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Reestructurar la Vida
Sobre la Vigencia de los
Ejercicios Espirituales
Norberto Alcover, S.J.

http://www.acu-adsum.org/reestructurar.la.vida.html

Estas líneas se remiten de manera muy especial a Segundo
Montes, Ignacio Ellacuría, Joaquín López y López, Ignacio
Martín-Baró, Juan Ramón Moreno y Armando López, jesuitas,
quienes, con su muerte, dan testimonio inequívoco de la
capacidad configuradora creyente de los Ejercicios de Ignacio.
Para ellos, mi inexpresable gratitud y admiración.

Centralidad de los Ejercicios Espirituales
Nuestro carisma se encierra de manera específica en el
texto ignaciano por excelencia, los Ejercicios Espirituales,
que tantos y tantas creyentes han realizado, mejor o peor,
a lo largo de su vida, hasta convertirse en uno de los
ineludibles tópicos de la espiritualidad cristiana desde el
siglo XVI, en que se redactaron. Captar el significado
último de los Ejercicios significa hacerse con la médula de
los jesuitas, poderles comprender mejor y, también, ser
capaces de criticarles (lo que siempre es bueno) con mayor
conocimiento de causa. En esta cuestión coinciden las
diversas escuelas de interpretación ignaciana aparecidas a
lo largo de la historia de la orden: decir jesuita es decir
Ejercicios Espirituales. Aunque para algunos pueda
resultar un tanto extraño, dado el mal recuerdo que
puedan tener de negativas experiencias...
Por todo ello, es del todo punto correcto preguntarse por
la vigencia de los Ejercicios en nuestro momento histórico,
sabiendo que tal cuestión implica la otra correspondiente
sobre la vigencia de la misma Compañía de Jesús y de los
jesuitas .

Ejercicios para reestructurar la vida
Ignacio de Loyola nos cuenta en su Autobiografía que
decidió poner por escrito aquellas cosas que le habían ido
sucediendo en su complejo proceso espiritual (y, por lo
tanto, humano), en la medida que pudieran serles de
utilidad a otras personas para realizar su propio proceso
(1). Los Ejercicios no son, pues, en su origen y desde esta
perspectiva, el producto de una fría elucubración, sino la
traducción escrita de una radical y prolongada
«experiencia personal».
¿Y qué le sucedió a Ignacio? Sencillamente, a partir del
traumático accidente de Pamplona, que rompe el universo
de sus perseguidas ambiciones cortesanas y militares y le
enfrenta con el misterio de Dios, nuestro hombre comienza
un azaroso peregrinaje, exterior e interior, buscando
afanosamente "reestructurar la vida", después que haya
"purificado sus pasiones desordenadas". En lo dicho, que
es muy breve, se encierra todo el mundo ignaciano y de los
Ejercicios. Me explico:
Los Ejercicios Espirituales pretenden en último término
que una persona consciente del rompimiento de su vida
por haberla colocado en la mentira del pecado del mundo
(en sentido joánico) la vaya reorganizando en su totalidad
mediante una serie de libres elecciones al contacto con la
persona del Jesucristo actual, recuperando así la plenitud
que concede cumplir la voluntad paternal de Dios,
manifestada precisamente en el Evangelio de Jesús de
Nazaret. El ejercitante, en consecuencia, experimentará el
dolor gozoso que conlleva transitar desde un rompimiento
traumático a una reestructuración objetivadora a través de
los diversos elementos de la metodología ignaciana,
especialmente el permanente «discernimiento», o «análisis
evangélico de la realidad para decidirse según desea Dios».
Dolor gozoso (pascual siempre) que jamás debiera resultar
fruto de un voluntarismo pelagiano antes bien
consentáneo con la convicción de que «todo es gracia», y,
por tanto, uno se deja llevar en esperanza de esa misma
gracia, que es la manifestación paternal de Dios en
Jesucristo por el Espíritu.
Importa, pues, destacar antes de pasar adelante algo de
extrema importancia deducido de lo anterior. La oración
en los Ejercicios es «instrumental», en la medida que se
pone al servicio de la reestructuración indicada, para
desde ella conectar con la persona actual de Jesucristo.
Por este motivo será siempre una «oración discerniente»: el
ejercitante, desde el Jesucristo contemplado y asumido,
elige lo más conveniente para vivir de una forma concreta
las distintas dimensiones de su propia existencia. De esta
manera los Ejercicios son una auténtica «escuela de
oración», pero con la finalidad explícita de formar
«personas
reestructuradas
en
un
permanente
discernimiento desde las relaciones con la persona de
Jesucristo». Unos Ejercicios donde la oración no conduzca
a replantearse la vida y a cambiarla en la medida que
proceda (y toda vida pide modificaciones sucesivas), desde
mi punto de vista, no son auténticos Ejercicios ignacianos.
Entonces mejor será, por honradez y para evitar pésimas
confusiones, denominar la experiencia propuesta de otra
forma.

La purificación de los afectos
Ignacio de Loyola experimentó algo que después muchos
jesuitas olvidaron para dejarse caer en manos de
equivocados ascetismos, especialmente al dirigir o
acompañar el proceso de los Ejercicios. Precisamente
porque Ignacio había vivido con aguda intensidad pasional
los primeros treinta años de su vida, en la Corte y en la
milicia, sabía que la existencia humana depende
prioritariamente de los «afectos» mucho más que de los
«pensamientos». Por ello mismo, según indicábamos, la
«reestructuración de la vida» correrá paralela a la
«purificación de las pasiones desordenadas». En otras
palabras, seremos capaces de entrar por los caminos de
una auténtica transformación creyente en la medida que
enderecemos, según la dinámica de una fecunda relación
con Jesucristo, el complejo y completo universo de
nuestros afectos más hondos, pero también más
cotidianos: la reestructuración pasa por establecer una
afectividad cristocéntrica. Me inclino a pensar que en esta
materia radica la originalidad sorprendente de Ignacio
como «maestro espiritual», lo que nos obliga a varias
reflexiones de enorme importancia que podrán resultar un
tanto sorpresivas.
En primer lugar, se debería recuperar para la experiencia
de los Ejercicios el protagonismo de la afectividad como
ámbito personal donde alzar, por lo menos en un primer
momento, el equilibrado edificio de toda la vida creyente
(más tarde será cuestión de enfrentarse con elementos de
naturaleza mucho más intelectual y discursiva, también
necesarios, como es lógico). El ejercitante debe tomar en
sus manos su realidad pasional sin miedo alguno y
apoyándose en la fraternidad del acompañante (factor
clave para Ignacio), de forma que esa afectividad resulte
conocida, discernida y enderezada desde la tan repetida
relación de un amor personal e interpelante con los
«misterios de la vida de Cristo», según afirmará Ignacio. De
manera que sus afectos lleguen a ser, con absoluta
espontaneidad, los afectos del Jesucristo evangélico que
amaba, sentía, reía, sufría y el largo etcétera de su
pasionalidad humana, tantas veces miedósamente,
marginada. Los Ejercicios de verdad constituyen una de
las más poderosa reivindicaciones de los afectos humano
como determinantes de la vida toda. Me limito aquí a
recordar los destrozos que durante años se hayan podido
causar en la psicología de muchas personas precisamente
por una equivocada interpretación de esta materia.
Y en segundo lugar, más allá de los Ejercicios, la
auténtica espiritualidad ignaciana enseña que la vida
humana tan profundamente pasional y afectiva que, por
mucho que nos sorprenda, los creyentes tenemos la
ineludible obligación de potenciar esta dimensión de
nosotros mismos desde un adecuado discernimiento que
nos libre de falsas e inútiles castraciones, solamente
conducentes a desgraciadas patologías que saltan a la
vista. Y me remito, como punto referencial cuasi místico, al
hondísimo contenido de la «Contemplación para alcanzar
amor», donde los Ejercicios, en su recta final camino de la
vida cotidiana, nos invitan a existir desde el amor y para
amor. Es en este contexto donde surge el célebre «Tomad,
Señor, y recibid toda mi libertad...», que es oración de
amor consumado en una entrega de la propia afectividad
pasional a la persona del Señor y, desde ella, a toda
persona con quien nos crucemos, transformando así
nuestro completo entorno social. Y es que la auténtica
experiencia mística siempre concluye en comprometida
acción. De lo contrario es un camuflaje para evitar vivir sin
más (2).
Reestructurarse es la consecuencia inevitable de una
discernida purificación de los afectos al contacto con la
persona de Jesucristo para proceder como él procedió y así
convertirnos en agentes de un evangélico cambio histórico.
Una vez sumergidos en esta dinámica de «amor depurado»,
y recogiendo la conocida frase de Agustín, haga cada uno
lo que quiera, porque cuanto haga, sin lugar a dudas,
traslucirá esa misteriosa voluntad de Dios, escondida en
los entresijos del diario acontecer y aparecida a lo largo del
proceso propuesto. Los Ejercicios, digámoslo sin rodeos,
son fuente de libertad para todo aquel que los realiza en
serio. Y si no conducen a la plenitud de la libertad, antes
acomplejan en una cerrazón medrosa ante Dios, serán lo
que serán, pero nunca los que quiso Ignacio de Loyola.
Para gente de hoy
Que vivimos una época definida en las parcialidades y en
los fragmentos es de todos conocido. Esta situación,
provocada por el derrumbe de las grandes cosmovisiones
tradicionales que no han dado el resultado esperado, se
explica, pero no deberíamos ocultarnos su soterrada
peligrosidad. Porque son muchas las personas creyentes
de todo tipo que padecen el traumatismo de una honda
dislocación interior que está pidiendo a gritos algún tipo de
reestructuración para que su vida no se diluya en el
alucinante devenir del devenir continuado. Rechazamos
ordenar, organizar, reestructurar cuanto somos y tenemos
y proyectamos, pero tal rechazo se convierte en dolorosa
penumbra, hasta que acaba por ocultársenos el horizonte
referencial de nuestro futuro. Puede que los Ejercicios de
Ignacio sean de alguna utilidad en tal situación, salvo que
se prefiera permanecer en la indecisión como principio.
Y es que, además, atravesamos un momento histórico
presidido por el protagonismo de la afectividad más
incontenida, como es obvio. Gracias a Dios, hemos echado
por la borda de la vida aquel insufrible peso de tantas
racionalidades gratuitas y encorsetadoras, que solamente
conducían a situaciones de apesadumbrada frustración.
Pero ahora, de golpe, nos encontramos con un montón de
afectos en las manos... sin apenas criterios de
funcionalidad humanística y creyente. Y corremos el
evidente peligro de desvirtuarlos desde la superficialidad o,
paradójicamente, de negarlos ante el pánico de su propia
presencia, retornando a actitudes que parecían caducadas,
y, sin embargo, vemos retornar con orgullosa fuerza.
Puede que los Ejercicios de Ignacio sean de alguna utilidad
en tal coyuntura, a no ser que prefiramos mantener
situaciones afectivas incontroladas y, por ello mismo,
abocadas a...
Cuando el hombre y la mujer creyentes de hoy entran por
los caminos comprometedores de los auténticos Ejercicios
Espirituales tal vez alcancen a comprender, como ya decía,
la fascinante provocación de libertad que conllevan,
permitiéndoles desarrollar el bellísimo potencial de su
propia libertad. Porque cuando se han depurado los
afectos desde Jesucristo y vemos crecer nuestra vida a lo
largo de una discernida reestructuración, entonces caemos
en la cuenta, puede que con gozosa sorpresa, de que
Ignacio no significa dominación, sino liberación; no implica
sumisión, antes decisión, y, sobre todo, nunca coarta
nuestra personalidad, porque la conduce hasta una
actitud vital tan preñada de posibilidades que,
misteriosamente, caemos en la feliz trampa del amor
responsable por discernido. Creo que no es poca cosa que
ofrecer a la historia de hoy, siempre que la oferta sea
estrictamente fiel, con las necesarias adecuaciones, según
las personas, a su naturaleza original.
Todo lo anterior he intentado que determinara/estuviera
presente de manera decisiva en el libro que desde hace
pocas semanas ha comenzado su inevitable aventura en
las librerías españolas: «Reestructurar la vida. Materiales
para Ejercicios ignacianos» (3). En sus páginas ofrezco la
posibilidad de realizar la experiencia de los Ejercicios
siguiendo el proceso de la Historia de la Salvación, pero
dinamizado desde dentro por las grandes intuiciones
ignacianas aquí expuestas y otras más concretas. Remito,
pues, al lector de estas líneas a esas páginas.

¡Porque reestructurar la vida vale la pena!

(I) Ignacio narró al padre González de Cámara los principales
acontecimientos de su vida a partir de la herida de Pamplona,
cuando el santo ya era superior general de la Compañía. Esta
auténtica autobiografía es documento privilegiado para conocer la
completa personalidad de Ignacio. La referencia a los Ejercicios
aparece en el número 99.
(2) La «Contemplación para alcanzar amor» se desarrolla desde el
número 230 al 237 del libro de los Ejercicios, y el «Tomad, Señor, y
recibid...» se encuentra en el 234.
(3) ALCOVER IBAÑEZ, NORBERTO. Reestructurar la vida.
Materiales para Ejercicios ignacianos. Ediciones Paulinas. Madrid,
1989.

Los Ejercicios ignacianos no son el producto de una fría
elucubración, sino la traducción escrita de una radical
«experiencia personal»

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Norberto Alcover. Actualidad de los ejercicios espirituales

  • 1. Reestructurar la Vida Sobre la Vigencia de los Ejercicios Espirituales Norberto Alcover, S.J. http://www.acu-adsum.org/reestructurar.la.vida.html Estas líneas se remiten de manera muy especial a Segundo Montes, Ignacio Ellacuría, Joaquín López y López, Ignacio Martín-Baró, Juan Ramón Moreno y Armando López, jesuitas, quienes, con su muerte, dan testimonio inequívoco de la capacidad configuradora creyente de los Ejercicios de Ignacio. Para ellos, mi inexpresable gratitud y admiración. Centralidad de los Ejercicios Espirituales Nuestro carisma se encierra de manera específica en el texto ignaciano por excelencia, los Ejercicios Espirituales, que tantos y tantas creyentes han realizado, mejor o peor, a lo largo de su vida, hasta convertirse en uno de los ineludibles tópicos de la espiritualidad cristiana desde el siglo XVI, en que se redactaron. Captar el significado último de los Ejercicios significa hacerse con la médula de los jesuitas, poderles comprender mejor y, también, ser capaces de criticarles (lo que siempre es bueno) con mayor conocimiento de causa. En esta cuestión coinciden las diversas escuelas de interpretación ignaciana aparecidas a lo largo de la historia de la orden: decir jesuita es decir Ejercicios Espirituales. Aunque para algunos pueda resultar un tanto extraño, dado el mal recuerdo que puedan tener de negativas experiencias... Por todo ello, es del todo punto correcto preguntarse por
  • 2. la vigencia de los Ejercicios en nuestro momento histórico, sabiendo que tal cuestión implica la otra correspondiente sobre la vigencia de la misma Compañía de Jesús y de los jesuitas . Ejercicios para reestructurar la vida Ignacio de Loyola nos cuenta en su Autobiografía que decidió poner por escrito aquellas cosas que le habían ido sucediendo en su complejo proceso espiritual (y, por lo tanto, humano), en la medida que pudieran serles de utilidad a otras personas para realizar su propio proceso (1). Los Ejercicios no son, pues, en su origen y desde esta perspectiva, el producto de una fría elucubración, sino la traducción escrita de una radical y prolongada «experiencia personal». ¿Y qué le sucedió a Ignacio? Sencillamente, a partir del traumático accidente de Pamplona, que rompe el universo de sus perseguidas ambiciones cortesanas y militares y le enfrenta con el misterio de Dios, nuestro hombre comienza un azaroso peregrinaje, exterior e interior, buscando afanosamente "reestructurar la vida", después que haya "purificado sus pasiones desordenadas". En lo dicho, que es muy breve, se encierra todo el mundo ignaciano y de los Ejercicios. Me explico: Los Ejercicios Espirituales pretenden en último término que una persona consciente del rompimiento de su vida por haberla colocado en la mentira del pecado del mundo (en sentido joánico) la vaya reorganizando en su totalidad mediante una serie de libres elecciones al contacto con la persona del Jesucristo actual, recuperando así la plenitud que concede cumplir la voluntad paternal de Dios, manifestada precisamente en el Evangelio de Jesús de Nazaret. El ejercitante, en consecuencia, experimentará el dolor gozoso que conlleva transitar desde un rompimiento traumático a una reestructuración objetivadora a través de los diversos elementos de la metodología ignaciana,
  • 3. especialmente el permanente «discernimiento», o «análisis evangélico de la realidad para decidirse según desea Dios». Dolor gozoso (pascual siempre) que jamás debiera resultar fruto de un voluntarismo pelagiano antes bien consentáneo con la convicción de que «todo es gracia», y, por tanto, uno se deja llevar en esperanza de esa misma gracia, que es la manifestación paternal de Dios en Jesucristo por el Espíritu. Importa, pues, destacar antes de pasar adelante algo de extrema importancia deducido de lo anterior. La oración en los Ejercicios es «instrumental», en la medida que se pone al servicio de la reestructuración indicada, para desde ella conectar con la persona actual de Jesucristo. Por este motivo será siempre una «oración discerniente»: el ejercitante, desde el Jesucristo contemplado y asumido, elige lo más conveniente para vivir de una forma concreta las distintas dimensiones de su propia existencia. De esta manera los Ejercicios son una auténtica «escuela de oración», pero con la finalidad explícita de formar «personas reestructuradas en un permanente discernimiento desde las relaciones con la persona de Jesucristo». Unos Ejercicios donde la oración no conduzca a replantearse la vida y a cambiarla en la medida que proceda (y toda vida pide modificaciones sucesivas), desde mi punto de vista, no son auténticos Ejercicios ignacianos. Entonces mejor será, por honradez y para evitar pésimas confusiones, denominar la experiencia propuesta de otra forma. La purificación de los afectos Ignacio de Loyola experimentó algo que después muchos jesuitas olvidaron para dejarse caer en manos de equivocados ascetismos, especialmente al dirigir o acompañar el proceso de los Ejercicios. Precisamente porque Ignacio había vivido con aguda intensidad pasional los primeros treinta años de su vida, en la Corte y en la
  • 4. milicia, sabía que la existencia humana depende prioritariamente de los «afectos» mucho más que de los «pensamientos». Por ello mismo, según indicábamos, la «reestructuración de la vida» correrá paralela a la «purificación de las pasiones desordenadas». En otras palabras, seremos capaces de entrar por los caminos de una auténtica transformación creyente en la medida que enderecemos, según la dinámica de una fecunda relación con Jesucristo, el complejo y completo universo de nuestros afectos más hondos, pero también más cotidianos: la reestructuración pasa por establecer una afectividad cristocéntrica. Me inclino a pensar que en esta materia radica la originalidad sorprendente de Ignacio como «maestro espiritual», lo que nos obliga a varias reflexiones de enorme importancia que podrán resultar un tanto sorpresivas. En primer lugar, se debería recuperar para la experiencia de los Ejercicios el protagonismo de la afectividad como ámbito personal donde alzar, por lo menos en un primer momento, el equilibrado edificio de toda la vida creyente (más tarde será cuestión de enfrentarse con elementos de naturaleza mucho más intelectual y discursiva, también necesarios, como es lógico). El ejercitante debe tomar en sus manos su realidad pasional sin miedo alguno y apoyándose en la fraternidad del acompañante (factor clave para Ignacio), de forma que esa afectividad resulte conocida, discernida y enderezada desde la tan repetida relación de un amor personal e interpelante con los «misterios de la vida de Cristo», según afirmará Ignacio. De manera que sus afectos lleguen a ser, con absoluta espontaneidad, los afectos del Jesucristo evangélico que amaba, sentía, reía, sufría y el largo etcétera de su pasionalidad humana, tantas veces miedósamente, marginada. Los Ejercicios de verdad constituyen una de las más poderosa reivindicaciones de los afectos humano como determinantes de la vida toda. Me limito aquí a recordar los destrozos que durante años se hayan podido causar en la psicología de muchas personas precisamente
  • 5. por una equivocada interpretación de esta materia. Y en segundo lugar, más allá de los Ejercicios, la auténtica espiritualidad ignaciana enseña que la vida humana tan profundamente pasional y afectiva que, por mucho que nos sorprenda, los creyentes tenemos la ineludible obligación de potenciar esta dimensión de nosotros mismos desde un adecuado discernimiento que nos libre de falsas e inútiles castraciones, solamente conducentes a desgraciadas patologías que saltan a la vista. Y me remito, como punto referencial cuasi místico, al hondísimo contenido de la «Contemplación para alcanzar amor», donde los Ejercicios, en su recta final camino de la vida cotidiana, nos invitan a existir desde el amor y para amor. Es en este contexto donde surge el célebre «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad...», que es oración de amor consumado en una entrega de la propia afectividad pasional a la persona del Señor y, desde ella, a toda persona con quien nos crucemos, transformando así nuestro completo entorno social. Y es que la auténtica experiencia mística siempre concluye en comprometida acción. De lo contrario es un camuflaje para evitar vivir sin más (2). Reestructurarse es la consecuencia inevitable de una discernida purificación de los afectos al contacto con la persona de Jesucristo para proceder como él procedió y así convertirnos en agentes de un evangélico cambio histórico. Una vez sumergidos en esta dinámica de «amor depurado», y recogiendo la conocida frase de Agustín, haga cada uno lo que quiera, porque cuanto haga, sin lugar a dudas, traslucirá esa misteriosa voluntad de Dios, escondida en los entresijos del diario acontecer y aparecida a lo largo del proceso propuesto. Los Ejercicios, digámoslo sin rodeos, son fuente de libertad para todo aquel que los realiza en serio. Y si no conducen a la plenitud de la libertad, antes acomplejan en una cerrazón medrosa ante Dios, serán lo que serán, pero nunca los que quiso Ignacio de Loyola.
  • 6. Para gente de hoy Que vivimos una época definida en las parcialidades y en los fragmentos es de todos conocido. Esta situación, provocada por el derrumbe de las grandes cosmovisiones tradicionales que no han dado el resultado esperado, se explica, pero no deberíamos ocultarnos su soterrada peligrosidad. Porque son muchas las personas creyentes de todo tipo que padecen el traumatismo de una honda dislocación interior que está pidiendo a gritos algún tipo de reestructuración para que su vida no se diluya en el alucinante devenir del devenir continuado. Rechazamos ordenar, organizar, reestructurar cuanto somos y tenemos y proyectamos, pero tal rechazo se convierte en dolorosa penumbra, hasta que acaba por ocultársenos el horizonte referencial de nuestro futuro. Puede que los Ejercicios de Ignacio sean de alguna utilidad en tal situación, salvo que se prefiera permanecer en la indecisión como principio. Y es que, además, atravesamos un momento histórico presidido por el protagonismo de la afectividad más incontenida, como es obvio. Gracias a Dios, hemos echado por la borda de la vida aquel insufrible peso de tantas racionalidades gratuitas y encorsetadoras, que solamente conducían a situaciones de apesadumbrada frustración. Pero ahora, de golpe, nos encontramos con un montón de afectos en las manos... sin apenas criterios de funcionalidad humanística y creyente. Y corremos el evidente peligro de desvirtuarlos desde la superficialidad o, paradójicamente, de negarlos ante el pánico de su propia presencia, retornando a actitudes que parecían caducadas, y, sin embargo, vemos retornar con orgullosa fuerza. Puede que los Ejercicios de Ignacio sean de alguna utilidad en tal coyuntura, a no ser que prefiramos mantener situaciones afectivas incontroladas y, por ello mismo, abocadas a... Cuando el hombre y la mujer creyentes de hoy entran por los caminos comprometedores de los auténticos Ejercicios Espirituales tal vez alcancen a comprender, como ya decía,
  • 7. la fascinante provocación de libertad que conllevan, permitiéndoles desarrollar el bellísimo potencial de su propia libertad. Porque cuando se han depurado los afectos desde Jesucristo y vemos crecer nuestra vida a lo largo de una discernida reestructuración, entonces caemos en la cuenta, puede que con gozosa sorpresa, de que Ignacio no significa dominación, sino liberación; no implica sumisión, antes decisión, y, sobre todo, nunca coarta nuestra personalidad, porque la conduce hasta una actitud vital tan preñada de posibilidades que, misteriosamente, caemos en la feliz trampa del amor responsable por discernido. Creo que no es poca cosa que ofrecer a la historia de hoy, siempre que la oferta sea estrictamente fiel, con las necesarias adecuaciones, según las personas, a su naturaleza original. Todo lo anterior he intentado que determinara/estuviera presente de manera decisiva en el libro que desde hace pocas semanas ha comenzado su inevitable aventura en las librerías españolas: «Reestructurar la vida. Materiales para Ejercicios ignacianos» (3). En sus páginas ofrezco la posibilidad de realizar la experiencia de los Ejercicios siguiendo el proceso de la Historia de la Salvación, pero dinamizado desde dentro por las grandes intuiciones ignacianas aquí expuestas y otras más concretas. Remito, pues, al lector de estas líneas a esas páginas. ¡Porque reestructurar la vida vale la pena! (I) Ignacio narró al padre González de Cámara los principales acontecimientos de su vida a partir de la herida de Pamplona, cuando el santo ya era superior general de la Compañía. Esta auténtica autobiografía es documento privilegiado para conocer la completa personalidad de Ignacio. La referencia a los Ejercicios aparece en el número 99. (2) La «Contemplación para alcanzar amor» se desarrolla desde el número 230 al 237 del libro de los Ejercicios, y el «Tomad, Señor, y recibid...» se encuentra en el 234.
  • 8. (3) ALCOVER IBAÑEZ, NORBERTO. Reestructurar la vida. Materiales para Ejercicios ignacianos. Ediciones Paulinas. Madrid, 1989. Los Ejercicios ignacianos no son el producto de una fría elucubración, sino la traducción escrita de una radical «experiencia personal»