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RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO
ESPÍRITU SANTO, SEÑOR Y DADOR DE VIDA
INTRODUCCION
Para muchos cristianos el Espíritu Santo no pasa de ser una Paloma en lo alto del altar, sin embargo sin la acción del Espíritu Santo
un a persona no puede “desarrollarse” espiritualmente.
El Espíritu Santo no debe ser una creencia, sino una vivencia. Decir “Creo en el Espíritu Santo”, mas que el enunciado de un credo,
debe ser testimonio fehaciente del que ha experimentado en vida la acción del Espíritu Santo.
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
La Biblia no presenta una fotografía del Espíritu Santo, con rostro, con gestos; la Biblia más bien emplea el término RUAH en
hebreo, NEUMA en griego, para enseñar que el Espíritu Santo es algo inmaterial, un “viento”, un “aliento de vida”. Pero eso no debe
llevar a confundir al Espíritu Santo con la “energía”, como lo explicarían algunos movimientos espirituales. La Biblia describe
siempre al Espíritu Santo “actuando” en la comunidad y en las personas.
Nuestro Dios no se caracteriza por permanecer oculto, alejado de la vida de las personas, ajeno a su realidad, sino mas bien todo lo
contrario. En esto, el cristianismo es el heredero de la gran tradición religiosa de Israel, cuya experiencia de Dios le permitía
descubrirlo siempre cercano, por que el mismo así lo pretendió:
«Yo soy Yahveh, no existe ningún otro. 19 No he hablado en oculto ni en lugar tenebroso. No he dicho al linaje de Jacob:
Buscadme en el caos. Yo soy Yahveh, que digo lo que es justo y anuncio lo que es recto.»(Is.45,18-19)
A este Espíritu Divino les t xtos bíblicos lo denominan de maneras diversas, lo mas frecuente es “Espíritu de Dios”, pero también
e
aparece como “Espíritu de Yahvé”, “Espíritu Santo” muy pocas veces, y “Espíritu del Señor” solo en una ocasión. (cf. Is.61,1)
Este Espíritu, que no puede ser encerrado por nada ni por nadie, pues es el quien lo envuelve todo, está presente en la creación
entera ya desde sus orígenes mas remotos:
« 1 En el principio creó Dios los cielos y la tierra. 2 La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un
viento de Dios aleteaba por encima de las aguas». (Gen. 1,1-2).
El hombre es creado por Dios a su imagen y semejanza distinto a todos los demás seres que habitan la tierra. Y como imagen el
Espíritu de Dios habita en el, un Espíritu que establece y mantiene una unión singular entre Creador y Criatura. Por eso, a este ser
se le encomienda una tarea estrechamente ligada a la de Dios mismo
«Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y
en todo animal que serpea sobre la tierra.» (Gen. 1,28)
En el Antiguo Testamento el Espíritu Santo no fue manifestado como una “persona divina”, sino como la “fuerza” de Dios para
capacitar a determinados individuos para misiones “especiales”, que Dios les encomendaba. Saúl, un día, es ungido como rey de
Israel, y se manifiesta en él la acción del Espíritu de Dios por medio de la profecía. Sansón es revestido por el Espíritu del Señor
con una fuerza excepcional, para ser “juez” de su pueblo. Los profetas son inspirados por el Espíritu de Dios y se convierten en alto
parlantes de Dios que llevan al pueblo sus mensajes.
La nota característica de la presencia del Espíritu Santo, en el Antiguo Testamento, es que se manifiesta solamente en “grandes
personajes” que reciben de Dios “misiones singulares” a favor de su pueblo. Pero ya en el mismo A.T. se vislumbra que en “un
futuro” ese Espíritu del Señor será para todos. Es el profeta Joel el que vaticina que el Espíritu Santo se derramará hasta en los
“siervos y siervas’ (cf. Jl.3,2). Esto equivalía a afirmar que el Espíritu Santo no sería monopolio de los grandes personajes de la
Biblia. Fue el profeta Ezequiel quien anunció que por medio del Espíritu del Señor se cambiaría el corazón y se concedería un
nuevo espíritu (cf. Ez.36,26). Jeremías a su vez, comunicó, que por medio del Espíritu de Dios, los hombres “llevarían escrita su ley
en sus corazones”.
EN EL NUEVO TESTAMENTO
Todos los evangelistas apuntan un hecho determinante en la vida de Jesús: el día de su bautismo. En forma de Paloma, el Espíritu
Santo se manifestó en Jesús. Quedó lleno del Espíritu Santo y comenzó a predicar diciendo:
«18 El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a
proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos 19 y proclamar un año de
gracia del Señor» (Lc.418-19)

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El Espíritu Santo se manifiesta poderosamente en la predicación de Jesús y en sus signos milagrosos que lo revelan como hijo de
Dios.
En la última Cena, Jesús, antes de partir de este mundo, les hizo a sus apóstoles una promesa grandiosa. Les dijo que no los iba a
dejar “huérfanos”, sino que les enviaría el Espíritu Santo que sería su “Consolador”, que estaría siempre “en ellos”, que les
“recordaría todo lo que El les había enseñado, y que “los llevaría a toda la verdad”.
El Espíritu Santo, según esa promesa de Jesús, sería en todo el sentido de la palabra el “SUSTITUTO” de Jesús.
«...y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre...» (Jn.4,16)
Antes Jesús estaba “con” ellos. Ahora ya no sería algo “extraño”, sino “interno”, estaría “dentro de ellos”. Esta nueva manera de
“estar Jesús con ellos” fue esencial en la transformación de las vidas de los apóstoles. Mientras Jesús estuvo “con” ellos
sobresalían en envidia, en cóleras intempestivas, en falta de discernimiento. Cuando, después de Pentecostés, lo sintieron “en
ellos”, se inició una nueva etapa en su vida espiritual, que se caracteriza por la santidad que los hacia aparecer ante todos como
“poderosos en hechos y palabras”. Nunca los apóstoles se sintieron desamparados ni en medio de las borrascas más espantosas.
Estaban plenamente seguros de que el Espíritu Santo los “consolaba” y los “iba guiando a toda la verdad”.
Alguien ha expresado que el libro de los Hechos de los Apóstoles se debería titular “Libro de los Hechos del Espíritu Santo”.
Inmediatamente después de Pentecostés, se comenzaron a “manifestar” en los apóstoles y discípulos todos los gestos de poder y
gracia de Jesús. Resucitaban los muertos, los paralíticos eran curados, los demonios huían ante la voz imperativa de los apóstoles
y discípulos; la predicación del Evangelio causaba impacto en los oyentes que se compungían. Todos experimentaban el mismo
gozo y la paz que cuando estaba Jesús físicamente presente entre ellos. Uno de los que mejor pudo expresar esta vivencia del
Espíritu Santo en su vida fue San Pablo cuando manifestó que:
«...y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí...» (Ga.2,20)
LOS FALSOS ROSTROS DEL ESPÍRITU SANTO
Muchas veces el proceder de los lideres en el A.T. dejó mucho que desear, como sucedió con Saúl y, los fariseos y escribas en el
N.T. y es mas lo que sucede en nuestras comunidades y la Iglesia de hoy, simplemente por hacer nuestra la obra de Dios,
acaparándola y matándola, dejando de hacer nuestra parte a la que hemos sido llamados. Pues bien reconozcamos en que
estamos fallando, que los ojos de la fe nos ayude a ver que en lo nos toca hacer.
El Espíritu Objeto
Alfonsiano, un joven trujillano, andaba siempre con la Biblia en la mano, adonde iba la cargaba siempre. Un día tenia que viajar y
toma un colectivo rumbo al aeropuerto, sube en la parte posterior del auto donde aun iba vacío. A unas cuadras sube una anciana
al lado izquierdo de Alfonsiano. Poco mas tarde sube al lado derecho una chica muy linda de cuerpo muy bien formado y que
desviaba la mirada de cualquier hombre por su hermosura.
El chofer era un tipo muy atrabancado, se metía por los huecos, giraba para un lado para y para el otro, en fin; y nuestro amigo lleno
de una “gran espiritualidad” con Biblia en mano se encontraba en grandes aprietos. Cuando el auto giraba a la derecha, el se iba
contra la viejita y se juntaba cachete con cachete, a lo que nuestro amigo se ponía a orar y decía “Hay señor no me dejes caer en
tentación”. Cuando el auto giraba a la izquierda nuestro amigo se iba sobre la chica hasta el punto de abrazarla y juntarse lo mas
posible y nuestro amigo decía “Señor que se haga tu voluntad”. Que conveniencia verdad, esto no es tener espiritualidad. El es
responsable de todo lo que nos pasa en nuestra vida de lo que va bien y lo que va mal.
Que fácil en hacer responsable a otro de nuestros propios actos, los que son simplemente a causa de nuestra libertad, la que Dios
respeta. Nadie mas que nosotros somos los responsables de cómo vaya nuestra vida; en bien o en mal. Y es la gracia de Espíritu
Santo quien nos hará fuertes ante la tentación para hacer la voluntad de Dios.
El Espíritu Privado
Muchas veces nos adueñamos de las obras de Dios: yo me gano el cielo, por que yo soy el responsable, por que yo canto en las
reuniones, por que yo dirijo la oración, por que yo predico, por que yo saco adelante la comunidad, ¡yo! y ¡yo! y ¡sólo yo!.
Sin embargo Jesús es claro cuando nos dice:
«34...Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. 35
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; 36 estaba
desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme...» (Mt. 25,34-36)

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Toda esta caridad al prójimo no es movida por el Espíritu Santo en nuestras vidas, si no reconocemos a Jesús en el centro de la
obra misionera.
El Espíritu de Azoteas
Cuantas veces cuando oramos y pedimos al Padre, el Espíritu Santo, esperamos que este caiga del cielo, de lo alto, mostramos así
una concepción de que él esta muy lejos de nosotros.
Que gran equivocación, pues el Espíritu Santo con su gracia y su poder esta más cerca de lo que pensamos, esta rodeando a todos
la creación, y aun más Dios mismo lo ha enviado a nuestros corazones (cf. Gal.4,6) el día de nuestro bautismo. Y cuando clamamos
“Ven Espíritu” no es que tenga que bajar, mas bien es desear que brote desde nuestros corazones.
El Espíritu o Paráclito que Jesús prometió ya estaba presente en la creación desde el principio (cf. Gn.1,2), el mas bien lo infundió
en los corazones de los apóstoles es una de las visitas hechas después de la Resurrección (cf. Jn.20,22), el cual se manifiesta en
esos días de Pentecostés, en un ambiente de oración constante, después de verse solos y necesitados del Paráclito Ayudador (Jn.
16,7). Por eso es necesario la Oración de Efusión para que el Espíritu Santo se manifiesten nuestras vidas con su gracia, dones,
carismas y frutos y así reconocer que Jesús es el Señor, el Hijo de Dios Padre.
La Blasfemia contra el Espíritu
Y aquí debemos tratar la blasfemia contra el Espíritu, tan mal interpretada por los propios cristianos hoy en día. El término
“blasfemia” ha adquirido en nuestro lenguaje habitual una connotación que puede distorsionar una buena comprensión de este
apartado. A pesar de este riesgo, preferimos confrontarnos aquí con el pasaje evangélico del mismo tema.
Antes debemos señalar que el Diccionario de la Real Academia define blasfemia como: “Palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o
los santos”. No es éste el sentido que queremos darle aquí. Entonces, ¿por qué emplear este vocablo? Lo hacemos porque es el
término con el que normalmente, aparece traducida en nuestras Biblia la raíz griega blasfemia, con la que se alude en Mt.12,31s,
Mc.3,29 y Lc.12,10, a un pecado grave contra el Espíritu. Tan grave que, según palabras del propio Jesús, no se les perdonará a
los hombres.
Se trataba de la acusación que los enemigos de Jesús le hacían de expulsar los demonios no con el poder de Dios, sino con el
propio Beetzebul, príncipe de los demonios. La blasfemia en este contexto se trataría, sin entrar en mas detalles, del no
reconocimiento de la obra que el Espíritu Santo está realizando en Jesús, es decir la irrupción del reino de Dios entre los más
desfavorecidos, enfermos y poseídos que eran curados.
San Pablo, fue consciente del significado del término blasfema cuando confiesa:
«...a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré misericordia porque obré por
ignorancia en mi infidelidad» (1Tm.1,13)
Conviene fijarnos más en esta faceta del “error voluntario”, motivado por la ceguera de mente y la dureza de corazón, que en la
“Palabra injuriosa, más común en el significado corriente de la palabra blasfemia.
La blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada, dijo Jesús. No queremos entrar ahora en este tema del perdón, no será
necesario. Este apartado solo pretende una pista de reflexión, creer en el Espíritu Santo puede conducirnos, por un exceso de celo
ha no reconocer sus obras, como les ocurrió a los judíos observantes contemporáneos de Jesús. No condenaron a Jesús sus
adversarios religiosos, por ser malos, sino por ser “demasiado buenos”. No persiguieron a Pablo los judíos impíos sino los más
piadosos (cf. Hch.13,50) ¿Por qué?, por que no reaccionaron ni uno ni otro, para ver la mano de Dios en la acción de su Espíritu.
El peligro de la blasfemia, en el sentido que estamos hablando, lo tenemos todos los creyentes. Estoy convencido de que todos
hemos blasfemado más de una vez llamando al bien mal y al mal bien. ¡Como Pablo antes de su encuentro con el Señor!.
La historia de lo Iglesia es maestra reveladora de este pecado común. ¿Cuántos reformadores seglares o religiosos, han tenido que
enfrentarse a la oposición de sacerdotes, superiores, obispos, y hasta papas por que les negaban que su obra procediera realmente
del Espíritu Santo?. Y, contrariamente, ¿Cuántos han visto apoyada su obra por las más altas autoridades eclesiásticas
convencidas de que venía de Dios, cuando no era así?. Y esto no solo sucedió en el pasado. ¿Cuántos comedidos teólogos,
moralistas, especialmente movimientos celestiales de talentos críticos, comunidades de base y hasta escritores espirituales no
siguen estando hoy, (y hasta después de muertos), en el punto de mira de los “celosos” de la ley y de la letra, de los defensores de
una supuesta ortodoxia que olvidan de entre las virtudes teologales a la caridad como la importante de todas? (cf. 1Cor.13,13).
De nuevo el pasaje de Pedro con Cornelio resulta muy iluminador. Él así se llamado primer Papa de la Iglesia, guiado por el celo de
la tradición recibida de sus mayores, está a punto de cometer un grave error o mejor, un grave pecado, simbólicamente expresado
en la visión de un lienzo con animales impuros a los que una voz, venida del cielo, le incita a comer (cf. Hch.10,10-16). Aquella

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visión descubre una realidad de la que no contaba: «lo que Dios ha purificado no lo consideres Impuro» (v.15). Estas palabras son
la clave de interpretación del posterior encuentro con Cornelio, una persona Impura para la mentalidad ortodoxa Judía.
Este militar romano, «hombre justo y temeroso de Dios» (Hch.10,22), quería conocer a Pedro y escuchar su mensaje ¿Podría un
hombre así recibir el bautismo?, ¿Sin estar circuncidado antes?, ¿sin cumplir los requisitos previos?. Buena parte de la Iglesia y
entre ella, algunos apóstoles se habrían negado, como se deduce del regreso de Pedro a Jerusalén (cf. Hch.11,1-3). Pero el
Espíritu Santo obro, para la resolución de este problema de una manera inequívoca:
Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra. 45 Y
los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido
derramado también sobre los gentiles, 46 pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios. Entonces Pedro dijo: 47
«¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?»
(Hch.10,44-47).
44

Este pasaje y estas palabras me parecen cruciales, ejemplares, para dirimir muchos de los problemas que hoy se plantea la Iglesia.
El mundo cambia, las sociedades cambian. Nuestras “normas”, con las que imperaba en los primeros tiempos del cristianismo,
pueden volver demasiado rígidas hasta contrarias al Espíritu de Dios, él toma muchas iniciativas para guiar a la Iglesia por nuevos
caminos y cuando decimos Iglesia, nos referimos a la comunidad de todos los creyentes, y no sólo la jerarquía, porque suscita
nuevas vocaciones rechazadas porque no son como la Iglesia, y ésta vez entiéndase de jerarquía, porqué no son según los
cánones los nuevos ministerios, nuevas formas de ejercerlos, nuevas formas de hacer las cosas, nuevas formas de hacer Iglesia,
de ser pastores.
¿Puede todo esto surgir al margen del Espíritu?. Y sin embargo, seguimos negando y rechazando, como durante tanto siglos, los
dones y carisma que el Espíritu regalan a nuestras comunidades. ¡Cómo son necesarias aun aquellas palabras de Pedro!. «¿Puede
negarse a estas personas que han recibido, como nosotros, el Espíritu Santo?» Si como Iglesia ponemos condiciones al Espíritu, si
pretendemos que él no dé lo que queremos, es probable que nunca lo obtengamos, no esta el Espíritu al servicio de la Iglesia sino
la Iglesia al servicio del Espíritu. Una Iglesia que no se deja renovar por el Espíritu Santo no será nunca fiel “esposa” del Señor. Si
seguimos adjudicando al Beelzebul el que los cojos anden y los ciegos vean y a los pobres se le anuncie la buena noticia, entonces
seguiremos siendo, como aquellos que condenaron a Jesús, buenos y fieles observantes de la Ley, pero blasfemos; piadosos y
amantes del templo, pero ciegos para descubrir la obra de Dios.
Tan sólo una palabra para concluir, la de los cristianos de Jerusalén que escucharon el relato de Pedro, y que dijeron, en medio de
su asombro:
«Así pues, también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida.» (Hch.11,18).
Que el Espíritu Santo nos ayude a creer de verdad en él, a confiar en su acción, a abrirnos a su voluntad y a no temer nunca lo
“nuevo” que de él proceda.
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO, SEÑOR Y DADOR DE VIDA
Un día San Pablo evangelizando en la ciudad de Efeso se encontró con un grupo de cristianos a quienes preguntó si habían
recibido el don del Espíritu Santo. Ellos, sorprendidos, le contestaron que ni siquiera habían oído hablar de él (cf.Hch.19,1-7).
Hoy día todavía quedan cristianos que no saben quién es el Espíritu Santo, y por tanto no viven bajo su impulso ni animados por su
poder.
En las celebraciones dominicales de la Eucaristía, y en otras fiestas, proclamamos comunitariamente nuestra fe o Credo, decimos
todos a una sola voz.: “¡Creo en el Espíritu Santo!”, encerrando esta frase una multiplicidad de realidades, conforme a la
pluriformidad de la naturaleza humana, (conocimientos, sentimientos, relaciones sociales…, etc.), es decir que cuando
proclamamos este artículo de fe, queremos decir que creemos en la existencia de una persona divina a la que denominamos
Espíritu Santo, sino también y sobre todo, que la sentimos presente y actuante en nuestra propia vida, en todas las personas e
incluso en la creación entera. Esta es la fe cristiana vivida día a día y proclamada en las celebraciones litúrgicas.
¿Y que implica y adonde conduce esta “creencia” en el Espíritu Santo? Ofrecemos algunas respuestas desde la revelación bíblica,
sintetizándolos en cinco apartados:
Confianza
Tener fe en el Espíritu Santo, creer en el, significa, primordialmente “confiar en el”, y para tener c
onfianza se requiere un
conocimiento-“experiencia”, directa (¡ya lo he vivido!) o indirecta(¡me lo ha contado alguien cuya experiencia me ofrece absoluta
confianza!).

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¿Y qué significa, en este sentido, “creer en el espíritu Santo”, “confiar en él”?. Básicamente, “poner la confianza en” sus planes, en
su acción rectora de la historia, en su capacidad para llevarla adelante, para conducirla a su plenitud.
Confiar en su poder significa también “desconfiar” de otros poderes. Dios sólo hay uno, los demás son s ídolos. Muchos
olo
“espíritus” quieren adueñarse de las riendas de la historia; pero solo el Espíritu de Dios sabe y puede realmente conducirla por el
auténtico camino de la plenitud.
El verdadero Dios no se levanta con la sangre de los hombres, su poder no se asienta sobre la miseria de los pueblos. Es cierto que
así se creyó en lo tiempos bíblicos, más antiguos, pero poco a poco los israelitas descubrieron que el Dios verdadero no procedía
nunca así, que su Espíritu Santo no afirmaba de ese modo su poder.
Confiar en el poder del Espíritu es, la mayaría de las veces, apoyarse en la debilidad. Esto parece una contradicción, pero no es tal.
Dios, para llevar a cabo sus planes, nunca ha elegido a los poderosos; pues no se sabe confundir el poder de Dios con el de los
hombres. Desde Abraham hasta nosotros, los grandes testigos de la fe, (salvo una rara excepción), han sido siempre personas
sencillas, débiles.
El poder generador de Dios se manifiesta en la esterilidad humana; no la produce, pero se sirve de ella. Actúa donde las fuerzas
humanas no son ya capaces de hacer más. ¿Niega Dios al hombre con este proceder?, ciertamente no; deja hacer a las personas
hasta el límite de sus posibilidades, colabora con ellas, pero cuando las fuerzas de la criatura flaquean, las del Creador brotan con
vigor y eficacia.
Creer en el Espíritu Santo es trabajar y confiar en que él impulsará este trabajo más allá de las posibilidades de nuestras fuerzas.
Confianza que se expresa y convierte ante las dificultades en resistencia, firmeza, entereza y serenidad. Quien confía en el Espíritu
no debe nunca tirar la toalla; pues, al contrario, será entonces, agotado y hundido por los golpes, cuando experimenta de verdad su
confianza en el Espíritu, hasta el momento, cuando todo iba bien o había posibilidades, no vivía realmente de la confianza en el
Espíritu, si no de la confianza en sí mismo, en sus fuerzas, en sus recursos.
Confianza no es fanatismo, no es la sin razón de una fe sola defendible en la ignorancia, pues se basa en el conocimiento racional y
espiritual de aquel en quien ponemos la confianza. Por eso podrá decir el apóstol Pablo en medio de las penalidades:
«...porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito
hasta aquel Día» (2Tm.1,12).
Fanatismo no es igual a fe, si no más bien igual a incredulidad, a miedo, a duda, a desconfianza.
Una religiosidad fanática no procede de una verdadera experiencia de Dios, si no de una equivocada divinización de los “ídolos”, en
la mayoría de los casos de una deformada “absolutización” de la creencia religiosa parcial.
Por ultimo, y para finalizar este apartado, conviene no confundir “confiar” en la acción del Espíritu Santo con “lograr” los propósitos,
con “triunfar” sobre los adversarios, con “evadir” las dificultades. Abraham no se vió libre de sus dudas, no llegó a poseer la tierra
de Dios que le habían prometido; ni siquiera Moisés logró entrar en ella; Jesús murió en la cruz; Pablo fue decapitado; y hoy
muchos creyente s siguen perdiendo la vida, aparentemente en el fracaso.
¡Creer en el Espíritu Santo es estar dispuesto a perder la jugada, en la que a veces se da incluso la vida!.
¡Creer en el Espíritu Santo es poner la confianza en su poder que nos llevará a ganar la partida, el REINO DE DIOS!.
Fidelidad
La fidelidad al Espíritu, a su acción en el mundo y en la historia, nace de la experiencia previa de la lealtad de Dios; así como Dios
es fiel, aprendemos nosotros a serlo también con él. Pero nuestra lealtad es muy quebradiza. Por eso, en ayuda de esa debilidad
viene la fuerza del Espíritu.
¿Y cómo puede ser el creyente fiel al Espíritu que lo sostiene?. Fundamentalmente en una doble dirección.
En primer lugar, manteniéndose firme allí donde el Espíritu le puso. Lealtad es aquí sinónimo de resistencia, entereza, solidez. En
ocasiones, el creyente se enfrenta con los ídolos sin muchas esperanzas de triunfo. ¿Fanatismo? Esperemos que no. Como ya
hemos señalado antes, éste sería una deformación de la experiencia religiosa auténtica, pues lejos de abrirnos al misterio de Dios
nos encierra aún más en la pequeñez de nuestra condición de criatura. La luz del Espíritu ilumina al creyente en estas ocasiones,
haciéndole descubrir, más allá de la oscuridad de las tribulaciones, un horizonte nuevo, una nueva Jerusalén, podríamos decir con
el autor del Apocalipsis.

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La fidelidad al espíritu es, en estos casos, insobornable; puesto que el horizonte humano puede competir o “comprar” lo que el
Espíritu de Dios pone ante la mirada del creyente. Despojados de todo apego a lo corruptible, los seguidores del Espíritu encaminan
sus pasos por una senda que, como la del viento, no saben ni de dónde viene ni a dónde va. Pero fieles a su aliento se dejan
conducir guiados por la confianza.
Nuevamente aparece aquí un pasaje bíblico que puede aportarnos luz en este sentido, el encuentro del apóstol Pedro con Cornelio
(cf. Hch.10,1-48). Pedro y, con él buena parte de la Iglesia naciente, como buen israelita que era, no quiere entrar en la casa de un
pagano, un militar romano, además. Si el apóstol hubiera obrado guiado por el fanatismo jamás habría transgredido esta norma de
su pueblo. Pero supo ver más allá y descubrir que el Espíritu de Dios le pedía otra cosa:
«28...Vosotros sabéis que no le está permitido a un judío juntarse con un extranjero ni entrar en su casa; pero a mí me
ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre. 29 Por eso al ser llamado he venido sin
dudar.» (Hch.10,28-29).
Después Pedro tendrá que enfrentarse con buena parte de la Iglesia por este proceder (cf. Hch.11,2s). Ahí es donde está la firmeza
que brota del Espíritu, no en el fanatismo intransigente de cumplir con lo que está establecido, sino en no poner la norma por
encima de lo que Dios le hace descubrir, y en saber plantar la cara a quienes, aún en nombre de Dios, le recriminan su acción. Ésta
es también la firmeza de Pablo con respecto a Pedro en una ocasión (cf. Ga.2,11-14), o la de tantos hermanos que se ven en la
necesidad y en la obligación de romper los moldes con los que la historia y las leyes humanas quieren atenazar el soplo del
Espíritu.
La otra dirección por la que se orienta la fidelidad es más corriente, más cotidiana. No nos pide heroísmos ni toma de posturas
radicales y llamativas. Se trata en el lenguaje paulino, de no «entristecer al Espíritu» (Ef. 4,30). La lealtad con los amigos nos lleva a
no molestarnos con una actitud impropia. Esto es lo que también se pide a los creyentes. Los ejemplos podrían ser muchos, pero ya
que hemos mencionado el pasaje de Ef. 4, recordemos el consejo de su autor a este respecto:
«25 Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de
los otros. 26 Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis airados, 27 ni deis ocasión al Diablo. 28 El que
robaba, que ya no robe, sino que trabaje con sus manos, haciendo algo útil para que pueda hacer partícipe al que se
halle en necesidad. 29 No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la
necesidad y hacer el bien a los que os escuchen. 30 No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis
sellados para el día de la redención. 31 Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad,
desaparezca de entre vosotros. 32 Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como
os perdonó Dios en Cristo.» (Ef.4,25-32)
Ser fieles al Espíritu está, pues, en consonancia no sólo con momentos puntuales de enfrentamiento con las fuerzas antagónicas de
Dios, sino también con la vida cotidiana, con un estilo de vida cuyo fundamento está en la propia existencia de Jesucristo, el
verdadero hombre del Espíritu.
El Renacimiento
El Bautismo cristiano expresa por medio del agua, la muerte a la vida anterior y el nacimiento a la nueva vida. Nueva vida generada
en él por la fuerza divina, por el Espíritu Santo, pero se puede renacer a muchos tipos de vidas diferentes. Cuando los primeros
cristianos quisieron expresar la característica fundamental de esta vida, en un contexto socio-religioso en que los dioses eran los
dominadores del mundo y de las personas, no encontraron mejor imagen que la de la “filiación”. El que ha renacido por el Espíritu
Santo es ahora, realmente un “Hijo de Dios”; Dios es para él un padre, y él ha de situarse ante Dios como un hijo. ¿Pero qué tipo de
hijo?.
Allí es donde entra en juego, en los escritos neotestamentarios, la estrecha realidad entre Jesús el Hijo y Espíritu Santo. Modelo
para todos los que con Jesús han sido agregados a la gran familia de Dios. Y si, biológicamente hablando, un padre deja sus
“rasgos físicos” plasmados en su semilla, en sus descendientes, así, desde el punto de vista espiritual, Dios plasma en sus hijos sus
“rasgos espirituales”, por medio de su Espíritu. De modo que un “parecido” permita descubrir y relacionar a los hijos con su Padre.
Jesús obraba conforme sabía que lo hacía su Padre. Ahora nosotros, salvando las distancias culturales y temporales, debemos
inspirar nuestras vidas en el ejemplo dado por Jesús, el Hijo y hermano mayor de todos. Y no será el mucho conocimiento que
tengamos de él lo que nos permitirá hacerlo, aunque sin duda contribuirá a ello, sino muestra “docilidad” al Espíritu, pues será él, el
que plasme en nosotros los rasgos del Hijo, sus sentimientos, su escucha del Padre y del Mundo, sus ambiciones, su resistencia al
mal, su búsqueda del Reino.
Esta filiación que nos llega gratuitamente de Dios nos constituye verdaderamente en hijos y nos hace tomar conciencia de cuatro
cosas fundamentales:

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Testigos del Padre
Hemos sido transformados en “testigos” de quien nos ha generado, del Padre. Con Jesús, debemos dar testimonio con nuestra vida
de quiénes somos y cuál es nuestra familia. Y el testimonio mayor, en este sentido, es el de la fraternidad universal. Una fraternidad
volcada, como la paternidad de Dios, a favor de los más pequeños, de los hermanos más débiles, de los más necesitados.
Hijos del Amor
Hemos sido regenerados por amor. No somos hijos nacidos bajo el temor de la servidumbre. Entre nosotros hay muchos modos de
ser padre, pero Dios se ha manifestado en Jesús como un Padre cariñoso, preocupado por sus hijos, atento a sus necesidades,
misericordioso en todo momento, dispuesto siempre al perdón ante el menor atisbo de pecado. Dios nos quiere por encima de
nuestros merecimientos, pues él no condiciona su bondad a nuestros méritos.
Templos de Dios
Hemos sido constituidos templos auténticos de Dios, de modo que no hay que buscarlo f era sino dentro de nosotros. No son las
u
paredes, de materiales muy nobles y con bellos revestimientos a veces, de los edificios religiosos, las que forman la morada del
Padre de Jesús, sino los corazones sencillos de los hombres, sus hijos. El valor de una vida humana no radica, pues, para el
creyente en su poder económico, su cultura o cualquier cosa mensurable, sino en su condición de hermano, de hijo del mismo
Padre, de templo del mismo Dios; por eso, nadie podrá ponerse por encima de nadie.
Un Mismo Sentir
Hemos sido contagiados de los mismos sentimientos de Dios, es decir, nuestras vidas deben transformarse conforme a lo que Dios
siente por todo y por todos, debemos llenarlas de gozo y alegría por las cosas, de paz, de esperanza, de fortaleza, de misericordia,
de generosidad. Debemos ser, en todo momento como Dios es con nosotros. Debemos ser, siempre, hijos de los que pueda
decirse: “!Míralos, cómo se parecen a su Padre!”
Unidad
La unidad del género humano, de todos los hombres y mujeres de toda raza y condición es, desde los orígenes, una esperanza
cristiana fundamental; como queda registrado en el Credo, que proclama la creencia en la Iglesia, “una santa, católica y apostólica”.
La iglesia de Jesús es “católica”, es decir “universal” porque está abierta a todos, sin distinción alguna (cf. Ga.3,26-28). ¿Pero cómo
es posible la unidad entre personas de diferentes culturas, razas, idiosincrasias, lenguas, etc.?.
La unidad es un reto al que todos los creyentes estamos llamados, pero es ciertamente un logro que sólo el Espíritu de Dios puede
conseguir. ¿Por qué solo el Espíritu? Porque él sigue manteniendo una lucha encarnizada con uno de los pecados más frecuentes
del hombre: la uniformidad. Creemos que la unidad se establece cuando todos pensamos lo m
ismo, hablamos de lo mismo,
perseguimos lo mismo. Es un hecho notorio que la Iglesia está dividida, y que son múltiples y constantes los movimientos por la
unidad. Y, precisamente es el movimiento ecuménico el más consciente del peligro de confundir unidad con uniformidad, algo que
se pretende evitar a toda costa; el más conciente, también, de que sólo con la ayuda del Espíritu podrán darse pasos seguros en
este camino.
A cada uno de nosotros le corresponde una grave responsabilidad en esta tarea, dejada la mayoría de las veces en manos de la
jerarquía, como si sólo fuera oficio suyo. Se dice que la Iglesia no es una democracia, y ciertamente no lo es. Es una “comunidad”,
es decir, una realidad más exigente que la democracia. En la democracia el pueblo “cede” su poder soberano a los gobernantes. En
la comunidad “nadie cede” ningún poder, porque nadie lo tiene, ni lo ejerce. La autoridad de la comunidad celestial nace del servicio
y a él se orienta. Los modelos mundanos de las monarquías absolutas han sido, la mayoría de las veces, los inspiradores de la
unidad de la cristiandad. Jerarquías piramidales al servicio de una sociedad perfecta, sin fisuras ni disidentes, pero muy lejanas de
la construcción del Reino de Dios.
Creer en el Espíritu Santo es aquí creer con él en el otro y en los otros, en la originalidad de cada uno, en la pluriforme humanidad
creada por Dios, en la riqueza de sus carismas. La unidad no nace de la uniformidad sino del respeto mutuo, de no creerse únicos
poseedores de la verdad absoluta, de la defensa de lo mío y de lo ajeno, de la reconciliación, del amor a lo otro y a los otros.
Retomando de nuevo el pasaje citado del encuentro de Pedro con Cornelio, observamos que la Iglesia, constituida hasta el
momento por judíos circuncisos, se abre, con absoluto respeto, al mundo de los no judíos ¿Es acaso decisión de Pedro?, ¿del
llamado “Concilio de Jerusalén”?. Ciertamente no. Quien decide es el único que tiene autoridad para ello: Dios, Pedro y las
autoridades de Jerusalén se limitan a reconocer y a asentir a la voluntad divina manifestada a Pedro por el Espíritu Santo.
Compromiso

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-7-
RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO
Tras un primer “conocimiento”, vivencial más que conceptual, del Espíritu; la experiencia cristiana. propia y de la comunidad, remite
al descubrimiento de su acción en la creación y en la historia individual y colectiva de las personas. La creencia del Espíritu se
expresa allí en la total confianza en su creación. El alimento divino actúa en la creación; colaboremos con él, respetemos su obra;
hoy que tanto se habla de ecología, cooperemos con el espíritu en el cuidado del universo, descubramos la presencia de Dios en
todo cuando nos rodea, en cada ser que acompaña nuestra existencia, hasta en el mas pequeño. El Espíritu Santo actúa en la vida
de las personas, colaboremos con su acción; confiemos en el plan de Dios sobre cada uno de nosotros; sintamos que el Espíritu
Divino late en cada vida humana que se forma aunque esta no sea perfecta o incluso no haya llegado siquiera ver la luz todavía.
Este creer y confiar en los planes de Dios sobre la humanidad conlleva no solo la aceptación de su voluntad, si no también la franca
oposición a otros planes contrarios al pecado. Todo aquello que nos humaniza, que va en contra de nuestra semejanza del Creador,
contra la libertad, justicia, la paz, la fraternidad, la vid, debe ser combatido por quiénes creen en la vida de Dios. No es suficiente
subirse al carro del bien, es preciso frenar a su vez, la rueda del que guía el mal. Una humanidad amenazada por la sombra de la
guerra, el hambre, la incultura, la injusticia y tantos otros pecados no pueden quedar al margen de las luchas y esperanzas de
creyentes en el Espíritu.
Pero no hemos de olvidar que aunque empleemos una terminología bélica, “lucha”,”combate”. Al hablar de este tema, las
verdaderas “armas” que puede emplear el creyente son la que el Espíritu pone en sus manos (cf Ef. 6,10-18).
Si combatimos el mal con las fuerzas del mal, sólo conseguiremos incrementar el mal de origen. Si como Santiago y Juan pedimos
a Dios que destruya con fuego del cielo a quines se nos oponen, ¿cómo podría venir a nosotros el Reino de Dios? (cf. Lc. 9.54).
Hay medios y métodos que el espíritu desautoriza; aunque los empleen personas llamadas “espirituales”. Hay resistencias que el
espíritu no alienta, luchas en las que no participa, sencillamente porque no las hacemos a su estilo. En síntesis, el compromiso de
los creyentes debe producir siempre “frutos espirituales”; frutos de fraternidad, de solidaridad, de justicia, de unidad, de paz, etc. (cf,
Ga.5,22; Ef. 4,3-6). Porque uno es el Padre común de todos y una debe ser la única y total familia humana.
LAS IMÁGENES
Nuestras palabras muchas veces no alcanzan a describir ciertas acciones de tipo espiritual. Por eso se acude a imágenes para
poder dar una leve idea de ellas. Este método emplea la Biblia para describir la acción del Espíritu Santo en la vida de los
individuos. En la Biblia se reportan abundantes imágenes que nos revelan cuál es la acción del Espíritu Santo en el alma de la
persona que se deja controlar por él.
Viento
La figura del viento fue empleada por Jesús, cuando hablaba con Nicodemo para hacer referencia al Espíritu Santo. No podemos
ver el viento, pero sí nos damos cuenta de sus efectos. Trae la lluvia, provoca huracanes, barre las inmundicias. Es Espíritu Santo
nos llena de la Gracia de Dios, provoca en nosotros una transformación que puede ser fulminante como la de Pablo, y se va
llevando los restos de nuestro “hombre viejo”.
Agua
El profeta Ezequiel anunció la venida del Espíritu Santo como un agua purificadora que limpiará de inquietudes (cf. Ez.36,25).
Tambén Jesús se sirvió de la figura del agua, pero en otro sentido; el día de los Tabernáculos, se puso a gritar:
«37... Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba 38 el que crea en mí», como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de
agua viva» (Jn.7,37-38)
Para Jesús esos “ríos de agua viva” eran el reflejo de un alma repleta de gozo y serenidad.
Fuego
El profeta Jeremías describió su encuentro con Dios como «fuego ardiente en su corazón» (Jn.20,9). Esta misma figura del fuego la
encontramos en Pentecostés. El escritor bíblico afirma que aparecieron lenguas como de fuego que descendían sobre la cabeza de
los reunidos en el cenáculo. El fuego quema la basura, es luz que brilla en medio de las tinieblas. Es Espíritu Santo “quema” nuestra
basura espiritual y “enciende” en nosotros el fuego de Dios, que es Amor, comprensión, perdón.
Aceite
El “aceite” es otra de las imágenes que la Biblia emplea para identificar al Espíritu Santo. Con aceite se consagraba a los
sacerdotes y profetas para una misión específica. Con aceite también se purificaba a los leprosos que recobraban la salud. El aceite
es símbolo de esa bendición de Dios que entra en nuestra vida y nos consagra. Los niños, en el Bautismo, son ungidos con aceite
como señal de su consagración a Dios.

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-8-
RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO
NUESTRO BAUTISMO
Cada uno de nosotros, el día de nuestra Bautismo, fuimos ungidos con santo Crisma, aceite consagrado, como templos vivos del
Espíritu Santo.
Jesús le enseñó a Nicodemo en qué consistía ser bautizado en el Espíritu Santo. Le dijo que era «un nuevo nacimiento»; también le
afirmo que ese nuevo nacimiento «venía de lo alto», es decir, era un don de Dios para la persona que estuviera dispuesta a abrir su
corazón al mensaje de su Palabra. Pablo lo experimento en su vida y dijo «...el que está en Cristo, es una nueva creación»
(2Cor.5,17).
En el inicio de la vida espiritual por el Bautismo, la “hundirse” en Jesús recibe al Espíritu Santo y queda “sellado como hijo de Dios
para siempre”. En las sucesivas veces que haya perdido la Gracia de Dios, tendrá que acudir a lo que los primeros cristianos llaman
el “segundo bautismo”, la confesión de los pecados. Jesús a nadie le niega su Espíritu Santo, pero ese Espíritu es Espíritu de
pureza y sólo puede residir en el alma que con sinceridad ha desterrado el pecado.
Como la paloma, que soltó Noé al terminarse el diluvio, no pudo posarse sobre la podredumbre que flotaba en la inmensidad de las
aguas y tuvo que volver al arca, así el Espíritu Santo sólo puede “hacer morada” en las almas que han confesado sus culpas y
están en Gracia de Dios.
EFUSIÓN EN EL ESPÍRITU
Ante la desconcertante predicación de Pedro, el dia de Pentecostés, millares de personas se preguntaban: «¿Qué es esto?». Pedro
se los explicó brevemente. Les hizo ver que se estaba cumpliendo la profecía de Joel en la que se anunciaba que el Espíritu Santo
se derramaría hasta en los “siervos y siervas”. Les habló de quién era Jesús; como había hecho milagros prodigiosos, cómo lo
habían matado y cómo había recitado. Ese Jesús era el que ahora enviaba su Espíritu.
La multitud impresionada expresó que querían también ellos gozar de ese privilegio. Pedro les indicó el camino a seguir. Debían
cambiar su manera de ser y arrepentirse sinceramente de sus pecados. Como señal de sincero arrepentimiento, debían bautizarse,
y entonces sus pecados serían perdonados y recibirían el Espíritu Santo, como lo habían recibido ellos.
Fueron millares los que se atrevieron a hacer la prueba; ese día experimentaron la presencia de Jesús en sus vidas a través de su
Espíritu Santo.
Ese mismo Espíritu, que es Espíritu de Amor, los llevó a reunirse para escuchar la “enseñanza” de los apóstoles, para “partir el
pan”, la Eucaristía, y para “poner sus bienes en común”. Y así quedó constituida la Iglesia de Jesús (cf. Hch.2,42).
El camino para recibir al Espíritu Santo sigue siendo el mismo que señaló Pedro el día de Pentecostés. Nada impide tanto la acción
del Espíritu Santo en la vida de un individuo como el pecado. Para dejarlo actuar en la propia vida, hay que comenzar por
arrepentirse sinceramente del pecado; sólo de esa forma puede actuar el Espíritu de Dios en la propia vida.
La persona que abre su corazón al mensaje de la Palabra y se arrepiente de sus pecados, recibe el don del Espíritu Santo.
Dones, Carismas y Frutos
Dones
Con la llegada del Espíritu Santo a una persona, vienen los “dones” o regalos del Espíritu Santo a esa persona. Comentaristas de
la Biblia nos dicen que más o menos son uno 28 los dones del Espíritu Santo, de los que se hace mención en ella.
El Espíritu Santo concede a cada persona los dones que le sirven para su santificación persona; son los que toda persona recibe en
el Bautismo:
«...espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh» (Is.11,1-2).
Carismas
Así mismo otorga a cada cual los carismas para la “edificación de la Iglesia”, es decir para que el cristiano se inserte en la
comunidad activamente prestando un servicio o ministerio para el bien común:
«1 En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia. 2 Sabéis que cuando erais
gentiles, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos. 3 Por eso os hago saber que nadie, hablando con el
Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu

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-9-
RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO
Santo. 4 Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; 5 diversidad de ministerios, pero el Señor es el
mismo; 6 diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. 7 A cada cual se le otorga la
manifestación del Espíritu para provecho común, 8 Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro,
palabra de ciencia según el mismo Espíritu; 9 a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único
Espíritu; 10 a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a
otro, don de interpretarlas. 11 Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en
particular según su voluntad». (cf. 1Cor.12,1-11).
Debemos señalar que la experiencia carismática en muchas comunidades cristianas dentro de nuestra Iglesia Católica es profunda
y ha permitido que las conversiones sean por miles y los prodigios por cientos para Gloria de Dios. Igualmente ha permitido no estar
ignorantes sobre estos, conforme los lo indica San Pablo.
Debemos estudiarlos y ponerlos en practica para beneficio de la comunidad, no por falta de conocimiento debemos apagar el fuego
del Espíritu Santo que desea bendecir a su pueblo. El que tiene uno de estos dones, pues tiene una responsabilidad, aquí en la
tierra delante de Dios, el trabajo es edificar la Iglesia, estar al servicio de los demás, y no determinar la identidad de las personas.
Frutos
Conforme la persona va permitiendo que el Espíritu Santo controle su vida, comienza a aparecer lo que en la Carta a los Gálatas
llama los frutos del Espíritu Santo:
«22 En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
dominio de sí; contra tales cosas no hay ley» (Ga.5,22-23)

23

mansedumbre,

La santificación consiste en dejarse guiar por el Espíritu Santo y permitirle que obre en nosotros. Parece fácil, pero es una de las
empresas más difíciles de un individuo porque allí está de por medio la ley del grano de trigo que tiene que ser enterrado y morir
para poder dar fruto.
¿Un Nuevo Pentecostés?
El eminente teólogo católico, Heriber Muhlen, especialista en la Teología del Espíritu Santo, es autor de gruesos volúmenes acerca
del Espíritu Santo. Un dia pudo experimentar lo que los apóstoles y discípulos recibieron el día de Pentecostés. Entonces escribió:
“Durante 15 años he conocido al Espíritu Santo con mi mente, ahora lo conozco con el corazón”.
A esa experiencia es a la que algunos grupos carismáticos llaman “Bautismo en el Espíritu” o “Efusión en el Espíritu” A esa
experiencia de Pentecostés, que podemos recibir en este momento de nuestra vida, basta saber que se hace referencia al texto
bíblico en el que Jesús les asegura a sus apóstoles que ellos serán «bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días»
(Hch.1,5). Es impresionante el número de personas que durante muchos años has sido cristianos practicantes y no han tenido ese
encuentro “personal” con Jesús.
¡Esta “efusión” no es otra cosa que permitir que el Espíritu Santo que esta dentro de nuestro corazón fluya como ríos de agua viva
en todo nuestro ser!.
¡Esta “fusión” no es otra cosa que humildemente dejar que otros oren por ti para que ocurra un nuevo Pentecostés dentro de ti!
¡Para ese encuentro no hay edad ni momento preestablecido, es ¡aquí y ahora!!
¡Sólo abandónate y confía en que Jesús te regalará una nueva efusión en su Espíritu Santo!/
¡Señor Jesús, regálame tu Espíritu y con él tus carismas para servir en la comunidad según tu voluntad!.
¡Señor Jesús, quiero recibir tu Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida!
¡Aleluya!.

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Espíritu santo señor y dador de vida

  • 1. RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO ESPÍRITU SANTO, SEÑOR Y DADOR DE VIDA INTRODUCCION Para muchos cristianos el Espíritu Santo no pasa de ser una Paloma en lo alto del altar, sin embargo sin la acción del Espíritu Santo un a persona no puede “desarrollarse” espiritualmente. El Espíritu Santo no debe ser una creencia, sino una vivencia. Decir “Creo en el Espíritu Santo”, mas que el enunciado de un credo, debe ser testimonio fehaciente del que ha experimentado en vida la acción del Espíritu Santo. EN EL ANTIGUO TESTAMENTO La Biblia no presenta una fotografía del Espíritu Santo, con rostro, con gestos; la Biblia más bien emplea el término RUAH en hebreo, NEUMA en griego, para enseñar que el Espíritu Santo es algo inmaterial, un “viento”, un “aliento de vida”. Pero eso no debe llevar a confundir al Espíritu Santo con la “energía”, como lo explicarían algunos movimientos espirituales. La Biblia describe siempre al Espíritu Santo “actuando” en la comunidad y en las personas. Nuestro Dios no se caracteriza por permanecer oculto, alejado de la vida de las personas, ajeno a su realidad, sino mas bien todo lo contrario. En esto, el cristianismo es el heredero de la gran tradición religiosa de Israel, cuya experiencia de Dios le permitía descubrirlo siempre cercano, por que el mismo así lo pretendió: «Yo soy Yahveh, no existe ningún otro. 19 No he hablado en oculto ni en lugar tenebroso. No he dicho al linaje de Jacob: Buscadme en el caos. Yo soy Yahveh, que digo lo que es justo y anuncio lo que es recto.»(Is.45,18-19) A este Espíritu Divino les t xtos bíblicos lo denominan de maneras diversas, lo mas frecuente es “Espíritu de Dios”, pero también e aparece como “Espíritu de Yahvé”, “Espíritu Santo” muy pocas veces, y “Espíritu del Señor” solo en una ocasión. (cf. Is.61,1) Este Espíritu, que no puede ser encerrado por nada ni por nadie, pues es el quien lo envuelve todo, está presente en la creación entera ya desde sus orígenes mas remotos: « 1 En el principio creó Dios los cielos y la tierra. 2 La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas». (Gen. 1,1-2). El hombre es creado por Dios a su imagen y semejanza distinto a todos los demás seres que habitan la tierra. Y como imagen el Espíritu de Dios habita en el, un Espíritu que establece y mantiene una unión singular entre Creador y Criatura. Por eso, a este ser se le encomienda una tarea estrechamente ligada a la de Dios mismo «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.» (Gen. 1,28) En el Antiguo Testamento el Espíritu Santo no fue manifestado como una “persona divina”, sino como la “fuerza” de Dios para capacitar a determinados individuos para misiones “especiales”, que Dios les encomendaba. Saúl, un día, es ungido como rey de Israel, y se manifiesta en él la acción del Espíritu de Dios por medio de la profecía. Sansón es revestido por el Espíritu del Señor con una fuerza excepcional, para ser “juez” de su pueblo. Los profetas son inspirados por el Espíritu de Dios y se convierten en alto parlantes de Dios que llevan al pueblo sus mensajes. La nota característica de la presencia del Espíritu Santo, en el Antiguo Testamento, es que se manifiesta solamente en “grandes personajes” que reciben de Dios “misiones singulares” a favor de su pueblo. Pero ya en el mismo A.T. se vislumbra que en “un futuro” ese Espíritu del Señor será para todos. Es el profeta Joel el que vaticina que el Espíritu Santo se derramará hasta en los “siervos y siervas’ (cf. Jl.3,2). Esto equivalía a afirmar que el Espíritu Santo no sería monopolio de los grandes personajes de la Biblia. Fue el profeta Ezequiel quien anunció que por medio del Espíritu del Señor se cambiaría el corazón y se concedería un nuevo espíritu (cf. Ez.36,26). Jeremías a su vez, comunicó, que por medio del Espíritu de Dios, los hombres “llevarían escrita su ley en sus corazones”. EN EL NUEVO TESTAMENTO Todos los evangelistas apuntan un hecho determinante en la vida de Jesús: el día de su bautismo. En forma de Paloma, el Espíritu Santo se manifestó en Jesús. Quedó lleno del Espíritu Santo y comenzó a predicar diciendo: «18 El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos 19 y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc.418-19) www.ruahperu.com -1-
  • 2. RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO El Espíritu Santo se manifiesta poderosamente en la predicación de Jesús y en sus signos milagrosos que lo revelan como hijo de Dios. En la última Cena, Jesús, antes de partir de este mundo, les hizo a sus apóstoles una promesa grandiosa. Les dijo que no los iba a dejar “huérfanos”, sino que les enviaría el Espíritu Santo que sería su “Consolador”, que estaría siempre “en ellos”, que les “recordaría todo lo que El les había enseñado, y que “los llevaría a toda la verdad”. El Espíritu Santo, según esa promesa de Jesús, sería en todo el sentido de la palabra el “SUSTITUTO” de Jesús. «...y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre...» (Jn.4,16) Antes Jesús estaba “con” ellos. Ahora ya no sería algo “extraño”, sino “interno”, estaría “dentro de ellos”. Esta nueva manera de “estar Jesús con ellos” fue esencial en la transformación de las vidas de los apóstoles. Mientras Jesús estuvo “con” ellos sobresalían en envidia, en cóleras intempestivas, en falta de discernimiento. Cuando, después de Pentecostés, lo sintieron “en ellos”, se inició una nueva etapa en su vida espiritual, que se caracteriza por la santidad que los hacia aparecer ante todos como “poderosos en hechos y palabras”. Nunca los apóstoles se sintieron desamparados ni en medio de las borrascas más espantosas. Estaban plenamente seguros de que el Espíritu Santo los “consolaba” y los “iba guiando a toda la verdad”. Alguien ha expresado que el libro de los Hechos de los Apóstoles se debería titular “Libro de los Hechos del Espíritu Santo”. Inmediatamente después de Pentecostés, se comenzaron a “manifestar” en los apóstoles y discípulos todos los gestos de poder y gracia de Jesús. Resucitaban los muertos, los paralíticos eran curados, los demonios huían ante la voz imperativa de los apóstoles y discípulos; la predicación del Evangelio causaba impacto en los oyentes que se compungían. Todos experimentaban el mismo gozo y la paz que cuando estaba Jesús físicamente presente entre ellos. Uno de los que mejor pudo expresar esta vivencia del Espíritu Santo en su vida fue San Pablo cuando manifestó que: «...y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí...» (Ga.2,20) LOS FALSOS ROSTROS DEL ESPÍRITU SANTO Muchas veces el proceder de los lideres en el A.T. dejó mucho que desear, como sucedió con Saúl y, los fariseos y escribas en el N.T. y es mas lo que sucede en nuestras comunidades y la Iglesia de hoy, simplemente por hacer nuestra la obra de Dios, acaparándola y matándola, dejando de hacer nuestra parte a la que hemos sido llamados. Pues bien reconozcamos en que estamos fallando, que los ojos de la fe nos ayude a ver que en lo nos toca hacer. El Espíritu Objeto Alfonsiano, un joven trujillano, andaba siempre con la Biblia en la mano, adonde iba la cargaba siempre. Un día tenia que viajar y toma un colectivo rumbo al aeropuerto, sube en la parte posterior del auto donde aun iba vacío. A unas cuadras sube una anciana al lado izquierdo de Alfonsiano. Poco mas tarde sube al lado derecho una chica muy linda de cuerpo muy bien formado y que desviaba la mirada de cualquier hombre por su hermosura. El chofer era un tipo muy atrabancado, se metía por los huecos, giraba para un lado para y para el otro, en fin; y nuestro amigo lleno de una “gran espiritualidad” con Biblia en mano se encontraba en grandes aprietos. Cuando el auto giraba a la derecha, el se iba contra la viejita y se juntaba cachete con cachete, a lo que nuestro amigo se ponía a orar y decía “Hay señor no me dejes caer en tentación”. Cuando el auto giraba a la izquierda nuestro amigo se iba sobre la chica hasta el punto de abrazarla y juntarse lo mas posible y nuestro amigo decía “Señor que se haga tu voluntad”. Que conveniencia verdad, esto no es tener espiritualidad. El es responsable de todo lo que nos pasa en nuestra vida de lo que va bien y lo que va mal. Que fácil en hacer responsable a otro de nuestros propios actos, los que son simplemente a causa de nuestra libertad, la que Dios respeta. Nadie mas que nosotros somos los responsables de cómo vaya nuestra vida; en bien o en mal. Y es la gracia de Espíritu Santo quien nos hará fuertes ante la tentación para hacer la voluntad de Dios. El Espíritu Privado Muchas veces nos adueñamos de las obras de Dios: yo me gano el cielo, por que yo soy el responsable, por que yo canto en las reuniones, por que yo dirijo la oración, por que yo predico, por que yo saco adelante la comunidad, ¡yo! y ¡yo! y ¡sólo yo!. Sin embargo Jesús es claro cuando nos dice: «34...Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. 35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; 36 estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme...» (Mt. 25,34-36) www.ruahperu.com -2-
  • 3. RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO Toda esta caridad al prójimo no es movida por el Espíritu Santo en nuestras vidas, si no reconocemos a Jesús en el centro de la obra misionera. El Espíritu de Azoteas Cuantas veces cuando oramos y pedimos al Padre, el Espíritu Santo, esperamos que este caiga del cielo, de lo alto, mostramos así una concepción de que él esta muy lejos de nosotros. Que gran equivocación, pues el Espíritu Santo con su gracia y su poder esta más cerca de lo que pensamos, esta rodeando a todos la creación, y aun más Dios mismo lo ha enviado a nuestros corazones (cf. Gal.4,6) el día de nuestro bautismo. Y cuando clamamos “Ven Espíritu” no es que tenga que bajar, mas bien es desear que brote desde nuestros corazones. El Espíritu o Paráclito que Jesús prometió ya estaba presente en la creación desde el principio (cf. Gn.1,2), el mas bien lo infundió en los corazones de los apóstoles es una de las visitas hechas después de la Resurrección (cf. Jn.20,22), el cual se manifiesta en esos días de Pentecostés, en un ambiente de oración constante, después de verse solos y necesitados del Paráclito Ayudador (Jn. 16,7). Por eso es necesario la Oración de Efusión para que el Espíritu Santo se manifiesten nuestras vidas con su gracia, dones, carismas y frutos y así reconocer que Jesús es el Señor, el Hijo de Dios Padre. La Blasfemia contra el Espíritu Y aquí debemos tratar la blasfemia contra el Espíritu, tan mal interpretada por los propios cristianos hoy en día. El término “blasfemia” ha adquirido en nuestro lenguaje habitual una connotación que puede distorsionar una buena comprensión de este apartado. A pesar de este riesgo, preferimos confrontarnos aquí con el pasaje evangélico del mismo tema. Antes debemos señalar que el Diccionario de la Real Academia define blasfemia como: “Palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos”. No es éste el sentido que queremos darle aquí. Entonces, ¿por qué emplear este vocablo? Lo hacemos porque es el término con el que normalmente, aparece traducida en nuestras Biblia la raíz griega blasfemia, con la que se alude en Mt.12,31s, Mc.3,29 y Lc.12,10, a un pecado grave contra el Espíritu. Tan grave que, según palabras del propio Jesús, no se les perdonará a los hombres. Se trataba de la acusación que los enemigos de Jesús le hacían de expulsar los demonios no con el poder de Dios, sino con el propio Beetzebul, príncipe de los demonios. La blasfemia en este contexto se trataría, sin entrar en mas detalles, del no reconocimiento de la obra que el Espíritu Santo está realizando en Jesús, es decir la irrupción del reino de Dios entre los más desfavorecidos, enfermos y poseídos que eran curados. San Pablo, fue consciente del significado del término blasfema cuando confiesa: «...a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad» (1Tm.1,13) Conviene fijarnos más en esta faceta del “error voluntario”, motivado por la ceguera de mente y la dureza de corazón, que en la “Palabra injuriosa, más común en el significado corriente de la palabra blasfemia. La blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada, dijo Jesús. No queremos entrar ahora en este tema del perdón, no será necesario. Este apartado solo pretende una pista de reflexión, creer en el Espíritu Santo puede conducirnos, por un exceso de celo ha no reconocer sus obras, como les ocurrió a los judíos observantes contemporáneos de Jesús. No condenaron a Jesús sus adversarios religiosos, por ser malos, sino por ser “demasiado buenos”. No persiguieron a Pablo los judíos impíos sino los más piadosos (cf. Hch.13,50) ¿Por qué?, por que no reaccionaron ni uno ni otro, para ver la mano de Dios en la acción de su Espíritu. El peligro de la blasfemia, en el sentido que estamos hablando, lo tenemos todos los creyentes. Estoy convencido de que todos hemos blasfemado más de una vez llamando al bien mal y al mal bien. ¡Como Pablo antes de su encuentro con el Señor!. La historia de lo Iglesia es maestra reveladora de este pecado común. ¿Cuántos reformadores seglares o religiosos, han tenido que enfrentarse a la oposición de sacerdotes, superiores, obispos, y hasta papas por que les negaban que su obra procediera realmente del Espíritu Santo?. Y, contrariamente, ¿Cuántos han visto apoyada su obra por las más altas autoridades eclesiásticas convencidas de que venía de Dios, cuando no era así?. Y esto no solo sucedió en el pasado. ¿Cuántos comedidos teólogos, moralistas, especialmente movimientos celestiales de talentos críticos, comunidades de base y hasta escritores espirituales no siguen estando hoy, (y hasta después de muertos), en el punto de mira de los “celosos” de la ley y de la letra, de los defensores de una supuesta ortodoxia que olvidan de entre las virtudes teologales a la caridad como la importante de todas? (cf. 1Cor.13,13). De nuevo el pasaje de Pedro con Cornelio resulta muy iluminador. Él así se llamado primer Papa de la Iglesia, guiado por el celo de la tradición recibida de sus mayores, está a punto de cometer un grave error o mejor, un grave pecado, simbólicamente expresado en la visión de un lienzo con animales impuros a los que una voz, venida del cielo, le incita a comer (cf. Hch.10,10-16). Aquella www.ruahperu.com -3-
  • 4. RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO visión descubre una realidad de la que no contaba: «lo que Dios ha purificado no lo consideres Impuro» (v.15). Estas palabras son la clave de interpretación del posterior encuentro con Cornelio, una persona Impura para la mentalidad ortodoxa Judía. Este militar romano, «hombre justo y temeroso de Dios» (Hch.10,22), quería conocer a Pedro y escuchar su mensaje ¿Podría un hombre así recibir el bautismo?, ¿Sin estar circuncidado antes?, ¿sin cumplir los requisitos previos?. Buena parte de la Iglesia y entre ella, algunos apóstoles se habrían negado, como se deduce del regreso de Pedro a Jerusalén (cf. Hch.11,1-3). Pero el Espíritu Santo obro, para la resolución de este problema de una manera inequívoca: Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra. 45 Y los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, 46 pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios. Entonces Pedro dijo: 47 «¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?» (Hch.10,44-47). 44 Este pasaje y estas palabras me parecen cruciales, ejemplares, para dirimir muchos de los problemas que hoy se plantea la Iglesia. El mundo cambia, las sociedades cambian. Nuestras “normas”, con las que imperaba en los primeros tiempos del cristianismo, pueden volver demasiado rígidas hasta contrarias al Espíritu de Dios, él toma muchas iniciativas para guiar a la Iglesia por nuevos caminos y cuando decimos Iglesia, nos referimos a la comunidad de todos los creyentes, y no sólo la jerarquía, porque suscita nuevas vocaciones rechazadas porque no son como la Iglesia, y ésta vez entiéndase de jerarquía, porqué no son según los cánones los nuevos ministerios, nuevas formas de ejercerlos, nuevas formas de hacer las cosas, nuevas formas de hacer Iglesia, de ser pastores. ¿Puede todo esto surgir al margen del Espíritu?. Y sin embargo, seguimos negando y rechazando, como durante tanto siglos, los dones y carisma que el Espíritu regalan a nuestras comunidades. ¡Cómo son necesarias aun aquellas palabras de Pedro!. «¿Puede negarse a estas personas que han recibido, como nosotros, el Espíritu Santo?» Si como Iglesia ponemos condiciones al Espíritu, si pretendemos que él no dé lo que queremos, es probable que nunca lo obtengamos, no esta el Espíritu al servicio de la Iglesia sino la Iglesia al servicio del Espíritu. Una Iglesia que no se deja renovar por el Espíritu Santo no será nunca fiel “esposa” del Señor. Si seguimos adjudicando al Beelzebul el que los cojos anden y los ciegos vean y a los pobres se le anuncie la buena noticia, entonces seguiremos siendo, como aquellos que condenaron a Jesús, buenos y fieles observantes de la Ley, pero blasfemos; piadosos y amantes del templo, pero ciegos para descubrir la obra de Dios. Tan sólo una palabra para concluir, la de los cristianos de Jerusalén que escucharon el relato de Pedro, y que dijeron, en medio de su asombro: «Así pues, también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida.» (Hch.11,18). Que el Espíritu Santo nos ayude a creer de verdad en él, a confiar en su acción, a abrirnos a su voluntad y a no temer nunca lo “nuevo” que de él proceda. CREO EN EL ESPÍRITU SANTO, SEÑOR Y DADOR DE VIDA Un día San Pablo evangelizando en la ciudad de Efeso se encontró con un grupo de cristianos a quienes preguntó si habían recibido el don del Espíritu Santo. Ellos, sorprendidos, le contestaron que ni siquiera habían oído hablar de él (cf.Hch.19,1-7). Hoy día todavía quedan cristianos que no saben quién es el Espíritu Santo, y por tanto no viven bajo su impulso ni animados por su poder. En las celebraciones dominicales de la Eucaristía, y en otras fiestas, proclamamos comunitariamente nuestra fe o Credo, decimos todos a una sola voz.: “¡Creo en el Espíritu Santo!”, encerrando esta frase una multiplicidad de realidades, conforme a la pluriformidad de la naturaleza humana, (conocimientos, sentimientos, relaciones sociales…, etc.), es decir que cuando proclamamos este artículo de fe, queremos decir que creemos en la existencia de una persona divina a la que denominamos Espíritu Santo, sino también y sobre todo, que la sentimos presente y actuante en nuestra propia vida, en todas las personas e incluso en la creación entera. Esta es la fe cristiana vivida día a día y proclamada en las celebraciones litúrgicas. ¿Y que implica y adonde conduce esta “creencia” en el Espíritu Santo? Ofrecemos algunas respuestas desde la revelación bíblica, sintetizándolos en cinco apartados: Confianza Tener fe en el Espíritu Santo, creer en el, significa, primordialmente “confiar en el”, y para tener c onfianza se requiere un conocimiento-“experiencia”, directa (¡ya lo he vivido!) o indirecta(¡me lo ha contado alguien cuya experiencia me ofrece absoluta confianza!). www.ruahperu.com -4-
  • 5. RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO ¿Y qué significa, en este sentido, “creer en el espíritu Santo”, “confiar en él”?. Básicamente, “poner la confianza en” sus planes, en su acción rectora de la historia, en su capacidad para llevarla adelante, para conducirla a su plenitud. Confiar en su poder significa también “desconfiar” de otros poderes. Dios sólo hay uno, los demás son s ídolos. Muchos olo “espíritus” quieren adueñarse de las riendas de la historia; pero solo el Espíritu de Dios sabe y puede realmente conducirla por el auténtico camino de la plenitud. El verdadero Dios no se levanta con la sangre de los hombres, su poder no se asienta sobre la miseria de los pueblos. Es cierto que así se creyó en lo tiempos bíblicos, más antiguos, pero poco a poco los israelitas descubrieron que el Dios verdadero no procedía nunca así, que su Espíritu Santo no afirmaba de ese modo su poder. Confiar en el poder del Espíritu es, la mayaría de las veces, apoyarse en la debilidad. Esto parece una contradicción, pero no es tal. Dios, para llevar a cabo sus planes, nunca ha elegido a los poderosos; pues no se sabe confundir el poder de Dios con el de los hombres. Desde Abraham hasta nosotros, los grandes testigos de la fe, (salvo una rara excepción), han sido siempre personas sencillas, débiles. El poder generador de Dios se manifiesta en la esterilidad humana; no la produce, pero se sirve de ella. Actúa donde las fuerzas humanas no son ya capaces de hacer más. ¿Niega Dios al hombre con este proceder?, ciertamente no; deja hacer a las personas hasta el límite de sus posibilidades, colabora con ellas, pero cuando las fuerzas de la criatura flaquean, las del Creador brotan con vigor y eficacia. Creer en el Espíritu Santo es trabajar y confiar en que él impulsará este trabajo más allá de las posibilidades de nuestras fuerzas. Confianza que se expresa y convierte ante las dificultades en resistencia, firmeza, entereza y serenidad. Quien confía en el Espíritu no debe nunca tirar la toalla; pues, al contrario, será entonces, agotado y hundido por los golpes, cuando experimenta de verdad su confianza en el Espíritu, hasta el momento, cuando todo iba bien o había posibilidades, no vivía realmente de la confianza en el Espíritu, si no de la confianza en sí mismo, en sus fuerzas, en sus recursos. Confianza no es fanatismo, no es la sin razón de una fe sola defendible en la ignorancia, pues se basa en el conocimiento racional y espiritual de aquel en quien ponemos la confianza. Por eso podrá decir el apóstol Pablo en medio de las penalidades: «...porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel Día» (2Tm.1,12). Fanatismo no es igual a fe, si no más bien igual a incredulidad, a miedo, a duda, a desconfianza. Una religiosidad fanática no procede de una verdadera experiencia de Dios, si no de una equivocada divinización de los “ídolos”, en la mayoría de los casos de una deformada “absolutización” de la creencia religiosa parcial. Por ultimo, y para finalizar este apartado, conviene no confundir “confiar” en la acción del Espíritu Santo con “lograr” los propósitos, con “triunfar” sobre los adversarios, con “evadir” las dificultades. Abraham no se vió libre de sus dudas, no llegó a poseer la tierra de Dios que le habían prometido; ni siquiera Moisés logró entrar en ella; Jesús murió en la cruz; Pablo fue decapitado; y hoy muchos creyente s siguen perdiendo la vida, aparentemente en el fracaso. ¡Creer en el Espíritu Santo es estar dispuesto a perder la jugada, en la que a veces se da incluso la vida!. ¡Creer en el Espíritu Santo es poner la confianza en su poder que nos llevará a ganar la partida, el REINO DE DIOS!. Fidelidad La fidelidad al Espíritu, a su acción en el mundo y en la historia, nace de la experiencia previa de la lealtad de Dios; así como Dios es fiel, aprendemos nosotros a serlo también con él. Pero nuestra lealtad es muy quebradiza. Por eso, en ayuda de esa debilidad viene la fuerza del Espíritu. ¿Y cómo puede ser el creyente fiel al Espíritu que lo sostiene?. Fundamentalmente en una doble dirección. En primer lugar, manteniéndose firme allí donde el Espíritu le puso. Lealtad es aquí sinónimo de resistencia, entereza, solidez. En ocasiones, el creyente se enfrenta con los ídolos sin muchas esperanzas de triunfo. ¿Fanatismo? Esperemos que no. Como ya hemos señalado antes, éste sería una deformación de la experiencia religiosa auténtica, pues lejos de abrirnos al misterio de Dios nos encierra aún más en la pequeñez de nuestra condición de criatura. La luz del Espíritu ilumina al creyente en estas ocasiones, haciéndole descubrir, más allá de la oscuridad de las tribulaciones, un horizonte nuevo, una nueva Jerusalén, podríamos decir con el autor del Apocalipsis. www.ruahperu.com -5-
  • 6. RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO La fidelidad al espíritu es, en estos casos, insobornable; puesto que el horizonte humano puede competir o “comprar” lo que el Espíritu de Dios pone ante la mirada del creyente. Despojados de todo apego a lo corruptible, los seguidores del Espíritu encaminan sus pasos por una senda que, como la del viento, no saben ni de dónde viene ni a dónde va. Pero fieles a su aliento se dejan conducir guiados por la confianza. Nuevamente aparece aquí un pasaje bíblico que puede aportarnos luz en este sentido, el encuentro del apóstol Pedro con Cornelio (cf. Hch.10,1-48). Pedro y, con él buena parte de la Iglesia naciente, como buen israelita que era, no quiere entrar en la casa de un pagano, un militar romano, además. Si el apóstol hubiera obrado guiado por el fanatismo jamás habría transgredido esta norma de su pueblo. Pero supo ver más allá y descubrir que el Espíritu de Dios le pedía otra cosa: «28...Vosotros sabéis que no le está permitido a un judío juntarse con un extranjero ni entrar en su casa; pero a mí me ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre. 29 Por eso al ser llamado he venido sin dudar.» (Hch.10,28-29). Después Pedro tendrá que enfrentarse con buena parte de la Iglesia por este proceder (cf. Hch.11,2s). Ahí es donde está la firmeza que brota del Espíritu, no en el fanatismo intransigente de cumplir con lo que está establecido, sino en no poner la norma por encima de lo que Dios le hace descubrir, y en saber plantar la cara a quienes, aún en nombre de Dios, le recriminan su acción. Ésta es también la firmeza de Pablo con respecto a Pedro en una ocasión (cf. Ga.2,11-14), o la de tantos hermanos que se ven en la necesidad y en la obligación de romper los moldes con los que la historia y las leyes humanas quieren atenazar el soplo del Espíritu. La otra dirección por la que se orienta la fidelidad es más corriente, más cotidiana. No nos pide heroísmos ni toma de posturas radicales y llamativas. Se trata en el lenguaje paulino, de no «entristecer al Espíritu» (Ef. 4,30). La lealtad con los amigos nos lleva a no molestarnos con una actitud impropia. Esto es lo que también se pide a los creyentes. Los ejemplos podrían ser muchos, pero ya que hemos mencionado el pasaje de Ef. 4, recordemos el consejo de su autor a este respecto: «25 Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros. 26 Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis airados, 27 ni deis ocasión al Diablo. 28 El que robaba, que ya no robe, sino que trabaje con sus manos, haciendo algo útil para que pueda hacer partícipe al que se halle en necesidad. 29 No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen. 30 No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención. 31 Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. 32 Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo.» (Ef.4,25-32) Ser fieles al Espíritu está, pues, en consonancia no sólo con momentos puntuales de enfrentamiento con las fuerzas antagónicas de Dios, sino también con la vida cotidiana, con un estilo de vida cuyo fundamento está en la propia existencia de Jesucristo, el verdadero hombre del Espíritu. El Renacimiento El Bautismo cristiano expresa por medio del agua, la muerte a la vida anterior y el nacimiento a la nueva vida. Nueva vida generada en él por la fuerza divina, por el Espíritu Santo, pero se puede renacer a muchos tipos de vidas diferentes. Cuando los primeros cristianos quisieron expresar la característica fundamental de esta vida, en un contexto socio-religioso en que los dioses eran los dominadores del mundo y de las personas, no encontraron mejor imagen que la de la “filiación”. El que ha renacido por el Espíritu Santo es ahora, realmente un “Hijo de Dios”; Dios es para él un padre, y él ha de situarse ante Dios como un hijo. ¿Pero qué tipo de hijo?. Allí es donde entra en juego, en los escritos neotestamentarios, la estrecha realidad entre Jesús el Hijo y Espíritu Santo. Modelo para todos los que con Jesús han sido agregados a la gran familia de Dios. Y si, biológicamente hablando, un padre deja sus “rasgos físicos” plasmados en su semilla, en sus descendientes, así, desde el punto de vista espiritual, Dios plasma en sus hijos sus “rasgos espirituales”, por medio de su Espíritu. De modo que un “parecido” permita descubrir y relacionar a los hijos con su Padre. Jesús obraba conforme sabía que lo hacía su Padre. Ahora nosotros, salvando las distancias culturales y temporales, debemos inspirar nuestras vidas en el ejemplo dado por Jesús, el Hijo y hermano mayor de todos. Y no será el mucho conocimiento que tengamos de él lo que nos permitirá hacerlo, aunque sin duda contribuirá a ello, sino muestra “docilidad” al Espíritu, pues será él, el que plasme en nosotros los rasgos del Hijo, sus sentimientos, su escucha del Padre y del Mundo, sus ambiciones, su resistencia al mal, su búsqueda del Reino. Esta filiación que nos llega gratuitamente de Dios nos constituye verdaderamente en hijos y nos hace tomar conciencia de cuatro cosas fundamentales: www.ruahperu.com -6-
  • 7. RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO Testigos del Padre Hemos sido transformados en “testigos” de quien nos ha generado, del Padre. Con Jesús, debemos dar testimonio con nuestra vida de quiénes somos y cuál es nuestra familia. Y el testimonio mayor, en este sentido, es el de la fraternidad universal. Una fraternidad volcada, como la paternidad de Dios, a favor de los más pequeños, de los hermanos más débiles, de los más necesitados. Hijos del Amor Hemos sido regenerados por amor. No somos hijos nacidos bajo el temor de la servidumbre. Entre nosotros hay muchos modos de ser padre, pero Dios se ha manifestado en Jesús como un Padre cariñoso, preocupado por sus hijos, atento a sus necesidades, misericordioso en todo momento, dispuesto siempre al perdón ante el menor atisbo de pecado. Dios nos quiere por encima de nuestros merecimientos, pues él no condiciona su bondad a nuestros méritos. Templos de Dios Hemos sido constituidos templos auténticos de Dios, de modo que no hay que buscarlo f era sino dentro de nosotros. No son las u paredes, de materiales muy nobles y con bellos revestimientos a veces, de los edificios religiosos, las que forman la morada del Padre de Jesús, sino los corazones sencillos de los hombres, sus hijos. El valor de una vida humana no radica, pues, para el creyente en su poder económico, su cultura o cualquier cosa mensurable, sino en su condición de hermano, de hijo del mismo Padre, de templo del mismo Dios; por eso, nadie podrá ponerse por encima de nadie. Un Mismo Sentir Hemos sido contagiados de los mismos sentimientos de Dios, es decir, nuestras vidas deben transformarse conforme a lo que Dios siente por todo y por todos, debemos llenarlas de gozo y alegría por las cosas, de paz, de esperanza, de fortaleza, de misericordia, de generosidad. Debemos ser, en todo momento como Dios es con nosotros. Debemos ser, siempre, hijos de los que pueda decirse: “!Míralos, cómo se parecen a su Padre!” Unidad La unidad del género humano, de todos los hombres y mujeres de toda raza y condición es, desde los orígenes, una esperanza cristiana fundamental; como queda registrado en el Credo, que proclama la creencia en la Iglesia, “una santa, católica y apostólica”. La iglesia de Jesús es “católica”, es decir “universal” porque está abierta a todos, sin distinción alguna (cf. Ga.3,26-28). ¿Pero cómo es posible la unidad entre personas de diferentes culturas, razas, idiosincrasias, lenguas, etc.?. La unidad es un reto al que todos los creyentes estamos llamados, pero es ciertamente un logro que sólo el Espíritu de Dios puede conseguir. ¿Por qué solo el Espíritu? Porque él sigue manteniendo una lucha encarnizada con uno de los pecados más frecuentes del hombre: la uniformidad. Creemos que la unidad se establece cuando todos pensamos lo m ismo, hablamos de lo mismo, perseguimos lo mismo. Es un hecho notorio que la Iglesia está dividida, y que son múltiples y constantes los movimientos por la unidad. Y, precisamente es el movimiento ecuménico el más consciente del peligro de confundir unidad con uniformidad, algo que se pretende evitar a toda costa; el más conciente, también, de que sólo con la ayuda del Espíritu podrán darse pasos seguros en este camino. A cada uno de nosotros le corresponde una grave responsabilidad en esta tarea, dejada la mayoría de las veces en manos de la jerarquía, como si sólo fuera oficio suyo. Se dice que la Iglesia no es una democracia, y ciertamente no lo es. Es una “comunidad”, es decir, una realidad más exigente que la democracia. En la democracia el pueblo “cede” su poder soberano a los gobernantes. En la comunidad “nadie cede” ningún poder, porque nadie lo tiene, ni lo ejerce. La autoridad de la comunidad celestial nace del servicio y a él se orienta. Los modelos mundanos de las monarquías absolutas han sido, la mayoría de las veces, los inspiradores de la unidad de la cristiandad. Jerarquías piramidales al servicio de una sociedad perfecta, sin fisuras ni disidentes, pero muy lejanas de la construcción del Reino de Dios. Creer en el Espíritu Santo es aquí creer con él en el otro y en los otros, en la originalidad de cada uno, en la pluriforme humanidad creada por Dios, en la riqueza de sus carismas. La unidad no nace de la uniformidad sino del respeto mutuo, de no creerse únicos poseedores de la verdad absoluta, de la defensa de lo mío y de lo ajeno, de la reconciliación, del amor a lo otro y a los otros. Retomando de nuevo el pasaje citado del encuentro de Pedro con Cornelio, observamos que la Iglesia, constituida hasta el momento por judíos circuncisos, se abre, con absoluto respeto, al mundo de los no judíos ¿Es acaso decisión de Pedro?, ¿del llamado “Concilio de Jerusalén”?. Ciertamente no. Quien decide es el único que tiene autoridad para ello: Dios, Pedro y las autoridades de Jerusalén se limitan a reconocer y a asentir a la voluntad divina manifestada a Pedro por el Espíritu Santo. Compromiso www.ruahperu.com -7-
  • 8. RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO Tras un primer “conocimiento”, vivencial más que conceptual, del Espíritu; la experiencia cristiana. propia y de la comunidad, remite al descubrimiento de su acción en la creación y en la historia individual y colectiva de las personas. La creencia del Espíritu se expresa allí en la total confianza en su creación. El alimento divino actúa en la creación; colaboremos con él, respetemos su obra; hoy que tanto se habla de ecología, cooperemos con el espíritu en el cuidado del universo, descubramos la presencia de Dios en todo cuando nos rodea, en cada ser que acompaña nuestra existencia, hasta en el mas pequeño. El Espíritu Santo actúa en la vida de las personas, colaboremos con su acción; confiemos en el plan de Dios sobre cada uno de nosotros; sintamos que el Espíritu Divino late en cada vida humana que se forma aunque esta no sea perfecta o incluso no haya llegado siquiera ver la luz todavía. Este creer y confiar en los planes de Dios sobre la humanidad conlleva no solo la aceptación de su voluntad, si no también la franca oposición a otros planes contrarios al pecado. Todo aquello que nos humaniza, que va en contra de nuestra semejanza del Creador, contra la libertad, justicia, la paz, la fraternidad, la vid, debe ser combatido por quiénes creen en la vida de Dios. No es suficiente subirse al carro del bien, es preciso frenar a su vez, la rueda del que guía el mal. Una humanidad amenazada por la sombra de la guerra, el hambre, la incultura, la injusticia y tantos otros pecados no pueden quedar al margen de las luchas y esperanzas de creyentes en el Espíritu. Pero no hemos de olvidar que aunque empleemos una terminología bélica, “lucha”,”combate”. Al hablar de este tema, las verdaderas “armas” que puede emplear el creyente son la que el Espíritu pone en sus manos (cf Ef. 6,10-18). Si combatimos el mal con las fuerzas del mal, sólo conseguiremos incrementar el mal de origen. Si como Santiago y Juan pedimos a Dios que destruya con fuego del cielo a quines se nos oponen, ¿cómo podría venir a nosotros el Reino de Dios? (cf. Lc. 9.54). Hay medios y métodos que el espíritu desautoriza; aunque los empleen personas llamadas “espirituales”. Hay resistencias que el espíritu no alienta, luchas en las que no participa, sencillamente porque no las hacemos a su estilo. En síntesis, el compromiso de los creyentes debe producir siempre “frutos espirituales”; frutos de fraternidad, de solidaridad, de justicia, de unidad, de paz, etc. (cf, Ga.5,22; Ef. 4,3-6). Porque uno es el Padre común de todos y una debe ser la única y total familia humana. LAS IMÁGENES Nuestras palabras muchas veces no alcanzan a describir ciertas acciones de tipo espiritual. Por eso se acude a imágenes para poder dar una leve idea de ellas. Este método emplea la Biblia para describir la acción del Espíritu Santo en la vida de los individuos. En la Biblia se reportan abundantes imágenes que nos revelan cuál es la acción del Espíritu Santo en el alma de la persona que se deja controlar por él. Viento La figura del viento fue empleada por Jesús, cuando hablaba con Nicodemo para hacer referencia al Espíritu Santo. No podemos ver el viento, pero sí nos damos cuenta de sus efectos. Trae la lluvia, provoca huracanes, barre las inmundicias. Es Espíritu Santo nos llena de la Gracia de Dios, provoca en nosotros una transformación que puede ser fulminante como la de Pablo, y se va llevando los restos de nuestro “hombre viejo”. Agua El profeta Ezequiel anunció la venida del Espíritu Santo como un agua purificadora que limpiará de inquietudes (cf. Ez.36,25). Tambén Jesús se sirvió de la figura del agua, pero en otro sentido; el día de los Tabernáculos, se puso a gritar: «37... Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba 38 el que crea en mí», como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva» (Jn.7,37-38) Para Jesús esos “ríos de agua viva” eran el reflejo de un alma repleta de gozo y serenidad. Fuego El profeta Jeremías describió su encuentro con Dios como «fuego ardiente en su corazón» (Jn.20,9). Esta misma figura del fuego la encontramos en Pentecostés. El escritor bíblico afirma que aparecieron lenguas como de fuego que descendían sobre la cabeza de los reunidos en el cenáculo. El fuego quema la basura, es luz que brilla en medio de las tinieblas. Es Espíritu Santo “quema” nuestra basura espiritual y “enciende” en nosotros el fuego de Dios, que es Amor, comprensión, perdón. Aceite El “aceite” es otra de las imágenes que la Biblia emplea para identificar al Espíritu Santo. Con aceite se consagraba a los sacerdotes y profetas para una misión específica. Con aceite también se purificaba a los leprosos que recobraban la salud. El aceite es símbolo de esa bendición de Dios que entra en nuestra vida y nos consagra. Los niños, en el Bautismo, son ungidos con aceite como señal de su consagración a Dios. www.ruahperu.com -8-
  • 9. RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO NUESTRO BAUTISMO Cada uno de nosotros, el día de nuestra Bautismo, fuimos ungidos con santo Crisma, aceite consagrado, como templos vivos del Espíritu Santo. Jesús le enseñó a Nicodemo en qué consistía ser bautizado en el Espíritu Santo. Le dijo que era «un nuevo nacimiento»; también le afirmo que ese nuevo nacimiento «venía de lo alto», es decir, era un don de Dios para la persona que estuviera dispuesta a abrir su corazón al mensaje de su Palabra. Pablo lo experimento en su vida y dijo «...el que está en Cristo, es una nueva creación» (2Cor.5,17). En el inicio de la vida espiritual por el Bautismo, la “hundirse” en Jesús recibe al Espíritu Santo y queda “sellado como hijo de Dios para siempre”. En las sucesivas veces que haya perdido la Gracia de Dios, tendrá que acudir a lo que los primeros cristianos llaman el “segundo bautismo”, la confesión de los pecados. Jesús a nadie le niega su Espíritu Santo, pero ese Espíritu es Espíritu de pureza y sólo puede residir en el alma que con sinceridad ha desterrado el pecado. Como la paloma, que soltó Noé al terminarse el diluvio, no pudo posarse sobre la podredumbre que flotaba en la inmensidad de las aguas y tuvo que volver al arca, así el Espíritu Santo sólo puede “hacer morada” en las almas que han confesado sus culpas y están en Gracia de Dios. EFUSIÓN EN EL ESPÍRITU Ante la desconcertante predicación de Pedro, el dia de Pentecostés, millares de personas se preguntaban: «¿Qué es esto?». Pedro se los explicó brevemente. Les hizo ver que se estaba cumpliendo la profecía de Joel en la que se anunciaba que el Espíritu Santo se derramaría hasta en los “siervos y siervas”. Les habló de quién era Jesús; como había hecho milagros prodigiosos, cómo lo habían matado y cómo había recitado. Ese Jesús era el que ahora enviaba su Espíritu. La multitud impresionada expresó que querían también ellos gozar de ese privilegio. Pedro les indicó el camino a seguir. Debían cambiar su manera de ser y arrepentirse sinceramente de sus pecados. Como señal de sincero arrepentimiento, debían bautizarse, y entonces sus pecados serían perdonados y recibirían el Espíritu Santo, como lo habían recibido ellos. Fueron millares los que se atrevieron a hacer la prueba; ese día experimentaron la presencia de Jesús en sus vidas a través de su Espíritu Santo. Ese mismo Espíritu, que es Espíritu de Amor, los llevó a reunirse para escuchar la “enseñanza” de los apóstoles, para “partir el pan”, la Eucaristía, y para “poner sus bienes en común”. Y así quedó constituida la Iglesia de Jesús (cf. Hch.2,42). El camino para recibir al Espíritu Santo sigue siendo el mismo que señaló Pedro el día de Pentecostés. Nada impide tanto la acción del Espíritu Santo en la vida de un individuo como el pecado. Para dejarlo actuar en la propia vida, hay que comenzar por arrepentirse sinceramente del pecado; sólo de esa forma puede actuar el Espíritu de Dios en la propia vida. La persona que abre su corazón al mensaje de la Palabra y se arrepiente de sus pecados, recibe el don del Espíritu Santo. Dones, Carismas y Frutos Dones Con la llegada del Espíritu Santo a una persona, vienen los “dones” o regalos del Espíritu Santo a esa persona. Comentaristas de la Biblia nos dicen que más o menos son uno 28 los dones del Espíritu Santo, de los que se hace mención en ella. El Espíritu Santo concede a cada persona los dones que le sirven para su santificación persona; son los que toda persona recibe en el Bautismo: «...espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh» (Is.11,1-2). Carismas Así mismo otorga a cada cual los carismas para la “edificación de la Iglesia”, es decir para que el cristiano se inserte en la comunidad activamente prestando un servicio o ministerio para el bien común: «1 En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia. 2 Sabéis que cuando erais gentiles, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos. 3 Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu www.ruahperu.com -9-
  • 10. RUAH – EVANGELIZANDO A TIEMPO Y DESTIEMPO Santo. 4 Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; 5 diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; 6 diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. 7 A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, 8 Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; 9 a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; 10 a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. 11 Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad». (cf. 1Cor.12,1-11). Debemos señalar que la experiencia carismática en muchas comunidades cristianas dentro de nuestra Iglesia Católica es profunda y ha permitido que las conversiones sean por miles y los prodigios por cientos para Gloria de Dios. Igualmente ha permitido no estar ignorantes sobre estos, conforme los lo indica San Pablo. Debemos estudiarlos y ponerlos en practica para beneficio de la comunidad, no por falta de conocimiento debemos apagar el fuego del Espíritu Santo que desea bendecir a su pueblo. El que tiene uno de estos dones, pues tiene una responsabilidad, aquí en la tierra delante de Dios, el trabajo es edificar la Iglesia, estar al servicio de los demás, y no determinar la identidad de las personas. Frutos Conforme la persona va permitiendo que el Espíritu Santo controle su vida, comienza a aparecer lo que en la Carta a los Gálatas llama los frutos del Espíritu Santo: «22 En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley» (Ga.5,22-23) 23 mansedumbre, La santificación consiste en dejarse guiar por el Espíritu Santo y permitirle que obre en nosotros. Parece fácil, pero es una de las empresas más difíciles de un individuo porque allí está de por medio la ley del grano de trigo que tiene que ser enterrado y morir para poder dar fruto. ¿Un Nuevo Pentecostés? El eminente teólogo católico, Heriber Muhlen, especialista en la Teología del Espíritu Santo, es autor de gruesos volúmenes acerca del Espíritu Santo. Un dia pudo experimentar lo que los apóstoles y discípulos recibieron el día de Pentecostés. Entonces escribió: “Durante 15 años he conocido al Espíritu Santo con mi mente, ahora lo conozco con el corazón”. A esa experiencia es a la que algunos grupos carismáticos llaman “Bautismo en el Espíritu” o “Efusión en el Espíritu” A esa experiencia de Pentecostés, que podemos recibir en este momento de nuestra vida, basta saber que se hace referencia al texto bíblico en el que Jesús les asegura a sus apóstoles que ellos serán «bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días» (Hch.1,5). Es impresionante el número de personas que durante muchos años has sido cristianos practicantes y no han tenido ese encuentro “personal” con Jesús. ¡Esta “efusión” no es otra cosa que permitir que el Espíritu Santo que esta dentro de nuestro corazón fluya como ríos de agua viva en todo nuestro ser!. ¡Esta “fusión” no es otra cosa que humildemente dejar que otros oren por ti para que ocurra un nuevo Pentecostés dentro de ti! ¡Para ese encuentro no hay edad ni momento preestablecido, es ¡aquí y ahora!! ¡Sólo abandónate y confía en que Jesús te regalará una nueva efusión en su Espíritu Santo!/ ¡Señor Jesús, regálame tu Espíritu y con él tus carismas para servir en la comunidad según tu voluntad!. ¡Señor Jesús, quiero recibir tu Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida! ¡Aleluya!. www.ruahperu.com - 10 -