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Refugio y tragedia de víctimas, escudo y blanco de victimarios

        BOJAYÁ: OLVIDO TRAS EL BOOM INFORMATIVO


Un lamentable hecho de gran magnitud dio a conocer una zona hasta
entonces ignorada, pero que sin embargo continúa siendo parte del
conflicto armado, el atraso y la pobreza. Bojayá: Zona de ausencias, de
silencio, de abandono…


La masacre de Bojayá hizo saber de la existencia de un pueblo, antes
desconocido para la mayoría de habitantes de Colombia, sus compatriotas.
Ahora, cuando se les pregunta acerca de ese terrible suceso, no es extraño
percibir sentimientos encontrados de indignación, tristeza y desaprobación para
ése y otros hechos similares.
Tras casi 11 años de lo ocurrido, parece que nada hubiera cambiado, a
excepción de las personas que nunca regresarán y de las vidas que jamás
volverán a ser iguales. El pueblo colombiano que cada año recuerda y lamenta
las víctimas de aquel fatídico 2 de mayo de 2002, olvida al día siguiente y luego
del furor del momento de “un año más de memoria”, por parte de los medios de
comunicación, que esta región, al igual que muchas otras del país permanecen
en el abandono total.
No es sólo una masacre la que puede marcar historia, también debería ser el
progreso el que volviera reconocido un lugar, por el que toda una comunidad
podría unirse y reclamar igualdad y justicia. Pero somos egoístas, los que
hemos nacido privilegiados nos olvidamos de lo que hay más allá de la
tranquilidad que poseemos y luego del boom comunicativo en que lamentamos
tristes hechos de barbarie y horror, seguimos como si nada y la vida de los
desamparados pasa al olvido para volverse a recordar en su próximo
aniversario, como si se tratara de un hecho que mereciera celebrarse o
retomarse de la manera superficial en que lo hacemos. He aquí un vestigio más
de olvido, impunidad e inequidad…
Inercia desconcertante
El hecho de que un enfrentamiento armado entre dos grupos ilegales (FARC y
AUC) haya cobrado tantas vidas civiles, que nada tienen que ver en el conflicto
armado colombiano, deja ver el abandono del Estado a territorios chocoanos,
tan evidente en el atraso, pobreza y violencia de este territorio. Además, cuenta
con el agravante de que la Defensoría del pueblo haya informado ocho días
antes de la tragedia, el peligro que corría la población por la incursión de
grupos armados ilegales. Pero ni el Ministerio de Defensa, ni la Policía, ni el
Ejército tomaron medidas para evitar lo sucedido. No hubo movimiento alguno
para responder a las alertas y se dejó a la población “a suerte de Dios”. El
Estado no actuó, debiendo actuar, no fue garante del derecho a la vida y dejó
de cumplir su razón de ser.
No se respetó ni el culto religioso
Para el catolicismo las imágenes o esculturas de sus santos son sagradas y
sus fieles les rinden profundo respeto tanto a éstas, como a sus templos y todo
lo relacionado con su cultura religiosa.
Los combates se habían iniciado desde el 1 de mayo y los habitantes
atemorizados, buscaron refugio en la iglesia, la casa cural y la casa de las
Misioneras agustinas, probablemente por considerarlos lugares seguros, donde
tendrían una especie de inmunidad por ser población civil al margen del
combate y por estar en lugares “sagrados”, que se supone, merecen respeto.
Pero los paramilitares se encontraban justo frente a esos lugares, utilizándolos
como escudo para salir victoriosos. Y a los guerrilleros no les importó que la
población civil resultara afectada, pues lanzaron cuatro pipetas, una de las
cuales, trágicamente, traspasó el techo de la iglesia y explotó contra el altar,
arrasando a su paso con todo lo que había, incluidos, montones de vidas.
Unos usaron la iglesia como escudo, los otros como blanco… sus intereses
egoístas y aprovechados pusieron fin al refugio y la casa de oración de los
habitantes, y a su paso, sólo dejaron escombros, cuerpos mutilados, chorros de
sangre, heridos graves, lágrimas, dolor, desconsuelo, terror y las bases de lo
que había sido la iglesia. Pero ellos siguieron luchando y en medio del fuego
cruzado, los sobrevivientes salían en botes, hacia pueblos vecinos.
Lo que quedó en esta masacre de una imagen religiosa conocida como la
Virgen María, la cual es respetada y adorada por todos los seguidores de la fe
católica y considerada una intercesora que media ante el “Todopoderoso” por
sus fieles, es sólo su cabeza. Si no fuera porque las esculturas son cuerpos
inertes se pensaría que su rostro se encuentra aterrado, con una profunda
tristeza y decepción de lo que presenció en ese lugar, que no sólo es su casa
sino la casa de todos los fieles de la fe católica; hecho que no fue precisamente
una ceremonia religiosa donde abundó el espiritualismo y la caridad que
caracteriza lo que es una iglesia, en la que se supone se encuentra presente
Dios.
En las imágenes sólo se perciben huellas de terror y consternación, a través de
los restos y ruinas de una edificación que es signo de veneración y respeto,
pues se supone que es un lugar dedicado al culto, que está protegido en las
leyes colombianas y aún, en la propia conciencia social que tiene la población,
aunque no sea parte de esa religión.
En el suelo de esta edificación, que llamaremos, como lo hace la fe católica, la
“casa de Dios”, se ve un río de sangre que confirma la barbarie que arrasó y
que no respetó en la “casa de Dios” ni a sus fieles ni al patrimonio de su cultura
religiosa.
En las imágenes que ahora vemos se encuentran ausentes quizá los dueños
de esa sangre y de esa fe, que creyeron que allí, en “la casa de Dios”
encontrarían un refugio que los salvara del terror que, esos dos primeros días
de mayo de 2002, presenció Bellavista. Se encuentran ausentes los rostros de
dolor por ser el escudo de una guerra sin sentido entre dos grupos que no
respetaron un lugar sagrado para ellos, personas que merecen todo el respeto.
Se encuentran ausentes los cuerpos sin vida de aquellos inocentes que nada,
absolutamente nada tenían que deberle a esa guerra que no distinguió la
inocencia de sus vidas.
Los restos de un lugar, sobre todo si son escombros destruidos, reflejan
tristeza, dolor, sufrimiento. Los lugares también son testigos de lo que en ellos
acontece, y no es de extrañar que en este caso revelen las circunstancias de
violencia, terror y caos vividos.

El cuerpo ausente del Estado

El Estado colombiano ha sido un ente constantemente calificado por sus
ciudadanos como negligente. Su negligencia, representada en su sistema
deficiente de salud, en sus sistemas educativo, pensional, de repartición de
dinero y presupuesto. Además de lo anteriormente mencionado, es un país que
centraliza sus prioridades en las ciudades más grandes, con más potencial y
recursos, olvidándose de los municipios, veredas, corregimientos, ciudades, e
incluso otros departamentos y regiones. Es el caso de Bojayá y de todo el
Chocó.

Bojayá es un municipio colombiano ubicado en el departamento de Chocó,
prácticamente desconocido, hasta el día en que militantes del bloque 58 de las
FARC, tratando de tomarse el municipio arrojaron un cilindro bomba o "pipeta"
que cayó en la iglesia del pueblo, donde se refugiaba una gran cantidad de
habitantes de dicho lugar, acabando, por desgracia, con la vida de entre 79 y
119 civiles entre ellos 45 niños, el 2 de mayo de 2002.

Las confrontaciones armadas presentadas entre las FARC y las autodefensas
en ese entonces se debían al control de territorio, con un fuerte asunto
económico y de poder como trasfondo. Este desgraciado evento catapultó a un
municipio, que padecía la más cruda ausencia del Estado, directo al punto más
resonado para la opinión pública. Fue entonces cuando todas las emisiones de
noticias empezaban desde allí, se emitía en directo y todos los periodistas
hacían hasta lo imposible por viajar al lugar y obtener testimonios. Fue sólo
hasta ese momento, que el Estado se interesó por hablar de los conflictos que
llevaban ya aproximadamente dos días antes de que sucediera la catástrofe.
Entonces, el nombre de este municipio se hizo famoso y todos hablaban de él,
el Estado quiso hacerse presente, quiso acordarse de que Bojayá existía.

Entonces surge el cuestionamiento que queda corroborado con muchos otros
eventos parecidos a éste en donde nos preguntamos: ¿Es necesario esperar a
una masacre o a una catástrofe para que los lugares ausentes en el Estado se
hagan ver? Está más que visto que son muchos los lugares olvidados que hoy,
como Bojayá, pueden estar sufriendo en silencio, en el desconocimiento y
tendremos que esperar hasta suceso irremediable y lamentable para poder,
siquiera, enterarnos de que existen; pero todo mientras dura el boom, luego,
será hasta la siguiente conmemoración de la tragedia, que volvamos a
escuchar su nombre y las mismas denuncias, que llenas de esperanza de
obtener ayuda algún día, se desvanecen luego de que ha pasado la “fecha
clave” para mencionarlas. Y el Estado sigue ausente… Pero lo más triste, es
que la Nación también.

La responsabilidad

En las audiencias defensoriales en el 2003 se responsabiliza a las FARC por
su crimen de guerra, a los paramilitares por tomar a la población civil como
escudo humano, pero además se responsabiliza al Estado colombiano por su
omisión al no detener a los grupos paramilitares que salieron desde Turbo y
pasaron por Rio Sucio, y al no acatar las alertas tempranas que se le habían
dirigido para prevenir el peligro. El Estado tuvo que pagar una millonaria
indemnización a las víctimas. Su inacción al no ocuparse de prevenir, proteger
y garantizar la vida de los civiles víctimas del conflicto lo hizo culpable.

La actualidad

Más de una década ha transcurrido desde la terrible masacre de Bojayá. Los
rostros de sus sobrevivientes han cambiado inexorablemente, los niños se han
hecho jóvenes, las personas adultas han envejecido, mientras que los
nacientes crecen escuchando el dolor de la historia reciente, todos arrastran el
recuerdo de lo acontecido el 2 de mayo del 2002, en la capilla católica de
Buena Vista, cabecera municipal de Bojayá.

La zona sigue siendo parte del conflicto armado colombiano, por ser un área
rodeada de selva y limitante con el río Atrato, por ser estratégica y vulnerable.
Las indemnizaciones se han hecho, pero el atraso, la pobreza y el abandono
siguen caracterizando a esta parte de la población colombiana. La
reconstrucción llevó empleo por un tiempo, pero luego las cosas siguieron
como antes. El riesgo sigue latente y el lugar es recordado cada 2 de mayo por
los medios de comunicación, que luego dejan de mencionar y pasan la página
con un nuevo suceso que asombre o indigne a la gente. Parece más
amarillismo que acción social o información para culturizar.

Ojalá con el renombre que tiene la masacre de Bojayá no sólo hubiese un
período de indignación y otro de olvido, sino que se crearan verdaderos
mecanismos para sacar adelante a ésta y otras regiones del Chocó, tan
abandonadas por el Estado colombiano. Ojalá el reconocimiento se diera por
logros y no por pérdidas. Pudiera ser que cuando las medidas pertinentes se
tomaran, identifiquemos los nombres e historias de lugares de nuestro país por
mucho más tiempo de lo que dura el soplo del boom conmemorativo hecho por
los medios de comunicación.

Por: Ana De La Pava, Juan Fernando Herrera, Xiomara Mendoza y Juan
Alejandro Rodríguez.

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  • 2. No se respetó ni el culto religioso Para el catolicismo las imágenes o esculturas de sus santos son sagradas y sus fieles les rinden profundo respeto tanto a éstas, como a sus templos y todo lo relacionado con su cultura religiosa. Los combates se habían iniciado desde el 1 de mayo y los habitantes atemorizados, buscaron refugio en la iglesia, la casa cural y la casa de las Misioneras agustinas, probablemente por considerarlos lugares seguros, donde tendrían una especie de inmunidad por ser población civil al margen del combate y por estar en lugares “sagrados”, que se supone, merecen respeto. Pero los paramilitares se encontraban justo frente a esos lugares, utilizándolos como escudo para salir victoriosos. Y a los guerrilleros no les importó que la población civil resultara afectada, pues lanzaron cuatro pipetas, una de las cuales, trágicamente, traspasó el techo de la iglesia y explotó contra el altar, arrasando a su paso con todo lo que había, incluidos, montones de vidas. Unos usaron la iglesia como escudo, los otros como blanco… sus intereses egoístas y aprovechados pusieron fin al refugio y la casa de oración de los habitantes, y a su paso, sólo dejaron escombros, cuerpos mutilados, chorros de sangre, heridos graves, lágrimas, dolor, desconsuelo, terror y las bases de lo que había sido la iglesia. Pero ellos siguieron luchando y en medio del fuego cruzado, los sobrevivientes salían en botes, hacia pueblos vecinos. Lo que quedó en esta masacre de una imagen religiosa conocida como la Virgen María, la cual es respetada y adorada por todos los seguidores de la fe católica y considerada una intercesora que media ante el “Todopoderoso” por sus fieles, es sólo su cabeza. Si no fuera porque las esculturas son cuerpos inertes se pensaría que su rostro se encuentra aterrado, con una profunda tristeza y decepción de lo que presenció en ese lugar, que no sólo es su casa sino la casa de todos los fieles de la fe católica; hecho que no fue precisamente una ceremonia religiosa donde abundó el espiritualismo y la caridad que caracteriza lo que es una iglesia, en la que se supone se encuentra presente Dios. En las imágenes sólo se perciben huellas de terror y consternación, a través de los restos y ruinas de una edificación que es signo de veneración y respeto, pues se supone que es un lugar dedicado al culto, que está protegido en las leyes colombianas y aún, en la propia conciencia social que tiene la población, aunque no sea parte de esa religión. En el suelo de esta edificación, que llamaremos, como lo hace la fe católica, la “casa de Dios”, se ve un río de sangre que confirma la barbarie que arrasó y que no respetó en la “casa de Dios” ni a sus fieles ni al patrimonio de su cultura religiosa. En las imágenes que ahora vemos se encuentran ausentes quizá los dueños de esa sangre y de esa fe, que creyeron que allí, en “la casa de Dios” encontrarían un refugio que los salvara del terror que, esos dos primeros días de mayo de 2002, presenció Bellavista. Se encuentran ausentes los rostros de dolor por ser el escudo de una guerra sin sentido entre dos grupos que no respetaron un lugar sagrado para ellos, personas que merecen todo el respeto.
  • 3. Se encuentran ausentes los cuerpos sin vida de aquellos inocentes que nada, absolutamente nada tenían que deberle a esa guerra que no distinguió la inocencia de sus vidas. Los restos de un lugar, sobre todo si son escombros destruidos, reflejan tristeza, dolor, sufrimiento. Los lugares también son testigos de lo que en ellos acontece, y no es de extrañar que en este caso revelen las circunstancias de violencia, terror y caos vividos. El cuerpo ausente del Estado El Estado colombiano ha sido un ente constantemente calificado por sus ciudadanos como negligente. Su negligencia, representada en su sistema deficiente de salud, en sus sistemas educativo, pensional, de repartición de dinero y presupuesto. Además de lo anteriormente mencionado, es un país que centraliza sus prioridades en las ciudades más grandes, con más potencial y recursos, olvidándose de los municipios, veredas, corregimientos, ciudades, e incluso otros departamentos y regiones. Es el caso de Bojayá y de todo el Chocó. Bojayá es un municipio colombiano ubicado en el departamento de Chocó, prácticamente desconocido, hasta el día en que militantes del bloque 58 de las FARC, tratando de tomarse el municipio arrojaron un cilindro bomba o "pipeta" que cayó en la iglesia del pueblo, donde se refugiaba una gran cantidad de habitantes de dicho lugar, acabando, por desgracia, con la vida de entre 79 y 119 civiles entre ellos 45 niños, el 2 de mayo de 2002. Las confrontaciones armadas presentadas entre las FARC y las autodefensas en ese entonces se debían al control de territorio, con un fuerte asunto económico y de poder como trasfondo. Este desgraciado evento catapultó a un municipio, que padecía la más cruda ausencia del Estado, directo al punto más resonado para la opinión pública. Fue entonces cuando todas las emisiones de noticias empezaban desde allí, se emitía en directo y todos los periodistas hacían hasta lo imposible por viajar al lugar y obtener testimonios. Fue sólo hasta ese momento, que el Estado se interesó por hablar de los conflictos que llevaban ya aproximadamente dos días antes de que sucediera la catástrofe. Entonces, el nombre de este municipio se hizo famoso y todos hablaban de él, el Estado quiso hacerse presente, quiso acordarse de que Bojayá existía. Entonces surge el cuestionamiento que queda corroborado con muchos otros eventos parecidos a éste en donde nos preguntamos: ¿Es necesario esperar a una masacre o a una catástrofe para que los lugares ausentes en el Estado se hagan ver? Está más que visto que son muchos los lugares olvidados que hoy, como Bojayá, pueden estar sufriendo en silencio, en el desconocimiento y tendremos que esperar hasta suceso irremediable y lamentable para poder, siquiera, enterarnos de que existen; pero todo mientras dura el boom, luego, será hasta la siguiente conmemoración de la tragedia, que volvamos a escuchar su nombre y las mismas denuncias, que llenas de esperanza de obtener ayuda algún día, se desvanecen luego de que ha pasado la “fecha
  • 4. clave” para mencionarlas. Y el Estado sigue ausente… Pero lo más triste, es que la Nación también. La responsabilidad En las audiencias defensoriales en el 2003 se responsabiliza a las FARC por su crimen de guerra, a los paramilitares por tomar a la población civil como escudo humano, pero además se responsabiliza al Estado colombiano por su omisión al no detener a los grupos paramilitares que salieron desde Turbo y pasaron por Rio Sucio, y al no acatar las alertas tempranas que se le habían dirigido para prevenir el peligro. El Estado tuvo que pagar una millonaria indemnización a las víctimas. Su inacción al no ocuparse de prevenir, proteger y garantizar la vida de los civiles víctimas del conflicto lo hizo culpable. La actualidad Más de una década ha transcurrido desde la terrible masacre de Bojayá. Los rostros de sus sobrevivientes han cambiado inexorablemente, los niños se han hecho jóvenes, las personas adultas han envejecido, mientras que los nacientes crecen escuchando el dolor de la historia reciente, todos arrastran el recuerdo de lo acontecido el 2 de mayo del 2002, en la capilla católica de Buena Vista, cabecera municipal de Bojayá. La zona sigue siendo parte del conflicto armado colombiano, por ser un área rodeada de selva y limitante con el río Atrato, por ser estratégica y vulnerable. Las indemnizaciones se han hecho, pero el atraso, la pobreza y el abandono siguen caracterizando a esta parte de la población colombiana. La reconstrucción llevó empleo por un tiempo, pero luego las cosas siguieron como antes. El riesgo sigue latente y el lugar es recordado cada 2 de mayo por los medios de comunicación, que luego dejan de mencionar y pasan la página con un nuevo suceso que asombre o indigne a la gente. Parece más amarillismo que acción social o información para culturizar. Ojalá con el renombre que tiene la masacre de Bojayá no sólo hubiese un período de indignación y otro de olvido, sino que se crearan verdaderos mecanismos para sacar adelante a ésta y otras regiones del Chocó, tan abandonadas por el Estado colombiano. Ojalá el reconocimiento se diera por logros y no por pérdidas. Pudiera ser que cuando las medidas pertinentes se tomaran, identifiquemos los nombres e historias de lugares de nuestro país por mucho más tiempo de lo que dura el soplo del boom conmemorativo hecho por los medios de comunicación. Por: Ana De La Pava, Juan Fernando Herrera, Xiomara Mendoza y Juan Alejandro Rodríguez.