2. El les preguntó:
Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?
Respondiendo
Pedro, le dijo:
Tú eres el Mesías.
Y les encargó que
a nadie dijeran
esto de él.
Marcos 8, 27-35
3. Jesús despierta muchos interrogantes. Ya sus coetáneos
decían muchas cosas de él: un visionario, un profeta, Juan
Bautista, un revolucionario… también hoy se dicen muchas
cosas sobre Jesús. Su figura llena libros y filmes, y genera
versiones muy diferentes de su persona.
4. Cuando Jesús se dirige a los suyos la respuesta será crucial:
¿Quién decís vosotros que soy yo? Es una pregunta dirigida al
corazón. Vosotros que habéis caminado junto a mí, que
habéis convivido conmigo, que habéis visto y oído, que habéis
compartido tantos ágapes… ¿qué decís?
5. La respuesta ya no será un conocimiento “de libro”, sino
afectivo y personal. Pedro responde de inmediato: Tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios. Intuye, sabe, que él y sus
compañeros están caminando con el mismo Dios…
6. Jesús advierte a sus
discípulos que callen.
El pueblo todavía no
está preparado para
comprender el
misterio de este
Mesías que es hombre
y que, a la vez, es Dios.
No puede entender el
misterio de Jesús y su
relación con Dios
Padre.
7. Jesús también se arriesga a explicar a sus discípulos las
consecuencias de su adhesión a Dios. Su mensaje
chocará con el poder político y religioso.
El camino del Mesías pasa por la cruz.
8. Hoy tampoco es fácil seguir a Cristo. En Occidente se da
una persecución sutil, a través de las leyes y la presión
política, para apartar a la Iglesia y relegar sus valores.
En Oriente, los cristianos son perseguidos y muertos
violentamente…
9. Jesús no esquiva el sufrimiento. Asume el rechazo, el dolor
y el pecado de la humanidad. Carga con ese peso y no lo
oculta a sus seguidores. Quien quiera venir en pos de mí,
que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.
10. Pedro protesta. Ha entendido que Jesús es el Mesías,
pero no acepta la cruz. Por eso Jesús le responde con
rotundidad. ¡Aparta, Satanás! Porque no piensas
como Dios, sino como los hombres…
La dimensión de martirio que está en las entrañas
mismas de nuestra fe.
11. Negarse a sí mismo.
Uno mismo es a veces el
mayor obstáculo para
seguir a Jesús. Cargar
nuestra cruz significa tomar
nuestras incoherencias,
nuestras contradicciones,
inmadureces y tonterías.
Nuestras mezquindades y
nuestro pecado. Jesús ya
cargó con el mal de todos,
¡nuestra carga es más
liviana!
12. Carga con todo y sígueme. Seguir a Jesús requiere un
cambio de pensamiento, de actitud, de visión del mundo
e incluso de la fe. Pide una conversión total.
La Iglesia necesita gente valiente, heroica y buena que se
sienta familia de Jesús y esté dispuesta a seguirlo.
Necesita voceros de Dios que anuncien su amor a la
humanidad.
13. Quien vive solo para sí, buscando su pequeño nirvana
personal, se perderá. Quien esté dispuesto a abrirse, a
darlo todo por amor, lo ganará todo.
Darlo todo, darse a sí mismo, es la única vía para
encontrar la plenitud humana y espiritual.