1) El documento analiza la miniserie Chernobyl, la cual dramatiza el desastre nuclear de 1986 en Chernobyl. 2) Describe cómo la miniserie muestra las historias de científicos, políticos y ciudadanos afectados por el desastre y las fallas en la responsabilidad social y ética de los tecnócratas. 3) Argumenta que desastres como Chernobyl son ejemplos de una tecnociencia dominante e irresponsable que carece de una perspectiva humanista.
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Chernobyl: lección sobre tecnociencia irresponsable
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CHERNOBYL: TECNOCIENCIA DOMINANTE IRRESPONSABLE
Publicado el Mar, 10/09/2019 - 23:19
Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Magister en Educación Superior, Ponti cia
Universidad Javeriana
Profesor Asociado con Tenencia del Cargo,
Universidad Nacional de Colombia
Apenas había concluido, el pasado 19 de mayo, la
última temporada de Game of Thrones, una serie
televisiva de drama y fantasía medieval que
cuenta con numerosos seguidores, cuando quedó
opacada por la miniserie de drama histórico
titulada Chernobyl, una coproducción realizada
entre los canales HBO, de Estados Unidos, y Sky,
del Reino Unido. Tal miniserie consta de solo
cinco capítulos. En general, se trata de una
miniserie bien lograda que dramatiza la historia
del inolvidable desastre de ingeniería de la
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2. planta nuclear de Chernobyl, el cual tuvo lugar
en abril de 1986 en la entonces República
Socialista Soviética de Ucrania. Entre sus protagonistas, vemos tanto cientí cos e ingenieros como políticos y personal administrativo, amén de
modestos ciudadanos de a pie, cuyas historias brindan detalles a granel en lo tocante a la dimensión bioética concomitante, en la que está imbricada
la responsabilidad social de cientí cos, ingenieros y tecnócratas. Así mismo, dicha miniserie brinda historias menos conocidas, tales como los
esfuerzos heroicos de los bomberos, los voluntarios y los mineros que estuvieron a cargo de cavar un túnel crítico justo debajo del reactor de
marras.
Precisamente, Chernobyl constituye un ejemplo notable de lo que el cine y la televisión de calidad han venido haciendo desde hace un buen tiempo
para desocultar historias en materia de desastres de ingeniería que, en su momento, los dueños del poder trataron de acallar. Es más, llama la
atención que los mentideros académicos y universitarios, en comparación, no han estado a la altura de las circunstancias para abordar semejante
problemática, pertinente en extremo habida cuenta de los intentos frenéticos de los negacionistas para mantener un bajo per l al respecto, un
hábito que no es del todo nuevo, como saltó a la vista décadas atrás en el caso de la empresa multinacional estadounidense DuPont con motivo de su
infausta participación en el Proyecto Manhattan de armas atómicas. Ahora bien, en el caso de Chernobyl, conviene aclarar de una buena vez que, a
primera vista, puede crear la ilusión sobre la culpabilidad exclusiva de un Estado soviético corrupto e ine ciente, lo cual solo es cierto en parte
habida cuenta de que la usia actual ha heredado ese nefasto legado, una situación que ha quedado también en evidencia en otra realización
televisiva, a saber: Terror en Beslán, un documental basado en la masacre de la Escuela de Beslán, ocurrida el 3 de septiembre de 2004 en Osetia del
Norte, usia, perpetrada por terroristas musulmanes. Justamente, a causa del tiroteo entre los secuestradores y las fuerzas de seguridad rusas,
quedó un saldo de 334 muertos, incluidos 186 niños, y más de 700 heridos. Fue un episodio que puso en entredicho al gobierno de Vladimir Putin.
Sin ser despreciables, las consecuencias del desastre de Chernobyl podrían haber sido mucho peores, puesto que, en caso de haber tenido lugar una
segunda explosión del reactor de marras, la mitad de Europa habría quedado arrasada. Por su parte, en el último capítulo de la miniserie tiene lugar
una llamativa declaración de Mijaíl Gorbachov, de acuerdo con la cual dicho desastre precipitó la caída de la URSS. En n, pese a que solo hubo una
explosión, las consecuencias reales son dantescas al haber quedado comprometida la salud genética de numerosas generaciones que aún no han
nacido. Además, durante los siguientes diez siglos, será bastante alto el nivel de radiación en la llamada zona de exclusión, esto es, la zona
comprendida en un radio de 30 kilómetros alrededor del lugar del desastre.
Con el n de comprender mejor las causas de este desastre, y otros no menos terribles ocurridos en la antigua Unión Soviética, como la catástrofe
ecológica del Mar Aral, resulta oportuno acudir a un texto clásico de esta temática, Historia de la estupidez humana, de Paul Tabori. En el mismo, su
autor presenta una descripción tragicómica de la farragosa burocracia comunista, que merece la pena reproducir a continuación:
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3. No es necesario señalar que la burocracia comunista es ine caz. Los rusos siempre tuvieron la manía de los dokumenti, y muchos planes
quinquenales se ahogaron en un mar de papeles. Nunca olvidaré la gura del sargento ruso, con su manchada túnica y sus bien lustradas
charreteras, que examinó nuestros pasaportes en la frontera de la zona ruso británica de Austria. Insistió en que le presentáramos dokumenti,
hasta que al n nos vimos obligados a entregarle cuentas de hotel, menús, y el itinerario mimeogra ado de la Asociación de Automovilistas.
Estudió celosamente el material durante más de media hora; y como sostenía algunos de los papeles al revés, no creo que haya obtenido mucha
información de todo ello. Pero la considerable masa de papeles seguramente lo convenció de que éramos personas que viajábamos legalmente,
de modo que al n nos dejó pasar... aunque no de muy buena gana.
Cuán estúpido puede ser el burocratismo comunista lo demuestra el lamentable caso de una gran fábrica húngara, que debía ser completada
para cierta fecha, pues sus productos estaban destinados a alimentar otra media docena de fábricas. Se daban fechas y más fechas, pero la
fábrica no estaba lista. Se concedieron otros tres meses; sin embargo, faltaba mucho para completar el trabajo.
Al n, se envió una comisión especial al lugar de la construcción. Volvió con informes alarmantes: a ese paso, dijo, jamás se concluiría el
trabajo. Tantos departamentos habían participado en la plani cación de la fábrica, era tanta la gente que procuraba esquivar
responsabilidades, que en el lugar de las obras reinaba el más completo caos. Entre otras cosas, los planes establecían la construcción de dos
edi cios diferentes en el mismo lote; y durante meses nadie se había atrevido a señalar el error. Un grupo de obreros estaba levantando un
galpón en un extremo, y otra cuadrilla había recibido orden de derribarlo, porque se habían modi cado los planes; pero el capataz de la
primera cuadrilla no había recibido aviso de los cambios introducidos. Se había comenzado la construcción de un gran edi cio para la
administración antes de haber excavado el lugar para los correspondientes cimientos; se habían tendido rieles sobre un lote destinado a
construcción... y así por el estilo, hasta que, presas de la más absoluta desesperación, en la imposibilidad de poner orden en la confusión,
resolvieron abandonar todo el proyecto.
Hasta aquí Tabori. Por cierto, un antiguo alumno mío, Horacio Antonio Serna, cursa en la actualidad sus estudios de doctorado en Varsovia, Polonia.
Sus relatos acerca de la aparatosa burocracia de dicho país, heredera de la Cortina de Hierro, están en la perspectiva mostrada por Paul Tabori.
En cuestión de papeles relevantes, la miniserie Chernobyl brinda unos arquetipos éticos llamativos, por una razón u otra, a saber: Valeri
Alekséyevich Legásov, interpretado por Jared Harris, y Uliana Jomyuk, interpretada por Emily Watson, dos guras cientí cas distintivas por su
elevado compromiso ético; Anatoli Stepánovich Diátlov, interpretado por Paul Ritter, el ingeniero en jefe adjunto de la Central Nuclear de
Chernobyl, además de supervisor del experimento fatal que derivó en el desastre correspondiente, cuya arrogancia y enanismo moral saltan a la
vista, al igual que Víktor Petróvich Briujánov, el arquitecto que dirigió la construcción de la Central y uno de los principales responsables del
accidente en cuestión; y Borís Yevdokímovich Shcherbina, interpretado por Stellan John Skarsgård, vicepresidente del Consejo de Ministros a la
sazón, quien supervisó con un notable sentido ético la gestión de la crisis respectiva. Entre otros personajes, incluidos los modestos ciudadanos de a
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4. pie, cuya ingenuidad resultó fatal en no pocos casos, como con muchos de los habitantes de la ciudad de Prípiat, niños incluidos, quienes, movidos
por la fascinación que sintieron al ver la alta columna luminosa que salía del reactor nuclear de marras, optaron por apreciarla mejor desde un
puente. En pocas palabras, todos ellos fallecieron un tiempo después a causa de la fuerte irradiación que recibieron. En particular, esta dramática
escena del puente motiva una buena re exión acerca de la necesidad imperiosa de educar a las sociedades contemporáneas en el modo cientí co de
entender el mundo. Sencillamente, el analfabetismo tecnocientí co puede acarrear consecuencias nefastas, sobre todo cuando se trata de
tecnociencia dominante de tres al cuarto.
En el año 2006, tras dos décadas de encubrimiento del desastre, Briujánov admitió su culpa al respecto. Son llamativas sus palabras sobre el
particular: “Hay que comprender las causas reales del desastre para saber en qué dirección se deberían desarrollar fuentes alternativas de energía.
En este sentido, Chernobyl no ha enseñado nada a nadie. [...] Los cientí cos, los ingenieros de construcción, los expertos de la scalía, todos
defendieron sus intereses profesionales y eso fue todo. Hubo un tejido de mentiras que nos distrajo de la búsqueda de las causas reales del
accidente. No solo somos nosotros: los estadounidenses, los franceses, los ingleses, los japoneses están escondiendo las causas reales de los
accidentes en sus propias centrales nucleares”. En suma, la tecnociencia imperante en el mundo, de corte dominante típico, tiene descompuesta la
brújula ética, un mal exacerbado por el característico monopolio radical de los expertos, que está en la base de la defensa de sus intereses
profesionales. Además, la propia historia de la ingeniería rea rma lo anterior habida cuenta de que el origen del término “ingeniero”, según destaca
con tino Bruno Jacomy, aclara mejor las cosas sobre el quehacer correspondiente. En efecto, el vocablo latino ingenium posee tres sentidos, a saber:
para construir ingenia (máquinas), el ingeniero debe poner en práctica su ingenium, esto es, su espíritu de invención, lo cual se le facilita al estar
dotado de ingenium en el sentido de inteligencia astuta. Ahora bien, el tercer sentido es realmente tenebroso, puesto que, como lo avala con tozudez
la historia misma de la ingeniería, el ingeniero jamás ha renunciado a su origen militar, por lo que el tercer sentido tiene que ver con la idea de
astucia, de traición, de maquinación. En otras palabras, el tercer sentido del término “ingeniero” es el del “Genio Malo” al suscitar descon anza y
temor. Por ende, la declaración previa de Víktor Petróvich Briujánov re eja con precisión el tercer ingenia del ingeniero, siempre presente en la
historia de los desastres de ingeniería. Por cierto, me pregunto qué título llevará alguna miniserie televisiva próxima sobre esta temática. Quizás
podría ser “Hidroituango”. Al n y al cabo, si esta represa fallase, quedaría como el segundo desastre de ingeniería en la Historia, apenas superado
por el accidente de la planta nuclear de Chernobyl.
Al pasar una revista detenida a la historia de la ingeniería en usia, tanto en la última etapa de la época zarista como en el período soviético, resulta
bastante llamativo el hecho que un notable ingeniero, Peter Akimovich Palchinsky, defendía con gallardía la idea de una tecnociencia con rostro
humano. Propiamente, dicho concepto recibió la atinada denominación de “ingeniería humanista”. Por desgracia, al hacerse Stalin con el poder,
tuvo lugar el Proceso al Partido Industrial en 1930, en el que resultaron juzgados y ejecutados muchos ingenieros rusos importantes, incluido
Palchinsky. Esto signi có una descapitalización crítica para la ingeniería soviética. De ahí en más, las nuevas generaciones de ingenieros soviéticos
estuvieron formadas sin contar con una base humanista que les permitiese poner en práctica una tecnociencia tanto con rostro humano como
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5. biocéntrica y convivencial por excelencia. Por supuesto los talones de Aquiles respectivos saltaron a la vista en los diversos planes quinquenales. En
otras palabras, como advertía con tino siglos atrás Baltasar Gracián y Morales, el conspicuo jesuita español del Siglo de Oro, ciencia sin seso, locura
doble.
Este certero y conocido juicio de Gracián permite rememorar la esencia del principio de responsabilidad pergeñado por el lósofo germano Hans
Jonas cual basamento de su concepción de una ética de alcance planetario para esta civilización tecnológica, ética en extremo indispensable a causa
del hecho que los impactos actuales de la tecnociencia amenazan a la biosfera como un todo, incluidas las generaciones que aún no han nacido. En
concreto, se trata de un principio que brilla por su ausencia en Chernobyl y tantos otros desastres de ingeniería, re ejo mismo de la ausencia de
formación humanista digna de tal nombre en los programas de estudios de ingeniería en sus diversas ramas. De hecho, insistía José Ortega y Gasset
en que los ingenieros y los cientí cos forman parte de las huestes de los bárbaros modernos, entendiendo por estos a aquellos seres carentes de
formación humanista, quedando así reducidos a una limitada, y peligrosa, visión tecnocrática. Es una manifestación del síndrome del caballo
cochero. De este modo, si el concepto de ingeniería humanista de Peter Akimovich Palchinsky y sus seguidores hubiese prosperado en el país de los
soviets, lo cual hubiese requerido por fuerza una historia alternativa, sin Stalin o cualquier otra gura autocrática de parecido jaez, cabe considerar
en forma razonable que desastres como el de la planta nuclear de Chernobyl y el del Mar Aral bien podrían no haber tenido lugar, desastres que
sucedieron al estar el gobierno de la antigua Unión Soviética en manos de tecnócratas de magín inope.
No solo el gobierno de la antigua Unión Soviética. En los últimos días, se han visto noticias preocupantes que vuelven a poner en entredicho el
gobierno de Vladimir Putin. Entre las mismas, cabe destacar la muerte de unos cientí cos de élite en la ciudad de Sarov, conocida durante la Guerra
Fría como Arzamas-16, una de las ciudades secretas rusas, el equivalente aproximado a Los Alamos. Tal accidente tuvo que ver con las pruebas de un
sistema de propulsión líquida que implica isótopos. De otro lado, a comienzos de julio de 2019, un submarino ruso espía de superprofundidades, el
AS-31, o Losharik, tuvo problemas en la costa norte respectiva. Y, semanas más tarde, un vertedero de municiones en Achinsk experimentó varias
explosiones a lo largo de cinco horas, de las que algunas causaron ondas de choque devastadoras y escombros esparcidos por el área. En suma, el
pasado verano, como señalan los medios, fue un mal verano militar ruso. En todo caso, al parecer, estamos ante una serie de desastres
tecnocientí cos cuya causa estriba en un exceso de trabajo derivado de la reducción del presupuesto de defensa de la Federación de usia a partir
del año 2016. Es decir, se les ha solicitado a los militares y al sector ruso de defensa que hagan más con menos, lo cual tiene sus consecuencias
negativas en cuestión de medidas de seguridad.
Desde luego, los desastres de ingeniería no son exclusivos del ámbito ruso habida cuenta de que los hay por todo el planeta. En todos los países, se
cuecen habas a este respecto, en todos lados hay Hidroituangos por así decirlo. En suma, como ya dije, el principio de responsabilidad de Hans Jonas
tiende a destacar por su ausencia en el mundo de la ingeniería aquí y en Vladivostok. De facto, se trata de un asunto que cuenta con una larga
historia. Si reparamos con cuidado, el primer desastre de ingeniería registrado fue el colapso de la célebre Torre de Babel, una construcción, quizás
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un zigurat, que tenía que colapsar por fuerza al haber estado hecha con adobes en vez de ladrillos. De este modo, no deja de llamar la atención que el
grueso de los ingenieros y cientí cos, junto con los políticos y administradores, tras miles de años de desastres comprobados, no hayan avanzado
en la misma proporción en materia de prácticas responsables y biocéntricas en lo que a esto concierne.
Fuentes relevantes
DECLE QUE, David, MAZIN Craig, STRAUSS, Carolyn, FEATHERSTONE, Jane (Productores) & RENCK, Johan (Director). Chernobyl [miniserie].
Estados Unidos y Reino Unido: HBO y Sky UK.
GRAHAM, Loren R. (2001). El fantasma del ingeniero ejecutado: Por qué fracasó la industrialización soviética. Barcelona: Crítica.
HODGE, Nathan. (2019, 13 de agosto). Un accidente mortal ocurrió en el extremo norte de usia y ahora un misterio nuclear persiste. Recuperado de
https://cnnespanol.cnn.com/2019/08/13/un-accidente-mortal-ocurrio-en-el-....
JACOMY, Bruno. (1992). Historia de las técnicas. Buenos Aires: Losada.
JONAS, Hans. (2004). El principio de responsabilidad: Ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Barcelona: Herder.
TABORI, Paul. (1995). Historia de la estupidez humana. Buenos Aires: Siglo Veinte.
WALSH, Nick Paton y HODGE, Nathan. (2019, 17 de agosto). Lo que la misteriosa explosión nos dice sobre el “arma del n del mundo” de usia.
Recuperado de https://cnnespanol.cnn.com/2019/08/17/rusia-explosion-misteriosa-arma- ....
WIKIPEDIA. (2019). Víktor Briujánov. Recuperado de https://es.wikipedia.org/wiki/V%C3%Adktor_Briuj%C3%A1nov.
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