1. Para Helena, fue su sueño. La peyorativización del enunciado y su exagerado uso no
le restan aplicabilidad y certeza. Helena anhelaba volar.
Veía desde mi infancia a esas elucubradas mujeres ataviadas en su uniforme y hallé un
punto definitorio para mí
La madre de Helena surtió de melodramas mexicanos la infancia de su hija. El fracaso
contundente de su matrimonio y el abandono completo de su esposo luego de aquel
odiado incidente nunca lograron nublar su idea sobre la existencia de un romance
utópico, del ideal de hombre y la lucha de la mujer por un amor imposible, por un galán
de novela.
La madre de Helena debió refugiarse completamente en el trabajo para olvidar la
amarga situación emocional. Encontró en su ardua labor diaria el vínculo que la unía
una vez más con su destino como mujer, vínculo roto por “ese” con la estrategia del
engaño y la falsedad. Entregar 10 horas diarias a la pulcritud de un hotel, 10 horas
cargadas de insultos sonantes, humillaciones y un pago exiguo, eran suficiente escape.
En las pocas horas en casa, vio en su hija cómo, inexorablemente, afloraba una vez
más la opción amor, y trabajó con dedicación para dotarla de lujos que llegaran a
ocupar el lugar que la arrogancia, mentira y violencia física habían dejado vacante.
Desde muy pequeña me he imaginado vestida con el uniforme característico de la
compañía.
Los lujos para una familia de clase media – baja no representan clara demonstración
de opulencia. El acceso a la TV por cable permitió, sin embargo, la entrada de un
mundo fantástico y fantaseado a la cabeza adolescente de Helena, lo que le permitió
encontrar la misma fabricación del guión melodramático de la novela mexicana en la
variedad de las series norteamericanas y los canales de cine. Helena digirió conflictos
ajenos a su contexto, consumió amores de jóvenes rubios en autos con nombre
impronunciable, tragó videos musicales estrambóticos con fuerte presencia de hombres
2. atractivos. Con su madre extraviada a lo largo del día en su trabajo, Helena sucumbe
por vez primera ante la imagen de un mundo exuberante, mundo modelo que puede
percibir de cerca, más no puede vivir completamente.
Estudié lo que quise, y mi madre siempre me ha apoyado en busca de este anhelo.
Sin duda fueron esos dos momentos los definitorios. La visita de la Escuela de aviación
representada por esa chica delgada de sonrisa constante y problema en la dicción de la
ts llenó a Helena de toda la información que se requería para iniciar la carrera que se
ofrecía. Pero este estímulo inicial hubiera quedado en recuerdo vago si el viaje de fin
de año con sus amigas no hubiera sido un avión. Empuje trascendente fue, entonces,
el contacto con la tripulación, con la elegancia en el aire, con el evidente vaho de
sofisticación y mundo light que impregnaba cada movimiento de las auxiliares. Empuje
definitivo fue iniciar el desembarque y encontrar en la puerta principal al capitán del
vuelo, que con aire de fabricada prepotencia despedía a los pasajeros de SU vuelo, y
con su 1.90 de estatura, sonrisa de blancura reluciente y un castellano de clase alta
bogotana, reinaba solitario sobre aquellos súbditos que hace solo un momento habían
encomendado su vida a la habilidad de tan imponente sujeto para controlar el aparato.
Helena lo idealizó, y se idealizó. En él hallaba pulcritud, elegancia, superioridad,
arrogancia y superflua belleza que para ella rozaba la perfección, aspectos que su
infancia había establecido como patrones a seguir. Romance imposible que se vuelve
novela.
Mi familia es mi apoyo. Mi madre, sí, mi madre, fue la principal influencia en la decisión
de estudiar aviación.
Fue el momento de concretar lo establecido hace mucho. Helena buscó hacer tangible
un abstracto escenario. Un curso, breve y excesivamente conciso, representaba ahora
un límite específico entre su anhelo y su presente.
3. Pero supuso más que un límite. Múltiples anhelos se encontraban en un mismo lugar,
y Helena, que equivocadamente se convencía día a día como la única que buscaba
ese fin ideal de forma tan caprichosa, vio con sorpresa que debía compartir “su” futuro
con cientos más que, como ella, fantaseaban una vida en el aire.
Mi vida actual se resume en la búsqueda constante de mi sueño y un trabajo temporal.
Ya en el curso, Helena tuvo repetidas crisis nerviosas. La alta carga académica,
representada en temas con infinita cantidad de matices y variantes e instructores
radicales y de expresión adusta, sumado a días continuos en los que debía confinarse
toda la jornada en un cuarto iluminado ostensiblemente por largos tubos luminosos que
hacían de cualquier par de ojos un objetivo de encandilamiento, pero muy
especialmente dados los evidentes celos de Helena hacía cualquier semejante que se
mostrara símil en su sueño a futuro, hicieron de ella un ser irracional y profundamente
sensible al estímulo más pequeño. Comenzaron las discusiones en casa, una catarsis
constante con ayuda del alcohol en sus días de descanso, y una serie de fuertes
discusiones con Mario, su pareja a todas luces temporal. Cada día de entrenamiento
mermaba notoriamente su capacidad para establecer relaciones sociales confiables.
Helena se veía enfrentada a una alta cifra de datos que debía comprender, asimilar y
estar en capacidad de recordar oportunamente para seguir en el proceso, y su
alejamiento del mundo social en pro de la excelencia académica la mostraban como la
nueva Helena, la Helena de su propio sueño, en una etapa inicial.
Estoy dispuesta a cualquier situación inesperada. No me importa vivir sola en otra
ciudad.
Entonces fue necesaria la templanza. Llegado el final del proceso, y roto para siempre
su entorno social previo, Helena ya contaba con todo el tecnicismo, información fatua y
aceptación de portar la máscara de la actitud afable, todas ellas necesarias
regulaciones para obtener lo que se deseaba desde la inocencia. Había que volar
ahora. Era el momento que entregaría el equilibrio perdido en ese trayecto rico en
4. bruma e intolerancia del que acababa de salir. Ese primer ingreso en la aeronave se
establecía como la palpable expresión que resumía su insulsa presencia en el planeta.
Ser la cara amable de la empresa frente a unos cientos de pasajeros día a día era
entonces su mayor logro como ser viviente. Vivir ese mundo exuberante, ser testigo de
una realidad pomposa, superficial pero satisfactoria, y sentirse parte de ella por unas
cuantas horas se convertían ya en su cotidianidad. Estaba lista.
Mi experiencia en servicio al cliente me dota de claves únicas para enfrentarme a un
pasajero exigente.
Pero su disposición, formada a través de ese duro proceso, era una capa delgada, inútil
al impedirle digerir lo que posteriormente enfrentó con inefable brusquedad.
No, el nombre de la compañía no representaba ningún orgullo en el pasajero cotidiano,
y Helena lo evidenció en los persistentes insultos que hicieron pedazos la imagen que
tenía de su lugar de trabajo. No, y a pesar del firme autoconvencimiento que ella había
fijado como rutina diaria antes de iniciar, su trabajo no constituía un factor de alarde
común entre sus compañeros, y Helena presenció incontables confesiones de
decepción, desarraigo y arrepentimiento en sus colegas, siempre diferentes día a día.
No, y aún con el esfuerzo de la mayoría de ellas y ellos por mostrarse primordiales en
la labor aeronáutica y por llenar su profesión con muchas más tareas que le dieran ese
grado de complejidad deseado, ser Auxiliar a Bordo no alejaba completamente del
imaginario colectivo la idea de una labor simple, unidireccional y sin alguna memorable
repercusión, y Helena sintió el fuerte golpe de la ignominia al escuchar con frecuencia
“tu solo sirves tintos en un avión”. Y no, ese anhelo, ahora etéreo, pero siempre
presente en su cabeza, de hacer realizable el ideario romántico que su madre le había
destinado como su fin personal, se desvanecía día a día, noche a noche, cada
pernocta, y Helena inició su frustración esa noche.
Nunca me arrepentí ni me arrepentiré de haber estudiado aviación. Es mi vida.
5. El era muy alto. Su suntuosidad resonaba ostensiblemente en cuanto lugar ingresaba.
Sus 24 años no eran impedimento para que colegas de mayor edad entablaran
fácilmente una relación con él y a su vez le permitían también dar una firme imagen de
seriedad. Era amigable, colaborador, bueno con el lenguaje y muy perspicaz. Ver a
Helena ese día con tal nivel de estrés y haberle ofrecido ayuda no fue lo primero que le
abrió camino hacía ella. Ni su galantería, ayuda al preparar la cabina, ni dotes con las
manos. Ni fue el vuelo, tan normal y eternamente corto como todos los de ese día. Fue
algo con mayor significación y expresión tangible. Una charla sobre el auto del Capitán
al mando, último modelo. Esto le dio oportunidad perfecta para mostrar cuánta
información sobre la trivialidad automotriz conocía, y no le fue del todo extraño que
entonces Helena ya evidenciara su atracción creciente hacía su hablar. En un hotel
demasiado lujoso para solo permanecer un par de noches, la tripulación inició el
frecuente proceso de intercambiar experiencias de vuelo con un vaso de whiskey en
cada mano tripulante. Cada palabra del joven comandante lograba mover algo adentro
de Helena. No era solo el sonido de cada palabra, ese acento tan sofisticado al final de
cada frase, era también el tema en el que él decidía tomar parte. Helena sintió pues
que su afán monetario e inmediatista empalmaba armónicamente con cada asunto que
él tocaba. Whiskey, tono de voz y fuertes miradas son a su vez tónico efectivo. Helena
ya se dejaba llevar fácilmente por el ritmo de la conversación y tomaba parte en ella,
habiendo perdido, con ese último sorbo, el rubor interno. Hubo música de fondo, hubo
dispersión del grupo, y de repente Helena estaba frente a él, hablaba con extrema
familiaridad con ese objeto de su atención. Le parecía hilarante pero encantador, el
hecho de que escucharlo hablar le llevara a su cabeza imágenes firmes que parecían
perdidas en sus años de telenovela. Él se elevaba (ella lo elevaba) como el valiente
protagonista de esa novela suya, de ese drama de 24 años, como el único capaz,
desde su posición de privilegio, de romper ese espacio de desamparo y con su auto
negro llevarla al mejor barrio de esa misma ciudad y convertirla en su mujer para que
nunca más tuviera ella que trabajar. No podía imaginarlo de otra forma. El continuaba
con su cadencioso ritmo de habla que la maleaba, y procedió a pedirle que fueran a su
cuarto, quinto piso, cama doble, vista a ese mar cuyo oleaje amenizaba cursimente la
escena de su novela.
6. No tengo pareja ni hijos, y estoy enfocada completamente en mi futuro trabajo. No
quiero casarme en un futuro próximo.
El contundente empuje sexual fue llenando a Helena de satisfacción, esperanza y, no
mucho después, de aplacamiento consumista. Llegaron entonces modificaciones en su
agenta de vuelos para coincidir con las de él, paseos rutinarios a la playa más cercana,
gemidos que parecían reventar esas paredes azules de su cuarto, nuevos y
acrobáticos intentos de satisfacerse y satisfacerlo, compra de preservativos en la cuota
semanal. Ahora bien, era fácil divisar a Helena en espacios sociales, dadas las bolsas
que parecían reventarse en pedazos por el número cada vez mayor de joyas
compradas en aeropuertos, master card y visa pasando, girando. Dos nuevos
comportamientos se coronaban entonces como su rutina fija y adictiva. Dos
necesidades imperantes y cada vez más evidentes en el plano consciente de Helena:
gemidos y Pierre Cardin. El deseo sexual que había anidado en el más oscuro rincón
de su espectro mental, a fuerza de omitirlo por años para darle paso al romanticismo y
emancipación del amor, se revelaba ahora con fuerza evidente, fuerza que buscaba
aplacamiento frecuente. Estrechamente vinculado a esta liberación certera de la libido
se encontraba la otra necesidad, aún más cosificada, tangible y avasalladora. Comprar.
Adquirir. Vencer el miedo, la angustia, la soledad temporal, sobreponerse al grito del
pasajero en la mañana, a 4 kilos de más en ese espejo mal ajustado en el hotel, olvidar
el enfrentamiento interno al ver que su vida profesional llegaba hasta donde el abordaje
iniciaba. La última colección de Studio F la inmunizaba contra todo ese conjunto de
fuertes ataques virales que podían derrumbarla fácilmente en su día de descanso. 4 o 5
horas en el centro comercial más cercano al hotel o a su hogar era necesario espacio
de desfogue luego de días de soportar arremetidas inclementes en contra de su ego y
estabilidad; psiquis débil expuesta al sol. Dos necesidades que ahora esbozaban su
diario vuelo por el planeta. Dos insuficiencias que él, Helena creía que solo él, podía
suplir. El era su dopamina.
7. Quiero estudiar para, eventualmente, ser capitán de
vuelo.
No respondió. No respondió la llamada y era ya la quinta vez que marcaba. El día
anterior hubo 14 timbrazos, sin respuesta. Sus amigos, su madre, nadie cercano a él
respondía las llamadas de Helena. “No quiero nada más contigo”, mensaje a través de
la aplicación de texto. Mensaje que la había derrumbado y sumergido en depresión
profunda. Volvía a marcar. Nada. Su hermana en la puerta del edificio intentaba sin
éxito convencerla de que hablaran. Helena no respondía el citófono. Prefería volver a
marcar. Esta vez a la sección de control de vuelos. “Estoy incapacitada” y era la
novena vez que el agente escuchaba lo mismo, eran 9 días sin volar, era el mismo
dolor de espalda.
Días más tarde, su mejor amiga, con calma, pausadamente, pero con firmeza, le
desglosaba la cadena de eventos de la que todos hablaban en vuelo, y que lo
involucraba a él y una auxiliar de vuelo rubia, alta, y quizá con la mayor prepotencia
que Helena haya atestiguado. Helena conocía entonces el resquebrajamiento.
Se había ido la dopamina. Había sido un corto espacio de tiempo pleno de momentos,
objetos y gritos desaforados. Entre otros, hubo planes decididos de compartir sus vidas
legalmente, de procrear, de restringirse el uno al otro. Todo parecía imperecedero,
parecía de telenovela, pero, de igual manera, ella comparaba su frenético desplome
con esos de tipo edulcorado de las protagonistas, y se hacía una de ellas. Ya había un
camino abonado para la falla de su psiquis. Sin embargo, fue la red social, y su recia
bofetada al mostrar las fotos de él besándose con la nueva primor en la playa, playa
misma que Helena pisara a su lado, la que fue señalada como única culpable de ese
doble corte en las venas de sus dos muñecas esa noche de domingo. Ya no era la
espalda. El agente reportó a Helena como incapacitada por abundante pérdida de
sangre durante accidente casero.
Estaré esperando su llamada. Gracias por esta
entrevista.
8. Hubo dos episodios similares. En suma, solo cambiaba el nombre del sujeto a quien
odiar. Estos constantes episodios de histeria y pérdida de razón le hicieron famosa en
la aerolínea. Todos veían su derrumbamiento y no había sorpresa, era algo que debía
pasar, esa turbulencia en vuelo debía presenciarse siempre. Debió entonces corregir y
acostumbrarse. Debió aceptar la imposibilidad del amor profundo, lineal y sin fin, debió
renunciar a la figura de hombre salvador que otrora le hicieran motivarse.
Ahora se centra en lo fugaz. Fiesta, cama y objetos hacen parte de su deber – tener.
Establece una relación firme con su trabajo, que ahora se ha convertido en su esencia.
No entiende la vida si no vuela. Su periodo de vacaciones anual se convierte en el
espacio de la desazón y la tristeza. Fluctúa entre los 36.000 pies de altura y su dureza
sentimental ante cualquier hombre que intente tener algo duradero con ella. Ya todo es
un vuelo de corto radio.
Habitar en un apartamento en un barrio de clase media baja. A 10 horas de vuelo
registrarse en el hotel más lujoso de Europa. Atravesar la ciudad por más de una hora
para llegar al aeropuerto, en medio de gritos y accidentes, para en la noche tomar el
sistema de transporte masivo más caro del mundo. No desayunar en casa porque el
dinero tomó el camino del pago de tarjetas, para cenar salmón ahumado acompañado
del mejor vino chileno, todo pago por el capitán. Entrar en una cadena de pensamiento
compleja para convencerse que su hogar y presente no estaban antes del abordaje,
sino que ahora el hogar se halla en las ciudades destino, en los hoteles con nombres
suntuosos, en mundos del esnobismo forjado con horas de vuelo. Su propia habitación
ya ha perdido identidad. Nunca volvió a sentirse cómoda en su propia casa. Un
nomadismo aéreo se ha convertido en su elixir, su dopamina.