1. SEUDOCIENCIA Y ANTICIENCIA
Habiendo revisado de forma simple y por demás somera lo que es la ciencia y la manera
científica de orientar el pensamiento, el lector podrá distinguir fácilmente todo aquello que no
cuadre con esa estructura. La receta no podría ser más sencilla si se aplican los principios
expuestos con anterioridad. Cualquier actividad que no esté encaminada al conocimiento de la
naturaleza mediante demostraciones objetivas y verificables estará irremisiblemente fuera de
éste ámbito. Por eso el arte, la filosofía y la religión no son científicas. Eso no les resta valor;
son sencillamente otras formas de dirigir el pensamiento, de ejercer la creatividad y finalmente
de conocer nuestro yo interno. Es más, todas ellas antecedieron con mucho al pensamiento
científico y se encuentran profundamente arraigadas en nuestra cultura.
Se ha mencionado que las grandes obras de arte, los aportes filosóficos y las grandes
religiones han ido esculpiendo la inacabada efigie de la cultura del hombre desde hace
milenios. Pero no puede negarse que el triunfo de la ciencia en particular en el último siglo, ha
dado un giro radical a nuestra sociedad.
Debemos admitir que, aunque el conocimiento de la ciencia por el público en general es
deficiente y que el empleo del razonamiento científico en la vida diaria es poco común, la gente
acepta que aquello que se etiqueta como científico tiene credibilidad y ostenta cierto prestigio.
En consecuencia la mercadotecnia usa el adjetivo para conferirle a cualquier producto ese
supuesto sello de garantía. Ahora cualquier detergente, pasta dentrífico, suplemento
alimenticio, cosmético, o aparato electrónico se anuncia como probado “científicamente”. No
sólo eso, si no que en el ámbito de las creencias se usa a la “ciencia” como elemento de
veracidad como cuando se dice que la ciencia afirma que la Biblia Cristiana es verdadera; o
que la ciencia ha comprobado las predicciones de Nostradamus.
Sorprende que también el mundo académico hay muchos campos de estudio que en la
actualidad se catalogan como ciencias en un intento de hacer creer que son verificables y
predictivos como la física. Las ciencias políticas, las ciencias sociales y humanistas, las
ciencias administrativas, las ciencias de la comunicación , las ciencias penales y las ciencias
de la mercadotecnia son algunos ejemplos. En cada una de estas ramas han surgido y se
siguen titulando “investigadores” con grados de maestría y doctorado y presumen de realizar
labores científicas. Aplicando la sencilla regla que mencionamos antes veremos que ninguna
de esas actividades merece, ni remotamente, el calificativo de científicas. Esto no significa
menospreciar el papel de un profesional adiestrado en cualquiera de esas disciplinas: lo que es
inadecuado es el calificativo de científico.
Esta vulgarización desafortunada de la ciencia ha traído dos consecuencias
lamentables. La primera es el trivializar el quehacer científico y la segunda el surgimiento de un
fuerte movimiento anticientífico. Trivializar a la ciencia, como también ha ocurrido con el arte,
es designar a dos de los logros más grandes del pensamiento humano. Así como pretender
que un retrete con papel higiénico pintarrajeado e iluminado con un haz de rayo laser y
exhibido en un museo de arte contemporáneo es arte, tampoco es ciencia cuando en un
anuncio televisivo parece un actor con bata blanca en un laboratorio diciendo que tal loción
2. hace crecer el pelo en los calvos o que aquel jabón derrite la grasa de los obesos porque se ha
comprobado “científicamente” en equis número de casos.
Estos grotescos ejemplos son reales y desafortunadamente se multiplican día a día.
Usar el señuelo de “científico” resulta muy provechoso para la mercadotecnia y es
consecuencia de una mentira deliberada para impresionar a un público que poco o nada sabe
de la ciencia pero que cree a pie juntillas que con la ciencia es posible lograr cualquier cosa.
Si bien una gran parte de la población acepta a priori todo aquello que tiene el tinte de
científico, otro sector ha tomado una actitud contraria, declarándose escéptico y hasta hostil
contra la ciencia. Esta actitud se basa en dos falacias: la primera es considerar que la ciencia
ha traído más perjuicios que beneficios a la humanidad y la segunda a que nos aparta de
nuestra vocación humanista y nuestra relación con Dios. Sobre ambas se han escrito copiosos
volúmenes y continúan los ardientes debates entre el público poco informado, pues el
verdadero científico y el verdadero humanista saben bien cuál es el reducto de la ciencias y
cuál el de las metaciencias, temas que revisaremos más adelante.
Por lo pronto ese pensamiento hostil hacia la ciencia se ha condenado en una especie
de “collage” místico y seudocientífico que reúne todas las tradiciones mítico – religiosas de la
antigüedad y de diversas culturas en lo que ha dado en llamarse “new age”. Es alarmante
verificar cómo cada día hay más adeptos a estas ofertas insensatas y por ello absurdas.
A la vuelta del milenio se pudo observar un extendido fervor en todo el mundo por las
profecías apocalípticas como las de Nostradamus, por la llegada inminente de extraterrestres,
por la llegada del anticristo, etc. La gente cree en la astrología, la quiromancia, la telepatía y en
la telecinesis. Está convencida de los extraños poderes del triángulo de las Bermudas, de la
existencia de ovnis y de la abducción de los extraterrestres. La numerología, la meditación
trascendental, la canalización espiritual y la reencarnación se toman como hechos confirmados.
La existencia del monstruo de Loch Ness, el hombre de las nieves, y los descendientes de los
Atlantis se dan por ciertos.
En el ámbito de la sanación han surgido multitud de supercherías como la orinoterapia,
las flores de Bach, la gemoterapia, la iridoscopia y el chamanismo en todas sus variedades, sin
olvidar por supuesto la homeopatía. Es interesante observar que los adeptos a cualquiera de
estas doctrinas exóticas son creyentes insensatos incapaces de usar juicios críticos para
valorarlas y con ello rechazarlas. Por eso cante cualquier intento de demostrales objetivamente
lo erróneo de sus postulados dogmáticos, reaccionan con enojo y acusan a la ciencia de ser
intolerante e incomprensiva y la tratan como enemiga.
La proliferación de estas doctrinas de la sin razón se debe al menos a dos grupos de
factores: los que se refieren al receptor, es decir al público y aquellos que se deben al emisor o
sea a los que proponen la nueva idea. Debemos recordar que históricamente las sociedades
humanas han sido en particular proclives a aceptar doctrinas y ritos basados en propuestas
mágico – religiosas. No podemos negar que la fuerza de los mitos y de la magia ha superado a
la de la ciencia en la mente común. En épocas precientíficas, simplemente porque no había
manera de explicar los fenómenos naturales y en épocas recientes, en que la ciencia y sus
3. productos brotan por doquier, porque las explicaciones científicas son más difíciles de
entender.
Se podría establecer una relación directa entre ignorancia y la aceptación de doctrinas
exóticas, de mitos y magia, pero aunque esto es por lo general cierto, no deja de sorprender
que en los países más desarrollados, donde la enseñanza es más sólida y donde fluye la
información científica con abundancia, la adhesión a todas estas supercherías se hace cada
día más notable. Se sabe que en los Estados Unidos de América más de la mitad de la
población cree en los ovbis y en la llegada de los extraterrestres; millones de estadounidenses
son adictos a la meditación trascendental y la medicina alternativa en todas sus formas ya es
una industria de cerca de 20.000 millones de dólares. No sólo eso, algunos científicos de
prestigiadas universidades estadounidenses y europeas se han convertido a ese mundo
alucinante de la seudociencia.
No es fácil entender este fenómeno en nuestro mundo altamente tecnificado y
científicamente estructurado. Por ello sociólogos, psicólogos y científicos se han ocupado de
este tema en numerosos artículos y libros que sería recomendable que todo lector interesado,
sobre todo el estudiante de las ciencias, leyese con detenimiento. En particular amenos y muy
bien documentados son el libro de Carl Sagan “ The Demon – Haunted World” (El mundo y sus
demonios) y el de Martin Gardiner “Did Adam and Eve Have Navels? (¿Tenían ombligo Adán y
Eva?), donde además de hacer un análisis crítico de las estupideces en que cree la gente de
nuestra época, hacen una sólida apología del pensamiento científico y de sus logros.
El otro factor determinante de esta creciente aceptación de la seudociencia es sin duda
la profusa difusión que reciben estas doctrinas en los medios de comunicación. Se editan más
libros mentalistas cristianos. Ellos sólo aceptan literalmente los escritos bíblicos y se oponen a
las teorías evolutivas, en particular al origen del hombre. Su obstinación y terquedad han dado
lugar a juicios y debates públicos muy renombrados, específicamente en Estados Unidos
donde han logrado que en muchos estados de ese país se prohíba la enseñanza de la
evolución. La mayoría no acepta las intervenciones médicas modernas como los transplantes,
las transfusiones sanguíneas o los antibióticos y están convencidos que la salud sólo se
recupera por medio de la oración.
Los homeópatas y los reflexólogos insisten en que la medicina científica o alopática,
como ellos prefieren llamarla, es muy tóxica y por eso perjudicial. Ellos pueden curar dese una
faringitis hasta un cáncer con chochitos azucarados con diluciones de uno al trillón de algún
extracto vegetal o aplicando digitopresión en la planta de los pies.
Finalmente hay quienes sostienen que los grandes males de la humanidad, como las
guerras, las epidemias como el SIDA, los desastres nucleares como Hiroshina, Nagasaki y
Chernobyl y el desastre ecológico de nuestro mundo se deben nada menos que a la
maleovolencia de los científicos. Hay que regresar, dicen, a la armonía universal y vivir en
comunas en consonancia con la naturaleza. Afirman que el progreso científico es el mal de la
humanidad.
4. La reciente decodificación del genoma humano, el descubrimiento y manipulación de las
células madre o “stem Cells” y en particular la clonación de mamíferos iniciada con la famosa
oveja “Dolly” han generado todo tipo de reacciones. Se arguye que el conocimiento y con ello la
futura modificación del genoma humano para tratar enfermedades es una intrusión a la esencia
misma de la creación y que es violatoria del programa divino. El hombre, se dice, pretende
jugar a ser Dios y por ello las religiones más recalcitrantes lo han condenado.
En muchos países persiste un gran debate ético – legal sobre la autorización de
generar, estudiar y utilizar a las células totipotenciales provenientes de embriones generados in
vitro por diversos métodos. Se considera que esos embriones son seres dotados d alma y que
por ello debe prohibirse la experimentación sobre éstos.
Pero también los seudocientíficos han contribuido a avivar el fuego en los temores de la
opinión pública. Los naturistas afirman que cualquier alimento transgénico ya sea vegetal o
animal es impuro y representa un peligro para la salud. En cuanto a la clonación, la
secta”davidiana” dirigida por un iluminado que afirma nuestra descendencia de seres
extraterrestres, cuenta con una científica poseedora de grados universitarios en bioquímica
que sin el mayor recato ni prueba científica alguna anunció ya la clonación de seres humanos.
Abundan los libros, películas y series televisivas que nos muestran a un mundo torcido, carente
de valores y completamente deshumanizado como consecuencia de estos formidables
descubrimientos científicos. Con esto alientan los temores y el repudio a la ciencia.
CIENCIA Y RELIGIÓN
En gran medida las causas del surgimiento y proliferación de la seudociencia y de la visión
anticientífica señalada antes tienen sus raíces en el centenario antagonismo entre ciencia y
religión que surgiera desde el origen de la ciencia experimental en el siglo XVIII. Uno de los
objetivos de los movimientos religiosos, si no la tarea primordial, ha sido resolver el conflicto
existencial en el que el hombre se encuentra ante su insatisfactoria y perpleja situación en le
mundo. Para ello es menester proporcionarle una explicación completa del mundo material y de
su mundo interno o espiritual, además de alentarle con una esperanza de trascendencia más
allá de la muerte inevitable.
Durante milenios las religiones basaron sus enseñanzas en revelaciones, libros
sagrados y profetas iluminados que parecían llenar todos los huecos de ignorancia y ofrecían
respuestas a todas las tribulaciones humanas. Ni duda cabe que esas creencias y doctrinas le
han dado al hombre seguridad y esperanza al resolverle todas sus dudas e inquietudes. Y
aquello que todavía escapaba a alguna explicación humana se le atribuía al misterio propio de
la divinidad que el hombre no era capaz de entender. Así las religiones quedaron codificadas y
petrificadas. No podía haber duda válida ante los dogmas religiosos.
Pero la ciencia tomó un camino divergente al promover el uso de la razón y la
experimentación para entender los fenómenos naturales y al mismo hombre. Con ello la
ciencia vino a transformar y a ofrecer una división distinta del mundo y a entrometerce cada día
más en la vida cotidiana de tal manera que fue arrebatando sigilosamente y sin proponérselo
5. máximas parcelas de los ámbitos religiosos. De esta forma el recelo entre religión y ciencia
creo un cisma tan profundo que lo seguimos padeciendo.
Pero si bien es cierto que la ciencia ofrece explicaciones racionales y objetivas de los
fenómenos naturales, carece de esa visión totalizadora, trascendente y mística que provee la
religión al llenar esos huecos de duda e incertidumbre existencial a la que nos enfrentamos
toda la vida. La ciencia no pretende llenar esos huecos por mera conjetura, sino que asume y
por ello sus explicaciones son parciales y además evolutivas y cambiantes. De estos huecos
naturales del conocimiento científico se aprovechan los movimientos seudocientíficos y
anticientíficos modernos, creando doctrinas casi religiosas con explicaciones irracionales de lo
desconocido.
A diferencia de las grandes religiones que gozan de un rango respetable en el terreno
de la espiritualidad, estas nuevas supercherías usan argumentos que suenan a científicos y los
distorsionan con supuestos mágicos y dogmáticos para seducir a la gente común de baja
cultura y carente de racionalidad crítica. Pero quizás el apego creciente a estas
seudorreligiones y la consecuente ignorancia de la verdadera ciencia se deba a la “certeza”,
falsa por cierto, que ofrecen esas doctrinas ante la incertidumbre que naturalmente genera la
investigación científica.
Ni en la teoría de la evolución, ni en el problema materialmente ha sido la ciencia capaz
de ofrecer una explicación causal y congruente. Los temas del origen del universo, del origen
de la vida y de nuestra codificación genética han sido abordados pro brillantes científicos los
que han hecho descubrimientos portentosos, pero simultáneamente han puesto al descubierto
las grandes áreas de ignorancia que todavía quedan por resolver. Pero los místicos y
seudocientíficos parecen tener todo resuelto con postulados simplistas enteramente digeribles
por el grueso de la población.
La ciencia y los científicos deben mantenerse alerta de esas otras corrientes en
particular cuando llevan el disfraz de científicas. Recuérdese que la búsqueda honesta del
conocimiento a menudo requiere permanecer en la ignorancia por tiempo indefinido.
En el último decenio han aparecido literalmente docenas de libros, escritos por físicos,
filósofos, psicólogos y teólogos, con el propósito común de describir o explicar la relación
extraordinaria que se da entre la más ardua de las ciencias, la física con la mística, la más
tierna entre las religiones. Según algunos, la física y la mística están llegando rápidamente a
una visión del mundo notablemente cercana. Para otros, se trata de enfoques complementarios
de una misma realidad. Los escépticos, en cambio, proclaman que nada tienen en común: sus
métodos, objetivos y resultados se oponen diametralmente. De hecho, se ha recurrido a la
física moderna tanto para defender como para refutar el determinismo del libre albedrío; Dios,
el espíritu, la inmortalidad, la causalidad, la predestinación, el budismo, el hinduismo, el
cristianismo y el taoísmo.
Cuando la física newtoniana brillaba en todo su esplendor, los materialistas se
aferraban para demostrar que, siendo el universo con toda evidencia una máquina
determinista, no podría haber lugar para el libre albedrío, Dios, la gracia, la intervención divina,
6. o cualquier otra cosa que recordarse aun vagamente al espíritu. La física newtoniana no
proporciona un argumento en contra de Dios. Por el contrario, sostenían, ¡prueba la absoluta
necesidad de un Dios creador!
Cunado apareció en escena la física relativista, todo el drama volvió a repetirse. El
cardenal O Connell, de Boston previno a todos los católicos frente a la relatividad, afirmando de
ella era “ una especulación nebulosa tendiente a inducir una duda universal acerca de Dios y
de su creación” ; la teoría era “una mortífera encarnación del ateísmo”.
Hoy en día se oye hablar de la supuesta relación que se da entre la física moderna y la
mística oriental. La teoría del bootstrap, el teorema de Bell, el orden implicado, el paradigma
holográfico constituyen otras tantas pruebas (¿ o contrapruebas?) supuestas del misticismo
oriental. En lo esencial es sencillamente la misma historia con diferentes ropajes.
Es pues, opinión común de todos ellos que la física moderna no constituye una prueba,
ni a favor ni en contra, de la visión mítico – espiritual del mundo; no hay en ella ninguna
demostración ni ninguna refutación a este respecto. El intento de apuntalar una visión
espiritualista del mundo con base en datos tomados de la física (antigua o nueva) equivale
sencillamente a desconocer por completo la naturaleza y la función de cada una de ellas.
FUENTE Benítez, Bribiesca Luis. Una Ruta Hacia la ciencia. La preparación de un científico.
Mc Graw Hill. México. 2003.