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OCCIDENTE Y LOS OTROS
                                   Itinerarios de una supremacía
                              Documento-base para trabajar en el aula

   Resumen de la Introducción y del Cap. 1: La formación de una cultura, de Bessis, Sophie (2002).
               Occidente y los Otros. Historia de una supremacía. Madrid: Alianza, pp.15-34.




                                                    escenarioregionalafrica.blogspot.com




Sophie Bessis (SB) -historiadora y periodista nacida en Túnez- parte señalando que el libro
tiene una larga historia encarnada en su propio origen árabe-judío. En esa historia, su niñez
en Túnez fue crucial (15-16).
         Su origen se podría situar en el patio del Liceo Jules Ferry, en Túnez, a mediados de
         la década de los cincuenta del siglo XX. En el recreo, las diferencias nacionales o
         comunitarias no desaparecían ante el aparente ecumenismo de la camaradería
         infantil. Estaban las tunecinas, árabes o judías, frente a las “francesas”, entidad global
         cuya homogeneidad trascendía a la amistad particular que se podía entablar con
         alguna de sus componentes. Porque las francesas nos aplastaban con su desprecio.
         Aunque no aceptáramos su arrogancia, nosotras no dudábamos de su superioridad.
         Para empezar, eran rubias, con un pelo largo y “liso” que se podían echar hacia atrás
         con un gesto elegante de cabeza. Frente a esta naturaleza casi angelical, la

 Material didáctico preparado por la Prof. Briseida Allard O., docente en la Escuela de Relaciones Internacionales, Facultad de
                                        Administración Pública, Universidad de Panamá.
2



contemplación masoquista de los pelos negros y rizados que adornaban nuestras
cabezas nos provocaba un inmenso dolor.
Además, ellas hacían la comunión. Con vestidos de novia, con cola y velo de tul, con
un misal en la mano y distribuyendo imágenes piadosas. Venían a la clase con gran
pompa para saludar a la profesora con una modestia triunfante y ellas las felicitaba de
una manera que nos rompía el corazón. ¿Quién de entre nosotras, musulmanas y
judías, que compartíamos las mismas tinieblas, no soñó, al menos una vez durante su
infancia, con ser católica para poder vivir ese cuento de hadas?
Por último, las francesas iban de vacaciones “a Francia”. Cada octubre, antes de la
vuelta al colegio, nos preparábamos para tener que confesar que habíamos pasado el
verano o bien alrededor de Cartago, o bien al sur de Túnez o, en el caso de las más
modestas, en la ciudad. Preguntábamos tímidamente: “¿Y tú?, y la respuesta era
implacable: “En Francia”. Se abría entonces un abismo entre nosotras, y sentíamos
que los resultados escolares más brillantes nunca podrían superarlo. Porque, detrás
de la palabra Francia se escondía el conocimiento íntimo de la nieve, de los caminos,
de los techos puntiagudos cubiertos de musgo, de la hierba verde y de las frutas
desconocidas de que hablaban nuestros libros de lectura. Era evidente: el solo hecho
de pertenecer a ese mundo, que nos era inaccesible, confería una preeminencia
legítima. Más tarde, cuando comencé a conocer este país del cual había aprendido,
siendo niña, el nombre de todos los relieves y hasta de los más pequeños ríos,
imaginé, confieso que con cierta alegría, a mis antiguas camaradas confinadas en el
verano en pueblos sin gracia o en pequeñas ciudades sin alegría, en lugares sin la
magia que yo les había atribuido. Las institutrices de la República vigilaban, con una
ferocidad escrupulosamente igualitaria, la educación de sus pupilas, a las que
aterrorizaban, en general para su bien y sin discriminación étnica ni religiosa. Una de
ellas me apreciaba de una manera bastante peculiar. Mi último año de escuela
primaria coincidió con los comienzos de la independencia. Antes de entrar en sexto
había que elegir qué segunda lengua queríamos aprender. Para mis padres, la
cuestión era fácil: éramos judíos, pero tunecinos primero, por lo que sería el árabe.
Tras haber leído mis formularios, la profesora me llamó: “¡Qué pena que no hayas
elegido el inglés!”, exclamó. Durante mucho tiempo conservé el recuerdo de su triste
voz deplorando la regresión cultural a la que se condenaba su buena alumna. Era una
condena incomprensible para ella, porque no siendo árabe, no estaba obligada
genéticamente a elegir esta lengua.
Así, a lo largo de la infancia, aprendimos que era poco glorioso ser lo que nosotros
éramos. Sin embargo, yo no entendía realmente qué era lo que mis camaradas
3



       francesas tenían de superior, y nunca tuve, lo confieso, una conciencia firme del
       carácter ineludible de mi inferioridad. Me la recordaron, más o menos en los mismos
       términos, casi treinta años más tarde. Volvía de Túnez tras una larga inmersión en el
       Magreb para escribir un libro, y me iba a Irlanda en busca de exotismo. “Después de
       Túnez, te vas al mundo civilizado”, comentó riendo una amiga parisina con impecable
       pedigrí de izquierdas. Muchos recuerdos confusos me vinieron a la memoria, como en
       un acceso de fiebre. Le hablé de Cartago, de Estambul y de Granada, mostrándole
       que más bien me parecía, teniendo en cuenta mis orígenes, que el mundo bárbaro era
       más bien Irlanda –que me perdonen los irlandeses.
SB reconoce que nunca ha dejado de sorprenderla la certeza con la cual la mayoría de los
occidentales afirman la legitimidad de su supremacía, la cual se manifiesta en los actos más
anodinos y en las actitudes más banales (17).
Esta certeza, señala Bessis, estructura la palabra pública, el magisterio intelectual y los
mensajes de los medios de comunicación, en un grado tal que, según ella, se podría hablar
de una verdadera cultura de la supremacía, fundamento de la entidad que hoy llamamos
Occidente, sobre la que éste construye sus relaciones con el Otro. No obstante,
       Durante mucho tiempo, ninguna de estas constataciones me dio la idea de consagran
       un libro a este tema. Mis esperanzas de juventud, influidas por las utopías de una
       época pasada, me hicieron pensar, en un primer momento, que la humanidad se
       dirigía, de forma caótica pero segura, hacia el bien, lo cual supondría el
       reconocimiento de una forma de igualdad universal. Después dediqué una parte de mi
       trabajo al estudio de la evolución de las relaciones entre los dos grandes bloques
       mundiales llamados, por comodidad, Norte y Sur. Esto era ya una forma de tratar la
       cuestión que me ocupa. Si ahora intento abordarla de frente, se debe a que la
       amplitud y la extrema rapidez de los cambios que vivimos, y el final del proceso de
       mundialización iniciado –si queremos fechar simbólicamente su nacimiento- con las
       carabelas de Vasco de Gama y de Cristóbal Colón, constituyen la ocasión para
       plantear de forma novedosa la cuestión del papel de Occidente en el mundo y de sus
       relaciones con los otros (17).
De momento, la certeza de la supremacía legítima de Occidente no se ha debilitado. Por el
contrario, escribe SB, la nueva vulnerabilidad de la sociedad occidental, la resistencia de
algunos de sus miembros a los cambios derivados del retorno a un capitalismo liberal
después de medio siglo de socialdemocracia, y una cierta pérdida de los puntos de referencia
debido a la aparición de islotes de pobreza que se perciben como una invasión del Norte por
parte del Sur, parecen hacer más necesaria que nunca la afirmación testadura de la
superioridad (17).
4



De acuerdo a SB,
       A pesar del final de las guerras coloniales y del mesianismo tercermundista
       revolucionario, parece como si en Occidente se manifestara una vez más la
       imposibilidad de aceptar la equivalencia absoluta e indiscutible de todos los seres
       humanos. Ni los momentos de prosperidad ni las sacudidas de los últimos decenios
       han quebrado la conciencia íntima que los occidentales tienen de su superioridad, y el
       cuestionamiento de esta última parece verdaderamente impensable. Tanto es así que
       no se puede ni siquiera considerar la simple idea de una pérdida de parte del
       monopolio que Occidente tiene sobre los asuntos mundiales (18).
Según SB, hay que aprehender la exasperación que provoca esta seguridad en sí mismos de
los occidentales para poder comprender cuál es la estructura de la supremacía, examinar sus
principios y analizar sus consecuencias, porque la centralidad de Occidente, de lo que hace y
de lo que piensa, organiza el mundo.
SB busca examinar los orígenes de esta cultura de la supremacía occidental, intentar
comprender cómo ha podido llegar hasta aquí con una evolución tan limitada, analizar sus
avatares recientes e intentar descubrir cómo podría cuestionarse el poder occidental,
mediante una evaluación de las razones que fundamentan su solidez.
SB reconoce que dudó mucho tiempo antes de decidirse a llevar adelante esta empresa,
pues temía embarcarse en una ya conocida y fácil crítica de Occidente, ignorando los
horrores de los Otros. Porque, como ella señala, “Occidente no tiene el monopolio de la
violencia ni ha tenido, a lo largo de la Historia, el de la conquista ni el de la dominación…
Conocemos la facilidad con la que los oprimidos de ayer pueden convertirse en opresores, y
muchos damnificados de la Tierra no necesitan buscar al otro lado del océano a los
responsables de su desgracia.
Por tanto, SB aclara que no pretende aligerar de su responsabilidad a los que en el Sur del
planeta se niegan a asumir su parte de culpa en los fracasos que han conocido y en las
dificultades que todavía se les presentan.
Sin embargo, si bien las naciones que componen Occidente no son las únicas que han
abusado a lo largo de la Historia de la ley del más fuerte, SB establece que sí son las únicas
que han producido un aparato teórico –filosófico, moral y científico- de legitimación, por lo
que. exceptuando las guerras llamadas “de religión”, que se emprendieron oficialmente en
nombre de las diferentes versiones de la revelación monoteísta, los otros pueblos
conquistadores no han sentido apenas las necesidad de justificar sus empresas más allá de
la voluntad de poder y la búsqueda del interés particular.
5



Bessis subraya que Occidente, cuya hegemonía comenzó en el siglo XVI y no ha dejado de
aumentar, continúa elaborando los fundamentos teóricos de su supremacía ajustándolos a la
situación actual (19).
No obstante, SB plantea que una contradicción caracteriza a la cultura de la supremacía
occidental, desde su entrada en la modernidad. A su juicio, si la idea del universal no es una
exclusividad occidental, sólo Occidente ha desplazado el debate fuera del campo religioso
para construir un universal secular del cual deriva el principio de igualdad. Con esta
secularización, se ha abierto la posibilidad de convertir estos principios en derechos inscritos
en lo real, y desde entonces no se ha dejado de limitar su campo de aplicación.
De acuerdo a SB, la paradoja de Occidente reside en su facultad de producir universales,
elevarlos al rango de lo absoluto, violar con un fascinante espíritu sistemático los principios
que de ellos derivan, y elaborar las justificaciones teóricas de estas violaciones. El carácter
planetario de su hegemonía y la construcción constante y obstinada de la justificación de la
misma, convertida a lo largo de los siglos en un aparato cultural sofisticado cuyo centro es el
universal, constituyen para SB una doble singularidad que merece ser tratada con
detenimiento.
Su preocupación no termina ahí. Sostiene que un análisis de la cultura occidental de la
supremacía vale por sí mismo pero no es suficiente. Bessis agrega:
       No me habría embarcado en ese difícil ejercicio si éste no desembocara en una
       interrogación que, a mi juicio, es capital. ¿Cuáles son las consecuencias para el resto
       del mundo? ¿Cómo hay que entender los acontecimientos que se desarrollan en lo
       que llamamos el Sur del globo, las ideologías y los discursos que se elaboran y las
       pasiones que se desencadenan? ¿Son reacciones a una dominación que se acepta
       menos que nunca? En otras palabras, ¿cuál es el lugar que corresponde a los
       fenómenos reactivos y a las construcciones autónomas en el análisis de las
       evoluciones y las involuciones de los continentes del Sur? ¿Y qué pensar de la
       intensidad de las exclusiones recíprocas que efectúan los diferentes protagonistas de
       las relaciones mundiales en la actualidad? ¿Hay algo nuevo en las relaciones que
       Occidente mantiene con el resto del mundo, o asistimos a la repetición de modelos
       anteriores? No pretendo responder a todas estas preguntas. Simplemente me parece
       útil plantearlas hoy en día (19).
El método con el que SB organiza su análisis, la lleva a elegir algunos campos de análisis,
dado que, a su juicio, su objeto de estudio es demasiado rico para ser aprehendido en su
totalidad. En este sentido, Bessis señala que así como el ojo es incapaz de percibir la
totalidad de lo real, la mirada que pretende hacer a través de su libro es incompleta, pues se
dejan muchas cuestiones en el tintero que otras personas habrían puesto en primer plano.
6



Algunos aspectos de la cuestión reciben un tratamiento privilegiado, que podrían
considerarse injustificados. SB aclara que en este punto su única ambición es evitar la
parcialidad, lo cual espera haber conseguido (19-20).
Desde esta perspectiva, en primer lugar hace un recorrido histórico, y a continuación analiza
las relaciones mundiales de fuerza en la actualidad, para saber si la evolución en curso
renueva y consolida las bases de la supremacía occidental o si las debilita y anuncia su final.
SB también estudia un cierto número de comportamientos occidentales contemporáneos para
ver las formas que toma, hoy en día, la cultura de la supremacía Por último, analiza el papel
de lo endógeno en los problemas que agitan el mundo occidental.
Desde esa perspectiva, SB sigue cuestionándose,
       ¿Qué significa Occidente para mí, que decido consagrarle un libro? ¿No soy yo, a
       pesar de mi lugar de nacimiento, uno de sus productos puros, dado que mi conciencia
       fue formada por sus escuelas y sus pensadores? E invita a ir más lejos. La intrusión
       de Occidente en el universo de mis antepasados, ¿no me liberó de la tiranía
       protectora del grupo y me dio los atributos del individuo más o menos libre que soy?
       Su modernidad, ¿nos libró a la humanidad de los caprichos del destino para hacerla
       entrar en la era de las libertades posibles? (20).
Sostiene SB que ya que no podemos saber qué otras vías podrían haber existido, podemos
atribuirle dichas revoluciones. Pero éstas no excusan a quienes las permitieron ni a las
violencias que las acompañaron, a las que se quiso hacer aparecer como inevitables, sin
cuya fuerza no habría habido progreso histórico.
       Considero más bien que la infatigable capacidad de Occidente para separar el decir
       del hacer hizo que durante mucho tiempo su modernidad fuera a la vez
       incomprensible e ilegítima para los que se designaba como “los Otros”, incluso si
       éstos se beneficiaron por defecto. Hoy en día, las herramientas que se forjan para
       renovar las bases de la supremacía, el tipo de violencia empleada para ejercerla y los
       discursos que se producen para justificarla constituyen importantes obstáculos para
       lograr una reestructuración de las relaciones mundiales que produzca menos
       tragedias.
       Esta es la constatación que yo hago desde mi posición dentro y fuera de Occidente,
       en su órbita y negándome a someter mi pensamiento, plagado de otras memorias y
       otras experiencias, a la simplicidad seductora de sus abstracciones. Quizá porque la
       tribu singular de aquellos y aquellas que son de muchos lugares, a la que pertenezco,
       sabe mejor que otras cómo medir la complejidad de las cosas. Una pertenencia de
       este tipo incita a explorar los sentidos múltiples de esta complejidad.
7



             No es que crea realmente en la virtud de las palabras para curar de su autismo a los
             que Aimé Césaire llama “nuestros vencedores omniscientes e ingenuos”, y sacar a los
             vencidos de sus recurrentes sueños de paraísos perdidos. No lo creo totalmente, pero
             sí lo suficiente como para pensar que decir las cosas a veces ayuda a no desesperar.
             (20)


                              PRIMERA PARTE: LA FORMACIÓN DE UNA CULTURA
                                    CAPÍTULO 1: EL NACIMIENTO DE OCCIDENTE
“¿Por qué mis condiscípulas francesas del Liceo Jules Ferry de Túnez tenían una conciencia
tan natural de su superioridad, manifestando así una fidelidad involuntaria hacia el
antepasado que daba nombre a nuestro centro?” (23), se pregunta SB al iniciar este capítulo.
Y escribe,
             Sabemos, en efecto, que el fundador de la escuela republicana fue un ardiente
             defensor de la empresa colonial en nombre del deber de las “razas superiores […] de
             civilizar a las razas inferiores”, y persuadió a sus contemporáneos de que, para seguir
             siendo un “gran país”, Francia debía llevar “allá donde pueda su lengua, sus
             costumbres, su bandera, sus armas, su genio”1. ¿Dónde se podría fijar, en la Historia
             europea, el origen de esta certeza para establecer su itinerario? ¿Cómo explicar que
             haya sobrevivido a toda la evolución del pensamiento europeo, y sólo haya sido
             relegado desde la caída de los imperios coloniales? (23)




1
    Discurso de Jules Ferry en la Cámara de Diputados, 28 de julio de 1885, citado por Sophie Bessis.
8



Dado que la memoria necesita fechas, SB escoge 1492 como año fundador, festejado en
ambos lados del Atlántico con mucho fasto y algunos cuestionamientos en su quinto
centenario en 1992.
Para la autora, el descubrimiento de América y la expulsión de los musulmanes y de los
judíos de España –incluso si la de estos últimos no concluyó hasta 1609- dibujan las fronteras
del Occidente moderno, que nace a comienzos del siglo XVI bajo el doble signo de una
apropiación y una expulsión (23-24).




Según SB, no es que Occidente no haya existido antes de la Edad Moderna. Al contrario, el
mundo euro-mediterráneo no dejó de organizarse durante la Antigüedad y lo que se conoce
como la Edad Media en torno a su Oriente y a su Occidente, que tenían unas fronteras muy
diferentes de las que están vigentes en la actualidad (24).
SB sostiene que sin dejar nunca de inspirarse en las fuentes orientales, Grecia conquistó un
lejano Occidente instalándose, en el siglo VII antes de Cristo, en las costas siciliana y
calabresa. Algunos siglos más tarde, nadie en el mundo romano habría situado en Oriente al
norte de África, uno de los bastiones de Occidente romano separado de su Oriente en el año
395. En Occidente la lengua latina y en Oriente la griega; en Occidente la iglesia católica y en
Oriente la ortodoxia y los cristianismos disidentes. En un mundo en el que el Mediterráneo
nunca fue una frontera, en el que el recorte continental entre Europa, Asia y África no tenía
mucho sentido, éstas eran las diferencias que dibujaban las áreas de influencia.
De acuerdo a Bessis, en el siglo VII, el nacimiento de la tercera y última religión abrahámica y
la conquista musulmana de gran parte de la cuenca mediterránea cambiaron el orden
internacional.
9



Según la autora, sin embargo, estos trastornos todavía no produjeron el perfil que tendrían
Oriente y Occidente a partir del siglo XVI. El Imperio bizantino siguió siendo oriental y
mantenía relaciones más estrechas con sus vecinos omeyas, y después abasíes, es decir,
con el Oriente musulmán, que con los reinos de la cristiandad occidental. En cuanto a la
dimensión occidental del islam medieval, nadie la niega, al menos en un plano estrictamente
histórico.
De acuerdo a SB, el islam, o más concretamente, la mezcla cultural basada en el tríptico
árabe-judío-musulmán2, se instaló duraderamente en el oeste de Europa: desde Sicilia, árabe
hasta la conquista de Palermo en 1072, hasta la España andalusí, que tardó casi tres siglos
en declinar.
SB añade a lo anterior que la separación entre el islam y la cristiandad no constituía la única
diferencia religiosa de la Edad Media euro-mediterránea, y que el cisma dentro del
cristianismo tuvo una importancia casi equivalente. De este modo se comprende mejor que el
Occidente de entonces tenía fronteras movedizas, cuya dinámica era muy diferente de la que
apareció más tarde.


                                                   Nacimiento de un mito
Bessis indica que el Occidente que trastorna en 1492 la cartografía medieval e impone una
nueva geografía, fundamenta su legitimidad en una doble dinámica de exclusión y de toma de
posesión (25).
Señala SB que la unión –quizá fortuita desde un punto de vista circunstancial pero importante
si se considera a largo plazo- de una exclusión de naturaleza político-religiosa y de un
descubrimiento que se preveía en la dinámica europea del siglo XV, es también fundadora de
una ideología.




2
  Para ser exactos, sostiene SB, habría que hablar de una entidad bereber-árabe-judía-musulmana, para no ignorar el origen de las dinastías
almorávide y almohade.
10



Para la autora, mientras que los conquistadores hacen el vació en lo que transforman en
“nuevo mundo”, la intelligentsia del Renacimiento elabora un discurso total que da sentido
tanto a la expulsión como a la toma de posesión. Con esto, sostiene SB, se fabrica una
Historia que sigue constituyendo la base del pensamiento occidental.
A juicio de SB, la Europa moderna, que no comienza realmente a concebirse como tal hasta
el siglo XVI, inventa una serie de mitos, cada uno de los cuales se fundamenta en un
rechazo.
Para Bessis, si bien es verdad que todas las civilizaciones se han construido sobre mitos
fundadores, al contrario que el resto de las grandes cosmogonías creadoras de sistemas,
Europa elabora sus mitos en el momento del triunfo de la Razón. Así comienza la lectura
selectiva de la Historia occidental, y así Oriente comienza a desaparecer del pensamiento
europeo.
SB destaca que el mito sobre el origen de que Occidente es exclusivamente grecorromano,
elaborado en el siglo XIV por Petrarca, entre otros, ha expulsado los orígenes orientales y no
cristianos de la civilización europea. Se han borrado, sostiene la autora, las influencias
babilónicas, caldeas, egipcias e indias de Grecia, desde la época presocrática hasta la de los
descendientes de Alejandro. Se ha ignorado el inmenso prestigio que tuvo Egipto en el
mundo griego, donde los letrados se reconocían deudores de su ciencia y de su religión. Se
ha ocultado la mezcla de helenismo y orientalismo de la época helenística. Se ha silenciado
la pluralidad cultural del Imperio romano, que consideraba bárbaros a los hombres del Norte,
y no a los pueblos familiares de la ribera sur del Mediterráneo. Por último, SB afirma que la
voluntad de los pensadores del Renacimiento de fabricar una filiación directa con sus
ancestros atenienses les ha hecho olvidar los caminos que llevaron hasta éstos.
En suma, pues, a la expulsión física del islam del territorio político de Europa occidental ha
correspondido la expulsión del pensamiento judeo-musulmán del territorio intelectual europeo.
De este modo, Bessis da cuenta del papel que desempeñó la España judeo-árabe en la
transmisión y relectura de la filosofía griega. Rememora cómo, a partir de la conquista de
Toledo en 1085, la Europa cristiana descubrió, en algunos decenios, gran parte de la cultura
filosófica acumulada desde hacía siglos en el territorio islámico. Sostiene que hay que releer
a los filósofos medievales para recordar que durante por lo menos dos siglos, el pensamiento
cristiano consideró a los árabes “hombres de razón” (25-26).
De acuerdo a SB, si el Renacimiento pudo realizar tan rápido la filiación con el mundo griego,
fue porque el islam occidental le había preparado el terreno efectuando un inmenso trabajo
de adaptación de la filosofía griega al monoteísmo.
       Y, sin querer hacer aquí la historia del racionalismo musulmán medieval que instituyó
       la separación modernizadora entre teología y filosofía, y alcanzó su apogeo con el
11



         pensamiento de Ibn Rushd –el Averroes de los escritores latinos al que Dante llamó
         “el comentador”-, no se puede olvidar que dicho racionalismo fue lo que preparó el
         terreno para el laicismo del Renacimiento. De todo esto ya no se habla a partir del
         siglo XVI. Los humanistas fabricaron un pasado en gran medida imaginario, y
         decidieron cuáles eran sus herencias, y la nueva Europa inventó unas fronteras que
         rechazaban todo lo que no era ni grecorromano ni cristiano (26).
Para Bessis, esta Europa, nacida de la extraordinaria agitación científica, técnica y cultural de
los últimos siglos de una Edad Media a la que siempre ha rechazado, cuyos inicios políticos
se podrían situar en la reconquista y el comienzo de la dominación otomana del este del
continente, y cuya ambición es controlar nuevas tierras, esta Europa –escribe SB- no
constituye únicamente una construcción intelectual.
De acuerdo a la autora, tras la expulsión de los judíos de al-Andalus3, España pasó en pocos
años del encierro religioso a la exclusión racial con el invento del concepto de “limpieza de
sangre”. A partir de 1535, cualquier persona que quisiera acceder a un empleo público debía
probar que en su familia no había habido ningún miembro judío o musulmán desde al menos
cuatro generaciones.
La conversión al catolicismo, señala SB, de los que no se quisieron ir de la Península no
bastaba para convertirlos en cristianos, y el criterio de pertenencia religiosa cedió el paso a
una nueva obsesión: la de la pureza de la raza; una obsesión tan tenaz que la obligación
legal de probar la no contaminación de la sangre no finalizó hasta 1865, dos siglos y medio
después de que España se librara de toda presencia cripto-musulmana (26-27).


                                        Los caballeros del Apocalipsis
SB asevera, por una parte, que la cristiandad y la raza constituyó una doble pertenencia que
sirvió para legitimar la conquista de América, y recuerda, por otra, que los europeos
perpetraron, para poder llevar a cabo la apropiación de un continente, el primer genocidio de
la Historia (27).




3
   No tengo intención de alimentar el mito árabe de Andalucía, este paraíso perdido de tolerancia perfecta que floreció a la
sombra de los minaretes. El reinado almohade, entre otros, no fue una época feliz ni para las minorías ni para los pensadores
libres, pero esto no impide aceptar que la España musulmana fue, durante siglos, uno de los más importantes centros culturales
del continente europeo y una patria menos dura para las minorías que la Europa cristiana. (La nota es de Sophie Bessis).
12



Para Bessis, esta palabra terrible, que designa la triste suerte de los pueblos amerindios, no
ha sido apenas matizadas. La cuestión principal ha sido, más bien, desde hace siglos, saber
si dicho genocidio fue voluntario o, de alguna manera, fortuito. Muchos testimonios
manifiestan la voluntad de dominar a las poblaciones sometidas y describen la supeditación
de las vidas humanas a las ansias de ganancia que caracterizaron a la conquista. La mayoría
muestra el espíritu de cruzada de los conquistadores que tendían a imponer la cruz más por
el fuego que por la persuasión.
De acuerdo a SB, los defensores de la tesis del genocidio beben de estas fuentes y afirman
que, si bien pudo no ser programado, por lo menos se hizo de manera consciente y asumida.
Los partidarios de la segunda hipótesis, señala Bessis, insisten en la dimensión, determinante
en este asunto, de la extrema mortalidad amerindia derivada de la conquista: las razones
esenciales del cataclismo demográfico serían las enfermedades desconocidas en América,
los     desplazamientos             de
población     y     los      trabajos
forzados.
De    todas       formas,      insiste
Bessis,     nadie          niega     la
amplitud de la catástrofe. La
autora da cuenta que en
apenas           treinta           años
desapareció de un 80 a un
90& de la población de las
Antillas,   es     decir,      desde
mediados del siglo XVI, la casi
totalidad de los autóctonos de
la región. En el continente, la población indígena mexicana pasó de 25 millones en 1519 a 1,9
millones en 1580, y la de Perú, de 10 millones en 1530 a 1,5 en 1590. En menos de medio
siglo se exterminó entre la mitad y tres cuartas partes de la población indígena, que era, en
vísperas de la conquista, de entre 60 y 80 millones de personas según las estimaciones.
De ahí que para SB, fueran cuales fueran las motivaciones, las modalidades de la conquista
tuvieron como consecuencia, en un tiempo extremadamente breve, el despoblamiento de
América. Aquí reside la originalidad de esta empresa, que se diferencia en esto de todas las
otras conquistas de la Historia (28).
Si esta última está plagada de masacres, si muchos conquistadores arrasaron ciudades
enteras tras haber exterminado a sus habitantes, estos episodios sangrientos, que
precipitaron en más de una ocasión el declive de un reino o la ruina de una región y
13



contribuyeron a ralentizar el crecimiento de la población de muchas partes del globo, nunca
adoptaron la forma de una catástrofe demográfica mayor. Este tipo de catástrofes, señala SB,
que se ha sucedido a lo largo de la Historia, ha tenido más bien causas “naturales”, desde
desastres climáticos, como las sequías, hasta epidemias duraderas.
Bessis asegura que desde muy pronto los contemporáneos de la conquista se dieron cuenta
de su carácter inédito. Así, en la memoria europea todavía resuenan las polémicas que
enfrentaron a los partidarios de una colonización menos brutal de las Américas, para salvar a
los habitantes que quedaban, con los conquistadores despreocupados del alto coste de vidas
humanas de su empresa, legitimada por el supuesto carácter infrahumano de los amerindios.
De acuerdo a Bessis, a partir de aquí se llega al punto crucial: como la no pertenencia de los
                                                                     indígenas al cristianismo
                                                                     no era suficiente para
                                                                     justificar su extinción ni
                                                                     la    brutalidad    de   los
                                                                     conquistadores, muchos
                                                                     pensadores y sabios se
                                                                     dedicaron a buscar los
                                                                     fundamentos              del
                                                                     derecho a disponer de la
                                                                     vida y la muerte de los
                                                                     autóctonos         que   se
                                                                     habían     arrogado      los
                                                                     nuevos dominadores. La
                                                                     mayoría de los pueblos
                                                                     han                 tendido,
                                                                     ciertamente,              a
considerarse elegidos por sus dioses y más humanos que los vecinos, y han utilizado esta
elección para justificar sus rapiñas. Por tanto, en la actitud europea se podría ver
simplemente una nueva versión de una creencia tradicional.
De acuerdo a SB en la época de la conquista del “nuevo mundo” el discurso europeo
emprendió un camino singular, y comenzó a producir una ideología de la dominación
fundamentada en la Razón. El argumento religioso, utilizado con profusión en las regiones del
mundo donde primaba el monoteísmo por ejércitos deseosos de santificar sus empresas
guerreras –del “Dios lo quiere” de los cruzados, que ensangrentaron Jerusalén al “Dios es el
más grande” de los caballeros árabes en su carrera conquistadora desde el golfo hasta el
14



Atlántico-, ya no era suficiente para justificar la amplitud de la usurpación ni la brutalidad de la
dominación (28-29).
Bessis sostiene que a partir de entonces se esgrime el argumento de la superioridad del
conquistador. De este modo, España, que había fundamentado su existencia nacional en la
noción de la pureza de sangre, basó la legitimidad de su imperio en la de la superioridad de la
raza y Europa en su conjunto no se lo impidió (29).
¿Debemos ver en este paso de un repertorio religioso a un registro racial uno de los efectos
de la progresiva separación de las esferas religiosa y temporal, cada vez más visible a partir
del siglo XVI?, pregunta Bessis. A su juicio, para los europeos se trataba menos de propagar
una verdad revelada que de basar su derecho a la dominación en la Razón.                         La
generalización de esta evolución se percibe en el hecho de que los mayores propagandistas
de la teoría de la superioridad de la raza son eclesiásticos célebres.
Bessis cita (p. 29) a Juan de Sepúlveda, famoso por su oposición al defensor de los
indígenas Bartolomé de Las Casas, y el principal defensor de un derecho “natural” de
dominación:
       Siempre será justo y conforme al derecho natural que estas gentes (las “naciones
       bárbaras e inhumanas”) estén sometidas al imperio de príncipes y naciones más
       cultas y humanas […], y si rechazan este imperio, podemos imponérselo por medio de
       las armas, y esta guerra será justa, tal como lo declara el derecho natural […]. En
       conclusión: es justo, normal y conforme a la ley natural que hombres probos,
       inteligentes, virtuosos y humanos dominen a todos aquellos que no tienen estas
       virtudes.
Para SB, si lo divino no está totalmente ausente de la argumentación de Sepúlveda, actúa
simplemente como refuerzo: “es justo y útil que sean siervos, y esto está sancionado por la
ley divina misma. Porque está escrito en el libro de los proverbios: “el tonto servirá al sabio”.
Bessis destaca que los defensores de los amerindios, por su parte, destacaban la humanidad
de estos últimos, pero sin rechazar del todo esta jerarquía de seres humanos y cita (p. 30) al
obispo Las Casas, quien formula la versión humanista en el sentido que se ha dado a este
término en el siglo XX:
       No hay naciones en el mundo, por más rústicas, incultas, salvajes, bárbaras, groseras,
       crueles e incluso estúpidas que sean, que no puedan ser convencidas, conducidas y
       encaminadas en el orden y en la civilización […] con el empleo de las habilidades y
       aptitudes, […] Así, sólo hay una raza de hombres […] y nadie nace instruido; y así
       todos necesitamos, al principio, ser guiados y ayudados por otros que han nacido
       antes que nosotros, de forma tal que, cuando encontramos en el mundo poblaciones
       tan salvajes, son como la tierra inculta, que produce fácilmente malas hierbas y
15



           ortigas, pero que guarda tanta virtud natural que, si se la trabaja y se la cuida, da
           frutos comestibles, sanos y útiles […].
Para SB, Las Casas nos proporciona aquí la primera versión del discurso de la carga del
hombre blanco, y la idea según la cual el indígena es un ser humano que no ha superado el
estadio de la infancia estaba muy extendida entre los teólogos del siglo XVI. De este modo,
los partidarios y los adversarios del método fuerte, cada uno a su manera, elevaron a los
europeos a la escala de la civilización, no debido a una elección divina, sino a la
preeminencia que les otorga un derecho natural de dominar a los otros (30).


                                                        África desangrada
La autora nos recuerda que los sermones de Las Casas llegan demasiado tarde para impedir
el despoblamiento de América, con lo que en las colonias de las dos monarquías ibéricas, y
en las islas del Caribe, donde se generaliza la economía de plantación, comienzan a faltar
brazos. Los colonos van a buscar la mano de obra que les falta a África. Desde mediados del
siglo XIV se habían esclavizado a africanos y trasladados a Europa, pero el primer traslado
directo de África hacia las Antillas data de 1518, inaugurando un comercio que enriquecerá a
Europa y a las Américas durante más de cuatro siglos (30).
Como para el caso de América, sea cual sea el número de africanos deportados, nadie niega
que la trata de esclavos fue una causa esencial de la baja densidad de población permanente
en el continente africano hasta mediados del siglo XX, porque, como dijera Elikia Bokolo,
1995) “si todas las sociedades humanas han sufrido la esclavitud en un momento u otro de su
historia, ningún continente ha conocido durante tanto tiempo (siglos VII-XIX) una sangría tan
continuada y sistemática” (p. 31).
Bessis plantea que Europa no fue la única responsable de estos traslados masivos de
población, y señala que el mundo árabe lo hacía desde varios siglos atrás, y continuaría
haciéndolo hasta fines del siglo XIX. De acuerdo a SB,
           En doce siglos fue responsable de más del 40% del total de las deportaciones, si
           consideramos conjuntamente la trata de esclavos de los árabes y de los arabo-
           bantúes. El silencio actual de los árabes con respecto a su trata de esclavos, ocultada
           de forma sistemática o -en el mejor de los casos- subestimada escandalosamente por
           la historiografía oriental y magrebí, no debe hacer olvidar que dicha práctica ha
           constituido un rasgo recurrente de su historia. Los relatos edificantes que muestran la
           simpatía del profeta Mahoma por los negros4 y la fascinación que sentían los viajeros
           árabes medievales por el fasto de las cortes imperiales sudano-sahelianas no

4
 Según la leyenda, el negro Bilal fue uno de los primeros en convertirse al islam. Un grupo de musulmanes de La Meca perseguidos, por otro lado,
encontró refugio en Etiopía en la corte de Negus, antes de la Hégira a Medina. (La nota es de Sophie Bessis).
16



              esconden el desprecio hacia los negros manifestado por una gran parte de la literatura
              árabe y por los refranes populares (31).
Como señala Bessis, la permanencia del discurso de la inferioridad muestra que, como en
Europa, la legitimación de la trata de esclavos que hicieron los teólogos –el islam autoriza a
los musulmanes a reducir a los paganos a la esclavitud- se consideró insuficiente para
justificar una empresa tan masiva. Desde el siglo X, los autores empezaron a utilizar el
repertorio del primitivismo de la raza negra para justificar su dominación5.
Bessis sostiene que la trata de esclavos europea también presenta caracteres específicos:
                        En primer lugar, la extraordinaria longevidad de la trata árabe se debe en parte
              a que las sociedades árabes, árabe-otomanas y arabo-bereberes fueron esclavistas
              hasta el siglo XX, y en algunas todavía perduran ciertas formas de esclavitud. En
              cambio, en Europa occidental se extinguió a fines de la Edad Media, subsistiendo
              únicamente en la zona mediterránea, hasta que fue recuperada por los portugueses a
              mediados del siglo XIV para asegurar la prosperidad agrícola de Madeira, Canarias y
              las Azores gracias a la mano de obra africana (31-32).
              Con el traslado de mano de obra africana a América, los comerciantes y colonos
              revitalizaron, en las nuevas posesiones, un sistema que estaba agonizando en
              Europa. Nace así, por las necesidades de la economía colonial, una práctica que
              tendría un brillante porvenir: el divorcio entre las reglas económicas y de derecho
              vigentes en las colonias y las metrópolis. Mientras que en Europa desaparecía una
              forma de economía basada en el recurso a la mano de obra esclava, ésta aseguraba
              la prosperidad de sus posesiones en ultramar y, por lo tanto, de Europa misma. De
              este modo, todas las naciones europeas practicaron, entre los siglos XVI y XVIII un
              comercio triangular que hizo florecer sus puertos atlánticos y sus manufacturas (32).
                        El segundo rasgo de la especificidad europea relativa a la trata de esclavos es
              su carácter masivo, que generó un importante comercio, fundamental para la
              economía. Bessis reitera que no pretende minimizar la trata árabe al subrayar la
              diferencia de dimensiones entre ambas. El comercio europeo, en un período más
              corto –alrededor de cuatro siglos en lugar de doce-, con un ritmo más rápido y a una
              escala más grande que el transahariano, ya que esclavizó a más del doble de
              personas en un periodo de tiempo tres veces menor, tuvo consecuencias catastróficas
              más visibles y más duraderas en las zonas del continente en las que actuaba.



5
    La desvalorización del negro es un tema recurrente de la literatura árabe desde el siglo X. (La nota es de Sophie Bessis).
17



Citando diversos estudios, Bessis sostiene que al igual que en América, la llegada de los
europeos a África inició una larga fase de regresión demográfica. La población pasó de
constituir un 20% del total mundial alrededor de 1650 a un 10% un siglo y medio más tarde,
según las estimaciones más creíbles de la demografía histórica.
SB considera con Aimé Césaire, “que [si] poner civilizaciones diferentes en contacto; que unir
mundos diferentes es excelente, es necesario también reconocer con él que todo depende de
la naturaleza del contacto (32).




De acuerdo a Bessis, los pueblos que a partir del siglo XV conocieron a los conquistadores y
comerciantes europeos sufrieron catástrofes demográficas sin precedentes, dejando de lado
las provocadas por cataclismos naturales. Para América y África, el contacto con la Europa
del Renacimiento inició un periodo mortífero cuyas consecuencias se sienten todavía en la
actualidad.
La justificación utilizada para esclavizar a los negros se elaboró desde el momento en que
comenzó la expansión del comercio de esclavos, y sus argumentos principales se habían
utilizado ya con los indígenas. Solo las condiciones de la trata supusieron un problema, ya
que muchos autores de la época las consideraron inhumanas. La esclavitud misma se
aceptaba mejor, ya que estaba autorizada por la Biblia y los Evangelios, y legitimada –entre
otros textos fundadores- por la epístola de san Pablo a Filemón y por una serie de bulas
papales a partir de mediados del siglo XV (33).
Pero el recurso a la religión no fue suficiente para justificar la esclavitud de los africanos, así
como no lo fue para justificar la de los amerindios. Por otro lado, al negar a los negros la parte
de humanidad que consintieron en los indígenas, los teólogos defensores de los amerindios
generaron una contradicción irresoluta.
18



Nació así un discurso específicamente antiafricano, inspirado en el mito bíblico de la
maldición de los hijos de Cam y en el del primitivismo negro, conectado con la teoría del
derecho natural del dominador a dominar. Así, el antiafricanismo comienza en el siglo XVI, y
se va perfeccionando en los siglos posteriores a medida que se intensifica la trata de
esclavos. Finalmente se irá generando una argumentación cada vez más sofisticada sobre la
inferioridad de la raza negra, en la que lo religioso va desapareciendo a favor de una retórica
científica que triunfa a partir del siglo XVIII.




He aquí lo que fue el siglo fundador del pensamiento europeo moderno, que se ha llamado
Renacimiento y que rechazó la aportación de una época precedente, que fue asimilada a una
era de tinieblas. En Europa, el Renacimiento se considera un momento de civilización que
mezcla la innovación en el pensamiento y en la estética, y se habla del siglo de los poetas, de
los artistas y de los sabios. Esta Europa arrasó el mundo que descubrió, y para ello teorizó la
antigua ley del más fuerte.
Así, Bessis resume el movimiento de este periodo inaugural:
        o       Se asiste primero a la mundialización, es decir, a la apropiación del mundo por
        parte de Europa occidental, y a la interdependencia de cada una de sus partes en
        función de las necesidades de su dominación. Las tierras desconocidas, es decir, no
        conocidas por los europeos, ocupan cada vez menos lugar en unos mapas que son
        cada vez más precisos debido a la extraordinaria expansión territorial y comercial sin
        precedentes en la historia de la humanidad.
19



       Europa –que se considera “vieja” desde que se ha convencido de la anterioridad de su
       civilización, y ha anexionado “nuevos” mundos- comenzó a mirar más allá de la
       cuenca mediterránea, que fue durante mucho tiempo su único horizonte. Se descubre
       entonces la existencia de otros pueblos que nunca habían oído hablar de ella, y se los
       somete y esclaviza.
       o      Al mismo tiempo que el horizonte se expande, y que se conoce la sorprendente
       diversidad de la humanidad, Europa decide reducir a sus fronteras el territorio del
       género humano, construyendo su identidad sobre el rechazo de todo lo que podría
       alterar la imagen que quiere tener de sí misma (34).
       Tras haber inventado una historia que excluye a Oriente de su espacio geográfico,
       histórico y filosófico, la nueva Europa que nace después de la larga “noche” medieval
       se convierte en la única depositaria de los atributos de la humanidad. A las otras
       razas –esta palabra adquiere el sentido que tiene hoy en día a partir del siglo XVII-
       sólo se les concede una parte de estos atributos. Este privilegio no proviene
       únicamente de Dios, sino de la historia y la naturaleza de Europa, que le han conferido
       una cuota mayor de humanidad.
       o      No hay que olvidar que este privilegio de los europeos les permitió explotar sin
       problemas a quienes no lo tenían. Se perpetró una dominación económica de
       extraordinaria amplitud sobre la que se fundó la fortuna moderna europea,
       convirtiéndola en pocos siglos en la región más rica del globo.
¿Podemos concluir afirmando que Europa se limitó a elaborar las herramientas ideológicas
de su dominación? Sin pretender hacer una historia recurrente, podemos preguntarnos por
qué sólo pudo emprender la mundialización cerrando las vías de acceso al universal a todos
los que no podían identificarse con ella. La deshumanización del Otro y la construcción de
una identidad cerrada, ¿eran la parte ideológica obligada de esta aventura, o están más allá
de las exigencias de la dominación?
En cualquier caso, afirma Bessis, se convierten muy rápido en la piedra angular de la
moderna identidad europea, y de esta cultura de la supremacía sobre la que dicha identidad
reposa.
20




                 PARA AVANZAR UN POCO MÁS
                                   GLOSARIO
                                       Ejercicio:
 Relaciona cada concepto con un acontecimiento, situación, hecho, idea
 actual o del pasado que lo represente.
 Reagrupa los conceptos teniendo en cuenta un acontecimiento, situación,
hecho, idea actual o del pasado.

       Renacimiento          Descubrimiento de         Deshumanización del
                             América                   Otro

       Teoría del derecho    Mito sobre nacimiento u   Secularización
       natural               origen de Occidente

       Epístola de Pablo a   Monoteísmo                Igualdad
       Filemón

       Mundialización        Imaginario                Racismo

       Occidente             El Otro                   Mundo moderno

       Oriente               Cuenca mediterránea       Esclavitud

       Primitivismo          Aimé Césaire              Juan de Sepúlveda

       Derecho natural de    Idea del Universal        Legitimidad
       dominación
21




                     EJERCITAR EL PENSAMIENTO CRÍTICO




                                            easyespanol.org




Después de la lectura individual y en el aula del texto-resumen, interpreta las dos imágenes
utilizando los conceptos discutidos en clases que estimes pertinentes.    Argumenta en tu
grupo de trabajo y contribuye a elaborar un punto de vista colectivo.
22




                     VÍNCULOS PARA SEGUIR REFLEXIONANDO
Relaciona los contenidos de estos vínculos con las problemáticas planteadas en el texto-
resumen y discute en el aula por grupos. Elige el vínculo que desees y se exponen los
argumentos en plenaria.


Plantación adentro   http://www.youtube.com/watch?v=wxO0nt2cc7E&feature=related


Racismo en Chile     http://www.youtube.com/watch?v=ndfIHvEbJmU&feature=related


Pa’l Norte           http://www.youtube.com/watch?v=SBYO1ZfxxSM


Afroboliviano        http://www.youtube.com/watch?v=u6sBzin2ZiA&feature=related


Somos indígenas      http://www.youtube.com/watch?v=q9paHKW0CpI&feature=related


Puente del mundo     http://www.youtube.com/watch?v=jguoYAvtJi4

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  • 1. OCCIDENTE Y LOS OTROS Itinerarios de una supremacía Documento-base para trabajar en el aula Resumen de la Introducción y del Cap. 1: La formación de una cultura, de Bessis, Sophie (2002). Occidente y los Otros. Historia de una supremacía. Madrid: Alianza, pp.15-34. escenarioregionalafrica.blogspot.com Sophie Bessis (SB) -historiadora y periodista nacida en Túnez- parte señalando que el libro tiene una larga historia encarnada en su propio origen árabe-judío. En esa historia, su niñez en Túnez fue crucial (15-16). Su origen se podría situar en el patio del Liceo Jules Ferry, en Túnez, a mediados de la década de los cincuenta del siglo XX. En el recreo, las diferencias nacionales o comunitarias no desaparecían ante el aparente ecumenismo de la camaradería infantil. Estaban las tunecinas, árabes o judías, frente a las “francesas”, entidad global cuya homogeneidad trascendía a la amistad particular que se podía entablar con alguna de sus componentes. Porque las francesas nos aplastaban con su desprecio. Aunque no aceptáramos su arrogancia, nosotras no dudábamos de su superioridad. Para empezar, eran rubias, con un pelo largo y “liso” que se podían echar hacia atrás con un gesto elegante de cabeza. Frente a esta naturaleza casi angelical, la Material didáctico preparado por la Prof. Briseida Allard O., docente en la Escuela de Relaciones Internacionales, Facultad de Administración Pública, Universidad de Panamá.
  • 2. 2 contemplación masoquista de los pelos negros y rizados que adornaban nuestras cabezas nos provocaba un inmenso dolor. Además, ellas hacían la comunión. Con vestidos de novia, con cola y velo de tul, con un misal en la mano y distribuyendo imágenes piadosas. Venían a la clase con gran pompa para saludar a la profesora con una modestia triunfante y ellas las felicitaba de una manera que nos rompía el corazón. ¿Quién de entre nosotras, musulmanas y judías, que compartíamos las mismas tinieblas, no soñó, al menos una vez durante su infancia, con ser católica para poder vivir ese cuento de hadas? Por último, las francesas iban de vacaciones “a Francia”. Cada octubre, antes de la vuelta al colegio, nos preparábamos para tener que confesar que habíamos pasado el verano o bien alrededor de Cartago, o bien al sur de Túnez o, en el caso de las más modestas, en la ciudad. Preguntábamos tímidamente: “¿Y tú?, y la respuesta era implacable: “En Francia”. Se abría entonces un abismo entre nosotras, y sentíamos que los resultados escolares más brillantes nunca podrían superarlo. Porque, detrás de la palabra Francia se escondía el conocimiento íntimo de la nieve, de los caminos, de los techos puntiagudos cubiertos de musgo, de la hierba verde y de las frutas desconocidas de que hablaban nuestros libros de lectura. Era evidente: el solo hecho de pertenecer a ese mundo, que nos era inaccesible, confería una preeminencia legítima. Más tarde, cuando comencé a conocer este país del cual había aprendido, siendo niña, el nombre de todos los relieves y hasta de los más pequeños ríos, imaginé, confieso que con cierta alegría, a mis antiguas camaradas confinadas en el verano en pueblos sin gracia o en pequeñas ciudades sin alegría, en lugares sin la magia que yo les había atribuido. Las institutrices de la República vigilaban, con una ferocidad escrupulosamente igualitaria, la educación de sus pupilas, a las que aterrorizaban, en general para su bien y sin discriminación étnica ni religiosa. Una de ellas me apreciaba de una manera bastante peculiar. Mi último año de escuela primaria coincidió con los comienzos de la independencia. Antes de entrar en sexto había que elegir qué segunda lengua queríamos aprender. Para mis padres, la cuestión era fácil: éramos judíos, pero tunecinos primero, por lo que sería el árabe. Tras haber leído mis formularios, la profesora me llamó: “¡Qué pena que no hayas elegido el inglés!”, exclamó. Durante mucho tiempo conservé el recuerdo de su triste voz deplorando la regresión cultural a la que se condenaba su buena alumna. Era una condena incomprensible para ella, porque no siendo árabe, no estaba obligada genéticamente a elegir esta lengua. Así, a lo largo de la infancia, aprendimos que era poco glorioso ser lo que nosotros éramos. Sin embargo, yo no entendía realmente qué era lo que mis camaradas
  • 3. 3 francesas tenían de superior, y nunca tuve, lo confieso, una conciencia firme del carácter ineludible de mi inferioridad. Me la recordaron, más o menos en los mismos términos, casi treinta años más tarde. Volvía de Túnez tras una larga inmersión en el Magreb para escribir un libro, y me iba a Irlanda en busca de exotismo. “Después de Túnez, te vas al mundo civilizado”, comentó riendo una amiga parisina con impecable pedigrí de izquierdas. Muchos recuerdos confusos me vinieron a la memoria, como en un acceso de fiebre. Le hablé de Cartago, de Estambul y de Granada, mostrándole que más bien me parecía, teniendo en cuenta mis orígenes, que el mundo bárbaro era más bien Irlanda –que me perdonen los irlandeses. SB reconoce que nunca ha dejado de sorprenderla la certeza con la cual la mayoría de los occidentales afirman la legitimidad de su supremacía, la cual se manifiesta en los actos más anodinos y en las actitudes más banales (17). Esta certeza, señala Bessis, estructura la palabra pública, el magisterio intelectual y los mensajes de los medios de comunicación, en un grado tal que, según ella, se podría hablar de una verdadera cultura de la supremacía, fundamento de la entidad que hoy llamamos Occidente, sobre la que éste construye sus relaciones con el Otro. No obstante, Durante mucho tiempo, ninguna de estas constataciones me dio la idea de consagran un libro a este tema. Mis esperanzas de juventud, influidas por las utopías de una época pasada, me hicieron pensar, en un primer momento, que la humanidad se dirigía, de forma caótica pero segura, hacia el bien, lo cual supondría el reconocimiento de una forma de igualdad universal. Después dediqué una parte de mi trabajo al estudio de la evolución de las relaciones entre los dos grandes bloques mundiales llamados, por comodidad, Norte y Sur. Esto era ya una forma de tratar la cuestión que me ocupa. Si ahora intento abordarla de frente, se debe a que la amplitud y la extrema rapidez de los cambios que vivimos, y el final del proceso de mundialización iniciado –si queremos fechar simbólicamente su nacimiento- con las carabelas de Vasco de Gama y de Cristóbal Colón, constituyen la ocasión para plantear de forma novedosa la cuestión del papel de Occidente en el mundo y de sus relaciones con los otros (17). De momento, la certeza de la supremacía legítima de Occidente no se ha debilitado. Por el contrario, escribe SB, la nueva vulnerabilidad de la sociedad occidental, la resistencia de algunos de sus miembros a los cambios derivados del retorno a un capitalismo liberal después de medio siglo de socialdemocracia, y una cierta pérdida de los puntos de referencia debido a la aparición de islotes de pobreza que se perciben como una invasión del Norte por parte del Sur, parecen hacer más necesaria que nunca la afirmación testadura de la superioridad (17).
  • 4. 4 De acuerdo a SB, A pesar del final de las guerras coloniales y del mesianismo tercermundista revolucionario, parece como si en Occidente se manifestara una vez más la imposibilidad de aceptar la equivalencia absoluta e indiscutible de todos los seres humanos. Ni los momentos de prosperidad ni las sacudidas de los últimos decenios han quebrado la conciencia íntima que los occidentales tienen de su superioridad, y el cuestionamiento de esta última parece verdaderamente impensable. Tanto es así que no se puede ni siquiera considerar la simple idea de una pérdida de parte del monopolio que Occidente tiene sobre los asuntos mundiales (18). Según SB, hay que aprehender la exasperación que provoca esta seguridad en sí mismos de los occidentales para poder comprender cuál es la estructura de la supremacía, examinar sus principios y analizar sus consecuencias, porque la centralidad de Occidente, de lo que hace y de lo que piensa, organiza el mundo. SB busca examinar los orígenes de esta cultura de la supremacía occidental, intentar comprender cómo ha podido llegar hasta aquí con una evolución tan limitada, analizar sus avatares recientes e intentar descubrir cómo podría cuestionarse el poder occidental, mediante una evaluación de las razones que fundamentan su solidez. SB reconoce que dudó mucho tiempo antes de decidirse a llevar adelante esta empresa, pues temía embarcarse en una ya conocida y fácil crítica de Occidente, ignorando los horrores de los Otros. Porque, como ella señala, “Occidente no tiene el monopolio de la violencia ni ha tenido, a lo largo de la Historia, el de la conquista ni el de la dominación… Conocemos la facilidad con la que los oprimidos de ayer pueden convertirse en opresores, y muchos damnificados de la Tierra no necesitan buscar al otro lado del océano a los responsables de su desgracia. Por tanto, SB aclara que no pretende aligerar de su responsabilidad a los que en el Sur del planeta se niegan a asumir su parte de culpa en los fracasos que han conocido y en las dificultades que todavía se les presentan. Sin embargo, si bien las naciones que componen Occidente no son las únicas que han abusado a lo largo de la Historia de la ley del más fuerte, SB establece que sí son las únicas que han producido un aparato teórico –filosófico, moral y científico- de legitimación, por lo que. exceptuando las guerras llamadas “de religión”, que se emprendieron oficialmente en nombre de las diferentes versiones de la revelación monoteísta, los otros pueblos conquistadores no han sentido apenas las necesidad de justificar sus empresas más allá de la voluntad de poder y la búsqueda del interés particular.
  • 5. 5 Bessis subraya que Occidente, cuya hegemonía comenzó en el siglo XVI y no ha dejado de aumentar, continúa elaborando los fundamentos teóricos de su supremacía ajustándolos a la situación actual (19). No obstante, SB plantea que una contradicción caracteriza a la cultura de la supremacía occidental, desde su entrada en la modernidad. A su juicio, si la idea del universal no es una exclusividad occidental, sólo Occidente ha desplazado el debate fuera del campo religioso para construir un universal secular del cual deriva el principio de igualdad. Con esta secularización, se ha abierto la posibilidad de convertir estos principios en derechos inscritos en lo real, y desde entonces no se ha dejado de limitar su campo de aplicación. De acuerdo a SB, la paradoja de Occidente reside en su facultad de producir universales, elevarlos al rango de lo absoluto, violar con un fascinante espíritu sistemático los principios que de ellos derivan, y elaborar las justificaciones teóricas de estas violaciones. El carácter planetario de su hegemonía y la construcción constante y obstinada de la justificación de la misma, convertida a lo largo de los siglos en un aparato cultural sofisticado cuyo centro es el universal, constituyen para SB una doble singularidad que merece ser tratada con detenimiento. Su preocupación no termina ahí. Sostiene que un análisis de la cultura occidental de la supremacía vale por sí mismo pero no es suficiente. Bessis agrega: No me habría embarcado en ese difícil ejercicio si éste no desembocara en una interrogación que, a mi juicio, es capital. ¿Cuáles son las consecuencias para el resto del mundo? ¿Cómo hay que entender los acontecimientos que se desarrollan en lo que llamamos el Sur del globo, las ideologías y los discursos que se elaboran y las pasiones que se desencadenan? ¿Son reacciones a una dominación que se acepta menos que nunca? En otras palabras, ¿cuál es el lugar que corresponde a los fenómenos reactivos y a las construcciones autónomas en el análisis de las evoluciones y las involuciones de los continentes del Sur? ¿Y qué pensar de la intensidad de las exclusiones recíprocas que efectúan los diferentes protagonistas de las relaciones mundiales en la actualidad? ¿Hay algo nuevo en las relaciones que Occidente mantiene con el resto del mundo, o asistimos a la repetición de modelos anteriores? No pretendo responder a todas estas preguntas. Simplemente me parece útil plantearlas hoy en día (19). El método con el que SB organiza su análisis, la lleva a elegir algunos campos de análisis, dado que, a su juicio, su objeto de estudio es demasiado rico para ser aprehendido en su totalidad. En este sentido, Bessis señala que así como el ojo es incapaz de percibir la totalidad de lo real, la mirada que pretende hacer a través de su libro es incompleta, pues se dejan muchas cuestiones en el tintero que otras personas habrían puesto en primer plano.
  • 6. 6 Algunos aspectos de la cuestión reciben un tratamiento privilegiado, que podrían considerarse injustificados. SB aclara que en este punto su única ambición es evitar la parcialidad, lo cual espera haber conseguido (19-20). Desde esta perspectiva, en primer lugar hace un recorrido histórico, y a continuación analiza las relaciones mundiales de fuerza en la actualidad, para saber si la evolución en curso renueva y consolida las bases de la supremacía occidental o si las debilita y anuncia su final. SB también estudia un cierto número de comportamientos occidentales contemporáneos para ver las formas que toma, hoy en día, la cultura de la supremacía Por último, analiza el papel de lo endógeno en los problemas que agitan el mundo occidental. Desde esa perspectiva, SB sigue cuestionándose, ¿Qué significa Occidente para mí, que decido consagrarle un libro? ¿No soy yo, a pesar de mi lugar de nacimiento, uno de sus productos puros, dado que mi conciencia fue formada por sus escuelas y sus pensadores? E invita a ir más lejos. La intrusión de Occidente en el universo de mis antepasados, ¿no me liberó de la tiranía protectora del grupo y me dio los atributos del individuo más o menos libre que soy? Su modernidad, ¿nos libró a la humanidad de los caprichos del destino para hacerla entrar en la era de las libertades posibles? (20). Sostiene SB que ya que no podemos saber qué otras vías podrían haber existido, podemos atribuirle dichas revoluciones. Pero éstas no excusan a quienes las permitieron ni a las violencias que las acompañaron, a las que se quiso hacer aparecer como inevitables, sin cuya fuerza no habría habido progreso histórico. Considero más bien que la infatigable capacidad de Occidente para separar el decir del hacer hizo que durante mucho tiempo su modernidad fuera a la vez incomprensible e ilegítima para los que se designaba como “los Otros”, incluso si éstos se beneficiaron por defecto. Hoy en día, las herramientas que se forjan para renovar las bases de la supremacía, el tipo de violencia empleada para ejercerla y los discursos que se producen para justificarla constituyen importantes obstáculos para lograr una reestructuración de las relaciones mundiales que produzca menos tragedias. Esta es la constatación que yo hago desde mi posición dentro y fuera de Occidente, en su órbita y negándome a someter mi pensamiento, plagado de otras memorias y otras experiencias, a la simplicidad seductora de sus abstracciones. Quizá porque la tribu singular de aquellos y aquellas que son de muchos lugares, a la que pertenezco, sabe mejor que otras cómo medir la complejidad de las cosas. Una pertenencia de este tipo incita a explorar los sentidos múltiples de esta complejidad.
  • 7. 7 No es que crea realmente en la virtud de las palabras para curar de su autismo a los que Aimé Césaire llama “nuestros vencedores omniscientes e ingenuos”, y sacar a los vencidos de sus recurrentes sueños de paraísos perdidos. No lo creo totalmente, pero sí lo suficiente como para pensar que decir las cosas a veces ayuda a no desesperar. (20) PRIMERA PARTE: LA FORMACIÓN DE UNA CULTURA CAPÍTULO 1: EL NACIMIENTO DE OCCIDENTE “¿Por qué mis condiscípulas francesas del Liceo Jules Ferry de Túnez tenían una conciencia tan natural de su superioridad, manifestando así una fidelidad involuntaria hacia el antepasado que daba nombre a nuestro centro?” (23), se pregunta SB al iniciar este capítulo. Y escribe, Sabemos, en efecto, que el fundador de la escuela republicana fue un ardiente defensor de la empresa colonial en nombre del deber de las “razas superiores […] de civilizar a las razas inferiores”, y persuadió a sus contemporáneos de que, para seguir siendo un “gran país”, Francia debía llevar “allá donde pueda su lengua, sus costumbres, su bandera, sus armas, su genio”1. ¿Dónde se podría fijar, en la Historia europea, el origen de esta certeza para establecer su itinerario? ¿Cómo explicar que haya sobrevivido a toda la evolución del pensamiento europeo, y sólo haya sido relegado desde la caída de los imperios coloniales? (23) 1 Discurso de Jules Ferry en la Cámara de Diputados, 28 de julio de 1885, citado por Sophie Bessis.
  • 8. 8 Dado que la memoria necesita fechas, SB escoge 1492 como año fundador, festejado en ambos lados del Atlántico con mucho fasto y algunos cuestionamientos en su quinto centenario en 1992. Para la autora, el descubrimiento de América y la expulsión de los musulmanes y de los judíos de España –incluso si la de estos últimos no concluyó hasta 1609- dibujan las fronteras del Occidente moderno, que nace a comienzos del siglo XVI bajo el doble signo de una apropiación y una expulsión (23-24). Según SB, no es que Occidente no haya existido antes de la Edad Moderna. Al contrario, el mundo euro-mediterráneo no dejó de organizarse durante la Antigüedad y lo que se conoce como la Edad Media en torno a su Oriente y a su Occidente, que tenían unas fronteras muy diferentes de las que están vigentes en la actualidad (24). SB sostiene que sin dejar nunca de inspirarse en las fuentes orientales, Grecia conquistó un lejano Occidente instalándose, en el siglo VII antes de Cristo, en las costas siciliana y calabresa. Algunos siglos más tarde, nadie en el mundo romano habría situado en Oriente al norte de África, uno de los bastiones de Occidente romano separado de su Oriente en el año 395. En Occidente la lengua latina y en Oriente la griega; en Occidente la iglesia católica y en Oriente la ortodoxia y los cristianismos disidentes. En un mundo en el que el Mediterráneo nunca fue una frontera, en el que el recorte continental entre Europa, Asia y África no tenía mucho sentido, éstas eran las diferencias que dibujaban las áreas de influencia. De acuerdo a Bessis, en el siglo VII, el nacimiento de la tercera y última religión abrahámica y la conquista musulmana de gran parte de la cuenca mediterránea cambiaron el orden internacional.
  • 9. 9 Según la autora, sin embargo, estos trastornos todavía no produjeron el perfil que tendrían Oriente y Occidente a partir del siglo XVI. El Imperio bizantino siguió siendo oriental y mantenía relaciones más estrechas con sus vecinos omeyas, y después abasíes, es decir, con el Oriente musulmán, que con los reinos de la cristiandad occidental. En cuanto a la dimensión occidental del islam medieval, nadie la niega, al menos en un plano estrictamente histórico. De acuerdo a SB, el islam, o más concretamente, la mezcla cultural basada en el tríptico árabe-judío-musulmán2, se instaló duraderamente en el oeste de Europa: desde Sicilia, árabe hasta la conquista de Palermo en 1072, hasta la España andalusí, que tardó casi tres siglos en declinar. SB añade a lo anterior que la separación entre el islam y la cristiandad no constituía la única diferencia religiosa de la Edad Media euro-mediterránea, y que el cisma dentro del cristianismo tuvo una importancia casi equivalente. De este modo se comprende mejor que el Occidente de entonces tenía fronteras movedizas, cuya dinámica era muy diferente de la que apareció más tarde. Nacimiento de un mito Bessis indica que el Occidente que trastorna en 1492 la cartografía medieval e impone una nueva geografía, fundamenta su legitimidad en una doble dinámica de exclusión y de toma de posesión (25). Señala SB que la unión –quizá fortuita desde un punto de vista circunstancial pero importante si se considera a largo plazo- de una exclusión de naturaleza político-religiosa y de un descubrimiento que se preveía en la dinámica europea del siglo XV, es también fundadora de una ideología. 2 Para ser exactos, sostiene SB, habría que hablar de una entidad bereber-árabe-judía-musulmana, para no ignorar el origen de las dinastías almorávide y almohade.
  • 10. 10 Para la autora, mientras que los conquistadores hacen el vació en lo que transforman en “nuevo mundo”, la intelligentsia del Renacimiento elabora un discurso total que da sentido tanto a la expulsión como a la toma de posesión. Con esto, sostiene SB, se fabrica una Historia que sigue constituyendo la base del pensamiento occidental. A juicio de SB, la Europa moderna, que no comienza realmente a concebirse como tal hasta el siglo XVI, inventa una serie de mitos, cada uno de los cuales se fundamenta en un rechazo. Para Bessis, si bien es verdad que todas las civilizaciones se han construido sobre mitos fundadores, al contrario que el resto de las grandes cosmogonías creadoras de sistemas, Europa elabora sus mitos en el momento del triunfo de la Razón. Así comienza la lectura selectiva de la Historia occidental, y así Oriente comienza a desaparecer del pensamiento europeo. SB destaca que el mito sobre el origen de que Occidente es exclusivamente grecorromano, elaborado en el siglo XIV por Petrarca, entre otros, ha expulsado los orígenes orientales y no cristianos de la civilización europea. Se han borrado, sostiene la autora, las influencias babilónicas, caldeas, egipcias e indias de Grecia, desde la época presocrática hasta la de los descendientes de Alejandro. Se ha ignorado el inmenso prestigio que tuvo Egipto en el mundo griego, donde los letrados se reconocían deudores de su ciencia y de su religión. Se ha ocultado la mezcla de helenismo y orientalismo de la época helenística. Se ha silenciado la pluralidad cultural del Imperio romano, que consideraba bárbaros a los hombres del Norte, y no a los pueblos familiares de la ribera sur del Mediterráneo. Por último, SB afirma que la voluntad de los pensadores del Renacimiento de fabricar una filiación directa con sus ancestros atenienses les ha hecho olvidar los caminos que llevaron hasta éstos. En suma, pues, a la expulsión física del islam del territorio político de Europa occidental ha correspondido la expulsión del pensamiento judeo-musulmán del territorio intelectual europeo. De este modo, Bessis da cuenta del papel que desempeñó la España judeo-árabe en la transmisión y relectura de la filosofía griega. Rememora cómo, a partir de la conquista de Toledo en 1085, la Europa cristiana descubrió, en algunos decenios, gran parte de la cultura filosófica acumulada desde hacía siglos en el territorio islámico. Sostiene que hay que releer a los filósofos medievales para recordar que durante por lo menos dos siglos, el pensamiento cristiano consideró a los árabes “hombres de razón” (25-26). De acuerdo a SB, si el Renacimiento pudo realizar tan rápido la filiación con el mundo griego, fue porque el islam occidental le había preparado el terreno efectuando un inmenso trabajo de adaptación de la filosofía griega al monoteísmo. Y, sin querer hacer aquí la historia del racionalismo musulmán medieval que instituyó la separación modernizadora entre teología y filosofía, y alcanzó su apogeo con el
  • 11. 11 pensamiento de Ibn Rushd –el Averroes de los escritores latinos al que Dante llamó “el comentador”-, no se puede olvidar que dicho racionalismo fue lo que preparó el terreno para el laicismo del Renacimiento. De todo esto ya no se habla a partir del siglo XVI. Los humanistas fabricaron un pasado en gran medida imaginario, y decidieron cuáles eran sus herencias, y la nueva Europa inventó unas fronteras que rechazaban todo lo que no era ni grecorromano ni cristiano (26). Para Bessis, esta Europa, nacida de la extraordinaria agitación científica, técnica y cultural de los últimos siglos de una Edad Media a la que siempre ha rechazado, cuyos inicios políticos se podrían situar en la reconquista y el comienzo de la dominación otomana del este del continente, y cuya ambición es controlar nuevas tierras, esta Europa –escribe SB- no constituye únicamente una construcción intelectual. De acuerdo a la autora, tras la expulsión de los judíos de al-Andalus3, España pasó en pocos años del encierro religioso a la exclusión racial con el invento del concepto de “limpieza de sangre”. A partir de 1535, cualquier persona que quisiera acceder a un empleo público debía probar que en su familia no había habido ningún miembro judío o musulmán desde al menos cuatro generaciones. La conversión al catolicismo, señala SB, de los que no se quisieron ir de la Península no bastaba para convertirlos en cristianos, y el criterio de pertenencia religiosa cedió el paso a una nueva obsesión: la de la pureza de la raza; una obsesión tan tenaz que la obligación legal de probar la no contaminación de la sangre no finalizó hasta 1865, dos siglos y medio después de que España se librara de toda presencia cripto-musulmana (26-27). Los caballeros del Apocalipsis SB asevera, por una parte, que la cristiandad y la raza constituyó una doble pertenencia que sirvió para legitimar la conquista de América, y recuerda, por otra, que los europeos perpetraron, para poder llevar a cabo la apropiación de un continente, el primer genocidio de la Historia (27). 3 No tengo intención de alimentar el mito árabe de Andalucía, este paraíso perdido de tolerancia perfecta que floreció a la sombra de los minaretes. El reinado almohade, entre otros, no fue una época feliz ni para las minorías ni para los pensadores libres, pero esto no impide aceptar que la España musulmana fue, durante siglos, uno de los más importantes centros culturales del continente europeo y una patria menos dura para las minorías que la Europa cristiana. (La nota es de Sophie Bessis).
  • 12. 12 Para Bessis, esta palabra terrible, que designa la triste suerte de los pueblos amerindios, no ha sido apenas matizadas. La cuestión principal ha sido, más bien, desde hace siglos, saber si dicho genocidio fue voluntario o, de alguna manera, fortuito. Muchos testimonios manifiestan la voluntad de dominar a las poblaciones sometidas y describen la supeditación de las vidas humanas a las ansias de ganancia que caracterizaron a la conquista. La mayoría muestra el espíritu de cruzada de los conquistadores que tendían a imponer la cruz más por el fuego que por la persuasión. De acuerdo a SB, los defensores de la tesis del genocidio beben de estas fuentes y afirman que, si bien pudo no ser programado, por lo menos se hizo de manera consciente y asumida. Los partidarios de la segunda hipótesis, señala Bessis, insisten en la dimensión, determinante en este asunto, de la extrema mortalidad amerindia derivada de la conquista: las razones esenciales del cataclismo demográfico serían las enfermedades desconocidas en América, los desplazamientos de población y los trabajos forzados. De todas formas, insiste Bessis, nadie niega la amplitud de la catástrofe. La autora da cuenta que en apenas treinta años desapareció de un 80 a un 90& de la población de las Antillas, es decir, desde mediados del siglo XVI, la casi totalidad de los autóctonos de la región. En el continente, la población indígena mexicana pasó de 25 millones en 1519 a 1,9 millones en 1580, y la de Perú, de 10 millones en 1530 a 1,5 en 1590. En menos de medio siglo se exterminó entre la mitad y tres cuartas partes de la población indígena, que era, en vísperas de la conquista, de entre 60 y 80 millones de personas según las estimaciones. De ahí que para SB, fueran cuales fueran las motivaciones, las modalidades de la conquista tuvieron como consecuencia, en un tiempo extremadamente breve, el despoblamiento de América. Aquí reside la originalidad de esta empresa, que se diferencia en esto de todas las otras conquistas de la Historia (28). Si esta última está plagada de masacres, si muchos conquistadores arrasaron ciudades enteras tras haber exterminado a sus habitantes, estos episodios sangrientos, que precipitaron en más de una ocasión el declive de un reino o la ruina de una región y
  • 13. 13 contribuyeron a ralentizar el crecimiento de la población de muchas partes del globo, nunca adoptaron la forma de una catástrofe demográfica mayor. Este tipo de catástrofes, señala SB, que se ha sucedido a lo largo de la Historia, ha tenido más bien causas “naturales”, desde desastres climáticos, como las sequías, hasta epidemias duraderas. Bessis asegura que desde muy pronto los contemporáneos de la conquista se dieron cuenta de su carácter inédito. Así, en la memoria europea todavía resuenan las polémicas que enfrentaron a los partidarios de una colonización menos brutal de las Américas, para salvar a los habitantes que quedaban, con los conquistadores despreocupados del alto coste de vidas humanas de su empresa, legitimada por el supuesto carácter infrahumano de los amerindios. De acuerdo a Bessis, a partir de aquí se llega al punto crucial: como la no pertenencia de los indígenas al cristianismo no era suficiente para justificar su extinción ni la brutalidad de los conquistadores, muchos pensadores y sabios se dedicaron a buscar los fundamentos del derecho a disponer de la vida y la muerte de los autóctonos que se habían arrogado los nuevos dominadores. La mayoría de los pueblos han tendido, ciertamente, a considerarse elegidos por sus dioses y más humanos que los vecinos, y han utilizado esta elección para justificar sus rapiñas. Por tanto, en la actitud europea se podría ver simplemente una nueva versión de una creencia tradicional. De acuerdo a SB en la época de la conquista del “nuevo mundo” el discurso europeo emprendió un camino singular, y comenzó a producir una ideología de la dominación fundamentada en la Razón. El argumento religioso, utilizado con profusión en las regiones del mundo donde primaba el monoteísmo por ejércitos deseosos de santificar sus empresas guerreras –del “Dios lo quiere” de los cruzados, que ensangrentaron Jerusalén al “Dios es el más grande” de los caballeros árabes en su carrera conquistadora desde el golfo hasta el
  • 14. 14 Atlántico-, ya no era suficiente para justificar la amplitud de la usurpación ni la brutalidad de la dominación (28-29). Bessis sostiene que a partir de entonces se esgrime el argumento de la superioridad del conquistador. De este modo, España, que había fundamentado su existencia nacional en la noción de la pureza de sangre, basó la legitimidad de su imperio en la de la superioridad de la raza y Europa en su conjunto no se lo impidió (29). ¿Debemos ver en este paso de un repertorio religioso a un registro racial uno de los efectos de la progresiva separación de las esferas religiosa y temporal, cada vez más visible a partir del siglo XVI?, pregunta Bessis. A su juicio, para los europeos se trataba menos de propagar una verdad revelada que de basar su derecho a la dominación en la Razón. La generalización de esta evolución se percibe en el hecho de que los mayores propagandistas de la teoría de la superioridad de la raza son eclesiásticos célebres. Bessis cita (p. 29) a Juan de Sepúlveda, famoso por su oposición al defensor de los indígenas Bartolomé de Las Casas, y el principal defensor de un derecho “natural” de dominación: Siempre será justo y conforme al derecho natural que estas gentes (las “naciones bárbaras e inhumanas”) estén sometidas al imperio de príncipes y naciones más cultas y humanas […], y si rechazan este imperio, podemos imponérselo por medio de las armas, y esta guerra será justa, tal como lo declara el derecho natural […]. En conclusión: es justo, normal y conforme a la ley natural que hombres probos, inteligentes, virtuosos y humanos dominen a todos aquellos que no tienen estas virtudes. Para SB, si lo divino no está totalmente ausente de la argumentación de Sepúlveda, actúa simplemente como refuerzo: “es justo y útil que sean siervos, y esto está sancionado por la ley divina misma. Porque está escrito en el libro de los proverbios: “el tonto servirá al sabio”. Bessis destaca que los defensores de los amerindios, por su parte, destacaban la humanidad de estos últimos, pero sin rechazar del todo esta jerarquía de seres humanos y cita (p. 30) al obispo Las Casas, quien formula la versión humanista en el sentido que se ha dado a este término en el siglo XX: No hay naciones en el mundo, por más rústicas, incultas, salvajes, bárbaras, groseras, crueles e incluso estúpidas que sean, que no puedan ser convencidas, conducidas y encaminadas en el orden y en la civilización […] con el empleo de las habilidades y aptitudes, […] Así, sólo hay una raza de hombres […] y nadie nace instruido; y así todos necesitamos, al principio, ser guiados y ayudados por otros que han nacido antes que nosotros, de forma tal que, cuando encontramos en el mundo poblaciones tan salvajes, son como la tierra inculta, que produce fácilmente malas hierbas y
  • 15. 15 ortigas, pero que guarda tanta virtud natural que, si se la trabaja y se la cuida, da frutos comestibles, sanos y útiles […]. Para SB, Las Casas nos proporciona aquí la primera versión del discurso de la carga del hombre blanco, y la idea según la cual el indígena es un ser humano que no ha superado el estadio de la infancia estaba muy extendida entre los teólogos del siglo XVI. De este modo, los partidarios y los adversarios del método fuerte, cada uno a su manera, elevaron a los europeos a la escala de la civilización, no debido a una elección divina, sino a la preeminencia que les otorga un derecho natural de dominar a los otros (30). África desangrada La autora nos recuerda que los sermones de Las Casas llegan demasiado tarde para impedir el despoblamiento de América, con lo que en las colonias de las dos monarquías ibéricas, y en las islas del Caribe, donde se generaliza la economía de plantación, comienzan a faltar brazos. Los colonos van a buscar la mano de obra que les falta a África. Desde mediados del siglo XIV se habían esclavizado a africanos y trasladados a Europa, pero el primer traslado directo de África hacia las Antillas data de 1518, inaugurando un comercio que enriquecerá a Europa y a las Américas durante más de cuatro siglos (30). Como para el caso de América, sea cual sea el número de africanos deportados, nadie niega que la trata de esclavos fue una causa esencial de la baja densidad de población permanente en el continente africano hasta mediados del siglo XX, porque, como dijera Elikia Bokolo, 1995) “si todas las sociedades humanas han sufrido la esclavitud en un momento u otro de su historia, ningún continente ha conocido durante tanto tiempo (siglos VII-XIX) una sangría tan continuada y sistemática” (p. 31). Bessis plantea que Europa no fue la única responsable de estos traslados masivos de población, y señala que el mundo árabe lo hacía desde varios siglos atrás, y continuaría haciéndolo hasta fines del siglo XIX. De acuerdo a SB, En doce siglos fue responsable de más del 40% del total de las deportaciones, si consideramos conjuntamente la trata de esclavos de los árabes y de los arabo- bantúes. El silencio actual de los árabes con respecto a su trata de esclavos, ocultada de forma sistemática o -en el mejor de los casos- subestimada escandalosamente por la historiografía oriental y magrebí, no debe hacer olvidar que dicha práctica ha constituido un rasgo recurrente de su historia. Los relatos edificantes que muestran la simpatía del profeta Mahoma por los negros4 y la fascinación que sentían los viajeros árabes medievales por el fasto de las cortes imperiales sudano-sahelianas no 4 Según la leyenda, el negro Bilal fue uno de los primeros en convertirse al islam. Un grupo de musulmanes de La Meca perseguidos, por otro lado, encontró refugio en Etiopía en la corte de Negus, antes de la Hégira a Medina. (La nota es de Sophie Bessis).
  • 16. 16 esconden el desprecio hacia los negros manifestado por una gran parte de la literatura árabe y por los refranes populares (31). Como señala Bessis, la permanencia del discurso de la inferioridad muestra que, como en Europa, la legitimación de la trata de esclavos que hicieron los teólogos –el islam autoriza a los musulmanes a reducir a los paganos a la esclavitud- se consideró insuficiente para justificar una empresa tan masiva. Desde el siglo X, los autores empezaron a utilizar el repertorio del primitivismo de la raza negra para justificar su dominación5. Bessis sostiene que la trata de esclavos europea también presenta caracteres específicos:  En primer lugar, la extraordinaria longevidad de la trata árabe se debe en parte a que las sociedades árabes, árabe-otomanas y arabo-bereberes fueron esclavistas hasta el siglo XX, y en algunas todavía perduran ciertas formas de esclavitud. En cambio, en Europa occidental se extinguió a fines de la Edad Media, subsistiendo únicamente en la zona mediterránea, hasta que fue recuperada por los portugueses a mediados del siglo XIV para asegurar la prosperidad agrícola de Madeira, Canarias y las Azores gracias a la mano de obra africana (31-32). Con el traslado de mano de obra africana a América, los comerciantes y colonos revitalizaron, en las nuevas posesiones, un sistema que estaba agonizando en Europa. Nace así, por las necesidades de la economía colonial, una práctica que tendría un brillante porvenir: el divorcio entre las reglas económicas y de derecho vigentes en las colonias y las metrópolis. Mientras que en Europa desaparecía una forma de economía basada en el recurso a la mano de obra esclava, ésta aseguraba la prosperidad de sus posesiones en ultramar y, por lo tanto, de Europa misma. De este modo, todas las naciones europeas practicaron, entre los siglos XVI y XVIII un comercio triangular que hizo florecer sus puertos atlánticos y sus manufacturas (32).  El segundo rasgo de la especificidad europea relativa a la trata de esclavos es su carácter masivo, que generó un importante comercio, fundamental para la economía. Bessis reitera que no pretende minimizar la trata árabe al subrayar la diferencia de dimensiones entre ambas. El comercio europeo, en un período más corto –alrededor de cuatro siglos en lugar de doce-, con un ritmo más rápido y a una escala más grande que el transahariano, ya que esclavizó a más del doble de personas en un periodo de tiempo tres veces menor, tuvo consecuencias catastróficas más visibles y más duraderas en las zonas del continente en las que actuaba. 5 La desvalorización del negro es un tema recurrente de la literatura árabe desde el siglo X. (La nota es de Sophie Bessis).
  • 17. 17 Citando diversos estudios, Bessis sostiene que al igual que en América, la llegada de los europeos a África inició una larga fase de regresión demográfica. La población pasó de constituir un 20% del total mundial alrededor de 1650 a un 10% un siglo y medio más tarde, según las estimaciones más creíbles de la demografía histórica. SB considera con Aimé Césaire, “que [si] poner civilizaciones diferentes en contacto; que unir mundos diferentes es excelente, es necesario también reconocer con él que todo depende de la naturaleza del contacto (32). De acuerdo a Bessis, los pueblos que a partir del siglo XV conocieron a los conquistadores y comerciantes europeos sufrieron catástrofes demográficas sin precedentes, dejando de lado las provocadas por cataclismos naturales. Para América y África, el contacto con la Europa del Renacimiento inició un periodo mortífero cuyas consecuencias se sienten todavía en la actualidad. La justificación utilizada para esclavizar a los negros se elaboró desde el momento en que comenzó la expansión del comercio de esclavos, y sus argumentos principales se habían utilizado ya con los indígenas. Solo las condiciones de la trata supusieron un problema, ya que muchos autores de la época las consideraron inhumanas. La esclavitud misma se aceptaba mejor, ya que estaba autorizada por la Biblia y los Evangelios, y legitimada –entre otros textos fundadores- por la epístola de san Pablo a Filemón y por una serie de bulas papales a partir de mediados del siglo XV (33). Pero el recurso a la religión no fue suficiente para justificar la esclavitud de los africanos, así como no lo fue para justificar la de los amerindios. Por otro lado, al negar a los negros la parte de humanidad que consintieron en los indígenas, los teólogos defensores de los amerindios generaron una contradicción irresoluta.
  • 18. 18 Nació así un discurso específicamente antiafricano, inspirado en el mito bíblico de la maldición de los hijos de Cam y en el del primitivismo negro, conectado con la teoría del derecho natural del dominador a dominar. Así, el antiafricanismo comienza en el siglo XVI, y se va perfeccionando en los siglos posteriores a medida que se intensifica la trata de esclavos. Finalmente se irá generando una argumentación cada vez más sofisticada sobre la inferioridad de la raza negra, en la que lo religioso va desapareciendo a favor de una retórica científica que triunfa a partir del siglo XVIII. He aquí lo que fue el siglo fundador del pensamiento europeo moderno, que se ha llamado Renacimiento y que rechazó la aportación de una época precedente, que fue asimilada a una era de tinieblas. En Europa, el Renacimiento se considera un momento de civilización que mezcla la innovación en el pensamiento y en la estética, y se habla del siglo de los poetas, de los artistas y de los sabios. Esta Europa arrasó el mundo que descubrió, y para ello teorizó la antigua ley del más fuerte. Así, Bessis resume el movimiento de este periodo inaugural: o Se asiste primero a la mundialización, es decir, a la apropiación del mundo por parte de Europa occidental, y a la interdependencia de cada una de sus partes en función de las necesidades de su dominación. Las tierras desconocidas, es decir, no conocidas por los europeos, ocupan cada vez menos lugar en unos mapas que son cada vez más precisos debido a la extraordinaria expansión territorial y comercial sin precedentes en la historia de la humanidad.
  • 19. 19 Europa –que se considera “vieja” desde que se ha convencido de la anterioridad de su civilización, y ha anexionado “nuevos” mundos- comenzó a mirar más allá de la cuenca mediterránea, que fue durante mucho tiempo su único horizonte. Se descubre entonces la existencia de otros pueblos que nunca habían oído hablar de ella, y se los somete y esclaviza. o Al mismo tiempo que el horizonte se expande, y que se conoce la sorprendente diversidad de la humanidad, Europa decide reducir a sus fronteras el territorio del género humano, construyendo su identidad sobre el rechazo de todo lo que podría alterar la imagen que quiere tener de sí misma (34). Tras haber inventado una historia que excluye a Oriente de su espacio geográfico, histórico y filosófico, la nueva Europa que nace después de la larga “noche” medieval se convierte en la única depositaria de los atributos de la humanidad. A las otras razas –esta palabra adquiere el sentido que tiene hoy en día a partir del siglo XVII- sólo se les concede una parte de estos atributos. Este privilegio no proviene únicamente de Dios, sino de la historia y la naturaleza de Europa, que le han conferido una cuota mayor de humanidad. o No hay que olvidar que este privilegio de los europeos les permitió explotar sin problemas a quienes no lo tenían. Se perpetró una dominación económica de extraordinaria amplitud sobre la que se fundó la fortuna moderna europea, convirtiéndola en pocos siglos en la región más rica del globo. ¿Podemos concluir afirmando que Europa se limitó a elaborar las herramientas ideológicas de su dominación? Sin pretender hacer una historia recurrente, podemos preguntarnos por qué sólo pudo emprender la mundialización cerrando las vías de acceso al universal a todos los que no podían identificarse con ella. La deshumanización del Otro y la construcción de una identidad cerrada, ¿eran la parte ideológica obligada de esta aventura, o están más allá de las exigencias de la dominación? En cualquier caso, afirma Bessis, se convierten muy rápido en la piedra angular de la moderna identidad europea, y de esta cultura de la supremacía sobre la que dicha identidad reposa.
  • 20. 20 PARA AVANZAR UN POCO MÁS GLOSARIO Ejercicio: Relaciona cada concepto con un acontecimiento, situación, hecho, idea actual o del pasado que lo represente. Reagrupa los conceptos teniendo en cuenta un acontecimiento, situación, hecho, idea actual o del pasado. Renacimiento Descubrimiento de Deshumanización del América Otro Teoría del derecho Mito sobre nacimiento u Secularización natural origen de Occidente Epístola de Pablo a Monoteísmo Igualdad Filemón Mundialización Imaginario Racismo Occidente El Otro Mundo moderno Oriente Cuenca mediterránea Esclavitud Primitivismo Aimé Césaire Juan de Sepúlveda Derecho natural de Idea del Universal Legitimidad dominación
  • 21. 21 EJERCITAR EL PENSAMIENTO CRÍTICO easyespanol.org Después de la lectura individual y en el aula del texto-resumen, interpreta las dos imágenes utilizando los conceptos discutidos en clases que estimes pertinentes. Argumenta en tu grupo de trabajo y contribuye a elaborar un punto de vista colectivo.
  • 22. 22 VÍNCULOS PARA SEGUIR REFLEXIONANDO Relaciona los contenidos de estos vínculos con las problemáticas planteadas en el texto- resumen y discute en el aula por grupos. Elige el vínculo que desees y se exponen los argumentos en plenaria. Plantación adentro http://www.youtube.com/watch?v=wxO0nt2cc7E&feature=related Racismo en Chile http://www.youtube.com/watch?v=ndfIHvEbJmU&feature=related Pa’l Norte http://www.youtube.com/watch?v=SBYO1ZfxxSM Afroboliviano http://www.youtube.com/watch?v=u6sBzin2ZiA&feature=related Somos indígenas http://www.youtube.com/watch?v=q9paHKW0CpI&feature=related Puente del mundo http://www.youtube.com/watch?v=jguoYAvtJi4