2. «Me dijo entonces: Hijo de hombre, ¿no ves lo que éstos hacen, las grandes
abominaciones que la casa de Israel hace aquí para alejarme de mi
santuario? Pero vuélvete aún, y verás abominaciones mayores» (Ezequiel 8:6)
El sacerdote Ezequiel fue llevado a Babilonia durante la segunda
deportación (597 a.C.). Allí fue llamado al ministerio profético.
Había un ídolo
en la entrada
del templo.
70 ancianos
adoraban a
reptiles y bestias.
Las mujeres
endechaban a
Tamuz.
25 varones
adoraban al sol
en el atrio.
En visión, fue llevado al templo para contemplar las
acciones de los dirigentes de la nación judía (Ezequiel 8).
Allí pudo ver por qué sería destruida Jerusalén.
3. «Así ha dicho Jehová Dios de Israel: Diréis así al rey de Judá, que os envió a
mí para que me consultaseis: He aquí que el ejército de Faraón que había salido
en vuestro socorro, se volvió a su tierra en Egipto. Y volverán los caldeos y
atacarán esta ciudad, y la tomarán y la pondrán a fuego» (Jeremías 37:7-8)
En el cuarto año de su reinado, Sedequías
fue llamado a Babilonia para renovar su
pacto de obediencia. Esto coincidió
seguramente con los hechos relatados en
Daniel 3.
Poco después, rompió su juramento e hizo
alianza con Egipto para rebelarse contra
Babilonia.
Nabucodonosor sitió Jerusalén.
Pero, al oír que el faraón venía
contra él, levantó el sitio.
En ese momento, Sedequías pidió
el consejo de Jeremías. ¿Habría
cambiado Dios de opinión?
4. «Y dijeron los príncipes al rey: Muera ahora este hombre; porque de esta
manera hace desmayar las manos de los hombres de guerra que han quedado
en esta ciudad, y las manos de todo el pueblo, hablándoles tales palabras;
porque este hombre no busca la paz de este pueblo, sino el mal» (Jeremías 38:4)
Aunque el rey respetaba a Jeremías, no
era capaz de contradecir a sus príncipes,
y lo entregó en sus manos.
Acusados por su conciencia, los príncipes
no se atrevieron a derramar sangre
inocente. Arrojaron a Jeremías en una
cisterna cenagosa, con la esperanza de
que muriese de forma «natural».
Aunque Jeremías anhelaba el bien de su
pueblo, fue acusado de buscar su mal.
Y a pesar de todo, se mantuvo fiel al
mensaje que había recibido de Dios.
5. «Y quemaron la casa de Dios, y rompieron el muro
de Jerusalén, y consumieron a fuego todos sus
palacios, y destruyeron todos sus objetos deseables»
(2ª de Crónicas 36:19)
Tras dos años de asedio, los ejércitos babilónicos entraron en Jerusalén.
El rey Sedequías intentó huir, pero fue arrestado. Sus hijos murieron, y él fue cegado
y llevado cautivo a Babilonia.
A causa de la terca negativa
del pueblo a arrepentirse,
Jerusalén fue destruida.
También fue destruido el
Templo, centro religioso
de Israel.
Allí murieron los falsos
profetas y fueron destruidos
los ídolos abominables en los
que confiaron.
6. «Palabra de Jehová que vino a Jeremías, después que Nabuzaradán
capitán de la guardia le envió desde Ramá, cuando le tomó estando atado
con cadenas entre todos los cautivos de Jerusalén y de Judá que iban
deportados a Babilonia» (Jeremías 40:1)
Imaginemos la situación… El ejército babilonio rodea
Jerusalén. Algunos habitantes de la ciudad salen de ella y
llegan a su campamento.
Al preguntarles por qué abandonan la ciudad, les cuentan
que el profeta Jeremías recibió de Dios la orden de que se
rindieran a los babilonios.
¿Por qué liberó Nabuzaradán a Jeremías y lo trató respetuosamente?
A través de estos testimonios, los babilonios
tuvieron la oportunidad de ser conscientes de
que estaban siendo usados por Dios para
castigar a Judá (Jeremías 40:2-3).
7. «Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me
buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón»
(Jeremías 29:12-13)
Dios conoce el fin desde el principio. Aún mientras la gente en Jerusalén estaba
peleando todavía con los babilonios, aún esperando que las palabras de los falsos
profetas fueran ciertas, Dios estaba usando a Jeremías para hablar del futuro a los
que ya estaban en Babilonia y a aquellos que finalmente irían allí.
«He aquí que no se ha
acortado la mano de
Jehová para salvar, ni
se ha agravado su oído
para oír» (Isaías 59:1)
Ya que ellos fueron castigados
por sus pecados, solamente
podrían retornar cuando se
hubiesen arrepentido
sinceramente de ellos.
La disposición de Dios a
perdonar a sus hijos
descarriados había sido
predicha muchos siglos antes
(Deuteronomio 30:1-4). Hoy, sigue
siendo misericordioso y
paciente con nosotros.
8. «Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los
setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi
buena palabra, para haceros volver a este lugar» (Jeremías 29:10)
Aunque ya no había Templo, Dios pidió
al pueblo que siguiese orando en la
tierra de su exilio. Debían pedir por la
prosperidad de la ciudad donde habían
sido deportados, «porque en su paz
tendréis vosotros paz» (Jer. 29:7).
Debían vivir en Babilonia como si nunca
hubieran de regresar (Jer. 29:5-6), pero
con la seguridad de que regresarían
cuando llegase el momento oportuno.
Setenta años después de la primera
deportación (605 a.C.), Daniel intercedió
por su pueblo ante Dios (Daniel 9) y
ante Ciro.
9. «Entre los hijos de Israel que fueron llevados a Babilonia al
principio de los setenta años de cautiverio, se contaban
patriotas cristianos, hombres que eran tan fieles a los buenos
principios como el acero, que no serían corrompidos por el
egoísmo, sino que honrarían a Dios aun cuando lo perdiesen
todo. En la tierra de su cautiverio, estos hombres habrían de
ejecutar el propósito de Dios dando a las naciones paganas las
bendiciones provenientes del conocimiento de Jehová. Habían
de ser sus representantes. No debían en caso alguno transigir
con los idólatras, sino considerar como alto honor la fe que
sostenían y el nombre de adoradores del Dios viviente. Y así lo
hicieron. Honraron a Dios en la prosperidad y en la
adversidad; y Dios los honró a ellos»
E.G.W. (Profetas y reyes, pg. 351)
Tú y yo vivimos en este mundo esperando la pronta liberación de
la cautivad del pecado. Decide hoy ser fiel a los principios de Dios
y toma la decisión de honrarlo, como lo hicieron estos cautivos.