1. JOSEPH THOMAS
HACIA UNA TEOLOGÍA DEL TRABAJO
Reflexión teológica sobre el trabajo humano en su doble aspecto personal y colectivo:
como acción subjetiva del individuo y como producto objetivo de la comunidad.
Perspectivas sur une théologie du travail, Revue de L’Action Populaire, 166 (1963),
273-286
INTRODUCCIÓN
¿Qué problemas reales plantea a la Iglesia y a sus teólogos el trabajo humano? Hay que
conciliar dos perspectivas. Por un lado se trata de dar un sentido al esfuerzo colectivo de
la humanidad que intenta dominar el universo entero: bajo este aspecto la teología del
trabajo será una teología del producto humano. Por otro hay que revalorizar el aspecto
personal del trabajo elaborando una teología de la acción: y en este sentido la teología
del trabajo será una teología del acto humano.
Quizá algunos teólogos, dado el ambiente materialista y las condiciones inhumanas del
trabajo, han descuidado este aspecto personal de la acción dedicándose tan sólo a
elaborar una teología del producto. Pero el acto no puede ser considerado como un
simple medio, sino que tiene en sí mismo una consistencia de orden objetivo y una
significación propia.
Así, pues, en todo trabajo habrá que considerar el producto como valor externo y
colectivo y el acto como valor interno y personal.
PRIMERA PARTE: EL ASPECTO COLECTIVO
Podríamos representarnos la historia del trabajo y de la técnica con una curva que nos
recordase el dominio constante y progresivo del hombre sobre la naturaleza. En el punto
de partida la lucha del primitivo con los elementos- el progreso sería muy lento, pero a
partir de las innovaciones técnicas la curva ascendería rápidamente, para llegar hasta
nuestros días en movimiento de avance irresistible.
Esta representación gráfica de conjunto nos plantearía el problema del sentido y de la
finalidad de un progreso que lleva a la competencia entre naciones y que parece
imponerse irresistiblemente a los hombres más que ser dominado por ellos. ¿Estaría
justificado todo ese esfuerzo? Ninguna respuesta humana sería totalmente satisfactoria.
Por esto la teología recoge la pregunta e intenta dar una solución, señalando el fin de
todo trabajo y progreso colectivo.
A. El origen
Al principio "Dios creó al hombre, macho y hembra". Los creó para que formasen la
comunidad. El origen común es expresión de fraternidad universal. Creada la primera
pareja, el hombre se descubre esencialmente relacionado con ella y por tanto en
comunión íntima con "el-otro"; comunión que debe tender a la universal comunidad.
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Por esto, si el hombre reconoce a los demás como otros tantos "yo", se abre a la
vocación comunitaria del amor universal.
Pero además Dios creó al hombre, para que, dominase el universo y lo pusiese al
servicio de toda la humanidad. El mundo material aparece siempre como "lo-otro" del
hombre. Y hay que remontar esa distancia; establecer una alianza que consume la
unidad entre el hombre y la naturaleza.
B. El proceso
A partir de este origen, la humanidad se desarrolla según las dos líneas indicadas.
Por una parte reconoce cada día más la solidaridad de sus miembros, tiende hacia la paz
universal que es la única expresión verdadera de la unidad. Y aunque nunca la realiza de
una manera definitiva, evoluciona progresivamente hacia sociedades más amplias. Las
células-base de la sociedad se integran sucesivamente en unidades más extensas y
complejas.
Por otra parte, se reafirma la voluntad de dominar el universo que tiende
asintóticamente hacia la meta ideal de su dominio total y perfecto.
Las grandes líneas de esta evolución son señales de un progreso innegable. La
humanidad asume su solidaridad con el universo material dándole el sentido de una
tarea ofrecida a su libertad. Lo que en un principio era hostilidad frente a las fuerzas
ocultas de la naturaleza, quiere convertirlo en perfecto dominio sobre sus leyes, hasta
evitar todo cataclismo o catástrofe y toda suerte de fatalidad ineluctable. Incluso se
prevé un tiempo en que las grandes catástrofes serán imputadas a una incuria culpable o
a un retraso técnico imperdonable.
El cristiano debe ver en este movimiento de avance y progreso la marcha profética hacia
la "alianza" definitiva del hombre con la naturaleza. La esperanza de este mundo es la
expresión inconsciente de la esperanza del Cristo: la impaciencia de los "santos" por ver
acabado el Cuerpo del Cristo total. Esta misma esperanza es la que moviliza a la
humanidad en su esfuerzo por alcanzar la perfecta realización de su propio "cuerpo
inorgánico" (Marx). La Plenitud de Cristo se manifestará una vez actualizadas todas las
posibilidades latentes en el "hombre". El las "recapitulará".
C. La meta
La meta final del Plan de Dios es el Cristo Total, el Hombre Perfecto en la plenitud de
su ser (Ef 4,13). También aquí, en la realidad única del Cristo acabado, podemos
distinguir los dos aspectos antes indicados.
Por una parte, El es el acabamiento de la humanidad: la "acaba" integrándosela.
Presente en todo hombre, Cristo los reunirá a todos en El. Así, en Cristo se encontrará
realizada la unidad perfecta de la humanidad, unidad a la cual todos los hombres aspiran
con sus pequeñas comunidades humanas y con su esfuerzo por fundar una verdadera
comunión en el seno de una comunidad cada vez más amplia.
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Por otra, con el sometimiento final del universo a Cristo, su poder se extenderá a todas
las realidades. El cuerpo individual de cada hombre y su cuerpo "colectivo" -el mundo
que trata de anexionarse- serán plenamente dominados y vivificados. Cristo reinará
sobre el universo y le aportará un orden, armonía y unidad de la que nuestras
realizaciones terrestres son ecos lejanos (Flp 3,21). Los proyectos más audaces de la
humanidad hallarán en El su cumplimiento. El mundo material ya no le será obstáculo
sino instrumento de su libertad total. La energía del Cristo glorioso asegurará a todo ser
su "consistencia" definitiva (Col 1,17). Tras un largo trabajo de alumbramiento, de las
mismas entrañas del antiguo, aparecerá un mundo nuevo sin las taras del pasado. (Rom
8, 15-23).
Este acabamiento objetivo de la humanidad y del universo será la manifestación total de
las riquezas de Dios. Dios, que hizo al hombre a su imagen, encontrará en el Cristo
acabado su perfecta semejanza. La gloria de Dios, es decir, la revelación de sus riquezas
escondidas y su plena comunicación a la creatura, fue comenzada en Adán. Será
consumada en el Cristo final. La comunidad fraternal de todos los hombres integrados
en Cristo, será la manifestación perfecta del misterio del Amor. En esta perspectiva
final, el dominio y la vivificación del universo encontrarán su pleno sentido. La
sabiduría y el poder divinos serán revelados y comunicados en su plenitud como nunca
jamás lo habían sido.
TRANSICIÓN
El trabajo colectivo nos señala, pues, una meta a conseguir a través de etapas sucesivas.
Esto nos plantea una nueva cuestión: ¿cada etapa del desarrollo tiene un sentido en sí
misma o sólo en función de la meta? ¿es el trabajo individual un puro medio condenado
a desaparecer -eslabón de una cadena-, donde sólo cuentan el origen y la meta? ¿o tiene
un contenido objetivo propio?
Para responder a tales preguntas -abandonando el aspecto colectivo del trabajo- vamos a
considerar su aspecto personal.
SEGUNDA PARTE: EL ASPECTO PERSONAL
Ya desde ahora digamos que nada se pierde. Todo trabajo coopera al crecimiento del
Cuerpo de Cristo, a la revelación de Dios en el hombre y anuncia su manifestación total.
Cada etapa del proceso, cada gesto del operario, es figura y signo del Reino que se
aproxima. Es más: toda acción, en la medida en que es fiel a las exigencias del
verdadero trabajo,.. se encuentra ya, por sí misma, en el misterio del Reino en
crecimiento. ¿Cuáles son, pues, las exigencias del verdadero trabajo cristiano?
A. La renuncia y el amor
El trabajo, como todo. acto humano auténtico, es un compromiso ("engagement")
personal que supone renuncia y amor.
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Todo trabajo supone renuncia de sí mismo. Renuncia del hombre al estado natural de
pasividad en que viviría, negación de sus tendencias espontáneas, arrancarse de su
estado de pereza instintiva. La resistencia exterior que ofrecen las cosas es casi nula
comparada con la gran resistencia interior que hay que vencer y que nos inclina
espontáneamente hacia las conductas instintivas y rutinarias. Las formas más modernas
de trabajo no han suprimido estas dificultades. Al contrario, aunque desde el punto de
vista físico han disminuido notablemente la fatiga corporal, con todo desde el punto de
vista personal exigen un riesgo y responsabilidad mucho mayores.
Por esto se invita al hombre a "poner toda su vida" en el trabajo. Cierto que el aspecto
de renuncia y sacrificio indicados, son inevitables, pero el amor da su sentido profundo
al trabajo y lo hace plenamente libre.
El hombre puede siempre pensar que el trabajo realizado no vale la pena, puede
soportarlo sin comprometerse con él. Pero también puede ver en él un valor que dé
sentido a su sacrificio; puede identificarse con su trabajo "poniendo en él toda su vida
por amor". Entonces él trabajo se verá realizado a impulso de un amor que lo trasciende
y le da forma. ¿Cuál es, pues, este amor que debe inspirar todo trabajo cristiano?
En primer lugar, el amor a sí mismo en el sentido más noble de la palabra. En su trabajo
el hombre adquiere una mayor conciencia y libertad, se hace responsable, afirma su
dignidad y realiza su propio progreso.
También el amor al prójimo. Todo trabajo es comunicación. Crea la infraestructura
indispensable para las relaciones humanas. El trabajo más individual es virtualmente
universal; por él se abre un diálogo con toda la humanidad. El que trabaja, trabaja para
todos, rinde un servicio a los demás. En el horizonte se perfila la sociedad entera.
Trabajando, el hombre se inserta activamente en una comunidad y contribuye a su
mejoramiento presente y futuro.
Finalmente, el amor al universo es el que debe inspirar todo trabajo. Esta es su esencia
específica. La materia no es la fuerza enemiga que hay que vencer, sino el regalo de
Dios que está a mi servicio y al que yo mismo debo servir. Trabajando, elevo la
perfección del universo, promociono la materia que me rodea. El artista que contempla
su obra satisfecho, ama al mundo del que no quiere tan sólo servirse sino también
mejorar. Liberando energías hasta entonces reprimidas, el trabajo -movimiento hacia la
belleza- es creador de orden y armonía. Transformando el mundo para nosotros, lo
hacemos más nuestro y nos hacemos más de él en mutua solidaridad.
B. El sacrificio
El cristiano descubre en su trabajo realizado por amor el misterio sacrificial de Cristo.
Toda teología del trabajo debe partir de esta analogía. En el trabajo la humanidad
manifiesta uno de los aspectos del "sacrificio espiritual" a que está llamada. Por medio
del trabajo, el sacrificio de Cristo en su Cuerpo individual se extiende a su Cuerpo
universal. Aceptar el propio trabajo y realizarlo "poniendo en él toda, la vida por amor"
es unirse al sacrificio de Cristo; integrarse a la realidad del Cuerpo de Cristo realizando
la "Nueva Alianza" de Cristo con el hombre y con el cosmos. Así el compromiso libre,
y personal con el propio trabajo realiza la construcción del Reino.
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Hay que "poner en él toda la vida por amor"... Pero el amor puede ser rechazado.
Entonces el trabajo se degrada, se busca como "puro medio" de vida, como "situación" a
la que se aspira, rehuyendo las responsabilidades y el compromiso. La opción entre el
egoísmo y la entrega se plantea en la vida personal de cada uno. El que busca "poseer la
tierra" sólo para sí, pervierte su vocación como trabajador. Marx denuncia una
perversión radical, cuando ataca la voluntad de apropiación personal y exclusiva de los
bienes que sobrepasan las necesidades familiares. Por esto, la voluntad exclusiva de
poseer desnaturaliza el acto del hombre, que engendra la alianza con el mundo.
Pero el cristiano encuentra, en la imagen de Cristo, la. posibilidad de un amor que da al
trabajo y a su sacrificio un valor temporal y eterno. Cristo ama el cosmos. Según san
Pablo, Cristo quiere hacer de la humanidad su Cuerpo y su Esposa. Y cuando explica el
sentido del amor de los esposos mediante el amor universal y misterioso que Cristo
tiene por su Iglesia, usa de esta comparación realista: "Nadie aborreció jamás a su
propia carne; antes bien la sustenta y cuida, así como también Cristo a la Iglesia" (Ef
5,29). ¿No es esta la expresión de un amor amplísimo que engloba al mismo universo
material destinado a formar parte del Cuerpo de Cristo? Así el cosmos entero ha sido
confiado a la custodia amorosa del hombre, hasta el día en que será consumada la
"alianza" inaugurada ya desde ahora en su trabajo.
C. El valor escatológico
Por una parte, el progreso colectivo de la humanidad tiende, como hemos dicho, hacia
una meta situada más allá de la historia. Más que un querer consciente es el resultado de
un deber ser, de una atracción irresistible. Deseamos transformar la naturaleza,
humanizarla. Soñamos con una alianza total, la comunión definitiva del hombre y el
cosmos que será consumada en el Reino. Y el Reino es Cristo difundiendo en la
humanidad la plenitud de su vida. Todo será vivificado cuando todo haya sido sometido.
La eterna alianza de la humanidad con. Dios en Cristo, reasumirá la alianza temporal,
del hombre con el cosmos por medio del trabajo.
Por otro lado, nada de lo conseguido en la marcha hacia la meta será olvidado o
destruido ya que cada trabajo, realizado con espíritu de renuncia y amor, y siendo fiel a
la propia vocación, comulga con la muerte y resurrección de Cristo. Todo producto es
fruto inseparable del sacrificio y del, amor. Y así; todo hombre que trabaja, participa del
sacrificio de Cristo y del triunfo definitivo de su amor. El dominio total del universo no
será él mismo el Reino, pero sí el signo poderoso de su establecimiento triunfal. La
restauración de la armonía revelará el paso del "Cristo resucitado". Y el Reino definitivo
conservará para cada hombre los rasgos más significativos de su aventura personal. El
"mundo nuevo" que nos será ofrecido, no se adaptará a nuestro sueño-fantasía, sino que
será la respuesta-premio al grado de nuestra fidelidad temporal. Este es el profundo
significado del dogma de la resurrección de la carne que nos habla de la resurrección del
hombre en su propio cuerpo.
D. El aspecto eucarístico
No es difícil ver el lazo que une el trabajo con la Eucaristía "sacramento del Sacrificio
espiritual de la humanidad" (San Agustín).
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Por una parte la Eucaristía es un sacrificio: Cristo entrega su vida carnal a todos los que
la deseen. En el trabajo el hombre se entrega a la naturaleza desafiando sus fuerzas. La
"humanización de la naturaleza" tiene como contrapartida la "naturalización del
hombre". Pero ésta va más lejos de lo que Marx pensaba: una parte del mismo "yo" se
hará "naturaleza", se objetivará en la cosa. Antes de ser una afirmación de sí, el trabajo
será siempre una entrega, un don, un salir de sí.
Por otro lado la Eucaristía es una consagración. Trabajando transformamos la
naturaleza en cuerpo de Cristo: reconciliamos con Cristo el universo material y la
comunidad humana. La materia no es humanizada, sino espiritualizada, divinizada. La
hostia consagrada prefigura al universo material en su estado definitivo y a la
humanidad en la consumación de su unidad. Cristo, que se manifestará al fin de los
tiempos como Señor y Salvador universal, nos revela en la hostia consagrada que este
acabamiento se está ya realizando ahora, en nuestro mundo. Quizá el gran mérito del P.
Teilhard habrá consistido en centrar la atención sobre este aspecto "sustancial" del
misterio eucarístico: la consagración de la hostia, prefigurando la consagración del
universo y de la humanidad, por medio del trabajo. En la hostia recibimos "el pan de
nuestro trabajo y la sangre de nuestro esfuerzo".
CONCLUSIÓN
No le faltan a la teología del trabajo otras pistas por explorar. La reflexión sobre el
trabajo nos plantea el estudio de la creación, del fin de los tiempos, de la Iglesia, de la
Eucaristía, etc... Si las relaciones entre lo "natural" y lo "sobrenatural" han suscitado
debates apasionados, hoy la cuestión del destino natural o sobrenatural del hombre se
plantea en términos de libertad y de historia. ¿Cómo se opera en la historia el
advenimiento del Reino de Cristo? ¿Qué lazo une la esperanza teologal con la esperanza
humana y el progreso?
Por otro lado, el trabajo se relaciona con la palabra. El hombre que trabaja es un ser que
habla y que debe responder a una Palabra que le responsabiliza ante la historia. La
inmersión de la Palabra en el seno mismo de la actividad técnica ¿nos proporcionaría
una auténtica teología del trabajo? Trabajo y Palabra, Técnica y Política, son
inseparables. Una y otra deben encontrar su lugar en una teología de la Iglesia.
que
englobe el misterio de la historia y del Reino.
Tradujo y condensó: MANUEL MARCET