2. Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
3. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
4. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
5. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
6. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
7. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
8. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad. Juan 1, 1-14
9. Cristo, desde toda la eternidad, estaba junto a Dios; él mismo era Dios, era la Palabra o Sabiduría viviente
de Dios. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, esa Palabra se hizo hombre y habitó
(literalmente, en el texto original, “acampó”) entre nosotros.
“La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”.
10. Los que reciben esa luz, es decir, los que acogen esa Palabra
y por lo tanto a Dios, llegan a ser hijos de Dios.
Lo hizo para iluminar con su luz a todos los hombres.
11. Ese niño es el Hijo eterno del Padre, por quien fueron hechas todas las cosas,
es la Sabiduría de Dios, es “luz verdadera que al venir a este mundo ilumina a todo hombre”.
A la ternura del pesebre se ha de unir entonces la admiración
por el misterio infinito que se encierra en la simplicidad de Belén.
12. “Acampó” entre nosotros, para comunicarnos su vida divina y para darnos a conocer
la intimidad del Padre. Se nos ha manifestado en su palabra y en su persona.
Su verdad, su luz ilumina nuestro interior.
Ese niño vino a elevar lo terreno a un nivel divino,
que hace entrar en este mundo la gloria sobrenatural de Dios.
13. Todos necesitamos la sabiduría de Dios, la luz de su Palabra para descubrir el sentido de nuestra vida.
Su sabiduría, su palabra nos ayuda a ver las cosas con los ojos de Dios,
que es “luz de los que creen en él”.
Y es uno de nosotros, de nuestra propia “carne” humana.
Esto es lo que celebramos en Navidad y nos llena de alegría y da un nuevo sentido a nuestra existencia.
14. Se puede seguir diciendo, como dijo Jesús de muchos de sus contemporáneos,
que “andan como ovejas sin pastor”.
Si no recibimos a Cristo como la Palabra definitiva de Dios, no nos extrañemos del desconcierto
y de la confusión espiritual que reinan en nuestro mundo.
15. San Pablo nos dice que Dios Padre “nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales
en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos
e irreprochables en su presencia, por el amor”.
16. La bendición descendente de Dios y la ascendente de nuestra alabanza se encuentran
en la persona de Cristo.
Ante tan espléndida generosidad de parte de Dios Padre,
es natural que respondamos con nuestra bendición a él:
“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo…”