2. En el principio existía la
Palabra, y la Palabra
estaba junto a Dios, y la
Palabra era Dios. En la
Palabra había vida, y la
vida era la luz de los
hombres.
…a cuantos la recibieron,
les da poder para ser
hijos de Dios, si creen
en su nombre.
…Y la Palabra se hizo carne,
y acampó entre
nosotros, y hemos
contemplado su gloria…
Jn 1, 1-18.
3. Navidad es un
acontecimiento que
cambia la historia.
Es la humanización
de Dios, hecho niño,
y a la vez es la
elevación, la
divinización, del ser
humano, que se
convierte en hijo de
Dios.
4. Dios se despliega y
acampa entre
nosotros. Busca el
diálogo con su criatura
y la comunión con ella.
Jesús es la palabra de
Dios, hecha carne. Con
sus obras encarna todo
lo que Dios quiere:
salvar a la humanidad.
5. • El Dios todopoderoso se
despoja de su rango para
hacerse bebé, pequeño e
indefenso. La encarnación
de Dios está envuelta en
sencillez, no tiene nada
que ver con el orgullo o el
poder. No es espectacular.
• Esto nos empuja a remirar
con ojos de niño la forma
en que Dios actúa en
nosotros.
6. La Navidad es una fiesta de comunicación.
La palabra cobra un sentido trascendente.
¡Cuánta palabrería nos invade! Cuántas veces la palabra
no expresa lo que quiere, o la matamos, vaciándola de
sentido, haciéndola incapaz de transmitir amor.
7. En la vida cristiana hay dos momentos fundamentales: Navidad
y Pascua. En estas fiestas, nuestras iglesias deberían rebosar.
Hay compromisos familiares y mucho ajetreo en las casas, pero
no podemos faltar al ágape eucarístico.
Dios nos invita a paladear la trascendencia. Su luz y su palabra
desplazan toda tiniebla. A través de la liturgia profundizamos en
el sentido de aquello que nos hace cristianos.
8. A los que la recibieron, les dio el poder de hacerse hijos de
Dios. Vivimos inmersos en las tinieblas del pecado y del
egoísmo. Pero la luz brilla en las tinieblas, iluminando el
mundo con su amor.
Quienes la acogen permanecen en ella; quienes la rechazan
se quedan sin su calor, sin poder ver.
9. Tenemos un tesoro en nuestras manos:
el amor de Dios, la salvación.
Hemos de encarnar ese amor: abrirnos para introducir
a Dios en nuestra vida y saberlo comunicar.
10. La palabra hecha
carne es vida. No
podemos despreciar
la palabra de Dios.
¡No es mera
literatura! Es una
herramienta para
expresar lo
inenarrable, la belleza
divina. Jesús da
sentido a la palabra
cuando la hace vida
de su vida. Es así
como la rescata.
11. En Jesús la palabra lleva a la acción. Ojalá su
palabra cale en nosotros, como lluvia fina de
primavera que empapa la tierra. Entonces
actuaremos movidos por su fuerza.
12. A Dios nadie lo ha visto
jamás; su Hijo único,
que está en el seno del
Padre, es quien lo ha
dado a conocer.
No lo hemos visto, pero
se nos han
comunicado su palabra
y su obra, y muchos
santos y mártires han
dado la vida por
expandirla. Su
testimonio nos revela
cómo es Dios.
13. En estos días, en que muchas mujeres pasan largas
horas en la cocina, amasando y cociendo en el
horno para obsequiar a sus familias, dejemos que
la palabra de Dios amase nuestro corazón hasta
tocar lo más hondo de nuestro ser y de nuestra
sensibilidad. Pues se nos ha comunicado para que
seamos profundamente felices.