LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
Sacerdocio y Paternidad
1. Arzobispado de Arequipa
Domingo
30 de
octubre
de 2016
SACERDOCIO Y PATERNIDAD
Hace pocos días se ha hecho público que un
sacerdote de nuestra Arquidiócesis es padre de
dos hijos: un varón de 20 años y una mujer de 19,
ambos concebidos por la misma mamá. La
noticia ha causado un profundo dolor a los fieles
de la parroquia en la que nuestro sacerdote era
párroco desde el año 2008, así como a todo el
Presbiterio de nuestra Arquidiócesis. A mí,
además del dolor por tener que suspenderlo como
sacerdote, me ocasiona un enorme sufrimiento
pensar en su situación, en la de sus hijos y la
mamá. Los hechos se dieron a los pocos años de
la ordenación sacerdotal del padre de estos
jóvenes. Él había sido ordenado sacerdote por el
arzobispo de aquella época, a finales del año
1992. Su primer hijo fue concebido a mediados
de 1995, es decir antes de que el sacerdote
cumpliera tres años en el ejercicio del ministerio;
y la hija lo fue poco después, en el año 1996. Esto
significa que, de los 24 años de su vida
sacerdotal, nuestro sacerdote ha vivido más de 20
añossiendopadredefamiliaensecreto.
Pienso que debe ser terrible vivir ocultando algo
tan importante como es la paternidad y sin
asumirla por completo. ¡Cuánto debe haber
sufrido este sacerdote predicando los valores de
la familia, aconsejando a los padres que estén
cerca de sus hijos y sean fieles a sus esposas,
mientras él vivía otra cosa! Y los hijos, ¡cuánto
sufrimiento vivir sin papá en casa, sin tenerlo con
ellos cuando de niños celebraban el Día del Padre
en el colegio, sin poder salir de excursión con él
ni contar con su presencia en los años no fáciles
de la adolescencia! Y, no por último, pienso en
esa joven madre que durante estas dos décadas se
ha hecho cargo de sus hijos y, en cierto modo, ha
cargado también con los pecados del sacerdote.
Ella no lo denunció ante las autoridades
eclesiásticas ni del Estado. No lo puso al
descubierto. Habrá sufrido, pienso, callada. Pido
a Dios por cada uno de ellos; para que el dolor de
la noticia sea el punto de partida para que nuestro
sacerdote se reconcilie con su historia y asuma
p l e n a m e n t e s u p a t e r n i d a d y l a s
responsabilidades que de ella derivan. Pido a
Dios que el sufrimiento que la noticia ha
ocasionado sea para bien del sacerdote, sus hijos
y la joven madre, y para que los que hemos sido
llamados por Dios al sacerdocio seamos siempre
conscientes de que cualquier falta al celibato no
sólo es una infidelidad a Dios y a la Iglesia, sino
que genera graves consecuencias sobre personas
inocentes.
Nadie está obligado a ser sacerdote; pero cuando,
después de largos años de formación, pide ser
ordenado como tal, sabe que está llamado a
acoger el celibato, que no es una imposición sino
un don de Dios que nos configura más
perfectamente a Jesucristo, que cuida a su pueblo
con esmero y amor. El ministerio del sacerdote
lleva consigo la paternidad espiritual, que es
fuente de gozo para quienes la vivimos desde la
intimidad con el Señor y en la entrega plena y
desinteresada al servicio de los demás. Gracias a
Dios, así suelen vivir nuestros sacerdotes, salvo
penosas excepciones que no nos deben llevar a
denigrar el sacerdocio ni el celibato, sino a rezar
para que Dios nos dé cada vez más sacerdotes
santos que nos guíen hacia la vida eterna. Y si
alguno sabe que un sacerdote se está desviando
de su camino, debe informármelo
inmediatamente, por el bien del propio
sacerdote, las posibles víctimas y la misma
Iglesia.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
LA ColumnA
De Mons. Javier Del Río Alba