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La noción de sustancia en Aristóteles
Eric Bermúdez
La búsqueda de la ciencia primera se revela como la búsqueda de la causa del ser en tanto algo que es, no en
sus manifestaciones concretas (géneros específicos) de las cuales se ocuparían las ciencias particulares, sino
en tanto su posibilidad general. Asimismo, el correlato lógico a lo ya expuesto no es sino la constatación de
que el ser se dice en muchos sentidos (categorías relativas a las ciencias particulares) pero que estos solo son
predicables en tanto que hay una categoría primordial -sustancia- a la que todas las demás hacen referencia
como atributos (Candel, 2018, pp. LIV).
De esta forma, la sustancia, y más en concreto la sustancia divina, se irgue como el objeto de estudio de la
metafísica. Sin embargo, la pregunta por la sustancia conlleva la problemática de los sentidos en los que esta
se dice; que, según Aristóteles, se dice que son cuatro: la esencia, el universal, el género y el sujeto (Metafísica,
VII [Z], III, 1028b34]. Así pues, el sujeto en tanto eso de lo que se dicen las cosas sin que este se pueda decir
de ninguna otra, es decir, objeto de predicación imposible de ser predicado, se revelaría como elemento
primero y por tanto equivalente a sustancia. No obstante, esto acarrea diversos problemas, pues si quitamos
del ente todos los atributos que de este se predican acabaremos concibiendo el sujeto como la materia
primera; materia cuya esencia es no tener esencia, ser pura indeterminación. Fenómeno que conduce a la
imposibilidad cognoscente del sujeto, pues solo conocemos formas, y a la aceptación del eslabón último de la
realidad como pura potencialidad en tanto que la materia indefinida puede ser potencialmente determinada
en multiplicidad de formas. No obstante, al no existir la materia en estado independiente (Jaeger, 1999, pp.
202) sino solo concretada en una forma dada (estructura hilemórfica), esta no puede ser sustancia en tanto
que ser capaz de existencia separada y de ser algo determinado pertenecen en grado sumo a la entidad y, en
consecuencia, al sujeto (Metafísica, VII [Z], III, 1029a29). Esta matización de la definición de sujeto responde a
la imposibilidad de predicar algo sobre un objeto indeterminado (Carvajal, 1992, pp. 909), pues nuestro
lenguaje y nuestro pensamiento solo pueden conocer formas y, por tanto, solo pueden predicar estas, lo que
supondría predicar formas de una no-forma (sustrato material). En definitiva, el ser de la materia es otro que
el de las determinaciones categoriales que se dicen de ella (Metafísica, VII [Z], III, 1029a21).
Consecuentemente, la materia primera queda relegada a ser un fundamento de una parte de lo existente
(entes hilemórficos) necesario, así como el elemento subsistente en el cambio sustancial, pero no suficiente
para dar explicación al modo de ser especifico de la multiplicidad de dicha parte de lo real.
Así pues, la forma como causa que hace que algo sea lo que es -determinado y diferenciable (independiente)-
la hace equivalente a sustancia. De esta forma, la sustancia como esencia se articula como la definición, es
decir, como enunciado de lo estrictamente necesario para la constitución de la unidad de un sujeto dado. Dicha
enunciación se fundamenta en la diferencia última, en eso que irgue como ente independiente a la especie
última de un género. Por otra banda, la causa formal reúne, en última instancia, la causa eficiente y la final en
tanto que las cosas se mueven según eso que son; por ejemplo, el hombre genera al hombre iniciando,
consecuentemente, el movimiento específico que realiza el hombre. Asimismo, este último ejemplo constata
el carácter de incorruptibilidad de la forma, no en el sentido platónico (separabilidad de la materia y por tanto
inmutabilidad) sino en tanto que preexiste en acto en otro individuo de la misma especie del cual lo recibe el
individuo generado (Carvajal, 1992, pp. 914). Finalmente, cabe aclarar que ni el género ni el universal son
sustancia pues, por una banda, el género depende de las diferencias y por la otra, el universal siempre se
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predica de otra cosa, es decir, nunca es sujeto por sí mismo; esto constata que la sustancia en Aristóteles es
concreta y propia de cada cosa, es decir, que la forma no es un universal, sino que es la cosa misma (Carvajal,
1992, pp. 913).
Así pues, una vez delimitada la noción de sustancia, cabe dar cuenta de sus tipos:
- Sustancias sensibles corruptibles: entes del mundo sublunar que sufren un constante movimiento de
alejamiento y acercamiento hacia sí mismos en tanto que, al estar compuestos también por materia,
sufren de su potencialidad propiciadora de mediaciones hacía nuevos actos por causas externas
(accidentales). Tal es el caso de una flor que por causa del fuego transita hacía la forma de ceniza sin
que esta fuera un estado necesario ni constituyente de su entidad (flor). Dichas sustancias son el
primer objeto de estudio en la metafísica ya que, a nivel metodológico, Aristóteles expone que es
mejor investigar eso que conoce mejor uno para proceder hacía lo más cognoscible por sí mismo.
- Sustancias sensibles eternas: entes supralunares afectados únicamente por el cambio local que, a su
vez, al seguir la regularidad del movimiento circular se aproximan a la inmovilidad de la divinidad.
- Sustancias suprasensibles: ente puramente formal y en consecuencia inmóvil al ser puro acto
(motores de las esferas celestes y motor último o motor inmóvil).
A su vez, todas las sustancias constituyen una serie jerarquizada en la que cada una depende de la anterior y
todas, de la primera de la serie, es decir, del motor inmóvil. En este sentido, la metafísica es teología en tanto
que estudia la sustancia en grado sumo: la divinidad que, en última instancia, es causa del movimiento tanto
a nivel efectivo como final. Sin embargo, el estudio de esta debe lidiar con las limitaciones del humano; cuyo
pensamiento, al estar separado de sí mismo (pues siempre piensa en otro objeto y es pura potencia hasta que
intelige -entendimiento pasivo- en contraposición al pensamiento que se piensa a sí mismo) coincide con un
ser que nunca logra coincidir consigo mismo1
(Aubenque, 2018, pp. 413). Así pues, el ser no es ya ese objeto
inaccesible que estaría más allá de nuestro discurso, sino que, al menos ese del cual hablamos (sustancias
sensibles), se revela como el correlato de un pensamiento en movimiento cuyos objetos no son sino entes
también móviles. (Aubenque, 2018, pp. 409). A modo de conclusión, la noción aristotélica de sustancia como
esencia y sujeto no es sino el intento, inscrito en una ontología del límite, de dar con los atisbos de inmovilidad
(acto) dentro de una multiplicidad cambiante sin negar la propia realidad del cambio. A este respecto, dado
que el objeto siempre está en movimiento2
, solo podemos calificar su esencia en tanto eso que fue necesario
que fuera (τό τί ἧν εἴναι), pues en el ahora el objeto se encuentra en un alejamiento de eso mismo que fue, o
con miras al futuro, en tanto el fin de su movimiento, pero nunca del presente dado pues ni siquiera nuestro
pensamiento se encuentra en este.
Bibliografía
- Aristóteles (2018). Metafísica (Tomás Calvo, trad.). Madrid: Gredos. [Se ha utilizado esta edición para la lectura
de las fuentes primarias (fragmentos) y para el estudio introductorio (Miguel Candel)].
- Aubenque, P. (2018). El problema del ser en Aristóteles. Salamanca: Escolar y Mayo.
- Carvajal, J. (1992). El problema de la sustancia en la "metafísica" de Aristóteles. Dialnet, 1º, 889-926.
- Jaeger, W. (1999). Metafísica, en Aristóteles. Madrid: Fondo de cultura económica de España.
1 En consecuencia, solo podemos pensar a dios de forma abstracta como condición necesaria y última de la realidad.
2 Debemos entender el movimiento desde su carácter ambivalente como escisión que aleja del ser, a la par que correctivo
de esa misma escisión en su tender hacia el cese del movimiento mismo, hacia el acto, hacia dios.