2. Sol de invierno
Es mediodía. Un parque.
Invierno. Blancas sendas;
simétricos montículos
y ramas esqueléticas.
Bajo el invernadero,
naranjos en maceta,
y en su tonel, pintado
de verde, la palmera.
Un viejecillo dice,
para su capa vieja:
"¡El sol, esta hermosura
de sol!..." Los niños juegan.
El agua de la fuente
resbala, corre y sueña
lamiendo, casi muda,
la verdinosa piedra.
¡Pegasos, lindos pegasos!
Pegasos, lindos pegasos,
caballitos de madera...
Yo conocí siendo niño,
la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.
En el aire polvoriento
chispeaban las candelas,
y la noche azul ardía
toda sembrada de estrellas.
¡Alegrías infantiles
que cuestan una moneda
de cobre, lindos pegasos,
caballitos de madera!
Antonio Machado
Antonio Machado
3. Los sueños.
El hada más hermosa ha sonreído
al ver la lumbre de una estrella pálida,
que en hilo suave, blanco y silencioso
se enrosca al huso de su rubia hermana.
Y vuelve a sonreír porque en su rueca
el hilo de los campos se enmaraña.
Tras la tenue cortina de la alcoba
está el jardín envuelto en luz dorada.
La cuna, casi en sombra. El niño duerme.
Dos hadas laboriosas lo acompañan,
hilando de los sueños los sutiles
copos en ruecas de marfil y plata.
Antonio Machado
4. Las moscas
¡Oh!, viejas moscas voraces como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío, en el salón familiar,
las claras tardes de estío en que yo empecé a soñar!.
Y en la aborrecida escuela, raudas moscas divertidas,
perseguidas por amor de lo que vuela
-que todo es volar-, sonoras, rebotando en los cristales
en los días otoñales... Moscas de todas las horas,
de siempre... Moscas vulgares, de mi juventud dorada,
de esta segunda inocencia que da en no creer en nada,
de siempre... Moscas vulgares, que de puro familiares
no tendréis digno cantor: yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado, sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos de los muertos.
Inevitables golosas, que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas; pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas, me evocáis todas las cosas.
Antonio Machado
5. Los cantos de los niños
Yo escucho los cantos de viejas cadencias
que los niños cantan cuando en corro juegan
y vierten en coro sus almas, que suenan,
cual vierten sus aguas las fuentes de piedra:
con monotonías de risas eternas,
que no son alegres, con lágrimas viejas
que no son amargas y dicen tristezas,
tristezas de amores de antiguas leyendas.
En los labios niños, las canciones llevan
confusa la historia y clara la pena;
como clara el agua lleva su conseja
de viejos amores que nunca se cuentan.
Jugando, a la sombra de una plaza vieja,
los niños cantaban...
La fuente de piedra vertía su eterno
cristal de leyenda.
Cantaban los niños canciones ingenuas,
de un algo que pasa y que nunca llega:
la historia confusa y clara la pena.
Seguía su cuento la fuente serena;
borrada la historia, contaba la pena.
Antonio Machado
6. Caminante no hay camino
Caminante no hay camino
caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
Antonio Machado
Yo voy soñando caminos
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-La tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón."
Antonio Machado
7. Al olmo blanco
Arriba canta el pájaro y abajo canta el
agua.
(Arriba y abajo, se me abre el alma.)
Entre dos melodías la columna de plata.
Hoja, pájaro, estrella; baja flor, raíz,
agua.
Entre dos conmociones la columna de
plata.
(Y tú, tronco ideal, entre mi alma y mi
alma.)
Mece a la estrella el trino, la onda a la
flor baja.
(Abajo y arriba, me tiembla el alma).
Juan Ramón Jiménez
Llueve sobre el campo verde
Llueve sobre el campo verde...
¡Qué paz! El agua se abre
y la hierba de noviembre
es de pálidos diamantes.
Se apaga el sol; de la choza
de la huerta se ve el valle
más
verde,
más
oloroso,
más idílico que antes.
Llueve; los álamos blancos
se ennegrecen; los pinares
se alejan; todo está gris
melancólico y fragante.
Y
en
el
ocaso
doliente
surgen
vagas
claridades
malvas,
rosas,
amarillas,
de sedas y de cristales...
¡Oh la lluvia sobre el campo
verde! ¡Qué paz! En el aire
vienen
aromas
mojados
de violetas otoñales.
Juan Ramón Jiménez
8. Iba tocando mi flauta
Iba
tocando
mi
flauta
a lo largo de la orilla;
y la orilla era un reguero
de amarillas margaritas.
El
campo
cristaleaba
tras el temblor de la brisa;
para
escucharme
mejor
el agua se detenía.
Notas van y notas vienen,
la tarde fragante y lírica
iba, a compás de mi música,
dorando sus fantasías,
y a mi alrededor volaba,
en el agua y en la brisa,
un enjambre doble de
mariposas amarillas.
La ladera era de miel,
de oro encendido la viña,
de oro vago el raso leve
del jaral de flores níveas;
allá donde el claro arroyo
da en el río, se entreabría
un ocaso de esplendores
sobre el agua vespertina...
Mi flauta con sol lloraba
a lo largo de la orilla;
atrás quedaba un reguero
de amarillas margaritas...
Juan Ramón Jiménez
9. ¡QUÉ TRISTEZA DE OLOR A JAZMÍN!
¡Qué tristeza de olor de jazmín! El verano
torna a encender las calles y a oscurecer las casas,
y, en las noches, regueros descendidos de estrellas
pesan sobre los ojos cargados de nostalgia.
En los balcones, a las altas horas, siguen
blancas mujeres mudas, que parecen fantasmas;
el río manda, a veces, una cansada brisa,
el ocaso, una música imposible y romántica.
La penumbra reluce de suspiros; el mundo
se viene, en un olvido mágico, a flor de alma;
y se cogen libélulas con las manos caídas,
y, entre constelaciones, la alta luna se estanca.
¡Qué tristeza de olor de jazmín! Los pianos
están abiertos; hay en todas partes miradas
calientes... Por el fondo de cada sombra azul,
se esfuma una visión apasionada y lánguida.
Juan Ramón Jiménez
10. LLUVIA DE OTOÑO
OTOÑO
Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el pensamiento.
Qué noble paz en este alejamiento
de todo; oh prado bello que deshojas
tus flores; oh agua fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento!
¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!
En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina.
Juan Ramón Jiménez
(Llueve, llueve dulcemente...)
... El agua lava la yedra;
rompe el agua verdinegra;
el agua lava la piedra...
Y en mi corazón ardiente,
llueve, llueve dulcemente
Esté el horizonte triste;
¿el paisaje ya no existe?;
un día rosa persiste
en el pálido poniente...
Llueve, llueve dulcemente.
Mi frente cae en mi mano
¡Ni una mujer, ni un hermano!
¡Mi juventud pasa en vano!
-- Mi mano deja mi frente... -¡Llueve, llueve dulcemente!
¡Tarde, llueve; tarde, llora;
que, aunque hubiera un sol de aurora
no llegará mi hora
luminosa y floreciente!
¡Llueve, llora dulcemente!
Juan Ramón Jiménez
11. Ja, je, ji, jo, ju
¡Ja, ja, ja!
Qué gracioso
está mi corazón
vestido de smoking rojo
¡je, je, je!
Apenas si lo conozco
¡ji, ji, ji!
Qué gracioso
¡jo, jo, jo!
Lo voy a llevar al Polo
¡ju, ju, ju!
Qué gracioso.
Rafael Alberti
Madrigal de Blanca-nieve
Blanca-nieve se fue al mar,
¡Se habrá derretido ya!
Blanca-nieve, flor del norte
se fue al mar del mediodía,
para su cuerpo bañar.
¡Se habrá derretido ya!
Blanca-nieve, Blanca y fría
¿Por qué te fuiste a la mar
para tu cuerpo bañar?
¡Te habrás derretido ya!
Rafael Alberti
12. ¡Madre, vísteme!
Madre, vísteme a la usanza
de las tierras marineras:
El pantalón de campana,
la blusa azul ultramar
y la cinta milagrera.
¿a donde vas, marinero,
por las calles de la tierra?
¡Voy por las calles del mar!
Rafael Alberti
Pregón
¡Vendo nubes de colores:
las redondas, coloradas,
para endulzar los calores!
¡Vendo los cirros morados
y rosas, las alboradas,
los crepúsculos dorados!
¡El amarillo lucero,
cogido a la verde rama
del celeste duraznero!
Vendo la nieve, la llama
y el canto del pregonero.
Rafael Alberti
13. El ángel
Y el mar fue y le dio un
nombre
y un apellido el viento
y las nubes un cuerpo
y un alma el fuego.
La tierra, nada.
Ese reino movible,
colgado de las águilas,
no la conoce.
Nunca escribió su sombra
la figura de un hombre.
Rafael Alberti
CANCIÓN 8
Hoy las nubes me trajeron,
volando, el mapa de España.
¡Qué pequeño sobre el río,
y qué grande sobre el pasto
la sombra que proyectaba!
Se le llenó de caballos
la sombra que proyectaba.
Yo, a caballo, por su sombra
busqué mi pueblo y mi casa.
Entré en el patio que un día
fuera una fuente con agua.
Aunque no estaba la fuente,
la fuente siempre sonaba.
Y el agua que no corría
volvió para darme agua.
Rafael Alberti
14. PIRATA
Pirata de mar y cielo,
si no fui ya, lo seré.
Si no robé la aurora de los mares,
si no la robé,
ya la robaré.
Pirata de cielo y mar,
sobre un cazatorpederos,
con seis fuertes marineros,
alternos, de tres en tres.
Si no robé la aurora de los cielos,
si no la robé,
ya la robaré.
Rafael Alberti, 1924
15. LA GUITARRA
Empieza el canto
de la guitarra.
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil callarla,
es imposible callarla.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Es imposible callarla.
Llora por cosas lejanas.
Arena del sur caliente
que pide camelias blancas.
Llora flecha sin blanco,
la tarde sin mañana,
y el primer pájaro muerto
sobre la rama.
¡Oh, guitarra!
corazón malherido
por cinco espadas.
Federico García Lorca
16. MARIPOSA
Mariposa del aire,
qué hermosa eres,
mariposa del aire
dorada y verde.
Mariposa del aire,
¡quédate ahí, ahí, ahí!...
No te quieres parar,
pararte no quieres.
Mariposa del aire
dorada y verde.
Luz de candil,
mariposa del aire,
¡quédate ahí, ahí, ahí!...
¡Quédate ahí!
Mariposa, ¿estás ahí?
Federico García Lorca
EL LAGARTO Y LA LAGARTA
ESTAN LLORANDO
El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer
su anillo de desposados.
¡Ay, su anillito de plomo.,
ay, su anillito plomado!
Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.
El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.
¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!
¡Ay cómo lloran y lloran.
¡ay! ¡ay!, cómo están llorando!
Federico García Lorca
17. Balada del caracol
negro
Caracoles negros.
Los niños sentados
escuchan un cuento.
El río traía
coronas de viento
y una gran serpiente
desde un tronco viejo
miraba las nubes
redondas del cielo.
Niño mío chico
¿donde estás?
Te siento
en el corazón
y no es verdad. Lejos
esperas que yo saque
tu alma del silencio
Caracoles grandes.
Caracoles negros
Federico García Lorca
18. Romance sonámbulo (fragmento)
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas,
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura,
ella sueña en la baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde .
Bajo la luna gitana.
Las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas
Federico García Lorca
Balada amarilla
En lo alto de aquel monte
hay un arbolito verde.
Pastor que vas,
pastor que vienes.
Olivares soñolientos
bajan al llano caliente.
Pastor que vas,
pastor que vienes.
Ni ovejas blancas, ni perro,
ni cayado, ni amor tienes.
Pastor que vas,
como una sombra de oro
en el trigal te disuelvas.
Pastor que vienes.
Federico García Lorca
19. Para que tú me oigas
(fragmento)
Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Pablo Neruda
20. Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes
Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes
a tus ojos oceánicos.
Allí se estira y arde en la mas alta hoguera
mi soledad que da vueltas los brazos como un
náufrago.
Hago Rojas señales sobre tus ojos ausentes
que olean como el mar a la orilla de un faro.
Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía,
de tu mirada emerge a veces la costa del espanto.
Inclinado en las tardes echo mis tristes redes
a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.
Los pájaros nocturnos picotean las primeras
estrellas
que centellean como mi alma cuando te amo.
Galopa la noche en su yegua sombría
desparramando espigas azules sobre el campo.
Pablo Neruda
21. Niña morena y ágil.
Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas,
el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua.
Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras
de la negra melena, cuando estiras los brazos.
Tú juegas con el sol como con un estero
y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.
Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.
Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,
y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
Mariposa morena dulce y definitiva
como el trigal y el sol, la amapola y el agua.
Pablo Neruda
22. Qué difíciles
ODA A LA MANZANA son
comparados
contigo
A ti, manzana,
los frutos de la tierra,
quiero
las celulares uvas,
celebrarte
los mangos
llenándome
tenebrosos,
con tu nombre
las huesudas
la boca,
ciruelas, los higos
comiéndote.
submarinos:
tú eres pomada pura,
pan fragante,
Siempre
eres nueva como nada queso
de la vegetación.
o nadie,
siempre
recién caída
del Paraíso:
plena
y pura
mejilla arrebolada
de la aurora!
Cuando mordemos
tu redonda inocencia
volvemos
por un instante
a ser
también recién creadas criaturas:
aún tenemos algo de manzana.
Yo quiero
una abundancia
total, la multiplicación
de tu familia,
quiero
una ciudad,
una república,
un río Mississippi
de manzanas,
y en sus orillas
quiero ver
a toda
la población
del mundo
unida, reunida,
en el acto más simple de la
tierra:
mordiendo una manzana.
1956
Pablo Neruda
23. CASA
Tal vez ésta es la casa en que viví
cuando yo no existí ni había tierra,
cuando todo era luna o piedra o sombra,
cuando la luz inmóvil no nacía.
Tal vez entonces esta piedra era
mi casa, mis ventanas o mis ojos.
Me recuerda esta rosa de granito
algo que me habitaba o que habité,
cueva o cabeza cósmica de sueños,
copa o castillo o nave o nacimiento.
Toco el tenaz esfuerzo de la roca,
su baluarte golpeado en la salmuera,
y sé que aquí quedaron grietas mías,
arrugadas sustancias que subieron
desde profundidades hasta mi alma,
y piedra fui, piedra seré, por eso
toco esta piedra y para mí no ha muerto:
es lo que fui, lo que seré reposo
de tu combate tan largo como el tiempo.
Pablo Neruda
24. victorias sin sobrevivientes,
A callarse
se pondrían un traje puro
Ahora contaremos doce
y andarían con sus hermanos
y nos quedamos todos quietos.
por la sombra, sin hacer nada.
No se confunda lo que quiero
Por una vez sobre la tierra
con la inacción definitiva:
no hablemos en ningún idioma,
la vida es solo lo que se hace,
por un segundo detengámonos,
no quiero nada con la muerte.
no movamos tanto los brazos.
Si no pudimos ser unánimes
Seria un minuto fragante,
moviendo tanto nuestras vidas,
tal vez no hacer nada una vez,
sin prisa, sin locomotoras,
tal vez un gran silencio pueda
todos estaríamos juntos
interrumpir esta tristeza,
en una inquietud instantánea.
este no entendernos jamás
Los pescadores del mar frío
y amenazarnos con la muerte,
no harían dañó a las ballenas
tal vez la tierra nos enseñé
y el trabajador de la sal
cuando todo parece muerto
miraría sus manos rotas.
y luego todo estaba vivo.
Ahora contare hasta doce
Los que preparan guerras verdes,
guerras de gas, guerras de fuego, y tu te callas y me voy. Pablo Neruda