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COSTUMBRISMOS Y COSTUMBRISMO ROMÁNTICO
Bulletin of Hispanic Studies (Liverpool / Glasgow), 75/4 (junio 1998), p. 453-467.
ISSN: 1475-3820.
No es fácil establecer una definición del costumbrismo español. Algunos críticos insisten sobre
su importancia pero no explican su esencia y concluyen asimilándolo al realismo decimonónico. Otros
coinciden en sus rasgos generales: breve representación literaria de costumbres, incidentes,
instituciones, personajes típicos y modos de vivir habitualmente contemporáneos. Tales
acercamientos se enriquecen al centrar la atención tanto en la génesis temporal y el vehículo por
excelencia del costumbrismo (prensa periódica desde el siglo XVIII) como en el objeto y el cuadro
general donde este género queda enmarcado (descripción de formas de vida colectiva o de
acontecimientos sociales contemporáneos que afectan a la colectividad). Pero esta delimitación no es
exclusiva del costumbrismo español. Buena muestra son otros costumbrismos europeos como por
ejemplo el inglés y francés del siglo XIX. La literatura que describe tanto tipos como costumbres
puede ser denominada “costumbrista”, porque lo es. Igualmente lo es el costumbrismo español de la
misma época, y sin embargo este “costumbrismo” es esencialmente diferente del inglés o del francés,
de igual modo que difiere de otros “costumbrismos” precedentes. Desde un punto de vista
estrictamente literario, la diferencia no radica ni en la época ni en la forma sino en el modo de concebir
el género y la sociedad. Estas páginas pretenden poner de manifiesto la diversidad del término
“costumbrismo” y cómo su estudio permite comprender mejor el movimiento romántico que
subyace en el costumbrismo español del siglo XIX.
1. El costumbrismo en Inglaterra y Francia
El análisis de costumbres en Inglaterra procede esencialmente de Richard Steele (1672-1729)
y Joseph Addison (1672-1719). Steele fundó en 1709 The Tatler, periódico del que sería editor bajo el
seudónimo de Isaac Bickerstaff hasta su desaparición en 1711. Su amigo Joseph Addison colaboró
activamente en dicho periódico. Dos años más tarde ambos fundaron The Spectator (1711-1712 y
revitalizado durante 1714) y The Guardian, tan efímero que apenas duró ocho meses del año 1713. La
importancia de estos autores ingleses es tal que incluso paladines del costumbrismo francés (Mercier
y Jouy sobre todo) no dudaron en declararse continuadores de The Tatler y The Spectator.
Entre los principales costumbristas ingleses del siglo XIX descolla Leigh Hunt (1784-1859)
quien fundó con su hermano The Examiner (1808), más tarde dirigió The Indicator (1819-1821) y llegó
a organizar la creación de The Liberal (1822) con Shelley y Byron en Italia. La prematura muerte del
primero y la partida a Grecia del segundo hicieron que este periódico solo viese la luz en cuatro
ocasiones. Además de William Howitt (1792-1879), Edward Howard (1792?-1841) y Samuel Laman
Blanchard (1804-1845), cabe nombrar a Douglas William Jerrold (1803-1857) quien se dedicó de lleno
a la tarea periodística. En 1841 se integró a la dirección del semanario Punch, donde firmaba sus
artículos con el curioso seudónimo de “Q”. Desde 1852 hasta su muerte fue el editor del Lloyd’s
Weekly Newspaper.
William Makepeace Thackeray (1811-1863) merece una atención especial. Conocido sobre
todo por su producción novelística (i.e. Vanity Fair, 1847-8), fue corresponsal en París del periódico
National Standard hasta su quiebra en 1834 y posteriormente de The Constitutional. Desde 1842
contribuyó notablemente en la prensa inglesa mediante sus reseñas, bocetos cómicos, parodias y
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sátiras publicadas principalmente en Fraser’s Magazine y Punch. Más tarde, entre 1860 y 1862 fue editor
de The Cornhill Magazine, una revista literaria mensual que aún perdura. La aportación de Thackeray al
costumbrismo incluye además The Book of Snobs, originariamente publicados como una serie de
anécdotas y bocetos en Punch en 1845 y a continuación en un volumen. Tras aportar una serie de
notas generales sobre los snobs y su influencia en la sociedad, Thackeray pasa a describirlos allí donde
se desenvuelven; baste dar una pequeña muestra de algunos títulos de estos artículos: “On Some
Military Snobs”, “On Clerical Snobs and Snobbishness”, “Snobs and Marriage”, “Club Snobs”…
Son pocos los personajes “absoluta o relativamente snobs” cuyas huellas no persigue el autor para
ofrecer un acabado boceto del esnobismo1. Igualmente cabe reseñar las conferencias que Thackeray
pronunciara en sus estancias en Estados Unidos pues también abundaron en este tipo de literatura
costumbrista. The English Humourists of the Eighteenth Century (1851, publicado en 1853) contiene dos
artículos dedicados a Addison y Steele, precedentes indiscutibles del costumbrismo español. The Four
Georges (1855, publicado en 1860) incluye un subtítulo interesante: “Sketches of Manners, Morals,
Court and Town Life”. En efecto, dejando de lado los “grave historical treatises” y estudios “about
politics”, el autor pone énfasis en el objetivo costumbrista y lúdico de su obra. Con ella solo pretende
“to sketch the manners and life of the old world; to amuse for a few hours with talk about the old
society; and, with the result of many a day’s and night’s pleasant reading, to try and wile away a few
winter evenings for my hearers”.
Entre los principales costumbristas franceses se encuentran Mercier, Jouy, Janin y Balzac.
Sébastien Mercier (1740-1814) evoca en sus Tableaux de Paris “cet amas bizarre de coutumes folles ou
raisonnables” y todo tipo de pasiones particulares a la vida de la gran metrópoli. Con su reflexión,
este escritor que anuncia las fisiologías de Balzac intenta desentrañar cuál sea la filosofía social de
cada uno de los diferentes oficios de la sociedad. También G. Touchard-Lafosse (1780-1847) publicó,
además de numerosas novelas históricas e historias militares, valiosos estudios de París. Victor-
Joseph-Étienne de Jouy (1764-1846), oficial del ejército, político y finalmente periodista desde 1799,
interesa aquí por sus contribuciones periodísticas posteriormente publicadas en diversos volúmenes:
L’Hermite de la Chaussée d’Antin (1812-1814), L’Hermite en province (1813-1818) y L’Hermite de la Guyane
(1816). Jules-Gabriel Janin (1804-1874) dio a la prensa, además de numerosos cuentos y producciones
folletinescas, una abundante obra crítica y costumbrista. Periodista en Le Figaro, La Quotidienne y Le
Messager, Janin fue desde 1836 la firma indiscutible del célebre Journal des Débats.
La palma de una vertiente del costumbrismo francés pertenece por derecho propio a Honoré
de Balzac (1799-1850). Su anatomía parisina había tenido un precedente en Mercier y sería continuada
por Janin. En la obra de Balzac hay un aspecto especialmente importante para el estudio del
costumbrismo: las fisiologías, cuyas primeras manifestaciones fueron la Physiologie du goût de Brillat-
Savarin (1825) y la Physiologie des passions ou nouvelle doctrine des sentiments moraux del barón Alibert (1825).
El nombre de fisiología, aplicado metafóricamente a cualquier análisis de afectos, sensaciones y
conductas, hizo furor en la primera parte del siglo XIX. Es evidente que este neologismo entraba con
buen pie dado que, como el mismo Balzac indica, la abundancia de términos técnicos es una de las
tendencias del lenguaje de la moda, y la moda forma parte integrante de las costumbres de un país.
Aun cuando la ausencia de rigor científico sea manifiesta (las ciencias naturales no proceden, como
las matemáticas, por axiomas, teoremas y corolarios), es evidente que las apariencias fisiológicas
favorecen la fascinación de una seudociencia poco menos que inagotable. En el abanico de Balzac se
encuentran numerosos métodos de estudio: “fisiologías” (Physiologie du mariage, 1829), “estudios”
(Étude de femme, 1830), “tratados” (Traité de la vie élégante, 1830), “teoría” (Théorie de la démarche, 1833),
1 THACKERAY (William Makepeace), The Book of Snobs, intr. Jonathan Keates, Londres, Robin Clark, 1993.
3
“monografía” (Monographie du rentier, 1840), a los cuales se pueden añadir “anatomías” (Anatomie des
corps enseignants) y “patologías” (Pathologie de la vie sociale) que nunca llegó a escribir.
La gran mayoría de estos escritores colaboró de modo activo en las dos grandes compilaciones
costumbristas europeas; algo que se puede bautizar con el nombre de “costumbrismo organizado o
estructurado”: Heads of the People y Les Français peints par eux-mêmes. La primera compilación inglesa
apareció en dos densos volúmenes fechados en 1840 y 18412. Entre los colaboradores se encuentran
los arriba enunciados: Hunt (tres artículos), Howitt (cinco artículos), Howard (tres artículos), Jerrold
(firma nada menos que diecinueve artículos), Blanchard (seis artículos) y Thackeray (tres artículos,
uno de ellos bajo el seudónimo de “Michael Angelo Titmarsh”). Abundan los anónimos (“A Bachelor
of Arts”, “A Knight of the Road”…) y otros autores de poco renombre que solo aportan una o dos
contribuciones. La compilación francesa fue publicada en cinco volúmenes con fechas de 1840 a
1842. Pasa ante los ojos del lector toda una pléyade de retazos que describen hasta ciento setenta
tipos de personajes de la sociedad. Dada la amplitud de la empresa, bien puede Janin denominar esta
enciclopedia un auténtico “registre” donde se transcriben todos y cada uno de los matices de “les
coutumes de chaque jour”. El mismo Janin establece en la introducción una interesante relación entre
esta empresa y la obra de Molière y La Bruyère. Si el primero es un modelo por su realismo en la
transposición de vicios y pasiones, el segundo merece igual título por su interés en la pintura de la
movilidad de los caracteres.
Dado el propósito enciclopédico de estas compilaciones, la variedad de profesiones y tipos
abordados es ingente. Entre ellos cabe ofrecer aquí una selección de los principales objetos de estudio:
los salones (veladas, reuniones literarias y exposiciones), las innovaciones sociales (con las
consiguientes alusiones a la modernidad), el argot (una variante de la moda entre ciertas capas sociales)
y la literatura (el escritor y sus miserias, el aprendiz de poeta, el vilipendiado periodista).
Son numerosas las alusiones a los salones. Según una costumbre francesa servían como punto
de partida para variadas reflexiones (recuérdese a Madame de Sablé en el siglo XVII, a Diderot en el
XVIII o a Proust en el XX). Un cuarto de siglo antes, L’Hermite de la Chaussée d’Antin los había utilizado
para pasar revista a sus ventajas e inconvenientes3. Es más, las cuatro “promenades” que figuran bajo
el título de “Le salon de 1812” son digresiones artísticas basadas en diferentes exposiciones parisinas4.
Entre los salones del segundo cuarto del siglo XIX, se encontraba el de Madame Ancelot, descrito
entre otros por Bertaut5. Allí se daban cita numerosos nobles, miembros de la Academia y hombres
de letras como Stendhal. Precisamente uno de los artículos de Les Français peints par eux-mêmes está
firmado por Madame Ancelot. Como cabía prever, su artículo titulado “Une femme à la mode”
describe fielmente las inquietudes de la comtesse Emma de Marcilly, una mujer que se preocupa de
“conserver la faveur de la mode” y “son empire”, de rendir tributo, en definitiva, a “cet insatiable
désir de briller”6. Por aquellos mismos años escribía Hunt un interesante artículo sobre una fiesta a
2 Heads of the People: or, Portraits of the English. Drawn by Kenny Meadows. With original essays by distinguished
writers, Londres, Robert Tyas, 2 vol., 1840-1841.
3 JOUY (Victor-Joseph-Étienne de), “Lectures et succès de salons”, in L’Hermite de la Chaussée d’Antin, ou Observations
sur les mœurs et les usages parisiens au commencement du XIXe siècle, París, Pillet, 4 vol., 1812-1814. Aquí, III: 39 y 41. (El vol. 3, de
1813, indica “deuxième édition” y el vol. 4, de 1814, “seconde édition”. Los cinco vol. de 1815, París, Pillet, indican
“cinquième édition”).
4 Ibid., III: 306-353.
5 BERTAUT (Jules), L’Époque romantique, París, Jules Tallandier, 1947: 98-102.
6 Les Français peints par eux-mêmes, París, L. Curmer, 5 vol., 1840-1842. Aquí, I: 57-64. (Subtítulo para los tomos IV y V:
Encyclopédie morale du dix-neuvième siècle).
4
la que tuvo oportunidad de asistir7. Huelga recordar que Hunt es uno de los escritores costumbristas
más versados en esta sociedad descrita en varios de sus artículos: “Female Sovereigns of England”,
“Specimens of British Poetesses”, “Duchess of St. Albans, and Marriages from the Stage” y “Lady
Mary Wortley Montagu”.
Las innovaciones sociales también ocupan un lugar privilegiado en estas compilaciones.
Copiando las palabras de Janin, “si le théâtre est à peu près le même, les acteurs de la scène ont
changé”. Lo cual supone de modo implícito el carácter transitorio de la literatura costumbrista. La
conclusión es inmediata: “la nécessité de refaire de temps à autre ces mêmes tableaux dont le coloris
s’en va si vite, aquarelles brillantes qui n’auront jamais l’éternité d’un tableau à l’huile”. Algo semejante
declara Hunt al comienzo de uno de sus artículos: “It is curious to see the opinion entertained in
every successive age respecting the unimproveability or unalterableness of its prevailing theory of
morals, compared with their actual fluctuation”8. Este carácter moderno o, mejor aún, esta conciencia
de la modernidad fundada en el carácter pasajero de cuanto nos rodea, forma parte indispensable de
la poética costumbrista. La mejor prueba de ello es que apenas poco tiempo después Europa incluía
entre sus tipos insustituibles el dandi y que Baudelaire, tras las recurrencias de Chateaubriand y Balzac,
procuraba definir la modernidad dentro de su artículo sobre “Le peintre de la vie moderne”.
Una “moda” un tanto peculiar pero que no podía faltar en la literatura costumbrista es el argot.
Moreau-Christophe es el autor que lo aborda en Les Français peints par eux-mêmes en un extenso artículo
titulado “Les détenus”. En él describe hasta doce subtipos de detenidos por la policía: “le
réclusionnaire”, “le forçat”, “le récidiviste”, “le condamné à mort”, “le détenu pour dettes”, “le
détenu militaire”, “les jeunes détenus”, “les enfants de la correction paternelle”, “les femmes”, “les
jeunes détenues au-dessous de seize ans” y “les filles publiques”: es una prueba manifiesta de hasta
qué punto la pintura de tipos hacía un verdadero barrido entre las diferentes clases de la sociedad. Al
hablar de las características generales de los detenidos, el autor procede a una enumeración de los
“grades” de esta “maçonnerie du crime” desde la edad media –“cagoux, orphelins, rifodés, mallards,
marcandiers, malingreux, callots”, etc.– hasta el presente –“escarpes, sableurs, suageurs, grinchisseurs”, etc9. Tras
su pormenorizado estudio se percata de que este cuadro quedaría incompleto si no pasara a describir
algo que une a todos los criminales: la lengua. Moreau-Christophe dedica entonces al argot un lugar
especial en el apartado titulado “Sort des détenus.-Vie en prison”. Aquí explica la relación íntima existente
entre los diferentes detenidos: “Ce qui lie les prisonniers entre eux, c’est, indépendamment de la communauté
d’intérêt, la communauté de leur langage. […] Parler la même langue, ce n’est pas seulement se servir des mêmes mots,
[…] c’est se mouvoir dans un même ordre d’intérêts et d’idées. Voilà pourquoi, chez toutes les nations civilisées, les
malfaiteurs, formant une famille à part, se sont créé un langage à part. […] Cette langue a reçu, dans le vocabulaire
français des gens de crime, le nom d’arguche ou de jar, et plus communément celui d’«argot»”10. No está de más
llamar la atención sobre la semejanza existente entre esta descripción del argot y la que Víctor Hugo
hace en Les Misérables (vid. IV, VII, II; IV, VII, I-III y IV, XII, II): incluso ambos utilizan las mismas
fuentes (i.e. Eugène Vidocq). Hugo consideró indispensable aventurarse en este mundo subestimado
para devolver la dignidad humana al proscrito y a la prostituta; de hecho, no es arriesgado decir que
el exiliado de Guernesey ejecutaba su propio cuadro de costumbres al describir el argot del pueblo
parisino. Les Français peints par eux-mêmes, mediante la descripción de este mundo de las prisiones, se
7 HUNT (James Henry, Leigh), “A Novel Party”, en Men, women and books. A selection of sketches, essays, and
critical memoirs from his uncollected prose writings, Londres, T. W. Laurie, 1943: 86-98.
8 Ibid., “Suckling and Ben Jonson”, en Men, women and books: 245.
9
Les Français peints par eux-mêmes, IV: 3.
10 Ibid., IV: 83.
5
convierte en un auténtico cuadro de costumbres que salva del olvido y hace pervivir en el papel las
costumbres de una forma de vida social.
La literatura y cuanto la rodea también atrae la atención de gran parte de los escritores
costumbristas. Jouy había descrito las exiguas ganancias del miserable escritor que redactaba para
ganarse el pan de cada día11. En Les Français peints par eux-mêmes Albéric Second relata las fortunas y
adversidades del “Débutant littéraire”: un joven que no duda en abandonar sus estudios y ofrece sus
artículos a los principales periódicos parisinos del momento: la Revue des Deux-Mondes, la Revue de Paris,
Le Siècle, Le Courrier Français, Le National y La Presse. Semejante empresa acomete E. de la Bédolierre
en el análisis del poeta, oficio y tipo que pertenece a “une classe assez nombreuse ayant une
physionomie et des allures particulières, et appréciable sans loupe à l’œil de l’observation”12. Según el
autor, los auténticos poetas solo existieron en el pasado, de modo que en la actualidad únicamente se
puede hablar de “métromanes susceptibles de rimer”. Para demostrar acabadamente cuanto afirma,
el articulista pasa revista a los diferentes tipos de poetas que ofrece la república de las letras:
“Élégiaques”, “Sacrés”, “Classiques”, “Auteurs de poésies légères”, “Nébuleux”, “Intimes”, “Auteurs
de romances” y “Chansonniers”. Todos sin excepción, añade, son puros artesanos de versos pero no
del progreso que necesita la nación.
Los costumbristas ingleses y franceses ponen especial interés en defender su idiosincrasia. Para
lo cual no dudan en recalcar sus diferencias respecto a los historiadores y moralistas. Su modo de
acercarse a la sociedad se asemeja más a los del antropólogo y sociólogo puesto que estudian los
diferentes tipos de hombres y costumbres sociales. Es lo que se deduce de tantos artículos de Hunt
en sus visitas a un parque zoológico: “Is it just in human beings to make prisons of this kind?”, en
sus estudios sobre genealogía: “Bodily and mental characteristics inherited”, o en tantos otros donde
se entretiene en curiosas reflexiones sobre el amor, la comida o la belleza13. Remachando esta
identidad antropológica y social, Janin afirma: “Nous ne sommes pas chargés de faire l’histoire des
moralistes”. En otro momento explica la raíz profunda de esta distinción: “Les historiens, oubliant
l’espèce humaine, se sont amusés à raconter des sièges, des batailles, des villes prises et renversées
[…]; ils ont dit comment se battaient les hommes et non pas comment ils vivaient; ils ont décrit avec
le plus grand soin leurs armures, sans s’inquiéter de leur manteau de chaque jour; ils se sont occupés
des lois, non pas des mœurs”. También aborda este punto al exponer su deseo de penetrar en lo más
recóndito de la sociedad; prueba patente de que los costumbristas no tienen una finalidad cronística
ni moralizante: “Nous voulons seulement rechercher de quelle façon il faut nous y prendre pour
laisser quelque peu, après nous, de cette chose qu’on appelle la vie privée d’un peuple”14. Puede
objetarse que la introducción del tercer volumen, titulada “Le journaliste” y firmada por Janin,
contiene precisamente un extenso recorrido histórico; otro tanto ocurre con un análisis preliminar
del quinto volumen sobre la población francesa. Las introducciones sirven de base científica para los
artículos insertados en los correspondientes volúmenes, pero en ningún momento son consideradas
como artículos de costumbres. Este acercamiento del costumbrismo inglés y francés no supone
necesariamente un rechazo generalizado por la historia. Si acaso cabe decir que se acercan a la historia
y moral por un camino hasta entonces desconocido pues aportan “the moral colour to the period”15.
Así abordada la literatura de costumbres, el lector comprende mejor la correlación existente
entre algunos tipos descritos en estas obras. Tanto la inglesa como la francesa dedican artículos a los
11 Vid. “L’écrivain public”, en L’Hermite de la Chaussée d’Antin, IV: 74-88.
12 “Le poète”, en Les Français peints par eux-mêmes, II: 81.
13 Vid. Men, women and books: 81-85.
14 Les Français peints par eux-mêmes, I: iv.
15 HUNT, “Suckling and Ben Jonson”, en Men, women and books: 245.
6
escritores o a la moda; incluso algunos oficios, como por ejemplo el del boticario, el soldado o el
cartero, están presentes en las obras de ambos lados del Canal de la Mancha. Incluso en el tratamiento
que en ocasiones reciben se puede percibir la similitud. Sirva de ejemplo algún rasgo de los artículos
dedicados a un tipo social: “The Postman” o “Le Facteur de la poste aux lettres” (firmados
respectivamente por D. Jerrold y J. Hilpert). El cartero es descrito en ambos casos con cierto sesgo
de acritud. Por lo que se deduce de estas descripciones, el cartero en el segundo cuarto del siglo XIX
estaba estigmatizado por su avidez crematística; algo de lo que los correspondientes articulistas
quieren preservar al lector.
2. Orígenes y carácter del costumbrismo español
El costumbrismo inglés figura entre los que más han enriquecido el costumbrismo español.
José Clavijo y Fajardo (1726-1806) figura entre los grandes admiradores de Addison y Steele; de hecho
a imitación de estos autores ingleses fundó y dirigió desde 1762 el periódico El Pensador. A pesar de
cuanto han dicho algunos críticos, los costumbristas españoles han contraído un débito notable con
los escritores ingleses del siglo XVIII. El mismo Mesonero Romanos, aunque se inspirase directamente
en Jouy, tenía en su biblioteca una traducción francesa de The Spectator del año 1854; es más: dos citas
de Addison sirven de epígrafe para sendos artículos del autor (“Costumbres literarias. III. La librería”
y “Antes, ahora y después. I”). El caso de Larra merece especial atención. Frente a quienes, con razón,
se resisten a admitir que Larra sea un imitador de escritores franceses de segundo orden, Marún
declara certeramente: “quizás el problema resida en que Larra toma de Jouy lo que este heredó de
Addison y Steele”16. El mismo Larra llama la atención sobre los “escritores filosóficos que no
consideraron ya al hombre en general […] sino al hombre en combinación”. Entre ellos alaba la
“admirable profundidad y perspicacia [de] Addison en El espectador [sic]” al que “nadie logró superar”;
más tarde, continúa Larra, Francia siguió “las huellas de Inglaterra” (“Panorama matritense. Artículo
primero”). Al igual que Addison, Larra también expone la preceptiva de los artículos de costumbres.
Otras reminiscencias de los ensayistas ingleses las encontramos en el comentario de las dificultades
con las que tropieza todo escritor del género en cuestión, en la elección de algunos caracteres, en la
identificación de los principales males de que se aqueja España, en la crítica de costumbres perniciosas
como la charlatanería y las familiaridades (“Los amigos” y “Don Timoteo o el literato”) y en los
remedios que propone para reformar el país (“El casarse pronto y mal” y “El ministerio de
Mendizábal”). A este propósito, baste con recordar los pedantes que ya aparecían en The Spectator y
The Tatler, así como la “itch of writing” y las “displeasing familiarities” criticadas por Addison y Steele
respectivamente.
La presencia francesa en el costumbrismo español es incuestionable. Se ha hablado de Mercier;
sin duda porque este escritor es hoy en día mucho más estimado que otro relegado al olvido: Jouy.
El modelo de Jouy ha sido puesto en entredicho por críticos e historiadores como Cánovas del
Castillo y Montesinos quienes minimizaban algunas declaraciones de escritores costumbristas como
16 MARÚN (Gioconda), Orígenes del costumbrismo ético-social. Addison y Steele: antecedentes del artículo costumbrista español y
argentino, Miami, Ediciones Universal, 1983: 65. Nos permitimos enviar a otros tres interesantes estudios de esta profesora
relacionados con el tema que nos ocupa: “Apuntaciones sobre la infuencia de Addison y Steele en Larra”, Hispania, 64 (3),
Sept. 1981: 382-387, “Deuda de «El Pensador» a The Tatler y The Spectator”, Kanina (Costa Rica), 5 (2), July-Dec. 1981: 52-58
y “Hacia una distinción formal entre descripción y artículo costumbrista”, Actas del II Congreso nacional de lingüística, San Juan
(Argentina), Universidad Nacional de San Juan, 1985: 293-300.
7
Estébanez Calderón17. Las investigaciones de Le Gentil, Hendrix, Berkowitz, Montgomery y Correa
Calderón han demostrado de manera inapelable la influencia que Mercier y Jouy ejercieron en el
citado Correo literario y mercantil; otro tanto cabe decir de las Cartas españolas18. Por su parte, Mesonero
Romanos y Larra consideraron a “L’Hermite de la Chaussée d’Antin” como un insuperable modelo
en el género. No en vano el mismo Larra lo cita en varios de sus artículos (“¿Quién es el público y
dónde se le encuentra?” y “Panorama matritense. Artículo primero”). Por si fuera poco, la acogida
de Larra a la obra costumbrista francesa en general habla por sí misma. Larra comprende lo que
significa algo tan esencial en la literatura de la época como es la fisiología y la fisionomía. Él mismo
lo dice al establecer los requisitos de su profesión. De hecho en el primer artículo de su “Panorama
matritense”, Larra hace una lisonjera alusión a Dumas, Chateaubriand, Ducange y Desnoyers. Pero
estos nombres no lo explican todo: es preciso seguir en esta línea y llegar hasta “el genio infatigable”
que está a la cabeza de todos los escritores de costumbres: “Balzac ha recorrido el mundo social con
planta firme, apartando la maleza que le impedía el paso, arañándose a veces para abrir camino”. El
elogio es patente; y otro tanto se desprende de las declaraciones de los costumbristas españoles y de
los críticos que han indagado los orígenes del costumbrismo español del siglo XIX.
Sin embargo, así enfocado, el problema de la esencia auténtica del costumbrismo español
escapa al crítico. Nunca el comparatismo podrá dar frutos valiosos si se reduce a la cuantificación de
datos y fechas. La literatura comparada nos permite ir hasta el fondo de la cuestión porque su ejercicio
implica la consideración de múltiples elementos cuya relación suele pasar desapercibida. La segunda
parte de este trabajo va encaminada a mostrar que el costumbrismo español del siglo XIX no es
equiparable al inglés ni al francés del mismo siglo aun cuando las manifestaciones formales sean
prácticamente semejantes. Nadie pone en duda los puntos de contacto existentes entre el
costumbrismo español y otros costumbrismos europeos del siglo XIX. Todos se sirven de la prensa,
suelen reunir sus artículos en forma de libro, en no pocas ocasiones coinciden en los tipos sociales
elegidos, tienen conciencia del carácter transitorio de cuanto describen y de la modernidad de género
literario que utilizan. Pero todo esto no basta: porque el costumbrismo español del siglo XIX es
esencialmente romántico.
Esto se puede constatar al considerar la cristalización romántica del costumbrismo español, su
temática y su recepción del costumbrismo europeo. Respecto a la cristalización romántica del
costumbrismo español, es sabido que en España el costumbrismo floreció en el segundo cuarto del
siglo XIX. Entre otros escritores, no pueden ignorarse tres nombres esenciales: Serafín Estébanez
Calderón (1799-1867), Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882) y Mariano José de Larra (1809-
1837)19. Las Escenas andaluzas del primero, decía el mismo Mesonero, rebosan de “una gracia y
17 CÁNOVAS DEL CASTILLO (Antonio), “El Solitario” y su tiempo. Biografía de D. Serafín Estébanez Calderón y
crítica de sus obras, Madrid, A. Pérez Dubrull, 2 vol., 1883. MONTESINOS (José F.), Costumbrismo y novela. Ensayo
sobre el redescubrimiento de la realidad española, Berkeley & Los Ángeles, University of California Press, 1960.
18 Por orden cronológico: LE GENTIL (Georges), Le Poète Manuel Bretón de los Herreros et la société espagnole. De 1830 à
1860, París, Hachette, 1909. HENDRIX (W. S.), “Notes on Jouy’s influence on Larra”, The Romanic Review, IX, 1920: 37-45.
BERKOWITZ (H. Chonon), “Ramon de Mesonero Romanos. A Study of his Costumbrista Essays”, Doctoral Dissertation
Cornell University, 1925 y “Mesonero’s Indebtedness to Jouy”, PMLA, XLV, June 1930: 553-572. MONTGOMERY
(Clifford M.), Early Costumbrista Writers in Spain, 1750-1830, Philadelphia, University of Pennsylvania, 1929 (Ph.D., published
in 1931). CORREA CALDERÓN (Evaristo, ed.), Costumbristas españoles, I (siglos XVII, XVII y XIX), II (siglos XIX y XX), Madrid,
Aguilar, 2 vol., 1950-1.
19 Vid. ESTÉBANEZ CALDERÓN (Serafín), Escenas andaluzas, ed. Alberto González Troyano, Madrid, Cátedra, col.
“Letras Hispánicas”, 1985. MESONERO ROMANOS (Ramón de), Escenas matritenses por El Curioso parlante (D. Ramón de
Mesonero Romanos), 4ª edición corregida y aumentada por el autor, e ilustrada con grabados, Madrid, Ignacio Boix, 1845; reed.
8
desenfado” comparables a las “de un Cervantes o un Quevedo”. Pero lo que aquí y ahora interesa es
indagar en la razón de su vuelta a las “bizarrías” del lenguaje; escrutar por qué Estébanez Calderón
asoma su cabeza por su “ventana de trapo viejo” en busca de la “enjundia de españolismo”; investigar
por qué solo se preocupa del pueblo castizo “sin mezcla alguna ni encruzamiento de herejía alguna”;
comprender su entusiasmo por las ferias en las que “se compendia, cifra y encierra toda la Andalucía,
su ser, su vida, su espíritu, su quinta esencia” (“Dedicatoria a quien quisiere” y “La feria de Mairena”).
Las Escenas matritenses de Mesonero Romanos describen lo que en su ancianidad definía como “la
sociedad privada, tranquila y bonancible, los ridículos comunes, el bosquejo, en fin, del hombre en
general”. Pero lo que aquí compete es dilucidar de dónde procede su interés por temas como el ahorro
(“La bolsa”) o las transformaciones de la lengua (“La posada, o España en Madrid” y “El
romanticismo y los románticos”).
Antes de pasar a Larra y dado que su repentina desaparición provocó una falla insalvable en la
línea costumbrista por él iniciada, conviene prestar atención a la gran manifestación corporativa del
costumbrismo hispánico. Los costumbrismos organizados de otros países (los citados Heads of the
People y Les Français peints par eux-mêmes) encontraron una producción paralela en Los españoles pintados
por sí mismos (1843-4). Paralela en la concepción de conjunto, pero en modo alguno en la realización
o en el mensaje. Este punto es especialmente importante pues ayuda a seguir rastreando, gracias al
comparatismo, cómo el costumbrismo español del siglo XIX es esencialmente romántico y cómo por
ello no puede estudiarse bajo el mismo prisma que otros costumbrismos europeos. Los colaboradores
de esta compilación son por lo general escritores muy señalados: el duque de Rivas (1791-1865, quien
arrancando del neoclasicismo escribe en 1835 Don Álvaro o la fuerza del sino, drama emblemático del
romanticismo español), Antonio Gil de Zárate (1793-1861, dramaturgo que tras una época neoclásica
irrumpe con marcadas obras románticas), Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873, dramaturgo,
ensayista y costumbrista de gran renombre), Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-1880, célebre por su
drama romántico Los amantes de Teruel de 1837), Francisco Navarro Villoslada (1818-1895, paladín del
periodismo integrista y de la novela histórica) y, entre otros más, Ramón de Navarrete (1822-1889,
prolijo dramaturgo y costumbrista). Evidentemente, no faltan artículos del “Solitario” y “El curioso
parlante”, firmas bajo las que firmaban los arriba citados Estébanez Calderón y Mesonero Romanos.
La introducción del primer volumen habla del objetivo de Los españoles pintados por sí mismos:
incluir “entes físicos y morales” de la “diabólica escala graduada” que ofrece la sociedad. Alude a las
compilaciones realizadas en Inglaterra, Francia y Bélgica y de la necesidad de reunir a una serie de
escritores que den cuenta de los diferentes “tipos” y “fisiologías”. En un momento determinado, el
prologuista confiesa la dificultad de la empresa; precisamente aquí afloran dos de las características
esenciales del costumbrismo español: la difícil coyuntura social debido a las recientes “revoluciones
y trastornos políticos” y el “espíritu de extranjerismo” reinante. La situación social importa pues hace
referencia a la presencia del elemento foráneo y conlleva cierto tinte de xenofobia al que no podía
escapar la España conmocionada tras la guerra napoleónica, las contiendas internas y los adelantos
de la ciencia positiva20. Prueba elocuente es el ataque del prologuista contra el “espíritu de
extranjerismo que hace años nos avasalla, y que nos hace abandonar desde el vestido hasta el carácter
puro español, por el carácter de otras naciones, a las cuales pagamos el tributo más oneroso: el de la
Madrid, Méndez Editores, 1983 y Escenas matritenses, ed. e intr. Leonardo Romero Tobar, selección y prólogo de Ramón
Gómez de la Serna, Madrid, Espasa Calpe col. “Austral”, 1986 (1942). LARRA “Fígaro” (Mariano José de), Artículos, ed.
Carlos Seco Serrano, Barcelona, Planeta, 1969 (1964).
20 Vid. HERRERO (Javier), “El naranjo romántico: esencia del costumbrismo”, Hispanic Review, 46 (1), Winter 1978:
344.
9
primitiva nacionalidad”21. Esta defensa de lo indígena recuerda la tendencia romántica de Estébanez
Calderón y Mesonero Romanos por recuperar sobre el papel lo que está desapareciendo en la realidad.
En esta línea, no está de más enumerar algunos títulos que recalcan lo pintoresco español: “El torero”,
“La castañera”, “El ama del cura”, “La gitana”… Como preveía el autor de la introducción, algunos
de los tipos sociales ya son inexistentes en la actualidad española. De hecho ya solo se pueden
contemplar en dibujos, grabados, antiguas fotografías y, por supuesto, en esta compilación: baste
pensar en “El indiano” (privativo de la historia española por aquellas fechas), “El aguador”, “El
choricero” (estos dos últimos firmados por “Abenámar”, seudónimo harto elocuente para el caso),
“El demanda o santero”, “La santurrona” (tipos íntimamente ligados al estereotipo religioso de
España), “La maja” (inmortalizada por Goya), “El bandolero”, “El guerrillero” (tipos estos surgidos
con motivo de la guerra napoleónica y paradigma por lo tanto de las conmociones señaladas), etc.
Así abordado, el costumbrismo español del siglo XIX no puede ser definido como un “género
literario que describe costumbres sociales”; tal definición abarca todos los costumbrismos. Porque lo
privativo del costumbrismo español de este siglo es su vertiente romántica, absolutamente inexistente
en los cuadros de costumbres proporcionados por Hunt o Thackeray en Inglaterra y por Jouy o
Balzac en Francia. Los valores ensalzados por Estébanez Calderón y Mesonero Romanos son en su
gran mayoría los escogidos por los autores de Los españoles pintados por sí mismos. Son, como dicen
Céspedes y Quirk, los más típicos de una sociedad española22. Y cabe añadir que son también los más
primitivos y los más ancestrales: la médula sustancial de la estructura más profunda de esa civilización.
Sin mezcla (como decía Estébanez), con tradición (como decía Mesonero), una sociedad se
autoprotege. Esta vuelta a los orígenes más ancestrales ejerce una presión similar a la de los
románticos en Europa que regresan a la Edad Media. Niegan el pasado, pero solo el pasado
inmediato, no el lejano; niegan las guerras europeas y la Ilustración, pero no el Siglo de Oro o las
Cruzadas: son románticos, y por eso su costumbrismo es diverso del inglés y francés los cuales solo
ponen su atención en el momento presente y en la innovación tangible. Lo que los costumbristas
europeos alaban, los costumbristas españoles lo desprecian; lo que aquellos ignoran, estos lo estiman
como único valor insustituible. El costumbrismo europeo es costumbrismo, pero no es romántico;
el carácter del costumbrismo español del siglo XIX no es europeizante pero es esencialmente
romántico.
Entre las características constantes del romanticismo suele señalarse, y con razón, la
individualidad plasmada en la exaltación del “yo”. Pero tan romántico es el regreso a las raíces más
primigenias como la exaltación del yo; porque en última instancia se confunden. Aún cabe discernir
una tercera característica del romanticismo que hasta aquí no ha sido nombrada: la profecía. En
efecto, el romántico detesta el presente, elige el pasado (como los costumbristas españoles) y vaticina
el futuro. Prefiere el futuro porque es una forma de evasión frente al presente. Junto a los románticos
que huyen hacia atrás están los románticos que huyen hacia adelante. Aquí también se puede ver una
diferencia del costumbrismo español frente al europeo. Las manifestaciones inglesas y francesas
cantan las glorias del presente, las innovaciones de la ciencia y la pompa de los salones. Los
románticos españoles también comentan el presente, pero solo en dos direcciones: para entresacar lo
que en él queda de pasado o para criticar lo que impide mirar hacia el futuro. Los costumbristas
españoles hacen una nostálgica rememoración del pasado glorioso, una desdeñosa descripción del
presente enojoso o una acalorada profecía del futuro prometedor; pero siempre hacen referencia a la
21 Los españoles pintados por sí mismos, Madrid, I. Boix, 2 vol., 1843-1844. Aquí, 1843: vii.
22 Vid. CÉSPEDES (Encarnación Aguilar), “Serafín Estébanez Calderón and Spanish Literary Costumbrismo”,
Dissertations of the University of California, San Diego, 1974 y QUIRK (Ronald J.), Serafín Estébanez Calderón. Bajo la corteza de su
obra, Nueva York, Peter Lang, series II, “Romance Languages and Literature”, vol. 187, 1992.
10
sociedad española que de un modo o de otro protagoniza esos tres tiempos de cada hombre en
particular y de la nación en general. Cuando optan por criticar lo que en el presente impide mirar
hacia el futuro no son menos románticos; en el fondo son más pues añoran lo que no han visto. Esta
última dirección es la de los románticos profetas, la de Larra.
El genio de “Fígaro”, paladín indiscutible del periodismo español puede ayudarnos igualmente
a comprender el carácter profundo del costumbrismo romántico. Sus “Artículos de crítica literaria”
(según la clasificación de Seco; “Artículos políticos” y “Artículos literarios” según la de Lomba)
contienen a este respecto una originalidad sin precedentes. Esta reside no solo en el manejo que Larra
hace de la palabra, sino también en su conciencia de la modernidad del género y sobre todo en su
aportación crítica al mismo. Centrando la atención en la aportación crítica, artículos como “Vuelva
usted mañana” de 1833 se dirigen sin paliativos hacia el fondo y las manifestaciones de la inercia que
domina la sociedad española: “Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar
todo y no reconocer maestros”. Pero esto no es todo. Como haría un cuidadoso anatomista que
disecciona el cuerpo sin que este perdiese vida, Larra estudia tanto el carácter como los caracteres.
Resultado de ese estudio es su original concepción de la forma y del fondo del artículo costumbrista
español: “Es indispensable hermanar la más profunda y filosófica observación con la ligera y aparente
superficialidad de estilo, la exactitud con la gracia”. Más adelante, tras establecer el principio de la
indagación periodística, incide sobre algo inexistente en el periodismo europeo: “es fuerza que el
escritor […] tenga, además de un instinto de observación certero para ver claro lo que mira a veces
oscuro, suma delicadeza para no manchar sus cuadros con aquella parte de las escenas domésticas
cuyo velo no debe descorrer jamás la mano indiscreta del moralista, para saber lo que ha de dejar en
la parte oscura del lienzo”. Esta llamada al “nivelador de la educación” tiene como fin último corregir,
“economizar […] las verdades”; en suma: el escritor de costumbres ha de ser su propio censor de
modo “que el buen gusto proscriba lo que la ley permita” (“Panorama matritense. Artículo segundo
y último”). Estos principios son interesantes por cuanto nos ayudan a descubrir que con ellos Larra
está asentando las bases para la otra vertiente del auténtico costumbrismo español. Aquí se distancia
sensiblemente de los escritores que le han precedido: desde Teofrasto a Aristófanes, desde La
Rochefoucauld a Montesquieu o desde Calderón a Cadalso. Todos ellos han estudiado “al hombre y
la sociedad de su tiempo” e incluso a “la humanidad”, pero ninguno ha descrito “una clase
determinada de hombres” (“Panorama matritense. Artículo primero”). Esto solo lo ha hecho el
costumbrismo del siglo XIX. De ahí su admiración por Jouy y Balzac. Pero también nace ahí su
aversión a la literatura costumbrista tal y como se desarrollaba en Francia. Balzac, en sus pinturas
parisinas, ha escrutado todo “y ha llegado a su confín, para ver, asomado allí, ¿qué? un abismo
insondable, un mar salobre, amargo y sin playas, la realidad, el caos, la nada”. Larra no quiere
minusvalorar a Balzac, sino penetrar en el carácter del costumbrismo tal y como debe ser
desempeñado en España. Porque piensa que pintar la realidad no es suficiente: es preciso abrir una
puerta a la esperanza, presentar soluciones, creer en el futuro. No puede extrañar que seguidamente
arremeta contra otros escritores franceses cuya “tendencia espantosa” muestra que no están
“animados de buena fe ni son realmente escritores de costumbres”: se trata de Eugène Sue, Alfred
de Vigny, George Sand y Paul de Kock.
En su clarividente ensayo, Montesinos ahonda en esta crítica de Larra: “En el fondo de toda
esta considerable obra de Balzac hay como una pugna entre la concepción de la Comedia humana,
historia natural y social, y la intuición de que la novela científica es una incongruencia”; pero el
resultado de todo no es sino una “parodia de un riguroso método científico”23. Razón no le falta a
23 Costumbrismo y novela: 98.
11
este crítico; sin embargo el alcance de su juicio puede ser relativizado dado que toma como único
punto de referencia el costumbrismo español. En este sentido, el “artículo de costumbres” típico de
España nunca podrá ser confundido con sus manifestaciones francesas: la novela de costumbres de
Balzac (piénsese en sus célebres Scènes de sus Études de mœurs) o de Eugène Sue (Arthur, Mathilde…),
la novela histórica de este último (Lautréamont, Jean Cavalier…), su roman-feuilleton (Les Mystères de Paris,
Le Juif errant…), la comedia de costumbres de Eugène Scribe (Le Mariage de raison, Le Mariage
d’argent…), y otro tanto cabe decir de la historiografía y de las diversas manifestaciones inglesas arriba
enunciadas. Lo cual muestra una vez más que todo acercamiento crítico debe especificar en cada caso
su objeto de estudio.
Cabría extender estas observaciones a las reflexiones de tipo genológico: el costumbrismo
español se distingue de otros costumbrismos por su proclividad al ensayo. En efecto, el ensayismo
que tamiza tantos artículos de costumbres españoles encuentra una cabal explicación al considerar el
mensaje que los costumbristas desean transmitir: identificación de los valores indígenas que han de
ser recuperados o de los males congénitos que han de ser extirpados. En ambos casos, el
costumbrismo español orienta el medio de una manera absolutamente diversa de otros
costumbrismos que persiguen fines distintos. Sea como fuere, es evidente que la identidad del
costumbrismo español muestra una vez más la capacidad de la literatura para emplear el tipo de
discurso más adecuado según las necesidades de la narración. En este caso, queda claro que lo que
subyace bajo las formas utilizadas por el costumbrismo español es un movimiento romántico y no
solamente unos parámetros temporales comunes a toda Europa. Es labor del crítico sopesar cuál sea
el auténtico papel desempeñado por la coyuntura social e histórica así como el mensaje que cada
escritor desea transmitir sin explicitar sus motivos más íntimos.

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  • 1. 1 COSTUMBRISMOS Y COSTUMBRISMO ROMÁNTICO Bulletin of Hispanic Studies (Liverpool / Glasgow), 75/4 (junio 1998), p. 453-467. ISSN: 1475-3820. No es fácil establecer una definición del costumbrismo español. Algunos críticos insisten sobre su importancia pero no explican su esencia y concluyen asimilándolo al realismo decimonónico. Otros coinciden en sus rasgos generales: breve representación literaria de costumbres, incidentes, instituciones, personajes típicos y modos de vivir habitualmente contemporáneos. Tales acercamientos se enriquecen al centrar la atención tanto en la génesis temporal y el vehículo por excelencia del costumbrismo (prensa periódica desde el siglo XVIII) como en el objeto y el cuadro general donde este género queda enmarcado (descripción de formas de vida colectiva o de acontecimientos sociales contemporáneos que afectan a la colectividad). Pero esta delimitación no es exclusiva del costumbrismo español. Buena muestra son otros costumbrismos europeos como por ejemplo el inglés y francés del siglo XIX. La literatura que describe tanto tipos como costumbres puede ser denominada “costumbrista”, porque lo es. Igualmente lo es el costumbrismo español de la misma época, y sin embargo este “costumbrismo” es esencialmente diferente del inglés o del francés, de igual modo que difiere de otros “costumbrismos” precedentes. Desde un punto de vista estrictamente literario, la diferencia no radica ni en la época ni en la forma sino en el modo de concebir el género y la sociedad. Estas páginas pretenden poner de manifiesto la diversidad del término “costumbrismo” y cómo su estudio permite comprender mejor el movimiento romántico que subyace en el costumbrismo español del siglo XIX. 1. El costumbrismo en Inglaterra y Francia El análisis de costumbres en Inglaterra procede esencialmente de Richard Steele (1672-1729) y Joseph Addison (1672-1719). Steele fundó en 1709 The Tatler, periódico del que sería editor bajo el seudónimo de Isaac Bickerstaff hasta su desaparición en 1711. Su amigo Joseph Addison colaboró activamente en dicho periódico. Dos años más tarde ambos fundaron The Spectator (1711-1712 y revitalizado durante 1714) y The Guardian, tan efímero que apenas duró ocho meses del año 1713. La importancia de estos autores ingleses es tal que incluso paladines del costumbrismo francés (Mercier y Jouy sobre todo) no dudaron en declararse continuadores de The Tatler y The Spectator. Entre los principales costumbristas ingleses del siglo XIX descolla Leigh Hunt (1784-1859) quien fundó con su hermano The Examiner (1808), más tarde dirigió The Indicator (1819-1821) y llegó a organizar la creación de The Liberal (1822) con Shelley y Byron en Italia. La prematura muerte del primero y la partida a Grecia del segundo hicieron que este periódico solo viese la luz en cuatro ocasiones. Además de William Howitt (1792-1879), Edward Howard (1792?-1841) y Samuel Laman Blanchard (1804-1845), cabe nombrar a Douglas William Jerrold (1803-1857) quien se dedicó de lleno a la tarea periodística. En 1841 se integró a la dirección del semanario Punch, donde firmaba sus artículos con el curioso seudónimo de “Q”. Desde 1852 hasta su muerte fue el editor del Lloyd’s Weekly Newspaper. William Makepeace Thackeray (1811-1863) merece una atención especial. Conocido sobre todo por su producción novelística (i.e. Vanity Fair, 1847-8), fue corresponsal en París del periódico National Standard hasta su quiebra en 1834 y posteriormente de The Constitutional. Desde 1842 contribuyó notablemente en la prensa inglesa mediante sus reseñas, bocetos cómicos, parodias y
  • 2. 2 sátiras publicadas principalmente en Fraser’s Magazine y Punch. Más tarde, entre 1860 y 1862 fue editor de The Cornhill Magazine, una revista literaria mensual que aún perdura. La aportación de Thackeray al costumbrismo incluye además The Book of Snobs, originariamente publicados como una serie de anécdotas y bocetos en Punch en 1845 y a continuación en un volumen. Tras aportar una serie de notas generales sobre los snobs y su influencia en la sociedad, Thackeray pasa a describirlos allí donde se desenvuelven; baste dar una pequeña muestra de algunos títulos de estos artículos: “On Some Military Snobs”, “On Clerical Snobs and Snobbishness”, “Snobs and Marriage”, “Club Snobs”… Son pocos los personajes “absoluta o relativamente snobs” cuyas huellas no persigue el autor para ofrecer un acabado boceto del esnobismo1. Igualmente cabe reseñar las conferencias que Thackeray pronunciara en sus estancias en Estados Unidos pues también abundaron en este tipo de literatura costumbrista. The English Humourists of the Eighteenth Century (1851, publicado en 1853) contiene dos artículos dedicados a Addison y Steele, precedentes indiscutibles del costumbrismo español. The Four Georges (1855, publicado en 1860) incluye un subtítulo interesante: “Sketches of Manners, Morals, Court and Town Life”. En efecto, dejando de lado los “grave historical treatises” y estudios “about politics”, el autor pone énfasis en el objetivo costumbrista y lúdico de su obra. Con ella solo pretende “to sketch the manners and life of the old world; to amuse for a few hours with talk about the old society; and, with the result of many a day’s and night’s pleasant reading, to try and wile away a few winter evenings for my hearers”. Entre los principales costumbristas franceses se encuentran Mercier, Jouy, Janin y Balzac. Sébastien Mercier (1740-1814) evoca en sus Tableaux de Paris “cet amas bizarre de coutumes folles ou raisonnables” y todo tipo de pasiones particulares a la vida de la gran metrópoli. Con su reflexión, este escritor que anuncia las fisiologías de Balzac intenta desentrañar cuál sea la filosofía social de cada uno de los diferentes oficios de la sociedad. También G. Touchard-Lafosse (1780-1847) publicó, además de numerosas novelas históricas e historias militares, valiosos estudios de París. Victor- Joseph-Étienne de Jouy (1764-1846), oficial del ejército, político y finalmente periodista desde 1799, interesa aquí por sus contribuciones periodísticas posteriormente publicadas en diversos volúmenes: L’Hermite de la Chaussée d’Antin (1812-1814), L’Hermite en province (1813-1818) y L’Hermite de la Guyane (1816). Jules-Gabriel Janin (1804-1874) dio a la prensa, además de numerosos cuentos y producciones folletinescas, una abundante obra crítica y costumbrista. Periodista en Le Figaro, La Quotidienne y Le Messager, Janin fue desde 1836 la firma indiscutible del célebre Journal des Débats. La palma de una vertiente del costumbrismo francés pertenece por derecho propio a Honoré de Balzac (1799-1850). Su anatomía parisina había tenido un precedente en Mercier y sería continuada por Janin. En la obra de Balzac hay un aspecto especialmente importante para el estudio del costumbrismo: las fisiologías, cuyas primeras manifestaciones fueron la Physiologie du goût de Brillat- Savarin (1825) y la Physiologie des passions ou nouvelle doctrine des sentiments moraux del barón Alibert (1825). El nombre de fisiología, aplicado metafóricamente a cualquier análisis de afectos, sensaciones y conductas, hizo furor en la primera parte del siglo XIX. Es evidente que este neologismo entraba con buen pie dado que, como el mismo Balzac indica, la abundancia de términos técnicos es una de las tendencias del lenguaje de la moda, y la moda forma parte integrante de las costumbres de un país. Aun cuando la ausencia de rigor científico sea manifiesta (las ciencias naturales no proceden, como las matemáticas, por axiomas, teoremas y corolarios), es evidente que las apariencias fisiológicas favorecen la fascinación de una seudociencia poco menos que inagotable. En el abanico de Balzac se encuentran numerosos métodos de estudio: “fisiologías” (Physiologie du mariage, 1829), “estudios” (Étude de femme, 1830), “tratados” (Traité de la vie élégante, 1830), “teoría” (Théorie de la démarche, 1833), 1 THACKERAY (William Makepeace), The Book of Snobs, intr. Jonathan Keates, Londres, Robin Clark, 1993.
  • 3. 3 “monografía” (Monographie du rentier, 1840), a los cuales se pueden añadir “anatomías” (Anatomie des corps enseignants) y “patologías” (Pathologie de la vie sociale) que nunca llegó a escribir. La gran mayoría de estos escritores colaboró de modo activo en las dos grandes compilaciones costumbristas europeas; algo que se puede bautizar con el nombre de “costumbrismo organizado o estructurado”: Heads of the People y Les Français peints par eux-mêmes. La primera compilación inglesa apareció en dos densos volúmenes fechados en 1840 y 18412. Entre los colaboradores se encuentran los arriba enunciados: Hunt (tres artículos), Howitt (cinco artículos), Howard (tres artículos), Jerrold (firma nada menos que diecinueve artículos), Blanchard (seis artículos) y Thackeray (tres artículos, uno de ellos bajo el seudónimo de “Michael Angelo Titmarsh”). Abundan los anónimos (“A Bachelor of Arts”, “A Knight of the Road”…) y otros autores de poco renombre que solo aportan una o dos contribuciones. La compilación francesa fue publicada en cinco volúmenes con fechas de 1840 a 1842. Pasa ante los ojos del lector toda una pléyade de retazos que describen hasta ciento setenta tipos de personajes de la sociedad. Dada la amplitud de la empresa, bien puede Janin denominar esta enciclopedia un auténtico “registre” donde se transcriben todos y cada uno de los matices de “les coutumes de chaque jour”. El mismo Janin establece en la introducción una interesante relación entre esta empresa y la obra de Molière y La Bruyère. Si el primero es un modelo por su realismo en la transposición de vicios y pasiones, el segundo merece igual título por su interés en la pintura de la movilidad de los caracteres. Dado el propósito enciclopédico de estas compilaciones, la variedad de profesiones y tipos abordados es ingente. Entre ellos cabe ofrecer aquí una selección de los principales objetos de estudio: los salones (veladas, reuniones literarias y exposiciones), las innovaciones sociales (con las consiguientes alusiones a la modernidad), el argot (una variante de la moda entre ciertas capas sociales) y la literatura (el escritor y sus miserias, el aprendiz de poeta, el vilipendiado periodista). Son numerosas las alusiones a los salones. Según una costumbre francesa servían como punto de partida para variadas reflexiones (recuérdese a Madame de Sablé en el siglo XVII, a Diderot en el XVIII o a Proust en el XX). Un cuarto de siglo antes, L’Hermite de la Chaussée d’Antin los había utilizado para pasar revista a sus ventajas e inconvenientes3. Es más, las cuatro “promenades” que figuran bajo el título de “Le salon de 1812” son digresiones artísticas basadas en diferentes exposiciones parisinas4. Entre los salones del segundo cuarto del siglo XIX, se encontraba el de Madame Ancelot, descrito entre otros por Bertaut5. Allí se daban cita numerosos nobles, miembros de la Academia y hombres de letras como Stendhal. Precisamente uno de los artículos de Les Français peints par eux-mêmes está firmado por Madame Ancelot. Como cabía prever, su artículo titulado “Une femme à la mode” describe fielmente las inquietudes de la comtesse Emma de Marcilly, una mujer que se preocupa de “conserver la faveur de la mode” y “son empire”, de rendir tributo, en definitiva, a “cet insatiable désir de briller”6. Por aquellos mismos años escribía Hunt un interesante artículo sobre una fiesta a 2 Heads of the People: or, Portraits of the English. Drawn by Kenny Meadows. With original essays by distinguished writers, Londres, Robert Tyas, 2 vol., 1840-1841. 3 JOUY (Victor-Joseph-Étienne de), “Lectures et succès de salons”, in L’Hermite de la Chaussée d’Antin, ou Observations sur les mœurs et les usages parisiens au commencement du XIXe siècle, París, Pillet, 4 vol., 1812-1814. Aquí, III: 39 y 41. (El vol. 3, de 1813, indica “deuxième édition” y el vol. 4, de 1814, “seconde édition”. Los cinco vol. de 1815, París, Pillet, indican “cinquième édition”). 4 Ibid., III: 306-353. 5 BERTAUT (Jules), L’Époque romantique, París, Jules Tallandier, 1947: 98-102. 6 Les Français peints par eux-mêmes, París, L. Curmer, 5 vol., 1840-1842. Aquí, I: 57-64. (Subtítulo para los tomos IV y V: Encyclopédie morale du dix-neuvième siècle).
  • 4. 4 la que tuvo oportunidad de asistir7. Huelga recordar que Hunt es uno de los escritores costumbristas más versados en esta sociedad descrita en varios de sus artículos: “Female Sovereigns of England”, “Specimens of British Poetesses”, “Duchess of St. Albans, and Marriages from the Stage” y “Lady Mary Wortley Montagu”. Las innovaciones sociales también ocupan un lugar privilegiado en estas compilaciones. Copiando las palabras de Janin, “si le théâtre est à peu près le même, les acteurs de la scène ont changé”. Lo cual supone de modo implícito el carácter transitorio de la literatura costumbrista. La conclusión es inmediata: “la nécessité de refaire de temps à autre ces mêmes tableaux dont le coloris s’en va si vite, aquarelles brillantes qui n’auront jamais l’éternité d’un tableau à l’huile”. Algo semejante declara Hunt al comienzo de uno de sus artículos: “It is curious to see the opinion entertained in every successive age respecting the unimproveability or unalterableness of its prevailing theory of morals, compared with their actual fluctuation”8. Este carácter moderno o, mejor aún, esta conciencia de la modernidad fundada en el carácter pasajero de cuanto nos rodea, forma parte indispensable de la poética costumbrista. La mejor prueba de ello es que apenas poco tiempo después Europa incluía entre sus tipos insustituibles el dandi y que Baudelaire, tras las recurrencias de Chateaubriand y Balzac, procuraba definir la modernidad dentro de su artículo sobre “Le peintre de la vie moderne”. Una “moda” un tanto peculiar pero que no podía faltar en la literatura costumbrista es el argot. Moreau-Christophe es el autor que lo aborda en Les Français peints par eux-mêmes en un extenso artículo titulado “Les détenus”. En él describe hasta doce subtipos de detenidos por la policía: “le réclusionnaire”, “le forçat”, “le récidiviste”, “le condamné à mort”, “le détenu pour dettes”, “le détenu militaire”, “les jeunes détenus”, “les enfants de la correction paternelle”, “les femmes”, “les jeunes détenues au-dessous de seize ans” y “les filles publiques”: es una prueba manifiesta de hasta qué punto la pintura de tipos hacía un verdadero barrido entre las diferentes clases de la sociedad. Al hablar de las características generales de los detenidos, el autor procede a una enumeración de los “grades” de esta “maçonnerie du crime” desde la edad media –“cagoux, orphelins, rifodés, mallards, marcandiers, malingreux, callots”, etc.– hasta el presente –“escarpes, sableurs, suageurs, grinchisseurs”, etc9. Tras su pormenorizado estudio se percata de que este cuadro quedaría incompleto si no pasara a describir algo que une a todos los criminales: la lengua. Moreau-Christophe dedica entonces al argot un lugar especial en el apartado titulado “Sort des détenus.-Vie en prison”. Aquí explica la relación íntima existente entre los diferentes detenidos: “Ce qui lie les prisonniers entre eux, c’est, indépendamment de la communauté d’intérêt, la communauté de leur langage. […] Parler la même langue, ce n’est pas seulement se servir des mêmes mots, […] c’est se mouvoir dans un même ordre d’intérêts et d’idées. Voilà pourquoi, chez toutes les nations civilisées, les malfaiteurs, formant une famille à part, se sont créé un langage à part. […] Cette langue a reçu, dans le vocabulaire français des gens de crime, le nom d’arguche ou de jar, et plus communément celui d’«argot»”10. No está de más llamar la atención sobre la semejanza existente entre esta descripción del argot y la que Víctor Hugo hace en Les Misérables (vid. IV, VII, II; IV, VII, I-III y IV, XII, II): incluso ambos utilizan las mismas fuentes (i.e. Eugène Vidocq). Hugo consideró indispensable aventurarse en este mundo subestimado para devolver la dignidad humana al proscrito y a la prostituta; de hecho, no es arriesgado decir que el exiliado de Guernesey ejecutaba su propio cuadro de costumbres al describir el argot del pueblo parisino. Les Français peints par eux-mêmes, mediante la descripción de este mundo de las prisiones, se 7 HUNT (James Henry, Leigh), “A Novel Party”, en Men, women and books. A selection of sketches, essays, and critical memoirs from his uncollected prose writings, Londres, T. W. Laurie, 1943: 86-98. 8 Ibid., “Suckling and Ben Jonson”, en Men, women and books: 245. 9 Les Français peints par eux-mêmes, IV: 3. 10 Ibid., IV: 83.
  • 5. 5 convierte en un auténtico cuadro de costumbres que salva del olvido y hace pervivir en el papel las costumbres de una forma de vida social. La literatura y cuanto la rodea también atrae la atención de gran parte de los escritores costumbristas. Jouy había descrito las exiguas ganancias del miserable escritor que redactaba para ganarse el pan de cada día11. En Les Français peints par eux-mêmes Albéric Second relata las fortunas y adversidades del “Débutant littéraire”: un joven que no duda en abandonar sus estudios y ofrece sus artículos a los principales periódicos parisinos del momento: la Revue des Deux-Mondes, la Revue de Paris, Le Siècle, Le Courrier Français, Le National y La Presse. Semejante empresa acomete E. de la Bédolierre en el análisis del poeta, oficio y tipo que pertenece a “une classe assez nombreuse ayant une physionomie et des allures particulières, et appréciable sans loupe à l’œil de l’observation”12. Según el autor, los auténticos poetas solo existieron en el pasado, de modo que en la actualidad únicamente se puede hablar de “métromanes susceptibles de rimer”. Para demostrar acabadamente cuanto afirma, el articulista pasa revista a los diferentes tipos de poetas que ofrece la república de las letras: “Élégiaques”, “Sacrés”, “Classiques”, “Auteurs de poésies légères”, “Nébuleux”, “Intimes”, “Auteurs de romances” y “Chansonniers”. Todos sin excepción, añade, son puros artesanos de versos pero no del progreso que necesita la nación. Los costumbristas ingleses y franceses ponen especial interés en defender su idiosincrasia. Para lo cual no dudan en recalcar sus diferencias respecto a los historiadores y moralistas. Su modo de acercarse a la sociedad se asemeja más a los del antropólogo y sociólogo puesto que estudian los diferentes tipos de hombres y costumbres sociales. Es lo que se deduce de tantos artículos de Hunt en sus visitas a un parque zoológico: “Is it just in human beings to make prisons of this kind?”, en sus estudios sobre genealogía: “Bodily and mental characteristics inherited”, o en tantos otros donde se entretiene en curiosas reflexiones sobre el amor, la comida o la belleza13. Remachando esta identidad antropológica y social, Janin afirma: “Nous ne sommes pas chargés de faire l’histoire des moralistes”. En otro momento explica la raíz profunda de esta distinción: “Les historiens, oubliant l’espèce humaine, se sont amusés à raconter des sièges, des batailles, des villes prises et renversées […]; ils ont dit comment se battaient les hommes et non pas comment ils vivaient; ils ont décrit avec le plus grand soin leurs armures, sans s’inquiéter de leur manteau de chaque jour; ils se sont occupés des lois, non pas des mœurs”. También aborda este punto al exponer su deseo de penetrar en lo más recóndito de la sociedad; prueba patente de que los costumbristas no tienen una finalidad cronística ni moralizante: “Nous voulons seulement rechercher de quelle façon il faut nous y prendre pour laisser quelque peu, après nous, de cette chose qu’on appelle la vie privée d’un peuple”14. Puede objetarse que la introducción del tercer volumen, titulada “Le journaliste” y firmada por Janin, contiene precisamente un extenso recorrido histórico; otro tanto ocurre con un análisis preliminar del quinto volumen sobre la población francesa. Las introducciones sirven de base científica para los artículos insertados en los correspondientes volúmenes, pero en ningún momento son consideradas como artículos de costumbres. Este acercamiento del costumbrismo inglés y francés no supone necesariamente un rechazo generalizado por la historia. Si acaso cabe decir que se acercan a la historia y moral por un camino hasta entonces desconocido pues aportan “the moral colour to the period”15. Así abordada la literatura de costumbres, el lector comprende mejor la correlación existente entre algunos tipos descritos en estas obras. Tanto la inglesa como la francesa dedican artículos a los 11 Vid. “L’écrivain public”, en L’Hermite de la Chaussée d’Antin, IV: 74-88. 12 “Le poète”, en Les Français peints par eux-mêmes, II: 81. 13 Vid. Men, women and books: 81-85. 14 Les Français peints par eux-mêmes, I: iv. 15 HUNT, “Suckling and Ben Jonson”, en Men, women and books: 245.
  • 6. 6 escritores o a la moda; incluso algunos oficios, como por ejemplo el del boticario, el soldado o el cartero, están presentes en las obras de ambos lados del Canal de la Mancha. Incluso en el tratamiento que en ocasiones reciben se puede percibir la similitud. Sirva de ejemplo algún rasgo de los artículos dedicados a un tipo social: “The Postman” o “Le Facteur de la poste aux lettres” (firmados respectivamente por D. Jerrold y J. Hilpert). El cartero es descrito en ambos casos con cierto sesgo de acritud. Por lo que se deduce de estas descripciones, el cartero en el segundo cuarto del siglo XIX estaba estigmatizado por su avidez crematística; algo de lo que los correspondientes articulistas quieren preservar al lector. 2. Orígenes y carácter del costumbrismo español El costumbrismo inglés figura entre los que más han enriquecido el costumbrismo español. José Clavijo y Fajardo (1726-1806) figura entre los grandes admiradores de Addison y Steele; de hecho a imitación de estos autores ingleses fundó y dirigió desde 1762 el periódico El Pensador. A pesar de cuanto han dicho algunos críticos, los costumbristas españoles han contraído un débito notable con los escritores ingleses del siglo XVIII. El mismo Mesonero Romanos, aunque se inspirase directamente en Jouy, tenía en su biblioteca una traducción francesa de The Spectator del año 1854; es más: dos citas de Addison sirven de epígrafe para sendos artículos del autor (“Costumbres literarias. III. La librería” y “Antes, ahora y después. I”). El caso de Larra merece especial atención. Frente a quienes, con razón, se resisten a admitir que Larra sea un imitador de escritores franceses de segundo orden, Marún declara certeramente: “quizás el problema resida en que Larra toma de Jouy lo que este heredó de Addison y Steele”16. El mismo Larra llama la atención sobre los “escritores filosóficos que no consideraron ya al hombre en general […] sino al hombre en combinación”. Entre ellos alaba la “admirable profundidad y perspicacia [de] Addison en El espectador [sic]” al que “nadie logró superar”; más tarde, continúa Larra, Francia siguió “las huellas de Inglaterra” (“Panorama matritense. Artículo primero”). Al igual que Addison, Larra también expone la preceptiva de los artículos de costumbres. Otras reminiscencias de los ensayistas ingleses las encontramos en el comentario de las dificultades con las que tropieza todo escritor del género en cuestión, en la elección de algunos caracteres, en la identificación de los principales males de que se aqueja España, en la crítica de costumbres perniciosas como la charlatanería y las familiaridades (“Los amigos” y “Don Timoteo o el literato”) y en los remedios que propone para reformar el país (“El casarse pronto y mal” y “El ministerio de Mendizábal”). A este propósito, baste con recordar los pedantes que ya aparecían en The Spectator y The Tatler, así como la “itch of writing” y las “displeasing familiarities” criticadas por Addison y Steele respectivamente. La presencia francesa en el costumbrismo español es incuestionable. Se ha hablado de Mercier; sin duda porque este escritor es hoy en día mucho más estimado que otro relegado al olvido: Jouy. El modelo de Jouy ha sido puesto en entredicho por críticos e historiadores como Cánovas del Castillo y Montesinos quienes minimizaban algunas declaraciones de escritores costumbristas como 16 MARÚN (Gioconda), Orígenes del costumbrismo ético-social. Addison y Steele: antecedentes del artículo costumbrista español y argentino, Miami, Ediciones Universal, 1983: 65. Nos permitimos enviar a otros tres interesantes estudios de esta profesora relacionados con el tema que nos ocupa: “Apuntaciones sobre la infuencia de Addison y Steele en Larra”, Hispania, 64 (3), Sept. 1981: 382-387, “Deuda de «El Pensador» a The Tatler y The Spectator”, Kanina (Costa Rica), 5 (2), July-Dec. 1981: 52-58 y “Hacia una distinción formal entre descripción y artículo costumbrista”, Actas del II Congreso nacional de lingüística, San Juan (Argentina), Universidad Nacional de San Juan, 1985: 293-300.
  • 7. 7 Estébanez Calderón17. Las investigaciones de Le Gentil, Hendrix, Berkowitz, Montgomery y Correa Calderón han demostrado de manera inapelable la influencia que Mercier y Jouy ejercieron en el citado Correo literario y mercantil; otro tanto cabe decir de las Cartas españolas18. Por su parte, Mesonero Romanos y Larra consideraron a “L’Hermite de la Chaussée d’Antin” como un insuperable modelo en el género. No en vano el mismo Larra lo cita en varios de sus artículos (“¿Quién es el público y dónde se le encuentra?” y “Panorama matritense. Artículo primero”). Por si fuera poco, la acogida de Larra a la obra costumbrista francesa en general habla por sí misma. Larra comprende lo que significa algo tan esencial en la literatura de la época como es la fisiología y la fisionomía. Él mismo lo dice al establecer los requisitos de su profesión. De hecho en el primer artículo de su “Panorama matritense”, Larra hace una lisonjera alusión a Dumas, Chateaubriand, Ducange y Desnoyers. Pero estos nombres no lo explican todo: es preciso seguir en esta línea y llegar hasta “el genio infatigable” que está a la cabeza de todos los escritores de costumbres: “Balzac ha recorrido el mundo social con planta firme, apartando la maleza que le impedía el paso, arañándose a veces para abrir camino”. El elogio es patente; y otro tanto se desprende de las declaraciones de los costumbristas españoles y de los críticos que han indagado los orígenes del costumbrismo español del siglo XIX. Sin embargo, así enfocado, el problema de la esencia auténtica del costumbrismo español escapa al crítico. Nunca el comparatismo podrá dar frutos valiosos si se reduce a la cuantificación de datos y fechas. La literatura comparada nos permite ir hasta el fondo de la cuestión porque su ejercicio implica la consideración de múltiples elementos cuya relación suele pasar desapercibida. La segunda parte de este trabajo va encaminada a mostrar que el costumbrismo español del siglo XIX no es equiparable al inglés ni al francés del mismo siglo aun cuando las manifestaciones formales sean prácticamente semejantes. Nadie pone en duda los puntos de contacto existentes entre el costumbrismo español y otros costumbrismos europeos del siglo XIX. Todos se sirven de la prensa, suelen reunir sus artículos en forma de libro, en no pocas ocasiones coinciden en los tipos sociales elegidos, tienen conciencia del carácter transitorio de cuanto describen y de la modernidad de género literario que utilizan. Pero todo esto no basta: porque el costumbrismo español del siglo XIX es esencialmente romántico. Esto se puede constatar al considerar la cristalización romántica del costumbrismo español, su temática y su recepción del costumbrismo europeo. Respecto a la cristalización romántica del costumbrismo español, es sabido que en España el costumbrismo floreció en el segundo cuarto del siglo XIX. Entre otros escritores, no pueden ignorarse tres nombres esenciales: Serafín Estébanez Calderón (1799-1867), Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882) y Mariano José de Larra (1809- 1837)19. Las Escenas andaluzas del primero, decía el mismo Mesonero, rebosan de “una gracia y 17 CÁNOVAS DEL CASTILLO (Antonio), “El Solitario” y su tiempo. Biografía de D. Serafín Estébanez Calderón y crítica de sus obras, Madrid, A. Pérez Dubrull, 2 vol., 1883. MONTESINOS (José F.), Costumbrismo y novela. Ensayo sobre el redescubrimiento de la realidad española, Berkeley & Los Ángeles, University of California Press, 1960. 18 Por orden cronológico: LE GENTIL (Georges), Le Poète Manuel Bretón de los Herreros et la société espagnole. De 1830 à 1860, París, Hachette, 1909. HENDRIX (W. S.), “Notes on Jouy’s influence on Larra”, The Romanic Review, IX, 1920: 37-45. BERKOWITZ (H. Chonon), “Ramon de Mesonero Romanos. A Study of his Costumbrista Essays”, Doctoral Dissertation Cornell University, 1925 y “Mesonero’s Indebtedness to Jouy”, PMLA, XLV, June 1930: 553-572. MONTGOMERY (Clifford M.), Early Costumbrista Writers in Spain, 1750-1830, Philadelphia, University of Pennsylvania, 1929 (Ph.D., published in 1931). CORREA CALDERÓN (Evaristo, ed.), Costumbristas españoles, I (siglos XVII, XVII y XIX), II (siglos XIX y XX), Madrid, Aguilar, 2 vol., 1950-1. 19 Vid. ESTÉBANEZ CALDERÓN (Serafín), Escenas andaluzas, ed. Alberto González Troyano, Madrid, Cátedra, col. “Letras Hispánicas”, 1985. MESONERO ROMANOS (Ramón de), Escenas matritenses por El Curioso parlante (D. Ramón de Mesonero Romanos), 4ª edición corregida y aumentada por el autor, e ilustrada con grabados, Madrid, Ignacio Boix, 1845; reed.
  • 8. 8 desenfado” comparables a las “de un Cervantes o un Quevedo”. Pero lo que aquí y ahora interesa es indagar en la razón de su vuelta a las “bizarrías” del lenguaje; escrutar por qué Estébanez Calderón asoma su cabeza por su “ventana de trapo viejo” en busca de la “enjundia de españolismo”; investigar por qué solo se preocupa del pueblo castizo “sin mezcla alguna ni encruzamiento de herejía alguna”; comprender su entusiasmo por las ferias en las que “se compendia, cifra y encierra toda la Andalucía, su ser, su vida, su espíritu, su quinta esencia” (“Dedicatoria a quien quisiere” y “La feria de Mairena”). Las Escenas matritenses de Mesonero Romanos describen lo que en su ancianidad definía como “la sociedad privada, tranquila y bonancible, los ridículos comunes, el bosquejo, en fin, del hombre en general”. Pero lo que aquí compete es dilucidar de dónde procede su interés por temas como el ahorro (“La bolsa”) o las transformaciones de la lengua (“La posada, o España en Madrid” y “El romanticismo y los románticos”). Antes de pasar a Larra y dado que su repentina desaparición provocó una falla insalvable en la línea costumbrista por él iniciada, conviene prestar atención a la gran manifestación corporativa del costumbrismo hispánico. Los costumbrismos organizados de otros países (los citados Heads of the People y Les Français peints par eux-mêmes) encontraron una producción paralela en Los españoles pintados por sí mismos (1843-4). Paralela en la concepción de conjunto, pero en modo alguno en la realización o en el mensaje. Este punto es especialmente importante pues ayuda a seguir rastreando, gracias al comparatismo, cómo el costumbrismo español del siglo XIX es esencialmente romántico y cómo por ello no puede estudiarse bajo el mismo prisma que otros costumbrismos europeos. Los colaboradores de esta compilación son por lo general escritores muy señalados: el duque de Rivas (1791-1865, quien arrancando del neoclasicismo escribe en 1835 Don Álvaro o la fuerza del sino, drama emblemático del romanticismo español), Antonio Gil de Zárate (1793-1861, dramaturgo que tras una época neoclásica irrumpe con marcadas obras románticas), Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873, dramaturgo, ensayista y costumbrista de gran renombre), Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-1880, célebre por su drama romántico Los amantes de Teruel de 1837), Francisco Navarro Villoslada (1818-1895, paladín del periodismo integrista y de la novela histórica) y, entre otros más, Ramón de Navarrete (1822-1889, prolijo dramaturgo y costumbrista). Evidentemente, no faltan artículos del “Solitario” y “El curioso parlante”, firmas bajo las que firmaban los arriba citados Estébanez Calderón y Mesonero Romanos. La introducción del primer volumen habla del objetivo de Los españoles pintados por sí mismos: incluir “entes físicos y morales” de la “diabólica escala graduada” que ofrece la sociedad. Alude a las compilaciones realizadas en Inglaterra, Francia y Bélgica y de la necesidad de reunir a una serie de escritores que den cuenta de los diferentes “tipos” y “fisiologías”. En un momento determinado, el prologuista confiesa la dificultad de la empresa; precisamente aquí afloran dos de las características esenciales del costumbrismo español: la difícil coyuntura social debido a las recientes “revoluciones y trastornos políticos” y el “espíritu de extranjerismo” reinante. La situación social importa pues hace referencia a la presencia del elemento foráneo y conlleva cierto tinte de xenofobia al que no podía escapar la España conmocionada tras la guerra napoleónica, las contiendas internas y los adelantos de la ciencia positiva20. Prueba elocuente es el ataque del prologuista contra el “espíritu de extranjerismo que hace años nos avasalla, y que nos hace abandonar desde el vestido hasta el carácter puro español, por el carácter de otras naciones, a las cuales pagamos el tributo más oneroso: el de la Madrid, Méndez Editores, 1983 y Escenas matritenses, ed. e intr. Leonardo Romero Tobar, selección y prólogo de Ramón Gómez de la Serna, Madrid, Espasa Calpe col. “Austral”, 1986 (1942). LARRA “Fígaro” (Mariano José de), Artículos, ed. Carlos Seco Serrano, Barcelona, Planeta, 1969 (1964). 20 Vid. HERRERO (Javier), “El naranjo romántico: esencia del costumbrismo”, Hispanic Review, 46 (1), Winter 1978: 344.
  • 9. 9 primitiva nacionalidad”21. Esta defensa de lo indígena recuerda la tendencia romántica de Estébanez Calderón y Mesonero Romanos por recuperar sobre el papel lo que está desapareciendo en la realidad. En esta línea, no está de más enumerar algunos títulos que recalcan lo pintoresco español: “El torero”, “La castañera”, “El ama del cura”, “La gitana”… Como preveía el autor de la introducción, algunos de los tipos sociales ya son inexistentes en la actualidad española. De hecho ya solo se pueden contemplar en dibujos, grabados, antiguas fotografías y, por supuesto, en esta compilación: baste pensar en “El indiano” (privativo de la historia española por aquellas fechas), “El aguador”, “El choricero” (estos dos últimos firmados por “Abenámar”, seudónimo harto elocuente para el caso), “El demanda o santero”, “La santurrona” (tipos íntimamente ligados al estereotipo religioso de España), “La maja” (inmortalizada por Goya), “El bandolero”, “El guerrillero” (tipos estos surgidos con motivo de la guerra napoleónica y paradigma por lo tanto de las conmociones señaladas), etc. Así abordado, el costumbrismo español del siglo XIX no puede ser definido como un “género literario que describe costumbres sociales”; tal definición abarca todos los costumbrismos. Porque lo privativo del costumbrismo español de este siglo es su vertiente romántica, absolutamente inexistente en los cuadros de costumbres proporcionados por Hunt o Thackeray en Inglaterra y por Jouy o Balzac en Francia. Los valores ensalzados por Estébanez Calderón y Mesonero Romanos son en su gran mayoría los escogidos por los autores de Los españoles pintados por sí mismos. Son, como dicen Céspedes y Quirk, los más típicos de una sociedad española22. Y cabe añadir que son también los más primitivos y los más ancestrales: la médula sustancial de la estructura más profunda de esa civilización. Sin mezcla (como decía Estébanez), con tradición (como decía Mesonero), una sociedad se autoprotege. Esta vuelta a los orígenes más ancestrales ejerce una presión similar a la de los románticos en Europa que regresan a la Edad Media. Niegan el pasado, pero solo el pasado inmediato, no el lejano; niegan las guerras europeas y la Ilustración, pero no el Siglo de Oro o las Cruzadas: son románticos, y por eso su costumbrismo es diverso del inglés y francés los cuales solo ponen su atención en el momento presente y en la innovación tangible. Lo que los costumbristas europeos alaban, los costumbristas españoles lo desprecian; lo que aquellos ignoran, estos lo estiman como único valor insustituible. El costumbrismo europeo es costumbrismo, pero no es romántico; el carácter del costumbrismo español del siglo XIX no es europeizante pero es esencialmente romántico. Entre las características constantes del romanticismo suele señalarse, y con razón, la individualidad plasmada en la exaltación del “yo”. Pero tan romántico es el regreso a las raíces más primigenias como la exaltación del yo; porque en última instancia se confunden. Aún cabe discernir una tercera característica del romanticismo que hasta aquí no ha sido nombrada: la profecía. En efecto, el romántico detesta el presente, elige el pasado (como los costumbristas españoles) y vaticina el futuro. Prefiere el futuro porque es una forma de evasión frente al presente. Junto a los románticos que huyen hacia atrás están los románticos que huyen hacia adelante. Aquí también se puede ver una diferencia del costumbrismo español frente al europeo. Las manifestaciones inglesas y francesas cantan las glorias del presente, las innovaciones de la ciencia y la pompa de los salones. Los románticos españoles también comentan el presente, pero solo en dos direcciones: para entresacar lo que en él queda de pasado o para criticar lo que impide mirar hacia el futuro. Los costumbristas españoles hacen una nostálgica rememoración del pasado glorioso, una desdeñosa descripción del presente enojoso o una acalorada profecía del futuro prometedor; pero siempre hacen referencia a la 21 Los españoles pintados por sí mismos, Madrid, I. Boix, 2 vol., 1843-1844. Aquí, 1843: vii. 22 Vid. CÉSPEDES (Encarnación Aguilar), “Serafín Estébanez Calderón and Spanish Literary Costumbrismo”, Dissertations of the University of California, San Diego, 1974 y QUIRK (Ronald J.), Serafín Estébanez Calderón. Bajo la corteza de su obra, Nueva York, Peter Lang, series II, “Romance Languages and Literature”, vol. 187, 1992.
  • 10. 10 sociedad española que de un modo o de otro protagoniza esos tres tiempos de cada hombre en particular y de la nación en general. Cuando optan por criticar lo que en el presente impide mirar hacia el futuro no son menos románticos; en el fondo son más pues añoran lo que no han visto. Esta última dirección es la de los románticos profetas, la de Larra. El genio de “Fígaro”, paladín indiscutible del periodismo español puede ayudarnos igualmente a comprender el carácter profundo del costumbrismo romántico. Sus “Artículos de crítica literaria” (según la clasificación de Seco; “Artículos políticos” y “Artículos literarios” según la de Lomba) contienen a este respecto una originalidad sin precedentes. Esta reside no solo en el manejo que Larra hace de la palabra, sino también en su conciencia de la modernidad del género y sobre todo en su aportación crítica al mismo. Centrando la atención en la aportación crítica, artículos como “Vuelva usted mañana” de 1833 se dirigen sin paliativos hacia el fondo y las manifestaciones de la inercia que domina la sociedad española: “Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no reconocer maestros”. Pero esto no es todo. Como haría un cuidadoso anatomista que disecciona el cuerpo sin que este perdiese vida, Larra estudia tanto el carácter como los caracteres. Resultado de ese estudio es su original concepción de la forma y del fondo del artículo costumbrista español: “Es indispensable hermanar la más profunda y filosófica observación con la ligera y aparente superficialidad de estilo, la exactitud con la gracia”. Más adelante, tras establecer el principio de la indagación periodística, incide sobre algo inexistente en el periodismo europeo: “es fuerza que el escritor […] tenga, además de un instinto de observación certero para ver claro lo que mira a veces oscuro, suma delicadeza para no manchar sus cuadros con aquella parte de las escenas domésticas cuyo velo no debe descorrer jamás la mano indiscreta del moralista, para saber lo que ha de dejar en la parte oscura del lienzo”. Esta llamada al “nivelador de la educación” tiene como fin último corregir, “economizar […] las verdades”; en suma: el escritor de costumbres ha de ser su propio censor de modo “que el buen gusto proscriba lo que la ley permita” (“Panorama matritense. Artículo segundo y último”). Estos principios son interesantes por cuanto nos ayudan a descubrir que con ellos Larra está asentando las bases para la otra vertiente del auténtico costumbrismo español. Aquí se distancia sensiblemente de los escritores que le han precedido: desde Teofrasto a Aristófanes, desde La Rochefoucauld a Montesquieu o desde Calderón a Cadalso. Todos ellos han estudiado “al hombre y la sociedad de su tiempo” e incluso a “la humanidad”, pero ninguno ha descrito “una clase determinada de hombres” (“Panorama matritense. Artículo primero”). Esto solo lo ha hecho el costumbrismo del siglo XIX. De ahí su admiración por Jouy y Balzac. Pero también nace ahí su aversión a la literatura costumbrista tal y como se desarrollaba en Francia. Balzac, en sus pinturas parisinas, ha escrutado todo “y ha llegado a su confín, para ver, asomado allí, ¿qué? un abismo insondable, un mar salobre, amargo y sin playas, la realidad, el caos, la nada”. Larra no quiere minusvalorar a Balzac, sino penetrar en el carácter del costumbrismo tal y como debe ser desempeñado en España. Porque piensa que pintar la realidad no es suficiente: es preciso abrir una puerta a la esperanza, presentar soluciones, creer en el futuro. No puede extrañar que seguidamente arremeta contra otros escritores franceses cuya “tendencia espantosa” muestra que no están “animados de buena fe ni son realmente escritores de costumbres”: se trata de Eugène Sue, Alfred de Vigny, George Sand y Paul de Kock. En su clarividente ensayo, Montesinos ahonda en esta crítica de Larra: “En el fondo de toda esta considerable obra de Balzac hay como una pugna entre la concepción de la Comedia humana, historia natural y social, y la intuición de que la novela científica es una incongruencia”; pero el resultado de todo no es sino una “parodia de un riguroso método científico”23. Razón no le falta a 23 Costumbrismo y novela: 98.
  • 11. 11 este crítico; sin embargo el alcance de su juicio puede ser relativizado dado que toma como único punto de referencia el costumbrismo español. En este sentido, el “artículo de costumbres” típico de España nunca podrá ser confundido con sus manifestaciones francesas: la novela de costumbres de Balzac (piénsese en sus célebres Scènes de sus Études de mœurs) o de Eugène Sue (Arthur, Mathilde…), la novela histórica de este último (Lautréamont, Jean Cavalier…), su roman-feuilleton (Les Mystères de Paris, Le Juif errant…), la comedia de costumbres de Eugène Scribe (Le Mariage de raison, Le Mariage d’argent…), y otro tanto cabe decir de la historiografía y de las diversas manifestaciones inglesas arriba enunciadas. Lo cual muestra una vez más que todo acercamiento crítico debe especificar en cada caso su objeto de estudio. Cabría extender estas observaciones a las reflexiones de tipo genológico: el costumbrismo español se distingue de otros costumbrismos por su proclividad al ensayo. En efecto, el ensayismo que tamiza tantos artículos de costumbres españoles encuentra una cabal explicación al considerar el mensaje que los costumbristas desean transmitir: identificación de los valores indígenas que han de ser recuperados o de los males congénitos que han de ser extirpados. En ambos casos, el costumbrismo español orienta el medio de una manera absolutamente diversa de otros costumbrismos que persiguen fines distintos. Sea como fuere, es evidente que la identidad del costumbrismo español muestra una vez más la capacidad de la literatura para emplear el tipo de discurso más adecuado según las necesidades de la narración. En este caso, queda claro que lo que subyace bajo las formas utilizadas por el costumbrismo español es un movimiento romántico y no solamente unos parámetros temporales comunes a toda Europa. Es labor del crítico sopesar cuál sea el auténtico papel desempeñado por la coyuntura social e histórica así como el mensaje que cada escritor desea transmitir sin explicitar sus motivos más íntimos.