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«En palabras de Jesús» 
Poco antes del comienzo de la Fiesta de las Cabañas, en Jerusalén, mis hermanos y yo estábamos con Jesús, listos para asistir a los festejos. Sin embargo, nos extrañó que él no se estuviera preparando para viajar a la capital, pues ningún judío acostumbraba a perderse esta fiesta. 
—¿Qué pasa? ¿No vienes con nosotros? —preguntó uno. 
—Sí, tendrías que acompañarnos —insistió otros de mis hermanos—. Conviene que tus seguidores de allá también vean los "milagros" que haces. 
Pero Jesús negó con la cabeza. Desde que hubo sanado al paralítico de Be- tesda había decidido limitar su campo de acción a Galilea y no asistir a las fiestas nacionales, a fin de evitar un conflicto inútil con los dirigentes de Jerusalén. 
Nosotros, sin embargo, concluimos que era un error de su parte aislarse de los grandes y sabios de la nación. Creíamos que aquellos hombres probablemente tenían razón y que Jesús hacía mal oponiéndose a ellos. Pero éramos testigos de su vida intachable y, aunque preferíamos no ser contados entre sus discípulos, realmente estábamos profundamente impresionados por sus obras. 
De hecho, su popularidad en Galilea llegó a despertar nuestra ambición, ya que llegamos a creer que Jesús daría una prueba de su poder que induciría a los fariseos a reconocerlo como lo que él pretendía ser. ¿Y si en realidad fuese el Mesías, el Príncipe de Israel? Ser su hermano podría traernos ciertas satisfacciones y beneficios. 
Tan ansiosos estábamos al respecto, que continuamos rogándole a Jesús que fuese a Jerusalén con nosotros. 
— ¡No te entendemos! —exploté finalmente—. ¡No tiene ningún sentido que mantengas en secreto tu poder! 
—¡Exacto! —asintieron todos—. ¡Si en realidad quieres ser popular tendrás que demostrar a todo el mundo quién eres y lo que eres capaz de hacer!
78 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe 
No miento si te digo que llegamos a insinuarle que su negativa nos parecía una señal de cobardía y debilidad. Si sabía que era el Mesías, ¿por qué guardaba esta actitud tan extraña y pasiva? Si realmente poseía tanto poder, si era tan bueno para hablar, ¿por qué no iba a Jerusalén y reclamaba sus derechos de una vez por todas? ¿Por qué no hacía, al menos en Jerusalén, obras tan maravillosas como las que se relataban de él en Galilea? 
—No te ocultes en provincias alejadas —seguimos dando rienda suelta a nuestras recriminaciones—. ¿Por qué te limitas a realizar tus obras en beneficio de tan "selectos grupos”, como los campesinos y los pescadores? 
Pero Jesús no respondió a nuestro cruel sarcasmo con palabras del mismo carácter. Y mientras, en su interior, se compadecía de nuestra ignorancia espiritual, de nuestra incapacidad de comprender su verdadera misión, al fin respondió: 
—Vayan ustedes a la fiesta —y agregó—. Yo no iré, porque todavía no ha llegado el momento de que todos sepan quién soy yo. 
Su respuesta fue firme pero, como siempre, la expresó sin aspereza. 
Sin embargo, cuando hubimos partido, él también se dirigió a Jerusalén, aunque por otra ruta. A la mitad de la semana que duraba la fiesta, cuando Jesús se presentó en el atrio del templo, todos se sorprendieron al verlo y de repente se hizo un profundo silencio. Y así, habiendo captado su atención, comenzó a hablarles como nadie lo había hecho. Demostrándoles, entre otras cosas, lo que mis hermanos y yo sabíamos bien: su forma de hablar, sin importar las circunstancias, no era igual a la de los sacerdotes y maestros del templo, mucho menos se parecía a la nuestra. Créeme, ¡la forma de usar las palabras que tenía era definitivamente diferente! Por cierto, de eso también hablé en mi libro. 
«Todo lo que diga puede ser usado contra usted» 
Al llegar al capítulo 3, Santiago retoma el tema del control de la lengua (véase San. 1:19, 26). Su intención al hacerlo es prevenirnos de caer en prácticas que contradigan el mensaje central de la fe. El uso no controlado de la lengua, la forma en que emitimos nuestras opiniones, y junto con ellas nuestras emociones, siempre es un elemento delicado en las relaciones interpersonales. Por eso, en este capítulo Santiago no solo nos instruve sobre cómo relacionarnos, sino también sobre cómo comunicarnos: «Dado que el cristianismo
7. «En palabras de Jesús» • 79 
es en sí mismo una nueva manera de relacionarnos, vivirlo en plenitud no sería posible sin una nueva manera de comunicarnos».1 
Y si de comunicar se trata, Santiago sabe que empezar hablando de los maestros, dada la naturaleza de esa profesión, será de gran ayuda: «Hermanos en Cristo, no debemos tratar de ser todos maestros, pues bien sabemos que Dios juzgará a los maestros más estrictamente que a los demás» (San. 3: 1, TLA). Aunque no sabemos a ciencia cierta si en este pasaje se alude específicamente a un tipo o grupo de maestros, sí es un hecho que en aquel tiempo esta profesión tenía una importancia de primer orden. En la iglesia de Antioquía, por ejemplo, se los equipara a los profetas (Hech. 13: 1), mientras que en las listas que Pablo hace de los dones espirituales son mencionados a continuación de los apóstoles y los profetas (compare 1 Cor. 12: 28 con Efe. 4: 11). Por ello, es posible que Santiago tenga en mente a aquellos cuya función dentro de las iglesias era instruir y edificar a los miembros, velando porque estos fueran afianzados en las verdades del evangelio. 
Dada esta gran responsabilidad, Santiago está convencido de que la enseñanza es una ocupación, digamos, un tanto "peligrosa" Al remplazar de alguna forma la función que desempeñaban los rabinos, es posible que algunos maestros cristianos se hubieran sentido tentados a esperar un trato privilegiado como el que precisamente recibían sus antecesores judíos.2 
Además de dispensarles en todo momento un trato sumamente respetuoso, se consideraba que las obligaciones para con un rabino eran incluso mayores que las que se tenían con un padre, ya que se pensaba que a los padres se debe la existencia en este mundo, pero a los rabinos la del mundo venidero.3 Siendo este el caso, era sumamente fácil que alguien que aspirara a convertirse en maestro cayera en el peligro contra el que Santiago advierte. Dado que su instrumento es la palabra y su agente es la lengua, el maestro no solo se encuentra en una posición en la que es mucho más fácil fallar, sino que, en caso de hacerlo, se le pedirán cuentas en mucho mayor grado. 
Por lo tanto, con su ya familiar y amable apelativo «hermanos míos», Santiago advierte a sus lectores que no continúen aspirando a ser maestros, a menos que estén plenamente calificados y sean conscientes de qué representa serlo. F.1 consejo, de hecho, se lo aplica a sí mismo en la parte final del versículo, cuando dice: «Sabiendo que recibiremos mayor condenación» (San. 3: 1). Es decir, sabiendo que los que enseñamos seremos juzgados más severamente. 
Podemos ver que Santiago ha aprendido del gran Maestro y, como pastor cuidadoso que también es, habla benévolamente a sus oyentes. Lejos de exal
80 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe 
tarse por su posición de maestro, se identifica con sus lectores al reconocer: «Todos ofendemos muchas veces» (San. 3: 2). Es decir, todos cometemos errores, nos equivocamos y fallamos.4 En efecto, todos estamos expuestos a caer en pecado y jamás podremos remediarlo confiando en nuestras propias fuerzas. «¿Necesita evidencia al respecto?», preguntaría Santiago. «Basta con tomar como ejemplo la forma en la que usamos el habla, capacidad que, al usarla de manera incorrecta o descuidada, probablemente sea con la que más frecuencia pecamos». 
En cambio, añade nuestro autor, «si alguno no ofende de palabra, es una persona perfecta, capaz también de refrenar todo el cuerpo» (San. 3: 2).5 ¿Quiere decir esto que el hombre puede llegar a la perfección controlando la lengua? Si fuera así tal como plantea Simón Kistemaker, los sordomudos serían los únicos que lograría alcanzar la perfección, ¿cierto? 
Sin embargo, como ya hemos notado en otro capítulo, la perfección en la epístola de Santiago no significa vivir sin cometer pecado, sino alcanzar la madurez espiritual la cual, mediante la sabiduría y el poder vivificador de la Palabra de Dios, también es capaz de controlar las palabras y acciones: «El que ahorra palabras tiene sabiduría; prudente de espíritu es el hombre inteligente. Aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio; el que cierra sus labios es inteligente » (Pro. 17: 27, 28). 
Por desgracia, pese a estar a nuestro alcance, esa madurez no siempre nos caracteriza, tal como sucedió en aquella ocasión en que dos jóvenes amigos se reunieron en casa de uno de ellos. Como ambos eran unos apasionados de la música sinfónica, no tardaron en enzarzarse en una larga conversación sobre algunas obras clásicas, así como sobre sus compositores predilectos. 
Ansioso por demostrar a su amigo que cierta sinfonía era capaz de transportar a quien la escucha a un ambiente de paz inigualable, el anfitrión procedió a reproducir en su aparato de sonido dicha pieza. Pero, mientras ambos disfrutaban arrobados del mensaje transmitido por la música, precisamente en un punto medular de la sinfonía, la madre de aquel joven entró para preguntarles algo referente a la cena que con gusto les estaba preparando, estropeando así tan especial momento. Acto seguido, esa interrupción fue sancionada con un duro reproche. «¡No es posible, mamá! ¿Cómo se te ocurre entrar de esa forma en mi habitación y echar a perder un momento como este con algo tan irrelevante?».
7. «En palabras de Jesús» • 81 
Sorprendida y apenada, la mujer se retiró del cuarto. Sin embargo, el drástico cambio en el ambiente y el estado de ánimo que esta áspera reacción había provocado permanecieron. 
¿Ve en esta historia una especie de parábola? Al igual que estos jóvenes, es probable que nosotros, más de una vez, también havamos experimentado momentos en los que, pese a parecer que estamos imbuidos en un ambiente de paz y buenas intenciones, ha bastado un simple detonador para demostrar que no siempre somos capaces de controlar nuestras palabras, ni de hablar cortésmente a los demás. De ahí que, si la espiritualidad que vivimos no es capaz de purificar nuestra conducta, ni el contenido y la manera en que hablamos, tal vez se deba a que, como en la historia, no es mucho más firme que la emoción producida por una pieza musical; algo que, irónicamente, podría experimentar incluso mientras escribo esto y, por lo tanto, también «puede ser usado contra mí». 
Cuando a las palabras no se las lleva el viento 
Convencido de esta indiscutible realidad, Santiago advierte con claridad, más que ningún otro escritor de la Biblia, contra los peligros de la lengua. A ello dedicará la mayor parte de su capítulo 3 (vers. 1-12), pero también lo hará (aunque con diferentes énfasis) en los siguientes dos capítulos de su carta (San. 4: 11-12; 5: 12).6 
Partiendo seguramente de la enseñanza de Cristo de que todos tendremos que dar cuenta en el juicio de cada palabra descuiuada que hayamos pronunciado (Mat. 12: 36), Santiago 3 nos lleva a reflexionar seriamente cómo es que nuestra lengua, usada incorrectamente, influye sobre quienes nos escuchan. Acudiendo nuevamente a imágenes de la naturaleza, nuestro autor compara aquí el uso de la lengua con la importancia que tiene el freno puesto a un caballo o el timón de un barco. Aunque relativamente pequeños, ambos son elementos que tienen la capacidad de controlar un todo mucho más grande que ellos. De manera similar, esta analogía nos dice que, si podemos dominar la lengua, también gobernaremos el resto del cuerpo; pero, si no podemos hacerlo, difícilmente controlaremos el “rumbo" de nuestras acciones y acabaremos desviándonos del "destino" al cual esperamos llegar. 
Sin embargo, Santiago no es el único que resalta tan importante papel de la lengua. Son muchas las evidencias, pero por el momento creo que bastará
82 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe 
con mencionar las siguientes: «La suave respuesta quita la ira, pero la palabra áspera hace subir el furor. La lengua de los sabios adorna la sabiduría, pero la boca de los necios dice sandeces. [...] La lengua apacible es árbol de vida, pero la perversidad de ella es quebrantamiento de espíritu» (Pro. 15: 1, 2, 4). «En las muchas palabras no falta pecado; el que refrena sus labios es prudente» (Pro. 10: 19). «Manantial de vida es la boca del justo, pero la boca de los malvados oculta violencia» (Pro. 10: 11). Y en el caso de la sabiduría judía no bíblica, Jesús, hijo de Sirac, es quien más se destaca por describir los peligros de usar incorrectamente la lengua: «El hablar puede servir para la honra y la deshonra. ¡La lengua es la ruina del hombre! No seas falso, ni calumnies con tu lengua» (Eclesiástico 5: 13, 14). «A veces uno se equivoca, pero sin querer; ¿quién no ha pecado con la lengua?» (Eclesiástico 19: 16). Y añade, con un marcado parecido a Santiago: «Las heridas causadas por azotes se quedan en la piel; las heridas causadas por la lengua rompen los huesos. Muchos han muerto a filo de espada, pero más aún por culpa de las malas lenguas. ¡Dichoso el que está a salvo de la lengua, el que no ha sido víctima de su furia, ni ha caído bajo su yugo, ni ha quedado preso en sus cadenas! La lengua no tiene poder sobre los buenos; sus llamas no podrán quemarlos. Pero en ellas caerán los que abandonan al Señor...» (Eclesiástico 28:17-26).7 
La imagen del fuego, dada su importancia en las Escrituras, merece especial atención. La figura del fuego, específicamente en un bosque, es frecuente en la Biblia (Sal. 83: 13; Isa. 9: 18; Zac. 12: 6), por lo que, aplicada a la lengua, también es común encontrarla en la literatura hebrea: «El hombre perverso cava en busca del mal; en sus labios hay como una llama de fuego» (Pro. 16: 27). 
Por eso, sabiendo que puede causar mucho daño, incluso a distancia, Santiago también compara con un incendio el daño causado por la lengua. Y es que, así como en un clima seco como el de Palestina un fuego en el bosque acababa escapando a todo control casi inmediatamente, asi de incontrolable puede ser también el daño que se causa con la lengua. Si, ese es el peligro de la lengua: que, igual que sucede con el fuego, sus efectos pueden ser incontrolables. 8 De ahí que el salmista pida lo siguiente: «Pon guarda a mi boca, Jeho- vá; guarda la puerta de mis labios» (Sal. 141: 3). 
El problema más grave de la lengua, sin embargo, no es este, sino la irónica y ambigua conducta que produce, el doble discurso que su mal empleo expone por conducto de quienes decimos ser cristianos: «Con ella bendecimos al Dios y Padre y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición.
7. «En palabras de Jesús» • 83 
Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?» (San. 3: 9-11).5 
A diferencia de una fuente de agua real que solo puede producir un tipo de agua, la tragedia de la lengua es que esta es capaz de alternar el "líquido" que produce, es decir, fluctúa entre lo bueno y lo malo.10 Así, ilustrando cómo es que la mezcla de agua sucia hará que el resto de agua pura de una fuente se contamine, que pese a nuestras buenas intenciones, a menudo Dasta decir algo para que quienes nos oyen concluyan que nuestro cristianismo es una mera apariencia, la claridad de Santiago respecto a nuestra verdadera situación pareciera no ser muy alentadora.11 
Aprendamos de Jesús 
Sin embargo, lamentarnos de nuestra falta de control o simplemente poner el dedo en la llaga, no es productivo. El contacto y su decisión de entregarse diariamente a Cristo fue lo que hizo que Santiago pasara de las palabras duras y a veces sarcásticas a su familiar y pastoral «hermanos míos». En efecto, «Cuando conozcamos a Dios como es nuestro privilegio conocerle, nuestra vida será una vida de continua obediencia. Si apreciamos el carácter de Cristo y tenemos comunión con Dios, el pecado llegará a sernos odioso», 12 incluido por supuesto el pecado del mal uso de la lengua. 
«¿Conocer a Dios?», preguntará. «¿Acaso el hecho de estudiar la Biblia no es prueba suficiente de que ya lo conocemos? Si no fuera así, no tendríamos ninguna». Pero conocer a Dios, usted lo sabe, implica mucho más que eso. Recuerde que Santiago lo «conoció» desde su infancia, y aun así con sus palabras insultó y lastimó más de una vez a Jesús. Lo que pasa es que él (y en ocasiones nosotros también) no había entendido que solo es posible conocer a Dios a través de Cristo (Juan 14: 6-9; 17: 3). Por eso sugiero que, con más frecuencia de la que lo hacemos, tendríamos que poner en práctica la conocida cita de Elena G. de White: 
«Seria bueno que cada día dedicásemos una hora de reflexión a la contemplación de la vida de Cristo. Debiéramos tomarla punto por punto, y dejar que la imaginación se posesione de cada escena, especialmente de las finales. Y mientras nos espaciemos así en su gran sacrificio por nosotros, nuestra confianza en él será más constante, se reavivará nuestro amor, y quedaremos más imbuidos de su Espíritu. [...] Mientras nos asociamos unos con
84 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe 
otros, podemos ser una bendición mutua. Si pertenecemos a Cristo, nuestros pensamientos más dulces se referirán a él. Nos deleitaremos en hablar de él; y mientras hablemos unos a otros de su amor, nuestros corazones serán enternecidos por las influencias divinas. Contemplando la belleza de su carácter, seremos "transformados de gloria en gloria en la misma semejanza"».13 
Puesto que desde su niñez Cristo fue y es el único ser humano en esta tierra capaz de controlar siempre sus palabras, no es extraño que también sea el único que, en todo momento, haya ejercido el magisterio correctamente y sin dejarse arrastrar por las enseñanzas que imperaban en sus días; 
«Desde sus más tiernos años, el niño judío estaba rodeado por los requerimientos de los rabinos. Había reglas rígidas para cada acto, aun para los más pequeños detalles de la vida. Los maestros de la sinagoga instruían a la juventud en los incontables reglamentos que los israelitas ortodoxos debían observar. Pero Jesús no se interesaba en esos asuntos. Desde la niñez, actuó independientemente de las leyes rabínicas. Las Escrituras del Antiguo Testamento eran su constante estudio, y estaban siempre sobre sus labios las palabras: "Así dice Jehová". [...] Porque era tan amable y discreto, los escribas y ancianos suponían que recibiría fácilmente la influencia de su enseñanza. Le instaban a recibir las máximas y tradiciones que habían sido transmitidas desde los antiguos rabinos, pero él pedía verlas autorizadas en la Santa Escritura. Estaba dispuesto a escuchar toda palabra que procede de la boca de Dios; pero no podía obedecer a lo inventado por los hombres. 
Jesús parecía conocer las Escrituras desde el principio al fin, y las presentaba con su verdadero significado. Los rabinos se avergonzaban de ser instruidos por un niño. Sostenían que incumbía a ellos explicar las Escrituras, y que a él le tocaba aceptar su interpretación. Se indignaban porque él se oponía a su palabra».14 
Pero, ¿cómo lo hizo? ¿Bastaba con que leyera la Biblia todos los días? La verdad es que eso es indispensable, pero apenas es el inicio. Por eso, consciente de que hablar de un método para controlar y usar correctamente las palabras podría llegar a sonar arrogante, a continuación me limitaré a mencionar tan solo algunas de las "estrategias" que considero que Cristo usó para lograrlo.15 
Cuando era atacado, no respondía, presentaba la Palabra de Dios: «Él no atacaba los preceptos ni las prácticas de los sabios maestros; pero cuando se le reprendía por sus propias costumbres sencillas presentaba la Palabra de Dios en justificación de su conducta».16
7. «En palabras de Jesús» • 85 
Siempre trató de ser amable con todos: «De toda manera amable y sumisa, Jesús procuraba agradar a aquellos con quienes trataba».17 
Supo cuándo guardar silencio: «En edad muy temprana, Jesús había empezado a obrar por su cuenta en la formación de su carácter, y ni siquiera el respeto y el amor por sus padres podían apartarlo de la obediencia a la Palabra de Dios. [...] Pero la influencia de los rabinos le amargaba la vida. Aun en su juventud tuvo que aprender la dura lección del silencio y la paciente tolerancia».18 
Hablaba para fomentar el desarrollo de los demás: «Enseñaba a todos a considerarse dotados de talentos preciosos, que, si los empleaban debidamente, les granjearían riquezas eternas. Arrancaba toda vanidad de la vida, y por su propio ejemplo enseñaba que todo momento del tiempo está cargado de resultados eternos; que ha de apreciarse como un tesoro, y emplearse con propósitos santos. [. . .] En cualquier compañía donde se encontrase, presentaba una lección apropiada al momento y las circunstancias. Procuraba inspirar esperanza a los más toscos y menos promisorios, presentándoles la seguridad de que podrían llegar a ser sin culpa e inocentes, y adquirir un carácter que los revelase como hijos de Dios. Con frecuencia se encontraba con aquellos que habían caído bajo el dominio de Satanás y no tenían fuerza para escapar de su lazo. A una persona tal, desalentada, enferma, tentada y caída, Jesús dirigía palabras de la más tierna compasión, palabras que eran necesarias y podían ser comprendidas».19 
Siempre fue discreto: «A otros encontraba que estaban luchando mano a mano con el adversario de las almas. Los estimulaba a perseverar, asegurándoles que vencerían; porque los ángeles de Dios estaban de su parte y les darían la victoria. Los que eran así ayudados se convencían de que era un ser en quien podían confiar plenamente. El no traicionaría los secretos que volcaban en su oído lleno de simpatía».20 
Fue capaz de ejercer un singular equilibrio: «Jesús no suprimía una palabra de la verdad, pero siempre la expresaba con amor. En su trato con la gente hablaba con el mayor tacto, cuidado y misericordiosa atención. Nunca fue áspero ni pronunció innecesariamente una palabra severa, ni ocasionó a un alma sensible una pena inútil. No censuraba la debilidad humana. Decía la verdad, pero siempre con amor. Denunciaba la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad; pero las lágrimas velaban su voz cuando profería sus penetrantes reprensiones».21 
Y, por encima de todo, actuó siempre así, pese a las condiciones desfavorables: Hablando de la actitud de sus hermanos para con él, esta cita así lo demues
86 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe 
tra: «Con su medida corta, no podían sondear la misión que había venido a cumplir, y por lo tanto no podían simpatizar con él en sus pruebas. Sus palabras groseras y carentes de aprecio demostraban que no tenían verdadera percepción de su carácter [...]. Le veían con frecuencia lleno de pesar; pero en vez de consolarle, el espíritu que manifestaban y las palabras que pronunciaban no hacían sino herir su corazón. Su naturaleza sensible era torturada, sus motivos mal comprendidos, su obra mal entendida».22 
Ante tal ejemplo, no podemos sino reconocer que el mensaje de Santiago 3: 1-12 es claro. Nadie puede ser ni buen maestro ni buen cristiano si sus emociones controlan lo que dice. En efecto, las personas sabias son aquellas que viven según convicciones de fe y no según impulsos viscerales.23 
Puesto que todavía nos falta mucho para hablar de manera semejante a Cristo, anhelo que nuestra mayor convicción tras haber leído esto sea la de pasar más tiempo no solo leyendo la Biblia, sino contemplando y meditando el carácter de nuestro Salvador. Decisión que, en palabras de lesús, sería poner en práctica su objetivo: «porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Juan 13: 15). 
Referencias 
1. Cassese, pág. 23. 
2. Si tenemos en cuenta su raíz hebrea, la palabra 'rabí' se traduciría literalmente como: 'mi gran’ o "mi mucho". De ahí que también tenga el sentido de 'jefe' (vea Dan 1: 3). 
3. «Se decía incluso que, en caso de que el enemigo apresara a los padres y al maestro de una persona, esta tenía obligación de rescatar en primer lugar a su maestro» (W, Barclay, pág. 952). 
4 El verbo traducido aquí como "ofender' [ptaío] en realidad implica la idea de una caída consecuencia de tropezar o resbalar (vea Rom. 11: 11 y 2 Ped. 1: 10), Dándole así un sentido equivalente a "equivocarse*, esta palabra nos recuerda hasta qué punto somos vulnerables y propensos a equivocarnos en cualquier momento (vea también Sant. 2: 10). Valga pues la analogía del gran marino Lord Fisher, quien acostum bra decir: «La vida está sembrada de cáscaras de plátano» (citado en Barclay, pág 953). 
5. El concepto de perfección es muy importante para nuestro autor (es quien, desde un pumo de vista proporcional, más lo menciona en todo el Nuevo Testamento). Al usarlo aquí, «Santiago concreta dos ideas que estaban entretejidas en la literatura y el pensamiento judíos, (i) No hay persona en el mundo que no cometa ningún pecado [...| (ii) No hay pecado en el que sea más fácil caer ni de peores consecuencias que los pecados de la lengua» {¡bfd.) 
6. De hecho, todos los capítulos de Santiago tienen al menos una referencia al uso del habla o de la lengua. 
7. Asociar a la lengua con el timón de un barco es algo que sucede también en la literatura antigua egipcia Asimismo, como en este caso, Séneca y Plutarco la compararon con el fuego (Kaiser, pág. 2005). 
8. Sobre todo porque la fuente de su poder destructor es el «infierno» (geena, en griego; San. 31 6). Se trata de una alusión al Valle de Hinom, un barranco a las afueras del sur de Jerusalén, donde se incineraba la basura y en días de Santiago se asociaba con la morada de 'Azazel' (Satanás). 
9. Bendecir el nombre de Dios para un judío es una costumbre sumamente importante y arraigada. Hasta la fecha, los judíos acostumbran a hacerlo prácticamente en todas sus oraciones, especialmente al repe tir tres veces al día (mañana, tarde y noche) la Amidá ("de pie") o, como también la llaman, las Shemoná esré, por ser originalmente un conjunto de dieciocho oraciones cuyo contenido les hace repetir, una y otra vez, «Baruj atá Adonai» («Bendito seas, Señor»).
7. «En palabras de Jesús» • 87 
10. Douglas ). Moo, The Letter of James: An ¡ntroduction and Commentary (Grand Rapids, Michigan. Intervar- sity, 1985), pág. 129. 
11. A fin de cuentas, se espera que vivamos una «religión sin mancha» (San. 1: 27), no una que esté «conta minada» por nuestra lengua (San. 3: 6). 
12. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, cap 73, pág. 637. 
13. ídem, cap. 8, pág. 66. 
14. ídem, cap. 9, pág. 67. 
15. Ni que decir cabe que el esfuerzo hecho por Philip G. Samaan, en su libro El método de Cristo para el crecimiento espiritual (Buenos Aires: ACES), es un intento útil y digno de ser tenido en cuenta, 
16. Elena G. de White, El Deseado de todas ¡asgentes, cap. 9, pág. 68. 
17. Ibídem. 
18. Ibídem. 
19. Elena G. de White, ídem, cap. 9, pág. 73. 
20. Ibídem. 
21. Elena G. de White, El camino a Cristo, cap. 1, págs. 17, 18. 
22. El Deseado de todas las gentes, cap. 33, pág. 296. 
23. Cassese, pág. 22.

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Capítulo 7 | Libro complementario | En plabras de jesús | Escuela Sabática

  • 1. «En palabras de Jesús» Poco antes del comienzo de la Fiesta de las Cabañas, en Jerusalén, mis hermanos y yo estábamos con Jesús, listos para asistir a los festejos. Sin embargo, nos extrañó que él no se estuviera preparando para viajar a la capital, pues ningún judío acostumbraba a perderse esta fiesta. —¿Qué pasa? ¿No vienes con nosotros? —preguntó uno. —Sí, tendrías que acompañarnos —insistió otros de mis hermanos—. Conviene que tus seguidores de allá también vean los "milagros" que haces. Pero Jesús negó con la cabeza. Desde que hubo sanado al paralítico de Be- tesda había decidido limitar su campo de acción a Galilea y no asistir a las fiestas nacionales, a fin de evitar un conflicto inútil con los dirigentes de Jerusalén. Nosotros, sin embargo, concluimos que era un error de su parte aislarse de los grandes y sabios de la nación. Creíamos que aquellos hombres probablemente tenían razón y que Jesús hacía mal oponiéndose a ellos. Pero éramos testigos de su vida intachable y, aunque preferíamos no ser contados entre sus discípulos, realmente estábamos profundamente impresionados por sus obras. De hecho, su popularidad en Galilea llegó a despertar nuestra ambición, ya que llegamos a creer que Jesús daría una prueba de su poder que induciría a los fariseos a reconocerlo como lo que él pretendía ser. ¿Y si en realidad fuese el Mesías, el Príncipe de Israel? Ser su hermano podría traernos ciertas satisfacciones y beneficios. Tan ansiosos estábamos al respecto, que continuamos rogándole a Jesús que fuese a Jerusalén con nosotros. — ¡No te entendemos! —exploté finalmente—. ¡No tiene ningún sentido que mantengas en secreto tu poder! —¡Exacto! —asintieron todos—. ¡Si en realidad quieres ser popular tendrás que demostrar a todo el mundo quién eres y lo que eres capaz de hacer!
  • 2. 78 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe No miento si te digo que llegamos a insinuarle que su negativa nos parecía una señal de cobardía y debilidad. Si sabía que era el Mesías, ¿por qué guardaba esta actitud tan extraña y pasiva? Si realmente poseía tanto poder, si era tan bueno para hablar, ¿por qué no iba a Jerusalén y reclamaba sus derechos de una vez por todas? ¿Por qué no hacía, al menos en Jerusalén, obras tan maravillosas como las que se relataban de él en Galilea? —No te ocultes en provincias alejadas —seguimos dando rienda suelta a nuestras recriminaciones—. ¿Por qué te limitas a realizar tus obras en beneficio de tan "selectos grupos”, como los campesinos y los pescadores? Pero Jesús no respondió a nuestro cruel sarcasmo con palabras del mismo carácter. Y mientras, en su interior, se compadecía de nuestra ignorancia espiritual, de nuestra incapacidad de comprender su verdadera misión, al fin respondió: —Vayan ustedes a la fiesta —y agregó—. Yo no iré, porque todavía no ha llegado el momento de que todos sepan quién soy yo. Su respuesta fue firme pero, como siempre, la expresó sin aspereza. Sin embargo, cuando hubimos partido, él también se dirigió a Jerusalén, aunque por otra ruta. A la mitad de la semana que duraba la fiesta, cuando Jesús se presentó en el atrio del templo, todos se sorprendieron al verlo y de repente se hizo un profundo silencio. Y así, habiendo captado su atención, comenzó a hablarles como nadie lo había hecho. Demostrándoles, entre otras cosas, lo que mis hermanos y yo sabíamos bien: su forma de hablar, sin importar las circunstancias, no era igual a la de los sacerdotes y maestros del templo, mucho menos se parecía a la nuestra. Créeme, ¡la forma de usar las palabras que tenía era definitivamente diferente! Por cierto, de eso también hablé en mi libro. «Todo lo que diga puede ser usado contra usted» Al llegar al capítulo 3, Santiago retoma el tema del control de la lengua (véase San. 1:19, 26). Su intención al hacerlo es prevenirnos de caer en prácticas que contradigan el mensaje central de la fe. El uso no controlado de la lengua, la forma en que emitimos nuestras opiniones, y junto con ellas nuestras emociones, siempre es un elemento delicado en las relaciones interpersonales. Por eso, en este capítulo Santiago no solo nos instruve sobre cómo relacionarnos, sino también sobre cómo comunicarnos: «Dado que el cristianismo
  • 3. 7. «En palabras de Jesús» • 79 es en sí mismo una nueva manera de relacionarnos, vivirlo en plenitud no sería posible sin una nueva manera de comunicarnos».1 Y si de comunicar se trata, Santiago sabe que empezar hablando de los maestros, dada la naturaleza de esa profesión, será de gran ayuda: «Hermanos en Cristo, no debemos tratar de ser todos maestros, pues bien sabemos que Dios juzgará a los maestros más estrictamente que a los demás» (San. 3: 1, TLA). Aunque no sabemos a ciencia cierta si en este pasaje se alude específicamente a un tipo o grupo de maestros, sí es un hecho que en aquel tiempo esta profesión tenía una importancia de primer orden. En la iglesia de Antioquía, por ejemplo, se los equipara a los profetas (Hech. 13: 1), mientras que en las listas que Pablo hace de los dones espirituales son mencionados a continuación de los apóstoles y los profetas (compare 1 Cor. 12: 28 con Efe. 4: 11). Por ello, es posible que Santiago tenga en mente a aquellos cuya función dentro de las iglesias era instruir y edificar a los miembros, velando porque estos fueran afianzados en las verdades del evangelio. Dada esta gran responsabilidad, Santiago está convencido de que la enseñanza es una ocupación, digamos, un tanto "peligrosa" Al remplazar de alguna forma la función que desempeñaban los rabinos, es posible que algunos maestros cristianos se hubieran sentido tentados a esperar un trato privilegiado como el que precisamente recibían sus antecesores judíos.2 Además de dispensarles en todo momento un trato sumamente respetuoso, se consideraba que las obligaciones para con un rabino eran incluso mayores que las que se tenían con un padre, ya que se pensaba que a los padres se debe la existencia en este mundo, pero a los rabinos la del mundo venidero.3 Siendo este el caso, era sumamente fácil que alguien que aspirara a convertirse en maestro cayera en el peligro contra el que Santiago advierte. Dado que su instrumento es la palabra y su agente es la lengua, el maestro no solo se encuentra en una posición en la que es mucho más fácil fallar, sino que, en caso de hacerlo, se le pedirán cuentas en mucho mayor grado. Por lo tanto, con su ya familiar y amable apelativo «hermanos míos», Santiago advierte a sus lectores que no continúen aspirando a ser maestros, a menos que estén plenamente calificados y sean conscientes de qué representa serlo. F.1 consejo, de hecho, se lo aplica a sí mismo en la parte final del versículo, cuando dice: «Sabiendo que recibiremos mayor condenación» (San. 3: 1). Es decir, sabiendo que los que enseñamos seremos juzgados más severamente. Podemos ver que Santiago ha aprendido del gran Maestro y, como pastor cuidadoso que también es, habla benévolamente a sus oyentes. Lejos de exal
  • 4. 80 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe tarse por su posición de maestro, se identifica con sus lectores al reconocer: «Todos ofendemos muchas veces» (San. 3: 2). Es decir, todos cometemos errores, nos equivocamos y fallamos.4 En efecto, todos estamos expuestos a caer en pecado y jamás podremos remediarlo confiando en nuestras propias fuerzas. «¿Necesita evidencia al respecto?», preguntaría Santiago. «Basta con tomar como ejemplo la forma en la que usamos el habla, capacidad que, al usarla de manera incorrecta o descuidada, probablemente sea con la que más frecuencia pecamos». En cambio, añade nuestro autor, «si alguno no ofende de palabra, es una persona perfecta, capaz también de refrenar todo el cuerpo» (San. 3: 2).5 ¿Quiere decir esto que el hombre puede llegar a la perfección controlando la lengua? Si fuera así tal como plantea Simón Kistemaker, los sordomudos serían los únicos que lograría alcanzar la perfección, ¿cierto? Sin embargo, como ya hemos notado en otro capítulo, la perfección en la epístola de Santiago no significa vivir sin cometer pecado, sino alcanzar la madurez espiritual la cual, mediante la sabiduría y el poder vivificador de la Palabra de Dios, también es capaz de controlar las palabras y acciones: «El que ahorra palabras tiene sabiduría; prudente de espíritu es el hombre inteligente. Aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio; el que cierra sus labios es inteligente » (Pro. 17: 27, 28). Por desgracia, pese a estar a nuestro alcance, esa madurez no siempre nos caracteriza, tal como sucedió en aquella ocasión en que dos jóvenes amigos se reunieron en casa de uno de ellos. Como ambos eran unos apasionados de la música sinfónica, no tardaron en enzarzarse en una larga conversación sobre algunas obras clásicas, así como sobre sus compositores predilectos. Ansioso por demostrar a su amigo que cierta sinfonía era capaz de transportar a quien la escucha a un ambiente de paz inigualable, el anfitrión procedió a reproducir en su aparato de sonido dicha pieza. Pero, mientras ambos disfrutaban arrobados del mensaje transmitido por la música, precisamente en un punto medular de la sinfonía, la madre de aquel joven entró para preguntarles algo referente a la cena que con gusto les estaba preparando, estropeando así tan especial momento. Acto seguido, esa interrupción fue sancionada con un duro reproche. «¡No es posible, mamá! ¿Cómo se te ocurre entrar de esa forma en mi habitación y echar a perder un momento como este con algo tan irrelevante?».
  • 5. 7. «En palabras de Jesús» • 81 Sorprendida y apenada, la mujer se retiró del cuarto. Sin embargo, el drástico cambio en el ambiente y el estado de ánimo que esta áspera reacción había provocado permanecieron. ¿Ve en esta historia una especie de parábola? Al igual que estos jóvenes, es probable que nosotros, más de una vez, también havamos experimentado momentos en los que, pese a parecer que estamos imbuidos en un ambiente de paz y buenas intenciones, ha bastado un simple detonador para demostrar que no siempre somos capaces de controlar nuestras palabras, ni de hablar cortésmente a los demás. De ahí que, si la espiritualidad que vivimos no es capaz de purificar nuestra conducta, ni el contenido y la manera en que hablamos, tal vez se deba a que, como en la historia, no es mucho más firme que la emoción producida por una pieza musical; algo que, irónicamente, podría experimentar incluso mientras escribo esto y, por lo tanto, también «puede ser usado contra mí». Cuando a las palabras no se las lleva el viento Convencido de esta indiscutible realidad, Santiago advierte con claridad, más que ningún otro escritor de la Biblia, contra los peligros de la lengua. A ello dedicará la mayor parte de su capítulo 3 (vers. 1-12), pero también lo hará (aunque con diferentes énfasis) en los siguientes dos capítulos de su carta (San. 4: 11-12; 5: 12).6 Partiendo seguramente de la enseñanza de Cristo de que todos tendremos que dar cuenta en el juicio de cada palabra descuiuada que hayamos pronunciado (Mat. 12: 36), Santiago 3 nos lleva a reflexionar seriamente cómo es que nuestra lengua, usada incorrectamente, influye sobre quienes nos escuchan. Acudiendo nuevamente a imágenes de la naturaleza, nuestro autor compara aquí el uso de la lengua con la importancia que tiene el freno puesto a un caballo o el timón de un barco. Aunque relativamente pequeños, ambos son elementos que tienen la capacidad de controlar un todo mucho más grande que ellos. De manera similar, esta analogía nos dice que, si podemos dominar la lengua, también gobernaremos el resto del cuerpo; pero, si no podemos hacerlo, difícilmente controlaremos el “rumbo" de nuestras acciones y acabaremos desviándonos del "destino" al cual esperamos llegar. Sin embargo, Santiago no es el único que resalta tan importante papel de la lengua. Son muchas las evidencias, pero por el momento creo que bastará
  • 6. 82 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe con mencionar las siguientes: «La suave respuesta quita la ira, pero la palabra áspera hace subir el furor. La lengua de los sabios adorna la sabiduría, pero la boca de los necios dice sandeces. [...] La lengua apacible es árbol de vida, pero la perversidad de ella es quebrantamiento de espíritu» (Pro. 15: 1, 2, 4). «En las muchas palabras no falta pecado; el que refrena sus labios es prudente» (Pro. 10: 19). «Manantial de vida es la boca del justo, pero la boca de los malvados oculta violencia» (Pro. 10: 11). Y en el caso de la sabiduría judía no bíblica, Jesús, hijo de Sirac, es quien más se destaca por describir los peligros de usar incorrectamente la lengua: «El hablar puede servir para la honra y la deshonra. ¡La lengua es la ruina del hombre! No seas falso, ni calumnies con tu lengua» (Eclesiástico 5: 13, 14). «A veces uno se equivoca, pero sin querer; ¿quién no ha pecado con la lengua?» (Eclesiástico 19: 16). Y añade, con un marcado parecido a Santiago: «Las heridas causadas por azotes se quedan en la piel; las heridas causadas por la lengua rompen los huesos. Muchos han muerto a filo de espada, pero más aún por culpa de las malas lenguas. ¡Dichoso el que está a salvo de la lengua, el que no ha sido víctima de su furia, ni ha caído bajo su yugo, ni ha quedado preso en sus cadenas! La lengua no tiene poder sobre los buenos; sus llamas no podrán quemarlos. Pero en ellas caerán los que abandonan al Señor...» (Eclesiástico 28:17-26).7 La imagen del fuego, dada su importancia en las Escrituras, merece especial atención. La figura del fuego, específicamente en un bosque, es frecuente en la Biblia (Sal. 83: 13; Isa. 9: 18; Zac. 12: 6), por lo que, aplicada a la lengua, también es común encontrarla en la literatura hebrea: «El hombre perverso cava en busca del mal; en sus labios hay como una llama de fuego» (Pro. 16: 27). Por eso, sabiendo que puede causar mucho daño, incluso a distancia, Santiago también compara con un incendio el daño causado por la lengua. Y es que, así como en un clima seco como el de Palestina un fuego en el bosque acababa escapando a todo control casi inmediatamente, asi de incontrolable puede ser también el daño que se causa con la lengua. Si, ese es el peligro de la lengua: que, igual que sucede con el fuego, sus efectos pueden ser incontrolables. 8 De ahí que el salmista pida lo siguiente: «Pon guarda a mi boca, Jeho- vá; guarda la puerta de mis labios» (Sal. 141: 3). El problema más grave de la lengua, sin embargo, no es este, sino la irónica y ambigua conducta que produce, el doble discurso que su mal empleo expone por conducto de quienes decimos ser cristianos: «Con ella bendecimos al Dios y Padre y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición.
  • 7. 7. «En palabras de Jesús» • 83 Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?» (San. 3: 9-11).5 A diferencia de una fuente de agua real que solo puede producir un tipo de agua, la tragedia de la lengua es que esta es capaz de alternar el "líquido" que produce, es decir, fluctúa entre lo bueno y lo malo.10 Así, ilustrando cómo es que la mezcla de agua sucia hará que el resto de agua pura de una fuente se contamine, que pese a nuestras buenas intenciones, a menudo Dasta decir algo para que quienes nos oyen concluyan que nuestro cristianismo es una mera apariencia, la claridad de Santiago respecto a nuestra verdadera situación pareciera no ser muy alentadora.11 Aprendamos de Jesús Sin embargo, lamentarnos de nuestra falta de control o simplemente poner el dedo en la llaga, no es productivo. El contacto y su decisión de entregarse diariamente a Cristo fue lo que hizo que Santiago pasara de las palabras duras y a veces sarcásticas a su familiar y pastoral «hermanos míos». En efecto, «Cuando conozcamos a Dios como es nuestro privilegio conocerle, nuestra vida será una vida de continua obediencia. Si apreciamos el carácter de Cristo y tenemos comunión con Dios, el pecado llegará a sernos odioso», 12 incluido por supuesto el pecado del mal uso de la lengua. «¿Conocer a Dios?», preguntará. «¿Acaso el hecho de estudiar la Biblia no es prueba suficiente de que ya lo conocemos? Si no fuera así, no tendríamos ninguna». Pero conocer a Dios, usted lo sabe, implica mucho más que eso. Recuerde que Santiago lo «conoció» desde su infancia, y aun así con sus palabras insultó y lastimó más de una vez a Jesús. Lo que pasa es que él (y en ocasiones nosotros también) no había entendido que solo es posible conocer a Dios a través de Cristo (Juan 14: 6-9; 17: 3). Por eso sugiero que, con más frecuencia de la que lo hacemos, tendríamos que poner en práctica la conocida cita de Elena G. de White: «Seria bueno que cada día dedicásemos una hora de reflexión a la contemplación de la vida de Cristo. Debiéramos tomarla punto por punto, y dejar que la imaginación se posesione de cada escena, especialmente de las finales. Y mientras nos espaciemos así en su gran sacrificio por nosotros, nuestra confianza en él será más constante, se reavivará nuestro amor, y quedaremos más imbuidos de su Espíritu. [...] Mientras nos asociamos unos con
  • 8. 84 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe otros, podemos ser una bendición mutua. Si pertenecemos a Cristo, nuestros pensamientos más dulces se referirán a él. Nos deleitaremos en hablar de él; y mientras hablemos unos a otros de su amor, nuestros corazones serán enternecidos por las influencias divinas. Contemplando la belleza de su carácter, seremos "transformados de gloria en gloria en la misma semejanza"».13 Puesto que desde su niñez Cristo fue y es el único ser humano en esta tierra capaz de controlar siempre sus palabras, no es extraño que también sea el único que, en todo momento, haya ejercido el magisterio correctamente y sin dejarse arrastrar por las enseñanzas que imperaban en sus días; «Desde sus más tiernos años, el niño judío estaba rodeado por los requerimientos de los rabinos. Había reglas rígidas para cada acto, aun para los más pequeños detalles de la vida. Los maestros de la sinagoga instruían a la juventud en los incontables reglamentos que los israelitas ortodoxos debían observar. Pero Jesús no se interesaba en esos asuntos. Desde la niñez, actuó independientemente de las leyes rabínicas. Las Escrituras del Antiguo Testamento eran su constante estudio, y estaban siempre sobre sus labios las palabras: "Así dice Jehová". [...] Porque era tan amable y discreto, los escribas y ancianos suponían que recibiría fácilmente la influencia de su enseñanza. Le instaban a recibir las máximas y tradiciones que habían sido transmitidas desde los antiguos rabinos, pero él pedía verlas autorizadas en la Santa Escritura. Estaba dispuesto a escuchar toda palabra que procede de la boca de Dios; pero no podía obedecer a lo inventado por los hombres. Jesús parecía conocer las Escrituras desde el principio al fin, y las presentaba con su verdadero significado. Los rabinos se avergonzaban de ser instruidos por un niño. Sostenían que incumbía a ellos explicar las Escrituras, y que a él le tocaba aceptar su interpretación. Se indignaban porque él se oponía a su palabra».14 Pero, ¿cómo lo hizo? ¿Bastaba con que leyera la Biblia todos los días? La verdad es que eso es indispensable, pero apenas es el inicio. Por eso, consciente de que hablar de un método para controlar y usar correctamente las palabras podría llegar a sonar arrogante, a continuación me limitaré a mencionar tan solo algunas de las "estrategias" que considero que Cristo usó para lograrlo.15 Cuando era atacado, no respondía, presentaba la Palabra de Dios: «Él no atacaba los preceptos ni las prácticas de los sabios maestros; pero cuando se le reprendía por sus propias costumbres sencillas presentaba la Palabra de Dios en justificación de su conducta».16
  • 9. 7. «En palabras de Jesús» • 85 Siempre trató de ser amable con todos: «De toda manera amable y sumisa, Jesús procuraba agradar a aquellos con quienes trataba».17 Supo cuándo guardar silencio: «En edad muy temprana, Jesús había empezado a obrar por su cuenta en la formación de su carácter, y ni siquiera el respeto y el amor por sus padres podían apartarlo de la obediencia a la Palabra de Dios. [...] Pero la influencia de los rabinos le amargaba la vida. Aun en su juventud tuvo que aprender la dura lección del silencio y la paciente tolerancia».18 Hablaba para fomentar el desarrollo de los demás: «Enseñaba a todos a considerarse dotados de talentos preciosos, que, si los empleaban debidamente, les granjearían riquezas eternas. Arrancaba toda vanidad de la vida, y por su propio ejemplo enseñaba que todo momento del tiempo está cargado de resultados eternos; que ha de apreciarse como un tesoro, y emplearse con propósitos santos. [. . .] En cualquier compañía donde se encontrase, presentaba una lección apropiada al momento y las circunstancias. Procuraba inspirar esperanza a los más toscos y menos promisorios, presentándoles la seguridad de que podrían llegar a ser sin culpa e inocentes, y adquirir un carácter que los revelase como hijos de Dios. Con frecuencia se encontraba con aquellos que habían caído bajo el dominio de Satanás y no tenían fuerza para escapar de su lazo. A una persona tal, desalentada, enferma, tentada y caída, Jesús dirigía palabras de la más tierna compasión, palabras que eran necesarias y podían ser comprendidas».19 Siempre fue discreto: «A otros encontraba que estaban luchando mano a mano con el adversario de las almas. Los estimulaba a perseverar, asegurándoles que vencerían; porque los ángeles de Dios estaban de su parte y les darían la victoria. Los que eran así ayudados se convencían de que era un ser en quien podían confiar plenamente. El no traicionaría los secretos que volcaban en su oído lleno de simpatía».20 Fue capaz de ejercer un singular equilibrio: «Jesús no suprimía una palabra de la verdad, pero siempre la expresaba con amor. En su trato con la gente hablaba con el mayor tacto, cuidado y misericordiosa atención. Nunca fue áspero ni pronunció innecesariamente una palabra severa, ni ocasionó a un alma sensible una pena inútil. No censuraba la debilidad humana. Decía la verdad, pero siempre con amor. Denunciaba la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad; pero las lágrimas velaban su voz cuando profería sus penetrantes reprensiones».21 Y, por encima de todo, actuó siempre así, pese a las condiciones desfavorables: Hablando de la actitud de sus hermanos para con él, esta cita así lo demues
  • 10. 86 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe tra: «Con su medida corta, no podían sondear la misión que había venido a cumplir, y por lo tanto no podían simpatizar con él en sus pruebas. Sus palabras groseras y carentes de aprecio demostraban que no tenían verdadera percepción de su carácter [...]. Le veían con frecuencia lleno de pesar; pero en vez de consolarle, el espíritu que manifestaban y las palabras que pronunciaban no hacían sino herir su corazón. Su naturaleza sensible era torturada, sus motivos mal comprendidos, su obra mal entendida».22 Ante tal ejemplo, no podemos sino reconocer que el mensaje de Santiago 3: 1-12 es claro. Nadie puede ser ni buen maestro ni buen cristiano si sus emociones controlan lo que dice. En efecto, las personas sabias son aquellas que viven según convicciones de fe y no según impulsos viscerales.23 Puesto que todavía nos falta mucho para hablar de manera semejante a Cristo, anhelo que nuestra mayor convicción tras haber leído esto sea la de pasar más tiempo no solo leyendo la Biblia, sino contemplando y meditando el carácter de nuestro Salvador. Decisión que, en palabras de lesús, sería poner en práctica su objetivo: «porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Juan 13: 15). Referencias 1. Cassese, pág. 23. 2. Si tenemos en cuenta su raíz hebrea, la palabra 'rabí' se traduciría literalmente como: 'mi gran’ o "mi mucho". De ahí que también tenga el sentido de 'jefe' (vea Dan 1: 3). 3. «Se decía incluso que, en caso de que el enemigo apresara a los padres y al maestro de una persona, esta tenía obligación de rescatar en primer lugar a su maestro» (W, Barclay, pág. 952). 4 El verbo traducido aquí como "ofender' [ptaío] en realidad implica la idea de una caída consecuencia de tropezar o resbalar (vea Rom. 11: 11 y 2 Ped. 1: 10), Dándole así un sentido equivalente a "equivocarse*, esta palabra nos recuerda hasta qué punto somos vulnerables y propensos a equivocarnos en cualquier momento (vea también Sant. 2: 10). Valga pues la analogía del gran marino Lord Fisher, quien acostum bra decir: «La vida está sembrada de cáscaras de plátano» (citado en Barclay, pág 953). 5. El concepto de perfección es muy importante para nuestro autor (es quien, desde un pumo de vista proporcional, más lo menciona en todo el Nuevo Testamento). Al usarlo aquí, «Santiago concreta dos ideas que estaban entretejidas en la literatura y el pensamiento judíos, (i) No hay persona en el mundo que no cometa ningún pecado [...| (ii) No hay pecado en el que sea más fácil caer ni de peores consecuencias que los pecados de la lengua» {¡bfd.) 6. De hecho, todos los capítulos de Santiago tienen al menos una referencia al uso del habla o de la lengua. 7. Asociar a la lengua con el timón de un barco es algo que sucede también en la literatura antigua egipcia Asimismo, como en este caso, Séneca y Plutarco la compararon con el fuego (Kaiser, pág. 2005). 8. Sobre todo porque la fuente de su poder destructor es el «infierno» (geena, en griego; San. 31 6). Se trata de una alusión al Valle de Hinom, un barranco a las afueras del sur de Jerusalén, donde se incineraba la basura y en días de Santiago se asociaba con la morada de 'Azazel' (Satanás). 9. Bendecir el nombre de Dios para un judío es una costumbre sumamente importante y arraigada. Hasta la fecha, los judíos acostumbran a hacerlo prácticamente en todas sus oraciones, especialmente al repe tir tres veces al día (mañana, tarde y noche) la Amidá ("de pie") o, como también la llaman, las Shemoná esré, por ser originalmente un conjunto de dieciocho oraciones cuyo contenido les hace repetir, una y otra vez, «Baruj atá Adonai» («Bendito seas, Señor»).
  • 11. 7. «En palabras de Jesús» • 87 10. Douglas ). Moo, The Letter of James: An ¡ntroduction and Commentary (Grand Rapids, Michigan. Intervar- sity, 1985), pág. 129. 11. A fin de cuentas, se espera que vivamos una «religión sin mancha» (San. 1: 27), no una que esté «conta minada» por nuestra lengua (San. 3: 6). 12. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, cap 73, pág. 637. 13. ídem, cap. 8, pág. 66. 14. ídem, cap. 9, pág. 67. 15. Ni que decir cabe que el esfuerzo hecho por Philip G. Samaan, en su libro El método de Cristo para el crecimiento espiritual (Buenos Aires: ACES), es un intento útil y digno de ser tenido en cuenta, 16. Elena G. de White, El Deseado de todas ¡asgentes, cap. 9, pág. 68. 17. Ibídem. 18. Ibídem. 19. Elena G. de White, ídem, cap. 9, pág. 73. 20. Ibídem. 21. Elena G. de White, El camino a Cristo, cap. 1, págs. 17, 18. 22. El Deseado de todas las gentes, cap. 33, pág. 296. 23. Cassese, pág. 22.