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y	
  lo	
  cambian	
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Coral	
  Rubio	
  Domínguez
La marea la arrastró hasta lo más profundo sin que nadie pudiera remediarlo.
Otoño de 1980. Apenas dormía, se pasaba la horas esperando. Permanecía
día y noche encerrada entre las cuatro paredes de su habitación, no tenía el
valor de ni salir al balcón, no quería ver aquél mar que tanto le había aportado
durante los últimos años. Las cenefas del suelo eran cada día más irregulares,
los muelles de la cama más ruidosos y la habitación más estrecha. Sin decir ni
una palabra, a la espera, siempre a la espera.
Nadie podía entenderla, apenas salía de su habitación y cuando lo hacía era
para encontrar algún aliciente, el sabor azucarado y el crujiente tacto, incluso el
color rosado de los macarones de frambuesa que su madre cuidadosamente
guardaba en el cajón del mueble de la cocina, la transportaban a otro mundo, a
otra dimensión. Todo había cambiado des de aquel momento.
Su madre le repetía día tras día que no podía seguir así, que a pesar de
haberla decepcionado profundamente, no iba a permitir que su hija se
consumiese de tal forma. Eliane, apática y desmoralizada levantaba
asqueadamente el labio superior, sin decir ni una palabra. Ya nada le
importaba, nada tenía sentido, no podía retroceder el tiempo.
Emiliano, su padre, se limitaba a no decir nada, observaba atentamente cada
detalle, cada movimiento, y consciente de la actitud irreconocible de su hija,
optaba por resignarse y dejar transcurrir el tiempo. Lo que tenga que ser, será,
todo esto se veía venir. Aunque las discusiones entre la pareja eran cada vez
más constantes, incluso diarias, Emiliano permanecía totalmente enamorado
de su esposa. Los chillidos de Felicita se habían convertido en un tema
frecuente entre los personajes más chismosos del barrio. ¿Qué les estará
pasando a este matrimonio? Se preguntaban los vecinos, conscientes de la
buena relación de la pareja.
Emiliano y Felicita contrajeron matrimonio en Salamanca en el año cincuenta y
nueve, ella tenia tan sólo dieciocho años, diez de diferencia respecto a su
esposo. Poco después, en busca de un futuro mejor, se marcharon a Epernay
(Francia) donde fruto de su amor nació Eliane, la primera de tres hermanos y
que ahora tantos problemas estaba causando entre la pareja. Él creía que el
tiempo todo lo cura y a ella le horrorizaba la posibilidad de que su hija acabase
tocada y hundida, el debate estaba servido en el salón de casa de los Martínez.
Primavera de 1972. Eliane tenía diez años y aunque hablara el español como
lengua materna, había aprendido el francés perfectamente en la escuela, era
una niña feliz y risueña, sin preocupaciones. Éstas empezaron la noche en que
sus padres le comunicaron a la pequeña la decisión que habían tomado: Se
marcharían a Palamós, un pueblecito de la Costa Brava poseedor de un
maravilloso puerto. A Eliane pese a ser aventurera y atrevida no le hizo
ninguna ilusión la idea de marcharse a otro lugar. Estaba preocupada, ahora no
se podría pasar las horas de recreo jugando en la granja de sus padres,
rodeada de todos los animales que tanto la divertían. Sin embargo, después de
la insistencia de sus padres, ya imaginaba millones de aventuras en la arena
de la playa, junto al mar, los barcos y sus marineros. En realidad, la idea no era
del todo mala, siempre había adorado las películas de marineros.
La adaptación de Eliane no fue fácil. Echaba de menos demasiadas cosas y el
hecho de no saber hablar catalán lo ponía todo aún más difícil. Muchos de sus
nuevos compañeros se negaban a hablarle el castellano, hecho que debido a
su corta edad no podía entender y preguntaba el por qué reiteradamente a sus
padres.
Pese a las dificultades, Eliane fue superando todos los obstáculos que se
anteponían en su camino. Ya no era “la charnega” como muchos la
nombraban, ya se había convertido en una más. A los dieciséis, seis años
después, la niña repleta de miedos, se había convertido en una chica
completamente segura de sí misma.
Eliane cuidaba de su hermano pequeño al acabar las clases, hecho que
reducía a límites inimaginables su tiempo libre.
Por lo tanto, las noches eran largas, y siempre que podía escapaba a pasear
por el puerto con las que ya se habían convertido en sus mejores amigas.
Adoraba el ruido de las olas.
Un viernes al acabar las clases Eliane se dirigía a La Esfera más desganada
que nunca. El día no había ido del todo bien. El cuidar del pequeño de la casa
diariamente la agobiaba, y sus padres la trataban como la adulta que aún no
era. En La Esfera, esperaba encontrar el mismo ambiente de cada viernes
tarde: sus amigas, dos o tres cuarentones tomando whisky sin cesar y el dueño
del local que a medida que transcurrían las horas se le dilataban más las
pupilas al mirar a la camarera. Pero al entrar, se dio cuenta que ese no era un
viernes cualquiera, la pista estaba llena e incluso era complicado hacerse un
hueco en la barra. Eliane, sorprendida, se paró detenidamente a observar el
panorama y al cabo de un segundo sus amigas ya la habían informado que
seis barcos habían atracado en el puerto, todos con nombres de ríos: El Tajo,
El Duero, El Júcar…
Eran tan sólo las siete de la tarde y más de ochenta marineros bailaban
animadamente como si no hubiese mañana: I love to love, but my baby just
loves to dance, yes he does… sonaba a un volumen estrepitoso.
Eliane alzó la vista y sus ojos fueron directamente a parar a él: moreno, alto,
ojos color azabache y mirada profunda, capaz de deleitar a cualquiera.
Y la deleitó, lo hizo, ella era incapaz de apartar la mirada de aquellos labios
que acariciaban al moverse. Sus miradas no tardaron demasiado en cruzarse y
una vez se encontraron, no pudieron separase, ingenua incapacidad humana.
Ya eran las nueve de la noche, en una hora La Esfera cerraría y
probablemente sus miradas no se volverían a encontrar jamás, ¡qué cruel
resulta en ocasiones asumir la realidad!
Media hora antes del cierre del local, empezaron a sonar aquellas canciones
más lentas, aquellas para bailar piel con piel, cuerpo con cuerpo. Muchos de
los marineros intentaron poder arrimarse a Eliane para bailar junto a ella alguna
de las canciones, pero todos fueron intentos fallidos, ella seguía paralizada, sin
poder cambiar la dirección de sus pupilas.
Sus miradas se acercaban cada vez más, cada parpadeo simulaba un paso, se
situaba a escasos centímetros del que en cuestión de segundos se había
convertido en su deseo más profundo.
¿No bailas? Fueron las primeras palabras que pronunció. Rostro de
conquistador empedernido y voz dulce. Eliane, sin saber demasiado bien qué
decir, asintió. Los dos desconocidos empezaron a bailar, él la sujetaba
cuidadosamente por la cintura y ella apoyaba sutilmente las manos en sus
hombros. De forma inconsciente, se habían convertido en una más de las
muchas parejas acarameladas que bailaban románticamente en la sala, pero
con una gran diferencia, eran unos desconocidos el uno para el otro. Aún así,
la química era alucinante ¿cómo dos extraños podían compenetrarse tanto?
Era difícil de entender, y de explicar. Para Eliane los tres minutos en los que
Oscar Janot repetía para siempre, como siempre, hoy me he vuelto a enamorar
fueron los más corto de su existencia, no quería que la magia de ese momento
terminase jamás.
Pese a los ruegos interiores de Eli, que así la llamaban sus amigos, la canción
terminó y ella que segundos antes había apoyado la cabeza en el pecho del
que ya consideraba el chico de sus sueños, se apartó rápidamente y se dirigió
hacía él:
-Oye, cómo te llamas? – preguntó tímidamente y con voz temblorosa.
Él, apuesto como era y con una sonrisa pícara contestó: Carlos, Juan Carlos.
Juan Carlos era de Cartagena y a sus dieciocho años ya se había convertido
en todo un hombre. Estudiaba para Cabo Primero Mecánico en la Escuela
Naval del Ferrol. A causa de que iba de un lado al otro con el Júcar, apenas
veía a su familia, pero él siempre se había considerado autosuficiente. Era libre
y amaba esa libertad.
Se sentaron en una de las mesas que habían en la segunda planta del local y
entre risas le escribió una dedicatoria en el Lepanto que no separaba de su
lado, Eliane quería que de una forma u otra el futuro cabo tuviese algo que lo
indujese a recordarla. La conversación empezó a fluir y entre risas y alguna
que otra caricia, sus labios se juntaron lentamente y surgió aquel primer beso,
aquel primer beso que los dos tanto deseaban y que les hizo volar. No fue un
beso cualquiera. Para ambos fue el beso más deseado y a la vez fugaz de la
historia.
¿Te acordarás de mi mañana? Preguntó Eliane, él asintió con la cabeza y le
dijo que la acompañaría hasta casa, se negaba a que fuese sola y no saber si
había llegado bien. Una vez delante, se sentaron en el banco más cercano y
continuaron hablando, incluso se dieron sus respectivas direcciones, parecían
dos niños pequeños con la necesidad de saber la respuesta a muchas
preguntas, dos niños que jugaban a través de las palabras, dos niños junto a
su juguete favorito. Con el deseo de descubrir, de ir más allá. Con tanto y con
tan poco, se hizo grande la ilusión.
Eliane vivía justo delante del cuartel de la policía y la desfilada de guardias que
apareció en un minuto intimidó a la pareja. Ya eran más de las diez y media de
la noche, hora límite de llegada para la aventurera que ya se había convertido
en toda una señorita. Eliane debía entrar ya a casa. Pero en ese preciso
instante Juan Carlos, se lo impidió:
- Tengo que decirte algo – dijo él en un tono serio mientras se mordía
bruscamente los labios.
- Dime – contestó ella nerviosa, sin saber muy bien que le esperaba.
- Mañana me marchó a primera hora, no sé exactamente a dónde voy ni
cuando podré volver, pero debo irme.
Eliane quedó helada. Todas sus ilusiones se desvanecieron en unos segundos
y sin pronunciar ni una palabra, sus miradas se alejaron con la promesa de
volverse a encontrar siquiera una vez más. No era placer, era necesidad.
Esa noche los dos tardaron en dormirse, sabían que algo especial había
sucedido y que ese “algo” acabaría en tan solo unas horas. Juan Carlos, por su
parte no podía parar de leer la dedicatoria en su Lepanto: “Muchos besitos, y
no me olvides. Eli.”
Al día siguiente ella no asistió a clase. Se levantó a las ocho de la mañana para
así llegar a las nueve al puerto y poder despedirse de su amado. Era
consciente de las dificultades de tirar hacía adelante una relación a distancia,
pero ese adiós no le sabía a despedida. Creía en las promesas de Juan Carlos
y estaba completamente segura que el destino no se reiría de ellos. Aún así, la
despedida tuvo un sabor amargo, no pudieron ni siquiera rozarse. A él no le
permitían bajar del Júcar y ella aunque intentó por todos los medios llegar
hasta él no lo consiguió. La despedida fue fría, sintió como la misma mirada
profunda de su primer encuentro penetraba directamente en su interior y la
volvía a transportar a otra dimensión, pero esta vez no podía acariciar sus
labios. Las fragatas salieron y Eliane sintió un vacío enorme en su interior,
parpadeaba intentando contener las lágrimas mientras veía como su amado se
alejaba lentamente, de repente abrió los ojos para ver si aún estaba pero ya
era tarde. Hay personas que entran en tu vida y lo cambian todo.
Aunque él no fuera tan expresivo como ella, echaría de menos aquella inocente
sonrisa de niña. Y tan grande era el vacío que al cabo de dos horas de su
marcha, empezó a escribir una carta dirigida a aquella chica de pelo dorado
que no podía alejar de su pensamiento.
Sus compañeros le daban golpecitos en la espalda con intención de animarlo,
por primera vez veían al rompe corazones de Johnny, que así lo llamaban sus
compañeros, afectado. ¿Se habría enamorado?
Para Juan Carlos, Eliane había significado más que un simple amor de puerto y
por ello se situaba al margen de sus compañeros, que comentaban sus líos
entre carcajadas.
Aunque no sabía muy bien que escribir, tenia la necesidad de hacerlo, de
sentirse cerca de ella y de hacerle saber que permanecía en su mente y que
iba a ser así para siempre. No importaba la distancia.
La mañana siguiente Eliane se levantó ojerosa, no había podido dormir mucho.
Abrió los ojos con la esperanza de que a Juan Carlos ya le hubiese dado
tiempo de echarla de menos. Corrió escaleras abajo para abrir el buzón y su
ilusión se hizo realidad:
2 de mayo de 1978
Querida Eliane,
Siento muchísimo no haber podido despedirme de ti de otra manera esta
mañana, pero aún así no olvidaré nunca tu sonrisa cuando me decías adiós.
Quiero que sepas que si fuera verdad eso de que los marineros tienen un amor
en cada puerto, tú serías mi preferido, pues me hiciste pasar una noche que no
olvidaré en la vida, por muchas chicas que conozca. Tu siempre estarás en mi
memoria, de verdad que he sentido mucho tener que dejar Palamós, pero sea
cuando sea volveré. Tal vez tardaré un año, tal vez tardaré más, pero cuando
me den permiso de verano intentaré pasar por allí un par de días, solo para
verte. No te olvido ni un solo segundo, será porque en mi ha nacido el amor. Es
cierto que siempre que salimos de la base e intentamos divertirnos conocemos
chicas, no siempre, pero sin embargo, te diré que todavía no he escrito a
ninguna, por lo tanto eres la primera en recibir carta mía. Eres la única que ha
conseguido poner contento a mi corazón, pues con las demás era distinto, ya
que recibía una carta y les decía a mis compañeros “Hoy me ha escrito mi
conquista de Valencia”, al día siguiente les decía que otra me había llegado de
Alicante, y así…
Espero que tus sentimientos hacía mi no se te pasen con el tiempo, yo estoy
seguro que los míos duraran muchos años. Me gustaría que me mandaras tu
número de teléfono, yo te mando el mío para casos urgentes.
400612- Dragaminas “Júcar”
Se despide de ti un marinero que mucho te quiere y que no te olvida. El camino
de miles de kilómetros empieza con un solo paso. Je t’aime. Miles de besos.
Juan Carlos.
Los primeros días después de la marcha de Juan Carlos no fueron nada
fáciles. Eliane se sentía extraña, ni ella misma comprendía como podía
haberse enamorado tan profundamente de un extraño con el que solo había
pasado unas horas. Las horas más increíbles de su vida.
Pasaron los meses y las cartas fueron en aumento. A pesar de la distancia,
permanecían más unidos que nunca, confiaban plenamente el uno en el otro y
se prometían día tras día amor eterno. Incluso Juan Carlos le reenviaba a
Eliane las cartas que recibía de sus admiradoras y Eliane por su parte, se
enorgullecía de que un chico tan sumamente solicitado fuese suyo.
Al cabo de siete largos meses, llegó el momento. Después de mucho insistir, a
Juan Carlos le atorgaron tres días de permiso, tres días que sin duda
aprovecharía para ir a visitar a su amada. Los dos ansiaban ese reencuentro,
estaban cansados de tener que besarse a distancia.
Eliane temblaba de nervios y emoción, intentaba contener las lágrimas pero era
incapaz. Pensar que en cuestión de segundos podría volver a acariciar
lentamente el rostro de su amado con las yemas de sus dedos le parecía
prácticamente imposible, aquello era un sueño. El sueño más bonito de su
vida.
Los días que pasaron juntos fueron inolvidables, durante setenta y dos horas
no se separaron ni un solo momento. Durante esos días volvieron a La Esfera,
pero esta vez como pareja formal. A pesar de que era la segunda vez que se
veían ya no eran dos desconocidos, al contrario, lo sabían todo el uno del otro,
incluso pensaban en el futuro. Eran conscientes de que el camino sería fácil,
pero tenían claro que querían permanecer juntos por siempre.
Pese al frío, pasaron la última tarde antes de la marcha de Juan Carlos
sentados en la orilla del mar mientras comían macarones de frambuesa, el
dulce preferido de Eliane desde que era una niña y también el de Juan Carlos
desde aquel momento. La despedida no tubo un sabor amargo. Se despidieron
seguros de que volverían a verse, de que su amor superaría cualquier
obstáculo. Como echaré de menos este dulce olor a sal, pensaba Juan Carlos
cada vez que la brisa marina acariciaba su rostro.
- No quiero que caiga ni una lágrima por mi – le dijo él dándose cuenta
que los ojos de Eliane brillaban de forma desmesurada.
- Tendré que aprender a ser sin ti.
- No te equivoques. Somos, por más kilómetros que nos separen.
Eliane se encontraba en ese instante en el que podía morir porqué sabía con
certeza que jamás en la vida volvería a sentir nada igual.
Tras la marcha de Juan Carlos, Eliane corrió hacía su casa con la intención de
empezar a escribir una carta para enviársela rápidamente a su amado, no
soportaba su ausencia, y gracias a las cartas lograba sentirse cerca de él. Al
día siguiente Eliane corrió hacía el buzón y ya había una carta esperando ser
abierta, está vez el sobre estaba repleto de corazones dibujados.
18 de diciembre de 1978
Hola cariño,
Supongo que en éste mismo momento en que yo te estoy escribiendo tu
estarás haciendo lo mismo, como habíamos acordado.
No lo entiendo, nunca me había puesto tan nervioso al escribir una carta, y
ahora lo estoy en cantidad, pues me gustaría decirte miles de cosas y no me
sale ninguna, aunque hay una que si te diré y es que te quiero, bueno supongo
que ya lo sabrás. Pensé en todo lo que nos hace tan iguales, y me hace ver
con claridad que estamos hechos el uno para el otro, las dos “medias naranjas”
se tienen que unir. Eliane no sé que más escribirte, por lo tanto lo voy a dejar
así, y voy a seguir soñando contigo, pues esto para mi ha sido como un sueño
maravilloso que me parecía irreal, pero es verdad y estoy contento de que así
sea. Aún tengo el regusto de los macarones de frambuesa. Recuerda que el
camino de miles de kilómetros empieza con un sólo paso. Y nada más, siento
que hasta que nos volvamos a ver nos tengamos que besar a distancia, recibe
pues como despedida un montón de besos de éste marinero que te quiere
cada vez más. “Vaya tontería, es imposible quererte más de lo que te quiero en
este momento”.
Juan Carlos.
Las más de cinco cartas que recibía al día la llenaban de fuerza para seguir
adelante.
El otoño de 1979 fue Eliane la que después de multitud de discusiones con sus
padres y pese a las duras advertencias, viajó hasta Cartagena para ver a Juan
Carlos.
- Mamá, no logras entender nada, necesito verle – chillaba Eliane ante la
mirada atónita de su hermano pequeño.
- Me da igual lo que digas, no vas a ir y se acabó. Si sales por la puerta
no vuelves a entrar, eso tenlo claro.
- Pero mamá, ¿Es que nunca te has enamorado? Voy a hacer lo que
quiera, estoy harta.
- Eliane, háblale bien a tu madre – intervenía Emiliano en medio de la
discusión.
- ¿Enamorarse a los diecisiete años? Eliane haz el favor de dejar de decir
sandeces y vete para tu habitación – respondía la madre Eliane incapaz
de entender a su hija.
Sin tener en cuenta a sus padres y sin pensar en todo lo que debería afrontar a
la vuelta, Eliane cogió el primer vuelo a Cartagena. Haré todo lo que pueda
para que estemos juntos, no me importa lo que piensen mis padres, no me
importa nada.
Una vez en Cartagena, como siempre que estaban juntos, todo fue mágico.
Juan Carlos le presentó a sus padres y en pocos días se convirtió en una más
de la familia. No quería que ese sueño acabase nunca.
Tras pasar la mejor semana de su vida, llegó la hora de marcharse. Juan
Carlos se empeñó en acompañar a Eliane hasta Palamós y así hizo.
Una vez en Palamós, Juan Carlos le entregó una placa con una frase inscrita:
Te quiero más que ayer y menos que mañana. Pese a que Eliane era de
alargar las despedidas, los enamorados se despidieron rápidamente, él debía
coger el autobús hasta el aeropuerto y ya era tarde.
Subió al autobús, le dijo adiós con la mano y no volvió a girarse más para
dedicarle cualquier gesto, ni siquiera una mirada. La sonrisa de Eliane quedó
desencajada, la reacción de Juan Carlos y esa falta de atención le extrañó
mucho, pero prefirió no tenerlo en cuenta y pensar en los maravillosos días que
habían pasado uno al lado del otro.
Eliane abrió la puerta de casa sin saber muy bien que decir, pero tuvo la suerte
que sus padres no estaban, probablemente habrían ido a cenar con su
hermano pequeño. Rápidamente se acostó en la cama y se durmió, no tenía
ganas de discutir.
Al día siguiente abrió el buzón con ilusión pero no había llegado ninguna carta.
Pensó que por algún motivo desconocido las cartas se habrían extraviado y
siguió escribiendo a su amado, contándole lo mucho que lo echaba de menos y
lo maravillosos que habían sido los días a su lado en Cartagena. Pasaron tres
días y el buzón siguió vacío. Eliane, acariciando la placa que él le había
regalado y horrorizada por la posibilidad de que algo malo hubiese sucedido,
llamó una y otra vez a casa de Juan Carlos. No obtuvo respuesta. Nunca más
volvió a recibir ninguna carta de aquél marinero que le prometió una y otra vez
amor eterno, aquél marinero que decía ser el hombre de su vida.
“Me acuerdo de todo, absolutamente de todo y, me llena de rabia no haber
olvidado nada en todo este tiempo. Nada ha cambiado, y no sé decirme el por
qué. Te adoro pero no, no puedo seguir así. Lo más ridículo es que he
intentado mentirme a mi misma, creyendo que podía vivir sin tus abrazos
constantes. Cometí el error de creer que eras quien yo quería que fueras, de
sin conocerte, decirte que eras el hombre de mi vida, de confiar en ti, de creer
que eras mi uno entre un millón, que serías para siempre, mi antes y mi
después.
Me gustaría no acordarme de nada, porque si no te acuerdas de nada, puedes
levantarte por las mañanas y creer que nada ha sucedido. Que todo sigue
igual. Que eres mío, que no te has marchado, que sigo siendo tu todo, que sigo
teniendo tu sonrisa. Pero no puede ser real, todos los recuerdos están
grabados en mi piel a fuego. Y tu silencio va sonando a despedida. Si soy lo
que siento, siento que no estás.”
Eliane estaba cocinando con el sonido de la rádio de fondo, sus dos hijas
pequeñas acababan de llegar de la escuela y su marido entraría por la puerta
en unos instantes. Comer cada miércoles pollo al horno ya se había convertido
en una tradición familiar. Justo en el instante en el que Eliane hablaba con sus
pequeñas sobre como había ido la mañana en la escuela sonó el teléfono:
- Hola
- ¿Si? ¿Dígame?
- ¿Eliane Martínez?
- Si, ¿Quién es?
- Soy yo
- Disculpe, no le conozco ¿con quien habló?
- ¿De veras no reconoces mi voz? La tuya no ha cambiado nada
Eliane dejó un momento el teléfono, Sandra, una de sus hijas, estaba
esparciendo todos los macarones de frambuesa que Eliane había dejado
colocados en un plato para la merienda. Sandra, haz el favor de no hacer
travesuras o esta tarde no vas a probar ni tan solo uno, le decía Eliane irritada.
- Perdone, ya vuelvo a estar aquí, ¿Quién es?
- Me decepciona profundamente que no me reconozcas
- Mire, esto no tiene ninguna gracia, adiós
- El camino de miles de kilómetros empieza con un solo paso
El vaso que Eliane sujetaba de repente cayó al suelo rompiéndose en mil
pedazos. Era incapaz de articular palabra. No podía ser real, una repentina
impotencia invadió su ser.
- Oye, ¿Estás ahí?
- ¿J..J..Juan Carlos? – dijo con voz temblorosa
- El recuerdo es el único paraíso del que no podemos ser expulsados.
- ¿Después de todos estos años? ¿Después de tanto daño?
- Te debo una explicación, lo sé, y te la voy a dar
- Lo siento, no tengo tiempo. Adiós
Juan Carlos quedó aturdido, incluso desmoralizado. Después de más de treinta
y cinco años tenía la necesidad de contactar con la que fue su primer amor y el
desinterés de ésta, lo había dejado paralizado. Juan Carlos vivía en Cartagena,
tenía una hija de siete años y se había divorciado hasta en tres ocasiones.
Fracasado en el amor.
Pasaban los días y la misma necesidad inundaba su ser cada vez de forma
más acentuada. Necesitaba volver a escuchar la voz de la chica de cabello
dorado, ya convertida en toda una mujer.
Lo volvió a intentar una y otra vez, el teléfono sonaba pero jamás volvió a
obtener respuesta. Quería explicarle a Eliane el porqué de su desaparición, el
porqué de su repentina marcha, el porqué de tantas cosas. A Juan Carlos le
dijeron que debía embarcarse tres años, eso representaba tres años sin pisar
tierra y cuando la pisase no quería tener ataduras de ningún tipo. Aquél 5 de
octubre de 1979 renunció al amor por su libertad.

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Mario Vargas Llosa - Día Domingo
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Cuento Antonia y el Ángel
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MI VIDA SIN MÍ

  • 1.                  MI  VIDA  SIN  MÍ  
  • 2.                       “  Hay  personas  que  entran  en  tu  vida   y  lo  cambian  todo”     Coral  Rubio  Domínguez
  • 3. La marea la arrastró hasta lo más profundo sin que nadie pudiera remediarlo. Otoño de 1980. Apenas dormía, se pasaba la horas esperando. Permanecía día y noche encerrada entre las cuatro paredes de su habitación, no tenía el valor de ni salir al balcón, no quería ver aquél mar que tanto le había aportado durante los últimos años. Las cenefas del suelo eran cada día más irregulares, los muelles de la cama más ruidosos y la habitación más estrecha. Sin decir ni una palabra, a la espera, siempre a la espera. Nadie podía entenderla, apenas salía de su habitación y cuando lo hacía era para encontrar algún aliciente, el sabor azucarado y el crujiente tacto, incluso el color rosado de los macarones de frambuesa que su madre cuidadosamente guardaba en el cajón del mueble de la cocina, la transportaban a otro mundo, a otra dimensión. Todo había cambiado des de aquel momento. Su madre le repetía día tras día que no podía seguir así, que a pesar de haberla decepcionado profundamente, no iba a permitir que su hija se consumiese de tal forma. Eliane, apática y desmoralizada levantaba asqueadamente el labio superior, sin decir ni una palabra. Ya nada le importaba, nada tenía sentido, no podía retroceder el tiempo. Emiliano, su padre, se limitaba a no decir nada, observaba atentamente cada detalle, cada movimiento, y consciente de la actitud irreconocible de su hija, optaba por resignarse y dejar transcurrir el tiempo. Lo que tenga que ser, será, todo esto se veía venir. Aunque las discusiones entre la pareja eran cada vez más constantes, incluso diarias, Emiliano permanecía totalmente enamorado de su esposa. Los chillidos de Felicita se habían convertido en un tema frecuente entre los personajes más chismosos del barrio. ¿Qué les estará pasando a este matrimonio? Se preguntaban los vecinos, conscientes de la buena relación de la pareja.
  • 4. Emiliano y Felicita contrajeron matrimonio en Salamanca en el año cincuenta y nueve, ella tenia tan sólo dieciocho años, diez de diferencia respecto a su esposo. Poco después, en busca de un futuro mejor, se marcharon a Epernay (Francia) donde fruto de su amor nació Eliane, la primera de tres hermanos y que ahora tantos problemas estaba causando entre la pareja. Él creía que el tiempo todo lo cura y a ella le horrorizaba la posibilidad de que su hija acabase tocada y hundida, el debate estaba servido en el salón de casa de los Martínez. Primavera de 1972. Eliane tenía diez años y aunque hablara el español como lengua materna, había aprendido el francés perfectamente en la escuela, era una niña feliz y risueña, sin preocupaciones. Éstas empezaron la noche en que sus padres le comunicaron a la pequeña la decisión que habían tomado: Se marcharían a Palamós, un pueblecito de la Costa Brava poseedor de un maravilloso puerto. A Eliane pese a ser aventurera y atrevida no le hizo ninguna ilusión la idea de marcharse a otro lugar. Estaba preocupada, ahora no se podría pasar las horas de recreo jugando en la granja de sus padres, rodeada de todos los animales que tanto la divertían. Sin embargo, después de la insistencia de sus padres, ya imaginaba millones de aventuras en la arena de la playa, junto al mar, los barcos y sus marineros. En realidad, la idea no era del todo mala, siempre había adorado las películas de marineros. La adaptación de Eliane no fue fácil. Echaba de menos demasiadas cosas y el hecho de no saber hablar catalán lo ponía todo aún más difícil. Muchos de sus nuevos compañeros se negaban a hablarle el castellano, hecho que debido a su corta edad no podía entender y preguntaba el por qué reiteradamente a sus padres. Pese a las dificultades, Eliane fue superando todos los obstáculos que se anteponían en su camino. Ya no era “la charnega” como muchos la nombraban, ya se había convertido en una más. A los dieciséis, seis años después, la niña repleta de miedos, se había convertido en una chica completamente segura de sí misma. Eliane cuidaba de su hermano pequeño al acabar las clases, hecho que reducía a límites inimaginables su tiempo libre.
  • 5. Por lo tanto, las noches eran largas, y siempre que podía escapaba a pasear por el puerto con las que ya se habían convertido en sus mejores amigas. Adoraba el ruido de las olas. Un viernes al acabar las clases Eliane se dirigía a La Esfera más desganada que nunca. El día no había ido del todo bien. El cuidar del pequeño de la casa diariamente la agobiaba, y sus padres la trataban como la adulta que aún no era. En La Esfera, esperaba encontrar el mismo ambiente de cada viernes tarde: sus amigas, dos o tres cuarentones tomando whisky sin cesar y el dueño del local que a medida que transcurrían las horas se le dilataban más las pupilas al mirar a la camarera. Pero al entrar, se dio cuenta que ese no era un viernes cualquiera, la pista estaba llena e incluso era complicado hacerse un hueco en la barra. Eliane, sorprendida, se paró detenidamente a observar el panorama y al cabo de un segundo sus amigas ya la habían informado que seis barcos habían atracado en el puerto, todos con nombres de ríos: El Tajo, El Duero, El Júcar… Eran tan sólo las siete de la tarde y más de ochenta marineros bailaban animadamente como si no hubiese mañana: I love to love, but my baby just loves to dance, yes he does… sonaba a un volumen estrepitoso. Eliane alzó la vista y sus ojos fueron directamente a parar a él: moreno, alto, ojos color azabache y mirada profunda, capaz de deleitar a cualquiera. Y la deleitó, lo hizo, ella era incapaz de apartar la mirada de aquellos labios que acariciaban al moverse. Sus miradas no tardaron demasiado en cruzarse y una vez se encontraron, no pudieron separase, ingenua incapacidad humana. Ya eran las nueve de la noche, en una hora La Esfera cerraría y probablemente sus miradas no se volverían a encontrar jamás, ¡qué cruel resulta en ocasiones asumir la realidad! Media hora antes del cierre del local, empezaron a sonar aquellas canciones más lentas, aquellas para bailar piel con piel, cuerpo con cuerpo. Muchos de los marineros intentaron poder arrimarse a Eliane para bailar junto a ella alguna de las canciones, pero todos fueron intentos fallidos, ella seguía paralizada, sin poder cambiar la dirección de sus pupilas.
  • 6. Sus miradas se acercaban cada vez más, cada parpadeo simulaba un paso, se situaba a escasos centímetros del que en cuestión de segundos se había convertido en su deseo más profundo. ¿No bailas? Fueron las primeras palabras que pronunció. Rostro de conquistador empedernido y voz dulce. Eliane, sin saber demasiado bien qué decir, asintió. Los dos desconocidos empezaron a bailar, él la sujetaba cuidadosamente por la cintura y ella apoyaba sutilmente las manos en sus hombros. De forma inconsciente, se habían convertido en una más de las muchas parejas acarameladas que bailaban románticamente en la sala, pero con una gran diferencia, eran unos desconocidos el uno para el otro. Aún así, la química era alucinante ¿cómo dos extraños podían compenetrarse tanto? Era difícil de entender, y de explicar. Para Eliane los tres minutos en los que Oscar Janot repetía para siempre, como siempre, hoy me he vuelto a enamorar fueron los más corto de su existencia, no quería que la magia de ese momento terminase jamás. Pese a los ruegos interiores de Eli, que así la llamaban sus amigos, la canción terminó y ella que segundos antes había apoyado la cabeza en el pecho del que ya consideraba el chico de sus sueños, se apartó rápidamente y se dirigió hacía él: -Oye, cómo te llamas? – preguntó tímidamente y con voz temblorosa. Él, apuesto como era y con una sonrisa pícara contestó: Carlos, Juan Carlos. Juan Carlos era de Cartagena y a sus dieciocho años ya se había convertido en todo un hombre. Estudiaba para Cabo Primero Mecánico en la Escuela Naval del Ferrol. A causa de que iba de un lado al otro con el Júcar, apenas veía a su familia, pero él siempre se había considerado autosuficiente. Era libre y amaba esa libertad.
  • 7. Se sentaron en una de las mesas que habían en la segunda planta del local y entre risas le escribió una dedicatoria en el Lepanto que no separaba de su lado, Eliane quería que de una forma u otra el futuro cabo tuviese algo que lo indujese a recordarla. La conversación empezó a fluir y entre risas y alguna que otra caricia, sus labios se juntaron lentamente y surgió aquel primer beso, aquel primer beso que los dos tanto deseaban y que les hizo volar. No fue un beso cualquiera. Para ambos fue el beso más deseado y a la vez fugaz de la historia. ¿Te acordarás de mi mañana? Preguntó Eliane, él asintió con la cabeza y le dijo que la acompañaría hasta casa, se negaba a que fuese sola y no saber si había llegado bien. Una vez delante, se sentaron en el banco más cercano y continuaron hablando, incluso se dieron sus respectivas direcciones, parecían dos niños pequeños con la necesidad de saber la respuesta a muchas preguntas, dos niños que jugaban a través de las palabras, dos niños junto a su juguete favorito. Con el deseo de descubrir, de ir más allá. Con tanto y con tan poco, se hizo grande la ilusión. Eliane vivía justo delante del cuartel de la policía y la desfilada de guardias que apareció en un minuto intimidó a la pareja. Ya eran más de las diez y media de la noche, hora límite de llegada para la aventurera que ya se había convertido en toda una señorita. Eliane debía entrar ya a casa. Pero en ese preciso instante Juan Carlos, se lo impidió: - Tengo que decirte algo – dijo él en un tono serio mientras se mordía bruscamente los labios. - Dime – contestó ella nerviosa, sin saber muy bien que le esperaba. - Mañana me marchó a primera hora, no sé exactamente a dónde voy ni cuando podré volver, pero debo irme.
  • 8. Eliane quedó helada. Todas sus ilusiones se desvanecieron en unos segundos y sin pronunciar ni una palabra, sus miradas se alejaron con la promesa de volverse a encontrar siquiera una vez más. No era placer, era necesidad. Esa noche los dos tardaron en dormirse, sabían que algo especial había sucedido y que ese “algo” acabaría en tan solo unas horas. Juan Carlos, por su parte no podía parar de leer la dedicatoria en su Lepanto: “Muchos besitos, y no me olvides. Eli.” Al día siguiente ella no asistió a clase. Se levantó a las ocho de la mañana para así llegar a las nueve al puerto y poder despedirse de su amado. Era consciente de las dificultades de tirar hacía adelante una relación a distancia, pero ese adiós no le sabía a despedida. Creía en las promesas de Juan Carlos y estaba completamente segura que el destino no se reiría de ellos. Aún así, la despedida tuvo un sabor amargo, no pudieron ni siquiera rozarse. A él no le permitían bajar del Júcar y ella aunque intentó por todos los medios llegar hasta él no lo consiguió. La despedida fue fría, sintió como la misma mirada profunda de su primer encuentro penetraba directamente en su interior y la volvía a transportar a otra dimensión, pero esta vez no podía acariciar sus labios. Las fragatas salieron y Eliane sintió un vacío enorme en su interior, parpadeaba intentando contener las lágrimas mientras veía como su amado se alejaba lentamente, de repente abrió los ojos para ver si aún estaba pero ya era tarde. Hay personas que entran en tu vida y lo cambian todo. Aunque él no fuera tan expresivo como ella, echaría de menos aquella inocente sonrisa de niña. Y tan grande era el vacío que al cabo de dos horas de su marcha, empezó a escribir una carta dirigida a aquella chica de pelo dorado que no podía alejar de su pensamiento. Sus compañeros le daban golpecitos en la espalda con intención de animarlo, por primera vez veían al rompe corazones de Johnny, que así lo llamaban sus compañeros, afectado. ¿Se habría enamorado? Para Juan Carlos, Eliane había significado más que un simple amor de puerto y por ello se situaba al margen de sus compañeros, que comentaban sus líos entre carcajadas.
  • 9. Aunque no sabía muy bien que escribir, tenia la necesidad de hacerlo, de sentirse cerca de ella y de hacerle saber que permanecía en su mente y que iba a ser así para siempre. No importaba la distancia. La mañana siguiente Eliane se levantó ojerosa, no había podido dormir mucho. Abrió los ojos con la esperanza de que a Juan Carlos ya le hubiese dado tiempo de echarla de menos. Corrió escaleras abajo para abrir el buzón y su ilusión se hizo realidad: 2 de mayo de 1978 Querida Eliane, Siento muchísimo no haber podido despedirme de ti de otra manera esta mañana, pero aún así no olvidaré nunca tu sonrisa cuando me decías adiós. Quiero que sepas que si fuera verdad eso de que los marineros tienen un amor en cada puerto, tú serías mi preferido, pues me hiciste pasar una noche que no olvidaré en la vida, por muchas chicas que conozca. Tu siempre estarás en mi memoria, de verdad que he sentido mucho tener que dejar Palamós, pero sea cuando sea volveré. Tal vez tardaré un año, tal vez tardaré más, pero cuando me den permiso de verano intentaré pasar por allí un par de días, solo para verte. No te olvido ni un solo segundo, será porque en mi ha nacido el amor. Es cierto que siempre que salimos de la base e intentamos divertirnos conocemos chicas, no siempre, pero sin embargo, te diré que todavía no he escrito a ninguna, por lo tanto eres la primera en recibir carta mía. Eres la única que ha conseguido poner contento a mi corazón, pues con las demás era distinto, ya que recibía una carta y les decía a mis compañeros “Hoy me ha escrito mi conquista de Valencia”, al día siguiente les decía que otra me había llegado de Alicante, y así…
  • 10. Espero que tus sentimientos hacía mi no se te pasen con el tiempo, yo estoy seguro que los míos duraran muchos años. Me gustaría que me mandaras tu número de teléfono, yo te mando el mío para casos urgentes. 400612- Dragaminas “Júcar” Se despide de ti un marinero que mucho te quiere y que no te olvida. El camino de miles de kilómetros empieza con un solo paso. Je t’aime. Miles de besos. Juan Carlos. Los primeros días después de la marcha de Juan Carlos no fueron nada fáciles. Eliane se sentía extraña, ni ella misma comprendía como podía haberse enamorado tan profundamente de un extraño con el que solo había pasado unas horas. Las horas más increíbles de su vida. Pasaron los meses y las cartas fueron en aumento. A pesar de la distancia, permanecían más unidos que nunca, confiaban plenamente el uno en el otro y se prometían día tras día amor eterno. Incluso Juan Carlos le reenviaba a Eliane las cartas que recibía de sus admiradoras y Eliane por su parte, se enorgullecía de que un chico tan sumamente solicitado fuese suyo. Al cabo de siete largos meses, llegó el momento. Después de mucho insistir, a Juan Carlos le atorgaron tres días de permiso, tres días que sin duda aprovecharía para ir a visitar a su amada. Los dos ansiaban ese reencuentro, estaban cansados de tener que besarse a distancia. Eliane temblaba de nervios y emoción, intentaba contener las lágrimas pero era incapaz. Pensar que en cuestión de segundos podría volver a acariciar lentamente el rostro de su amado con las yemas de sus dedos le parecía prácticamente imposible, aquello era un sueño. El sueño más bonito de su vida. Los días que pasaron juntos fueron inolvidables, durante setenta y dos horas no se separaron ni un solo momento. Durante esos días volvieron a La Esfera, pero esta vez como pareja formal. A pesar de que era la segunda vez que se veían ya no eran dos desconocidos, al contrario, lo sabían todo el uno del otro, incluso pensaban en el futuro. Eran conscientes de que el camino sería fácil, pero tenían claro que querían permanecer juntos por siempre.
  • 11. Pese al frío, pasaron la última tarde antes de la marcha de Juan Carlos sentados en la orilla del mar mientras comían macarones de frambuesa, el dulce preferido de Eliane desde que era una niña y también el de Juan Carlos desde aquel momento. La despedida no tubo un sabor amargo. Se despidieron seguros de que volverían a verse, de que su amor superaría cualquier obstáculo. Como echaré de menos este dulce olor a sal, pensaba Juan Carlos cada vez que la brisa marina acariciaba su rostro. - No quiero que caiga ni una lágrima por mi – le dijo él dándose cuenta que los ojos de Eliane brillaban de forma desmesurada. - Tendré que aprender a ser sin ti. - No te equivoques. Somos, por más kilómetros que nos separen. Eliane se encontraba en ese instante en el que podía morir porqué sabía con certeza que jamás en la vida volvería a sentir nada igual. Tras la marcha de Juan Carlos, Eliane corrió hacía su casa con la intención de empezar a escribir una carta para enviársela rápidamente a su amado, no soportaba su ausencia, y gracias a las cartas lograba sentirse cerca de él. Al día siguiente Eliane corrió hacía el buzón y ya había una carta esperando ser abierta, está vez el sobre estaba repleto de corazones dibujados. 18 de diciembre de 1978 Hola cariño, Supongo que en éste mismo momento en que yo te estoy escribiendo tu estarás haciendo lo mismo, como habíamos acordado. No lo entiendo, nunca me había puesto tan nervioso al escribir una carta, y ahora lo estoy en cantidad, pues me gustaría decirte miles de cosas y no me sale ninguna, aunque hay una que si te diré y es que te quiero, bueno supongo que ya lo sabrás. Pensé en todo lo que nos hace tan iguales, y me hace ver con claridad que estamos hechos el uno para el otro, las dos “medias naranjas” se tienen que unir. Eliane no sé que más escribirte, por lo tanto lo voy a dejar así, y voy a seguir soñando contigo, pues esto para mi ha sido como un sueño maravilloso que me parecía irreal, pero es verdad y estoy contento de que así sea. Aún tengo el regusto de los macarones de frambuesa. Recuerda que el
  • 12. camino de miles de kilómetros empieza con un sólo paso. Y nada más, siento que hasta que nos volvamos a ver nos tengamos que besar a distancia, recibe pues como despedida un montón de besos de éste marinero que te quiere cada vez más. “Vaya tontería, es imposible quererte más de lo que te quiero en este momento”. Juan Carlos. Las más de cinco cartas que recibía al día la llenaban de fuerza para seguir adelante. El otoño de 1979 fue Eliane la que después de multitud de discusiones con sus padres y pese a las duras advertencias, viajó hasta Cartagena para ver a Juan Carlos. - Mamá, no logras entender nada, necesito verle – chillaba Eliane ante la mirada atónita de su hermano pequeño. - Me da igual lo que digas, no vas a ir y se acabó. Si sales por la puerta no vuelves a entrar, eso tenlo claro. - Pero mamá, ¿Es que nunca te has enamorado? Voy a hacer lo que quiera, estoy harta. - Eliane, háblale bien a tu madre – intervenía Emiliano en medio de la discusión. - ¿Enamorarse a los diecisiete años? Eliane haz el favor de dejar de decir sandeces y vete para tu habitación – respondía la madre Eliane incapaz de entender a su hija. Sin tener en cuenta a sus padres y sin pensar en todo lo que debería afrontar a la vuelta, Eliane cogió el primer vuelo a Cartagena. Haré todo lo que pueda para que estemos juntos, no me importa lo que piensen mis padres, no me importa nada. Una vez en Cartagena, como siempre que estaban juntos, todo fue mágico. Juan Carlos le presentó a sus padres y en pocos días se convirtió en una más de la familia. No quería que ese sueño acabase nunca. Tras pasar la mejor semana de su vida, llegó la hora de marcharse. Juan Carlos se empeñó en acompañar a Eliane hasta Palamós y así hizo. Una vez en Palamós, Juan Carlos le entregó una placa con una frase inscrita:
  • 13. Te quiero más que ayer y menos que mañana. Pese a que Eliane era de alargar las despedidas, los enamorados se despidieron rápidamente, él debía coger el autobús hasta el aeropuerto y ya era tarde. Subió al autobús, le dijo adiós con la mano y no volvió a girarse más para dedicarle cualquier gesto, ni siquiera una mirada. La sonrisa de Eliane quedó desencajada, la reacción de Juan Carlos y esa falta de atención le extrañó mucho, pero prefirió no tenerlo en cuenta y pensar en los maravillosos días que habían pasado uno al lado del otro. Eliane abrió la puerta de casa sin saber muy bien que decir, pero tuvo la suerte que sus padres no estaban, probablemente habrían ido a cenar con su hermano pequeño. Rápidamente se acostó en la cama y se durmió, no tenía ganas de discutir. Al día siguiente abrió el buzón con ilusión pero no había llegado ninguna carta. Pensó que por algún motivo desconocido las cartas se habrían extraviado y siguió escribiendo a su amado, contándole lo mucho que lo echaba de menos y lo maravillosos que habían sido los días a su lado en Cartagena. Pasaron tres días y el buzón siguió vacío. Eliane, acariciando la placa que él le había regalado y horrorizada por la posibilidad de que algo malo hubiese sucedido, llamó una y otra vez a casa de Juan Carlos. No obtuvo respuesta. Nunca más volvió a recibir ninguna carta de aquél marinero que le prometió una y otra vez amor eterno, aquél marinero que decía ser el hombre de su vida. “Me acuerdo de todo, absolutamente de todo y, me llena de rabia no haber olvidado nada en todo este tiempo. Nada ha cambiado, y no sé decirme el por qué. Te adoro pero no, no puedo seguir así. Lo más ridículo es que he intentado mentirme a mi misma, creyendo que podía vivir sin tus abrazos constantes. Cometí el error de creer que eras quien yo quería que fueras, de sin conocerte, decirte que eras el hombre de mi vida, de confiar en ti, de creer que eras mi uno entre un millón, que serías para siempre, mi antes y mi después.
  • 14. Me gustaría no acordarme de nada, porque si no te acuerdas de nada, puedes levantarte por las mañanas y creer que nada ha sucedido. Que todo sigue igual. Que eres mío, que no te has marchado, que sigo siendo tu todo, que sigo teniendo tu sonrisa. Pero no puede ser real, todos los recuerdos están grabados en mi piel a fuego. Y tu silencio va sonando a despedida. Si soy lo que siento, siento que no estás.” Eliane estaba cocinando con el sonido de la rádio de fondo, sus dos hijas pequeñas acababan de llegar de la escuela y su marido entraría por la puerta en unos instantes. Comer cada miércoles pollo al horno ya se había convertido en una tradición familiar. Justo en el instante en el que Eliane hablaba con sus pequeñas sobre como había ido la mañana en la escuela sonó el teléfono: - Hola - ¿Si? ¿Dígame? - ¿Eliane Martínez? - Si, ¿Quién es? - Soy yo - Disculpe, no le conozco ¿con quien habló? - ¿De veras no reconoces mi voz? La tuya no ha cambiado nada Eliane dejó un momento el teléfono, Sandra, una de sus hijas, estaba esparciendo todos los macarones de frambuesa que Eliane había dejado colocados en un plato para la merienda. Sandra, haz el favor de no hacer travesuras o esta tarde no vas a probar ni tan solo uno, le decía Eliane irritada. - Perdone, ya vuelvo a estar aquí, ¿Quién es? - Me decepciona profundamente que no me reconozcas - Mire, esto no tiene ninguna gracia, adiós - El camino de miles de kilómetros empieza con un solo paso
  • 15. El vaso que Eliane sujetaba de repente cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos. Era incapaz de articular palabra. No podía ser real, una repentina impotencia invadió su ser. - Oye, ¿Estás ahí? - ¿J..J..Juan Carlos? – dijo con voz temblorosa - El recuerdo es el único paraíso del que no podemos ser expulsados. - ¿Después de todos estos años? ¿Después de tanto daño? - Te debo una explicación, lo sé, y te la voy a dar - Lo siento, no tengo tiempo. Adiós Juan Carlos quedó aturdido, incluso desmoralizado. Después de más de treinta y cinco años tenía la necesidad de contactar con la que fue su primer amor y el desinterés de ésta, lo había dejado paralizado. Juan Carlos vivía en Cartagena, tenía una hija de siete años y se había divorciado hasta en tres ocasiones. Fracasado en el amor. Pasaban los días y la misma necesidad inundaba su ser cada vez de forma más acentuada. Necesitaba volver a escuchar la voz de la chica de cabello dorado, ya convertida en toda una mujer. Lo volvió a intentar una y otra vez, el teléfono sonaba pero jamás volvió a obtener respuesta. Quería explicarle a Eliane el porqué de su desaparición, el porqué de su repentina marcha, el porqué de tantas cosas. A Juan Carlos le dijeron que debía embarcarse tres años, eso representaba tres años sin pisar tierra y cuando la pisase no quería tener ataduras de ningún tipo. Aquél 5 de octubre de 1979 renunció al amor por su libertad.