1. Arzobispado de Arequipa
Domingo 18
de octubre
del 2015
EL MAL Y SU REMEDIO
Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son
buenas. Sin embargo, nadie escapa a la
experiencia del sufrimiento, de la enfermedad u
otros males en la naturaleza y, sobre todo, del mal
moral. En su libro Confesiones, san Agustín nos
relata que pasó mucho tiempo buscando el origen
del mal y no lo encontraba, hasta que se hizo
cristiano y entonces comprendió que el misterio
del mal sólo se comprende a la luz del misterio de
la piedad de Dios manifestado en Jesucristo
muerto y resucitado. Para comprender la cuestión
del origen del mal hemos de examinarla a la luz de
Jesucristo, que es su único vencedor y está
dispuesto a hacernos partícipes de su victoria. Si
procedemos así, descubriremos que en el origen
del mal está el pecado del hombre, presente a lo
largodelahistoria.
Lamentablemente, en nuestros días son muchos
los que niegan la existencia del pecado en el
hombre y pretenden explicarlo únicamente como
un defecto de crecimiento, una debilidad
psicológica, un error o una consecuencia de
estructuras sociales inadecuadas, etc. Quienes
piensan así, desconocen el vínculo profundo del
hombre con Dios y, por tanto, no entienden que el
pecado es un abuso de la libertad que Dios nos da a
los seres humanos para que podamos amarle y
amarnos mutuamente.Así nos lo presenta el relato
de la caída del hombre, presente en las primeras
páginas de la Biblia a través de diversas imágenes:
Adán y Eva, el árbol de la ciencia del bien y del
mal,laserpienteseductora,etc.
Conforme a la tradición de la Iglesia, la famosa
serpiente es la imagen de un ángel, Luzbel, que se
rebeló contra Dios al conocer el designio de amor
que Él tiene para con los hombres y que consiste
en elevarlos a su propia vida divina. La rebelión de
Luzbel y sus secuaces tiene en su origen la envidia
contra el hombre y, como consecuencia de ella, se
encamina a apartar al hombre de Dios para evitar
de esa manera que se cumpla ese designio de amor.
Por eso, dejó de llamarse Luzbel y se le llama
Satanás o Diablo, que significa «el que divide»,
porque se ha autoimpuesto la tarea de dividir o
separar al hombre de Dios. Esto es lo que hizo con
nuestros primeros padres, Adán y Eva, y lo que
pretende hacer con todos los hombres de todos los
tiempos, para lo cual nos quiere hacer creer que
Dios no nos ama y que, por el contrario, nos quiere
tener siempre sometidos y limitados para ejercer
su podersobrenosotros.
Con razón Jesucristo llama al diablo «mentiroso y
padre de la mentira», porque la verdad es que Dios
nos ama tanto que nos ha creado para vivir en
amistad con Él y para que, a partir de una relación
de confianza, lo reconozcamos como nuestro
creador y como quien mejor nos puede guiar en el
uso de la libertad que Él mismo nos ha dado, de
modo que usándola de modo adecuado
alcancemos la felicidad para la que nos ha creado.
Sin embargo, la maldad y la astucia del diablo son
tan grandes que, desde los inicios de la historia se
las ha ingeniado para hacernos caer en su mentira,
hacernos desconfiar de Dios y llevarnos a
desobedecerlo y a no dejarnos conducir por Él.
Gracias a Dios, el poder del demonio no es
infinito. Si bien el diablo es un espíritu puro, y por
tanto tiene más poder que el hombre, no deja de ser
una criatura limitada y, por más mal que haga,
jamás podrá impedir la edificación del Reino de
Dios y el cumplimiento de su designio de amor
sobre los hombres, para beneficiarnos de lo cual
basta con que usemos rectamente nuestra libertad,
lo que es posible gracias a que Jesucristo ha
muerto por nuestros pecados y ha resucitado para
nuestrajustificación.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
LA ColumnA
De Mons. Javier Del Río Alba