Vida de Santa Escolástica relatada por san Gregorio Magno. Presentación realizada por el Monasterio de Benedictinas de San Pelayo. Santiago de Compostela
3. Escolástica, hermana de Benito,
dedicada desde su infancia al
Señor todopoderoso, solía visitar a
su hermano una vez al año. El
varón de Dios se encontraba con
ella fuera de las puertas del
convento, en las posesiones del
monasterio. Cierto día vino
Escolástica, como de costumbre,
y su venerable hermano bajó a
verla con algunos discípulos, y
pasaron el día entero entonando
las alabanzas de Dios y
entretenidos en santas
conversaciones. Al anochecer,
cenaron juntos.
4. Con el interés de la
conversación, se hizo
tarde y entonces
aquella santa mujer
suplicó a su hermano:
«Te ruego que no me
dejes esta noche y que
sigamos hablando de
las delicias del cielo
hasta mañana.»
6. La santa monja, al
oír la negativa de
su hermano, puso
sobre la mesa sus
manos, con los
dedos
entrelazados y
escondió en ellas
la cabeza, para
rogar al Dios
todopoderoso.
7. Al levantar la
cabeza,
comenzó a
relampaguear,
tronar y diluviar
de tal modo,
que ni Benito ni
los hermanos
que le
acompañaban
pudieron salir de
aquel lugar.
8. Entonces el
varón de Dios
comenzó a
quejarse
contrariado:
«Dios
todopoderoso te
perdone,
hermana. ¿Qué
es lo que has
hecho?»
9. Ella respondió :
«Ya ves, te he
suplicado a ti, y
no has querido
escucharme; he
suplicado a mi
Dios, y me ha
escuchado.
Ahora, pues, sal,
si puedes,
déjame y vuelve
al monasterio.»
10. Benito, que no
había querido
quedarse
voluntariamente,
no tuvo, al fin,
más remedio que
quedarse allí. Así
pudieron pasar
toda la noche en
vela, en santas
conversaciones
sobre la vida
espiritual.
11. No es de extrañar que prevaleciera el
deseo de aquella mujer, ya que, como
dice san Juan: Dios es amor, y, por esto,
pudo más porque amó más.
12. A los tres días, Benito,
mirando al cielo, vio
cómo el alma de su
hermana salía de su
cuerpo en figura de
paloma y penetraba
en el cielo. Él,
congratulándose de
su gran gloria, dio
gracias al Dios
todopoderoso con
himnos y cánticos, y
envió a unos
hermanos a que
trajeran su cuerpo al
monasterio y lo
depositaran en el
sepulcro que había
preparado para sí.
13. Así ocurrió que estas dos almas, siempre
unidas en Dios, no vieron tampoco sus
cuerpos separados ni siquiera en la
sepultura.