2. En aquel tiempo, Jesús
fue llevado al desierto
por el Espíritu para ser
tentado por el diablo. Y
después de ayunar
durante cuarenta días
con sus cuarenta
noches, al fin sintió
hambre…
Mt 4, 1-11.
3. Cuaresma es un tiempo para fortalecer nuestra
relación con Dios. Tiempo para la soledad y el
silencio.
Jesús se retira al desierto a orar. También nosotros
somos invitados a retirarnos en oración.
En el silencio se libra un auténtico combate contra
las realidades malignas que nos alejan de Dios.
Jesús nos enseña a vencer las tentaciones y nos
demuestra que el bien y el amor son más fuertes
que el mal.
4. La tentación de la filantropía
Jesús siente hambre. A partir de esta necesidad el diablo
querrá introducirse en él y fragmentar su relación con
Dios. Así lo hace con las personas. Esta tentación tiene
que ver con nuestras necesidades físicas, materiales y
psicológicas. El diablo juega sucio, aprovecha la
fragilidad de las personas para atacar.
5. No sólo de pan vive el hombre
La humanidad no necesita solamente bienestar material;
no sólo vive del progreso. Dios conoce nuestras
necesidades y sabe que necesitamos el pan cotidiano.
Pero nuestra vida no sólo es material, sino también
sobrenatural. Por tanto, también necesitamos comer el
pan de Dios.
6. Nuestro pan: decir sí, a todas
Los miembros de la Iglesia hemos de despertar en la
gente apetito de Dios. Quedarnos en la filantropía, en
las acciones sociales, es insuficiente para un cristiano.
Hemos de pasar de la solidaridad a la caridad. Hemos
de alimentar nuestras almas con la voluntad de Dios.
Este es nuestro pan: decir sí a Dios, a todas.
7. La tentación de la desconfianza
“Si eres hijo de Dios, lánzate desde lo alto del templo, y
los ángeles te recogerán”. Pero Jesús no necesita poner
a prueba a Dios, no duda de él, sabe que lo ama. Entre
Jesús y Dios Padre no hay grieta alguna por donde
pueda entrar el maligno. En cambio, ¡qué soberbia tan
grande la del ser humano que desconfía de Dios!
8. Somos responsables de nuestra libertad
Dios no quiere el sufrimiento ni que nadie se lance al
abismo. Si hay dolor, somos nosotros los causantes,
porque no usamos correctamente nuestra libertad. Nos
horroriza la maldad que vemos a nuestro alrededor.
Resulta fácil echar las culpas a Dios. Pero, aunque él
pudiera evitar el mal, nunca hará nada sin contar con
nuestra libertad.
9. Alejar a Dios
Cuando el hombre actúa al margen de Dios se generan
auténticas catástrofes. La peor tentación es apartar a
Dios de nuestras vidas. Jesús replica al demonio:
“Apártate, Satanás”. En cambio, nosotros decimos:
“Vete, Dios. Aléjate”. Lo rechazamos y esto nos lleva a
la ruina. Jesús responde al diablo: “No tentarás al
Señor, tu Dios”. No meterás cizaña entre el Padre y yo,
nunca podrás quebrar nuestra unidad.
10. La tentación del poder carismático
“Todo esto te daré si te postras y me adoras”. Jesús era un
hombre carismático, una personalidad atractiva que
movía a las gentes y tocaba los corazones. Usando su
prestigio social y religioso, hubiera podido caer en el
tobogán del poder, manipulando a las masas y
utilizándolas para sus fines. ¡Cuánta gente, en nombre
de Dios, utiliza a los demás!
Jesús siempre rechazó el poder.
11. Idolatrías modernas
Hoy adoramos al dios dinero, al dios poder, al dios
consumismo. El diablo sabe que la ambición, la
posesión y el dominio sobre los demás son platos
suculentos que hacen caer fácilmente a las personas.
Los diosecitos modernos piden nuestra reverencia y
adoración. Jesús, en cambio, renuncia al poder porque
es Dios quien reina en su corazón, y sólo a él le rinde
culto: Dios es su máxima gloria.
12. El culto a sí mismo
Existe otra sutil tentación: el culto a uno mismo. Yo me
convierto en dios de mí mismo, me erijo en máxima
autoridad y me creo en la posesión de la verdad.
Cuántos personajes históricos se han aupado por
encima de los demás y se han abrogado un poder que
ha ocasionado grandes catástrofes. A lo largo de la
historia han surgido muchos falsos mesías. El peor
terror es actuar creyéndose Dios sin serlo.
13. Dios carece de esos atributos de poder y
destrucción que muchos le achacan. Dios
quiere nuestra libertad. Tanto la respeta, que
asumirá que no le queramos sin castigarnos por
ello. Simplemente nos dejará.
A nada ni a nadie hemos de adorar.
Sólo a Aquel que nos ha creado y amado sin
límites. Reconocerlo ya es adorarlo.