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si en %
u «Introducción a la mitología grie­
ga· CH 4102), CARLOS GARCÍA CUAL km u oomo
objetivo tacilitar h aproximación a los antiguos rela­
to* que Li integran y ofrecer jlgurns reflexione» pre
vUa a ui lectura o rcleitura, HISTORIA, NOVELA Y
TRAGEDIA invita a releer y repensar tic forma uige*
renle y original algunos texto» cLiaico· y otro· que
acaso no hayan akan/ado oía categoría pero que
merecen atención por m i* eco· en la literatura posie-
rio#. El desarrollo de la narrativa hutórtca griega (con
un interesante capitulo dedicado a Jenofonte I, d dd
género novelesco -y notoriamente el ungular papel
desempeñado en ambo* por la figura de Alejandro
Magno-, y por último uno* uigcrentes capitulo*
dedicado· al h*roe trágico y a Euripidei y m is ultiman
tragedias son los tres grandes núcleo* en torno a los
cuales gira el volumen.
El libro de bolsillo
1 Her a t u r a
Carlos García Gual
Historia, novela
y tragedia
El libro de bolsillo
Ensayo
Alianza Editorial
Literatura
Diseño de cubierta: Alianza Editorial
Ilustración: Pclikéática de figuras rojas. Berlín, Staatliche Musern
ni Berlin. Antikenmuseun
O Carlos García Ciual, 2006
ffi Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2006
Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid
'telefono 913938888
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ISBN: 84-206-6008-6
Depósito legal: M. 49.779-2005
l:otocomposición e impresión: Fernández Ciudad, S, L.
Coto de Doñana, 10.28320 Pinto (Madrid)
Printed in Spain
Prólogo
Los antiguos griegos no sólo inventaron todos los géneros
de nuestra tradición literaria, sino que al crear sus prime­
ros modelos orientaron de manera decisiva el curso de esa
tradición. Está muy claro que la producción de esas obras
pioneras, situadas en los albores de la literatura por su cro­
nología y también por su propia calidad narrativa, com­
puestas unas en verso y otras en prosa, precedió a todas las
preceptivas literarias. Cuando, unos siglos más tarde,
Aristóteles en su Poética analizó los géneros más clásicos
de esa tradición (es decir, fundamentalmente la épica ar­
caica y la tragedia clásica), lo hizo analizando los textos ya
paradigmáticos, como eran los poemas homéricos y las
tragedias de Sófocles. A partir de los textos ejemplares ya
existentes se forjó la teoría. En cambio, el Estagirita se ocu­
pó poco (por lo que sabemos por sus obras conservadas)
de otros géneros escritos en prosa, como las obras filosófi­
cas y las históricas, y tampoco pudo tratar, claro está, de
un género que tardaría en aparecer cerca de tres siglos des­
pués de su muerte: la novela, ese relato largo de ficción sin
mitos cuyo tema era el amor y las aventuras de los jóvenes
amantes.
7
« <:λ κ ιο ν ( ;λ ι« Ι λ (,γ 'λ ι
'l'ambién aquí nuestra tradición literaria encuentra sus
orígenes y paradigmas en admirables textos griegos, que, en
ciertos campos, como os el caso de la Filosofía y la Historio­
grafía, suministraron los ejemplos destinados a convertirse
en textos canónicos para una larga posteridad. Y, desde lue­
go, no sólo en la tradición griega, sino a continuación en la
romana, y luego en la europea desde el Renacimiento. De
otro modo sucedió con la novela, el último género inventa­
do por los griegos, ya en una época tardía, casi en el cre­
púsculo de su cultura, muy avanzado el período helenístico.
Ni siquiera dieron nombre al género. Y, aunque la novela
griega fuera un género de producción prolífica y popular,
quedó al margen del canon de los grandes modelos clásicos.
I>ehecho, sólo tenemos cinco novelas conservadas por ente­
ro, pero sabemos, por algunos fragmentos papiráceos y por
algunas citas y resúmenes, que hubo muchísimas novelas, y
probablemente mucho más variadas de lo que sugiere esa
breve selección.
lin todo caso, tanto el relato histórico como el novelesco
están escritos en prosa, y no tienen un trasfondo mítico,
como lo tuvieron los géneros más clásicos (la epopeya, la
tragedia y, en buena medida, la lírica arcaica). Historiografía
y novela se refieren a un mundo sin mitos y sin musas, pues
tanto el historiador como el novelista construyen sus relatos
a partir de sus experiencias o sus propias imaginaciones.
Tienen una nueva libertad, condicionada en el caso del his­
toriador por su anhelo de atenerse a la verdad bien investi­
gada, y en el del novelista por mantener una ficción verosí­
mil. (Cierto es que el criterio de lo verosímil no parece ser el
mismo que tenemos nosotros yque en algunas novelas grie­
gas aún aparecen en el trasfondo los dioses, pero unos dio­
ses más bien distantes yde perfil distinto a los de la épica y la
tragedia.) F.n uno y otro caso, sin que hubiera una precepti­
va previa con unas claras normas, esos primeros textos sir­
vieron de modelos y pautas a los siguientes, pero siempre
IM t O IO U ! 9
con un gran margen para las variaciones tanto de enfoque
como de eslilo (como puede verseen el contraste entre He­
ródoto y Tucídides, y entre Caritón y Longo y Heliodoro,
por ejemplo).
En los ensayos recogidos en este libro he tratado de anali­
zar y comentar cómo fueron desarrollándose esos géneros
que avanzaron en su trayectoria sin un esquema programá­
tico previo, pero lo hicieron contando desde muy pronto
con una tradición yjugando con ella (ya sea historiográfica
o novelística). I:s muy interesante observar cómo los histo­
riadores griegos quisieron dar la imagen de una historia
continuada, en línea unos tras otros, aunque fuera con esti­
losy enfoques divergentes. Por otra parte, los novelistas ma­
nejaban toda una serie de tópicos que demuestran que ya
habían leído otras novelas al construir su nueva ficción de-
amor y aventuras, lis decir, siempre se compone teniendo en
cuenta relatos precedentes. listo es lo normal en cualquier
tradición literaria, pues siempre se escribe a partir de lo ya
escrito antes por otros. Pero el interés de los ejemplos grie­
gos estriba en gran medida en que esos textos inauguran
una larga tradición, y los griegos fueron los pioneros en la
transmisión de la literatura occidental.
He querido también destacar cómo se define, frente a
esos esquemas, algún subgénero narrativo, como es la bio­
grafía en el terreno de la historiografía, o cómo conviene
distinguir entre tipos de ficción de diverso origen y compo­
sición divergente, como es el caso, en general y desde luego
en el ámbito griego, de la novela breve frente a la larga, de in­
tención sentimental, que quizás podríamos llamar prerro­
mántica, con su entramado un tanto tópico de escenas de
amor y aventura. Hn fin, estas páginas son apuntes para in­
vitar al lector a la reflexión y la rclectura de textos clásicos o
textos que, como esas antiguas novelas, merecerían mayor
atención por sus ecos en la literatura posterior (ya en la
bizantina y en la novela barroca). No son ensayos de corte
to C A K I.O M iA K t:lA liU A l.
formalista, sino que siempre sitúan los relatos en precisos
contextos. E insisten en la importancia que a menudo tienen
el contexto histórico yel entorno cultural en la evolución del
género. Por ejemplo en cómo, en el caso de la figura de Ale­
jandro Magno, el aura mítica del personaje produjo la des
viación de su Vida hacia una fantástica y fabulosa/Fcr/riu de
singulares ecos en la literatura novelesca medieval.
Al final, como un punto de contraste con las reflexiones
anteriores sobre los comienzos y caminos de la historiogra­
fía, la biografía y la novela, he querido recoger unas páginas
acerca del teatro de Kurípides y sus últimas tragedias (que
son, en definitiva, el final de la tragedia clásica). También en
esos finales del tratamiento dramático del mito, ya en el cre­
púsculo del teatro ático, podemos subrayar cómo la tradi­
ción se gasta yse recompone y renueva deslizándose hacia
formas literarias más modernas y menos clásicas (más deca­
dentes, según Míetzsche), como el melodrama o la comedia
con tintes novelescos.
He reunido este grupo de ensayos, redactados en ocasio­
nes diversas» algunos publicados en libros ya agotados o en
revistas de hace algunos años, con la idea de que quizás si­
gan conservando su atractivo para los lectores interesados
en el mundo antiguo y la gran tradición de la literatura eu­
ropea que comienza en (¡recia. No pretenden ser lecciones
académicas, sino sólo unas cuantas sugerencias y perspecti­
vas, surgidas de una lectura atenta de los espléndidos textos
griegos.
C. G. G.
Madrid, octubre, 2005
La narrativa histórica griega
i
Estas breves páginas quieren sólo invitar a reflexionar so­
bre el carácter determinante que tuvo el enfoque de los
dos primeros historiadores griegos en la constitución de
la historia occidental como un género literario específico,
ajustado a un relato polémico y político. La narración
historiográfica fue un invento griego, condicionado por
su propio contexto histórico (la ilustración ateniense, la
imparcialidad del viajero exiliado, la óptica democrática,
etcétera) y cultural (la distancia frente a la épica, la forma
abierta en prosa, la sofística, etc.), pero por encima de es­
tos condicionantes la diversa personalidad de Heródoto y
de Tucídides orientó sus investigaciones sobre los hechos
historiables en dos sentidos un tanto opuestos. Por lo me­
nos, en cuanto a la perspectiva fundamental, Tucídides
quiso corregirla óptica y el programa de su precursor.
De todos modos, estos apuntes son sólo unos cuantos
comentarios abiertos e inconclusos, y, por otro lado, no
demasiado originales. Podrían verse como un sencillo
il
12 O N K IX IS ÍJA R C fA G U A l.
comentario a unas páginas de A. Momigliano» o a unos
pocos párrafos, como estos que citaré a continuación,
procedentes de ia selección recogida en A. Momigliano,
Lti historiografía griega (trad. esp.*, J. Martínez Gázquez,
Barcelona, lid. Crítica, 1984).
Tenemos ahora en castellano algunas nuevas traduc­
ciones de Tucídides, nada menos que cuatro, y tres de
Heródoto, además de la admirable versión anotada de
C. Schrader (en «Biblioteca Clásica Credos», en cinco
tomos). listas notas son sugerencias para su lectura.
Señala, pues, A. Momigliano:
lintre Heródoto y las crónicas orientales se levantan tres dife­
rencias:
1. Las crónicas orientales son más bien monótonas en los
motivos de las guerras. Usté o aquel pueblo han cometido al­
gún delito típico -traición, conspiración, rechazo del pago de
algún tributo- y han sido castigados.
2. La guerra es valorada casi exclusivamente desde el punto
de vista deJ vencedor. Las derrotas se disimulan. No conozco
historia análoga a la de los espartanos en las lermópilas.
3. I*.l rey vencedor identifica automáticamente la causa pro­
pia con lacausa de sus dioses y presenta lavictoria como unjui­
cio divino a su favor.
Podemos decir con certeza al menos que, por lo quesabemos,
Heródoto fue el primero que organizó una vasta investigación
sobre una guerra ysuscausas. Éstaes de hecho la herencia deja­
da por Heródoto ala historiografía europea, una herencia envi­
diable (o. c., pág. 155).
Es hasta demasiado obvio que 'Incididos determinó en definiti
va el veredicto de la Antigüedad sobre su predecesor. Leyó (o
escuchó) atentamente su Heródoto ydecidió que la forma liero-
dotea de afrontar la historia era peligrosa. Para escribir historia
en serio era necesario ser contemporáneo délos hechos en dis­
cusión yconseguir comprender lo que decía la gente. La histo-
WN
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AH
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IO
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t.K
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ria seria, según Tucídides, no sc ocupaba del pasado, sino sólo
del presente; no podía ocuparse de países lejanos, sino sólo de
lugares en los que vivía el historiador y de personas cuyos pen­
samientos podía exponer sin dificultad con palabras propias.
Tucídides no creía que el intento herodoteo ele escribir hechos
que el autor no había vivido y de narrar la historie) de hombres
de los que no entendía la lengua pudiese tener futuro (o. t,
pág. 137).
Kn algunos bustos antiguos, bifrontes como el dios
Jano, aparecen los rostros de Heródoto y Tucídides en la
misma cabeza, mirando cada uno en sentido opuesto. De
un lado, ese apareamiento indica una continuidad; del
otro, una divergencia. 'Tucídides continúa a Heródoto,
sin decirlo expresamente, pero dándolo a entender cuan­
do relata esquemáticamente la Pentecontecia como un
«espacio abandonado» (l, 97), es decir los cincuenta
años que van desde el final de las Guerras Médicas al co­
mienzo de la Cíuerra del Peloponeso, tema de su gran re­
lato. Heródoto, «padre de la historia», inicia una narra­
ción que encuentra su continuación en la obra de
Ticídides. Jenofonte en sus Helénicas y Teoponipo (en
sus Helénicas y luego en sus Filípicas) comienzan su rela­
to declaradamente «donde se interrumpe Tucídides». Se
forma así una historia perpetua en la que el historiador
parle del lugar en que acaba la narración de su predece­
sor. Polibio afirma que continúa la narración de Timeo y
de Arato; y en Posidonio y en Kstrabón encontramos la
misma idea: proseguir la historia ya comenzada, avanzar
el relato recogiendo la antorcha, coma el corredor de la
carrera de relevos. Notemos que, al aceptar esa continua­
ción, estos historiadores aceptan también la óptica de su
predecesor, es decir, fundamentalmente, la de 'Tucídides,
mientras que ent re éste yel fundador de la serie, Ileródo-
«'.Ακι.ι >
s (;a u c ia <;i 'm
to, las divergencias son mucho más notables on cuanto ai
enfoque y a la técnica narrativa. (Cf. L. Canfora, Letturc
critiche, Milán, 1975.)
Dos rasgos para subrayar: Heródoto inaugura ese gé­
nero narrativo, pero Tucídides reajusta el objetivo dejan­
do una impronta imborrable en la tradición historiográ-
fica posterior, más adicta a él que a su predecesor. (Frente
al ciclo épico surge la cadena historiográllca.)
En esa historia continuada prevalece -con la excepción
tal vez de la obra de Posidonio, que conocemos m al- la
orientación tucididea de la historia política y pragmática,
descartando la panorámica más amplia, cultural, antro­
pológica, que ofrecía la obra de Heródoto, en su enfoque
inicial. Los sucesivos historiadores griegos, que comien­
zan por darnos su nombre y el de su ciudad, actúan como
testigos y relatores críticos de un tiempo próximo, aten­
tos a los sucesos de relevancia bélica y política, expresan­
do en su escueta prosa la lección de los acontecimientos
que consideran útil para un juicio sóbrela época y de una
perenne valide/, en su significación moral.
Para la construcción de sus relatos los historiadores
griegos se fundan primordialmente en la propia observa­
ción de los hechos. Lo mejor es la propia experiencia di­
recta, la visión inmediata de las batallas y de las actuacio­
nes políticas, pero a falta de ella la referencia a testigos
inmediatos. Sólo secundariamente a documentos y a in­
formaciones de tercera mano. Lo fundamental es la au­
topsia* la visión propia, y luego el análisis de esa autopsia
de los datos en frío.
Antes de I leródoto están las narraciones del epos y las
periegesis y peripios, de carácter local, monográfico, y
las historias locales basadas en tradiciones menores, a
menudo ligadas a mitos. Frente a ello -con algunos pre-
UN
A
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R
A
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lO
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jU
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i.O
A J5
ccdcntes como Hecateo, por ejemplo-, la obra de Heró­
doto supone un enorme avance. Puede ser considerado el
«creador de la Historia» como Esquilo lo es de la Trage­
dia, no porque no tuviera predecesores, sino porque su
obra supone el logro definitivo en la consolidación de un
género literario y un hito clásico, de un vigor ejemplar e
insuperable.
Es también Heródoto quien introduce la palabra histo­
rie para designar ese género en prosa. Una palabra que en
griego tiene el sentido de «investigación», «encuesta»,
muy próximo al actual de «reportaje». (Todavía Aristóte­
les escribe una historia de los animales y Teofrasto una
historia de las plantas, con ese mismo sentido tie «inves­
tigación» personal, en unos campos en que la historia en
el sentido posterior apenas existe.)
La historia se opone al mythos en cuanto supone una
experiencia personal, una constatación de hechos, un
testimonio directo, de lo real y verdadero, frente a lo na­
rrado por otros y referido a tiempos lejanos, sucesos fa­
bulosos que nadie ha visto. Como el mito, la historia es
una narración, pero su forma es significativamente la
prosa, frente al artilugio de la forma poética, del verso so­
lemne y tradicional, ligado al mundo de la oralidad. La
oposición entre historie y tnythos es aún más radical que
la de mythos y lógos, ya en Heródoto y sobre todo a partir
de Tucídides. Mientras que el mito está ligado siempre a
una tradición inmemorial, la historia surge con la escri­
tura, es testimonio escrito, reconstrucción literaria (en el
mejor sentido del término, que no incluye la subjetividad
y la retórica, que también se introducen en el relato histó­
rico, a pesar de la intención de objetividad del historia­
dor). (Cf. J. Lozano, Hl discurso histórico, Madrid, 1987,
págs. 113ysigs.,cap. Ill: «La Historia como narración».)
<:a k u ).s <;a k c (a (;u a i.
Es muy interesante subrayar que Tucídides no emplea
el término de historia, sino que para referirse a su obra
u(iliza el de syggraphé. Syggrapheús es el escriba que da fe
de un determinado aclo, sea jurídico o histórico. Pero
junto al hecho de escribir, grdphd, está también el de se­
leccionar yjuntar determinados hechos en una composi­
ción cuyo sentido depende de esa misma estructura de
composición y selección previa. El prefijo griego syn alu­
de a esa trabazón de lo histórico, que no está tanto en la
realidad como en la misma concepción crítica y en la vi­
sión personal del autor del relato histórico.
El hecho de que Tucídides se presente como el que sy-
ttégrapse tdn pólenton de los peloponesios y los atenien­
ses es muy revelador. Resulta un poco forzado el hacer de
la guerra el complemento directo de ese verbo que según
I.. Edmunds tendría un significado de «atestiguar». Syn­
grapho es componer un testimonio escrito de, acentuando
el componer junto al mero testimoniar. También de la
obra histórica de su contemporáneo Helánico de Mitile-
ne habla 'tucídides como syggraphé (!. 97).
2
Que tanto uno como otro término, historie y syggraphé,
se utilizaban sin un sentido técnico podemos verlo clara­
mente en un curioso fragmento de Heráclito (129 DK):
«Pythagórés Mnesdrchou historien éskesen anthropón
mdlista prfntón. Ka) ekiexdmenos taútas tds syggraphás
epoiésato heóutou: sophfén,polymathfén, kakotechníén».
Trad, de Λ. García Calvo: «Pitágoras el de Mnesarco se
ejercitó en la investigación más que ninguno de los hom­
bres todos. Y también, escogiendo (de sus resultados), se
U NARRATIVA HISTORICA «R U T,A / 7
preparó estos libros a su propio nombre: “Inteligencia,
Plurisciencia, Malamaña”». (Cf. comentario interesante
en Razón común, Madrid, 1985, págs. 88-89.)
Otra versión dice: «Pitágoras, el hijo de Mnesar-
co, practicó la investigación más que ninguno de los
hombres; pero, haciendo su propia selección, estos es­
critos compuso a su nombre: Sabiduría, Erudición, Es­
tafa».
Otro fragmento de lleráclito -35 I)K - afirma: «De
muchas cosas han de ser investigadores los hombres filó­
sofos».
«Oiré g()r nidia pollón hístorasphilosophous cinai,»
Kse investigar de muchas cosas no tiene que ver con la
poiymathíe, «erudición» tan denostada por Heráclito,
sino con la búsqueda de la verdad, la alétheia, que es difí­
cil de descubrir.
Y hablando de «investigar», no olvidemos una frase de
Neráclito, esa que afirma que «malos testigos son ojos y
oídos para los hombres que tienen almas bárbaras» (frag­
mento 107 DK).
«Kako) mdrtyres anthropoisin ophthahno) ka) óta, bar-
bdrouspsychds echóntón.»
Vengamos a examinar el comienzo, muy comentado ya,
de la Historia de Ileródoto, que explícita sus objetivos ysu
intención, el horizonte de su investigación ysu temática.
·</lerodótou ¡{atikarnasséos histories apódexis héde, os
mété tágenómena exanthrópán tói chrónóiexítélagénétai,
mete érga megála te ka) thómasta, tit men Hellési, tü dé bar-
baroisi apodechthénta, akleá génétai, tá te (illa ka di* hén
aitíén epolémésan allcloisi.»
junto a historie aparece el término apódexis, que resul­
ta muy relevante (luego vendrá a significar «demostra­
ción», incluso en lógica y matemáticas). Tomo unas líneas
¡H C A K I.O S ÍiA K Ü ÍA C .U A l·
de K. A. Havelock, en su Cultura órale e civiltíí delta scri-
tura (trad. ital. de Preface to Plato), Bari, 1973, pág. 269»
nota 8 al cap. III:
Kl término apódexis contenido en el proemio de Heródoto im­
plica sin dudas la publicación oral (Pearson, Early Ionian Histo­
rians, pág. 8, es de otra opinión), a la manera tradicional del
epos, para servir a la finalidad épica definida en el resto de la
frase (ya que la última proposición, que introduce los aítia, pa­
rafrasea la Ufada 1,8). Per contra, el consciente contraste traza­
do por Tbcídides (I 22,4) entre su κτήμα ές α ίεί y el αγώνισ­
μα ές τό παραχρήμα άκούειν de sus precursores identifica
sin dudas el influjo permanente de un manuscrito compuesto
estilísticamente para unos lectores, en contraste con los efectos
más efímeros de una composición destinada a la recitación en
una «competición» oral, interpretación reforzada por la penúl­
tima frase: καί ές μέν άκρόασιν ίσως το μή μυθώδες αύτών
ά τερπέστερυν φ α ν ε ίτ ε . («Quizás para una audición la lalla
de mitos la haga parecer menos atractiva.») Pero confróntese el
modo como Turner trata la cuestión entera, que a mi parecer
trastorna la lógica histórica: Heródoto,afirma 'lúrner, adopta
«la nueva técnica publicist ica», mientras que la concepción que
Tucídides tiene del propio valor es más «arcaica». Protágoras
publicó oralmente (l)iógenes Laercio, IX 54) y esta práctica fue
continuada por Isócrates (c(.Antid. init.).
(Hl libro aludido de E. G. Turner es Athenian Books in
the Fifth and Fourth Centuries B. C„ 1952.)
La traducción de C. Schrader de este proemio dice así:
«fota es la exposición del resultado de las investigacio­
nes de I leródoto de Halicarnaso para evitar que, con el
tiempo, los hechos humanos queden en el olvido yque las
notables y singulares empresas realizadas, respectiva­
mente, por griegos y bárbaros -y, en especial, el motivo
de su mutuo enfrentamiento-queden sin realce».
ΙΛ ΝΛΚΚΑ'1'IV A HI.S'I O R IC A < ίΚ ΙΗ ·Α 19
Hn esta ver.sión lan cuidadosa quedan tal vez poco de
relieve las resonancias épicas del adjetivo akleá. Kl histo­
riador vela por que los grandes y admirables hechos -crga
ntegáUi te ka) thomastd- no carezcan de kléo$> la gloria
que buscaban los héroes y las hazañas épicas. Hay, por
otro lado, un claro paralelismo entre ía genómemt y ta
érga; el primer término se referiría a los acontecimientos
y sucesos humanos en general, mientras que el segundo
se ajustaría más específicamente a las hazañas bélicas
de griegos y bárbaros. Esta división de la humanidad
entre griegos y bárbaros, esencial en la concepción helé­
nica del mundo, es a la vez muy significativa de la pers­
pectiva de 1leródolo, un jonio a caballo entre dos conti­
nentes. Frente a él Tucídides se centra en un conflicto
entre griegos, y desprecia a los bárbaros, con un heleno-
centrismo que muestra, en comparación con el horizonte
de Heródoto, un fuerte tono ático.
La traducción de Schrader, buscando un mejor efecto
retórico, ha introducido «el motivo de su mutuo enfren­
tamiento» en el párrafo anterior, mientras que el texto
griego deja al final la frase «y especialmente por qué cau­
sa guerrearon unos contra otros», muy de acuerdo con el
plan general de la obra.
3
Kl retórico Máximo de Tiro opone la modestia de Home­
ro a la importancia que se dan a sí mismos los historiado­
res, que inician su narración dando su nombre al co­
mienzo. Pero ese afán de firmar el relato tiene un doble
motivo: el historiador es un testigo que nos presenta su
propio testimonio y debe comenzar por presentarse y, en
20 <'AKI.OSt ·ΛΗ<:fA («ti'AI.
segundo lugar, es un autor muy consciente de que su pro­
pia posición y personalidad avala lo relatado. También es
sintomático que nos dé el nombre de su ciudad: no escri­
be tan sólo para sus conciudadanos, sino que publica un
texto que está destinado a una amplia difusión. Heródoto
de Halicarnaso o de Turios es ya una referencia a una
perspectiva personal clara.
Kn ese sentido, aunque sepamos que el ilustrado jonio
dio una resonante lectura de sus investigaciones en Atenas,
y obtuvo un buen premio por su obra -com o un reputado
sofista podía lograr con sus discursos de aparato y sus
lecciones-, no hay que olvidar que ya i leródoto pretende
ante todo legar una obra escrita. Antes de él ya lo hizo
Hecateo. Y es muy ilustrativo recordar las primeras líneas
de su texto (pronto perdido):
«Hekataios Milesios hade mytheitai. Tdde grdph()> hos
inoi dokei alcthéa cinai. Hoi gar Helletwn lógoi pollo) ka)
gelotoi, hósenwfphaínontai>eisín».
(«Hecateo de Mileto relata lo siguiente. Kscribo estas
cosas según me parecen verdaderas. Porque los relatos de
los griegos son muchos y ridículos, en mi opinión.»)
Ya Ilecatco contrapone su propia versión de los hechos
a numerosos relatos, «muchos y ridículos». Al dejar su
testimonio por escrito, ofrece un testimonio personal y
crítico. También I leródoto se muestra muy consciente de
que el historiador debe seleccionar y discutir y rechazar
anteriores testimonios, porque no es el éxito en la recita­
ción inmediata (contra lo que dice el más riguroso Tlicí-
dides en la frase antes citada) lo que busca, sino el trans­
mitir una información memorable contra los embates del
tiempo. Kn eso, en su empeño por luchar contra el tiempo
y el olvido de los grandes hechos y hazañas, el historiador
compite con el poeta (no sólo con el épico, cantor de un
L A N A R R A T IV A H IS T O R IC A « ÍR IM ÍA 21
pasado mítico» sino con el poeta lírico» celebrador a suel­
do de algunos nobles, pero sólo de ciertos temas y fies­
tas).
Con Tucídides se extrema la cautela y el rigor; para
consignarlos hechos con una mayor acribía, el historia­
dor delimita más su escenario. Heródoto, viajero ilus­
trado, jonio, admirador de las maravillas del Oriente y
de Egipto, observador de las costumbres extrañas, estu­
dioso de las gentes de otros países, curioso y consciente
de las grandes obras de los bárbaros y de la brillantez de
sus gestas y sus imperios, dedicó numerosas pesquisas y
un buen montón de escritos a narrar la historia de li­
dies» persas, egipcios, escitas y griegos, antes de ceñirse,
en la segunda parte de sus Historias, a relatar el conflicto
bélico de las Guerras Médicas. Un amplio escenario y un
amplio espacio temporal: casi un siglo, el espacio de tres
generaciones, para concluir con las batallas y sucesos de
la Segunda Guerra Médica, en el 480. Tucídides se limi­
tará a la historia contemporánea y a un período de me­
nos de treinta años, los de la Guerra del Peloponeso,
único tema de su investigación, aunque abra un parén­
tesis para situar la Pentecontecia, rellenando así el vacío
entre los comienzos de la Guerra (430) y el final de las
Guerras Medicas, es decir, para enlazar con la obra de
Heródoto.
Pero esa limitación espacio-temporal va acompañada
de otra: para rIicídides sólo los sucesos de interés político
y militar, la guerra, las batallas y las repercusiones de es­
tos hechos en la escena política, son la temática seleccio­
nada para su historia. Se desinteresa de todo el resto, de la
historia cultural, de las descripciones de costumbres y
monumentos, de los datos antropológicos, que Heródo­
to había considerado en los primeros libros de su obra. La
22 C A R L O S G A R C Í A G U A L
historia deviene, con Tucídides y sus continuadores, crí­
tica, pragmática, política. HI asombro con que Heródoto
abría sus ojos hacia el escenario pintoresco de su mundo
queda a un lado, como algo impertinente. (Por lo que a
Tucídides respecta, lodo ese aspecto admirable yextraor­
dinario del mundo, lo espectacular y cultural, puede cacr
en el olvido. Le imporla sólo el carácter y el actuar políti­
co del hombre; revelar su modo de ser tal como se mani­
fiesta en el conflicto, ver cóm o su physis le impulsa al
poder y a la catástrofecolecliva.)
«Los ojos son mejores testigos que las orejas», dice He­
ródoto (1,8,2), tal vez recordando un axioma de 1lerácli-
to (Frag. 101a). En efecto, la autopsia parece la mejor ga­
rantía del saber histórico. Etimológicamente hístor es
aquel que sabe porque «ha visto» (la raíz del término es la
misma del verbo latino uideo). «Demostración», apóde-
xis, de lo visto en la investigación es el relato histórico.
Exposición de los resultados de una encuesta. El historia­
dor es un veedor y un inquisidor: observa los fenómenos
y luego indaga las causas. Λ diferencia del poeta -épico o
trágico-, no busca los fundamentos de los acontecimien­
tos más allá de lo real; prescinde del trasfondo mítico o
divino que pudiera sustentarlos. (Aunque el sagaz Ileró-
doto haga algunas alusiones a la actuación taimada de la
divinidad, envidiosa y perturbadora de la felicidad exce­
siva, o de la Tyche que desbarata los planes humanos.)
«Autopsia más discernimiento crítico más búsqueda de
las tradiciones (prevalentemente orales) constituyen,
como es sabido, la compuesta trama del método de Fleró-
doto», como apunta D. Musti (La storiografia greca, Bari,
1979, pág. XIII).
Está claro, sin embargo, que no puede prescindir el
historiador de los oídos. Siempre ha de acudir a tcstimo-
U ΝΛΚΚΛΊ IVA HISTERICA CiRII-tiA 23
nios ajenos, tanto para hechos del pasado como para cir­
cunstancias en las que no estuvo presente. Y también, en
el caso de Heródoto» debe acudir a intérpretes al encon-
1rarse ante documentos de otra cultura.
Kn todo caso» el historiador hace fundamental y acaso
úmeamente -caso de 'Ibcfdides y Jenofonte historia con­
temporánea. Incluso cuando tiene una intención épica, la
autopsia buscada le diferencia del poeta épico, que canta
lo que no ha visto y le llega a través de una tradición larga
y nebulosa. K1historiador, como el buen testigo, debe es­
tar siempre dispuesto a aportar las pruebas objetivas de
loque refiere.
4
Hay entre Heródoto y Tucídides una notable divergencia
respecto a la finalidad de sus escritos. La pretensión del
primero queda claramente expuesta en las líneas iniciales
del proemio ya citado: confiar al escrito los grandes y ad­
mirables sucesos y las hazañas de los hombres, salvándo­
los del olvido y haciéndolos memorables. La admiración
le lleva a intentar prolongar su gloria mediante el testimo­
nio de la historia. Frente a este objetivo,'Tucídides afirma
que su historia tiene una utilidad propia: enseña a cono­
cer la naturaleza humana, recordando el comportamien­
to político de unos momentos de especial significación.
Narra lospathémata -sufrimientos y experiencias- de los
contendientes en el mayor conflicto del mundo helénico.
Hsa megfste kinesis, máxima perturbación de la humani­
dad civilizada, es decir» del mundo griego en su momento
de apogeo» puede presentarse en un análisis crítico para
servir a futuros políticos como una investigación sobre la
24 CARI.OSCARCÍAtiUAI.
naturaleza humana. Por ello es una «adquisición para
siempre, ktéma es aief».
La limitación del campo de acción va acompañada de
una profundización en los motivos y síntomas de los su­
cesos. Pragmatismo acompañado de crítica. Es una his­
toria de sucesos bélicos y políticos con una orientación
crítica. A modo de un médico social, Tucídides estudia
los síntomas de los cambios para levantar un diagnóstico
que sirva al pronóstico. A partir de los síntomas, y del co­
nocimiento de la naturaleza humana, que es siempre la
misma (según él), ofrece una interpretacióji de la lucha
por el poder, justificada por esa voluntad de dominio ín­
sita en la naturaleza de lo político. Phüotimfa, plconexía,
phóbos -ambición, avidez, miedo-, son los tres impulsos
primordiales de la inmutable naturaleza del hombre
(H. Strassburger). 1lay en Tucídides influencias de la so­
fística y de la dramaturgia ateniense, p. e. en los discursos
contrapuestos que reflejan y exponen las motivaciones de
la acción. Hay una concepción trágica y pesimista del
existir humano. (Cf. el discurso de Pericles en II, 43.)
Pero ha desaparecido todo trasfondo divino en la actua­
ción de los humanos. La Tyche juega su papel, pero son
los hombres quienes a solas combaten y se destruyen, im­
pulsados por su naturaleza. El ateísmo tucidídeo va uni­
do a una concepción un tanto aristocrática de la inteli­
gencia: la masa ignorante se extravía con facilidad y el
lenguaje refleja en los momentos de crisis la descomposi­
ción moral de la sociedad.
La visión humanista de Heródoto le lleva a una cierta
concepción trágica de la historia y la naturaleza humana.
«Toda la vida humana está sujeta al azar», «el hombre es
pura contingencia». La Tyche domina el curso de los su­
cesos, pero también la hybris consigue atraer el castigo
Ι.Λ N A R R A T IV A H IS T O R IC A (¿K IK C ÍA 25
divino. Heródoto, amigo tie Sófocles, todavía se atiene a
una concepción religiosa del destino. Pero no Tucídides.
Cuando éste insiste en la búsqueda de los motivos y cau­
sas del conflicto, con precisos términos -aitía, prophasis-,
tan sólo piensa en los agentes humanos. No es que Ileró-
doto haga nunca intervenir a los dioses, sino que advierte
que tras las peripecias trágicas de algunos grandes hom­
bres se mueve oscura la actuación de la divinidad, según
la falsilla de Homero. Tucídides, en cambio, es un discí­
pulo de la sofística radical.
Los dioses 110 forman parte de la realidad historiada,
donde lo mítico está ausente. Tucídides sentencia la desa­
parición de tó mythódes. Con los cristianos reaparecerán
las interpretaciones religiosas de la Historia. La Historia
ixlesuisticdy por otro lado, es una invención cristiana; así
como la interpretación cristiana de la Historia como ma­
nifestación de la voluntad divina es algo nuevo, así tam­
bién los cristianos dejarán la historia pragmática de los
antiguos a las continuaciones de los autores clásicos.
(Cf. A. Momigliano.)
Autores posteriores desarrollarán la historia patética y
dramática, después de Tucídides, así como buscarán
efectos escénicos y sentimentales del gusto de la época
helenística. Ya Teopompo, «el cínico» según G. Murray,
colorea con su sátira los temas.
5
Hay dos pasajes donde Aristóteles se refiere a los libros de
historia. En la Retórica, 1360a 33-37, recomienda a los di­
rigentes políticos que lean relatos de viajes y textos de his­
toria.
26 CARLOS <¡ARClA UUAL
«Es evidente que para los legisladores son útiles los re­
latos de viajes por el mundo, pues en ellos se pueden
aprender las leyes de los pueblos, y de otra parte, para las
decisiones políticas, los escritos de los que narran los su­
cesos. Mas todo esto es tema de la polít ica y no de la retó­
rica.»
Λ. Tovar traduce historíai por «escritos» con cierta fal­
ta de precisión. Aunque la misma expresión de Aristóte­
les muestra que el sustantivo no es suficiente todavía para
designar los relatos de historia, y le agrega «de ios que es­
criben sobre las acciones», es decir, unas historias prag­
máticas, como las de Tucídides y Jenofonte, mientras que
Heródoto abarca ambos sentidos: historias y relatos de
viajes.
El otro texto de Aristóteles es el famoso pasaje de la
Poética, 1451b 4· 10, en el que diferencia lo que escribe el
poeta y lo que escribe el historiador:
Desde luego el poeta y el historiador no se diferencian por decir
las cosas en verso o en prosa (pues sería posible versificar las
obras de Heródoto y no serían menos historia en verso que en
prosa). La diferencia está en que uno dice lo que ha sucedido y
otro lo que podría suceder. Por eso también la poesía es más ele­
vada y filosófica que la historia; pues la poesía dice más bien lo
general, y la historia lo particular. Kn general como a qué tipo
de hombres se les ocurre hacer o decir tales o cuales cosas vero­
símil o necesariamente, a eso tiende la poesía... y en particular»
qué hizo o qué le sucedió a Alcibiades.
«Guerras y la administración de los asuntos públicos»,
dice Gibbon (c. 9), son los principales temas de historia.
Ésta es una definición estrecha, aunque muchos aún la
suscribirían. El hombre más responsable de la visión de
la historia que la implica es un historiador que en su obra
LA NARRATIVA HISTÓRICA GRIFGA 27
nunca usa, en absoluto, las palabras «historia» o «histo­
riador» (historia e historikós), afirma S. Iiornblower.
1Icródoto usa la palabra historie en dos lugares: al co­
mienzo de su obra -en el pasaje ya analizado-, y en VII
96: es histories lógon, un uso bastante preciso del térmi­
no: «investigación, historia».
«Caudillos locales, a los que yo no he mencionado,
pues no estoy obligado necesariamente con vistas al lógos
de mi historia.» (Un pasaje muy interesante porque indi­
ca que al presentar la investigación el autor la hace de
acuerdo con un lógos previo y selectivo.) Lógos significa
aquí «plan racional», «objetivo».
En su Poética ( 1451a 36 ysigs.) Aristóteles distingue en­
tre el poeta -poictés- y el historiador - h is to r ik ó s Añade
luego su comentario: la poesía es más seria y filosófica que
la historia porque se ocupa de lo general y lo posible,
mientras que la historia se limita a registrar lo que pasó.
Dos observaciones importantes: Aristóteles traza esta
distinción inventándola, no recogiéndola de autores an­
teriores. En él aparece, por primera vez en griego, el tér­
mino de «historiador», historikós. (Que se opone al de
poietés, «poeta».)
En segundo lugar, al reducir la labor del historiador a la
de reseñador de lo part icular y lo realmente sucedido, sin
pretensiones generalizadoras, es decir, al ver al historia­
dor como un mero syngrapheús de los hechos, Aristóteles
es injusto, tanto con Ileródoto como con el mismo Tucí-
dides, que registra los hechos significativos y concretos,
con máxima acribia, pensando que de ellos puede extra­
erse una lección política, una visión del ser humano eis
aieiy «para siempre».
Aristóteles y sus discípulos han hecho, por otra parte,
una contribución importante a la labor histórica al inte­
28 CARI OSCARCÍA GÜAL
resarse por el desarrollo de las instituciones y las formas
políticas. Por ejemplo la recolección de lratados constitu­
cionales emprendida por Aristóteles (de la que nos que­
da La constitución de los atenienses y como paralelo La
constitución de los espartanos úe Ps. Jenofonte) aporta un
material muy importante a la reconstrucción histórica, y
contrapesad interés demasiado volcado hacia la historia
de las guerras y alteraciones, hacia lo dinámico y cinéti­
co, con una atención a las instituciones y a la configura­
ción social de la polis.
Dicho esto» conviene insistir, como hace Hornblower,
en lo tardío de los usos documentados de la palabra «his­
toria» en sentido preciso. Aparece así en una carta de l.isí-
maco (tal vez del 280 a. C.) conservada en una inscripción
del Ashmolean Museum de Oxford, y en el historiador he­
lenístico Filarco, ya muy de finales del siglo m. «La conclu­
sión que conviene subrayar es que no es hasta entonces
cuando las palabras historia c historikós devienen los tér­
minos absolutamente standards para lo que llamamos
“Historia” e “historiador”, y que Aristóteles estaba cierta­
mente acuñando un término, no describiendo un uso es­
tablecido. No debemos pues sorprendernos al encontrar
difícil categorizar a Tucídides» (Hornblower, pág. 12).
Por un lado, pues, como hemos notado, los historiado­
res se suceden y tratan de continuar la obra de quien con­
sideran su predecesor; por otro, no tienen ni un nombre
preciso para dar título al género literario que practican.
De algún modo, Tucídides resulta el continuador de He­
ródoto; pero también resulta su oponente en cuanto a la
orientación diversa de su obra, que significa una desvia­
ción de los objetivos del viajero jonio. Ambos historiado­
res buscan relatar una verdad objetiva, testimoniar lo ob­
servado y seleccionado por su grandeza, se centran en
LA NARRATIVA HISTORICA GRIEGA 29
estudiar el mayor conflicto bélico de su tiempo» y en bus­
car las causas bajo las apariencias. Pero, como ya nota­
mos, el objetivo de Tucídides es mucho más restringido e
intenta compensar esa reducción con su mayor precisión.
Al tratar de salvar del olvido y la disgregación los suce­
sos admirables dei pasado» tü genómena ex anthrópon y
ta erga niégala te kai thómastá, Heródoto en los cuatro
primeros libros de su historia había mostrado un espíritu
etnográfico (al uso de un Esquilo o de algunos sofistas) al
redactar sus lógoi sobre Lidia, Persia, Egipto, Escitia, in­
teresándose por cuatro elementos: la geografía, las cos­
tumbres, las maravillas locales y la historia política. Tucí­
dides tiene una decisiva influencia en la alteración de las
investigaciones posteriores» que dejarán de lado todo eso,
para reducirse a escribir los hechos de guerra y las con­
vulsiones políticas de los Estados griegos. Su influjo es
claramente benéfico en cuanto a reclamar una historia
más crítica, y una mayor cautela en el examen de los he­
chos y testimonios, pero no es tan digna de encomio por
su limitación a estos hechos, desligados de todo el con­
texto cultural, que Heródoto atendía.
Sólo en historiadores helenísticos, posteriores a las
conquistas de Alejandro, volveremos a encontrar esos in­
tereses et nográficos y culturales. Lo que refleja la apertu­
ra del horizonte helénico a nuevas culturas, y un renaci­
miento de aquella curiosidad que se manifestaba en el
viajero jonio. Sin duda Heródoto nos resulta boy más
moderno que en otras épocas. (Hornblower subraya
cómo un libro como el de Braudel sobre el Mediterráneo
está en una línea que enlaza con esa concepción histórica
herodotea.)
Es corriente relacionar a Tucídides con los médicos hi-
pocráticos, en su afán de describir objetivamente los sin-
30 CARLOS GARCÍA GUAL
tomas de los procesos de enfermedad y analizar sus cau­
sas; pero también hay autores hipocráticos que están más
cercanos a IIeródoto. Así el autor de Sobre la antigua me­
dicina está cercano a Tucídides, y también el del Pronós­
tico y los de Epidemias, pero el de Sobre los aires, aguas y
lugares está más cerca del historiador jonio. (Los médicos
hipocráticos critican a sus oponentes, y analizan bien los
síntomas» pero luego elaboran teorías en extremo hipoté­
ticas.)
6
La teoría sobre el relato histórico, así como la teoría sobre
la Historia, es algo muy posterior a la aparición del géne­
ro. El ya clásico opúsculo de Luciano de Samósata, Cómo
debe escribirse ¡a historia, es del siglo it d. C., es decir, más
de quinientos años después de Tucídides. No quiero ni
puedo entrar aquí a discutir o resumir la tesis de esa inte­
resantísima obrilla; pero sí recordaré que Luciano, tras
criticar algunos ensayos históricos de excesivo patetismo
y pintoresquismo, dedica un par de capítulos a esbozar
el tipo del historiador ideal, y su modelo es Tucídides
(caps. 41 -42).
41. He aquí cómo debe ser, según yo, ct historiador: impávido,
incorruptible, libre, amigo de la verdad y tie la palabra precisa,
uno que -com o decía aquel cóm ico- llama «pan» al pan y
«vino» al vino, uno que jamás por amistad o por odio es indu­
cido a conceder o negar, a conmiserarse o avergonzarse o a des­
preciar; juez ecuánime, benévolo con todos, nunca hasta el
punto de conceder a alguna parte más de lo que merece, que no
tiene patria -cuando escribe- ni ciudad ni soberano; uno que
no se detenga a preguntarse que5pensará de esto tal o cual otro,
sino que refiere lo que ha sucedido.
LANARRATIVA HISTORICA GR1MM J/
42. Fue Tucídides quien legisló todo esto, tue él quien distin­
guió virtud y vicio en la historiografía, viendo que Heródoto
era admirado hasta] tal punto que sus libros eran llamados Mu­
sas. I)ice pues que va a escribir una obra que permanezca «para
siempre» más que para «la competición del momento·*; dice
que no aprecia el elemento fabuloso, sino que deja a los venide­
ros un relato verídico de lo que efectivamente sucedió. Hintro­
duce la consideración de lo útil, de aquello que cualquier hom­
bre con sentido puede aceptar com o Un de la obra histórica;
esto es, como él dice, que si se representan situaciones semejan­
tes, uno podrá ayudarse con el relato histórico justamente para
la situación contingente (para actuaren ella).
Así en Cómo debe escribirse la historia Luciano apunta
que el historiador debe ser imparcial y crítico, desarrai­
gado como un filósofo cínico» un intelectual, como Lucia­
no. Así podrá referir sólo lo real, sin parcialidad ni prejui­
cios, según el postulador: «decir lo que sucedió». Tal es la
tarea del historiador.
«Toú dd syggraphéos érgott hós eprdchthé eipein» (Lu­
ciano, o. c.,391).
Tucídides le sirve de ejemplo. Ks curioso que Plutarco,
en su opúsculo contra Heródoto, le acuse de «amigo de
los bárbaros» y poco patriotero, una censura que debe­
mos nosotros leer, por el contrario, como un testimonio
de la imparcialidad del Padre de la Historia.
La distancia y la imparcialidad del historiador son im­
portantes. Por eso el destierro es un buen lugar para es­
cribir historia con una perspectiva no disturbada por las
presiones familiares. Los historiadores griegos son indi­
viduos de una fuerte personalidad, que comienzan su
obra lejos de su patria: el viajero Heródoto y el exiliado
'tticídides, el desterrado Jenofonte, son buenos ejemplos;
como también Teopompo, Éforo, Timeo o Polibio. F.l his­
toriador toma conciencia de los sucesos desde su aparta­
32 CARLOS GARCIA CUAL
miento, y su afán de investigar las causas de los hechos y
los comportamientos viene unido a esa visión próxima,
pero no parcial ni partidaria; el historiador contrasta ver­
siones desde su posición marginal al conflicto. Aunque
proceda de una de las ciudades combatientes -Tucídides
y Jenofonte son atenienses, pero no partidarios del go­
bierno democrático que dirige la guerra-, toma sus dis­
tancias para juzgar con imparcialidad los hechos.
Como señala 1). Musti, «en el origen de la experiencia
de los historiadores griegos hay desde luego un trauma
respecto a la comunidad de proveniencia o de pertenencia,
un momento de ruptura, que representa la ocasión biográ­
fica para un empeño de reflexión y de indagación, en una
sufrida experiencia individual que vehicula reacciones que
no son individuales, sino que connotan a grupos enteros y
determinados niveles sociales. Una historiografía pues de
desarraigados o de disidentes...» (pág. XXXVIII).
Una vez más advertimos cómo es importante que el
historiador firme su obra al comienzo: su personalidad
garantiza la objetividad de lo narrado, una objetividad
sin compromisos patrios, aunque toda obra personal
comporte una cierta subjetividad propia.
Ese distanciamiento del historiador requiere una nota­
ble personalidad propia. Al dar testimonio se da también
juicio, e importa mucho que el que escribe de la guerra y
las batallas sea, o pretenda ser, con buena voluntad e inte­
ligencia, objetivo. Kse trauma frente a la ciudad de origen
y sus prejuicios e intereses, visto así, es un buen requisito
previo a la obra. Vuelvo a citar a D. Musti:
Esto significa en sustancia que, ya en Heródoto (yen larga me­
dida en el mismo Hecateo), la historiografía griega se presenta
con los caracteres de la experiencia y de la expresión «indivi-
L
A
N
A
R
A
A
IIV
AH
IM
O
R
IC
A
(tR
II-.O
A JJ
dualista», en cuanto manifestación no sólo del espíritu jónico
de búsqueda y de crít ica, sino también de la distancia, o del de­
sacuerdo abierto, respecto de la comunidad de pertenencia, tal
como eslá configurada históricamente. Hste individualismo,
naturalmente, no excluye de hecho solidaridad de otro tipo, por
ejemplo de más específico cuño aristocrático, con particulares
ambientes o grupos sociales, con los cuales la comunidad, como
históricamente desarrollada y determinada, no se identifica ya.
En TUcídides se advierte también en mayor medida la íntima
tensión entre la democracia radical ateniense y las tendencias
imperialist ¡cas que caracteriza su política exterior (en contra de
la mayor pretensión de verdad codificada en el método); y es el
historiador quien sufre la sospecha de traición y el exilio, por
parte de su ciudad, después de un fracaso de una expedición
militar para la que estaba revestido de responsabilidades altísi­
mas. La mayor parte de la actividad historiográfica de Jenofonte
presenta todas estas connotaciones: curiosidad y atracción por
lo diverso, ya sea tie Persia o Esparla, en la Anabasis, en la Ciro
pedia, en el Agesilao; partisanería de «aristocrática laconizanlc»
en la obra histórica que se presenta como continuación de la de
Tucídides (las Helénicas), partidismo que se ve respondido con ia
acusación de laconismo levantada por los atenienses y en ia consi­
guiente condena al exilio (D. Musti, págs. XXXVI-XXXV1I).
Después de Tucídides algunos escritores buscaron una
narración más cargada de efectismos, mimética y dramá­
tica, una historia que privilegiaba las escenas patéticas y
espectaculares. Pero importa destacar que ya en el auste­
ro autor de la Guerra del Pelopotteso su sobrio estilo va
acompañado de una intensa visión trágica del destino
humano. Sin duda, Tucídides está influido por la drama­
turgia ateniense, tanto en su atención a ios sufrimientos
de los pueblos como en la presentación de los discursos
muchas veces enfrentados en un agón, como en las trage­
dias de Eurípides (por influencia quizás de los sofistas).
Kl pesimismo del historiador acerca de la naturaleza hu­
34 C A R I.» > S ( ;A K C lA < ¡U A I,
mana se parece al del último de los grandes tragediógra-
tbs, contemporáneo suyo.
Como señala Strassburger,
entre todas las elecciones de Tucídides, la más importante es la
que lia tenido mayores consecuencias para todos los tiempos
futuros: la elección de un argumento de guerra como tema
ejemplar, y también como el más importante asunto de historia
hasta sus tiempos. I.a mol ivación de tal elección ofrecida por el
historiador al comienzo de su obra, es decir, que tal guerra ha
sido la mayor kinesis jamás habida, ei más grande movimiento
o convulsión, no puede ser considerada en modo alguno un
simple artificio retórico; ¿se es el punto clave de la comprensión
histórica de Tucídides, y queda demostrado por la coherencia
con la que ha mantenido, en toda su obra, la negación, condi­
cionada por aquella motivación, de la historia de la cultura, y de
la preeminencia otorgada al registro de todos los momentos di­
námicos... (pág. 16).
... Ks pues la extraordinaria cantidad de pathém ata, de sufri­
mientos, lo que ha hecho para él esta guerra axiologótaton tón
pro$egeneménón... y esta afirmación es mucho masque una en­
fática introducción a una reliquia formal de los orígenes épicos
de la historiografía; en el curso de toda la obra, de hecho, es jus­
tamente sobre los grandes pathémata donde cae el acento de la
descripción: la peste de Atenas, las catástrofes de Mitilene, Pla­
tea y Melos, la guerra civil de Corcira, la ruina de la armada ate­
niense en Sicilia. El modo, en verdad, en el que tucídides descri­
bió estas culminaciones de dolor constituye un problema por sí
del que debemos aún ocuparnos, pero es ante todo importante
el haber precisado en todo su significado este incontestable
dato.
Como Heródoto, Tucídides está influido por Homero,
pero, a diferencia de Heródoto, ha prescindido de todo
aquello que no afecta al conflicto bélico -y sus anteceden­
tes próximos.
ΙΛ NARRATIVA HISTORICA GRIEGA 35
Tucídides no quiso trasponer la exposición del vivir anónimo
propio de la historia tic la civilización, del status de reposo» del
campo de las concepciones épicas al de las concepciones histo-
riográficas; con esto quedaba expulsada, para casi toda la histo­
riografía antigua sucesiva, la pretensión de una valoración pa-
ritétíca del cuadro cultural, ya fuera en la línea maestra de la
historia perpetua, tal decreto, propiamente hablando, no fue re­
vocado hasta Voltaire (pág. 21).
Tucídides es el responsable, cotí su influencia en la tra­
dición helénica y romana, en Polibioyen tantos otros, de
que el tema de la historia antigua sea la descripción de las
guerras y las agitaciones políticas. Y también de una for­
ma de narrar los hechos y de ilustrarlos por medio de los
discursos en que los grandes hombres decían «lo que de­
bieron haber dicho».
ΛΙ margen de esas historias hubo, sin embargo, otros
géneros marginales que recogieron aquello que un
Heródoto habría sabido introducir en su texto: las anéc­
dotas significativas, los lógoi etnográficos, los rela­
tos paranovelescos, ele. Los historiadores helenísticos
abundaron en un patetismo que, en su origen, estaba en
el enfoque de los pathéniata y desastres de la guerra que
Tucídides ya ofrecía, pero con una retórica mucho más
afectada. Justamente la sequedad del estilo es lo que da
su singular hondura patética a las descripciones de Tu­
cídides, mientras que el barroquismo exagerado las
desvirtúa.
Sólo a partir del siglo xvi, con los historiadores de Ili­
dias, volverá a ser considerado el método de investiga­
ción de Heródoto, cercano a la antropología y al reportaje
de viajes, por razones entonces muy claras. Los nuevos
escenarios requerían esa mirada amplia, como bien ha
anotado A. Momigliano (o.c.,págs. 148-150).
36 CAKI.OS(iAK<lA<aiAI.
Pero desde Tucídides hasta los historiadores romanos
del Bajo Imperio la narrativa histórica que prevaleció fue
la que centraba su estudio en las guerras y sus causas, en
las transformaciones y conmociones políticas, en las ha-
zafias de los grandes personajes políticos, en los progra­
mas de gobierno y los discursos públicos, etc., es decir,
la que cont inuaba el método de Tucídidcs. Era una histo­
ria que se proclamaba «maestra de la vida», en cuanto re­
pertorio de actitudes humanas ante determinadas situa­
ciones colectivas. Kn ese sentido era pragmática, política
y aleccionadora, y de ahí que se proclamara como un sa­
ber útil. Polibio, Plutarco, Salustio, Tácito, y otros menos
ilustres, se proclamaban historiadores con orgullo, pre­
sentándose como herederos de ese método y ese rigor en
la rememoración de la realidad, aunque fuera restringida
a ese panorama de lo político y lo bélico, enfocado con
elegancia y una programada austeridad1.
Jenofonte: Aventurero y escritor
1
El aprecio por la obra de un escritor antiguo está sujeto a
notables variaciones, a curiosas subidas y bajadas en su
cotización literaria e histórica. Un ejemplo claro de esta
obvia observación podemos encontrarlo en el hoy relati­
vamente reducido interés con que los filólogos clásicos» y
probablemente también muchos de los lectores no espe­
cializados en el mundo antiguo, encaran la variada obra
y la singular personalidad de Jenofonte, tan excelente­
mente considerado en otros tiempos entre los grandes
clásicos de la prosa ática.
¿Es que acaso la misma sencillez de su estilo y la so­
briedad de su prosa, que lan recomendable le hacen
como lectura de iniciación para los estudiosos de las le­
tras griegas, le rebajan en la estima de los expertos en és­
tas? ¿O es que su modo narrativo, esa manera directa de
presentar los hechos y los personajes, le resta atractivo?
¿Es, tal vez, lo variado y diverso de su producción escrita
lo que hace difícil que un mismo estudioso pueda intere-
37
38 c;a r ix >
s · ·Αιι<:(λ <¿íjai
sarsc por todos los aspectos de su personalidad literaria?
I lace más de medio siglo, O. Gigon ya apuntaba estas
cuestiones. Mucho después vuelven a insinuarlas W. K.
I ligginsy R. Nickel en dos excelentes trabajos de conjun­
to sobre nuestro autor1.
lodos estos puntos contribuyen a recortar la estima
por el más fácil de entender de los escritores griegos de
época clásica. Pero» además, las sombras de otros dos
grandes prosistas vienen a suscitar una comparación
desventajosa para Jenofonte. Tanto la Historia de la Gue­
rra del Peloponeso de Tucídides -d e quien Jenofonte se
pretende continuador con sus Helénicas- com o los Diá­
logos de Platón -con quien, de algún modo, rivaliza Jeno­
fonte en sus Recuerdos de Sócrates- proyectan un duro
contraste, en su rigor intelectual y en su fondo teórico y
filosófico, con las obras mayores de éste e incitan a una
valoración un tanto injusta del testimonio histórico y de
ia perspicacia crítica de Jenofonte'’.
Para una apreciación iná* ccuánimc de sus virtudes y
defectos, hemos de tratar de enfocar su oficio y figura :al
y como se nos presentan en sí mismos, prescindiendo de
esa comparación, que, ciertamente, es difícil de evitar
porque uno piensa que la lectura de Tucídides debería
haber enseñado a Jenofonte una perspectiva historiográ-
fica más crítica, y que el haber conversado con Sócrates y
conocido una parte de la obra platónica le debía haber in­
citado a un mayor esfuerzo filosófico, a intentar calar más
hondamente en las palabras del inquietante e impeniten­
te pensador.
Sin embargo, pese a todos los reparos, la personalidad
de Jenofonte es la de un individuo magnánimo, que, en
una época muy revuelta, la misma que vivió Platón, se
afirma con una innegable dignidad; que supo aunar H ta-
J1.N C )H )N I h : A V K N T l'K K H O Y KSt :Κ I ΓΟ Κ 39
lantc aventurero y una visión lúcida y clara de su entorno
histórico; que recordó siempre las nobles enseñanzas de
Sócrates y defendió los ideales tradicionales helénicos
con valor; que, como escritor, sabe relatar sus impresio­
nes y reflexiones en un estilo sobrio y preciso, con since­
ridad, agudeza y una templada ironía. Y no deja de ser in­
teresante el hecho de que él, un hombre de ideas más bien
conservadoras, haya sido en muchos aspectos un precur­
sor del helenismo: en su fuerte tendencia aJ individualis­
mo, en sus esbozos muy influyentes de nuevos géneros li­
terarios, como la biografía (con su Agesilao) y la novela
(con su Ciropedia), en su preocupación por la pedagogía
un tanto idealizada, en sus breves tratados sobre ternas
concretos, como la equitación y la distribución de los re­
cursos económicos. Reprocharle que no fue un teórico
cabal del acontecer histórico y que, acaso, no entendió el
trasfondo filosófico más profundo de las enseñanzas de
Sócrates es enjuiciar con parcialidad su obra y enfocarla
con prejuicio» críticos. Pero si nos acercamos a los csci itos
de Jenofonte sin ellos y los leemos con atención y sobre su
entorno histórico, no es difícil que descubramos en su
obra aquellas virtudes que le hicieron tan estimado en
otros tiempos, desde los historiadores latinos y los grie­
gos tardíos hasta Maquiavelo y K. Gibbon '.
iiii ese sent ido de reconsiderar justamente las obras de
Jenofonte, parece muy justo constatar aquí, al comenzar
estas páginas, la valiosa aportación de algunos trabajos
modernos, entre los que conviene destacar el amplio y ri­
guroso artículo de H. Ureitenbach, Xenophon von Athen,
en Pauly-Wissowa, Realencycloptwdie (1966), y los libros
posteriores de W. E. Higgins, Xenophon the Athenian
( 1977), apologético y de un estilo excelente, y el preciso y
crítico de R. Nickel, Xwm/i/ion (1979). Frente a uno y otro
40 C A K U lM IA K C lA U M I
resulta un tanto superficial el más divulgador etc j. K. An­
derson, Xenophon (1974). Son sugerentes las ágiles pá­
ginas que W. K. C. Ciuthrie dedica a Jenofonte» como
testimonio sobre Sócrates, en su Historia d e la filosofía
griega. III (1969, págs. 333-348). Sobre su apasionante
biografía sigue siendo el estudio más amplio el de li. l)e-
lebecque, Essaisur la vie de Xénophon (1957).
2
La experiencia vital de Jenofonte late, en efecto, en la ma­
yoría de sus escritos. Hombre de acción, primero, y escri­
tor, después, Jenofonte es el testigo sensible de una época
revuelta y amarga de la historia de Grecia, de una Grecia
agitada por los enfrentamientos bélicos entre ciudades
hostiles, en un país empobrecido por esos combates y por
los enfrentamientos sociales, por crisis continuas que
conm ocionan a las póleis celosas de su independencia
difícil, y en especial a Atenas, que declina en medio de
grandes inquietudes intelectuales y morales*. Los aconte­
cimientos políticos y su arrojo personal hicieron de Jeno­
fonte un soldado de fortuna; un mercenario en la aventura
de los die/ mil griegos alistados por Ciro el Joven para dis­
putar el trono persa a su hermano Arlajerjes, aventura
que decidió su fortuna. 'Iras la vana victoria de Cunaxa,
los Diez Mil cruzaron audazmente las vastas llanuras de
Anatolia para volver a la patria, en un empeño esforzado
porsalvarsus vidas,y Jenofonte estuvo al frente de esa re­
tirada. Luego se vio convertido en un exiliado que, gracias
al apoyo de su amigo Agesilao, rey de Esparta, pudo gozar
del dominio de Hscilunte, cerca de Olimpia, un retiro cam­
pestre para largos años. Tras la batalla de Leuctra (371), en
ΙΚΝΟΙ ΟΝ Ι ΚιΛΥΗΝΊH HI'UOYPM 'RITOR Α

donde los tebanos mandados por Epaminondas ponen Πη
a la hegemonía de Esparta, se ve obligado a abandonar el
predio, que recuperan los eleos. De nuevo va a buscar ol ro
lugar de residencia en Corinto, donde murió después de
335 a. C). Los atenienses, reconciliados con los espartanos
ante la amenaza de la supremacía tebana, cancelaron la
sentencia de destierro (hacia el 368), y tal vez en esta últi­
ma etapa de su vida-de laque andamos mal informados-
Jenofonte volvió a residir en Atenas.
Es en el período de su madurez, en los últimos años de
Escilunte, y luego en Corinto o en Atenas, cuando escribe
sus reflexiones y sus recuerdos -de sus días de marcha
heroica por tierras lejanas en Persia y de sus conversacio­
nes con el extraordinario Sócrates, el más justo de los ate­
nienses, al que su ciudad condenó a muerte en 399. La
Atuibasis y las Memorables, la Apología de Sócrates y el
Banquete reconstruyen, mediante apuntes personales y
algunas lecturas de otros textos, el escenario de sus an­
danzas dejuventud. Luego trata de recordar, mediante un
rápido relato, los conflictos constantes y sangrientos en­
tre las póleis helénicas, en los vaivenes de una discutible
hegemonía: Atenas, Esparta, Tobas y otras ciudades me­
nores se desgarran en un horizonte do azarosas batallas y
hostilidad fratricida5. Y también da rienda suelta a su
imaginación para disertar sobre la educación ideal del
príncipe, de la buena administración tie la casa familiar,
del cuidado de los caballos y de los recursos económicos
de una ciudad, y evoca, con sentido elogio fúnebre, la si­
lueta de su admirado amigo, ol rey Agesilao, al tiempo
que reflexiona sobre la constitución de Esparta, con una
admiración no exenta de críticas.
Acaso el hombre de acción retirado se consuela así, re­
memorando el pasado y buscando en la teoría un refugio
42 CARLOS GARCÍA GUAL
más estable. I lay nostalgia en la evocación de las charlas
con Sócrates, un maestro en virtud y en patriotismo, que
at rajo al joven Jenofonte sin lograr hacer de <
5
1un buen es­
céptico ni un profundo filósofo6.
Inscrila en las peripecias de un país turbulento en la
primera mitad del siglo iv a. C., en tiempos «de incerti-
dumbre y confusión», como él mismo dice en el párrafo
final de las Helénicas, cobra la existencia de Jenofonte un
perfil significativo, y su biografía refleja bien la inestabili­
dad de los (iempos, que su ánimo le ayuda a vencer.
Hijo de Cirilo» <lel demo ateniense de Krquía, de familia
acomodada, Jenofonte nació en Atenas hacia 430 a. C.»
como Platón. El comienzo de las hostilidades, la muerte
de Pericles, la mortífera peste de Atenas habían trazado
una línea frente a la época áurea anterior. 1,a democracia
no tendría otro estadista de la misma talla, sino que co­
nocería las alternativas y expectaciones de las noticias
bélicas, las destempladas demagogias de los sucesores in­
dignos de Pericles y, al final de la larga guerra, la catástro­
fe de la derrota y el torpe gobierno de los Treinta Tiranos.
Jenofonte, que por su familia pertenecía al rango de los
caballeros, no debió de sentirse muy orgulloso del desti­
no de Atenas en aquellos turbulentos años. El pronto
derrocamiento de los 'treinta» seguido de una amistad ge­
neral, no logró, seguramente, borrar los enf rentados sen­
timientos, las humillaciones y los rencores de los atenien­
ses. Kl joven Jenofonte aprovechó, pues, la invitación de
Próxeno para enrolarse como otros, en contra del conse­
jo de Sócrates, en la expedición mercenaria que partía
para sostener la.*· pretensiones de Ciro el Joven al trono
que ocupaba su hermano Artajerjes. Lo hacía por conse­
guir honores y la amistad del pretendiente, no sólo por la
soldada. Se embarcaba en tan arriesgada aventura lain-
|l:N O K )N I I.: A V l-N T U kh .R O V l-A MYW1R 13
bién por huir de un agobiante ambiente político, el de
Alenas en 401, cuando en la ciudad se restauraba la de­
mocracia.
lenía cerca de treinta años. Los acontecimientos de la
política no habían sido los más apropiados para desper­
tar en él una visión entusiasta sobre el futuro de Atenas y
su democracia. (¿Cómo no recordar, al respecto, las
amargas palabras de Platón, muchos años después, en su
Carta séptima, acerca de las decepciones de su juventud?)
lardará luego más de treinta años en poder regresar a
su ciudad natal. Kl exilio será para Jenofonte, como antes
para Tucídides, eJ lugar desde donde se perfila su pers­
pectiva histórica y desde donde el historiador percibe los
hechos de su tiempo con una distancia crítica. Pero fue en
Atenas, en aquella Atenas ilustrada y tan agitada por las
nuevas ideas, donde Jenofonte recibió su formación inte­
lectual» como Higgins y otros han señalado. Allí había
encontrado a Sócrates (hacia el 410) y allí había atendido,
con avidez juvenil, a las discusiones entre és:e y los sofis­
tas y discípulos de otros ilustres pensadores. Allí se repre­
sentaban las tragedias de Sófocles y Euripides, allí se po­
dían leer los libros de cierto prestigio. Era la ciudad de
Tucídides, de Amístenos, de Isócrates, de Platón, de Ca­
lías, de Critias, de lerám enes, de Alcibiades, de Trasibu-
lo, la capital de la política y del pensamiento griegos.
Se ha discutido en qué momento decretaron los ate­
nienses el destierro de Jenofonte7, si en 399 -por partici­
par en la expedición de Ciro contra Artajeres, siendo el
rey persa aliado entonces de Atenas, y por entregar el res­
to del contingente expedicionario al espartano Tibrón,
que dirigía la campaña contra los persas en Asia Menor-
o si fue en 394, ai volver a Grecia y combatir en la batalla
de Coronea a las órdenes de Agesilao contra sus compa­
44 O A l t l.O S t .A K C fA C U A I .
triólas. Los testimonios de los antiguos parecen apuntar
a lo primero. Tal vez podamos pensar que los atenienses
quisieron condenar no sólo el que Jenofonte pusiera en
peligro sus buenas relaciones diplomáticas con el pode­
río persa, al acaudillar tal tropa y entregar a los esparta­
nos cerca tie 6.000 hombres de guerra, sino también que
sancionaban con el exilio a un miembro de la clase de los
caballeros, tie tludosas simpatías populares. Se puede asi­
mismo suponer que, si Jenofonte ya había sido condena­
do al destierro, tendría menos reparos en combatir con
los espartanos contra sus antiguos compatriotas. Más
tarde la ciudad revocará el decreto (hacia el 368) y Jeno­
fonte enviará a sus dos hijos a combatir en la caballería
ateniense. El mayor de ellos, (¡rilo, morirá combatiendo
heroicamente en Mantinea (362), y el viejo Jenofonte re­
cibirá la noticia con gran serenidad de ánimoH
.
Jenofonte murió hacia el 354 a. C.» algunos años antes
que sus compatriotas y casi coetáneos Platón e lsócrates,
con los que compartió el afán pedagógico, la preocupa­
ción política y el alejamiento de la intervención activa en
los asuntos de su ciudad natal". No alcanzó a vivir lo bas­
tante, aunque tuvo una larga vida, de más de setenta
años, como para divisar el final de las largas contiendas
entre los Estados griegos, que concluirán en la forzada su­
misión al poder arbitral de l ilipo de Macedonia. No deja
tie ser curioso el pensar que el hijo de este monarca, el
magnífico Alejandro, emulará con su ejército la marcha
de los Diez Mil hacia el corazón de Persia, esta vez con un
aire de victoria, casi setenta años después de la expedi­
ción narrada y vivitla por Jenofonte10.
Entre sus campañas guerreras, coronadas por la amis­
tad con Agesilao y la protección y gratitud de Esparta, y
esos años finales en los que escribe la mayor parte de su
JENOFONTE: AVENTURERO Y ESCRITOR 45
obra y en los que se reconcilia con Atenas, están los años
vividos en Hscilunte, cerca de Olimpia, en aquellos terre­
nos confiscados a los eleos que le donaron los espartanos.
Fueron tiempos de dicha y serenidad campesina, admi­
nistrando .su hermosa finca, criando caballos, cazando,
dedicado a las faenas del campo y los placeres agrestes
que tanto apreciaba, según muestran sus escritos.
Kn un pasaje de la Anabasis (V 3,7) ha descrito con or
güilo y cariño lo agradable y ameno de su finca, donde
dedicó un templete y un altara Ártemis,al recuperaruna
parte del botín déla famosa expedición. Iras la batalla de
Leuctra los eleos le quitaron aquellos terrenos que Jeno­
fonte había considerado suyos.
Ks probablemente en ese marco, en su amplia casona
en medio de lina hermosa comarca, donde mejor cuadra
la imagen del Jenofonte bien establecido, acomodado
propietario de tierras, dedicado a la administración de la
finca, reflexionando en su discreto retiro sobre las con­
tingencias de la vida y el azar. Aquí viene bien recordar
unas sugerentes líneas de Guthrie;
Jenofonte puede ser descrito corno mi caballero en el sentido
anticuado del término, que implica tanto un tipo noble de ca­
rácter como un alto nivel de educación y cultura general. F.s una
planta que florece mejor en un entorno de riqueza, especial
mentede riqueza heredada, y existe un cierto parecido entre Je­
nofonte: y los mejores personajes de la aristocracia que ocupa­
ban las glandes casas de campo en Inglaterra en los siglos xvm
y xix - hombres cuyo corazón estaba ocupado no sólo en la ad­
ministración de sus propiedades y el servicio de su país, sino
también en las grandes bibliotecas que algunos de ellos colec­
cionaban con notorio detenimiento y selección y que también
utilizaban-. Kra un soldado, un deportista y un limante de la
vida del campo, metódico en su trabajo, moderado en sus hábi­
tos y religioso con la religión del hombre llano y honesto11.
46 C A R U > S ( ; A I « ;f A r ,U A L
Esta imagen de Jenofonte, como «a gentleman in the
oldfashioned sense o f the term», sc revela un tanto lim i­
tada, pues no recuerda al mercenario de la retirada de
Persia, ni a quien ha logrado con su talento militar y su
audacia tal posición. Pero no es del todo inadecuada en
relación con el ideal de vida que el propio Jenofonte había
elegido para sí mismo.
A este respecto es característica la presentación que Je­
nofonte hace de Iscómaco, el protagonista de su Econó­
mico. Es Sócrates quien habla de él como personificación
de la verdadera kalokagathía>ese ideal de la «hombría de
bien».
El expolíente de la auténtica kolokíigathía es, sencillamente, la
vida de un buen agricultor, que ejerce su profesión con verda­
dero gozo y con una idea clara de lo que es y que, además, tiene
el corazón en su sitio. La experiencia vivida por Jenofonte se
combina en este cuadro con su ideal profesional y humano de
tal modo que no es difícil reconocer en la figura de Iscómaco el
autorrel rato del autor, elevado ai plano de Ja poesía. Es induda­
ble, sin embargo, que Jenofonte no tuvo la pretensión de ser, en
realidad, semejante dechado de perfección. Los persas nobles
sabían asociar el tipo del soldado con el del agricultor, y a lo lar­
go de todo este diálogo vemos cóm o el autor establece una afi­
nidad entre el valor educativo de la profesión agrícola y de la
del soldado. Esto es lo que alienta detrás del nombre de su agri­
cultor ideal. En esta asociación de las virtudes y el concepto del
deber del guerrero y del agricultor reside el ideal cultural de Je­
nofonte1*.
W. Jaeger enlaza esta enseñanza del Económico con la
del Cinegético, con gran brillantez. También en la caza se
manifiestan las virtudes que Jenofonte quiere destacar.
«Un buen cazador es también el hombre mejor educado
para la vida de la colectividad. Kl egoísmo y la codicia mal
JF-NOFONTf.: AVEM RJRFROY H SC RITl« 47
se avienen con el espíritu cinegético»1 Como en el ejem­
plo de Ciro» también aquí se subraya el valor del esfuerzo»
elpónos, la sencillez y la autenticidad de una vida natural,
al margen <ie las ambiciones políticas y la mezquindad de
otros comportamientos ciudadanos.
H
I oyente de Sócrates guardó siempre una preocupa­
ción ética y pedagógica. Kn su estudio acerca del compor­
tamiento de los hombres y las ciudades vio que la pleone-
xía y la philotim h»la codicia, el egoísmo y la ambición
desmedidos, eran las causas más conspicuas del continuo
desgarramiento de la vida pública griega. Propone, pues,
con un cierto idealismo, unos ejemplos de areté que tie­
nen un matiz un tanto arcaico y, si se lo quiere calificar
así, un tanto rústico.
Se ha hablado de influencia filosófica de Antístenes,
con su ascética derivada de su peculiar comprensión de la
enseñanza de Sócrates, en la concepción ética de Jeno­
fonte. Sin embargo, parece más sencillo constatar que
tuvo siempre una simpatía natural hacia esc ideal de vida
sobria, simple, tradicional. «Jenofonte era por naturaleza
un hombre amante de las penalidades y del esfuerzo, ha­
bituado a poner en tensión sus fuerzas siempre que fuera
necesario»14.
También R. Nickel destaca ese talante esforzado:
Los medios de vida de Jenofonte, la fuente de su pensar y actuar,
eran la alegría en la lucha y en el esfuerzo y la voluntad de en­
frentarse a la adversidad. Por esa razón es un precursor de los
estoicos... Sus escritos son un magnífico documento de coraje,
de optimismo racional, de resolución. En su obra se expresa la
esperanza de una superación de las circunstancias adversas,
que acometía más con su propia fuerza que con la ayuda tie los
dioses. Su modo típicamente griego de vivir le capacitaba para
no hundirse en la desgracia1*.
48 <:α κ ι ο μ ; λ κ (.Ια (.(.'λι
Tal vez Jenofonte no tenía una gran fe en los destinos
de tal o cual sistema político. Pero creía en el valor de al­
gunos individuos para afrontar los rigores del destino.
No en vano había sido él discípulo de Sócrates. Su obra
exalta el valor de esos individuos excepcionales, a veces
bajo la forma del encomio personal -com o Agesilao,
como el legendario C iro-, otras subrayando la importan­
cia de la actuación individual en el desarrollo de los he­
chos. Hn la Atuíbasis y las Helénicas hay muestras de esa
tendencia de Jenofonte a destacar el valor individual16.
3
Podemos ordenar las obras de Jenofonte en tres aparta­
dos: históricas, didáct ¡cas y filosóficas, lista división no
tiene grandes pretensiones, es sólo un procedimiento
simple de clasificar en esos tres grupos los escritos varios
de nuestro autor.
Los escritos históricos comprenden: la Anabasis, las
H elénicasyel Agesilao. Los didácticos pueden abarcarun
grupo un tanto heterogéneo: la Ciropcdia, Hierón, la
Constitución de los lacedemonios, los Ingresos o Recursos
económicos; dos libros sobre hípica y equitación: Acerca
de la hípica y ¡iljefe de caballería, y tal vez el Cinegético,
sobre el arte de la caza. (Las dudas sobre la autenticidad
de esta obra son numerosas.) 1os filosóficos comprende­
rían las obras «socráticas», como son el Económico (que
podría también introducirse en el apartado anterior), los
Recuerdos de Sócrates o Memorables, el llanquete y la
Apología de Sócrates. Entre los escritos de Jenofonte se in­
trodujo también un interesante opúsculo sobre la Consti­
tución de Atenas (Athenaíon Politeía)17, en paralelo a su
JENOFONTE: AVENTURERO Y kSCRITOR 49
tratado sobre In constitución y régimen de Esparta. (Esta
obra es reconocida hoy como un libelo anterior a Jeno­
fonte, y suele denominarse a svi autor como «el viejo oli­
garca».) También se le adscribieron, como a tantos otros,
algunas «cartas», todas ellas de invención tardía.
No es nuestra intención aquí detenernos en comentar
cada una de estas obras. Nos requeriría mucho espacio y,
por otro lado, ese estudio queda mejor en el prólogo a sus
respectivas traducciones. Nos detendremos tan sólo en la
consideración de las obras de carácter historiografía) y,
especialmente, en 
&Anabasis, (También la Ciropedia, el
Hinrón y la Constitución de los lacedemontos tienen un in­
grediente histórico; sin embargo, su intención literaria
rebasa el mero relato historiografía); el autor pretende,
ante todo, exponer una teoría ética y pedagógica, apelan­
do a ese trasfondo histórico.)
La Anábasis es una de la primeras obras de Jenofonte.
Pero es difícil precisar la fecha de su redacción. Probable­
mente fue en Hscilunte, en sus últimos años, más de vein­
te después de la expedición que narra, donde Jenofonte
rememoró la gran aventura de su juventud. Publicó, ini­
cialmente, la obra bajo el pseudónimo de Temistógenes
de Siracusa. (Λ éste se la adjudica él mismo, al citar un
pasaje en Helénicas III l, 20.) Ya Plutarco, en De gloria
Atheniensium 345c, observó que éste era un pseudónimo
de Jenofonte. Acaso el motivo de publicar la obra así fue­
ra el favorecer su difusión en Atenas» donde el decreto de
su exilio aún estaba en vigor y donde eran bien conocidas
sus simpatías por Esparta1".
La obra está dividida en siete libros, pero es probable
que esta división (así como los resúmenes iniciales de
cada uno de éstos) sea de época posterior. Jenofonte, que
habla de sí mismo en tercera persona, se asigna un desta­
50 CARLOS GARCÍA GUAL
cado papel en la retirada de la tropa mercenaria que com­
batió con ( 'Aro el Joven contra Artajerjes II, su hermano y
rey legítimo de Persia. Tras la batalla de Cunaxa (descrita
en 18-10), los griegos, que habían perdido a su preten­
diente al trono y que luego perdieron también a sus gene­
rales, emprendieron la larga retirada, a través del país de
ios Carducos y Armenia hasta Trapezunte, en la costa del
mar Negro, y desde allí fueron a reunirse al ejército espar­
tano que operaba, a las órdenes de Tibrón, en Asia Me­
nor. El título de la obra, la Subido de Ciro (Aruíbosis
Kyrou), es decir, la ascensión desde la costa hacia el inte­
rior de Persia, conviene con propiedad tan sólo a los seis
primeros capítulos del libro I. El resto se ocupa en la des­
cripción de la larga marcha, de casi cuatro mil kilóm e­
tros, a través de países host iles, y de abrupta geografía, de
los Diez Mil griegos, conducidos por el espartano Quirí-
sotb y el propio Jenofonte, que destaca en primer plano su
intervención personal19.
Se ha hablado bastante, en algunos estudios sobre la
obra, del carácter apologético, de la «tendencia» marca­
damente personal con que está escrito este informe histó­
rico*40. Según algunos, Jenofonte habría querido dejar en
claro su papel en la expedición, en vista de otras versio­
nes que ya circulaban en Atenas, subrayando que marchó
con Ciro sin tener conciencia, en un principio, de su plan
de derrocar a Artajerjes II, y luego su actuación de conse­
jero salvador en la retirada. Repetidamente, Jenofonte
demuestra su fe en la disciplina y el buen orden (cutaxía),
es animoso y sensato, está en todas partes para ayudar a
los soldados, es llamado por éstos su «padre» y «benefac­
tor», quiere salvarlos de la negligencia y el abandono,
como Ulises salvó a sus compañeros del olvido del retorno
en el país de los Lotófagos (como dice el propio Jenofon­
jENOfONTE: AVENTURERO Y ESCRITOR 5 /
te, en una alusión muy significativa* en I II 2, 25)21. Desde
luego, la tendencia apologética es patente, creemos, a lo
largo de la narración. Lo que no quiere decir que sea un
relato tendencioso, jenofonte escribe sobre sus recuerdos
personales de la expedición, a más de veinte años tal vez,
apoyándose quizás en algunos apuntes o un diario de
viaje. Pero escribe con un propósito mucho más amplio
que el de redactar un escrito exculpatorio o laudatorio. Si
la Atuibasis tiene algo de «rendición de cuentas», es tam­
bién una «rendición de cuentas» consigo mismo, una re­
memoración orgullosa y sincera de su pasado.
Cuando Diodoro hace el resumen de la expedición de
Ciro, omite la intervención de Jenofonte22. Pero esa omi­
sión puede explicarse porque Diodoro se sirve como
fuente principal de Éforo, el discípulo de Isócrates, host il
hacia Jenofonte y su obra23, de modo que tal hecho no in -
dica que nuest ro autor no tuviera en la empresa el impor­
tante papel que él mismo se asigna. La Anabasis es más
que un frío documento histórico; tiene un cierto aire épi -
co y, a la par, un regusto herodoteo, al evocar paisajes,
costumbres locales, fauna y flora, caracteres de diversos
personajes, las emociones de las gentes en una determi­
nada situación. Tiene el aroma auténtico de lo vivido y
recordado de un modo real. Los mismos discursos, tan
de acuerdo con ia práctica retórica de la historiografía de
la época, tienen un notable dramatismo, a la vez que una
gran verosimilitud. Los retratos que se introducen
-com o el panegírico de Ciro (I 7), o los de Clearco, Pró-
xeno y Menón (II 6 )- están trazados con mano fírme y
diestra, y van más allá de una obra de circunstancias y
propósito apologético. Acaso la Anabasis tuvo un pretex­
to apologético, pero su contenido no queda recortado
por esta tendencia original. En esta obra late una verda­
52 CA RIO SCA RCÍA GU A l
dera intención histórica» la de contar lo que pasó real­
mente, la de presentar las cosas tai como fueron, aunque,
naturalmente, Jenofonte se presente a sí mismo bajo una
luz favorable. No era un carácter como el de Tucídidcs
pero era un historiador sincero; acaso un tanto parcial en
sus simpatías» hacia sí mismo, hacia algún otro, hacia los
espartanos, en su amor a la disciplina y el arrojo, pero no
un expositor tendencioso de los hechos.
Como ha señalado Anderson1
1
4
, Jenofonte es mejor re­
portero que historiador, en cuanto da mejor el relato de
los hechos que él personalmente ha presenciado que las
noticias que recibe de otros. Por otra parte, su estilo de
pinceladas cortas, su modo de contar, transmite bien las
impresiones de momentos decisivos con singular dra­
matismo. Así, p. e., el comienzo de la batalla de Cunaxa
(I 8,8) o la llegada de la columna griega a la vista del mar
(IV 7,21). Esas escenas, de una vivida sensación dramáti­
ca, no faltan tampoco en las Helénicas. (Recordemos, p. e.,
cómo evoca en H ei I I 2,3-4, la llegada a Atenas de la nave
Páralos, con la noticia de la derrota de Egospólamos, y
cómo el rumor de lamentos va recorriendo los Largos
Muros.) Describe con trazos sobrios, pero bastante preci­
sos, a los actores de sus historias y presta atención a los
movimientos de las tropas y a las tácticas y estrategias mi­
litares.
Otro rasgo importante en la concepción de la Anaba­
sis es la exposición que Jenofonte hace de cóm o, en cir­
cunstancias críticas, la camaradería de los guerreros se
sobrepone a las rivalidades y a los estrechos límites de los
nacionalismos. Por encima de su procedencia local -e s­
partanos, atenienses, beodos, tesaÜos, etc.-, los griegos
se sienten hermanados en una empresa militar común,
frente a los bárbaros. Hasta qué punto se intenta prdu-
lE K O W N T fc A V K N t i m t K O Y K M .K J JO R 53
diar con este relato un ideal panhelénico es discutible. Se
expone, ante todo, un bocho real: que en un contexto pre­
ciso, enfrentados a una población y a una geografía hosti­
les, esos Diez Mil griegos, de variada procedencia, se
sienten unidos en una causa común. Como dice 1C Nic­
kel, «la Anabasis es, a este respecto, independientemente
de la tendencia ya aludida de su autor, objetivamente, un
informe periodístico para despertar o fortalecer la con­
ciencia panhelénica»25.
Tal vez Jenofonte utilizó algunos libros, como el escrito
por Esféneto de Estínfalo, el general más viejo de la expe­
dición, y ya titulado así: Atuíbasis, o unos para nosotros
desconocidos repertorios geográficos -d e esa literatura
de periplos y periegesis con que se relaciona su obra-; y,
ciertamente, conoció los Persikd de Ctesias, el médico de
Artajerjes, al que cita expresamente (1 8, 26). Pero, a lo
largo tie todo su relato, se percibe la nota de lo vivido per­
sonalmente. Esas descripciones de usos y lugares, esos
mismos discursos retóricos, esas observaciones psicoló­
gicas sobre las reacciones de los soldados evocan un testi­
monio inmediato, los ojos agudos del historiador, en sen­
tido etimológico de la palabra. (Acaso utilizó Jenofonte
las notas de un diario propio del viaje, para tanto detalle
concreto.)
Por otra parte, hay que decir que la Anábasis se lee
como lo que es, el relato de una gran aventura, de propor­
ciones épicas, de valores novelescos. Sus personajes no
son héroes como los nobles semidioses de antaño. Son
figuras muy reales, soldados de fortuna, como tantos
griegos mercenarios que vagaban por Asia y Egipto, pro­
fesionales de esa amarga ocupación en que muchos emi­
grantes helénicos habían probado su valer, desde hacía
siglos"
54 <
:aki.os<
;ahcia<
juai
Desde la primavera del 401 a. C., en que se inició la
marcha, hasta marzo del 399, en que Jenofonte entregó
las tropas a su cargo al harmosta espartano Tibrón, pasa­
ron los dos años más azarosos de su vida, en los que vivió
intrépidamente una aventura desaforada, en continua
alerta, con cotidianos sobresaltos y riesgos desconocidos,
una odisea por las tierras hostiles de Asia, cruzando de­
siertos y montes, por la Armenia invernal, al frente de la
larga columna de los Diez Mil.
El final de la expedición fue feliz, en cuanto que logra­
ron salir con vida, escapar a la trampa persa, reincorpo­
rarse a sus puestos habituales. Para los mercenarios nun­
ca hay gloria, sino sólo, en el m ejor de los casos, botín y
fortuna. Jenofonte no salió malparado de la empresa. Si
bien, cuando nos revela las rencillas que alteran los últi
mos meses, nos deja un regusto triste, pero real. Tales
eran los hombres que luchaban con él, valientes pero dís­
colos, ambiciosos y taimados.
La expedición llegó a «un heroico y brillante término».
Adecir verdad, las dificultades no resultaron tan grandes como
parecían. La misma marcha fue la señal, para Huropa, de la in­
terna debilidad de los imperios de Oriente, que fue puesta luego
al descubierto por Alejandro, Pompeyo, Lúculo y los varios
conquistadores de la india. Mas el valor placentero de Jenofon­
te, su inteligencia y su cultura, relativamenteelevadas, su honor
transparente, su religiosa simplicidad, combinados con una
gran habilidad para manejar a los hombres y un verdadero don
de improvisar disposiciones para hacer Trente a toda contingen­
cia, le capacitaron para llevar a cabo una proeza que en vano
hubiera intentado alcanzar cualquier militar más hábil. No fue
completamente afortunado como cotulotliero. Sus Dio/. Mil, por
orgulloso que le pongan más tarde sus hechos, contenían mu­
chos de los peores gra nujas de Grecia, y Jenofonte, como Próxe-
no, los trataba demasiado a lo gentilhombre. El viejo Clearco,
IfcNOHONTh AVKNIIJKI-KO V l-.StlKI IOK 55
con el látigo on la mano y una maldición en los labios» sin dejar
jamás su malhumor, lucra del momen to de la acción, era el úni
co hombre que debía haberlos guiado2
Jenofonte, como historiador, tiene notorios defectos.
No es exhaustivo en la recogida de dalos, es olvidadizo y
margina hechos de primera importancia, cuenta las cosas
desde su perspectiva28 -y no tanto por una conscienle
parcialidad, por esa simpatía proespartana que muchas
veces se le ha reprochado, como por una característica in­
genuidad, cercana a la improvisación sin el examen críti­
co requerido, y eso, tras leer a Tucídides-, pero es, como
ya advertimos, muy buen reportero de guerra. Este re­
portaje, escueto y penetrante, de sus propias experiencias
en el ejército de los «Circos», en la larga marcha por la in­
hóspita geografía minorasiálica, está espléndidamente
contado. Con esa precisa rapidez habitual en Jenofonte,
no ajena a la ironía en varias ocasiones29, tan sólo altera­
da por la longitud de algún que otro discurso un tanto
cargado de tópicos retóricos (aunque 110 siempre, pues
hay estupendas arengas, de hábil efecto psicológico, en
muchos puntos de la obra). «Esta agradable obra es origi­
nal y auténtica», como señaló Gibbon. Y, como señala
G. Murray: «En su conjunto, es una obra fresca y franca,
en la cual, por lo menos, el escritor consigue no echar a
perder un relato verdaderamente conmovedor»4().
Cada género histórico tiene sus pautas y normas un
tanto flexibles. El Agesilao y la Ciropedia tienen una orien­
tación peculiar que permite a su autor remodelar la his­
toria, silenciar ciertos hechos, embellecer las figuras con
los prestigios de la retórica y la ficción11. En la Anabasis,
pese a su tendencia apologética, a su visión personal de lo
narrado, hay una fidelidad a lo real y una dramaticidad
5 6 ('■ARIjO S G A RCÍA (¡U A L
histórica singular, que hacen de esta narración un admi­
rable reportaje, escrito a cierta distancia de los hechos,
contenida de emoción, de una indiscutible grandeza.
Bibliografía
Nos limitamos a señalar los libros más recientes y algunos ar­
tículos de interés para la crítica de Jenofonte como historiador.
I. Estudios
Andkkson, J. Κ., Greek Military Tactics in the Age o fXenophon,
Berkeley, 1970.
- Xenophon, Londres, 1974.
B re ite n b a c h , Η. Κ., Historiographische Anschauungsformen
Xenophons, Basilea, 1950.
Xenophon vonAthen, en Pauly-Wissowa, RE, IX Λ 2 (1966),
cols. 1569-1928.
C a n fo ra , L., Tucidide continuato, Padua, 1970, págs. 57-77.
- (ed.), Erodoto,Tucidide, Senofonte, Letture critiche, Milán,
1975, págs. 167-210.
Oi-i.KBUCQUE, E., Essaisttrla viedeXénophon, Paris, 1957.
Ekbsh, H., «Xenophons Anabasis», Gymnasium 73 (1966), pá­
ginas 485-505.
G k ;o n , O., Kommentar zum ersten Ihuh von Xenophons «Me-
morabilien», Basilea, 1953.
- Kommentar zum zweiten Much von Xenophons «Metnorabi-
lien», Basilea, 1956.
G u thrik, W. K. C , A History o fGreek Philosophy, (II, Cambridge,
1969, prigs. 333-3-18.
H k n ry, W. P., Greek Historical Writing. A Historiographical Es­
say based on Xenophons «Hellenika», Chicago, 1967.
H i g g i n s , W. H.» Xenophon the Athenian. The Problem o f the In­
dividual and the Society o fthe Polis, Albany, N. York, 1977.
JK N O K ÍN T E : A V U m - ’Rt-.K O Y F .S C R rT O R 57
Kroem kr, Ιλ, Xenophons «Agesilaos», tesis doct., Berlín, 1971.
(,UN!>i.H»0.,«l)cr Bcricht Xenophons OberdieSchlacht bei Ku-
naxa·*. Gymnasium 73 (1966), págs. 429-452.
Luccioni, J., Les idéespolitiques eí sociales de Xénophoti, París,
1947.
- Xétwphon et le socratisme, París, 1953.
Miíyhk, Κ., Xenophons «Oikonomikos», tesis doct., Marburgo,
1975.
Nussbaum, G. B., The Ten Thousand. A Study in Social Organi­
sation and Action in Xerophon’
s «Anabasis», Leiden, 1967.
Strau ss, L., OberTyrannis, Neuwied-Berlin, 1963.
- Xenophons Socratic Discourse, íthaca, N. York, 1970.
- Xenophons Socrates, Ithaca, N. York, 1972.
Tuiu;, M., art. sobre el escrito pseudojenofonteo La Constitu­
ción de Atenas, en Pauly-Wissowa, RE, IX Λ (1966), cols.
1928-1982.
II. Ediciones
Las más asequibles son Sas publicadas en la «Oxford Classical
Texts»: Xenophontis opera omnia, editadas por P. C, Marchant
en 3 vols., Oxford, 1900-1904 (con reediciones), así como las de
«Les Belles I^ettres», por diversos editores: Helléniques, por
I. Hatzfeld, París, 1936-1939; Atiabase, por P. Masqueray,
2 vols., París, 1931; Éconotnique, por P. Chantrainc; I!art de la
chasse, Le commandant de la cavalerie, P e Vart équestre, por
E. Delebecque, París, 1970> 1973, 1978, respectivamente. Hn la
colección de ia «Ί useulum Bücherei» tenemos las ediciones de
la Anábasis, por W. Müri, Munich, 1959, y de las Helénicas, por
G. Strassburger, Munich, 1970. En la colección del Instituto de
Estudios Políticos están editados el Hierón y la República de los
atenienses, por M. Pernández-Galiano, Madrid, 1951, y La re­
pública de los lacedemonios, por M.“Rico.
De algunas obras hay ediciones sueltas, muy interesantes por
sus notas y cuidado crítico, com o el Económico, editado por
58 í :a r u >m í a i « : í a ( . . ; a i .
). Gil, Madrid, 1967; los Póroi (Recursos), editado por (i. Hodci
Giglioni, Morencia, 1970; Sobre la equitaciótt, por K. Widdra,
Leipzig, 1964, ytterlín, 1965.
Para la tradición textual jenofontea,el libro fundamentalsi-
gue siendo el dt Λ. W. Persson, Zur Textgeschichte Xenophons,
Lund, 1915, que puede complementarse con las páginas del vo­
lumen colectivo Geschichte der Textüberlieferung, I, Zurich,
1961, págs. 268-272.
El léxico de Jenofonte es el antiguo de R W. Sturz, Lexicon Xe­
nophonteum, Leipzig, 1831,reimpr. Hildesheim, 1964.
Siendo Jenofonte autor muy reiteradamente seleccionado
como texto de tiaducción para los estudiantes de griego de ins­
tituto y universidad, hay incontables ediciones escolares de
obras y libros suyos. Un lisparta, como ejemplo, el libro I de la
Anábasisv$U editado por J. Pérez. Riesgo: con notas (Madrid,
1968,4.J ed. rev., 5.** rciinpr.) y bilingüe (Madrid, 1976,4.·' cd.
rev., 6.“rciinpr.) en la Kd. Gredos.
111. Traducciones castellanas
La primera versión directa al castellano es la de Diego Gracián
de Alderete, el mismo traductor de Tucídides, publicada en Sa­
lamanca en 1552. Ll título de la traducción reza así: Las obrasde
Xenophon, trasladadas de Griego en Castellano por el Secretario
Diego Gracitin, divididas en trespartes. Dirigidas al Serenissimo
Principe Don Philippe nuestroseñor. La traducción -«con privi­
legio para los reinos de Castilla y Aragón»- comprende los si­
guientes tratados:
Historia de Cyro (Cyropedia) que trata de la crianza c institución,
vida y hechos de Cyro. -D éla entrada de Cyro el Menor en Asia, y
de las guerras que allí tuvieron contra los bárbaros los caudillos
griegos. -! )el oficio y cargo del capitán general de los de a caballo y
de lo que se requiere en el castillo. -Del arte militar de caballería, y
de los caballos, y de las partes que ha de tener el buen caballero pera
la guerra. -I)e los loores y proezas tie Agesilao, rey de los lacedemo-
IKNOKíN IK: AVI-.ΝΊ l.'KKKO Y hSCKHOK 5 9
nios. -De la república y gobernación de los iacedemonios. De la
caza montería cuyo ejercicio es ncccsaiio para la guerra.
Menéndez y Pelayo, al dar noticia de esta versión, agrega:
Ivita versión tie Xenofonte no es comp eta; faltan las Ifelónicas que
Clracián pensó añadir a su versión de Tucídides y todas las obras fi­
losóficas o no enlazadas directamente con la historia, a saber: las
Cosas Memorables de Sócrates, la Apolcgía del mismo, el Convite, la
Económica, el Hierón o Peí reino, el tratado Délas ventas públicas
de Atenas y el I)e la república de los atenienses, cuya omisión no me
explico, dado caso que incluyó ( iraciún el De la república de los lace-
demonios.
Menéndez y Pelayo habla luego («Biblioteca de traductores
españoles», Madrid, CS1G, ed. de 1952*1953, tomo II, pági­
nas 188-190) déla reimpresióndeesla traducción, revisada por
Flórez Canseco:
Las Obras de Xenophonte... Segunda Edición en que se ha añadido el
textogriegoy se ha enmendado la traducción castellana por el Ledo.
D. Casimiro Hórez Canseco... Madrid, en la imprenta Real, 1781.
Dos tomos, en 4.°, a cada uno de los cuales acompaña un mapa.
La edición es bellísima y digna del autor a que se consagraba. H
I
texto griego fue revisado con esmero, y la traducción deGracirin
enmendada en lodos los lugares mal entendidos por el inlérprelc.
Del docto helenista (lanseco, a cuyo cargo corrió esta tarea, son
también las notas que ilustran yaclaran las dificultades del original.
Ill primer volumen contiene la Cyropedia vcl segundo la Amiba
sis. De la publicación del tercero no hemos hallado noticia. Debía
contener, además de los tratados que tradujo Gracián, los por él
omitidos cuya versión fue encargada a !;lórez Canseco.
El Xenophonte de Gracián disfruta de merecida fama, y es, con el
Herodoto del P. Pou, lo mejor que en punto a traducciones de pro­
sistas griegos posee nuestra lengua. Suestilo es claro, sencillo, puro
yexento de toda afectación; algo distante se halla, sin embargo, de
la admirable dulzura yamenidad <|uecautivan yencaman en los es­
critos del que por ello mereció el hermoso dictado de la Abeja
Ática.
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Carlos garcía gual historia, novela y tragedia

  • 1.
  • 2. «« si en % u «Introducción a la mitología grie­ ga· CH 4102), CARLOS GARCÍA CUAL km u oomo objetivo tacilitar h aproximación a los antiguos rela­ to* que Li integran y ofrecer jlgurns reflexione» pre vUa a ui lectura o rcleitura, HISTORIA, NOVELA Y TRAGEDIA invita a releer y repensar tic forma uige* renle y original algunos texto» cLiaico· y otro· que acaso no hayan akan/ado oía categoría pero que merecen atención por m i* eco· en la literatura posie- rio#. El desarrollo de la narrativa hutórtca griega (con un interesante capitulo dedicado a Jenofonte I, d dd género novelesco -y notoriamente el ungular papel desempeñado en ambo* por la figura de Alejandro Magno-, y por último uno* uigcrentes capitulo* dedicado· al h*roe trágico y a Euripidei y m is ultiman tragedias son los tres grandes núcleo* en torno a los cuales gira el volumen. El libro de bolsillo 1 Her a t u r a
  • 3. Carlos García Gual Historia, novela y tragedia El libro de bolsillo Ensayo Alianza Editorial
  • 5. Diseño de cubierta: Alianza Editorial Ilustración: Pclikéática de figuras rojas. Berlín, Staatliche Musern ni Berlin. Antikenmuseun O Carlos García Ciual, 2006 ffi Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2006 Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid 'telefono 913938888 wmv.alianzaeditorial.es ISBN: 84-206-6008-6 Depósito legal: M. 49.779-2005 l:otocomposición e impresión: Fernández Ciudad, S, L. Coto de Doñana, 10.28320 Pinto (Madrid) Printed in Spain
  • 6. Prólogo Los antiguos griegos no sólo inventaron todos los géneros de nuestra tradición literaria, sino que al crear sus prime­ ros modelos orientaron de manera decisiva el curso de esa tradición. Está muy claro que la producción de esas obras pioneras, situadas en los albores de la literatura por su cro­ nología y también por su propia calidad narrativa, com­ puestas unas en verso y otras en prosa, precedió a todas las preceptivas literarias. Cuando, unos siglos más tarde, Aristóteles en su Poética analizó los géneros más clásicos de esa tradición (es decir, fundamentalmente la épica ar­ caica y la tragedia clásica), lo hizo analizando los textos ya paradigmáticos, como eran los poemas homéricos y las tragedias de Sófocles. A partir de los textos ejemplares ya existentes se forjó la teoría. En cambio, el Estagirita se ocu­ pó poco (por lo que sabemos por sus obras conservadas) de otros géneros escritos en prosa, como las obras filosófi­ cas y las históricas, y tampoco pudo tratar, claro está, de un género que tardaría en aparecer cerca de tres siglos des­ pués de su muerte: la novela, ese relato largo de ficción sin mitos cuyo tema era el amor y las aventuras de los jóvenes amantes. 7
  • 7. « <:λ κ ιο ν ( ;λ ι« Ι λ (,γ 'λ ι 'l'ambién aquí nuestra tradición literaria encuentra sus orígenes y paradigmas en admirables textos griegos, que, en ciertos campos, como os el caso de la Filosofía y la Historio­ grafía, suministraron los ejemplos destinados a convertirse en textos canónicos para una larga posteridad. Y, desde lue­ go, no sólo en la tradición griega, sino a continuación en la romana, y luego en la europea desde el Renacimiento. De otro modo sucedió con la novela, el último género inventa­ do por los griegos, ya en una época tardía, casi en el cre­ púsculo de su cultura, muy avanzado el período helenístico. Ni siquiera dieron nombre al género. Y, aunque la novela griega fuera un género de producción prolífica y popular, quedó al margen del canon de los grandes modelos clásicos. I>ehecho, sólo tenemos cinco novelas conservadas por ente­ ro, pero sabemos, por algunos fragmentos papiráceos y por algunas citas y resúmenes, que hubo muchísimas novelas, y probablemente mucho más variadas de lo que sugiere esa breve selección. lin todo caso, tanto el relato histórico como el novelesco están escritos en prosa, y no tienen un trasfondo mítico, como lo tuvieron los géneros más clásicos (la epopeya, la tragedia y, en buena medida, la lírica arcaica). Historiografía y novela se refieren a un mundo sin mitos y sin musas, pues tanto el historiador como el novelista construyen sus relatos a partir de sus experiencias o sus propias imaginaciones. Tienen una nueva libertad, condicionada en el caso del his­ toriador por su anhelo de atenerse a la verdad bien investi­ gada, y en el del novelista por mantener una ficción verosí­ mil. (Cierto es que el criterio de lo verosímil no parece ser el mismo que tenemos nosotros yque en algunas novelas grie­ gas aún aparecen en el trasfondo los dioses, pero unos dio­ ses más bien distantes yde perfil distinto a los de la épica y la tragedia.) F.n uno y otro caso, sin que hubiera una precepti­ va previa con unas claras normas, esos primeros textos sir­ vieron de modelos y pautas a los siguientes, pero siempre
  • 8. IM t O IO U ! 9 con un gran margen para las variaciones tanto de enfoque como de eslilo (como puede verseen el contraste entre He­ ródoto y Tucídides, y entre Caritón y Longo y Heliodoro, por ejemplo). En los ensayos recogidos en este libro he tratado de anali­ zar y comentar cómo fueron desarrollándose esos géneros que avanzaron en su trayectoria sin un esquema programá­ tico previo, pero lo hicieron contando desde muy pronto con una tradición yjugando con ella (ya sea historiográfica o novelística). I:s muy interesante observar cómo los histo­ riadores griegos quisieron dar la imagen de una historia continuada, en línea unos tras otros, aunque fuera con esti­ losy enfoques divergentes. Por otra parte, los novelistas ma­ nejaban toda una serie de tópicos que demuestran que ya habían leído otras novelas al construir su nueva ficción de- amor y aventuras, lis decir, siempre se compone teniendo en cuenta relatos precedentes. listo es lo normal en cualquier tradición literaria, pues siempre se escribe a partir de lo ya escrito antes por otros. Pero el interés de los ejemplos grie­ gos estriba en gran medida en que esos textos inauguran una larga tradición, y los griegos fueron los pioneros en la transmisión de la literatura occidental. He querido también destacar cómo se define, frente a esos esquemas, algún subgénero narrativo, como es la bio­ grafía en el terreno de la historiografía, o cómo conviene distinguir entre tipos de ficción de diverso origen y compo­ sición divergente, como es el caso, en general y desde luego en el ámbito griego, de la novela breve frente a la larga, de in­ tención sentimental, que quizás podríamos llamar prerro­ mántica, con su entramado un tanto tópico de escenas de amor y aventura. Hn fin, estas páginas son apuntes para in­ vitar al lector a la reflexión y la rclectura de textos clásicos o textos que, como esas antiguas novelas, merecerían mayor atención por sus ecos en la literatura posterior (ya en la bizantina y en la novela barroca). No son ensayos de corte
  • 9. to C A K I.O M iA K t:lA liU A l. formalista, sino que siempre sitúan los relatos en precisos contextos. E insisten en la importancia que a menudo tienen el contexto histórico yel entorno cultural en la evolución del género. Por ejemplo en cómo, en el caso de la figura de Ale­ jandro Magno, el aura mítica del personaje produjo la des viación de su Vida hacia una fantástica y fabulosa/Fcr/riu de singulares ecos en la literatura novelesca medieval. Al final, como un punto de contraste con las reflexiones anteriores sobre los comienzos y caminos de la historiogra­ fía, la biografía y la novela, he querido recoger unas páginas acerca del teatro de Kurípides y sus últimas tragedias (que son, en definitiva, el final de la tragedia clásica). También en esos finales del tratamiento dramático del mito, ya en el cre­ púsculo del teatro ático, podemos subrayar cómo la tradi­ ción se gasta yse recompone y renueva deslizándose hacia formas literarias más modernas y menos clásicas (más deca­ dentes, según Míetzsche), como el melodrama o la comedia con tintes novelescos. He reunido este grupo de ensayos, redactados en ocasio­ nes diversas» algunos publicados en libros ya agotados o en revistas de hace algunos años, con la idea de que quizás si­ gan conservando su atractivo para los lectores interesados en el mundo antiguo y la gran tradición de la literatura eu­ ropea que comienza en (¡recia. No pretenden ser lecciones académicas, sino sólo unas cuantas sugerencias y perspecti­ vas, surgidas de una lectura atenta de los espléndidos textos griegos. C. G. G. Madrid, octubre, 2005
  • 10. La narrativa histórica griega i Estas breves páginas quieren sólo invitar a reflexionar so­ bre el carácter determinante que tuvo el enfoque de los dos primeros historiadores griegos en la constitución de la historia occidental como un género literario específico, ajustado a un relato polémico y político. La narración historiográfica fue un invento griego, condicionado por su propio contexto histórico (la ilustración ateniense, la imparcialidad del viajero exiliado, la óptica democrática, etcétera) y cultural (la distancia frente a la épica, la forma abierta en prosa, la sofística, etc.), pero por encima de es­ tos condicionantes la diversa personalidad de Heródoto y de Tucídides orientó sus investigaciones sobre los hechos historiables en dos sentidos un tanto opuestos. Por lo me­ nos, en cuanto a la perspectiva fundamental, Tucídides quiso corregirla óptica y el programa de su precursor. De todos modos, estos apuntes son sólo unos cuantos comentarios abiertos e inconclusos, y, por otro lado, no demasiado originales. Podrían verse como un sencillo il
  • 11. 12 O N K IX IS ÍJA R C fA G U A l. comentario a unas páginas de A. Momigliano» o a unos pocos párrafos, como estos que citaré a continuación, procedentes de ia selección recogida en A. Momigliano, Lti historiografía griega (trad. esp.*, J. Martínez Gázquez, Barcelona, lid. Crítica, 1984). Tenemos ahora en castellano algunas nuevas traduc­ ciones de Tucídides, nada menos que cuatro, y tres de Heródoto, además de la admirable versión anotada de C. Schrader (en «Biblioteca Clásica Credos», en cinco tomos). listas notas son sugerencias para su lectura. Señala, pues, A. Momigliano: lintre Heródoto y las crónicas orientales se levantan tres dife­ rencias: 1. Las crónicas orientales son más bien monótonas en los motivos de las guerras. Usté o aquel pueblo han cometido al­ gún delito típico -traición, conspiración, rechazo del pago de algún tributo- y han sido castigados. 2. La guerra es valorada casi exclusivamente desde el punto de vista deJ vencedor. Las derrotas se disimulan. No conozco historia análoga a la de los espartanos en las lermópilas. 3. I*.l rey vencedor identifica automáticamente la causa pro­ pia con lacausa de sus dioses y presenta lavictoria como unjui­ cio divino a su favor. Podemos decir con certeza al menos que, por lo quesabemos, Heródoto fue el primero que organizó una vasta investigación sobre una guerra ysuscausas. Éstaes de hecho la herencia deja­ da por Heródoto ala historiografía europea, una herencia envi­ diable (o. c., pág. 155). Es hasta demasiado obvio que 'Incididos determinó en definiti va el veredicto de la Antigüedad sobre su predecesor. Leyó (o escuchó) atentamente su Heródoto ydecidió que la forma liero- dotea de afrontar la historia era peligrosa. Para escribir historia en serio era necesario ser contemporáneo délos hechos en dis­ cusión yconseguir comprender lo que decía la gente. La histo-
  • 12. WN A R R A T IV AH IV IO K U!A t.K tllC .A ria seria, según Tucídides, no sc ocupaba del pasado, sino sólo del presente; no podía ocuparse de países lejanos, sino sólo de lugares en los que vivía el historiador y de personas cuyos pen­ samientos podía exponer sin dificultad con palabras propias. Tucídides no creía que el intento herodoteo ele escribir hechos que el autor no había vivido y de narrar la historie) de hombres de los que no entendía la lengua pudiese tener futuro (o. t, pág. 137). Kn algunos bustos antiguos, bifrontes como el dios Jano, aparecen los rostros de Heródoto y Tucídides en la misma cabeza, mirando cada uno en sentido opuesto. De un lado, ese apareamiento indica una continuidad; del otro, una divergencia. 'Tucídides continúa a Heródoto, sin decirlo expresamente, pero dándolo a entender cuan­ do relata esquemáticamente la Pentecontecia como un «espacio abandonado» (l, 97), es decir los cincuenta años que van desde el final de las Guerras Médicas al co­ mienzo de la Cíuerra del Peloponeso, tema de su gran re­ lato. Heródoto, «padre de la historia», inicia una narra­ ción que encuentra su continuación en la obra de Ticídides. Jenofonte en sus Helénicas y Teoponipo (en sus Helénicas y luego en sus Filípicas) comienzan su rela­ to declaradamente «donde se interrumpe Tucídides». Se forma así una historia perpetua en la que el historiador parle del lugar en que acaba la narración de su predece­ sor. Polibio afirma que continúa la narración de Timeo y de Arato; y en Posidonio y en Kstrabón encontramos la misma idea: proseguir la historia ya comenzada, avanzar el relato recogiendo la antorcha, coma el corredor de la carrera de relevos. Notemos que, al aceptar esa continua­ ción, estos historiadores aceptan también la óptica de su predecesor, es decir, fundamentalmente, la de 'Tucídides, mientras que ent re éste yel fundador de la serie, Ileródo-
  • 13. «'.Ακι.ι > s (;a u c ia <;i 'm to, las divergencias son mucho más notables on cuanto ai enfoque y a la técnica narrativa. (Cf. L. Canfora, Letturc critiche, Milán, 1975.) Dos rasgos para subrayar: Heródoto inaugura ese gé­ nero narrativo, pero Tucídides reajusta el objetivo dejan­ do una impronta imborrable en la tradición historiográ- fica posterior, más adicta a él que a su predecesor. (Frente al ciclo épico surge la cadena historiográllca.) En esa historia continuada prevalece -con la excepción tal vez de la obra de Posidonio, que conocemos m al- la orientación tucididea de la historia política y pragmática, descartando la panorámica más amplia, cultural, antro­ pológica, que ofrecía la obra de Heródoto, en su enfoque inicial. Los sucesivos historiadores griegos, que comien­ zan por darnos su nombre y el de su ciudad, actúan como testigos y relatores críticos de un tiempo próximo, aten­ tos a los sucesos de relevancia bélica y política, expresan­ do en su escueta prosa la lección de los acontecimientos que consideran útil para un juicio sóbrela época y de una perenne valide/, en su significación moral. Para la construcción de sus relatos los historiadores griegos se fundan primordialmente en la propia observa­ ción de los hechos. Lo mejor es la propia experiencia di­ recta, la visión inmediata de las batallas y de las actuacio­ nes políticas, pero a falta de ella la referencia a testigos inmediatos. Sólo secundariamente a documentos y a in­ formaciones de tercera mano. Lo fundamental es la au­ topsia* la visión propia, y luego el análisis de esa autopsia de los datos en frío. Antes de I leródoto están las narraciones del epos y las periegesis y peripios, de carácter local, monográfico, y las historias locales basadas en tradiciones menores, a menudo ligadas a mitos. Frente a ello -con algunos pre-
  • 14. UN A R R A T IV AIIIV lO R K jU im i.O A J5 ccdcntes como Hecateo, por ejemplo-, la obra de Heró­ doto supone un enorme avance. Puede ser considerado el «creador de la Historia» como Esquilo lo es de la Trage­ dia, no porque no tuviera predecesores, sino porque su obra supone el logro definitivo en la consolidación de un género literario y un hito clásico, de un vigor ejemplar e insuperable. Es también Heródoto quien introduce la palabra histo­ rie para designar ese género en prosa. Una palabra que en griego tiene el sentido de «investigación», «encuesta», muy próximo al actual de «reportaje». (Todavía Aristóte­ les escribe una historia de los animales y Teofrasto una historia de las plantas, con ese mismo sentido tie «inves­ tigación» personal, en unos campos en que la historia en el sentido posterior apenas existe.) La historia se opone al mythos en cuanto supone una experiencia personal, una constatación de hechos, un testimonio directo, de lo real y verdadero, frente a lo na­ rrado por otros y referido a tiempos lejanos, sucesos fa­ bulosos que nadie ha visto. Como el mito, la historia es una narración, pero su forma es significativamente la prosa, frente al artilugio de la forma poética, del verso so­ lemne y tradicional, ligado al mundo de la oralidad. La oposición entre historie y tnythos es aún más radical que la de mythos y lógos, ya en Heródoto y sobre todo a partir de Tucídides. Mientras que el mito está ligado siempre a una tradición inmemorial, la historia surge con la escri­ tura, es testimonio escrito, reconstrucción literaria (en el mejor sentido del término, que no incluye la subjetividad y la retórica, que también se introducen en el relato histó­ rico, a pesar de la intención de objetividad del historia­ dor). (Cf. J. Lozano, Hl discurso histórico, Madrid, 1987, págs. 113ysigs.,cap. Ill: «La Historia como narración».)
  • 15. <:a k u ).s <;a k c (a (;u a i. Es muy interesante subrayar que Tucídides no emplea el término de historia, sino que para referirse a su obra u(iliza el de syggraphé. Syggrapheús es el escriba que da fe de un determinado aclo, sea jurídico o histórico. Pero junto al hecho de escribir, grdphd, está también el de se­ leccionar yjuntar determinados hechos en una composi­ ción cuyo sentido depende de esa misma estructura de composición y selección previa. El prefijo griego syn alu­ de a esa trabazón de lo histórico, que no está tanto en la realidad como en la misma concepción crítica y en la vi­ sión personal del autor del relato histórico. El hecho de que Tucídides se presente como el que sy- ttégrapse tdn pólenton de los peloponesios y los atenien­ ses es muy revelador. Resulta un poco forzado el hacer de la guerra el complemento directo de ese verbo que según I.. Edmunds tendría un significado de «atestiguar». Syn­ grapho es componer un testimonio escrito de, acentuando el componer junto al mero testimoniar. También de la obra histórica de su contemporáneo Helánico de Mitile- ne habla 'tucídides como syggraphé (!. 97). 2 Que tanto uno como otro término, historie y syggraphé, se utilizaban sin un sentido técnico podemos verlo clara­ mente en un curioso fragmento de Heráclito (129 DK): «Pythagórés Mnesdrchou historien éskesen anthropón mdlista prfntón. Ka) ekiexdmenos taútas tds syggraphás epoiésato heóutou: sophfén,polymathfén, kakotechníén». Trad, de Λ. García Calvo: «Pitágoras el de Mnesarco se ejercitó en la investigación más que ninguno de los hom­ bres todos. Y también, escogiendo (de sus resultados), se
  • 16. U NARRATIVA HISTORICA «R U T,A / 7 preparó estos libros a su propio nombre: “Inteligencia, Plurisciencia, Malamaña”». (Cf. comentario interesante en Razón común, Madrid, 1985, págs. 88-89.) Otra versión dice: «Pitágoras, el hijo de Mnesar- co, practicó la investigación más que ninguno de los hombres; pero, haciendo su propia selección, estos es­ critos compuso a su nombre: Sabiduría, Erudición, Es­ tafa». Otro fragmento de lleráclito -35 I)K - afirma: «De muchas cosas han de ser investigadores los hombres filó­ sofos». «Oiré g()r nidia pollón hístorasphilosophous cinai,» Kse investigar de muchas cosas no tiene que ver con la poiymathíe, «erudición» tan denostada por Heráclito, sino con la búsqueda de la verdad, la alétheia, que es difí­ cil de descubrir. Y hablando de «investigar», no olvidemos una frase de Neráclito, esa que afirma que «malos testigos son ojos y oídos para los hombres que tienen almas bárbaras» (frag­ mento 107 DK). «Kako) mdrtyres anthropoisin ophthahno) ka) óta, bar- bdrouspsychds echóntón.» Vengamos a examinar el comienzo, muy comentado ya, de la Historia de Ileródoto, que explícita sus objetivos ysu intención, el horizonte de su investigación ysu temática. ·</lerodótou ¡{atikarnasséos histories apódexis héde, os mété tágenómena exanthrópán tói chrónóiexítélagénétai, mete érga megála te ka) thómasta, tit men Hellési, tü dé bar- baroisi apodechthénta, akleá génétai, tá te (illa ka di* hén aitíén epolémésan allcloisi.» junto a historie aparece el término apódexis, que resul­ ta muy relevante (luego vendrá a significar «demostra­ ción», incluso en lógica y matemáticas). Tomo unas líneas
  • 17. ¡H C A K I.O S ÍiA K Ü ÍA C .U A l· de K. A. Havelock, en su Cultura órale e civiltíí delta scri- tura (trad. ital. de Preface to Plato), Bari, 1973, pág. 269» nota 8 al cap. III: Kl término apódexis contenido en el proemio de Heródoto im­ plica sin dudas la publicación oral (Pearson, Early Ionian Histo­ rians, pág. 8, es de otra opinión), a la manera tradicional del epos, para servir a la finalidad épica definida en el resto de la frase (ya que la última proposición, que introduce los aítia, pa­ rafrasea la Ufada 1,8). Per contra, el consciente contraste traza­ do por Tbcídides (I 22,4) entre su κτήμα ές α ίεί y el αγώνισ­ μα ές τό παραχρήμα άκούειν de sus precursores identifica sin dudas el influjo permanente de un manuscrito compuesto estilísticamente para unos lectores, en contraste con los efectos más efímeros de una composición destinada a la recitación en una «competición» oral, interpretación reforzada por la penúl­ tima frase: καί ές μέν άκρόασιν ίσως το μή μυθώδες αύτών ά τερπέστερυν φ α ν ε ίτ ε . («Quizás para una audición la lalla de mitos la haga parecer menos atractiva.») Pero confróntese el modo como Turner trata la cuestión entera, que a mi parecer trastorna la lógica histórica: Heródoto,afirma 'lúrner, adopta «la nueva técnica publicist ica», mientras que la concepción que Tucídides tiene del propio valor es más «arcaica». Protágoras publicó oralmente (l)iógenes Laercio, IX 54) y esta práctica fue continuada por Isócrates (c(.Antid. init.). (Hl libro aludido de E. G. Turner es Athenian Books in the Fifth and Fourth Centuries B. C„ 1952.) La traducción de C. Schrader de este proemio dice así: «fota es la exposición del resultado de las investigacio­ nes de I leródoto de Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido yque las notables y singulares empresas realizadas, respectiva­ mente, por griegos y bárbaros -y, en especial, el motivo de su mutuo enfrentamiento-queden sin realce».
  • 18. ΙΛ ΝΛΚΚΑ'1'IV A HI.S'I O R IC A < ίΚ ΙΗ ·Α 19 Hn esta ver.sión lan cuidadosa quedan tal vez poco de relieve las resonancias épicas del adjetivo akleá. Kl histo­ riador vela por que los grandes y admirables hechos -crga ntegáUi te ka) thomastd- no carezcan de kléo$> la gloria que buscaban los héroes y las hazañas épicas. Hay, por otro lado, un claro paralelismo entre ía genómemt y ta érga; el primer término se referiría a los acontecimientos y sucesos humanos en general, mientras que el segundo se ajustaría más específicamente a las hazañas bélicas de griegos y bárbaros. Esta división de la humanidad entre griegos y bárbaros, esencial en la concepción helé­ nica del mundo, es a la vez muy significativa de la pers­ pectiva de 1leródolo, un jonio a caballo entre dos conti­ nentes. Frente a él Tucídides se centra en un conflicto entre griegos, y desprecia a los bárbaros, con un heleno- centrismo que muestra, en comparación con el horizonte de Heródoto, un fuerte tono ático. La traducción de Schrader, buscando un mejor efecto retórico, ha introducido «el motivo de su mutuo enfren­ tamiento» en el párrafo anterior, mientras que el texto griego deja al final la frase «y especialmente por qué cau­ sa guerrearon unos contra otros», muy de acuerdo con el plan general de la obra. 3 Kl retórico Máximo de Tiro opone la modestia de Home­ ro a la importancia que se dan a sí mismos los historiado­ res, que inician su narración dando su nombre al co­ mienzo. Pero ese afán de firmar el relato tiene un doble motivo: el historiador es un testigo que nos presenta su propio testimonio y debe comenzar por presentarse y, en
  • 19. 20 <'AKI.OSt ·ΛΗ<:fA («ti'AI. segundo lugar, es un autor muy consciente de que su pro­ pia posición y personalidad avala lo relatado. También es sintomático que nos dé el nombre de su ciudad: no escri­ be tan sólo para sus conciudadanos, sino que publica un texto que está destinado a una amplia difusión. Heródoto de Halicarnaso o de Turios es ya una referencia a una perspectiva personal clara. Kn ese sentido, aunque sepamos que el ilustrado jonio dio una resonante lectura de sus investigaciones en Atenas, y obtuvo un buen premio por su obra -com o un reputado sofista podía lograr con sus discursos de aparato y sus lecciones-, no hay que olvidar que ya i leródoto pretende ante todo legar una obra escrita. Antes de él ya lo hizo Hecateo. Y es muy ilustrativo recordar las primeras líneas de su texto (pronto perdido): «Hekataios Milesios hade mytheitai. Tdde grdph()> hos inoi dokei alcthéa cinai. Hoi gar Helletwn lógoi pollo) ka) gelotoi, hósenwfphaínontai>eisín». («Hecateo de Mileto relata lo siguiente. Kscribo estas cosas según me parecen verdaderas. Porque los relatos de los griegos son muchos y ridículos, en mi opinión.») Ya Ilecatco contrapone su propia versión de los hechos a numerosos relatos, «muchos y ridículos». Al dejar su testimonio por escrito, ofrece un testimonio personal y crítico. También I leródoto se muestra muy consciente de que el historiador debe seleccionar y discutir y rechazar anteriores testimonios, porque no es el éxito en la recita­ ción inmediata (contra lo que dice el más riguroso Tlicí- dides en la frase antes citada) lo que busca, sino el trans­ mitir una información memorable contra los embates del tiempo. Kn eso, en su empeño por luchar contra el tiempo y el olvido de los grandes hechos y hazañas, el historiador compite con el poeta (no sólo con el épico, cantor de un
  • 20. L A N A R R A T IV A H IS T O R IC A « ÍR IM ÍA 21 pasado mítico» sino con el poeta lírico» celebrador a suel­ do de algunos nobles, pero sólo de ciertos temas y fies­ tas). Con Tucídides se extrema la cautela y el rigor; para consignarlos hechos con una mayor acribía, el historia­ dor delimita más su escenario. Heródoto, viajero ilus­ trado, jonio, admirador de las maravillas del Oriente y de Egipto, observador de las costumbres extrañas, estu­ dioso de las gentes de otros países, curioso y consciente de las grandes obras de los bárbaros y de la brillantez de sus gestas y sus imperios, dedicó numerosas pesquisas y un buen montón de escritos a narrar la historia de li­ dies» persas, egipcios, escitas y griegos, antes de ceñirse, en la segunda parte de sus Historias, a relatar el conflicto bélico de las Guerras Médicas. Un amplio escenario y un amplio espacio temporal: casi un siglo, el espacio de tres generaciones, para concluir con las batallas y sucesos de la Segunda Guerra Médica, en el 480. Tucídides se limi­ tará a la historia contemporánea y a un período de me­ nos de treinta años, los de la Guerra del Peloponeso, único tema de su investigación, aunque abra un parén­ tesis para situar la Pentecontecia, rellenando así el vacío entre los comienzos de la Guerra (430) y el final de las Guerras Medicas, es decir, para enlazar con la obra de Heródoto. Pero esa limitación espacio-temporal va acompañada de otra: para rIicídides sólo los sucesos de interés político y militar, la guerra, las batallas y las repercusiones de es­ tos hechos en la escena política, son la temática seleccio­ nada para su historia. Se desinteresa de todo el resto, de la historia cultural, de las descripciones de costumbres y monumentos, de los datos antropológicos, que Heródo­ to había considerado en los primeros libros de su obra. La
  • 21. 22 C A R L O S G A R C Í A G U A L historia deviene, con Tucídides y sus continuadores, crí­ tica, pragmática, política. HI asombro con que Heródoto abría sus ojos hacia el escenario pintoresco de su mundo queda a un lado, como algo impertinente. (Por lo que a Tucídides respecta, lodo ese aspecto admirable yextraor­ dinario del mundo, lo espectacular y cultural, puede cacr en el olvido. Le imporla sólo el carácter y el actuar políti­ co del hombre; revelar su modo de ser tal como se mani­ fiesta en el conflicto, ver cóm o su physis le impulsa al poder y a la catástrofecolecliva.) «Los ojos son mejores testigos que las orejas», dice He­ ródoto (1,8,2), tal vez recordando un axioma de 1lerácli- to (Frag. 101a). En efecto, la autopsia parece la mejor ga­ rantía del saber histórico. Etimológicamente hístor es aquel que sabe porque «ha visto» (la raíz del término es la misma del verbo latino uideo). «Demostración», apóde- xis, de lo visto en la investigación es el relato histórico. Exposición de los resultados de una encuesta. El historia­ dor es un veedor y un inquisidor: observa los fenómenos y luego indaga las causas. Λ diferencia del poeta -épico o trágico-, no busca los fundamentos de los acontecimien­ tos más allá de lo real; prescinde del trasfondo mítico o divino que pudiera sustentarlos. (Aunque el sagaz Ileró- doto haga algunas alusiones a la actuación taimada de la divinidad, envidiosa y perturbadora de la felicidad exce­ siva, o de la Tyche que desbarata los planes humanos.) «Autopsia más discernimiento crítico más búsqueda de las tradiciones (prevalentemente orales) constituyen, como es sabido, la compuesta trama del método de Fleró- doto», como apunta D. Musti (La storiografia greca, Bari, 1979, pág. XIII). Está claro, sin embargo, que no puede prescindir el historiador de los oídos. Siempre ha de acudir a tcstimo-
  • 22. U ΝΛΚΚΛΊ IVA HISTERICA CiRII-tiA 23 nios ajenos, tanto para hechos del pasado como para cir­ cunstancias en las que no estuvo presente. Y también, en el caso de Heródoto» debe acudir a intérpretes al encon- 1rarse ante documentos de otra cultura. Kn todo caso» el historiador hace fundamental y acaso úmeamente -caso de 'Ibcfdides y Jenofonte historia con­ temporánea. Incluso cuando tiene una intención épica, la autopsia buscada le diferencia del poeta épico, que canta lo que no ha visto y le llega a través de una tradición larga y nebulosa. K1historiador, como el buen testigo, debe es­ tar siempre dispuesto a aportar las pruebas objetivas de loque refiere. 4 Hay entre Heródoto y Tucídides una notable divergencia respecto a la finalidad de sus escritos. La pretensión del primero queda claramente expuesta en las líneas iniciales del proemio ya citado: confiar al escrito los grandes y ad­ mirables sucesos y las hazañas de los hombres, salvándo­ los del olvido y haciéndolos memorables. La admiración le lleva a intentar prolongar su gloria mediante el testimo­ nio de la historia. Frente a este objetivo,'Tucídides afirma que su historia tiene una utilidad propia: enseña a cono­ cer la naturaleza humana, recordando el comportamien­ to político de unos momentos de especial significación. Narra lospathémata -sufrimientos y experiencias- de los contendientes en el mayor conflicto del mundo helénico. Hsa megfste kinesis, máxima perturbación de la humani­ dad civilizada, es decir» del mundo griego en su momento de apogeo» puede presentarse en un análisis crítico para servir a futuros políticos como una investigación sobre la
  • 23. 24 CARI.OSCARCÍAtiUAI. naturaleza humana. Por ello es una «adquisición para siempre, ktéma es aief». La limitación del campo de acción va acompañada de una profundización en los motivos y síntomas de los su­ cesos. Pragmatismo acompañado de crítica. Es una his­ toria de sucesos bélicos y políticos con una orientación crítica. A modo de un médico social, Tucídides estudia los síntomas de los cambios para levantar un diagnóstico que sirva al pronóstico. A partir de los síntomas, y del co­ nocimiento de la naturaleza humana, que es siempre la misma (según él), ofrece una interpretacióji de la lucha por el poder, justificada por esa voluntad de dominio ín­ sita en la naturaleza de lo político. Phüotimfa, plconexía, phóbos -ambición, avidez, miedo-, son los tres impulsos primordiales de la inmutable naturaleza del hombre (H. Strassburger). 1lay en Tucídides influencias de la so­ fística y de la dramaturgia ateniense, p. e. en los discursos contrapuestos que reflejan y exponen las motivaciones de la acción. Hay una concepción trágica y pesimista del existir humano. (Cf. el discurso de Pericles en II, 43.) Pero ha desaparecido todo trasfondo divino en la actua­ ción de los humanos. La Tyche juega su papel, pero son los hombres quienes a solas combaten y se destruyen, im­ pulsados por su naturaleza. El ateísmo tucidídeo va uni­ do a una concepción un tanto aristocrática de la inteli­ gencia: la masa ignorante se extravía con facilidad y el lenguaje refleja en los momentos de crisis la descomposi­ ción moral de la sociedad. La visión humanista de Heródoto le lleva a una cierta concepción trágica de la historia y la naturaleza humana. «Toda la vida humana está sujeta al azar», «el hombre es pura contingencia». La Tyche domina el curso de los su­ cesos, pero también la hybris consigue atraer el castigo
  • 24. Ι.Λ N A R R A T IV A H IS T O R IC A (¿K IK C ÍA 25 divino. Heródoto, amigo tie Sófocles, todavía se atiene a una concepción religiosa del destino. Pero no Tucídides. Cuando éste insiste en la búsqueda de los motivos y cau­ sas del conflicto, con precisos términos -aitía, prophasis-, tan sólo piensa en los agentes humanos. No es que Ileró- doto haga nunca intervenir a los dioses, sino que advierte que tras las peripecias trágicas de algunos grandes hom­ bres se mueve oscura la actuación de la divinidad, según la falsilla de Homero. Tucídides, en cambio, es un discí­ pulo de la sofística radical. Los dioses 110 forman parte de la realidad historiada, donde lo mítico está ausente. Tucídides sentencia la desa­ parición de tó mythódes. Con los cristianos reaparecerán las interpretaciones religiosas de la Historia. La Historia ixlesuisticdy por otro lado, es una invención cristiana; así como la interpretación cristiana de la Historia como ma­ nifestación de la voluntad divina es algo nuevo, así tam­ bién los cristianos dejarán la historia pragmática de los antiguos a las continuaciones de los autores clásicos. (Cf. A. Momigliano.) Autores posteriores desarrollarán la historia patética y dramática, después de Tucídides, así como buscarán efectos escénicos y sentimentales del gusto de la época helenística. Ya Teopompo, «el cínico» según G. Murray, colorea con su sátira los temas. 5 Hay dos pasajes donde Aristóteles se refiere a los libros de historia. En la Retórica, 1360a 33-37, recomienda a los di­ rigentes políticos que lean relatos de viajes y textos de his­ toria.
  • 25. 26 CARLOS <¡ARClA UUAL «Es evidente que para los legisladores son útiles los re­ latos de viajes por el mundo, pues en ellos se pueden aprender las leyes de los pueblos, y de otra parte, para las decisiones políticas, los escritos de los que narran los su­ cesos. Mas todo esto es tema de la polít ica y no de la retó­ rica.» Λ. Tovar traduce historíai por «escritos» con cierta fal­ ta de precisión. Aunque la misma expresión de Aristóte­ les muestra que el sustantivo no es suficiente todavía para designar los relatos de historia, y le agrega «de ios que es­ criben sobre las acciones», es decir, unas historias prag­ máticas, como las de Tucídides y Jenofonte, mientras que Heródoto abarca ambos sentidos: historias y relatos de viajes. El otro texto de Aristóteles es el famoso pasaje de la Poética, 1451b 4· 10, en el que diferencia lo que escribe el poeta y lo que escribe el historiador: Desde luego el poeta y el historiador no se diferencian por decir las cosas en verso o en prosa (pues sería posible versificar las obras de Heródoto y no serían menos historia en verso que en prosa). La diferencia está en que uno dice lo que ha sucedido y otro lo que podría suceder. Por eso también la poesía es más ele­ vada y filosófica que la historia; pues la poesía dice más bien lo general, y la historia lo particular. Kn general como a qué tipo de hombres se les ocurre hacer o decir tales o cuales cosas vero­ símil o necesariamente, a eso tiende la poesía... y en particular» qué hizo o qué le sucedió a Alcibiades. «Guerras y la administración de los asuntos públicos», dice Gibbon (c. 9), son los principales temas de historia. Ésta es una definición estrecha, aunque muchos aún la suscribirían. El hombre más responsable de la visión de la historia que la implica es un historiador que en su obra
  • 26. LA NARRATIVA HISTÓRICA GRIFGA 27 nunca usa, en absoluto, las palabras «historia» o «histo­ riador» (historia e historikós), afirma S. Iiornblower. 1Icródoto usa la palabra historie en dos lugares: al co­ mienzo de su obra -en el pasaje ya analizado-, y en VII 96: es histories lógon, un uso bastante preciso del térmi­ no: «investigación, historia». «Caudillos locales, a los que yo no he mencionado, pues no estoy obligado necesariamente con vistas al lógos de mi historia.» (Un pasaje muy interesante porque indi­ ca que al presentar la investigación el autor la hace de acuerdo con un lógos previo y selectivo.) Lógos significa aquí «plan racional», «objetivo». En su Poética ( 1451a 36 ysigs.) Aristóteles distingue en­ tre el poeta -poictés- y el historiador - h is to r ik ó s Añade luego su comentario: la poesía es más seria y filosófica que la historia porque se ocupa de lo general y lo posible, mientras que la historia se limita a registrar lo que pasó. Dos observaciones importantes: Aristóteles traza esta distinción inventándola, no recogiéndola de autores an­ teriores. En él aparece, por primera vez en griego, el tér­ mino de «historiador», historikós. (Que se opone al de poietés, «poeta».) En segundo lugar, al reducir la labor del historiador a la de reseñador de lo part icular y lo realmente sucedido, sin pretensiones generalizadoras, es decir, al ver al historia­ dor como un mero syngrapheús de los hechos, Aristóteles es injusto, tanto con Ileródoto como con el mismo Tucí- dides, que registra los hechos significativos y concretos, con máxima acribia, pensando que de ellos puede extra­ erse una lección política, una visión del ser humano eis aieiy «para siempre». Aristóteles y sus discípulos han hecho, por otra parte, una contribución importante a la labor histórica al inte­
  • 27. 28 CARI OSCARCÍA GÜAL resarse por el desarrollo de las instituciones y las formas políticas. Por ejemplo la recolección de lratados constitu­ cionales emprendida por Aristóteles (de la que nos que­ da La constitución de los atenienses y como paralelo La constitución de los espartanos úe Ps. Jenofonte) aporta un material muy importante a la reconstrucción histórica, y contrapesad interés demasiado volcado hacia la historia de las guerras y alteraciones, hacia lo dinámico y cinéti­ co, con una atención a las instituciones y a la configura­ ción social de la polis. Dicho esto» conviene insistir, como hace Hornblower, en lo tardío de los usos documentados de la palabra «his­ toria» en sentido preciso. Aparece así en una carta de l.isí- maco (tal vez del 280 a. C.) conservada en una inscripción del Ashmolean Museum de Oxford, y en el historiador he­ lenístico Filarco, ya muy de finales del siglo m. «La conclu­ sión que conviene subrayar es que no es hasta entonces cuando las palabras historia c historikós devienen los tér­ minos absolutamente standards para lo que llamamos “Historia” e “historiador”, y que Aristóteles estaba cierta­ mente acuñando un término, no describiendo un uso es­ tablecido. No debemos pues sorprendernos al encontrar difícil categorizar a Tucídides» (Hornblower, pág. 12). Por un lado, pues, como hemos notado, los historiado­ res se suceden y tratan de continuar la obra de quien con­ sideran su predecesor; por otro, no tienen ni un nombre preciso para dar título al género literario que practican. De algún modo, Tucídides resulta el continuador de He­ ródoto; pero también resulta su oponente en cuanto a la orientación diversa de su obra, que significa una desvia­ ción de los objetivos del viajero jonio. Ambos historiado­ res buscan relatar una verdad objetiva, testimoniar lo ob­ servado y seleccionado por su grandeza, se centran en
  • 28. LA NARRATIVA HISTORICA GRIEGA 29 estudiar el mayor conflicto bélico de su tiempo» y en bus­ car las causas bajo las apariencias. Pero, como ya nota­ mos, el objetivo de Tucídides es mucho más restringido e intenta compensar esa reducción con su mayor precisión. Al tratar de salvar del olvido y la disgregación los suce­ sos admirables dei pasado» tü genómena ex anthrópon y ta erga niégala te kai thómastá, Heródoto en los cuatro primeros libros de su historia había mostrado un espíritu etnográfico (al uso de un Esquilo o de algunos sofistas) al redactar sus lógoi sobre Lidia, Persia, Egipto, Escitia, in­ teresándose por cuatro elementos: la geografía, las cos­ tumbres, las maravillas locales y la historia política. Tucí­ dides tiene una decisiva influencia en la alteración de las investigaciones posteriores» que dejarán de lado todo eso, para reducirse a escribir los hechos de guerra y las con­ vulsiones políticas de los Estados griegos. Su influjo es claramente benéfico en cuanto a reclamar una historia más crítica, y una mayor cautela en el examen de los he­ chos y testimonios, pero no es tan digna de encomio por su limitación a estos hechos, desligados de todo el con­ texto cultural, que Heródoto atendía. Sólo en historiadores helenísticos, posteriores a las conquistas de Alejandro, volveremos a encontrar esos in­ tereses et nográficos y culturales. Lo que refleja la apertu­ ra del horizonte helénico a nuevas culturas, y un renaci­ miento de aquella curiosidad que se manifestaba en el viajero jonio. Sin duda Heródoto nos resulta boy más moderno que en otras épocas. (Hornblower subraya cómo un libro como el de Braudel sobre el Mediterráneo está en una línea que enlaza con esa concepción histórica herodotea.) Es corriente relacionar a Tucídides con los médicos hi- pocráticos, en su afán de describir objetivamente los sin-
  • 29. 30 CARLOS GARCÍA GUAL tomas de los procesos de enfermedad y analizar sus cau­ sas; pero también hay autores hipocráticos que están más cercanos a IIeródoto. Así el autor de Sobre la antigua me­ dicina está cercano a Tucídides, y también el del Pronós­ tico y los de Epidemias, pero el de Sobre los aires, aguas y lugares está más cerca del historiador jonio. (Los médicos hipocráticos critican a sus oponentes, y analizan bien los síntomas» pero luego elaboran teorías en extremo hipoté­ ticas.) 6 La teoría sobre el relato histórico, así como la teoría sobre la Historia, es algo muy posterior a la aparición del géne­ ro. El ya clásico opúsculo de Luciano de Samósata, Cómo debe escribirse ¡a historia, es del siglo it d. C., es decir, más de quinientos años después de Tucídides. No quiero ni puedo entrar aquí a discutir o resumir la tesis de esa inte­ resantísima obrilla; pero sí recordaré que Luciano, tras criticar algunos ensayos históricos de excesivo patetismo y pintoresquismo, dedica un par de capítulos a esbozar el tipo del historiador ideal, y su modelo es Tucídides (caps. 41 -42). 41. He aquí cómo debe ser, según yo, ct historiador: impávido, incorruptible, libre, amigo de la verdad y tie la palabra precisa, uno que -com o decía aquel cóm ico- llama «pan» al pan y «vino» al vino, uno que jamás por amistad o por odio es indu­ cido a conceder o negar, a conmiserarse o avergonzarse o a des­ preciar; juez ecuánime, benévolo con todos, nunca hasta el punto de conceder a alguna parte más de lo que merece, que no tiene patria -cuando escribe- ni ciudad ni soberano; uno que no se detenga a preguntarse que5pensará de esto tal o cual otro, sino que refiere lo que ha sucedido.
  • 30. LANARRATIVA HISTORICA GR1MM J/ 42. Fue Tucídides quien legisló todo esto, tue él quien distin­ guió virtud y vicio en la historiografía, viendo que Heródoto era admirado hasta] tal punto que sus libros eran llamados Mu­ sas. I)ice pues que va a escribir una obra que permanezca «para siempre» más que para «la competición del momento·*; dice que no aprecia el elemento fabuloso, sino que deja a los venide­ ros un relato verídico de lo que efectivamente sucedió. Hintro­ duce la consideración de lo útil, de aquello que cualquier hom­ bre con sentido puede aceptar com o Un de la obra histórica; esto es, como él dice, que si se representan situaciones semejan­ tes, uno podrá ayudarse con el relato histórico justamente para la situación contingente (para actuaren ella). Así en Cómo debe escribirse la historia Luciano apunta que el historiador debe ser imparcial y crítico, desarrai­ gado como un filósofo cínico» un intelectual, como Lucia­ no. Así podrá referir sólo lo real, sin parcialidad ni prejui­ cios, según el postulador: «decir lo que sucedió». Tal es la tarea del historiador. «Toú dd syggraphéos érgott hós eprdchthé eipein» (Lu­ ciano, o. c.,391). Tucídides le sirve de ejemplo. Ks curioso que Plutarco, en su opúsculo contra Heródoto, le acuse de «amigo de los bárbaros» y poco patriotero, una censura que debe­ mos nosotros leer, por el contrario, como un testimonio de la imparcialidad del Padre de la Historia. La distancia y la imparcialidad del historiador son im­ portantes. Por eso el destierro es un buen lugar para es­ cribir historia con una perspectiva no disturbada por las presiones familiares. Los historiadores griegos son indi­ viduos de una fuerte personalidad, que comienzan su obra lejos de su patria: el viajero Heródoto y el exiliado 'tticídides, el desterrado Jenofonte, son buenos ejemplos; como también Teopompo, Éforo, Timeo o Polibio. F.l his­ toriador toma conciencia de los sucesos desde su aparta­
  • 31. 32 CARLOS GARCIA CUAL miento, y su afán de investigar las causas de los hechos y los comportamientos viene unido a esa visión próxima, pero no parcial ni partidaria; el historiador contrasta ver­ siones desde su posición marginal al conflicto. Aunque proceda de una de las ciudades combatientes -Tucídides y Jenofonte son atenienses, pero no partidarios del go­ bierno democrático que dirige la guerra-, toma sus dis­ tancias para juzgar con imparcialidad los hechos. Como señala 1). Musti, «en el origen de la experiencia de los historiadores griegos hay desde luego un trauma respecto a la comunidad de proveniencia o de pertenencia, un momento de ruptura, que representa la ocasión biográ­ fica para un empeño de reflexión y de indagación, en una sufrida experiencia individual que vehicula reacciones que no son individuales, sino que connotan a grupos enteros y determinados niveles sociales. Una historiografía pues de desarraigados o de disidentes...» (pág. XXXVIII). Una vez más advertimos cómo es importante que el historiador firme su obra al comienzo: su personalidad garantiza la objetividad de lo narrado, una objetividad sin compromisos patrios, aunque toda obra personal comporte una cierta subjetividad propia. Ese distanciamiento del historiador requiere una nota­ ble personalidad propia. Al dar testimonio se da también juicio, e importa mucho que el que escribe de la guerra y las batallas sea, o pretenda ser, con buena voluntad e inte­ ligencia, objetivo. Kse trauma frente a la ciudad de origen y sus prejuicios e intereses, visto así, es un buen requisito previo a la obra. Vuelvo a citar a D. Musti: Esto significa en sustancia que, ya en Heródoto (yen larga me­ dida en el mismo Hecateo), la historiografía griega se presenta con los caracteres de la experiencia y de la expresión «indivi-
  • 32. L A N A R A A IIV AH IM O R IC A (tR II-.O A JJ dualista», en cuanto manifestación no sólo del espíritu jónico de búsqueda y de crít ica, sino también de la distancia, o del de­ sacuerdo abierto, respecto de la comunidad de pertenencia, tal como eslá configurada históricamente. Hste individualismo, naturalmente, no excluye de hecho solidaridad de otro tipo, por ejemplo de más específico cuño aristocrático, con particulares ambientes o grupos sociales, con los cuales la comunidad, como históricamente desarrollada y determinada, no se identifica ya. En TUcídides se advierte también en mayor medida la íntima tensión entre la democracia radical ateniense y las tendencias imperialist ¡cas que caracteriza su política exterior (en contra de la mayor pretensión de verdad codificada en el método); y es el historiador quien sufre la sospecha de traición y el exilio, por parte de su ciudad, después de un fracaso de una expedición militar para la que estaba revestido de responsabilidades altísi­ mas. La mayor parte de la actividad historiográfica de Jenofonte presenta todas estas connotaciones: curiosidad y atracción por lo diverso, ya sea tie Persia o Esparla, en la Anabasis, en la Ciro pedia, en el Agesilao; partisanería de «aristocrática laconizanlc» en la obra histórica que se presenta como continuación de la de Tucídides (las Helénicas), partidismo que se ve respondido con ia acusación de laconismo levantada por los atenienses y en ia consi­ guiente condena al exilio (D. Musti, págs. XXXVI-XXXV1I). Después de Tucídides algunos escritores buscaron una narración más cargada de efectismos, mimética y dramá­ tica, una historia que privilegiaba las escenas patéticas y espectaculares. Pero importa destacar que ya en el auste­ ro autor de la Guerra del Pelopotteso su sobrio estilo va acompañado de una intensa visión trágica del destino humano. Sin duda, Tucídides está influido por la drama­ turgia ateniense, tanto en su atención a ios sufrimientos de los pueblos como en la presentación de los discursos muchas veces enfrentados en un agón, como en las trage­ dias de Eurípides (por influencia quizás de los sofistas). Kl pesimismo del historiador acerca de la naturaleza hu­
  • 33. 34 C A R I.» > S ( ;A K C lA < ¡U A I, mana se parece al del último de los grandes tragediógra- tbs, contemporáneo suyo. Como señala Strassburger, entre todas las elecciones de Tucídides, la más importante es la que lia tenido mayores consecuencias para todos los tiempos futuros: la elección de un argumento de guerra como tema ejemplar, y también como el más importante asunto de historia hasta sus tiempos. I.a mol ivación de tal elección ofrecida por el historiador al comienzo de su obra, es decir, que tal guerra ha sido la mayor kinesis jamás habida, ei más grande movimiento o convulsión, no puede ser considerada en modo alguno un simple artificio retórico; ¿se es el punto clave de la comprensión histórica de Tucídides, y queda demostrado por la coherencia con la que ha mantenido, en toda su obra, la negación, condi­ cionada por aquella motivación, de la historia de la cultura, y de la preeminencia otorgada al registro de todos los momentos di­ námicos... (pág. 16). ... Ks pues la extraordinaria cantidad de pathém ata, de sufri­ mientos, lo que ha hecho para él esta guerra axiologótaton tón pro$egeneménón... y esta afirmación es mucho masque una en­ fática introducción a una reliquia formal de los orígenes épicos de la historiografía; en el curso de toda la obra, de hecho, es jus­ tamente sobre los grandes pathémata donde cae el acento de la descripción: la peste de Atenas, las catástrofes de Mitilene, Pla­ tea y Melos, la guerra civil de Corcira, la ruina de la armada ate­ niense en Sicilia. El modo, en verdad, en el que tucídides descri­ bió estas culminaciones de dolor constituye un problema por sí del que debemos aún ocuparnos, pero es ante todo importante el haber precisado en todo su significado este incontestable dato. Como Heródoto, Tucídides está influido por Homero, pero, a diferencia de Heródoto, ha prescindido de todo aquello que no afecta al conflicto bélico -y sus anteceden­ tes próximos.
  • 34. ΙΛ NARRATIVA HISTORICA GRIEGA 35 Tucídides no quiso trasponer la exposición del vivir anónimo propio de la historia tic la civilización, del status de reposo» del campo de las concepciones épicas al de las concepciones histo- riográficas; con esto quedaba expulsada, para casi toda la histo­ riografía antigua sucesiva, la pretensión de una valoración pa- ritétíca del cuadro cultural, ya fuera en la línea maestra de la historia perpetua, tal decreto, propiamente hablando, no fue re­ vocado hasta Voltaire (pág. 21). Tucídides es el responsable, cotí su influencia en la tra­ dición helénica y romana, en Polibioyen tantos otros, de que el tema de la historia antigua sea la descripción de las guerras y las agitaciones políticas. Y también de una for­ ma de narrar los hechos y de ilustrarlos por medio de los discursos en que los grandes hombres decían «lo que de­ bieron haber dicho». ΛΙ margen de esas historias hubo, sin embargo, otros géneros marginales que recogieron aquello que un Heródoto habría sabido introducir en su texto: las anéc­ dotas significativas, los lógoi etnográficos, los rela­ tos paranovelescos, ele. Los historiadores helenísticos abundaron en un patetismo que, en su origen, estaba en el enfoque de los pathéniata y desastres de la guerra que Tucídides ya ofrecía, pero con una retórica mucho más afectada. Justamente la sequedad del estilo es lo que da su singular hondura patética a las descripciones de Tu­ cídides, mientras que el barroquismo exagerado las desvirtúa. Sólo a partir del siglo xvi, con los historiadores de Ili­ dias, volverá a ser considerado el método de investiga­ ción de Heródoto, cercano a la antropología y al reportaje de viajes, por razones entonces muy claras. Los nuevos escenarios requerían esa mirada amplia, como bien ha anotado A. Momigliano (o.c.,págs. 148-150).
  • 35. 36 CAKI.OS(iAK<lA<aiAI. Pero desde Tucídides hasta los historiadores romanos del Bajo Imperio la narrativa histórica que prevaleció fue la que centraba su estudio en las guerras y sus causas, en las transformaciones y conmociones políticas, en las ha- zafias de los grandes personajes políticos, en los progra­ mas de gobierno y los discursos públicos, etc., es decir, la que cont inuaba el método de Tucídidcs. Era una histo­ ria que se proclamaba «maestra de la vida», en cuanto re­ pertorio de actitudes humanas ante determinadas situa­ ciones colectivas. Kn ese sentido era pragmática, política y aleccionadora, y de ahí que se proclamara como un sa­ ber útil. Polibio, Plutarco, Salustio, Tácito, y otros menos ilustres, se proclamaban historiadores con orgullo, pre­ sentándose como herederos de ese método y ese rigor en la rememoración de la realidad, aunque fuera restringida a ese panorama de lo político y lo bélico, enfocado con elegancia y una programada austeridad1.
  • 36. Jenofonte: Aventurero y escritor 1 El aprecio por la obra de un escritor antiguo está sujeto a notables variaciones, a curiosas subidas y bajadas en su cotización literaria e histórica. Un ejemplo claro de esta obvia observación podemos encontrarlo en el hoy relati­ vamente reducido interés con que los filólogos clásicos» y probablemente también muchos de los lectores no espe­ cializados en el mundo antiguo, encaran la variada obra y la singular personalidad de Jenofonte, tan excelente­ mente considerado en otros tiempos entre los grandes clásicos de la prosa ática. ¿Es que acaso la misma sencillez de su estilo y la so­ briedad de su prosa, que lan recomendable le hacen como lectura de iniciación para los estudiosos de las le­ tras griegas, le rebajan en la estima de los expertos en és­ tas? ¿O es que su modo narrativo, esa manera directa de presentar los hechos y los personajes, le resta atractivo? ¿Es, tal vez, lo variado y diverso de su producción escrita lo que hace difícil que un mismo estudioso pueda intere- 37
  • 37. 38 c;a r ix > s · ·Αιι<:(λ <¿íjai sarsc por todos los aspectos de su personalidad literaria? I lace más de medio siglo, O. Gigon ya apuntaba estas cuestiones. Mucho después vuelven a insinuarlas W. K. I ligginsy R. Nickel en dos excelentes trabajos de conjun­ to sobre nuestro autor1. lodos estos puntos contribuyen a recortar la estima por el más fácil de entender de los escritores griegos de época clásica. Pero» además, las sombras de otros dos grandes prosistas vienen a suscitar una comparación desventajosa para Jenofonte. Tanto la Historia de la Gue­ rra del Peloponeso de Tucídides -d e quien Jenofonte se pretende continuador con sus Helénicas- com o los Diá­ logos de Platón -con quien, de algún modo, rivaliza Jeno­ fonte en sus Recuerdos de Sócrates- proyectan un duro contraste, en su rigor intelectual y en su fondo teórico y filosófico, con las obras mayores de éste e incitan a una valoración un tanto injusta del testimonio histórico y de ia perspicacia crítica de Jenofonte'’. Para una apreciación iná* ccuánimc de sus virtudes y defectos, hemos de tratar de enfocar su oficio y figura :al y como se nos presentan en sí mismos, prescindiendo de esa comparación, que, ciertamente, es difícil de evitar porque uno piensa que la lectura de Tucídides debería haber enseñado a Jenofonte una perspectiva historiográ- fica más crítica, y que el haber conversado con Sócrates y conocido una parte de la obra platónica le debía haber in­ citado a un mayor esfuerzo filosófico, a intentar calar más hondamente en las palabras del inquietante e impeniten­ te pensador. Sin embargo, pese a todos los reparos, la personalidad de Jenofonte es la de un individuo magnánimo, que, en una época muy revuelta, la misma que vivió Platón, se afirma con una innegable dignidad; que supo aunar H ta-
  • 38. J1.N C )H )N I h : A V K N T l'K K H O Y KSt :Κ I ΓΟ Κ 39 lantc aventurero y una visión lúcida y clara de su entorno histórico; que recordó siempre las nobles enseñanzas de Sócrates y defendió los ideales tradicionales helénicos con valor; que, como escritor, sabe relatar sus impresio­ nes y reflexiones en un estilo sobrio y preciso, con since­ ridad, agudeza y una templada ironía. Y no deja de ser in­ teresante el hecho de que él, un hombre de ideas más bien conservadoras, haya sido en muchos aspectos un precur­ sor del helenismo: en su fuerte tendencia aJ individualis­ mo, en sus esbozos muy influyentes de nuevos géneros li­ terarios, como la biografía (con su Agesilao) y la novela (con su Ciropedia), en su preocupación por la pedagogía un tanto idealizada, en sus breves tratados sobre ternas concretos, como la equitación y la distribución de los re­ cursos económicos. Reprocharle que no fue un teórico cabal del acontecer histórico y que, acaso, no entendió el trasfondo filosófico más profundo de las enseñanzas de Sócrates es enjuiciar con parcialidad su obra y enfocarla con prejuicio» críticos. Pero si nos acercamos a los csci itos de Jenofonte sin ellos y los leemos con atención y sobre su entorno histórico, no es difícil que descubramos en su obra aquellas virtudes que le hicieron tan estimado en otros tiempos, desde los historiadores latinos y los grie­ gos tardíos hasta Maquiavelo y K. Gibbon '. iiii ese sent ido de reconsiderar justamente las obras de Jenofonte, parece muy justo constatar aquí, al comenzar estas páginas, la valiosa aportación de algunos trabajos modernos, entre los que conviene destacar el amplio y ri­ guroso artículo de H. Ureitenbach, Xenophon von Athen, en Pauly-Wissowa, Realencycloptwdie (1966), y los libros posteriores de W. E. Higgins, Xenophon the Athenian ( 1977), apologético y de un estilo excelente, y el preciso y crítico de R. Nickel, Xwm/i/ion (1979). Frente a uno y otro
  • 39. 40 C A K U lM IA K C lA U M I resulta un tanto superficial el más divulgador etc j. K. An­ derson, Xenophon (1974). Son sugerentes las ágiles pá­ ginas que W. K. C. Ciuthrie dedica a Jenofonte» como testimonio sobre Sócrates, en su Historia d e la filosofía griega. III (1969, págs. 333-348). Sobre su apasionante biografía sigue siendo el estudio más amplio el de li. l)e- lebecque, Essaisur la vie de Xénophon (1957). 2 La experiencia vital de Jenofonte late, en efecto, en la ma­ yoría de sus escritos. Hombre de acción, primero, y escri­ tor, después, Jenofonte es el testigo sensible de una época revuelta y amarga de la historia de Grecia, de una Grecia agitada por los enfrentamientos bélicos entre ciudades hostiles, en un país empobrecido por esos combates y por los enfrentamientos sociales, por crisis continuas que conm ocionan a las póleis celosas de su independencia difícil, y en especial a Atenas, que declina en medio de grandes inquietudes intelectuales y morales*. Los aconte­ cimientos políticos y su arrojo personal hicieron de Jeno­ fonte un soldado de fortuna; un mercenario en la aventura de los die/ mil griegos alistados por Ciro el Joven para dis­ putar el trono persa a su hermano Arlajerjes, aventura que decidió su fortuna. 'Iras la vana victoria de Cunaxa, los Diez Mil cruzaron audazmente las vastas llanuras de Anatolia para volver a la patria, en un empeño esforzado porsalvarsus vidas,y Jenofonte estuvo al frente de esa re­ tirada. Luego se vio convertido en un exiliado que, gracias al apoyo de su amigo Agesilao, rey de Esparta, pudo gozar del dominio de Hscilunte, cerca de Olimpia, un retiro cam­ pestre para largos años. Tras la batalla de Leuctra (371), en
  • 40. ΙΚΝΟΙ ΟΝ Ι ΚιΛΥΗΝΊH HI'UOYPM 'RITOR Α donde los tebanos mandados por Epaminondas ponen Πη a la hegemonía de Esparta, se ve obligado a abandonar el predio, que recuperan los eleos. De nuevo va a buscar ol ro lugar de residencia en Corinto, donde murió después de 335 a. C). Los atenienses, reconciliados con los espartanos ante la amenaza de la supremacía tebana, cancelaron la sentencia de destierro (hacia el 368), y tal vez en esta últi­ ma etapa de su vida-de laque andamos mal informados- Jenofonte volvió a residir en Atenas. Es en el período de su madurez, en los últimos años de Escilunte, y luego en Corinto o en Atenas, cuando escribe sus reflexiones y sus recuerdos -de sus días de marcha heroica por tierras lejanas en Persia y de sus conversacio­ nes con el extraordinario Sócrates, el más justo de los ate­ nienses, al que su ciudad condenó a muerte en 399. La Atuibasis y las Memorables, la Apología de Sócrates y el Banquete reconstruyen, mediante apuntes personales y algunas lecturas de otros textos, el escenario de sus an­ danzas dejuventud. Luego trata de recordar, mediante un rápido relato, los conflictos constantes y sangrientos en­ tre las póleis helénicas, en los vaivenes de una discutible hegemonía: Atenas, Esparta, Tobas y otras ciudades me­ nores se desgarran en un horizonte do azarosas batallas y hostilidad fratricida5. Y también da rienda suelta a su imaginación para disertar sobre la educación ideal del príncipe, de la buena administración tie la casa familiar, del cuidado de los caballos y de los recursos económicos de una ciudad, y evoca, con sentido elogio fúnebre, la si­ lueta de su admirado amigo, ol rey Agesilao, al tiempo que reflexiona sobre la constitución de Esparta, con una admiración no exenta de críticas. Acaso el hombre de acción retirado se consuela así, re­ memorando el pasado y buscando en la teoría un refugio
  • 41. 42 CARLOS GARCÍA GUAL más estable. I lay nostalgia en la evocación de las charlas con Sócrates, un maestro en virtud y en patriotismo, que at rajo al joven Jenofonte sin lograr hacer de < 5 1un buen es­ céptico ni un profundo filósofo6. Inscrila en las peripecias de un país turbulento en la primera mitad del siglo iv a. C., en tiempos «de incerti- dumbre y confusión», como él mismo dice en el párrafo final de las Helénicas, cobra la existencia de Jenofonte un perfil significativo, y su biografía refleja bien la inestabili­ dad de los (iempos, que su ánimo le ayuda a vencer. Hijo de Cirilo» <lel demo ateniense de Krquía, de familia acomodada, Jenofonte nació en Atenas hacia 430 a. C.» como Platón. El comienzo de las hostilidades, la muerte de Pericles, la mortífera peste de Atenas habían trazado una línea frente a la época áurea anterior. 1,a democracia no tendría otro estadista de la misma talla, sino que co­ nocería las alternativas y expectaciones de las noticias bélicas, las destempladas demagogias de los sucesores in­ dignos de Pericles y, al final de la larga guerra, la catástro­ fe de la derrota y el torpe gobierno de los Treinta Tiranos. Jenofonte, que por su familia pertenecía al rango de los caballeros, no debió de sentirse muy orgulloso del desti­ no de Atenas en aquellos turbulentos años. El pronto derrocamiento de los 'treinta» seguido de una amistad ge­ neral, no logró, seguramente, borrar los enf rentados sen­ timientos, las humillaciones y los rencores de los atenien­ ses. Kl joven Jenofonte aprovechó, pues, la invitación de Próxeno para enrolarse como otros, en contra del conse­ jo de Sócrates, en la expedición mercenaria que partía para sostener la.*· pretensiones de Ciro el Joven al trono que ocupaba su hermano Artajerjes. Lo hacía por conse­ guir honores y la amistad del pretendiente, no sólo por la soldada. Se embarcaba en tan arriesgada aventura lain-
  • 42. |l:N O K )N I I.: A V l-N T U kh .R O V l-A MYW1R 13 bién por huir de un agobiante ambiente político, el de Alenas en 401, cuando en la ciudad se restauraba la de­ mocracia. lenía cerca de treinta años. Los acontecimientos de la política no habían sido los más apropiados para desper­ tar en él una visión entusiasta sobre el futuro de Atenas y su democracia. (¿Cómo no recordar, al respecto, las amargas palabras de Platón, muchos años después, en su Carta séptima, acerca de las decepciones de su juventud?) lardará luego más de treinta años en poder regresar a su ciudad natal. Kl exilio será para Jenofonte, como antes para Tucídides, eJ lugar desde donde se perfila su pers­ pectiva histórica y desde donde el historiador percibe los hechos de su tiempo con una distancia crítica. Pero fue en Atenas, en aquella Atenas ilustrada y tan agitada por las nuevas ideas, donde Jenofonte recibió su formación inte­ lectual» como Higgins y otros han señalado. Allí había encontrado a Sócrates (hacia el 410) y allí había atendido, con avidez juvenil, a las discusiones entre és:e y los sofis­ tas y discípulos de otros ilustres pensadores. Allí se repre­ sentaban las tragedias de Sófocles y Euripides, allí se po­ dían leer los libros de cierto prestigio. Era la ciudad de Tucídides, de Amístenos, de Isócrates, de Platón, de Ca­ lías, de Critias, de lerám enes, de Alcibiades, de Trasibu- lo, la capital de la política y del pensamiento griegos. Se ha discutido en qué momento decretaron los ate­ nienses el destierro de Jenofonte7, si en 399 -por partici­ par en la expedición de Ciro contra Artajeres, siendo el rey persa aliado entonces de Atenas, y por entregar el res­ to del contingente expedicionario al espartano Tibrón, que dirigía la campaña contra los persas en Asia Menor- o si fue en 394, ai volver a Grecia y combatir en la batalla de Coronea a las órdenes de Agesilao contra sus compa­
  • 43. 44 O A l t l.O S t .A K C fA C U A I . triólas. Los testimonios de los antiguos parecen apuntar a lo primero. Tal vez podamos pensar que los atenienses quisieron condenar no sólo el que Jenofonte pusiera en peligro sus buenas relaciones diplomáticas con el pode­ río persa, al acaudillar tal tropa y entregar a los esparta­ nos cerca tie 6.000 hombres de guerra, sino también que sancionaban con el exilio a un miembro de la clase de los caballeros, tie tludosas simpatías populares. Se puede asi­ mismo suponer que, si Jenofonte ya había sido condena­ do al destierro, tendría menos reparos en combatir con los espartanos contra sus antiguos compatriotas. Más tarde la ciudad revocará el decreto (hacia el 368) y Jeno­ fonte enviará a sus dos hijos a combatir en la caballería ateniense. El mayor de ellos, (¡rilo, morirá combatiendo heroicamente en Mantinea (362), y el viejo Jenofonte re­ cibirá la noticia con gran serenidad de ánimoH . Jenofonte murió hacia el 354 a. C.» algunos años antes que sus compatriotas y casi coetáneos Platón e lsócrates, con los que compartió el afán pedagógico, la preocupa­ ción política y el alejamiento de la intervención activa en los asuntos de su ciudad natal". No alcanzó a vivir lo bas­ tante, aunque tuvo una larga vida, de más de setenta años, como para divisar el final de las largas contiendas entre los Estados griegos, que concluirán en la forzada su­ misión al poder arbitral de l ilipo de Macedonia. No deja tie ser curioso el pensar que el hijo de este monarca, el magnífico Alejandro, emulará con su ejército la marcha de los Diez Mil hacia el corazón de Persia, esta vez con un aire de victoria, casi setenta años después de la expedi­ ción narrada y vivitla por Jenofonte10. Entre sus campañas guerreras, coronadas por la amis­ tad con Agesilao y la protección y gratitud de Esparta, y esos años finales en los que escribe la mayor parte de su
  • 44. JENOFONTE: AVENTURERO Y ESCRITOR 45 obra y en los que se reconcilia con Atenas, están los años vividos en Hscilunte, cerca de Olimpia, en aquellos terre­ nos confiscados a los eleos que le donaron los espartanos. Fueron tiempos de dicha y serenidad campesina, admi­ nistrando .su hermosa finca, criando caballos, cazando, dedicado a las faenas del campo y los placeres agrestes que tanto apreciaba, según muestran sus escritos. Kn un pasaje de la Anabasis (V 3,7) ha descrito con or güilo y cariño lo agradable y ameno de su finca, donde dedicó un templete y un altara Ártemis,al recuperaruna parte del botín déla famosa expedición. Iras la batalla de Leuctra los eleos le quitaron aquellos terrenos que Jeno­ fonte había considerado suyos. Ks probablemente en ese marco, en su amplia casona en medio de lina hermosa comarca, donde mejor cuadra la imagen del Jenofonte bien establecido, acomodado propietario de tierras, dedicado a la administración de la finca, reflexionando en su discreto retiro sobre las con­ tingencias de la vida y el azar. Aquí viene bien recordar unas sugerentes líneas de Guthrie; Jenofonte puede ser descrito corno mi caballero en el sentido anticuado del término, que implica tanto un tipo noble de ca­ rácter como un alto nivel de educación y cultura general. F.s una planta que florece mejor en un entorno de riqueza, especial mentede riqueza heredada, y existe un cierto parecido entre Je­ nofonte: y los mejores personajes de la aristocracia que ocupa­ ban las glandes casas de campo en Inglaterra en los siglos xvm y xix - hombres cuyo corazón estaba ocupado no sólo en la ad­ ministración de sus propiedades y el servicio de su país, sino también en las grandes bibliotecas que algunos de ellos colec­ cionaban con notorio detenimiento y selección y que también utilizaban-. Kra un soldado, un deportista y un limante de la vida del campo, metódico en su trabajo, moderado en sus hábi­ tos y religioso con la religión del hombre llano y honesto11.
  • 45. 46 C A R U > S ( ; A I « ;f A r ,U A L Esta imagen de Jenofonte, como «a gentleman in the oldfashioned sense o f the term», sc revela un tanto lim i­ tada, pues no recuerda al mercenario de la retirada de Persia, ni a quien ha logrado con su talento militar y su audacia tal posición. Pero no es del todo inadecuada en relación con el ideal de vida que el propio Jenofonte había elegido para sí mismo. A este respecto es característica la presentación que Je­ nofonte hace de Iscómaco, el protagonista de su Econó­ mico. Es Sócrates quien habla de él como personificación de la verdadera kalokagathía>ese ideal de la «hombría de bien». El expolíente de la auténtica kolokíigathía es, sencillamente, la vida de un buen agricultor, que ejerce su profesión con verda­ dero gozo y con una idea clara de lo que es y que, además, tiene el corazón en su sitio. La experiencia vivida por Jenofonte se combina en este cuadro con su ideal profesional y humano de tal modo que no es difícil reconocer en la figura de Iscómaco el autorrel rato del autor, elevado ai plano de Ja poesía. Es induda­ ble, sin embargo, que Jenofonte no tuvo la pretensión de ser, en realidad, semejante dechado de perfección. Los persas nobles sabían asociar el tipo del soldado con el del agricultor, y a lo lar­ go de todo este diálogo vemos cóm o el autor establece una afi­ nidad entre el valor educativo de la profesión agrícola y de la del soldado. Esto es lo que alienta detrás del nombre de su agri­ cultor ideal. En esta asociación de las virtudes y el concepto del deber del guerrero y del agricultor reside el ideal cultural de Je­ nofonte1*. W. Jaeger enlaza esta enseñanza del Económico con la del Cinegético, con gran brillantez. También en la caza se manifiestan las virtudes que Jenofonte quiere destacar. «Un buen cazador es también el hombre mejor educado para la vida de la colectividad. Kl egoísmo y la codicia mal
  • 46. JF-NOFONTf.: AVEM RJRFROY H SC RITl« 47 se avienen con el espíritu cinegético»1 Como en el ejem­ plo de Ciro» también aquí se subraya el valor del esfuerzo» elpónos, la sencillez y la autenticidad de una vida natural, al margen <ie las ambiciones políticas y la mezquindad de otros comportamientos ciudadanos. H I oyente de Sócrates guardó siempre una preocupa­ ción ética y pedagógica. Kn su estudio acerca del compor­ tamiento de los hombres y las ciudades vio que la pleone- xía y la philotim h»la codicia, el egoísmo y la ambición desmedidos, eran las causas más conspicuas del continuo desgarramiento de la vida pública griega. Propone, pues, con un cierto idealismo, unos ejemplos de areté que tie­ nen un matiz un tanto arcaico y, si se lo quiere calificar así, un tanto rústico. Se ha hablado de influencia filosófica de Antístenes, con su ascética derivada de su peculiar comprensión de la enseñanza de Sócrates, en la concepción ética de Jeno­ fonte. Sin embargo, parece más sencillo constatar que tuvo siempre una simpatía natural hacia esc ideal de vida sobria, simple, tradicional. «Jenofonte era por naturaleza un hombre amante de las penalidades y del esfuerzo, ha­ bituado a poner en tensión sus fuerzas siempre que fuera necesario»14. También R. Nickel destaca ese talante esforzado: Los medios de vida de Jenofonte, la fuente de su pensar y actuar, eran la alegría en la lucha y en el esfuerzo y la voluntad de en­ frentarse a la adversidad. Por esa razón es un precursor de los estoicos... Sus escritos son un magnífico documento de coraje, de optimismo racional, de resolución. En su obra se expresa la esperanza de una superación de las circunstancias adversas, que acometía más con su propia fuerza que con la ayuda tie los dioses. Su modo típicamente griego de vivir le capacitaba para no hundirse en la desgracia1*.
  • 47. 48 <:α κ ι ο μ ; λ κ (.Ια (.(.'λι Tal vez Jenofonte no tenía una gran fe en los destinos de tal o cual sistema político. Pero creía en el valor de al­ gunos individuos para afrontar los rigores del destino. No en vano había sido él discípulo de Sócrates. Su obra exalta el valor de esos individuos excepcionales, a veces bajo la forma del encomio personal -com o Agesilao, como el legendario C iro-, otras subrayando la importan­ cia de la actuación individual en el desarrollo de los he­ chos. Hn la Atuíbasis y las Helénicas hay muestras de esa tendencia de Jenofonte a destacar el valor individual16. 3 Podemos ordenar las obras de Jenofonte en tres aparta­ dos: históricas, didáct ¡cas y filosóficas, lista división no tiene grandes pretensiones, es sólo un procedimiento simple de clasificar en esos tres grupos los escritos varios de nuestro autor. Los escritos históricos comprenden: la Anabasis, las H elénicasyel Agesilao. Los didácticos pueden abarcarun grupo un tanto heterogéneo: la Ciropcdia, Hierón, la Constitución de los lacedemonios, los Ingresos o Recursos económicos; dos libros sobre hípica y equitación: Acerca de la hípica y ¡iljefe de caballería, y tal vez el Cinegético, sobre el arte de la caza. (Las dudas sobre la autenticidad de esta obra son numerosas.) 1os filosóficos comprende­ rían las obras «socráticas», como son el Económico (que podría también introducirse en el apartado anterior), los Recuerdos de Sócrates o Memorables, el llanquete y la Apología de Sócrates. Entre los escritos de Jenofonte se in­ trodujo también un interesante opúsculo sobre la Consti­ tución de Atenas (Athenaíon Politeía)17, en paralelo a su
  • 48. JENOFONTE: AVENTURERO Y kSCRITOR 49 tratado sobre In constitución y régimen de Esparta. (Esta obra es reconocida hoy como un libelo anterior a Jeno­ fonte, y suele denominarse a svi autor como «el viejo oli­ garca».) También se le adscribieron, como a tantos otros, algunas «cartas», todas ellas de invención tardía. No es nuestra intención aquí detenernos en comentar cada una de estas obras. Nos requeriría mucho espacio y, por otro lado, ese estudio queda mejor en el prólogo a sus respectivas traducciones. Nos detendremos tan sólo en la consideración de las obras de carácter historiografía) y, especialmente, en &Anabasis, (También la Ciropedia, el Hinrón y la Constitución de los lacedemontos tienen un in­ grediente histórico; sin embargo, su intención literaria rebasa el mero relato historiografía); el autor pretende, ante todo, exponer una teoría ética y pedagógica, apelan­ do a ese trasfondo histórico.) La Anábasis es una de la primeras obras de Jenofonte. Pero es difícil precisar la fecha de su redacción. Probable­ mente fue en Hscilunte, en sus últimos años, más de vein­ te después de la expedición que narra, donde Jenofonte rememoró la gran aventura de su juventud. Publicó, ini­ cialmente, la obra bajo el pseudónimo de Temistógenes de Siracusa. (Λ éste se la adjudica él mismo, al citar un pasaje en Helénicas III l, 20.) Ya Plutarco, en De gloria Atheniensium 345c, observó que éste era un pseudónimo de Jenofonte. Acaso el motivo de publicar la obra así fue­ ra el favorecer su difusión en Atenas» donde el decreto de su exilio aún estaba en vigor y donde eran bien conocidas sus simpatías por Esparta1". La obra está dividida en siete libros, pero es probable que esta división (así como los resúmenes iniciales de cada uno de éstos) sea de época posterior. Jenofonte, que habla de sí mismo en tercera persona, se asigna un desta­
  • 49. 50 CARLOS GARCÍA GUAL cado papel en la retirada de la tropa mercenaria que com­ batió con ( 'Aro el Joven contra Artajerjes II, su hermano y rey legítimo de Persia. Tras la batalla de Cunaxa (descrita en 18-10), los griegos, que habían perdido a su preten­ diente al trono y que luego perdieron también a sus gene­ rales, emprendieron la larga retirada, a través del país de ios Carducos y Armenia hasta Trapezunte, en la costa del mar Negro, y desde allí fueron a reunirse al ejército espar­ tano que operaba, a las órdenes de Tibrón, en Asia Me­ nor. El título de la obra, la Subido de Ciro (Aruíbosis Kyrou), es decir, la ascensión desde la costa hacia el inte­ rior de Persia, conviene con propiedad tan sólo a los seis primeros capítulos del libro I. El resto se ocupa en la des­ cripción de la larga marcha, de casi cuatro mil kilóm e­ tros, a través de países host iles, y de abrupta geografía, de los Diez Mil griegos, conducidos por el espartano Quirí- sotb y el propio Jenofonte, que destaca en primer plano su intervención personal19. Se ha hablado bastante, en algunos estudios sobre la obra, del carácter apologético, de la «tendencia» marca­ damente personal con que está escrito este informe histó­ rico*40. Según algunos, Jenofonte habría querido dejar en claro su papel en la expedición, en vista de otras versio­ nes que ya circulaban en Atenas, subrayando que marchó con Ciro sin tener conciencia, en un principio, de su plan de derrocar a Artajerjes II, y luego su actuación de conse­ jero salvador en la retirada. Repetidamente, Jenofonte demuestra su fe en la disciplina y el buen orden (cutaxía), es animoso y sensato, está en todas partes para ayudar a los soldados, es llamado por éstos su «padre» y «benefac­ tor», quiere salvarlos de la negligencia y el abandono, como Ulises salvó a sus compañeros del olvido del retorno en el país de los Lotófagos (como dice el propio Jenofon­
  • 50. jENOfONTE: AVENTURERO Y ESCRITOR 5 / te, en una alusión muy significativa* en I II 2, 25)21. Desde luego, la tendencia apologética es patente, creemos, a lo largo de la narración. Lo que no quiere decir que sea un relato tendencioso, jenofonte escribe sobre sus recuerdos personales de la expedición, a más de veinte años tal vez, apoyándose quizás en algunos apuntes o un diario de viaje. Pero escribe con un propósito mucho más amplio que el de redactar un escrito exculpatorio o laudatorio. Si la Atuibasis tiene algo de «rendición de cuentas», es tam­ bién una «rendición de cuentas» consigo mismo, una re­ memoración orgullosa y sincera de su pasado. Cuando Diodoro hace el resumen de la expedición de Ciro, omite la intervención de Jenofonte22. Pero esa omi­ sión puede explicarse porque Diodoro se sirve como fuente principal de Éforo, el discípulo de Isócrates, host il hacia Jenofonte y su obra23, de modo que tal hecho no in - dica que nuest ro autor no tuviera en la empresa el impor­ tante papel que él mismo se asigna. La Anabasis es más que un frío documento histórico; tiene un cierto aire épi - co y, a la par, un regusto herodoteo, al evocar paisajes, costumbres locales, fauna y flora, caracteres de diversos personajes, las emociones de las gentes en una determi­ nada situación. Tiene el aroma auténtico de lo vivido y recordado de un modo real. Los mismos discursos, tan de acuerdo con ia práctica retórica de la historiografía de la época, tienen un notable dramatismo, a la vez que una gran verosimilitud. Los retratos que se introducen -com o el panegírico de Ciro (I 7), o los de Clearco, Pró- xeno y Menón (II 6 )- están trazados con mano fírme y diestra, y van más allá de una obra de circunstancias y propósito apologético. Acaso la Anabasis tuvo un pretex­ to apologético, pero su contenido no queda recortado por esta tendencia original. En esta obra late una verda­
  • 51. 52 CA RIO SCA RCÍA GU A l dera intención histórica» la de contar lo que pasó real­ mente, la de presentar las cosas tai como fueron, aunque, naturalmente, Jenofonte se presente a sí mismo bajo una luz favorable. No era un carácter como el de Tucídidcs pero era un historiador sincero; acaso un tanto parcial en sus simpatías» hacia sí mismo, hacia algún otro, hacia los espartanos, en su amor a la disciplina y el arrojo, pero no un expositor tendencioso de los hechos. Como ha señalado Anderson1 1 4 , Jenofonte es mejor re­ portero que historiador, en cuanto da mejor el relato de los hechos que él personalmente ha presenciado que las noticias que recibe de otros. Por otra parte, su estilo de pinceladas cortas, su modo de contar, transmite bien las impresiones de momentos decisivos con singular dra­ matismo. Así, p. e., el comienzo de la batalla de Cunaxa (I 8,8) o la llegada de la columna griega a la vista del mar (IV 7,21). Esas escenas, de una vivida sensación dramáti­ ca, no faltan tampoco en las Helénicas. (Recordemos, p. e., cómo evoca en H ei I I 2,3-4, la llegada a Atenas de la nave Páralos, con la noticia de la derrota de Egospólamos, y cómo el rumor de lamentos va recorriendo los Largos Muros.) Describe con trazos sobrios, pero bastante preci­ sos, a los actores de sus historias y presta atención a los movimientos de las tropas y a las tácticas y estrategias mi­ litares. Otro rasgo importante en la concepción de la Anaba­ sis es la exposición que Jenofonte hace de cóm o, en cir­ cunstancias críticas, la camaradería de los guerreros se sobrepone a las rivalidades y a los estrechos límites de los nacionalismos. Por encima de su procedencia local -e s­ partanos, atenienses, beodos, tesaÜos, etc.-, los griegos se sienten hermanados en una empresa militar común, frente a los bárbaros. Hasta qué punto se intenta prdu-
  • 52. lE K O W N T fc A V K N t i m t K O Y K M .K J JO R 53 diar con este relato un ideal panhelénico es discutible. Se expone, ante todo, un bocho real: que en un contexto pre­ ciso, enfrentados a una población y a una geografía hosti­ les, esos Diez Mil griegos, de variada procedencia, se sienten unidos en una causa común. Como dice 1C Nic­ kel, «la Anabasis es, a este respecto, independientemente de la tendencia ya aludida de su autor, objetivamente, un informe periodístico para despertar o fortalecer la con­ ciencia panhelénica»25. Tal vez Jenofonte utilizó algunos libros, como el escrito por Esféneto de Estínfalo, el general más viejo de la expe­ dición, y ya titulado así: Atuíbasis, o unos para nosotros desconocidos repertorios geográficos -d e esa literatura de periplos y periegesis con que se relaciona su obra-; y, ciertamente, conoció los Persikd de Ctesias, el médico de Artajerjes, al que cita expresamente (1 8, 26). Pero, a lo largo tie todo su relato, se percibe la nota de lo vivido per­ sonalmente. Esas descripciones de usos y lugares, esos mismos discursos retóricos, esas observaciones psicoló­ gicas sobre las reacciones de los soldados evocan un testi­ monio inmediato, los ojos agudos del historiador, en sen­ tido etimológico de la palabra. (Acaso utilizó Jenofonte las notas de un diario propio del viaje, para tanto detalle concreto.) Por otra parte, hay que decir que la Anábasis se lee como lo que es, el relato de una gran aventura, de propor­ ciones épicas, de valores novelescos. Sus personajes no son héroes como los nobles semidioses de antaño. Son figuras muy reales, soldados de fortuna, como tantos griegos mercenarios que vagaban por Asia y Egipto, pro­ fesionales de esa amarga ocupación en que muchos emi­ grantes helénicos habían probado su valer, desde hacía siglos"
  • 53. 54 < :aki.os< ;ahcia< juai Desde la primavera del 401 a. C., en que se inició la marcha, hasta marzo del 399, en que Jenofonte entregó las tropas a su cargo al harmosta espartano Tibrón, pasa­ ron los dos años más azarosos de su vida, en los que vivió intrépidamente una aventura desaforada, en continua alerta, con cotidianos sobresaltos y riesgos desconocidos, una odisea por las tierras hostiles de Asia, cruzando de­ siertos y montes, por la Armenia invernal, al frente de la larga columna de los Diez Mil. El final de la expedición fue feliz, en cuanto que logra­ ron salir con vida, escapar a la trampa persa, reincorpo­ rarse a sus puestos habituales. Para los mercenarios nun­ ca hay gloria, sino sólo, en el m ejor de los casos, botín y fortuna. Jenofonte no salió malparado de la empresa. Si bien, cuando nos revela las rencillas que alteran los últi mos meses, nos deja un regusto triste, pero real. Tales eran los hombres que luchaban con él, valientes pero dís­ colos, ambiciosos y taimados. La expedición llegó a «un heroico y brillante término». Adecir verdad, las dificultades no resultaron tan grandes como parecían. La misma marcha fue la señal, para Huropa, de la in­ terna debilidad de los imperios de Oriente, que fue puesta luego al descubierto por Alejandro, Pompeyo, Lúculo y los varios conquistadores de la india. Mas el valor placentero de Jenofon­ te, su inteligencia y su cultura, relativamenteelevadas, su honor transparente, su religiosa simplicidad, combinados con una gran habilidad para manejar a los hombres y un verdadero don de improvisar disposiciones para hacer Trente a toda contingen­ cia, le capacitaron para llevar a cabo una proeza que en vano hubiera intentado alcanzar cualquier militar más hábil. No fue completamente afortunado como cotulotliero. Sus Dio/. Mil, por orgulloso que le pongan más tarde sus hechos, contenían mu­ chos de los peores gra nujas de Grecia, y Jenofonte, como Próxe- no, los trataba demasiado a lo gentilhombre. El viejo Clearco,
  • 54. IfcNOHONTh AVKNIIJKI-KO V l-.StlKI IOK 55 con el látigo on la mano y una maldición en los labios» sin dejar jamás su malhumor, lucra del momen to de la acción, era el úni co hombre que debía haberlos guiado2 Jenofonte, como historiador, tiene notorios defectos. No es exhaustivo en la recogida de dalos, es olvidadizo y margina hechos de primera importancia, cuenta las cosas desde su perspectiva28 -y no tanto por una conscienle parcialidad, por esa simpatía proespartana que muchas veces se le ha reprochado, como por una característica in­ genuidad, cercana a la improvisación sin el examen críti­ co requerido, y eso, tras leer a Tucídides-, pero es, como ya advertimos, muy buen reportero de guerra. Este re­ portaje, escueto y penetrante, de sus propias experiencias en el ejército de los «Circos», en la larga marcha por la in­ hóspita geografía minorasiálica, está espléndidamente contado. Con esa precisa rapidez habitual en Jenofonte, no ajena a la ironía en varias ocasiones29, tan sólo altera­ da por la longitud de algún que otro discurso un tanto cargado de tópicos retóricos (aunque 110 siempre, pues hay estupendas arengas, de hábil efecto psicológico, en muchos puntos de la obra). «Esta agradable obra es origi­ nal y auténtica», como señaló Gibbon. Y, como señala G. Murray: «En su conjunto, es una obra fresca y franca, en la cual, por lo menos, el escritor consigue no echar a perder un relato verdaderamente conmovedor»4(). Cada género histórico tiene sus pautas y normas un tanto flexibles. El Agesilao y la Ciropedia tienen una orien­ tación peculiar que permite a su autor remodelar la his­ toria, silenciar ciertos hechos, embellecer las figuras con los prestigios de la retórica y la ficción11. En la Anabasis, pese a su tendencia apologética, a su visión personal de lo narrado, hay una fidelidad a lo real y una dramaticidad
  • 55. 5 6 ('■ARIjO S G A RCÍA (¡U A L histórica singular, que hacen de esta narración un admi­ rable reportaje, escrito a cierta distancia de los hechos, contenida de emoción, de una indiscutible grandeza. Bibliografía Nos limitamos a señalar los libros más recientes y algunos ar­ tículos de interés para la crítica de Jenofonte como historiador. I. Estudios Andkkson, J. Κ., Greek Military Tactics in the Age o fXenophon, Berkeley, 1970. - Xenophon, Londres, 1974. B re ite n b a c h , Η. Κ., Historiographische Anschauungsformen Xenophons, Basilea, 1950. Xenophon vonAthen, en Pauly-Wissowa, RE, IX Λ 2 (1966), cols. 1569-1928. C a n fo ra , L., Tucidide continuato, Padua, 1970, págs. 57-77. - (ed.), Erodoto,Tucidide, Senofonte, Letture critiche, Milán, 1975, págs. 167-210. Oi-i.KBUCQUE, E., Essaisttrla viedeXénophon, Paris, 1957. Ekbsh, H., «Xenophons Anabasis», Gymnasium 73 (1966), pá­ ginas 485-505. G k ;o n , O., Kommentar zum ersten Ihuh von Xenophons «Me- morabilien», Basilea, 1953. - Kommentar zum zweiten Much von Xenophons «Metnorabi- lien», Basilea, 1956. G u thrik, W. K. C , A History o fGreek Philosophy, (II, Cambridge, 1969, prigs. 333-3-18. H k n ry, W. P., Greek Historical Writing. A Historiographical Es­ say based on Xenophons «Hellenika», Chicago, 1967. H i g g i n s , W. H.» Xenophon the Athenian. The Problem o f the In­ dividual and the Society o fthe Polis, Albany, N. York, 1977.
  • 56. JK N O K ÍN T E : A V U m - ’Rt-.K O Y F .S C R rT O R 57 Kroem kr, Ιλ, Xenophons «Agesilaos», tesis doct., Berlín, 1971. (,UN!>i.H»0.,«l)cr Bcricht Xenophons OberdieSchlacht bei Ku- naxa·*. Gymnasium 73 (1966), págs. 429-452. Luccioni, J., Les idéespolitiques eí sociales de Xénophoti, París, 1947. - Xétwphon et le socratisme, París, 1953. Miíyhk, Κ., Xenophons «Oikonomikos», tesis doct., Marburgo, 1975. Nussbaum, G. B., The Ten Thousand. A Study in Social Organi­ sation and Action in Xerophon’ s «Anabasis», Leiden, 1967. Strau ss, L., OberTyrannis, Neuwied-Berlin, 1963. - Xenophons Socratic Discourse, íthaca, N. York, 1970. - Xenophons Socrates, Ithaca, N. York, 1972. Tuiu;, M., art. sobre el escrito pseudojenofonteo La Constitu­ ción de Atenas, en Pauly-Wissowa, RE, IX Λ (1966), cols. 1928-1982. II. Ediciones Las más asequibles son Sas publicadas en la «Oxford Classical Texts»: Xenophontis opera omnia, editadas por P. C, Marchant en 3 vols., Oxford, 1900-1904 (con reediciones), así como las de «Les Belles I^ettres», por diversos editores: Helléniques, por I. Hatzfeld, París, 1936-1939; Atiabase, por P. Masqueray, 2 vols., París, 1931; Éconotnique, por P. Chantrainc; I!art de la chasse, Le commandant de la cavalerie, P e Vart équestre, por E. Delebecque, París, 1970> 1973, 1978, respectivamente. Hn la colección de ia «Ί useulum Bücherei» tenemos las ediciones de la Anábasis, por W. Müri, Munich, 1959, y de las Helénicas, por G. Strassburger, Munich, 1970. En la colección del Instituto de Estudios Políticos están editados el Hierón y la República de los atenienses, por M. Pernández-Galiano, Madrid, 1951, y La re­ pública de los lacedemonios, por M.“Rico. De algunas obras hay ediciones sueltas, muy interesantes por sus notas y cuidado crítico, com o el Económico, editado por
  • 57. 58 í :a r u >m í a i « : í a ( . . ; a i . ). Gil, Madrid, 1967; los Póroi (Recursos), editado por (i. Hodci Giglioni, Morencia, 1970; Sobre la equitaciótt, por K. Widdra, Leipzig, 1964, ytterlín, 1965. Para la tradición textual jenofontea,el libro fundamentalsi- gue siendo el dt Λ. W. Persson, Zur Textgeschichte Xenophons, Lund, 1915, que puede complementarse con las páginas del vo­ lumen colectivo Geschichte der Textüberlieferung, I, Zurich, 1961, págs. 268-272. El léxico de Jenofonte es el antiguo de R W. Sturz, Lexicon Xe­ nophonteum, Leipzig, 1831,reimpr. Hildesheim, 1964. Siendo Jenofonte autor muy reiteradamente seleccionado como texto de tiaducción para los estudiantes de griego de ins­ tituto y universidad, hay incontables ediciones escolares de obras y libros suyos. Un lisparta, como ejemplo, el libro I de la Anábasisv$U editado por J. Pérez. Riesgo: con notas (Madrid, 1968,4.J ed. rev., 5.** rciinpr.) y bilingüe (Madrid, 1976,4.·' cd. rev., 6.“rciinpr.) en la Kd. Gredos. 111. Traducciones castellanas La primera versión directa al castellano es la de Diego Gracián de Alderete, el mismo traductor de Tucídides, publicada en Sa­ lamanca en 1552. Ll título de la traducción reza así: Las obrasde Xenophon, trasladadas de Griego en Castellano por el Secretario Diego Gracitin, divididas en trespartes. Dirigidas al Serenissimo Principe Don Philippe nuestroseñor. La traducción -«con privi­ legio para los reinos de Castilla y Aragón»- comprende los si­ guientes tratados: Historia de Cyro (Cyropedia) que trata de la crianza c institución, vida y hechos de Cyro. -D éla entrada de Cyro el Menor en Asia, y de las guerras que allí tuvieron contra los bárbaros los caudillos griegos. -! )el oficio y cargo del capitán general de los de a caballo y de lo que se requiere en el castillo. -Del arte militar de caballería, y de los caballos, y de las partes que ha de tener el buen caballero pera la guerra. -I)e los loores y proezas tie Agesilao, rey de los lacedemo-
  • 58. IKNOKíN IK: AVI-.ΝΊ l.'KKKO Y hSCKHOK 5 9 nios. -De la república y gobernación de los iacedemonios. De la caza montería cuyo ejercicio es ncccsaiio para la guerra. Menéndez y Pelayo, al dar noticia de esta versión, agrega: Ivita versión tie Xenofonte no es comp eta; faltan las Ifelónicas que Clracián pensó añadir a su versión de Tucídides y todas las obras fi­ losóficas o no enlazadas directamente con la historia, a saber: las Cosas Memorables de Sócrates, la Apolcgía del mismo, el Convite, la Económica, el Hierón o Peí reino, el tratado Délas ventas públicas de Atenas y el I)e la república de los atenienses, cuya omisión no me explico, dado caso que incluyó ( iraciún el De la república de los lace- demonios. Menéndez y Pelayo habla luego («Biblioteca de traductores españoles», Madrid, CS1G, ed. de 1952*1953, tomo II, pági­ nas 188-190) déla reimpresióndeesla traducción, revisada por Flórez Canseco: Las Obras de Xenophonte... Segunda Edición en que se ha añadido el textogriegoy se ha enmendado la traducción castellana por el Ledo. D. Casimiro Hórez Canseco... Madrid, en la imprenta Real, 1781. Dos tomos, en 4.°, a cada uno de los cuales acompaña un mapa. La edición es bellísima y digna del autor a que se consagraba. H I texto griego fue revisado con esmero, y la traducción deGracirin enmendada en lodos los lugares mal entendidos por el inlérprelc. Del docto helenista (lanseco, a cuyo cargo corrió esta tarea, son también las notas que ilustran yaclaran las dificultades del original. Ill primer volumen contiene la Cyropedia vcl segundo la Amiba sis. De la publicación del tercero no hemos hallado noticia. Debía contener, además de los tratados que tradujo Gracián, los por él omitidos cuya versión fue encargada a !;lórez Canseco. El Xenophonte de Gracián disfruta de merecida fama, y es, con el Herodoto del P. Pou, lo mejor que en punto a traducciones de pro­ sistas griegos posee nuestra lengua. Suestilo es claro, sencillo, puro yexento de toda afectación; algo distante se halla, sin embargo, de la admirable dulzura yamenidad <|uecautivan yencaman en los es­ critos del que por ello mereció el hermoso dictado de la Abeja Ática.