigos y las prácticas estético-expresivas, así como los procesos de producción y reproducción del sentido en la vida cotidiana de los actores sociales, nos permite apreciar la importancia del concepto de Hegemonía, en el sentido en que lo expresó originalmente A. Gramsci (1971) y lo desarrolló posteriormente R. Williams (1997), para entender que si bien la formación de una visión del mundo hegemónica (Weltanschauung) logra una amplia difusión y aceptación por todos los miembros de una comunidad, esto no excluye la formación de concepciones contrahegemónicas o de hegemonías emergentes. El caso de la utilización de un medio de comunicación masivo como el PPI, con la innovación de incluir imágenes para su público, será uno de los mejores testimonios de la emergente concepción hegemónica del proyecto de la Regeneración, la cual logra expresar la “crisis de la memoria” a la que hice referencia antes y tiene en un proyecto editorial como el analizado aquí una estrategia de primer orden para formar las bases de una “comunidad imaginada”, en la que el culto de la personalidad de los próceres de la Independencia será el elemento central para cifrar un pasado común del cual tomar los valores principales para legitimar un nuevo orden político.<br />EL CULTO A BOLÍVAR<br />En ese sentido será elocuente la amplia difusión en el PPI de las imágenes del Libertador Simón Bolívar. Desde su primera entrega al público, al explicar el propósito de la sección “Historia”, se declara que toda publicación que tenga que ver con la historia americana debe comenzar con el retrato de Bolívar y se anota lo siguiente:<br />En esta sección publicaremos los estudios relacionados con la historia patria. Cada número llevará en la primera página el retrato de uno de nuestros hombres notables, y preferentemente por ahora a los héroes de la independencia. Cada retrato irá acompañado de un bosquejo biográfico, en el cual se condensarán los hechos más notables del personaje y los más importantes servicios prestados al país a fin de que nuestro periódico sirva con el tiempo a manera de álbum nacional.<br />El origen del dibujo que permitió el grabado del perfil de Bolívar en la primera página del número 1 de la colección del PPI, da testimonio de la vinculación con las expresiones de la plástica europea, en particular los aportes franceses, que sirvieron de referencia constante para la visualización de imágenes. Acerca de la imagen de este número se explica lo siguiente:<br /> <br />(...) el que encabeza este número es dibujo de M. Francois Desiré Roullin, que nació en Rennes en 1796, vino a Colombia en 1821, a enseñar fisiología, permaneció entre nosotros hasta 1828, época en la que regresó a Francia llevando numerosas observaciones sobre la historia natural y la geografía de la América equinoxial (sic) y murió en París hace pocos años de Bibliotecario de Santa Genoveva. Este retrato, aun cuando es un rasgo ligero, caracteriza al personaje que representa, al propio tiempo que da a conocer al artista que lo delineó. Sirvió a Tenerani para modelar su mejor estatua, la que poseemos en Bogotá, y a David D’Angers para producir su famoso relieve, tan ventajosamente conocido entre los artistas. M. Roullin fue el primero que dio dibujos de tipos nacionales para el viaje por la República de Colombia de M. Mollen, publicado en París en 1825, y si en ese perfil no hallan nuestros abonados la amenidad de un dibujo concluido, debemos advertirles que hemos preferido presentarles el retrato que de impresión hizo el artista francés, religiosamente copiado, a dar otros más completos, porque en éste se une a una gran verdad, la pureza de las líneas y la completa expresión del personaje. Fue hecho aquel en Bogotá el 15 de febrero de 1828. <br />He querido citar en extenso este pasaje no sólo porque nos proporciona la información completa de la fuente, sino porque nos permite comprender la que puede ser la génesis de la iconografía sobre Bolívar que tanto se ha extendido a lo largo de la historia de América y constituye una importante cantidad de “lugares de le memoria” (Arocha, 1943; Boulton, 1992; Sánchez, 1916; Uribe White, 1967). En efecto, el aporte de A. Urdaneta en este sentido es de primera magnitud como lo atestigua su estudio pionero “Esjematologia o estudio iconográfico de Bolívar” (PPI, II, 403-422), en la que elabora una clasificación y análisis de 160 piezas (retratos, medallones, grabados, estatuas), varias de las cuales formaban parte de su colección personal.<br /> Más importante aún para los propósitos de esta investigación es que la “gran verdad” que se le reconoce al trabajo de Roullin nos habla acerca del carácter de icono (iconicidad) del trabajo de representación emprendido por el PPI. Me refiero al icono en el sentido asignado por Ch. S. Peirce (1965, 2,276): “Un icono es un signo de un objeto al que es similar”, en el que la relación entre el signo y el objeto se basa en la semejanza entre los dos. Para el caso de la imagen la analogía entre éstos es muy estrecha, de tal forma que se crea un efecto de realidad muy fuerte, lo que es comprensible sí se toma en cuenta que además de estas fuentes iconográficas tales como el dibujo o la escultura, uno de los soportes más utilizados para el desarrollo de la litografía fue el novedoso invento, para esa época, de la fotografía, cuyo efecto de realidad es aún más notorio <br />Adicional a los iconos visuales, en el PPI encontramos aquello que se puede denominar como iconos verbales, cuya función de complemento hace más poderoso el régimen o condicionante de la forma de mirar, esto es la visión o el punto de vista, a través de las formas del lenguaje utilizadas. Según Beuchot (2007, 20) “De modo que el icono visual contamina las palabras que se usan para describirlo y el icono verbal contamina las imágenes con las que se lo trata. El icono, además, privilegia el plano del discurso, con lo cual facilita la función generalizadora del lenguaje”. Tambien Chartier (1994: 410) enfatiza sobre la complementariedad entre la imagen y la palabra para la formación de las representaciones de la realidad: “El cuadro tiene el poder de mostrar lo que la palabra no puede enunciar, lo que ningún texto permitirá leer. En sentido inverso, lo que él (Louis Marin) llamará ‘la deficiencia de lo visual en los textos’ deja la imagen alejada de la producción de sentido que conllevan las figuras del discurso.” En efecto la argumentación de Marin (1993: 18) es contundente respecto del poder de la imagen en la formación de las representaciones del pasado vivido: “¿Poder de la imagen? Efecto de representación en el doble sentido que lo he señalado: volver al presente lo ausente, o lo muerto, y auto-representación instituyendo el sujeto de la mirada en el afecto y en el sentido. La imagen es a la vez la instrumentalización de la fuerza, el medio del poder y su fundamentación por medio del poder.” <br />A pesar de que el principal foco de atención de Marin es el poder de la imagen en el caso de las monarquías, como lo ha argumentado Ricoeur (2000) sus principales reflexiones resultan válidas para el Estado moderno constitucional surgido de las consecuencias de la Revolución de 1879. En este caso, el marco de análisis que reconoce Ricoeur es el del Estado-nación que, desde su punto de vista, sigue siendo el principal polo organizador de los referentes ordinarios del discurso histórico (354), sumado al hecho de que el poder de la imagen del monarca de antaño se ve asignado en este nuevo periodo histórico al “hombre de Estado”, para resaltar su dimensión carismática como una encarnación de la grandeza de la Nación, en especial en los momentos en que la integridad moral del Estado se encuentre en peligro (355), o se haya creado la situación de vacío de poder por la presunta o efectiva incapacidad de los hombres de Estado para articular un proyecto nacional ampliamente aceptado por la sociedad política, tal como ocurrió durante el periodo de la Regeneración en Colombia.<br /> <br />Respecto de la exaltación de la grandeza de Bolívar como hombre de Estado resulta elocuente el artículo biográfico contenido en el primer número del PPI, escrito por José Joaquín Ortiz, destacado ideólogo, periodista y educador afecto a las ideas conservadoras, cuando inicia su exposición haciendo referencia al dibujo de Roullin contenido en la portada de ese número inaugural de la publicación, vinculando en este caso de manera íntima el icono visual con el icono escrito:<br />Ese que veis ahí, trazado con débiles líneas por mano de la Amistad, es el retrato del grande hombre, del Libertador de Sur-América...El lápiz del pintor no pudo dar colorido a su rostro; pero este era en esa época aciaga (1828) el que había dejado en él los soles de los campamentos. Todo su aspecto revela el estado de una (sic) alma atormentada, de la cual huyeron ya las esperanzas halagadoras, los proyectos redentores, las grandes ilusiones del bien, y por eso lo envuelve un triste aire de melancolía. (PPI, I.1.5)<br />Figura 1. Dibujo de S. Bolívar <br /> por Roullin 1828. PPI (I.1.1)<br />El bosquejo biográfico presentado por Ortiz sirvió a los propósitos de forjar un mito y un culto, el culto a Bolívar, tal como lo denomina G. Carrera (1987). Se trata de un mito en el sentido contemporáneo del término, es decir un proceso social de construcción del sentido en el que se toma una cadena de conceptos que permite a los miembros de una “comunidad de sentido” comprender un aspecto importante de su experiencia social, en este caso el significado particular que se atribuye a la obra de S. Bolívar y por esta vía la formación de criterios que sirvan para forjar la identidad colectiva. El trabajo de Ortiz y otros de sus copartidarios conservadores consistió en usar un proyecto en apariencia apolítico, en el sentido tradicional del concepto, y utilizar para sus propósitos las letras con sus recursos retóricos, combinadas con la práctica estética de la representación metonímica a través del dibujo, la pintura y el grabado. La imagen que forjaron de Bolívar fue la de un líder carismático en el sentido expresado por Max Weber (1977: 193), es decir, la cualidad que pasa por extraordinaria en una personalidad, “por cuya virtud se le considera en posesión de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas”. Para el caso que nos ocupa, es conveniente subrayar la importancia que posee el carisma como fuerza creadora de valor en la Historia (Giddens, 1976: 89) y, en consecuencia, el poder que se obtuvo al establecer como base de la construcción de la memoria colectiva una figura carismática de las dimensiones de Simón Bolívar<br />Luego de la definición programática de la ideología del partido Conservador colombiano, plasmado en el ideario promulgado por José Eusebio Caro y Mariano Ospina en 1849, ése partido se inclinó por la figura de S. Bolívar, a través de una interpretación del contenido de sus concepciones acerca del papel del Estado. Manuel María Madiedo en 1858 refería la oposición bipartidista Liberal-Conservador a las trayectorias de Bolívar y F. de P. Santander respectivamente, en lo que denominó como la oposición entre la escuela conservadora que vincula con la democracia del sable (“esa democracia semi-salvaje, sin más lustre que sus armas victoriosas”), al partido civil o liberal (“Alrededor de Santander se agrupó el antiguo criollaje, vestido de todos los colores, y buscando la antigua preponderancia, al arrimo del orden civil de que Santander se había hecho el patrono”). <br />El análisis de Madiedo en 1858 dejó ver la férrea oposición respecto de lo que califica como “la secta radical” del partido Liberal que ya para entonces se preparaba para formar la hegemonía política que gobernó durante cerca de veinte años bajo los lineamientos de la Constitución federal de 1863. Durante las décadas de los años sesenta y setenta del siglo XIX el conservatismo presentó diversos matices, entre estos el tradicionismo de M.A. Caro, uno de los más significativos por su coherencia programática, su vinculación a las doctrinas de la Iglesia Católica (González, 2007) y a la tradición hispánica (Jaramillo, 1954). A comienzos de 1880, luego de la Guerra civil de 1876-1877 registramos en el pretendido proyecto apolítico del PPI un renacimiento nítido de los ideales conservadores y el propósito claro de forjar la memoria nacional en torno a los “padres de la patria”, con una especial preponderancia en la imagen reconstruida de S. Bolívar. También durante el Siglo XX algunos de los principales ideólogos del conservatismo colombiano (Álzate, 1979; Gómez, 1957) retomaron el tema del origen de la ideología conservadora en Colombia vinculándola de manera explícita al pensamiento y la obra del Libertador (Melo, 2008).<br />El acento de conservatismo se hace evidente en las páginas del PPI en el tratamiento que se hace de la figura de F. de P. Santander y, por extensión, del liberalismo. Recordemos que el proyecto editorial del PPI se declaraba apolítico y en efecto logró vincular en torno de éste a intelectuales y políticos de ambos bandos, pero la formación de la memoria histórica a partir de la Independencia política de España y la valoración de los “padres de la patria”, dejan en notoria inferioridad a Santander. Me refiero a que en la formación de la memoria histórica cuentan de manera decisiva los “hechos historiográficos”, es decir la manera como se forma un canon de la interpretación del pasado. En ese sentido es clara la diferencia establecida por White (2003, 50) cuando separa el acontecimiento del hecho:<br />...distingo un acontecimiento (como un acontecer que sucede en un espacio y tiempo determinado) y un hecho (un enunciado acerca de un acontecimiento en la forma de una predicación). Los acontecimientos ocurren y son atestiguados más o menos adecuadamente por los registros documentales y los rastros monumentales; los hechos son construidos conceptualmente en el pensamiento y/o figurativamente en la imaginación y tienen una existencia sólo en el pensamiento, en el lenguaje o en el discurso.”<br />Un reconocimiento semejante lo encontramos de manera temprana (1872) en los escritos historiográficos de J.M. Quijano Otero, quien en la Introducción de su Compendio de historia patria reconoce que “Muchas veces basta la manera de presentar un suceso para formar opinión respecto de él, y tal vez opinión que un estudio serio y concienzudo haría variar, aunque todos los incidentes hubieran sido narrados con fidelidad” (1891, II).<br />El hecho historiográfico protuberante en el PPI es que en la galería de “padres de la patria” la figura de Santander sí bien existe, es considerada de menor importancia para la construcción de la comunidad imaginada. El reconocimiento de Santander se hizo en el número 3 del año I (1881), con una litografía en la primera página en la que se reproduce el medallón del perfil de Santander elaborado en 1830 por el escultor francés Pierre Jean David (1788-1856), también conocido como David D’Anger, sumado a un estudio biográfico elaborado por Salvador Camacho Roldán, claro exponente del liberalismo radical colombiano, quien consideró que el nombre de éste “está íntimamente ligado, como el de ningún otro, tanto como el de Bolívar en la obra de fundación de la República y de la construcción de los primeros cimientos de instituciones políticas sobre que (sic) reposa nuestra actual nacionalidad. Santander fue el gran genio organizador de Colombia, durante el último periodo de la guerra de independencia y el grande administrador del primer periodo de paz en la Nueva Granada”. La conclusión de su estudio deja constancia de la polémica que por muchas décadas se extiende, incluso hasta la contemporaneidad (González, 2008), respecto de la valoración y el papel que se le asigna a los dos actores históricos. Según Camacho Roldan “Bolívar era un legislador militar; Santander un militar jurisconsulto”.<br />De manera sorprendente, el siguiente número del PPI, fechado el 28 de octubre de 1881, fue consagrado en su totalidad a Bolívar “como ofrenda de gratitud y de admiración”, pero a juzgar por los propósitos contenidos en el análisis de Camacho Roldan en el número anterior, más parece que obró como un desagravio, aprovechando una fecha en apariencia anodina como lo fue la inhumación de los restos fúnebres de Bolívar en el Panteón nacional en Caracas (Venezuela), que se llevaron a cabo en el año de 1876. La pagina titular mostró la reproducción de un grabado que muestra la estampa de la escultura del italiano Pietro Tenerani (1789-1868), quien tomó como referencia el ya mencionado bosquejo de Roullin y esculpió una de las primeras esculturas de Bolívar en el mundo, inaugurada en 1848 en la plaza central de Bogotá (Colombia), además de cuatro grabados de media página cada uno, en los que se representa pasajes de la vida pública y militar del Libertador. El nuevo estudio biográfico para destacar el genio militar de Bolívar, que se suma al ya referido del primer número del PPI, fue escrito por Manuel Briceño (1849-1885), quien ya antes había elaborado escritos de tipo historiográfico, como su estudio sobre los Comuneros, o aquel referido a la Guerra de 1876-1877 y quien era afecto al conservatismo.<br />En ese mismo número “de desagravio” se incluyeron dos poemas, uno de estos de José María Heredia (1803-1839), conocido como el poeta nacional cubano quien escribió en 1827 el que es tal vez el primer poema a Bolívar, donde se plasma la visión épica de la gesta bolivariana en América del Sur y termina con arrobo así:<br />¡Numen restaurador! ¿Qué gloria humana<br />Puede igualar a tu sublime gloria?<br />¡Oh Bolívar divino!<br />Tu nombre diamantino<br />Rechazará las olas con el tiempo<br />Sepulta de los reyes la memoria;<br />Y de tu siglo al recorrer la historia<br />Las razas venideras<br />Con estupor profundo<br />Tu genio admirarán, tu ardor triunfante,<br />Viéndote sostener, sublime Atlante, <br />La independencia y libertad de un mundo.<br />El otro poema fue “La bandera colombiana” composición de cerca de doscientos versos de José Joaquín Ortiz (1814-1892), educador, periodista, católico y conservador hasta la médula, quien en esa pieza lírica destaca el amor de Bolívar por la Nueva Granada, al mismo tiempo que plasma su función como símbolo de la patria y el papel de los héroes en la historia, entendidos como la voluntad de un designio divino. He aquí algunas muestras de esta creación:<br />Dios sacó de la inmensa muchedumbre<br />De nuestra tierra un hombre<br />Que distinguió entre todos: era un mundo<br />De nobles pensamientos su cabeza;<br />Su espíritu, tesoro inagotable<br />De fuerza y voluntad; él conocía<br />Del corazón de los demás la senda<br />Y elocuente sabía<br />Como hacer poderosa su palabra;<br />Y así, cuando de golpe aparecía<br />En medio del combate, del soldado<br />El pecho palpitaba, cual si viera<br />O la faz de su madre placentera<br />O el bello rostro del objeto amado.<br />Él se llamó Bolívar, y doquiera<br />Fue símbolo del pueblo: en la batalla<br />Y bajo del dosel, y hasta que a orillas<br />Del mar ferviente halló la paz que sólo<br />En el silencio de la tumba se halla.<br />Para concluir señala:<br />Y fue así como en su hora soberana<br />Pronto a dejar el mundo<br />Se envolvió en la bandera colombiana<br />Y con amor profundo<br />Pronunció lleno de esperanza el nombre<br />Del que murió por libertar al hombre.<br />También fue obra de la pluma de Ortiz el poema “Un húsar de la guardia del Libertador” que éste preparó para conmemorar el natalicio de Bolívar y que fue leído en sesión solemne del Ateneo de Bogotá, institución fundada en mayo de 1884 bajo la denominación de “Liceo colombiano”, tomando como referencia para su organización al Ateneo de Madrid. En esta pieza lírica Ortiz se esfuerza por mostrar la grandeza del personaje, más allá de las pugnas intestinas que agobiaron sus últimos años:<br />¡Ahora puedes dormir tranquilamente<br />Dando paz a tu espíritu afligido!<br />Los que te calumniaron ya no existen<br />Y se han sumido en el eterno olvido,<br />Mientras tu fama cual la luz del día<br />El universo inunda,<br />Y la generación que se levanta<br />Como de roble altísimo a la planta<br />Crece prole fecunda,<br />Admirando tus hechos<br />Y arrobada de amor tu gloria canta!<br />El mensaje de Ortiz es claro al dirigirlo a las nuevas generaciones, quienes tendrían entonces como referente la visión que plasman los ideólogos conservadores del PPI sobre la obra de Bolívar, al mismo tiempo que por contraste desprestigia a sus contradictores arrojándolos al foso de los calumniadores.<br />Más significativo aún para la definición de un canon historiográfico que definirá una concepción histórica legendaria de Bolívar, lo veremos aparecer en una nueva representación lírica del Libertador, esta vez en la pluma de M.A. Caro (PPI, II.46-48.381) quien escribió el poema titulado “A la estatua del Libertador”, con motivo de la celebración del centenario de su nacimiento, poema en el que las concepciones épica y religiosa son decisivas:<br />¡LIBERTADOR! Delante<br />De esa efigie de bronce nadie pudo<br />Pasar, sin que a otra esfera se levante,<br />Y te llore, y te cante<br />Con pasmo religioso, en himno mudo<br />Más que mortal, glorioso,<br />Y más que antiguos semidioses creces<br />En solo un siglo. Fuerza de coloso<br />Ostentas en reposo.<br />Mártir ante los hombres resplandeces.<br />Unos años después la pluma de J.A. Silva escribe, poca antes de su muerte, el poema“Al píe de la estatua”, donde dejó el siguiente testimonio:<br />¡Oh Padre de la Patria!<br />Te sobran nuestros cantos; tu memoria<br />Cual bajel poderoso<br />Irá surcando el océano oscuro<br />Que ante su dura quilla abre la historia<br />LA HISTORIA PATRIA<br />En la Introducción de su Compendio de historia patria J.M. Quijano Otero declaraba su principal motivación así: “Sin pretender otra cosa que ser un fiel narrador de los acontecimientos pasados, sólo ha presidido a mi trabajo una idea preconstituida (sic): el amor a la Patria y la veneración que tengo por aquellos que la fundaron” (1891, III). Ya señalamos antes en este escrito la exaltación poética de M.A. Caro en su poema “Patria” (¡Patria te adoro en mi silencio mudo...), con lo que se completa el circuito de formas literarias (en verso y en prosa), a través de las cuales se crea el sentimiento patriótico que informará las visones de la independencia nacional. Desde el punto de vista de Anthony Smith (1991, 36) uno de los principales atributos de la concepción occidental de nación es el referido a la patria, que en criterio significa una comunidad de leyes e instituciones que expresan la unidad política:<br />Un segundo elemento es la idea de patria, es decir, la comunidad de leyes que tienen un propósito político unificado. Ésta contiene algunas instituciones comunes de regulación que dan expresión a un sentimiento y un propósito político común.<br />La formación de estos sentimientos comunes en el plano jurídico y político requiere, según Smith, de un complemento indispensable en el plano cultural:<br />En otras palabras, las naciones deben tener a su medida una cultura común y una ideología política, así como un conjunto de acuerdos comunes y aspiraciones, sentimientos e ideas, que una a la población que habita un determinado territorio. En la tarea de asegurar un espacio público común, la cultura de masas se ha formado sobre la base de agencias populares de socialización, en especial el sistema público de educación y los medios masivos de comunicación. En el modelo occidental de identidad nacional, las naciones deben ser comunidades culturales, cuyos miembros estén unidos, si no de manera homogénea, si por la memoria histórica común, los mitos, símbolos y tradiciones.<br />El concepto de Patria sirvió durante las primeras décadas del siglo XIX en la Nueva Granada para expresar el anhelo de libertad respecto de la dominación colonial española, con el propósito de designar la pertenencia a un territorio que fue conquistado por sus ancestros hasta constituirse en una herencia propia. En las postrimerías del siglo XVIII la elite criolla ilustrada desarrolló un fuerte sentido de la especificidad americana, precisamente gracias al estudio de su entorno físico con la Expedición botánica (1783-1817). Los resultados de estas labores científicas permitieron a los criollos establecer su propia condición de españoles nacidos en América, con lo que se prepara el terreno para la lucha por una identidad propia que en el plano político dará como resultado el proceso independentista. <br />En ese contexto, el concepto de Patria se codificó como una estructura de sentimiento de lo raizal, de lo propio, que se expresó en el plano jurídico y político por una organización diferente de la dominación legal-racional española, soportada en las instituciones sociales y jurídicas emanadas del Consejo de Indias. En el plano de la vida cotidiana la patria forma una codificación cultural, a la manera de un símbolo que tiene una extensa permanencia en la medida en que forma parte del modelo cultural hegemónico. Como lo señaló Roberto García-Peña (1971, 51):<br />La patria es como un cuento. Primero nos llega corazón adentro por los caminos de la imaginación, cuando, apenas alumbrada la conciencia por una tenue lumbre de razón, empezamos a soñarla; a sentirla en la voz de los clarines; a aprenderla en la música de su canto; a amarla en la vagamente entrevista gloria de los héroes. Nos llega hecha de lugares y de nombres y de acciones guerreras. Y de pronto, a medida que los años avanzan y los ojos miran con mayor claridad e inteligencia se hace más viva en la apreciación de los hechos, sentimos que nos ha conquistado el alma, y que somos parte suya, y nosotros íntegra parte de ella.<br />El nuevo orden jurídico republicano, aún con su carácter incipiente en los primeros años de la República en la Nueva Granada (el periodo conocido como la “Patria boba”), expresa la aspiración de construir lo que Smith denomina “la comunidad de leyes e instituciones con un propósito político común”, en este caso el mantenimiento del orden político republicano. El significado que va a adquirir con el trabajo de producción cultural de los intelectuales agrupados en el PPI adoptará un tono diferente, en cuanto que la significación ya no estará referida a un código binario que establece una polaridad de la Patria respecto de un enemigo externo, como lo fue la dominación colonial española al comienzo del siglo, sino que en las postrimerías de éste se trata de definir una estructura de sentimiento común que se vincule con una imagen del pasado (heroica-patriota, encarnada en la figura insigne de Simón Bolívar), sumada a un sentimiento trascendental, teológico-metafísico (la religión Católica) y con el establecimiento de un canon estético, asociado a los códigos estético-expresivos propios de la latinidad, pero sobre todo de la hispanidad, para luchar contra el utilitarismo de los liberales radicales.<br />La revalorización de esas fuentes estéticas tuvo en la obra de M.A. Caro un activista de primer orden. Latinista consumado, publicó dos de sus estudios sobre esta materia en el PPI (II, 27, 34-38; II, 27, 43-45) y elaboró una sólida argumentación sobre la necesidad y los beneficios de revalorar la herencia hispánica en Colombia. A través de la relación entre la lengua latina y las lenguas romances, en particular la lengua española, el sentimiento estético de Caro lo condujo al rescate de la herencia hispánica en variados aspectos, entre ellos uno muy importante para la sustentación de un modelo cultural, a saber, el humanismo propio a la religión Católica que le sirvió de fundamento en sus concepciones acerca del mundo de las relaciones sociales, desarrollando una versión adaptada del tradicionismo europeo para enfrentar de manera crítica a las concepciones utilitaristas pregonadas por los liberales radicales, sus antagonistas políticos.<br />En la revalorización de la herencia hispánica no podía pasar desapercibido don Miguel de Cervantes Saavedra y su obra literaria. En este caso no se trata en mayor medida de su obra cumbre El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, sino más bien de La destrucción de Numancia, obra en la que el autor español retoma el episodio histórico del cerco a Numancia para destacar el heroísmo de sus pobladores hasta llegar al sacrificio por su tierra, por su patria. En ese sentido parece expresarse el lema principal del PPI “Pro Patria” que se relaciona con el concepto de Nación que se entroniza en la visión de la Historia patria colombiana. Según Vivar (2000, 7):<br />El sentimiento de nacimiento y patria, como el ideal de la muerte por la patria, quedaron vinculados durante siglos al concepto de la nación para expresar la unión del hombre con la tierra donde nació y para establecer la diferencia con los extranjeros. Heredados de la antigüedad romana, la idea de natio y el tópico pro patria mori cobran un nuevo vigor y desarrollo en los escritos de los humanistas, desde Petrarca a Maquiavelo, a través del paradigma del mártir cristiano y de un renovado sentimiento patriótico.<br />El valor de este arquetipo numantino en el tradicionismo de Caro resulta de primer orden para sustentar sus convicciones religiosas, estéticas, políticas y sociales, para ofrecer un modelo de sacrificio, aún en condiciones de inferioridad, como lo estuvo durante la resistencia a la hegemonía liberal radical durante la mayor parte del federalismo colombiano del siglo XIX. Incluso esta revalorización de la herencia hispánica la llevó Caro a una nueva interpretación de la dominación colonial española, para enfrentar la “leyenda negra” y pasar al rescate de los valores de la tradición hispánica en cuanto a la religión y la lengua. Incluso en su valoración de la Independencia, que caracterizó como una guerra civil entre españoles americanos y españoles peninsulares, Caro se empeña en mostrar la fuerza raizal de los antecedentes hispánicos en la cultura de la Nueva Granada.<br />Gutiérrez Girardot (1987, 58) ha subrayado la fuerza que tiene esta asociación entre el pasado y la sacralización, en la formación del concepto de Nación con estos términos:<br />Pero todas las especies de esta curiosa ideología exclusivista que surgió con el Estado Nacional tenían de común un pathos: el de la “sacralización” de lo que la burguesía llamaba la “patria” y que no era otra cosa que la abusiva identificación de su estado con el “pueblo”, con la Nación, con el Estado. Y esta Nación, esta Patria tuvo sus “símbolos”, celebró ritos y cultos y creó normas tácitas pero eficaces: el “amor a la patria”, “todo por la patria”, el “sacrificio” en el “altar de la patria”, etc., etc. Es decir, se secularizó el vocabulario de la misa y de la praxis religiosa, y se sacralizó a la Nación y a la Patria. <br />Este tipo de asociación expresa el significado de lo que J.J. Rousseau (1996: 222-223) denominó en El contrato social “la religión civil” para referirse a la forma como en el proceso de secularización de las sociedades modernas se sustituyen las codificaciones propias de lo sacro con nuevos ropajes, aunque en el caso que nos ocupa podemos encontrar los denominados por Rousseau como “dogmas positivos”, a saber, la existencia de la divinidad poderosa, la creencia en la vida futura, la exaltación de la virtud y la condena del vicio, la santidad del contrato social y las leyes, al mismo tiempo que se incorporó a esta “teología de la república” el dogma negativo de la intolerancia tanto en el plano religioso como en la vida política.<br />CONCLUSIONES<br />En las postrimerías del siglo XIX colombiano se puso en evidencia la “crisis de la memoria”, a través de expresiones poéticas más que en el género novelístico. Para ayudar a superar esa crisis en el PPI se construyó una imagen canónica de la Independencia de Colombia en la que primaron el carácter patriótico y la encarnación del patriotismo en la figura carismática de Simón Bolívar. Aunque este proyecto periodístico se declaró apolítico, es evidente la influencia mayor del conservatismo. Las contribuciones de Caro en el plano de la Filología, la Filosofía política, la poesía y otras ramas de las artes y las letras, lo erigieron como el ideólogo admirado por los conservadores. El ascendiente de esta figura en la obra y en el pensamiento de Alberto Urdaneta, soporte principal y gestor del PPI, significó la influencia mayor en la definición del proyecto cultural de esta publicación en la que se construyó de manera laboriosa el canon historiográfico de la Historia patria colombiana que luego, en el siglo XX, tendría solución de continuidad en la fundación de la Academia colombiana de historia, institución guardiana de esa tradición hasta nuestros días. <br />REFERENCIAS<br />Abadía, G. (1971). Coplerio colombiano. Selección de “cantas” populares de Colombia. Bogotá, Instituto colombiano de cultura.<br />Abadía, G. (1973). La música folclórica colombiana. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia<br />Abadía, G. (1985). Un hallazgo literario. En, Isaacs, Jorge. Canciones y coplas populares. Bogotá: Procultura.<br />Acosta, C.E. (2009). Lectura y nación: novela por entregas en Colombia, 1840-1880. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.<br />Acosta, J. (1848). 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