1. Paradojas de la vida
Por José Félix Lafaurie Rivera*
La leche pasteurizada parece no ser un buen negocio para la industria
procesadora. La leche en polvo, tampoco parece serlo. Su interés está en los
yogures, quesos y otros derivados lácteos, que son los productos que mayores
ingresos le generan.
Es paradójico que un país que produce 6.500 millones de litros de leche al año,
premiado por la naturaleza para producir leche en grandes cantidades y de alta
calidad, su población, especialmente la de menores recursos, tenga que privarse
de su consumo y alejarse de los estándares internacionales, y solo hacerlo por
parte de los sectores de altos ingresos, cuando estos pueden comprar un queso,
un yogurt o un litro de leche ultrapasteurizada. La leche larga vida cumple igual
función y aunque su conservación es menor, su precio y condiciones de
preservación están más acordes con la realidad socioeconómica de nuestro país.
Hoy en día el manejo y comercialización de la leche ha cambiado: se requiere
menos logística de transporte y no se requiere frío. Hace 10 años, para llegar a los
sectores populares, las tiendas deberían tener frío (neveras), y se requería
reemplazar la leche cada dos o tres días por el vencimiento. Había que hacer un
gran esfuerzo para atender esos estratos. Con las leches de larga vida, no se
requiere nada de eso. No hay disculpa por el lado tecnológico, para no llevar
leche a los sectores populares, porque no requieren frío y los vencimientos
alcanzan hasta los seis meses.
Sin embargo, la tendencia de las ventas de la industria devela su estrategia de
negocios. Según la Encuesta Anual Manufacturera del DANE (2000 – 2006), la
participación de las ventas de leche líquida dentro de los productos lácteos –
léase procesados por la industria– disminuyó al pasar de 45% a 37% entre estos
dos años. Lo mismo ocurrió con las ventas de leche en polvo, que pasaron de
21,5% a 19%, en tanto que las ventas de yogurt aumentaron su participación de
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10 a 12%, las de quesos saltaron de 7% a 8,6%, y la de otros productos lácteos,
remontaron de 17% a 23,3%.
En esos mismos años, los ganaderos, gracias a las mejoras en productividad,
aumentaron el volumen producido en 780.000 litros, de los cuales la industria
absorbió 511.000. El resto fue a parar al mercado informal. Es paradójico: los
ganaderos producen más, aumentan su productividad, pero ganan menos; los
procesadores se concentran en los nichos donde les genera mayores utilidades,
no las redistribuyen en la cadena y se niegan a tocarlas aún cuando su proveedor
esté al borde de la quiebra. Los cruderos se convierten así, en el mejor regulador
de la oferta para la industria, en el colchón de seguridad de oferta.
Estas cifras confirman las tendencias observadas en el consumo per cápita de
leche. En los estratos altos el consumo por habitante no solamente es mucho
mayor (166 litros/año), sino que cada día la industria procesadora contribuye a la
concentración del consumo. Entre estos dos años, el consumo en éste estrato
aumentó en 24 litros, en tanto que el consumo del estrato medio pasó de 70,6
litros/año a 82,1 litros/año (aumentó 11,4 litros) y el del estrato bajo sólo lo hizo
en 4,5 litros (pasó de 30,1 a 34,9 litros al año). En ese mismo período la población
colombiana aumentó en 3,1 millones de personas, lo cual obliga a preguntarse,
¿qué pasará en los próximos seis años, cuando nuestra población aumente en
similar proporción?
Es evidente que en todo el mundo económico está en primer plano, la
preocupación de cómo darle mayor valor agregado a los productos para generar
mayor ingreso –y Colombia no tendría por qué ser la excepción–, pero la
desigualdad social no se mide sólo en proporción a la diferencia de ingresos o de
patrimonio. También se mide en la restricción de oportunidades que tiene la
gente para acceder a la educación, a la salud y a la alimentación.
Estamos frente a este último evento, en el cual priman las teorías de mercado
relacionadas con la generación de valor agregado para los accionistas sin
importar los impactos negativos colaterales. Frente a estas teorías también se
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encuentran las del potencial del mercado de los sectores con menor poder
adquisitivo. Lo único que tienen los pobres es su pobreza. Indudablemente en
Colombia, 20 millones están consumiendo.
Sí la ingesta de leche de los colombianos llegara al nivel de consumo por persona,
recomendado por la FAO, tendríamos que producir 8.100 millones de litros al año,
un 25% más de la producción actual, pero no tendríamos cómo hacer para que le
llegue a nuestros compatriotas de menores recursos. Estamos condenados: mal,
si se produce leche; y mal, si no se hace. Allí hay un espacio y una sindéresis social
y económica –si se quiere–. Paradojas de la vida.
* Presidente ejecutivo de FEDEGÁN