El documento analiza las relaciones entre democracia, tradiciones y revoluciones en Latinoamérica. Explica que la búsqueda de formas liberales representativas en el siglo XX llevó a revoluciones en algunos países. Luego describe cómo el liberalismo y la democracia se expandieron en la región desde fines del siglo XVIII, influenciados por las revoluciones estadounidense y francesa. Finalmente, explica que las demandas sociales de inicios del siglo XX llevaron a oleadas democráticas, revoluciones burguesas
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Y la culpa es de la democracia.
1. … Y LA CULPA ES DE LA DEMOCRACIA
-Miguel Ángel Pardo B.-
¿Será que en Latinoamérica, la búsqueda por alcanzar formas liberales representativas que
den respuesta a las demandas de nuevos actores sociales (como sucedió en las primeras décadas del
s. XX), bajo formas Republicanas más o menos democráticas, la causante de las Revoluciones?
Alan Knight1 ofrece una perspectiva clara, dinámica e histórica, de las tradiciones
democráticas y revolucionarias en Latinoamérica. Para ello, establece relaciones teóricas y prácticas
entre democracias, tradiciones, y revoluciones, empleando para ello los marcos tempo-espaciales de
cinco distintas vías seguidas: la social-demócrata en Uruguay y Costa Rica, el populismo
revolucionario en México y Bolivia, el estatismo popular en la Argentina peronista, la revolución
socialista cubana, y la reacción autoritaria en países como Brasil, Uruguay y Chile. Todas estas
trayectorias divergentes intentan explicar las razones por las cuales se desbarató en la práctica la
tradición liberal que acompaña a Latinoamérica por más de tres siglos de historia colonial.
La forma liberal representativa de la democracia reconoce sus raíces hacia 300 años antes
de las independencias latinoamericanas en la influencia liberal del comercio burgués, secundada por
la política liberal desde mediados del siglo XVIII, en el contexto del pensamiento ilustrado, llevado
a la praxis por la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica (1776) y en el movimiento
revolucionario francés (1789).
El proceso de independencia de los EE.UU demostró que era viable una democracia
sustentada en el pensamiento liberal europeo, a la vez de la Revolución Francesa que se valió de
Napoleón para exportar los ideales revolucionarios al resto de Europa, se sumaron a la dinámica
expansiva del mercado europeo en el mundo como resultado de la Revolución Industrial,
encabezada por Inglaterra. A ambos procesos –político y económico- firmemente interrelacionados
se les conoce como la “Doble Revolución” burguesa. No es de sorprender, por tanto, que la
expansión política ideológica, nacida del movimiento ilustrado europeo y norteamericano, se
comercializara con el mismo vigor con que lo hacían los productos de dichas potencias.
Es ésta expansión mercantil, fruto del liberalismo de fines del siglo XIX e inicios del XX, el
que explicaría la relación entre liberalismo periférico, desarrollado en los márgenes administrativos
de regulación española, por ser colonias alejadas de los centros de poder virreinales, y del
conservadurismo interior, en el que también la Iglesia Católica hacía valer un fuerte control. En este
sentido, la periferia colonial, especialmente las administraciones que hoy corresponden a los países
del Cono Sur (Uruguay, Argentina, Chile), sufrieron un mayor influjo del liberalismo proveniente
de Europa en primera instancia, y posteriormente de Estados Unidos. En tal sentido, la situación
para éstas colonias fue de predisposición comercial y política de la periferia al liberalismo,
especialmente por una homogeneidad racial en la que se excluyeron o eliminaron a las etnias
indígenas (en contraste con los sucedido en regiones interiores como las de México, Perú y Bolivia,
en las que primó el componente indígena), lo que favoreció el control y orden social, al tiempo que
se promueve la llegada de grupos blancos europeos, españoles en primera instancia durante la
colonia, y luego, privilegiando la entrada de aquellos pertenecientes a países “más avanzados”,
como los alemanes o escandinavos a fin de modernizar e integrar los antiguos territorios indígenas
expropiados.
1
Alan Knight. Revolución, democracia y populismo en América Latina. Santiago: Centro de Estudios
Bicentenario, PUC, Instituto de Historia, 2005.
1
2. El espíritu liberal burgués que caracteriza según lo anterior a Latinoamérica, ha sido sello
triunfal de las revoluciones latinoamericanas al adoptar formas republicanas de gobierno, las que si
bien, no necesariamente alcanzan el adjetivo de “democráticas”, muestran atisbos de ella,
principalmente en lo que concierne en sus inicios a una serie de derechos civiles, a fin de alcanzar
gobiernos representativos, siguiendo el modelo europeo francés y norteamericano.
En las nóveles repúblicas, parecía imposible que no se conciliara el triunfo de la soberanía
popular con la ausencia, por ejemplo, del voto universal, por ello, distintos gobiernos liberales
durante el s. XIX impulsaron reformas tendientes a dar cumplimiento a tan alto triunfo político.
Sufrió no obstante, este mismo periodo, la aparición de regímenes autoritarios que intentaron
resguardar estas “virtudes republicanas” de una mayoría inexperta, sino preparada, del ejercicio de
ésta. De esta forma, hacia 1830 se darían una serie de gobiernos de corte republicano conservador,
restrictivo a los derechos cívicos y protector del poder político, dando inicio a los llamados
gobiernos autoritarios conservadores. No obstante, hacia inicios del siglo XX, la aparición de
nuevos actores sociales, el llamado bajo pueblo, y los incipientes grupos medios, unido a un proceso
de urbanización y concentración poblacional acelerada de las urbes latinoamericanas, como efecto
de un incipiente proceso industrializador urbano, traerá aparejadas las demandas de derechos
sociales (trabajos, salarios, reforma agraria, seguro social), de beneficio material o protección
social, como solución a la llamada cuestión social.
Las demandas surgidas de las masas populares serán enarboladas por nuevos líderes de
corte socialista, anarquista, comunista o populista, que las conducirán, encontrando hacia las tres
primeras décadas del siglo XX una serie de oleadas democráticas en toda Latinoamérica. La
atención de las demandas por derechos sociales daría como resultado, las siguientes alternativas:
Democracias liberales burguesas con ampliación de los derechos sociales -beneficio material o
protección social-; repúblicas autoritarias conservadoras de los derechos cívicos y políticos
restrictivos sin ampliación de los derechos sociales, que intentan postergar el proceso
democratizador bajo el pretexto de conseguir una económica más productiva, integrada y moderna;
revoluciones burguesas y socialistas, como reacción a las repúblicas liberales autoritarias que
restringen la ampliación de derechos. No obstante existen diferencias radicales entre ambas
revoluciones, pues la primera apunta a conseguir grados de democratización, y ampliación de los
derechos cívicos, políticos, y sociales, aspirando a vías democráticas burguesas para tal objetivo, a
diferencia de la socialista, que sostiene que la democracia liberal no es más que una farsa que
restringe los reales niveles de integración y participación ciudadana, al tiempo que tiende a
perpetuar la desigualdad e injusticias originadas por el mercado sustentado en las fuerzas
capitalistas burguesas, por lo cual, el repudio de la democracia liberal va acompañada por la
intención socialista de su destrucción.
Ejemplos de lo anterior son los casos de Costa Rica y Uruguay, que reestructuraron el
Estado Republicano clásico al acoger las demandas de las masas populares hacia uno de tipo
benefactor, pero en países en los que no se dio tal “asistencia”, ocurrió la reacción social a través de
revoluciones burguesas como el caso de México (1910), Bolivia (1952), y aquella socialista en
Cuba (1959).
Finalmente, se hace perentoria la advertencia que Alan Knight deja hacia el final del tercer
capítulo, cuando nos advierte que las actuales democracias latinoamericanas no se encuentran del
todo consolidadas, a sabiendas de que pocas décadas han pasado desde que soltaron amarras de
gobiernos autoritarios –militares-, y de que los “candados” que han puesto sobre ellas aún
rememoran a sus carceleros.
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