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De las fotografías:
Juan Ortiz de Mendívil
De los textos:
sus autores
Textos de:
Ali Laraki
Almudena Gómez de Cecilia
Antonia Bueno
Antonio López
Antonio Mengs
Arturo Amez
Aureliano Cañadas
Carlos París
Carmen Fernández Peña
Dawei Ye
Francisco Ansón Oliart
Francisco Bermejo
Itziar Pascual
Jerónimo López Mozo
José Bolorino
José Manuel Arias
José María Merino
Juan de Amiano
Juan Polo
Jesús Campos García
Jesús Maroto
Lidia Falcón O’ Neill
Luis Cañadas
María Alonso
María Antonia Rodríguez
María Esperanza Párraga
Purificación Rodríguez
Rafael Fernández Guijarro
Salvador Enríquez
En los jardines del Retiro
Depósito legal:
M-24435-2017D
Juan Ortiz de Mendívil y 28 escritores
En los jardines del Retiro
 
Es este un libro que nació en la Red y ahí continua en vías de elaboración permanente.
Las imágenes son todas de la misma mano, pero en él se ha dado entrada a colaboraciones
literarias y de pensamiento en general.
Hasta el momento presente han participado  veinticho autores, más y menos importantes
(entre ellos hay varios premios nacionales de literatura y algún  reputado científico), de
muy distintas sensibilidades. Poemas, textos en prosa, cuentos, monólogos, diálogos, etc.
Hay colaboraciones en varias lenguas, incluidas el chino y árabe. Todas las imágenes han
sidorealizadasenelparquedelRetirodeMadrid,dequienelautordelasimágenesesvecino
desde la infancia. A continuación se exponen las imágenes y los textos que incorporados
hasta el momento conforman este edición digital, y una  nota de presentación. 
                                Nota de presentación
Al más puro estilo oriental, me apresuro a decir lo que En los jardines del Retiro no es.
No es un libro sobre el Retiro, sus jardines, su historia, o, sus monumentos.
Sí es un libro en el que sus imágenes han surgido en el moroso deambular por sus paseos,
veredas y rincones; en el reiterado encuentro con sus estatuas.
También deseo señalar que es un libro individualista a la par que coral.
Todas sus imágenes han sido captadas por un solo individuo, y responden en consecuencia
a una única sensibilidad, pero los autores de los textos son personas muy diferentes en
cuanto a orientación literaria e intelectual, e incluso, en ocasiones, pertenecen a culturas
distantes.
Aún así hay un hilo que reconduce todos los textos, y es que todos han sido escritos a la
vista de las imágenes y como una reacción a ellas.
De esta manera se ha pretendido, y estimo que conseguido aunque sea limitadamente, que
En los jardines del Retiro, sea un crisol de sensibilidades.
Porlodemásnoesésteunlibroconcluso.Sigueabierto,desdelaamistadyenunainvitación
permanente a la creatividad, a nuevas aportaciones.
A todos los que han participado en él, o lo hagan en el futuro, mi más cálido
agradecimiento.
                              Juan Ortiz de Mendívil
 
 
¿Por qué vienes envuelto en sombra?,
 
¿qué te hizo montar tu alazán del miedo?, 
 
¿por qué te detienes inquietándome con tu
silencio, caballero nocturno, en la luz del
mediodía?
 
El brillo de la mañana no dará claridad
a  tus oscuras intenciones.
 
Espolea de nuevo tu cabalgadura de bronce
y huye, como siempre has hecho,
para no volver jamás.
 
Antonio López
Las enseñanzas de Magritte 
Observa el Mundo con ojos nuevos.
Esta farola no es una mera farola.
Este árbol no es solamente un árbol.
Estas ramas desnudas no son un puñado de
ramas desnudas.
Este atardecer no es apenas unas horas de luces
desvanecidas.
Este aire transparente de invierno no es siquiera
un aire transparente de invierno.
En las imágenes,
en los objetos,
en las atmósferas,
hay experiencias veladas y discretas.
Instantes de ilusión y de vida.
Camina despacio
y observa el nuevo Mundo que se despereza.
 
Itziar Pascual
Instalación
 
Por un error de fechas, visitó el lugar después de que hubieran retirado ya lo que había formado
la exposición de un artista bastante conocido: una de esas muestras en que el arte contemporáneo
detiene su atención en ciertos objetos cotidianos o vulgares para despojarlos de su función y ofrecerlos
a otra mirada. Sin embargo, no supo que la exposición había concluido, porque en la fachada del gran
pabellón acristalado permanecían los carteles anunciadores.
Sorprendido ante lo solitario del lugar, entró. Desnudo el recinto de cualquier cosa, un juego de
claroscuros se desplegaba como único ocupante.
Más allá de los vidrios, los espacios de fulgor se alternaban con la insinuación vegetal y sombría del
parque crepuscular. En el interior, las estructuras de las columnas de hierro que sostienen el armazón
metálico del edificio se conjugaban con el sol declinante en la densidad palpable del espacio vacío,
generando un vigoroso e inquietante ámbito.
Sobre la suavidad del suelo polvoriento se depositaban los signos seguros, aunque indescifrables,  de
las sombras alargadas.
El momento misterioso de la luz estaba propiciando aquella instalación asombrosa. Permaneció
inmóvil durante bastante tiempo y, todavía sin salir de su error,  pensó que el responsable de aquella
exposición evanescente era, sin duda, un artista extraordinario.
 
José María Merino
¡Banco de piedra del Retiro!
Cuántas veces habrás percibido el dulce placer
de los enamorados, sentido el suave roce de
la carne, visto sonrisas y lágrimas de amor, de
odio también, escuchado promesas de eternidad
imposibles de cumplir.
Cuántas habrás sentido el leve roce de los niños
y el aleteo de los pájaros que se han ensuciado
encima.
Cuántas habrá llegado a tí  gente sudorosa por
el trabajo, abatida por la aflicción...
Has acogido a todos. Has soportado a todos
sin rechistar, aunque hayas visto lo más
abominable.
Se puede confiar en tí.
Pero di: Ahora que te has quedado solo con las
hojas mudas del otoño por única compañía,
¿No sientes  nostalgia de la primavera?
Francisco Bermejo
 
De cuando fui un hombre he conservado
mis deseos insatisfechos.
Decapitadas ramas, nudos,
me deforman ahora que soy árbol.
¡Oh liso tronco de los abedules¡
Como antes envidié en los otros
fortuna, inteligencia, los envidio.
Qué nueva vida 
me será dada
y de qué manera me acompañarán.
 
 
Aureliano Cañadas
¿Qué sientes árbol deforme de belleza
imperfecta?
Tal vez, algunos se asustan de tu aparente
fealdad.
No tengas miedo
quiero acariciar tu robusta corteza,
la malformación intransigente de tu tronco
que proyecta sinuosas sombras contra el
áspero suelo.
Déjame sentir, contigo, tu dolor por ser
diferente,
déjame acompañarte
y padecer, contigo, el rechazo de otros
que no entienden de amor.
Quiero unirme a ti,
abrazarme y fundirme
en tu hermosa soledad.
Antonio López
Francisco de Paula Martí Mora
Estamos ante un hombre ilustrado, erudito, afable, ingenioso, polifacético, que se empeñó en dar alcance a las
palabras. Y lo consiguió. Hizo suya la máxima: Corran cuanto se quiera las palabras, la mano todavía corre
más: la lengua no ha concluido todavía, cuando la mano ya ha dado fin a su acción.
Se trata de un estenógrafo pionero; del inventor y adaptador a la lengua castellana de lo que dio en llamarse
taquigrafía, o, como él tituló su obra: el arte de escribir con tanta velocidad como se habla y con la misma
claridad que la escritura común.
Esta pretensión no era nueva; venía de antiguo: desde los fenicios, los griegos, los romanos; pero Francisco
de Paula, a partir de otros precedentes, fue el mejor de su tiempo y el introductor en España de esta compleja
técnica gráfica, amalgama de gramática, lengua y geometría.
Y no contento con ello y para ganar la batalla de la velocidad al humilde lápiz, tributario del sacapuntas, y a
la pluma común, necesitada de ser entintada constantemente, inventó la pluma-fuente, la pluma-recipiente,
la pluma gordezuela que dio en llamarse estilográfica, y fue más adelante comercializada por los fabricantes
Shaeffer y Parker.
Su método se introdujo enseguida en la vida parlamentaria española, como una necesidad ineludible para
dejar constancia de los debates, frecuentemente apasionados y vivaces, y propició aquella significativa y
famosa frase de Antonio Canovas: Yo para gobernar no necesito mas que luz y taquígrafos.
Ciertamente la palabra en libertad, la libertad de expresión, pertenece al corazón mismo de la democracia; pero
como a las palabras se las lleva el viento, es preciso dejar constancia de ellas, se pronuncien a la velocidad
que se pronuncien.
Luz y taquígrafos es una expresión que escuchamos con frecuencia, y mantiene su vigencia al oponerse
frontalmente al oscurantismo, a la manipulación y a la evasión de responsabilidades.
Francisco de Paula Martí Mora: el polígrafo; el artista del signo. 
Juan de Amiano
 
Se desmayó en gris el blanco
de tu vestido de novia.
Rodaron como las horas
las perlas de la desdicha.
¿Quién dijo que traían mala suerte?
Cierras las puertas al llanto;
habitación incendiada
y haces leña de los muebles
alimento de tu hoguera.
Si crees que llorar es necesario,
hazlo antes de que hierva el agua.
Olvida que sinrazón
desmayó la mano alada
sobre el fuego redentor.
No es fácil ser mujer hecha de encajes,
es huir tras las cenizas,
no ser fiel a tus principios.
Comienza desde la niña
y reescribe el poema. 
Arturo Amez
MUJER ROTA
El cazador de sombras
Aquel hombre vivía en un pueblo rodeado de montañas estériles, calcinadas por un sol implacable, sin un
árbol, sin una brizna de hierba, azotado por el viento polvoriento y ardiente como el soplo de un horno recién
encendido.
La luz cortaba la realidad a hachazos sin dejar un resquicio para las sombras ni para imaginación alguna.
Un día viajó a Madrid y conoció los jardines del Retiro. Sus ojos asombrados y heridos de tanta luz encontraron
por fin la penumbra, la sombra de un mundo vegetal para él desconocido.
Sintió el ruido de las hojas caídas bajo sus pies, el olor de la hierba, de la tierra húmeda, de los cipreses, de los
altos pinos. Paseó por sus oscuras avenidas, descubrió estatuas como fantasmas blancos de mármoles corroídos
por los años.
Admiró aquellos árboles que ascienden desde un lecho de sombras hacia un cielo solo vislumbrado en pequeños
relámpagos de azul entre las frondas.
Llegó hasta la rotonda donde el otoño convirtió los chopos, los álamos, los sauces, en antorchas vivas.
Y volvió un día y otro día, hasta que regresó a su tierra, a su casa; una casa con ventanas que golpeaban
empujadas por aquel viento que se colaba por las rendijas, haciendo chirriar todas las puertas.
Una tarde cerró puertas, ventanas y postigos, y allí agazapado como una fiera al acecho, sin ruido, esperó el
avance de las sombras para sentir ese temblor, ese miedo y esa irrefrenable atracción que siempre había sentido
por las tinieblas. Quizás en lo mas hondo de su memoria permanecía el lejanísimo recuerdo de una hiriente luz
que lo arrojó desde arriba al oscuro abismo. Y, como el cazador furtivo que se recrea contemplando su presa, se
dirigió al armario, sacó un álbum que el mismo había confeccionado, y fue extrayendo, una a una, la manada de
sombras que con su cámara cobrara allá en los jardines del Retiro.
Luis Cañadas
Dubi Pepinillo
¡Dubi, muchacho, qué elevado estás en tu
particular silla de paseo!
Los simples paseantes pegados a la tierra,
al verte pasar tan sereno y ensimismado
en la música de tu acordeón, admiramos
tu gratuita osadía y sentido del juego, y te
deseamos mucho éxito y perseverancia,
para que el más difícil todavía, te conduzca
a alturas desafiantes e impredecibles.
Juan de Amiano
Santa Faz
Con lágrimas tejidas
pone Madre blandor sobre la piedra
y la hace rostro al fin. 
María Esperanza Párraga
En el Calvario
Cae al suelo el condenado a muerte,
vencido por el peso de la cruz y las heridas.
Nadie se acerca por miedo a los soldados.
Una mujer alta, de rostro sereno y ojos color miel,
se inclina a su lado y le seca la sangre del rostro.
Los romanos no se atreven a intervenir,
algo en su mirada les detiene.  
El reo se levanta de nuevo con su ayuda,
y,
prosigue el camino del calvario.
Almudena Gómez de Cecilia
Benito
Qué enorme y prolífico escritor fuiste, Benito.
Muchos en la adolescencia nos iniciamos en la lectura con tus famosos Episodios nacionales: Trafalgar, La
corte de Carlos IV, Bailen…
Imposible no recordar algunos de tus entrañables personajes, como aquel profundamente humano: la
protagonista de tu novela Misericordia.
Después, la fuerza de tus tramas argumentales influyeron poderosamente en Luis Buñuel y propiciaron
impresionantes películas, como Nazarín y Tristana.
No sé si hoy eres muy leído; probablemente no.
En cualquier caso te perpetúas en la memoria colectiva mediante la hermosa estatua-retrato que de ti hizo
Victorio Macho y fue inaugurada, contigo presente aunque ya invidente, en los Jardines del Buen Retiro de
Madrid, muy cerca de la Rosaleda.
Hermosas las manos entrelazadas; ensimismado tu rostro.
Una escultura en piedra caliza blanda, que sufriendo la erosión del tiempo, el sol, la lluvia, el viento, los
excrementos de los pájaros y las pedradas de los niños, se va desvaneciendo, como la memoria de quienes
fuimos tus lectores, que, aunque en este momento no te leemos, te recordamos con afecto y te rendimos
homenaje, Benito.
Benito Pérez Galdós.
Juan de Amiano
Diálogo de los ausentes
En esta obra de teatro mínimo no hay reparto. Es una obra para ser leída, no representada. Lo
dos personajes han de ser imaginados por el lector.
La escena representa el rincón de un parque. El suelo es de adoquines que están brillantes,
quizá, por una reciente lluvia. Al fondo, en los laterales, a derecha e izquierda, sendos bancos
de piedra. Entre los dos bancos, en el foro, montones de hojas caías recientemente de los árbo-
les.
Un leve rayo de sol ilumina la escena y da a todo el espacio un color casi mágico.
(Imaginamos también que desde el proscenio avanza hasta el fondo un personaje.
En su caminar, lento, pausado, sigue la línea recta que separa los dos conjuntos de adoquines.
El personaje imaginado tiene voz de hombre).
(Teatro mínimo para ser leído)
VOZ DE HOMBRE.VOZ DE HOMBRE.- Sí, ya lo ves, de nuevo aquí. A pesar de todo, regreso; a pesar de la tristeza que siento… aquí estoy un día más.
VOZ DE MUJER.- Si te pone triste este rincón ¿porqué acudes?
VOZ DE HOMBRE.- No lo sé. Hay cosas que se escapan de la lógica; que se hacen, sin duda, por alguna razón, pero que la desconocemos. Tengo mis dudas.
i te pone triste este rincón ¿porqué acudes?
VOZ DE HOMBRE.- No lo sé. Hay cosas que se escapan de la lógica; que se hacen, sin duda, por alguna razón, pero que la desconocemos. Tengo mis dudas.
VOZ DE MUJER.- ¡Tú y tus eternas dudas! Siempre fuiste dubitativo, incapaz de tomar una decisión… eso era algo que me desesperaba. Lo sabes. (Pausa)
Prefiero una y mil veces cometer un error a quedarme con los ojos abiertos, un signo de interrogación en la frente y las manos abiertas… en espera de que otro
decida.
VOZ DE HOMBRE.- Hace años esto era diferente. El sol brillaba más y el suelo no tenía este halo de
tristeza. Quizá el paso del tiempo cambia nuestro punto de vista. (Pausa) Bueno, cambia nuestro punto
de vista o cambiamos nosotros. Seguramente yo no soy el mismo de hace… ¡qué sé yo! de hace cuarenta
años. (Se sienta en el banco de la izquierda y queda pensativo) A pesar de todo hay algo de este rincón
que me atrae, que me hace volver.
(Ahora imaginamos que otro personaje entra por el fondo. Arrastra los pies por entre las hojas, como
dándoles leves patadas, y toma asiento en el banco de la derecha. Este personaje que imaginamos tiene
voz de mujer)
VOZ DE MUJER.- (Con voz de fingida sorpresa) ¡Has vuelto!
VOZ DE HOMBRE.- Sí, ya lo ves, de nuevo aquí. A pesar de todo, regreso; a pesar de la tristeza que
siento… aquí estoy un día más.
VOZ DE MUJER.- Si te pone triste este rincón ¿porqué acudes?
VOZ DE HOMBRE.- No lo sé. Hay cosas que se escapan de la lógica; que se hacen, sin duda, por alguna
razón, pero que la desconocemos. Tengo mis dudas.
VOZ DE MUJER.- ¡Tú y tus eternas dudas! Siempre fuiste dubitativo, incapaz de tomar una decisión…
eso era algo que me desesperaba. Lo sabes. (Pausa) Prefiero una y mil veces cometer un error a quedarme
con los ojos abiertos, un signo de interrogación en la frente y las manos abiertas… en espera de que otro
decida.
VOZ DE HOMBRE.- Sabes que siempre admiré tu capacidad de decidir, pero yo no era como tú…
(Rectificando) No soy como tú.
VOZ DE MUJER.- Confundes los tiempos: te vas del presente al pasado… sin apenas meditar.
VOZ DE MUJER.- Confundes los tiempos: te vas del presente al pasado… sin apenas meditar.
VOZ DE HOMBRE.- (Con enfado) ¡Deja de dar lecciones! No me digas lo que debo de hacer y lo que no,
no olvides de durante años, incomprensiblemente, convivimos. Sabes cómo soy… y creo saber cómo eres
tú.
VOZ DE MUJER.- Posiblemente ninguno llegamos a conocer al otro. (Irónica) Bueno, no discutamos. A
fin de cuentas, para un rato que nos encontramos no vale la pena amargarlo. Pero no me digas que no es
curioso que aparezcas por aquí con tanta frecuencia.
VOZ DE HOMBRE.- (En tono de reproche) Lo mismo que tú. Tú también acudes. Los dos acudimos y,
creo que no sabemos las razones. Intuyo que es una perversa atracción lo que nos hace volver, un intentar
revivir lo pasado.
VOZ DE MUJER.- Tal vez quieras reescribirlo… queramos.
VOZ DE HOMBRE.- Es posible, tal vez haya algo de eso. Un deseo escondido.
VOZ DE MUJER.- Eso no es posible. El pasado fue, ya no es. Imposible volver atrás y modificar nada.
El consuelo que nos queda, si puede llamarse consuelo, es que no podemos volver a cometer los mismos
errores.
VOZ DE HOMBRE.- Fue dura la convivencia, en ocasiones fue dura. Si pudiéramos…
VOZ DE MUJER.- Lo peor fue la indiferencia. Vivir bajo el mismo techo, comer en la misma mesa… y
apenas mirarnos a la cara.
VOZ DE HOMBRE.- Yo te miraba... pero bajabas la vista.
VOZ DE MUJER.- Era una mirada fría. No veía en ella el amor… ¡ni el deseo!
VOZ DE HOMBRE.- (Nervioso, baja la mirada) Es posible que… con el paso del tiempo… se llegue a la
apatía.
VOZ DE MUJER.- (Muy explicativa. Con un punto de ironía) Sí, a vivir como dos hermanos, no como
pareja, no como hombre y mujer. Sé que mi cuerpo… perdió encanto físico, pero a la vuelta de los años tú
tampoco eras una escultura griega. (Ríe) Pero el deseo debe nacer del cariño y eso… ¡lo perdimos hace
tiempo!
(Se hace un silencio. Una larga y agobiante pausa. Ambos bajan la mirada y entrecruzan los dedos en un
intento de disimular el nerviosismo. Quieren ocultar su verdad)
VOZ DE HOMBRE.- Tuvimos momentos felices, no lo olvides. Aquí, en este rincón precisamente. Recuerda
aquellas tardes… y algunas noches de verano… Hacíamos proyectos, planeábamos un futuro…
VOZ DE MUJER.- (Riendo) Sí, y corríamos de los guardas cuando, por besarnos en público, trataban de
detenernos… o al menos de multarnos.
VOZ DE HOMBRE.- ¿Lo ves? Lo recuerdas con detalle y con agrado.
VOZ DE MUJER.- Pero los recuerdos son solo eso: pasado. Lo que no se puede modificar. Lo que
permanece inmutable aunque al observarlo ahora nos parezca encantador. La memoria es selectiva:
retenemos lo agradable e incluso a lo desagradable le damos una pátina de encanto para hacerlo, digamos,
digerible.
VOZ DE HOMBRE.- Creo que, como casi siempre, tienes razón. Si sintiéramos el pasado tal como fue no lo
podríamos resistir. Sería… demasiado doloroso.
VOZ DE MUJER.- Ya no nos puede doler.
VOZ DE HOMBRE.- Pero sí podemos percibir.
VOZ DE HOMBRE.- ¡Ya! sí, observo que… a pesar de tus reproches…
VOZ DE MUJER.- ¡A pesar de mis reproches caigo en el mismo error! En las dudas. Tal vez eso nos hizo
sucumbir.
VOZ DE HOMBRE.- Creo que es malo estar seguro de todo. Ser relativista es… como buscar la verdad más
absoluta… sabiendo que no existe ¡qué ironía!
VOZ DE MUJER.- (Continuando la frase) Y mientras la buscábamos caímos en la más absoluta de las
soledades. Pero ya hace años que todo eso terminó, sólo nos resta encontrarnos aquí y dejar que trascurra la
eternidad.
VOZ DE HOMBRE.- Mira… si nos estamos encontrando con frecuencia es porque algo sentimos. Nos
agrada venir, nos sentimos bien encontrándonos aquí, en este rincón del parque. ¿Cual es el conflicto?
VOZ DE MUJER.- (Resuelta) ¡Ninguno! Y eso es lo peor, que este es un drama sin conflicto (Con tono triste)
que son los dramas más aburridos, los que no interesan a nadie.
(El lector imagina que la luz del sol va decayendo, que se hace un lento oscuro, mientras que las dos voces
–la del Hombre y la de la Mujer– se apagan y sus siluetas, casi intuidas, se evaden por entre los árboles.
En la escena siguiente, si la imaginamos, podríamos ver cómo alguien se acerca a los bancos y deja, en cada
uno de ellos, un par de rosas rojas. Las dos voces siguen ausentes).
Salvador Enríquez
¡Oh, si las flores fueran eternas!
y el fulgor de las armas brillara para siempre.
El cielo estallaría en fuegos inextinguibles
y este ser que no existe nacería.
Los cristales que rompieron el silencio
reverberarían en el véspero al fin,
y la canción de aquel que la ha olvidado,
de luz y el color que la resucitaría.
Versos lucientes uno tras otro
como sierpe de recuerdos hundidos
en los desvanes de la memoria;
mendigos de amor que nadie ofrece.
Así como morimos de ansia insatisfecha,
así enterramos los puros y veraces deseos
que nadie de los tuyos comprendía,
en el pantano de los rinocerontes.
Si tu fueras el que debías haber sido,
olvido en el cieno como hoy,
me darías la paz y la rama de olivo.
Lidia Falcón
Corcel en bronce, que encabritado te lanzas
presuroso en carrera orbital hacia espacios
siderales…¡quién pudiera embestir contigo
la pared que nos oprime y encontrar eterna
libertad sin yugo alguno!
Francisco Bermejo
Diálogo de la Bruma y el Invierno.
La Bruma pasea en compañía del Invierno por las veredas vespertinas de estos jardines.
En su holganza juegan a crear espejismos... y transforman el huidizo nubarrón en montaña altiva
que se alza sobre el seco follaje. Madrid por un instante se instala en mitad de una sierra eminente y
estos jardines del Retiro se convierten en valle montaraz, perdido en una geografía inaccesible. Por
eso sus senderos están vacíos. Nadie osa arriesgarse a incursionar por estas peligrosas cañadas. Tan
sólo, la Bruma y su amado el Invierno.
La farola no puede dar crédito al prodigio y olvida encender su único ojo ciclópeo, para que la
quimera pueda reinar aún durante unos instantes sobre el soñoliento paisaje.
Antonia Bueno
Larga es la mano del amor
y la sombra que deja,
con tus pequeños dedos
tocarás lo imposible
y lo harás tuyo
en un afán ingenuo
de poseer la dicha.
No te escondas ya más,
que el tacto tenue
te ha dejado la huella
del silencio del sol
en tu rostro de piedra,
hoy humano en su luz,
alado en su penumbra. 
María Esperanza Párraga
Cupido y su carcaj
De las muchas saetas que lanza Cupido, es
fundamental saber cual es la que da en la
diana.
Cuando Cupido dispara su flecha con éxito,
dos corazones quedan prendidos al mismo
tiempo y con la misma fuerza.
Si acierta en el blanco, alcanzamos la dicha
más alta; si falla, la pena más honda.
Almudena Gómez de Cecilia
Extravío
Miré alrededor. El silencio que me rodeaba y una mirada entorno mío, confirmaron mis sospechas. Me había
perdido. Me detuve cámara en mano para sacar algunas fotos que luego me permitieran recordar con exactitud
los momentos vividos en aquel viaje y cuando regresé a la realidad, mi grupo ya no estaba allí. Al descubrir que
me había quedado solo, sentí desazón, después una extraña sensación de libertad. Respiré hondo. El aire fresco
y cargado de aromas dulces, propios de la primavera, invitaba al paseante a dejarse llevar. Me internaba casi sin
quererlo en aquel bosque, guiado por el murmullo de los árboles que anunciaba el atardecer. Las sombras pronto
se alargarían y el sol todavía a medio camino hacia su ocaso, desplegaba una gama de tonos dorados que se
oscurecían hacia el Este.
Desde niño, siempre me gustó la sensación de quedar envuelto en la Naturaleza. Seguí mi camino hacia ninguna
parte y llegué hasta la entrada de un pequeño palacete, que sin duda, había conocido mejores tiempos, en cuyas
salas se escucharon en pasadas épocas, el rumor de la seda y la música de cámara. Tentado por la magia del
anochecer, me senté en la escalinata que subía hasta las puertas de madera tallada, mientras las sombras me
seguían a su modo lento, casi imperceptible, pero inexorable.
Mi posición era la de un invasor que desea habitar un mundo que en absoluto le corresponde, no obstante, decidí
permanecer sentado, desafiando al tiempo que se detenía en cada escalón, entre el pasado y el presente. Las
sombras, cada vez más oscuras, se tornaban hostiles a mi alrededor y me interrogaban. Sabían bien que no tenía
derecho a estar allí. Su inquietud era legítima, yo debía regresar a mi mundo, si es que existía aún. Me levanté con
desgana. Los árboles, ahora ya convertidos en amables fantasmas grises, me abrieron paso con cierta cortesía. Me
volví para contemplar por última vez la escalinata, que aún despedía una extraña luminosidad blanquecina. Una
ráfaga de aire frío me recordó que debía continuar mi camino. Recorrí varios senderos en la oscuridad, hasta que
pude distinguir a lo lejos las luces que anuncian la civilización. En el hotel me esperaban las recriminaciones de
nuestro guía y de mis compañeros de viaje. Suspiré. Había valido la pena.
Almudena Gómez de Cecilia
Mossèn Cinto Verdaguer
He aquí a Jacinto Verdaguer, el
príncipe de los poetas catalanes; el
más importante poeta épico español;
el autor de L’Atlántida; el que inspiró
a Manuel de Falla a escribir su obra
más ambiciosa.
El escultor ciñó sus sienes con una
corona de hojas de laurel.
Quizás preferiría portar la barretina
catalana cuando en la glorieta que
preside en los jardines del Retiro, se
baila la sardana. algunos domingos.
Envuelto en frondas; el pensamiento
ensimismado; la mirada lejana,
puesta, quizás, en el viejo ermitaño
que contó a Colón niño el antiguo
mito de Atlantis.
Mossèn Cinto Verdaguer, el
visionario. 
Juan de Amiano
Dimedóndearrancalapiedra su ternura de vegetal,
sunoche
¿enquéraízdelcuellolasavia se hace sangre?,
mosaicoenvertical, 
enredadoenespacioparaque tu lo veas 
dentrodelaoscuridaddeladistancia.
Ponleojosdondelapiedraduele
paraqueeltambiénmire
nuestrorostrodormido,
silente,
              y se sorprenda. 
MaríaEsperanzaPárraga
Animal noble
su presencia se arrastra
sobre los miedos.
María Antonia Rodríguez
La niña
en su imaginación,
voló hasta el beso del caballo;
no lo pudo tomar:
estaba preso
de la luz vegetal
que en crin rodaba,
le cabalgaba el alma paralela
a punto de soñar...
Volvió los pasos hacia sí
y se hizo flor.
Máría Esperanza Párraga
Desde aquí
la sombra
o el enjambre loco de tus ojos.
Desde aquí
la triste calavera del invierno
o el celo incesante de los pájaros.
Desde aquí
el silencio solitario de los viejos
o el latido feroz de los infantes.
Desde aquí
la luz
o el ocaso esparcido entre mis manos.
María Alonso
Silosárboleshablasen
Estoy tan inmóvil.Nopuedomovermeaunquelodeseecontodas
mis fuerzas.
Pasaron dos niñasvigilantesmuycercadeél,yladelosojosverdes
dijo:está tan inmóvil,ysuspirósinquelahermanalonotaseen
absoluto.
La niña de los ojosgrisesacarició,casisindarsecuenta,eltronco
rugoso, pero no seatrevióamirar caraa hojasalacopaalgomás
arriba.Al contactodelamano,elárboldejócaerunaflorpequeñay
pálida que no se posósobreningunadelasdos,sinoquequisohuir
como un grito diminutoquedieranlasramas.
No fue muy lejoscuandocayórendidaalsuelo,y elárbolylasdos
hermanas lanzaronunmismosuspiro:Silosárboleshablasen.
Al tronco se le encendieronlasfechasylosnombres,peronodijo
nada.
Estuvieron allí sentadashastaquealcaerlatarde,sobrelacopadel
árbol, llovieron hojas.
Yse marcharon sinvolverlavistaatrás,ysinsabersielárbol
dormía.
José Bolorino
Dicen que el rostro de los leones desfigura las piedras,
las hace ocre llanto, sangre desdibujada,
donde antes lo amorfo permanecía singular y feliz.
Sea la voluntad del ocaso y su lluvia,
del sol y su silencio...
María Esperanza Párraga
Cada vez que te busco
en mi camino
te veo más grande y luminosa.
Creces para que te mire
y no busque otro beso,
celosa de otra mirada sin dueño.
Y pensar que solo eres un beso
que volqué en ti,
tierra seca aquella tarde
de alma entregada.
Tan sólo un beso, el beso más sombrío jamás dado
ahora crecido
arrancado de su propio perfil
para envilecer mi recuerdo
derrumbar mis pasos
y hacer que me detenga.
Mancha de luz clavada
que me das tanto
que ya qué me importa
que un día de sol me engañe con un día de lluvia
si esa lluvia moja por primera vez
una desesperanza nueva
tan profunda y eterna
como lo fue la esperanza.
Lo Uno y lo Otro
deseando no encontrarse nunca
pero mirándose
siempre mirándose
para evitar el beso.
Será entonces
tal vez la nada
una fresca
aspiración.
José Manuel Arias
Elogio de lo divino
Este hombre a caballo de la noche nos lleva a Dios. Su belleza da testimonio del don de Ciencia del Espíritu
Santo, por el que conocemos las cosas creadas en lo que son, en lo que tienen de divino.
Las cosas naturales nos llevan a Él. No están aisladas las naturalezas, ni meramente yuxtapuestas, sino
trabadas entre sí en un universo que les presta unidad y las subordina a Dios.
También es cierto que las cosas creadas pueden apartarnos de lo divino; que podemos quedarnos con la
belleza sin comprender en qué participa la Belleza.
Aquí está este hombre nocturno sobre un caballo tan sólido que dan deseos de montarlo; aquí este mundo
vegetal con las artísticas ramas de los árboles; este mundo mineral de pétreo fundamento, en el que tan
firmemente se apoyan los cascos del caballo.
Tres mundos iluminados y reconocibles gracias a la luz que viene del cielo y cuyos matices están inspirados
por los distintos influjos del Espíritu Santo en los hombres; por los diversos caminos de la tierra figurados
en las ramas de los árboles.
Ahora bien: si no hubiera luz no habría imagen. El cielo con una incomprensible y purísima luz blanca ilumina
al caballero noctámbulo. Es la luz de la verdad, con la que Dios desvela el misterio del hombre; le revela al
hombre lo que el hombre es.
El caballero, su mundo, su luz, conectan con el aliento poético del Cántico espiritual (…y pasando entre las
cosas creadas las vistió de su hermosura); con las bellísimas frases de Jesucristo invitándonos a contemplar los
lirios del campo y los pájaros del cielo; con el Cántico de los tres jóvenes en el horno ardiendo.
Este cielo que ilumina y no ilumina, con unos negros que, casi, infunden miedo, nos recuerdan aquel Salmo:
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos;
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.
Francisco Ansón Oliart
Santiago Ramón y Cajal está vivo. Su obra inmensa proyecta una sombra de sabiduría y acción en la
neurobiología del hoy y del mañana.
José Manuel Rodríguez Delgado
Al mediodía
el farol apagado
siente nostalgia.
María Antonia Rodríguez
Memoria de los jardines del Retiro
En mi juventud, frecuentaba el parque del Retiro. Llegué a conocerlo palmo a palmo. En él concebí alguna
de mis obras. Tomaba notas de cuanto veía y quise conocer su historia.
Algunas páginas, hoy perdidas, llené con mis impresiones. Supe entonces que, en tiempos de Felipe IV, se
celebraban, en el estanque grande, farsas acuáticas y mitológicas fiestas teatrales para disfrute de la realeza.
Maquinaria, tramoyas, luces y toldos se instalaban sobre barcas.
No era fácil imaginar que allí hubieran tenido lugar fingidas batallas navales con grandes alardes pirotécnicos
o que ricas y lucidas góndolas hubieran surcado sus quietas aguas, luego sucias y recorridas por una motora
que se abría paso entre un sinfín de barcas de remos tripuladas por jóvenes parejas, estudiantes que hacían
pellas y, los domingos, por reclutas.
En aquel escenario se representaron obras como Certamen de amor, y Celos o Los encantos de Circe. En esta
última, una isla central, que ya no existe, aparecía revestida de corales y moluscos. En ella nacían cascadas
de agua que vertían al estanque. La diosa del mar le cruzaba en un trono flotante tirado por grandes peces y
escoltado por nereidas y tritones.
También aparecía Ulises en su barco dorado adornado con gallardetes. Y quedaba espacio para mostrar un
palacio de oro y mármol rodeado de jardines con estatuas y hasta para que de las entrañas de la tierra surgiera,
por voluntad de Circe, una mesa llena de manjares y buenos vinos.
Otros, en nuestro tiempo, también pensaban que el Retiro era un buen lugar para hacer teatro al aire libre,
durante el verano. En la Chopera se representaban zarzuelas ,y en el paseo de laArgentina, cerca del salón del
estanque, vi a un joven y prometedor Adolfo Marsillach representar, junto a Amparo Soler Leal, Los locos de
Valencia, de Lope de Vega.
s mañanas dominicales a numerosos y gritones niños.
Muy cerca, un teatrito de títeres que regentaban
Francisco Porras y su mujer, Tina d’Urueña, reunía las
mañanas dominicales a numerosos y gritones niños.
Algo de teatral tenían los conciertos que la Banda
Municipal ofrecía en el templete de la música, sobre
todo cuando el maestro Arámbarri invitaba a Pablo
Sorozabal, espectador ocasional, a coger la batuta.
¡Que gran actor cuando marcaba el compás con el
corto bastón!
También había un escenario, reservado para clientes de
pago, en la sala de fiestas Florida, que yo, demasiado
joven y sin recursos, jamás visité. Si escuché, en
cambio, la música cabaretera que escapaba de su
interior.
Más adelante, Juan Margallo y sus compañeros de
Tábano convirtieron una zona arbolada en selva virgen
y la llenaron de fantásticos escenarios recorridos por
actores y público infantil en busca de misteriosos
tesoros.YhastaElsComedians,norecuerdoyaconque
motivo, invadió el Retiro con una legión de demonios
e iluminaron la noche con el resplandor de los fuegos
artificiales.
llenaban de músicos, mimos, titiriteros, echadores de
Ayer, como aquel que dice, los paseos del parque se
llenaban de músicos, mimos, titiriteros, echadores de
cartas y prestidigitadores…
Mi fantasía fue añadiendo a éstos, otros escenarios posibles
enlosqueyosituabalaaccióndeobrasquenacíanymorían
en mi imaginación: las ruinas de una iglesia en el cerro
de los gatos y el monumento-biblioteca de los Quintero
fueron algunos de ellos.
Nunca di ese destino al Palacio de Cristal, seguramente
porque, cuando lo visitaba, estaba lleno de objetos
artísticos. El singular recinto acristalado era para mi,
antes que espacio teatral, sala de exposiciones. Dejé de
frecuentar el parque y de soñar escenarios y escenografías.
Han pasado los años.
Y llega a mis manos esta imagen del interior del Palacio
de cristal. Al fondo, en el ángulo superior izquierdo, las
cristaleras de su fachada ,y, proyectadas sobre el suelo, las
sombras de las columnas que las enmarcan y sostienen,
casi paralelas.
Inútil buscar el punto de fuga en el que convergen. Estará
perdido entre los árboles que se adivinan fuera. Hay otras
columnasenelinterior,dosenconcreto.Columnasesbeltas,
discretamente situadas. Donde están no estorban.
Veo, pues, un espacio vacío. Espacio desnudo y amplio. Un espacio como el imaginado por
Peter Brook para acoger actos teatrales. Un escenario, en suma.
Desde mi casa, lejos del Retiro, contemplo ese lugar que nunca relacioné con el teatro y,
antes de que alguien se me adelante, empiezo a llenarlo de personajes, de mis personajes,
los que en aquellos ya lejanos días esbocé para las obras que nunca escribí.
Voy recordando sus nombres:Ainafis, Mixos,Ainatisul, Gazapo… Había también un fauno
y un hombre sin cabeza. Los imagino actuando en ese lugar mágico, recitando las palabras
que voy inventando para ellos. Me embarga el milagro de la representación.
Cuando concluye, cierro los ojos. Cae el telón. Oigo, a mis espaldas, los aplausos del
público. Cuando se extinguen, coloco la imagen sobre la mesa del despacho, en lugar
visible. Vuelvo a contemplarla. Nadie en ella. Está preparada, de nuevo, para que yo pueda
continuar jugando al teatro.
Porque el teatro es un juego. Mi juego preferido.
Jerónimo López Mozo
POR QUÉ NO FUI DOTADO
Más que darme la luz,
me hiciste la luz misma,
la posibilidad
de ser el mensajero
que, súbito, llevara tu palabra
cuando palabra y hombre
naciesen;
de penetrar los muros
herméticos del tiempo
que circundan su vida;
de poseer en tal grado belleza,
que en un adolescente
sería puro estigma
si alguna vez alguno la alcanzara.
¿Por qué no fui dotado de ese instante
que al mortal perpetúa?
Aureliano Cañadas
El Hombre de Bronce
-Y porque primero fue el verbo, puedo gritar
que toda la furia contenida en este cuerpo de
bronce, al que un hombre dio vida tallando
un molde con sus manos, estalla en esta mi
garganta helada y silenciosa, con el grito
que enseña mi voz muda, un grito que jamás
oirás pero que te ensordecerá verlo -
El Ángel Caído, fue el único lo bastante
distinto para que Él le enviara a este
destierro, fue el que desafió a Dios, por eso
el Hombre de Bronce le admira y le envidia.
-Sé que custodias a otro ángel, tú ángel
caído, al primer ángel caído que un rey ha
colocado en tu jardín, desafiando la tradición
de los parques, y tu grito no se ahoga, y
vuestra mirada de piedra, que nada mira
y que nos hace imaginar que tanto ve, nos
conmueve -
El Hombre de Bronce siempre fue una
estatua y nunca se calló.
Carmen Fernández Peña
Áspera región de brazos levantados,
altiva flecha extenuada
de la que pende el cuerpo dolorido
en un tenso azul de lejanía.
Árboles desnudos,
débiles cual esperanzas frágiles,
se esfuerzan por hacer más llevadera
la consumación del desamparo.
Viejo tronco enhiesto, duro,
sostén del mundo que se esconde,
clavado en la cima del olvido
sobre un túmulo de tierra estremecida
Y, en el centro, un ojo vacilante,
luz eterna, y profecía
del fondo oscuro de las almas,
dónde se debate la sombra de la muerte.
Juan Polo
QUE LA TIERRA TE SEA LEVE
QUE LA TIERRA TE SEA LEVE
No los escuches. La fealdad te es ajena, mi luminoso amigo.
Simpático. Bello. Elegante. Tierno.
Un universo de palabras no acertaría a describirte.
Tu imponente y dorada papada, regia, de cualidad vegetal.
El tenue brillo de diminutos diamantes, en la mina oscura de tus patas.
Tu piel, poderosa y rotunda, hecha de cuentas de infinitos collares.
La inocente vida de tus ojos, escrutando el futuro. Confiados.
Esa boca generosa, esbozando una sonrisa que invita al beso.
A ese fino olfato, que se antepone a tu figura entera, llegan gentiles aromas de una dicha que, sin duda,
aguardas.
Ahí enfrente, rasgando las tinieblas, avanza a tu encuentro el destino.
Esperas ver al dios de los saurios, transportándote al paraíso, y es la larga sombra del hombre-noche la que
te engulle.
Y te aplasta, y te destruye, devolviéndote al limo del que surgiste.
Descansa en paz, hermosa criatura. Mis lágrimas son ahora tus diamantes.
Que la tierra te sea leve.
No los escuches. La fealdad te es ajena, mi luminoso amigo.
Simpático. Bello. Elegante. Tierno.
Un universo de palabras no acertaría a describirte.
Tu imponente y dorada papada, regia, de cualidad vegetal.
El tenue brillo de diminutos diamantes, en la mina oscura de tus patas.
Tu piel, poderosa y rotunda, hecha de cuentas de infinitos collares.
La inocente vida de tus ojos, escrutando el futuro. Confiados.
Esa boca generosa, esbozando una sonrisa que invita al beso.
A ese fino olfato, que se antepone a tu figura entera, llegan gentiles aromas de una dicha que, sin duda, aguardas.
Ahí enfrente, rasgando las tinieblas, avanza a tu encuentro el destino.
Esperas ver al dios de los saurios, transportándote al paraíso, y es la larga sombra del hombre-noche la que te
engulle.
Y te aplasta, y te destruye, devolviéndote al limo del que surgiste.
Descansa en paz, hermosa criatura. Mis lágrimas son ahora tus diamantes.
Que la tierra te sea leve.
Purificación Rodríguez Díaz
Estoy acostumbrado a crecer verde con la lluvia y la luz del sol. Pero, ahora que algunas personas
parecen necesitar a la Naturaleza, tiemblo de ansiedad.
Dawei Ye
Miguel Moya Ojanguren
Quienes te conocieron, dijeron de ti, Miguel, que eras una persona de mirada serena y afectuosa, de gesto
paternal, ademán y semblante armonioso.
Tu amigo Mariano Benlliure decidió esculpir tu rostro severo, reconcentrado, posiblemente para destacar
la importancia de tu prolífica vida profesional, de literato, profesor, fundador de periódicos y asociaciones,
director de empresas, republicano insobornable, diputado y senador brillante.
O quizás optó por un gesto de preocupación por la escasez de medios de algunos de tus colegas, cuyos
entierros debieron ser sufragados por la caridad pública hasta que tú creaste la Asociación de la Prensa.
O bien pudiera reflejar tu rostro perplejidad y turbación ante una faena taurina de una de esas corridas de la
Prensa, de las que también fuiste fundador.
Muy cerca de tu estatua, a escasos metros, la de otro gran amigo tuyo: Benito Pérez Galdós.
Sospechamos que en los parques, las estatuas cercanas de los famosos, especialmente si se trata de quienes
fueron amigos, hablan entre sí por las noches.
Los que no somos, ni seremos, estatuas, no llegamos a imaginar de que asuntos tratan.
¿De qué hablas, Miguel, si es que hablas, con Benito?
¿De literatura, de política…., de toros,…quizás de algún amor inconfesable,…..del tiempo?
Juan de Amiano
Por el estanque
las vidas se acompañan
con ritmos nuevos
                    María Antonia Rodríguez
Me apasiona esta muerte tan española,
tan fetén,
tan nuestra,
tan escondida,
tan dulce y tan amarga,
como casi todo lo español-folklórico-cañí.
Quiero esconderme en las volutas de su enroscado
flequillo
y llegar al sueño de los justos
cubierto por ese pesado manto de viudez
y pasión contenida;
sueño con el silencio iluminado de las sombras
para trascender la vida
plenificándola en la no-muerte.
Antonio López
Yomeheenfrentadoaestamuerteespañola,que ataviada
con peineta y agazapada en la sombra, está dispuesta
a salir de su hermetismo y precipitarse sobre cualquier
ser vivo.
Pío Baroja, hablando del paso del tiempo y de las horas,
decía haber visto en uno de esos relojes de sol antiguos,
una leyenda: todas hieren, la última mata.
Esta muerte española, esta vivencia, esta amenaza
latente, esta presencia insoslayable, intuida, conocida
por la experiencia y parcialmente entrevista, (pues la
muerte en alguna medida se deja ver, adivinar, e incluso,
en algunas ocasiones, se hace desear); esta muerte,
española o no, en esa última y precisa hora, saldrá
súbitamente de la sombra y consumará su misión.
Juan De Amiano
Homenaje al árbol.
Mucho antes de que nosotros, los humanos, holláramos
la tierra, te levantaste, árbol, fieramente erguido hacia
los cielos. Y hacia su inmensa altura alzaste, como
tantálicos brazos, tus ramas y la cabellera frondosa de
tus hojas.
También nosotros, hechos de arcaico polvo y de materia
sideral, puestos en pie, levantamos al firmamento
nuestros ojos. Y al contemplarlo, maravillados, surgió
nuestro pensar y nuestra filosofía. No nos basta, como
a ti, árbol, el horizonte de la madre tierra, mucho más
efímeros y frágiles que tú, pascalianas cañas, tenemos,
también, hambre de cielos infinitos.
Pero tú, árbol, nos das una alta lección en estos tiempos
de barbarie. Maravillosa fábrica viviente eres.Arrancas
del humus sus más fértiles sustancias y en prodigioso
esfuerzo las conviertes en la belleza de tus flores y en
sabrosos frutos. No fabricas, como nuestra más potente
industria, la bélica, ingenios de destrucción y muerte
sino belleza y vida.
Cuandolosárbolessereúnenformanunejército
inmóvil, una ciudad regida por la Naturaleza.
Son los bosques y selvas en que crece todo un
universo de vida, de plantas y de bestias.
Que recorremos extasiados por caminos
fantásticos, lejos de las calles urbanas.
¿Qué sería de la Humanidad sin los árboles?
Nos dan en el estío el reposo de su acogedora
sombra, el deleite de sus frutos.
Y, en el crudo invierno, alimentan el fuego
hogareño con sus leños.
Con su fuerte madera hemos construido
viviendas, edificios, muebles en que reposar
nuestra fatigada anatomía, naves que han
cruzado mares y reñido dura lucha con las
tempestades.
Y trabajando esta madera ha podido plasmar el
escultor su genio.
Han escuchado los árboles promesas de amor surgidas a su vera, guardando en su tronco grabados los
nombres de los enamorados. Han presenciado juramentos de pactos entre pueblos y declaraciones de
guerra.
Y, siglo tras siglo, el árbol ha sido testigo, sereno e incólume, quizá burlón, de tales fugaces y efímeros
afanes.
El árbol, testigo, compañero y sirviente de la Humanidad merece nuestro amor y nuestro homenaje. Se
cuenta que San Francisco, antes de cortar la rama de un árbol le pedía perdón. Y, sin embargo, hoy, la
voraz industria de la sociedad capitalista, cegada por la voluntad de lucro, asola, destructiva, bosques
y selvas. Se encamina enloquecida hacia un planeta desolado.
Pero no será éste nuestro fin. La ambición humana no puede triunfar aniquiladora. Un día, como
en Macbeth, los bosques caminarán en prodigiosa, invencible, marcha, unidos a las masas humanas,
ansiosas de justicia. Y su victoria hará brillar una Humanidad fraternal, reconciliada con la Naturaleza
de la que surgimos para ser sus custodios. Y nuestras fábricas, como los árboles, serán fecundas fábricas
de vida.
Carlos París
 
Más allá de estas vivas ansias mías
estabas tú, furtiva criatura,
estabas rediviva, alta, segura
imagen de mis noches y mis días.
Clarísima y azul, resplandecías...
Y en el aire vespertino perdura,
inocente todavía, la dulzura
del instante feliz que apetecías.
Amor, en vano fue soñar quimeras,
loco afán, esperanza peregrina
de alcanzar aún lo que aún no eras.
En la tarde tu rostro se adivina,
llegas a mí plena de luz, y esperas...
Ya sabe el corazón dónde camina.
Rafael Fernández Guijarro
Entre las flores
el animal más bello
se humilla inquieto
María Antonia Rodríguez
Ven y asómate, preciosa niña.
Pero antes, entorna los ojos y mira.
Mi piel azul-satén, sobre la que han posado esquirlas de tiempo los gorriones,
ansiando tus huellas de botines.
El rojo terciopelo de mis brazos, suaves asideros aguardando la caricia de tus
manos.
La cegadora luz de mi regazo, que la pálida luna envidiaría, deseando dibujar el
dulce perfil de tu silueta.
La cinta sin fin de mi oceánica cascada, esperando que resbales por su lecho,
pulido y sideral.
Ven y deslízate. Desciende sin miedo.
Las sombras de la Noche jamás te alcanzarán.
EL TOBOGÁN
Mi sedosa piel, se hará afilada hoja de cuchillo para rasgarlas a tu paso.
El terciopelo de mis brazos, se hará sangrienta arista en la que sucumbirán tus monstruos.
Mi poderosa luz, se hará mortífero rayo que fulmine tus hordas de pérfidas brujas.
Mi espejo de agua, lenta de infinitos, se hará torrente para anegar el hálito de tus fantasmas.
Ven y duérmete, preciosa niña.
En mi abismo sin bordes ni retorno.
Hasta un imposible amanecer. 
Purificación Rodríguez Díaz
Almas gemelas
(Crujir de hojas secas en el parque.)
Mujer.—¿Quién hay ahí?
Hombre.—¿Es usted?
Mujer.—Sí, soy yo.
Hombre.—¿Pero dónde está?
Mujer.—Aquí, junto al pedestal.
Hombre.—No la veo.
Mujer.—Tampoco yo.
Hombre.—Salga, no se esconda.
Mujer.—¿Para?
Hombre.—Para verla.
Mujer.—¿Pero no habíamos quedado en que era una cita a ciegas?
Hombre.—Sí, pero eso no quiere decir que tengamos que hablar a escondidas.
Mujer.—¡Ah, no? Pues yo había creído...
Hombre.—A ciegas significa que te citas sin verte. Vamos, sin conocerte. Sin
saber con quién.
Mujer.—Aun así, me gustaría ocultar mi identidad.
Hombre.—No le estoy pidiendo que se identifique, solo que se deje ver.
Mujer.—Muéstrese usted primero.
Hombre.—No puedo. Ya sabe. No es que no quiera. Yo, lo que pasa... es que no
puedo.
Mujer.—¿Y eso?
Hombre.—Ya... sabe. ¿No se acuerda? Lo ponía en el anuncio.
Mujer.—Pues...
Hombre..—Soy el hombre invisible.
Mujer.—¿En serio?
Hombre..—Le diré.
Mujer.—O sea que no era una broma.
Hombre.—¿Creyó que era una broma?
Mujer.—Así, al pronto...
Hombre.—Sí, ya, entiendo que se lo pareciera; pero no, no es una broma. Qué
más hubiera querido yo. (Pausa.) En fin, ya ve.
Mujer.—Pues no, no veo.
Hombre.—Estoy delante de usted.
Mujer.—¿Dónde?
Hombre.—Aquí, en la escalinata.
Mujer.—Si no lo veo...
Hombre.—¿Eh? ¿Qué me dice? ¿Ve cómo soy invisible?
Mujer.—Sí, sí, ya veo que es invisible.
Hombre.—Totalmente. Totalmente invisible. Y créame, no es ninguna broma;
más bien, una desgracia.
Mujer.—Tampoco es para que se lo tome así.
Hombre.—Ah, ¿no? ¡Ir por la vida sin que te vean! ¿Se imagina?
Mujer.—Me hago una idea.
Hombre.—No me relaciono con nadie. Como mucho, si les salpico cuando piso
un charco.
Mujer.—Que no le vean no significa que no pueda hablarles.
Hombre.—¡Hablarles? Mi voz... causa espanto. ¡Huyen despavoridos! Y no
le cuento si los toco. El contacto de mi mano ha provocado ya más de media
docena de infartos.
Mujer.—Le entiendo, claro que le entiendo, ¿cómo no le voy a entender? Aun así, de
verdad, hágame caso: ser invisible no es ninguna desgracia.
Hombre.—¿Ah, no? Pues dígaselo a los infartados.
Mujer.—Como mucho, un inconveniente. O mejor, una peculiaridad. Es más, si me
apura, yo le diría que es un privilegio.
Hombre.—¿Se burla de mí?
Mujer.—No ser visto le protege del mal de ojo.
Hombre.—Se burla de mí.
Mujer.—Y está exento de la declaración de la renta.
Hombre.—Ya. Y me cuelo sin pagar.
Mujer.—Además. (Breve pausa.) Aunque para mí lo mejor es
envejecer de incógnito.
Hombre.—Una bicoca, según lo cuenta.
Mujer.—Yo diría que sí.
Hombre.—Pues seré un privilegiado, si usted lo dice. Ahora,
admítalo: un privilegiado que da miedo.
Mujer.—¿Miedo?
Hombre.—Sí, miedo. O si no, ¿por qué se esconde?
Mujer.—Estamos hablando, ¿no? ¿Qué más quiere que haga?
Hombre.—Salir del escondrijo.
Mujer.—¿Cómo?
Hombre.—Sí, podría dejarse ver.
Mujer.—Bueno, me temo que eso no va a ser posible.
Hombre.—¿Y eso?
Mujer.—Verá... Soy la mujer invisible.
Hombre.—¿Se burla de mí?
Mujer.—En absoluto.
Hombre.—Pues lo parece.
Mujer.—Sí, entiendo que pueda parecer una broma, pero, ¿qué quiere?
Soy invisible.
Hombre.—No la creo.
Mujer.—Se lo juro, soy invisible.
Hombre.—¿Y por qué se esconde entonces?
Mujer.—¿Quién se esconde?
Hombre.—Usted.
Mujer.—¿Yo?
Hombre.—Sí, detrás del pedestal.
Mujer.—¿Detrás? Estoy junto al pedestal, pero no detrás.
Hombre.—¡Ah!, pues no sé. (Pausa.) Pero usted dijo que estaba detrás.
Mujer.—Junto al pedestal, fue lo que dije. Pero no estoy detrás, estoy
delante.
Hombre.—O sea, que es invisible.
Mujer.—Ya lo ve.
Hombre.—Increíble. Esto es increíble.
Mujer.—¿Al hombre invisible le parece increíble que yo sea invisible?
Hombre.—Es que es muy fuerte.
Mujer.—Y tan fuerte. Oiga, mire, yo también he sufrido la
incomprensión de los demás, que ser distinto no es plato de gusto
para nadie; ahora...
Hombre.—Pues eso no era lo que decía antes.
Mujer.—Que yo lo lleve con alegría es otra cosa. Cuestión de
carácter. Pero la procesión va por dentro. Y no me corte, que se me
va el hilo. Yo puedo entender, ya le digo, que los visibles no me vean
con buenos ojos; ahora, que un semejante esté poniendo en duda que
soy como soy, me parece... inconcebible.
Hombre.—Ah, no, no; yo jamás he dudado de... Vamos, que no me
refería al hecho de que sea invisible; yo lo decía por la casualidad.
Mujer.—Ahora arréglelo.
Hombre.—No estoy tratando de arreglar nada. Aunque convendrá
conmigo que un encuentro así no se produce todos los días. Admítalo, es
mucha casualidad. Y con esto no es que quiera disculparme. O bueno, sí,
claro que quiero disculparme. Verá, es que estoy confuso. En fin, no sé,
póngase en mi lugar.
Mujer.—Póngase usted en el mío. ¿O qué cree, que yo no estoy
sorprendida? ¿Sabe lo que pensé cuando leí su anuncio? “Hombre
invisible busca media naranja”. “No saben qué inventar para llamar la
atención”, eso fue lo que pensé. De ahí a estar aquí, hablando con una
voz sin cuerpo...
Hombre.—¿Ve? Luego me está dando la razón.
Mujer.—¿Yo?
Hombre.—¿Pero es que no se da cuenta? Usted misma lo ha dicho.
Mujer.—Que he dicho, ¿qué?
Hombre.—Pues que es sorprendente.
Mujer.—Claro que es sorprendente. Sorprendente, sí. Sorprendente,
impensable, inesperado, pero no increíble. No para usted. Al menos
para usted, no puede ser increíble. No señor, me niego.
Hombre.—¿Sabe lo que pasa? La soledad puede a veces jugarte
una mala pasada. Y no quisiera equivocarme. Verá, no quisiera...
Mujer.—¿Piensa que puedo ser una invención de su mente?
Hombre.—Pues sí, es lo que pienso.
Mujer.—Igual podría ser al contrario.
Hombre.—¿Cómo es eso?
Mujer.—Sí. ¿Qué le hace pensar que no sea yo la que le está
imaginando a usted?
Hombre.—Pues porque el que lo está pensando soy yo.
Mujer.—¿Me está negando el derecho a que sea yo la que lo piensa
a usted?
Hombre.—Yo...
Mujer.—Eso es machismo.
Hombre.—No empecemos.
Mujer.—¿Que no empecemos? Y acaba de decir que solo existo porque
usted me piensa? Pues dígame si no cómo le llama a eso.
Hombre.—Oiga, pues mire, si soy un machista, procuraré enmendarme.
¡Mujeres!
Mujer.—Sin pasarse, ¿eh?
Hombre.—Disculpe. Pero es que estoy tratando de entender qué es lo que
ocurre. Y no sé, no lo entiendo.
Mujer.—Pues está muy claro: somos la pareja invisible.
Hombre.—Sí, usted ríase, pero ha sido tan duro tener que aceptar que
soy invisible... No me gusta. Y ahora, de repente, aparece usted, tan
contenta, sin importarle lo más mínimo ser invisible o no.
Mujer.—Al principio, pues choca. Hasta que me dije: “Tía, eres invisible,
esto es lo que hay, qué se le va a hacer”.
Hombre.—Créame que envidio su entereza de ánimo.
e.
Hombre.—Yo...
MuMujer.—Al principio, pues choca. Hasta que me dije: “Tía, eres inv
Mujer.—Me gusta ver la parte positiva. Se da cuenta. Una entre un millón: esas
eran las posibilidades que teníamos de encontrarnos. Y ya ve.
Hombre.—Pero eso es lo que pasa, que no veo. Ni la veo, ni me ve. Y hasta las
voces podrían ser quimeras. Es todo tan inconcreto...
Mujer.—Así es. Ni imagen ni sonido. Solo nos queda el tacto.
Hombre.—¿El tacto?
Mujer.—Un sentido muy poco cultural, sin tradición. Por eso es tan sincero. Aún
no ha sido enseñado a mentir.
Hombre.—Claro, el tacto, qué interesante. ¿Cómo no se me habrá ocurrido antes?
Mujer.—Y eso que es usted el que piensa.
Hombre.—No se burle.
Mujer.—Pero si no me burlo.
Hombre.—Se me está ocurriendo...
Mujer.—¿Sí?
Hombre.—Creo, no sé, que deberíamos acercarnos.
Mujer.—¿Y eso?
Hombre.—Si le parece, puede seguir el borde del segundo peldaño. Yo haré lo
mismo.
Mujer.—Pero,¿paraqué?
Mujer.—Pero, ¿para qué?
Hombre.—Pues para encontrarnos. Tenemos que asegurarnos de que somos
reales.
Mujer.—Ya.
Hombre.—Es el único modo; usted lo ha dicho.
Mujer.—¿Me está proponiendo que la primera vez que no nos vemos...?
(Rompe a reír.) Perdone, no quería hacer un chiste.
Hombre.—Es una cita a ciegas.
Mujer.—Mire, en eso no le falta razón.
Hombre.—¿Y bien?
Mujer.—De acuerdo, vamos allá.
(A partir de este momento, las alteraciones respiratorias pondrán de
manifiesto la complejidad de las acciones.)
Hombre.—(Tras una pausa.) ¿Es usted?
Mujer.—Sí, claro, ¿quién quiere que sea?
Hombre.—O sea, que era verdad.
Mujer.—¿Es que lo había dudado?
Mujer.—¿Sí?
Hombre.—Pues...
Mujer.—Yo jamás lo dudé.
Hombre.—Oiga...
Mujer.—¿Sí?
Hombre.—Tiene usted muy buen tipo.
Mujer.—Gracias. (Pausa.) Lo... mismo digo.
Hombre.—Pero que muy buen...
Mujer.—Ay, no, no. Eso no.
Hombre.—Perdone.
Mujer.—Perdóneme usted a mí, pero es que me cogió por
sorpresa.
Hombre.—¿Sabe que tenía razón? Esto del tacto ahorra
muchas explicaciones.
Mujer.—Es mucho más concreto, dónde va a parar.
Hombre.—¿Le parece que demos un paseo?
Mujer.—Ay, sí, sí, por favor, que aquí estamos muy a la vista.
(Y cogidos de la mano, se adentran en la espesura del parque
para entregarse a los placeres del tacto, sin que nadie los vea.)
Jesús Campos García
Aspira, ícono del agua;
y al espirar,
sombra encinta la destinada
luz,
desmadeja tu fábula.
Núblese de elemental fiereza
—piedra por resolver—.
Solo cielo ciego aquí
y estampa:
parte de la conversación.
Oh sombra.
Antonio Mengs
Voy a ti desde entonces
con mi Cristo de piedra,
redondas son las dudas;
pero mi amor ahuyenta
la permanencia gris
que detiene el dolor.
Levanta la cabeza:
hay un ángel en ti.
María Esperanza Párraga
Leyendo versos
encuentro realidades
en mis silencios.
María Antonia Rodríguez
A Pedro Vargas, El tenor de las Américas, El
Samuray de la canción, El Rey (que ya es decir),
sus amigos mejicanos y españoles le erigieron una
estatua en los jardines del Retiro; muy cerca de
su paseo central, frente por frente del pabellón de
la sala de fiestas por el que tantos famosos han
pasado.
El eco de sus canciones resuena aún en los oídos:…
cielito lindo...quiéreme mucho…adiós mariquita
linda…
PedroVargas,elcantante,elactor,elpuromejicamo
se volvió sombra, mientras dormía, a los 83 años
y medio.
Una sombra que aún resplandece cada día con los
últimos rayos del sol.
Cerramos los ojos y escuchamos:…Siboney....
acércate más...en esta noche clara…fallaste
corazón…
Pedro Vargas, El Rey.
Juan de Amiano
Desprendimiento.
Absolución.
Renuncia.
Yo soy hijo del cielo tormentoso. Fui criado por la noche y mi
alma se encendió en el fuego sagrado de la tierra. Me miro en las
aguas quietas del estanque y guardo en el pecho un enjambre de
abejas libadoras. En mis oídos suena la voz oscura del olvido.
Los ojos se me pierden en la placidez del agua cristalina.
Los viejos enemigos transforman las arrugas de su vientre en
caricias infantiles; y me ofrecen un lecho florecido.
Al tiempo que mis ojos se hunden en el fondo del espejo, crecen
los recuerdos silenciosos. Y me atrevo a surcar los espacios en
el carro alado de Faetón, para despertar convertido en gota de
rocío, en ofrenda de cirio derretido.
Recompensa.
Abandono.
Calma.
Juan Polo
(Las sombras de dos árboles se superponen sobre el verde
tapiz del césped, formando la parte inferior de un cuerpo
desnudo)
SOMBRA SUPERPUESTA 1- ¡He perdido mis
pantalones!
SOMBRA SUPERPUESTA 2- Alto ahí. No me mezcles
en tus cosas.
SOMBRA SUPERPUESTA 1- ¿Y tú, quién demonios
eres?
SOMBRA SUPERPUESTA 2- Soy la acacia que vive a tu
izquierda.
SOMBRA SUPERPUESTA 1- ¡Vaya!... No te había visto.
SOMBRA SUPERPUESTA 2- No me extraña. Eres
un plátano prepotente, que no se habla con nadie de
este jardín. Nos miras por encima de la copa, como
perdonándonos la vida.
SOMBRA SUPERPUESTA 1- Me gusta la independencia.
(Una tercera sombra aislada, interviene cortando la
conversación)
SOMBRAAISLADA- ¡Shhh! ¿Queréis callaros? El
jardinero se acerca. Sabe Dios qué ocurriría si conociese
nuestro secreto.
Antonia Bueno
Diálogo de los árboles
Sueña la piedra con ser cincel,
abovedar el celeste,
y extender el acanto.
Sueña la piedra con ser silencio,
crecer en las dunas,
y adivinar encuentros.
Sueña la piedra con ser viento,
viajar en aguacero,
y desplegar los recuerdos.
De cincel,
viento
y silencio,
sus sueños…
María Alonso
El Levantamiento de Sagunto
Apunte escénico en el que el general Martínez Campos (Arsenio) dialoga con Canovas del Catillo (Antonio),
haciendo proyectos para la Restauración de Alfonso XII. En él se alude, también a Sagasta (Práxedes).
Antonio me había citado en su casa, de noche, fuera del horario en que los madrileños indiscretos podían
interferir en nuestra conversación.
- ¿Te marchas a Sandhursdt?, Pregunté
- Sí, quiero hablar con el Príncipe. Ya tengo redactado un manifiesto, quiero que lo firme y que se publique en
la prensa, para hacerlo coincidir con su mayoría de edad. Se dan las condiciones para preparar su llegada
al trono.
- ¿Crees que le seguirá la sombra de su impopular madre?
- No creo, Arsenio. La República está en liquidación y el Príncipe, que ha estudiado en el extranjero, aparece
como un monarca liberal y sin pasado a los ojos de los españoles. Lo único que falta es proclamar la
monarquía.
A mis cuarenta y tres años, ya había aprendido a captar las indirectas de los políticos.
- Para eso me has llamado, ¿Verdad?
Antonio me miró sin su habitual sonrisa de compromiso
- Si.
Me levanté del sillón y di una vuelta por la estancia.
- De acuerdo. Me reuniré con el partido Alfonsino en Sagunto. Allí el ejército está ya dispuesto a apoyar el
levantamiento. Proclamaremos al Rey Alfonso XII y el fin de la República.
- No habrá problemas. He hablado con Serrano y con Práxedes. Los dos lo saben y aceptan.
- ¿Cuándo te vas?
- La semana que viene. Publicaremos el Manifiesto el primero de diciembre. Tu Arsenio, debes alejarte de
Madrid por si los republicanos intentan detenerte. Luego, cuando te avise, marcha hacia Sagunto.
- Así lo haré.
- Adiós Arsenio, Viva España y Viva SM, el Rey Alfonso XII.
- Viva el Rey.
Almudena Gómez de Cecilia
No es de temer que confundas los caminos. Lo que es de temer es que te venzan las pasiones.
El camino pues, está claro, ya que Allah lo ha mostrado por medio de las revelación del Libro y el
Mensajero. Es el dominio de las pasiones, a las que el ser humano está sometido, lo que le aleja de la
verdad.
Sidi Alí Laraki.
Esfinge, ¿quién eres tú?
¿Por qué me miras, esfinge, con tus ojos blancos
de infinito, en los que se reflejan los colores heridos
de mil espejos rotos?
Esfinge, reina del silencio, tu mutismo turba
el dolor de mi cuerpo atormentado. La impávida
tempestad de tu mirada penetrante, insoslayable,
esfinge, hace que mi alma navegue en un mar
embravecido.
Esfinge, tu posees el secreto de la vida y de la
muerte, pero te niegas a manifestarlo al humilde
peregrinoquelevantasusojosconelúnicopropósito
de quedarse ciego y manchado para siempre al
conocer el arcano del oráculo.
Descansas tierna y amenazadora, esfinge, en la
floresta, igual que te eriges altiva, inaccesible sobre
las ardientes arenas del desierto.
Esfinge, ¿quién eres tú?
¿Quién soy yo?
Tal vez, sólo seamos la única palabra que no nos
atrevemos a dejar salir de nuestros labios.
Juan Polo
Los viejos troncos
viven nuestras pasiones
con imprudencia.
María Antonia Rodríguez
¿Es el agua en el árbol
o es el árbol la sombra
que al agua le faltara?
Dentro de la sombra el agua
hace destellos de agua.
El camino es el ascenso
en las lágrimas de plata
mientras el verde desciende
para encendernos el alma.
El árbol todo lo sabe
y calla con su esperanza
para que llore el paisaje
con su viento, con su calma.
El agua se quedó seca,
las barcas se hacen montaña,
los labios de las laderas
son girasoles naranjas
donde los árboles niños
abrazan sueños de agua. 
Para navegar las ramas,
para imaginar las barcas.
¿Quién nos dijo que en los días
los caminos no son agua?
Pobre dolor el del árbol
ya transformado, ya plata.
Que nunca le dejen solo,
que a los ojos del silencio
la lluvia se hace distancia
donde animales sumergen
su color sin esperanza.
Las barcas son hoy promesa,
no son envés de su rama.
María Esperanza Párraga
Me retiro al Jardín que hay
al lado de mi impaciencia,
no para recobrar el sosiego
sino para estar un rato con ella,
y con el fruto de su vientre
en mis manos, que son las de la memoria,
que en su mudo pedestal posa el tiempo,
que, por ella, ni pasa ni se queda.
Cicatriz sola.
Jesús Maroto
Libro de la Sabiduría 2,1,2,3,4
Los malos se dicen en sus erróneos cálculos:
Corta y triste es nuestra vida; el final del hombre sin remedio llega, que vinimos al
mundo por obra del azar, y al cabo seremos como si nunca hubiéramos sido.
Humo es el aliento en nuestras narices, y el pensamiento una centella que salta
del latir de nuestro corazón. Apagada ella, se hace el cuerpo ceniza y el espíritu se
esfumará como aire inconsistente.
Se olvidará con el tiempo nuestro nombre, y nadie se acordará de nuestras obras.
Como rastro de nubes pasará nuestra vida, se esfumará como niebla, perseguida
por los rayos del sol, por su calor ahuyentada.
Sí, el pasar de una sombra es nuestra vida, sin retorno es nuestro fin, que una vez
puesto el sello nadie vuelve.

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En los jardines del retiro

  • 1. De las fotografías: Juan Ortiz de Mendívil De los textos: sus autores Textos de: Ali Laraki Almudena Gómez de Cecilia Antonia Bueno Antonio López Antonio Mengs Arturo Amez Aureliano Cañadas Carlos París Carmen Fernández Peña Dawei Ye Francisco Ansón Oliart Francisco Bermejo Itziar Pascual Jerónimo López Mozo José Bolorino José Manuel Arias José María Merino Juan de Amiano Juan Polo Jesús Campos García Jesús Maroto Lidia Falcón O’ Neill Luis Cañadas María Alonso María Antonia Rodríguez María Esperanza Párraga Purificación Rodríguez Rafael Fernández Guijarro Salvador Enríquez En los jardines del Retiro Depósito legal: M-24435-2017D Juan Ortiz de Mendívil y 28 escritores
  • 2. En los jardines del Retiro   Es este un libro que nació en la Red y ahí continua en vías de elaboración permanente. Las imágenes son todas de la misma mano, pero en él se ha dado entrada a colaboraciones literarias y de pensamiento en general. Hasta el momento presente han participado  veinticho autores, más y menos importantes (entre ellos hay varios premios nacionales de literatura y algún  reputado científico), de muy distintas sensibilidades. Poemas, textos en prosa, cuentos, monólogos, diálogos, etc. Hay colaboraciones en varias lenguas, incluidas el chino y árabe. Todas las imágenes han sidorealizadasenelparquedelRetirodeMadrid,dequienelautordelasimágenesesvecino desde la infancia. A continuación se exponen las imágenes y los textos que incorporados hasta el momento conforman este edición digital, y una  nota de presentación. 
  • 3.                                 Nota de presentación Al más puro estilo oriental, me apresuro a decir lo que En los jardines del Retiro no es. No es un libro sobre el Retiro, sus jardines, su historia, o, sus monumentos. Sí es un libro en el que sus imágenes han surgido en el moroso deambular por sus paseos, veredas y rincones; en el reiterado encuentro con sus estatuas. También deseo señalar que es un libro individualista a la par que coral. Todas sus imágenes han sido captadas por un solo individuo, y responden en consecuencia a una única sensibilidad, pero los autores de los textos son personas muy diferentes en cuanto a orientación literaria e intelectual, e incluso, en ocasiones, pertenecen a culturas distantes.
  • 4. Aún así hay un hilo que reconduce todos los textos, y es que todos han sido escritos a la vista de las imágenes y como una reacción a ellas. De esta manera se ha pretendido, y estimo que conseguido aunque sea limitadamente, que En los jardines del Retiro, sea un crisol de sensibilidades. Porlodemásnoesésteunlibroconcluso.Sigueabierto,desdelaamistadyenunainvitación permanente a la creatividad, a nuevas aportaciones. A todos los que han participado en él, o lo hagan en el futuro, mi más cálido agradecimiento.                               Juan Ortiz de Mendívil    
  • 5. ¿Por qué vienes envuelto en sombra?,   ¿qué te hizo montar tu alazán del miedo?,    ¿por qué te detienes inquietándome con tu silencio, caballero nocturno, en la luz del mediodía?   El brillo de la mañana no dará claridad a  tus oscuras intenciones.   Espolea de nuevo tu cabalgadura de bronce y huye, como siempre has hecho, para no volver jamás.   Antonio López
  • 6. Las enseñanzas de Magritte  Observa el Mundo con ojos nuevos. Esta farola no es una mera farola. Este árbol no es solamente un árbol. Estas ramas desnudas no son un puñado de ramas desnudas. Este atardecer no es apenas unas horas de luces desvanecidas. Este aire transparente de invierno no es siquiera un aire transparente de invierno. En las imágenes, en los objetos, en las atmósferas, hay experiencias veladas y discretas. Instantes de ilusión y de vida. Camina despacio y observa el nuevo Mundo que se despereza.   Itziar Pascual
  • 8.   Por un error de fechas, visitó el lugar después de que hubieran retirado ya lo que había formado la exposición de un artista bastante conocido: una de esas muestras en que el arte contemporáneo detiene su atención en ciertos objetos cotidianos o vulgares para despojarlos de su función y ofrecerlos a otra mirada. Sin embargo, no supo que la exposición había concluido, porque en la fachada del gran pabellón acristalado permanecían los carteles anunciadores. Sorprendido ante lo solitario del lugar, entró. Desnudo el recinto de cualquier cosa, un juego de claroscuros se desplegaba como único ocupante. Más allá de los vidrios, los espacios de fulgor se alternaban con la insinuación vegetal y sombría del parque crepuscular. En el interior, las estructuras de las columnas de hierro que sostienen el armazón metálico del edificio se conjugaban con el sol declinante en la densidad palpable del espacio vacío, generando un vigoroso e inquietante ámbito. Sobre la suavidad del suelo polvoriento se depositaban los signos seguros, aunque indescifrables,  de las sombras alargadas. El momento misterioso de la luz estaba propiciando aquella instalación asombrosa. Permaneció inmóvil durante bastante tiempo y, todavía sin salir de su error,  pensó que el responsable de aquella exposición evanescente era, sin duda, un artista extraordinario.   José María Merino
  • 9. ¡Banco de piedra del Retiro! Cuántas veces habrás percibido el dulce placer de los enamorados, sentido el suave roce de la carne, visto sonrisas y lágrimas de amor, de odio también, escuchado promesas de eternidad imposibles de cumplir. Cuántas habrás sentido el leve roce de los niños y el aleteo de los pájaros que se han ensuciado encima. Cuántas habrá llegado a tí  gente sudorosa por el trabajo, abatida por la aflicción... Has acogido a todos. Has soportado a todos sin rechistar, aunque hayas visto lo más abominable. Se puede confiar en tí. Pero di: Ahora que te has quedado solo con las hojas mudas del otoño por única compañía, ¿No sientes  nostalgia de la primavera? Francisco Bermejo  
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  • 11. De cuando fui un hombre he conservado mis deseos insatisfechos. Decapitadas ramas, nudos, me deforman ahora que soy árbol. ¡Oh liso tronco de los abedules¡ Como antes envidié en los otros fortuna, inteligencia, los envidio. Qué nueva vida  me será dada y de qué manera me acompañarán.     Aureliano Cañadas ¿Qué sientes árbol deforme de belleza imperfecta? Tal vez, algunos se asustan de tu aparente fealdad. No tengas miedo quiero acariciar tu robusta corteza, la malformación intransigente de tu tronco que proyecta sinuosas sombras contra el áspero suelo. Déjame sentir, contigo, tu dolor por ser diferente, déjame acompañarte y padecer, contigo, el rechazo de otros que no entienden de amor. Quiero unirme a ti, abrazarme y fundirme en tu hermosa soledad. Antonio López
  • 12. Francisco de Paula Martí Mora
  • 13. Estamos ante un hombre ilustrado, erudito, afable, ingenioso, polifacético, que se empeñó en dar alcance a las palabras. Y lo consiguió. Hizo suya la máxima: Corran cuanto se quiera las palabras, la mano todavía corre más: la lengua no ha concluido todavía, cuando la mano ya ha dado fin a su acción. Se trata de un estenógrafo pionero; del inventor y adaptador a la lengua castellana de lo que dio en llamarse taquigrafía, o, como él tituló su obra: el arte de escribir con tanta velocidad como se habla y con la misma claridad que la escritura común. Esta pretensión no era nueva; venía de antiguo: desde los fenicios, los griegos, los romanos; pero Francisco de Paula, a partir de otros precedentes, fue el mejor de su tiempo y el introductor en España de esta compleja técnica gráfica, amalgama de gramática, lengua y geometría. Y no contento con ello y para ganar la batalla de la velocidad al humilde lápiz, tributario del sacapuntas, y a la pluma común, necesitada de ser entintada constantemente, inventó la pluma-fuente, la pluma-recipiente, la pluma gordezuela que dio en llamarse estilográfica, y fue más adelante comercializada por los fabricantes Shaeffer y Parker. Su método se introdujo enseguida en la vida parlamentaria española, como una necesidad ineludible para dejar constancia de los debates, frecuentemente apasionados y vivaces, y propició aquella significativa y famosa frase de Antonio Canovas: Yo para gobernar no necesito mas que luz y taquígrafos. Ciertamente la palabra en libertad, la libertad de expresión, pertenece al corazón mismo de la democracia; pero como a las palabras se las lleva el viento, es preciso dejar constancia de ellas, se pronuncien a la velocidad que se pronuncien. Luz y taquígrafos es una expresión que escuchamos con frecuencia, y mantiene su vigencia al oponerse frontalmente al oscurantismo, a la manipulación y a la evasión de responsabilidades. Francisco de Paula Martí Mora: el polígrafo; el artista del signo.  Juan de Amiano  
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  • 15. Se desmayó en gris el blanco de tu vestido de novia. Rodaron como las horas las perlas de la desdicha. ¿Quién dijo que traían mala suerte? Cierras las puertas al llanto; habitación incendiada y haces leña de los muebles alimento de tu hoguera. Si crees que llorar es necesario, hazlo antes de que hierva el agua. Olvida que sinrazón desmayó la mano alada sobre el fuego redentor. No es fácil ser mujer hecha de encajes, es huir tras las cenizas, no ser fiel a tus principios. Comienza desde la niña y reescribe el poema.  Arturo Amez MUJER ROTA
  • 16. El cazador de sombras
  • 17. Aquel hombre vivía en un pueblo rodeado de montañas estériles, calcinadas por un sol implacable, sin un árbol, sin una brizna de hierba, azotado por el viento polvoriento y ardiente como el soplo de un horno recién encendido. La luz cortaba la realidad a hachazos sin dejar un resquicio para las sombras ni para imaginación alguna. Un día viajó a Madrid y conoció los jardines del Retiro. Sus ojos asombrados y heridos de tanta luz encontraron por fin la penumbra, la sombra de un mundo vegetal para él desconocido. Sintió el ruido de las hojas caídas bajo sus pies, el olor de la hierba, de la tierra húmeda, de los cipreses, de los altos pinos. Paseó por sus oscuras avenidas, descubrió estatuas como fantasmas blancos de mármoles corroídos por los años. Admiró aquellos árboles que ascienden desde un lecho de sombras hacia un cielo solo vislumbrado en pequeños relámpagos de azul entre las frondas. Llegó hasta la rotonda donde el otoño convirtió los chopos, los álamos, los sauces, en antorchas vivas. Y volvió un día y otro día, hasta que regresó a su tierra, a su casa; una casa con ventanas que golpeaban empujadas por aquel viento que se colaba por las rendijas, haciendo chirriar todas las puertas. Una tarde cerró puertas, ventanas y postigos, y allí agazapado como una fiera al acecho, sin ruido, esperó el avance de las sombras para sentir ese temblor, ese miedo y esa irrefrenable atracción que siempre había sentido por las tinieblas. Quizás en lo mas hondo de su memoria permanecía el lejanísimo recuerdo de una hiriente luz que lo arrojó desde arriba al oscuro abismo. Y, como el cazador furtivo que se recrea contemplando su presa, se dirigió al armario, sacó un álbum que el mismo había confeccionado, y fue extrayendo, una a una, la manada de sombras que con su cámara cobrara allá en los jardines del Retiro. Luis Cañadas
  • 18. Dubi Pepinillo ¡Dubi, muchacho, qué elevado estás en tu particular silla de paseo! Los simples paseantes pegados a la tierra, al verte pasar tan sereno y ensimismado en la música de tu acordeón, admiramos tu gratuita osadía y sentido del juego, y te deseamos mucho éxito y perseverancia, para que el más difícil todavía, te conduzca a alturas desafiantes e impredecibles. Juan de Amiano
  • 19.
  • 20. Santa Faz Con lágrimas tejidas pone Madre blandor sobre la piedra y la hace rostro al fin.  María Esperanza Párraga En el Calvario Cae al suelo el condenado a muerte, vencido por el peso de la cruz y las heridas. Nadie se acerca por miedo a los soldados. Una mujer alta, de rostro sereno y ojos color miel, se inclina a su lado y le seca la sangre del rostro. Los romanos no se atreven a intervenir, algo en su mirada les detiene.   El reo se levanta de nuevo con su ayuda, y, prosigue el camino del calvario. Almudena Gómez de Cecilia
  • 22. Qué enorme y prolífico escritor fuiste, Benito. Muchos en la adolescencia nos iniciamos en la lectura con tus famosos Episodios nacionales: Trafalgar, La corte de Carlos IV, Bailen… Imposible no recordar algunos de tus entrañables personajes, como aquel profundamente humano: la protagonista de tu novela Misericordia. Después, la fuerza de tus tramas argumentales influyeron poderosamente en Luis Buñuel y propiciaron impresionantes películas, como Nazarín y Tristana. No sé si hoy eres muy leído; probablemente no. En cualquier caso te perpetúas en la memoria colectiva mediante la hermosa estatua-retrato que de ti hizo Victorio Macho y fue inaugurada, contigo presente aunque ya invidente, en los Jardines del Buen Retiro de Madrid, muy cerca de la Rosaleda. Hermosas las manos entrelazadas; ensimismado tu rostro. Una escultura en piedra caliza blanda, que sufriendo la erosión del tiempo, el sol, la lluvia, el viento, los excrementos de los pájaros y las pedradas de los niños, se va desvaneciendo, como la memoria de quienes fuimos tus lectores, que, aunque en este momento no te leemos, te recordamos con afecto y te rendimos homenaje, Benito. Benito Pérez Galdós. Juan de Amiano
  • 23. Diálogo de los ausentes
  • 24. En esta obra de teatro mínimo no hay reparto. Es una obra para ser leída, no representada. Lo dos personajes han de ser imaginados por el lector. La escena representa el rincón de un parque. El suelo es de adoquines que están brillantes, quizá, por una reciente lluvia. Al fondo, en los laterales, a derecha e izquierda, sendos bancos de piedra. Entre los dos bancos, en el foro, montones de hojas caías recientemente de los árbo- les. Un leve rayo de sol ilumina la escena y da a todo el espacio un color casi mágico. (Imaginamos también que desde el proscenio avanza hasta el fondo un personaje. En su caminar, lento, pausado, sigue la línea recta que separa los dos conjuntos de adoquines. El personaje imaginado tiene voz de hombre). (Teatro mínimo para ser leído)
  • 25. VOZ DE HOMBRE.VOZ DE HOMBRE.- Sí, ya lo ves, de nuevo aquí. A pesar de todo, regreso; a pesar de la tristeza que siento… aquí estoy un día más. VOZ DE MUJER.- Si te pone triste este rincón ¿porqué acudes? VOZ DE HOMBRE.- No lo sé. Hay cosas que se escapan de la lógica; que se hacen, sin duda, por alguna razón, pero que la desconocemos. Tengo mis dudas. i te pone triste este rincón ¿porqué acudes? VOZ DE HOMBRE.- No lo sé. Hay cosas que se escapan de la lógica; que se hacen, sin duda, por alguna razón, pero que la desconocemos. Tengo mis dudas. VOZ DE MUJER.- ¡Tú y tus eternas dudas! Siempre fuiste dubitativo, incapaz de tomar una decisión… eso era algo que me desesperaba. Lo sabes. (Pausa) Prefiero una y mil veces cometer un error a quedarme con los ojos abiertos, un signo de interrogación en la frente y las manos abiertas… en espera de que otro decida. VOZ DE HOMBRE.- Hace años esto era diferente. El sol brillaba más y el suelo no tenía este halo de tristeza. Quizá el paso del tiempo cambia nuestro punto de vista. (Pausa) Bueno, cambia nuestro punto de vista o cambiamos nosotros. Seguramente yo no soy el mismo de hace… ¡qué sé yo! de hace cuarenta años. (Se sienta en el banco de la izquierda y queda pensativo) A pesar de todo hay algo de este rincón que me atrae, que me hace volver. (Ahora imaginamos que otro personaje entra por el fondo. Arrastra los pies por entre las hojas, como dándoles leves patadas, y toma asiento en el banco de la derecha. Este personaje que imaginamos tiene voz de mujer) VOZ DE MUJER.- (Con voz de fingida sorpresa) ¡Has vuelto! VOZ DE HOMBRE.- Sí, ya lo ves, de nuevo aquí. A pesar de todo, regreso; a pesar de la tristeza que siento… aquí estoy un día más. VOZ DE MUJER.- Si te pone triste este rincón ¿porqué acudes? VOZ DE HOMBRE.- No lo sé. Hay cosas que se escapan de la lógica; que se hacen, sin duda, por alguna razón, pero que la desconocemos. Tengo mis dudas. VOZ DE MUJER.- ¡Tú y tus eternas dudas! Siempre fuiste dubitativo, incapaz de tomar una decisión… eso era algo que me desesperaba. Lo sabes. (Pausa) Prefiero una y mil veces cometer un error a quedarme con los ojos abiertos, un signo de interrogación en la frente y las manos abiertas… en espera de que otro decida. VOZ DE HOMBRE.- Sabes que siempre admiré tu capacidad de decidir, pero yo no era como tú… (Rectificando) No soy como tú. VOZ DE MUJER.- Confundes los tiempos: te vas del presente al pasado… sin apenas meditar.
  • 26. VOZ DE MUJER.- Confundes los tiempos: te vas del presente al pasado… sin apenas meditar. VOZ DE HOMBRE.- (Con enfado) ¡Deja de dar lecciones! No me digas lo que debo de hacer y lo que no, no olvides de durante años, incomprensiblemente, convivimos. Sabes cómo soy… y creo saber cómo eres tú. VOZ DE MUJER.- Posiblemente ninguno llegamos a conocer al otro. (Irónica) Bueno, no discutamos. A fin de cuentas, para un rato que nos encontramos no vale la pena amargarlo. Pero no me digas que no es curioso que aparezcas por aquí con tanta frecuencia. VOZ DE HOMBRE.- (En tono de reproche) Lo mismo que tú. Tú también acudes. Los dos acudimos y, creo que no sabemos las razones. Intuyo que es una perversa atracción lo que nos hace volver, un intentar revivir lo pasado. VOZ DE MUJER.- Tal vez quieras reescribirlo… queramos. VOZ DE HOMBRE.- Es posible, tal vez haya algo de eso. Un deseo escondido. VOZ DE MUJER.- Eso no es posible. El pasado fue, ya no es. Imposible volver atrás y modificar nada. El consuelo que nos queda, si puede llamarse consuelo, es que no podemos volver a cometer los mismos errores. VOZ DE HOMBRE.- Fue dura la convivencia, en ocasiones fue dura. Si pudiéramos… VOZ DE MUJER.- Lo peor fue la indiferencia. Vivir bajo el mismo techo, comer en la misma mesa… y apenas mirarnos a la cara. VOZ DE HOMBRE.- Yo te miraba... pero bajabas la vista. VOZ DE MUJER.- Era una mirada fría. No veía en ella el amor… ¡ni el deseo!
  • 27. VOZ DE HOMBRE.- (Nervioso, baja la mirada) Es posible que… con el paso del tiempo… se llegue a la apatía. VOZ DE MUJER.- (Muy explicativa. Con un punto de ironía) Sí, a vivir como dos hermanos, no como pareja, no como hombre y mujer. Sé que mi cuerpo… perdió encanto físico, pero a la vuelta de los años tú tampoco eras una escultura griega. (Ríe) Pero el deseo debe nacer del cariño y eso… ¡lo perdimos hace tiempo! (Se hace un silencio. Una larga y agobiante pausa. Ambos bajan la mirada y entrecruzan los dedos en un intento de disimular el nerviosismo. Quieren ocultar su verdad) VOZ DE HOMBRE.- Tuvimos momentos felices, no lo olvides. Aquí, en este rincón precisamente. Recuerda aquellas tardes… y algunas noches de verano… Hacíamos proyectos, planeábamos un futuro… VOZ DE MUJER.- (Riendo) Sí, y corríamos de los guardas cuando, por besarnos en público, trataban de detenernos… o al menos de multarnos. VOZ DE HOMBRE.- ¿Lo ves? Lo recuerdas con detalle y con agrado. VOZ DE MUJER.- Pero los recuerdos son solo eso: pasado. Lo que no se puede modificar. Lo que permanece inmutable aunque al observarlo ahora nos parezca encantador. La memoria es selectiva: retenemos lo agradable e incluso a lo desagradable le damos una pátina de encanto para hacerlo, digamos, digerible. VOZ DE HOMBRE.- Creo que, como casi siempre, tienes razón. Si sintiéramos el pasado tal como fue no lo podríamos resistir. Sería… demasiado doloroso. VOZ DE MUJER.- Ya no nos puede doler. VOZ DE HOMBRE.- Pero sí podemos percibir.
  • 28. VOZ DE HOMBRE.- ¡Ya! sí, observo que… a pesar de tus reproches… VOZ DE MUJER.- ¡A pesar de mis reproches caigo en el mismo error! En las dudas. Tal vez eso nos hizo sucumbir. VOZ DE HOMBRE.- Creo que es malo estar seguro de todo. Ser relativista es… como buscar la verdad más absoluta… sabiendo que no existe ¡qué ironía! VOZ DE MUJER.- (Continuando la frase) Y mientras la buscábamos caímos en la más absoluta de las soledades. Pero ya hace años que todo eso terminó, sólo nos resta encontrarnos aquí y dejar que trascurra la eternidad. VOZ DE HOMBRE.- Mira… si nos estamos encontrando con frecuencia es porque algo sentimos. Nos agrada venir, nos sentimos bien encontrándonos aquí, en este rincón del parque. ¿Cual es el conflicto? VOZ DE MUJER.- (Resuelta) ¡Ninguno! Y eso es lo peor, que este es un drama sin conflicto (Con tono triste) que son los dramas más aburridos, los que no interesan a nadie. (El lector imagina que la luz del sol va decayendo, que se hace un lento oscuro, mientras que las dos voces –la del Hombre y la de la Mujer– se apagan y sus siluetas, casi intuidas, se evaden por entre los árboles. En la escena siguiente, si la imaginamos, podríamos ver cómo alguien se acerca a los bancos y deja, en cada uno de ellos, un par de rosas rojas. Las dos voces siguen ausentes). Salvador Enríquez
  • 29. ¡Oh, si las flores fueran eternas! y el fulgor de las armas brillara para siempre. El cielo estallaría en fuegos inextinguibles y este ser que no existe nacería. Los cristales que rompieron el silencio reverberarían en el véspero al fin, y la canción de aquel que la ha olvidado, de luz y el color que la resucitaría. Versos lucientes uno tras otro como sierpe de recuerdos hundidos en los desvanes de la memoria; mendigos de amor que nadie ofrece. Así como morimos de ansia insatisfecha, así enterramos los puros y veraces deseos que nadie de los tuyos comprendía, en el pantano de los rinocerontes. Si tu fueras el que debías haber sido, olvido en el cieno como hoy, me darías la paz y la rama de olivo. Lidia Falcón
  • 30. Corcel en bronce, que encabritado te lanzas presuroso en carrera orbital hacia espacios siderales…¡quién pudiera embestir contigo la pared que nos oprime y encontrar eterna libertad sin yugo alguno! Francisco Bermejo
  • 31. Diálogo de la Bruma y el Invierno.
  • 32. La Bruma pasea en compañía del Invierno por las veredas vespertinas de estos jardines. En su holganza juegan a crear espejismos... y transforman el huidizo nubarrón en montaña altiva que se alza sobre el seco follaje. Madrid por un instante se instala en mitad de una sierra eminente y estos jardines del Retiro se convierten en valle montaraz, perdido en una geografía inaccesible. Por eso sus senderos están vacíos. Nadie osa arriesgarse a incursionar por estas peligrosas cañadas. Tan sólo, la Bruma y su amado el Invierno. La farola no puede dar crédito al prodigio y olvida encender su único ojo ciclópeo, para que la quimera pueda reinar aún durante unos instantes sobre el soñoliento paisaje. Antonia Bueno
  • 33.
  • 34. Larga es la mano del amor y la sombra que deja, con tus pequeños dedos tocarás lo imposible y lo harás tuyo en un afán ingenuo de poseer la dicha. No te escondas ya más, que el tacto tenue te ha dejado la huella del silencio del sol en tu rostro de piedra, hoy humano en su luz, alado en su penumbra.  María Esperanza Párraga Cupido y su carcaj De las muchas saetas que lanza Cupido, es fundamental saber cual es la que da en la diana. Cuando Cupido dispara su flecha con éxito, dos corazones quedan prendidos al mismo tiempo y con la misma fuerza. Si acierta en el blanco, alcanzamos la dicha más alta; si falla, la pena más honda. Almudena Gómez de Cecilia
  • 36. Miré alrededor. El silencio que me rodeaba y una mirada entorno mío, confirmaron mis sospechas. Me había perdido. Me detuve cámara en mano para sacar algunas fotos que luego me permitieran recordar con exactitud los momentos vividos en aquel viaje y cuando regresé a la realidad, mi grupo ya no estaba allí. Al descubrir que me había quedado solo, sentí desazón, después una extraña sensación de libertad. Respiré hondo. El aire fresco y cargado de aromas dulces, propios de la primavera, invitaba al paseante a dejarse llevar. Me internaba casi sin quererlo en aquel bosque, guiado por el murmullo de los árboles que anunciaba el atardecer. Las sombras pronto se alargarían y el sol todavía a medio camino hacia su ocaso, desplegaba una gama de tonos dorados que se oscurecían hacia el Este. Desde niño, siempre me gustó la sensación de quedar envuelto en la Naturaleza. Seguí mi camino hacia ninguna parte y llegué hasta la entrada de un pequeño palacete, que sin duda, había conocido mejores tiempos, en cuyas salas se escucharon en pasadas épocas, el rumor de la seda y la música de cámara. Tentado por la magia del anochecer, me senté en la escalinata que subía hasta las puertas de madera tallada, mientras las sombras me seguían a su modo lento, casi imperceptible, pero inexorable. Mi posición era la de un invasor que desea habitar un mundo que en absoluto le corresponde, no obstante, decidí permanecer sentado, desafiando al tiempo que se detenía en cada escalón, entre el pasado y el presente. Las sombras, cada vez más oscuras, se tornaban hostiles a mi alrededor y me interrogaban. Sabían bien que no tenía derecho a estar allí. Su inquietud era legítima, yo debía regresar a mi mundo, si es que existía aún. Me levanté con desgana. Los árboles, ahora ya convertidos en amables fantasmas grises, me abrieron paso con cierta cortesía. Me volví para contemplar por última vez la escalinata, que aún despedía una extraña luminosidad blanquecina. Una ráfaga de aire frío me recordó que debía continuar mi camino. Recorrí varios senderos en la oscuridad, hasta que pude distinguir a lo lejos las luces que anuncian la civilización. En el hotel me esperaban las recriminaciones de nuestro guía y de mis compañeros de viaje. Suspiré. Había valido la pena. Almudena Gómez de Cecilia
  • 37.
  • 38. Mossèn Cinto Verdaguer He aquí a Jacinto Verdaguer, el príncipe de los poetas catalanes; el más importante poeta épico español; el autor de L’Atlántida; el que inspiró a Manuel de Falla a escribir su obra más ambiciosa. El escultor ciñó sus sienes con una corona de hojas de laurel. Quizás preferiría portar la barretina catalana cuando en la glorieta que preside en los jardines del Retiro, se baila la sardana. algunos domingos. Envuelto en frondas; el pensamiento ensimismado; la mirada lejana, puesta, quizás, en el viejo ermitaño que contó a Colón niño el antiguo mito de Atlantis. Mossèn Cinto Verdaguer, el visionario.  Juan de Amiano Dimedóndearrancalapiedra su ternura de vegetal, sunoche ¿enquéraízdelcuellolasavia se hace sangre?, mosaicoenvertical,  enredadoenespacioparaque tu lo veas  dentrodelaoscuridaddeladistancia. Ponleojosdondelapiedraduele paraqueeltambiénmire nuestrorostrodormido, silente,               y se sorprenda.  MaríaEsperanzaPárraga
  • 39. Animal noble su presencia se arrastra sobre los miedos. María Antonia Rodríguez
  • 40. La niña en su imaginación, voló hasta el beso del caballo; no lo pudo tomar: estaba preso de la luz vegetal que en crin rodaba, le cabalgaba el alma paralela a punto de soñar... Volvió los pasos hacia sí y se hizo flor. Máría Esperanza Párraga
  • 41. Desde aquí la sombra o el enjambre loco de tus ojos. Desde aquí la triste calavera del invierno o el celo incesante de los pájaros. Desde aquí el silencio solitario de los viejos o el latido feroz de los infantes. Desde aquí la luz o el ocaso esparcido entre mis manos. María Alonso
  • 42. Silosárboleshablasen Estoy tan inmóvil.Nopuedomovermeaunquelodeseecontodas mis fuerzas. Pasaron dos niñasvigilantesmuycercadeél,yladelosojosverdes dijo:está tan inmóvil,ysuspirósinquelahermanalonotaseen absoluto. La niña de los ojosgrisesacarició,casisindarsecuenta,eltronco rugoso, pero no seatrevióamirar caraa hojasalacopaalgomás arriba.Al contactodelamano,elárboldejócaerunaflorpequeñay pálida que no se posósobreningunadelasdos,sinoquequisohuir como un grito diminutoquedieranlasramas. No fue muy lejoscuandocayórendidaalsuelo,y elárbolylasdos hermanas lanzaronunmismosuspiro:Silosárboleshablasen. Al tronco se le encendieronlasfechasylosnombres,peronodijo nada. Estuvieron allí sentadashastaquealcaerlatarde,sobrelacopadel árbol, llovieron hojas. Yse marcharon sinvolverlavistaatrás,ysinsabersielárbol dormía. José Bolorino
  • 43. Dicen que el rostro de los leones desfigura las piedras, las hace ocre llanto, sangre desdibujada, donde antes lo amorfo permanecía singular y feliz. Sea la voluntad del ocaso y su lluvia, del sol y su silencio... María Esperanza Párraga
  • 44.
  • 45. Cada vez que te busco en mi camino te veo más grande y luminosa. Creces para que te mire y no busque otro beso, celosa de otra mirada sin dueño. Y pensar que solo eres un beso que volqué en ti, tierra seca aquella tarde de alma entregada. Tan sólo un beso, el beso más sombrío jamás dado ahora crecido arrancado de su propio perfil para envilecer mi recuerdo derrumbar mis pasos y hacer que me detenga.
  • 46. Mancha de luz clavada que me das tanto que ya qué me importa que un día de sol me engañe con un día de lluvia si esa lluvia moja por primera vez una desesperanza nueva tan profunda y eterna como lo fue la esperanza. Lo Uno y lo Otro deseando no encontrarse nunca pero mirándose siempre mirándose para evitar el beso. Será entonces tal vez la nada una fresca aspiración. José Manuel Arias
  • 47. Elogio de lo divino
  • 48. Este hombre a caballo de la noche nos lleva a Dios. Su belleza da testimonio del don de Ciencia del Espíritu Santo, por el que conocemos las cosas creadas en lo que son, en lo que tienen de divino. Las cosas naturales nos llevan a Él. No están aisladas las naturalezas, ni meramente yuxtapuestas, sino trabadas entre sí en un universo que les presta unidad y las subordina a Dios. También es cierto que las cosas creadas pueden apartarnos de lo divino; que podemos quedarnos con la belleza sin comprender en qué participa la Belleza. Aquí está este hombre nocturno sobre un caballo tan sólido que dan deseos de montarlo; aquí este mundo vegetal con las artísticas ramas de los árboles; este mundo mineral de pétreo fundamento, en el que tan firmemente se apoyan los cascos del caballo. Tres mundos iluminados y reconocibles gracias a la luz que viene del cielo y cuyos matices están inspirados por los distintos influjos del Espíritu Santo en los hombres; por los diversos caminos de la tierra figurados en las ramas de los árboles.
  • 49. Ahora bien: si no hubiera luz no habría imagen. El cielo con una incomprensible y purísima luz blanca ilumina al caballero noctámbulo. Es la luz de la verdad, con la que Dios desvela el misterio del hombre; le revela al hombre lo que el hombre es. El caballero, su mundo, su luz, conectan con el aliento poético del Cántico espiritual (…y pasando entre las cosas creadas las vistió de su hermosura); con las bellísimas frases de Jesucristo invitándonos a contemplar los lirios del campo y los pájaros del cielo; con el Cántico de los tres jóvenes en el horno ardiendo. Este cielo que ilumina y no ilumina, con unos negros que, casi, infunden miedo, nos recuerdan aquel Salmo: El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos; el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra. Francisco Ansón Oliart
  • 50. Santiago Ramón y Cajal está vivo. Su obra inmensa proyecta una sombra de sabiduría y acción en la neurobiología del hoy y del mañana. José Manuel Rodríguez Delgado
  • 51. Al mediodía el farol apagado siente nostalgia. María Antonia Rodríguez
  • 52. Memoria de los jardines del Retiro
  • 53. En mi juventud, frecuentaba el parque del Retiro. Llegué a conocerlo palmo a palmo. En él concebí alguna de mis obras. Tomaba notas de cuanto veía y quise conocer su historia. Algunas páginas, hoy perdidas, llené con mis impresiones. Supe entonces que, en tiempos de Felipe IV, se celebraban, en el estanque grande, farsas acuáticas y mitológicas fiestas teatrales para disfrute de la realeza. Maquinaria, tramoyas, luces y toldos se instalaban sobre barcas. No era fácil imaginar que allí hubieran tenido lugar fingidas batallas navales con grandes alardes pirotécnicos o que ricas y lucidas góndolas hubieran surcado sus quietas aguas, luego sucias y recorridas por una motora que se abría paso entre un sinfín de barcas de remos tripuladas por jóvenes parejas, estudiantes que hacían pellas y, los domingos, por reclutas. En aquel escenario se representaron obras como Certamen de amor, y Celos o Los encantos de Circe. En esta última, una isla central, que ya no existe, aparecía revestida de corales y moluscos. En ella nacían cascadas de agua que vertían al estanque. La diosa del mar le cruzaba en un trono flotante tirado por grandes peces y escoltado por nereidas y tritones. También aparecía Ulises en su barco dorado adornado con gallardetes. Y quedaba espacio para mostrar un palacio de oro y mármol rodeado de jardines con estatuas y hasta para que de las entrañas de la tierra surgiera, por voluntad de Circe, una mesa llena de manjares y buenos vinos. Otros, en nuestro tiempo, también pensaban que el Retiro era un buen lugar para hacer teatro al aire libre, durante el verano. En la Chopera se representaban zarzuelas ,y en el paseo de laArgentina, cerca del salón del estanque, vi a un joven y prometedor Adolfo Marsillach representar, junto a Amparo Soler Leal, Los locos de Valencia, de Lope de Vega. s mañanas dominicales a numerosos y gritones niños.
  • 54. Muy cerca, un teatrito de títeres que regentaban Francisco Porras y su mujer, Tina d’Urueña, reunía las mañanas dominicales a numerosos y gritones niños. Algo de teatral tenían los conciertos que la Banda Municipal ofrecía en el templete de la música, sobre todo cuando el maestro Arámbarri invitaba a Pablo Sorozabal, espectador ocasional, a coger la batuta. ¡Que gran actor cuando marcaba el compás con el corto bastón! También había un escenario, reservado para clientes de pago, en la sala de fiestas Florida, que yo, demasiado joven y sin recursos, jamás visité. Si escuché, en cambio, la música cabaretera que escapaba de su interior. Más adelante, Juan Margallo y sus compañeros de Tábano convirtieron una zona arbolada en selva virgen y la llenaron de fantásticos escenarios recorridos por actores y público infantil en busca de misteriosos tesoros.YhastaElsComedians,norecuerdoyaconque motivo, invadió el Retiro con una legión de demonios e iluminaron la noche con el resplandor de los fuegos artificiales. llenaban de músicos, mimos, titiriteros, echadores de
  • 55. Ayer, como aquel que dice, los paseos del parque se llenaban de músicos, mimos, titiriteros, echadores de cartas y prestidigitadores… Mi fantasía fue añadiendo a éstos, otros escenarios posibles enlosqueyosituabalaaccióndeobrasquenacíanymorían en mi imaginación: las ruinas de una iglesia en el cerro de los gatos y el monumento-biblioteca de los Quintero fueron algunos de ellos. Nunca di ese destino al Palacio de Cristal, seguramente porque, cuando lo visitaba, estaba lleno de objetos artísticos. El singular recinto acristalado era para mi, antes que espacio teatral, sala de exposiciones. Dejé de frecuentar el parque y de soñar escenarios y escenografías. Han pasado los años. Y llega a mis manos esta imagen del interior del Palacio de cristal. Al fondo, en el ángulo superior izquierdo, las cristaleras de su fachada ,y, proyectadas sobre el suelo, las sombras de las columnas que las enmarcan y sostienen, casi paralelas. Inútil buscar el punto de fuga en el que convergen. Estará perdido entre los árboles que se adivinan fuera. Hay otras columnasenelinterior,dosenconcreto.Columnasesbeltas, discretamente situadas. Donde están no estorban.
  • 56. Veo, pues, un espacio vacío. Espacio desnudo y amplio. Un espacio como el imaginado por Peter Brook para acoger actos teatrales. Un escenario, en suma. Desde mi casa, lejos del Retiro, contemplo ese lugar que nunca relacioné con el teatro y, antes de que alguien se me adelante, empiezo a llenarlo de personajes, de mis personajes, los que en aquellos ya lejanos días esbocé para las obras que nunca escribí. Voy recordando sus nombres:Ainafis, Mixos,Ainatisul, Gazapo… Había también un fauno y un hombre sin cabeza. Los imagino actuando en ese lugar mágico, recitando las palabras que voy inventando para ellos. Me embarga el milagro de la representación. Cuando concluye, cierro los ojos. Cae el telón. Oigo, a mis espaldas, los aplausos del público. Cuando se extinguen, coloco la imagen sobre la mesa del despacho, en lugar visible. Vuelvo a contemplarla. Nadie en ella. Está preparada, de nuevo, para que yo pueda continuar jugando al teatro. Porque el teatro es un juego. Mi juego preferido. Jerónimo López Mozo
  • 57.
  • 58. POR QUÉ NO FUI DOTADO Más que darme la luz, me hiciste la luz misma, la posibilidad de ser el mensajero que, súbito, llevara tu palabra cuando palabra y hombre naciesen; de penetrar los muros herméticos del tiempo que circundan su vida; de poseer en tal grado belleza, que en un adolescente sería puro estigma si alguna vez alguno la alcanzara. ¿Por qué no fui dotado de ese instante que al mortal perpetúa? Aureliano Cañadas El Hombre de Bronce -Y porque primero fue el verbo, puedo gritar que toda la furia contenida en este cuerpo de bronce, al que un hombre dio vida tallando un molde con sus manos, estalla en esta mi garganta helada y silenciosa, con el grito que enseña mi voz muda, un grito que jamás oirás pero que te ensordecerá verlo - El Ángel Caído, fue el único lo bastante distinto para que Él le enviara a este destierro, fue el que desafió a Dios, por eso el Hombre de Bronce le admira y le envidia. -Sé que custodias a otro ángel, tú ángel caído, al primer ángel caído que un rey ha colocado en tu jardín, desafiando la tradición de los parques, y tu grito no se ahoga, y vuestra mirada de piedra, que nada mira y que nos hace imaginar que tanto ve, nos conmueve - El Hombre de Bronce siempre fue una estatua y nunca se calló. Carmen Fernández Peña
  • 59. Áspera región de brazos levantados, altiva flecha extenuada de la que pende el cuerpo dolorido en un tenso azul de lejanía. Árboles desnudos, débiles cual esperanzas frágiles, se esfuerzan por hacer más llevadera la consumación del desamparo. Viejo tronco enhiesto, duro, sostén del mundo que se esconde, clavado en la cima del olvido sobre un túmulo de tierra estremecida Y, en el centro, un ojo vacilante, luz eterna, y profecía del fondo oscuro de las almas, dónde se debate la sombra de la muerte. Juan Polo
  • 60. QUE LA TIERRA TE SEA LEVE
  • 61. QUE LA TIERRA TE SEA LEVE No los escuches. La fealdad te es ajena, mi luminoso amigo. Simpático. Bello. Elegante. Tierno. Un universo de palabras no acertaría a describirte. Tu imponente y dorada papada, regia, de cualidad vegetal. El tenue brillo de diminutos diamantes, en la mina oscura de tus patas. Tu piel, poderosa y rotunda, hecha de cuentas de infinitos collares. La inocente vida de tus ojos, escrutando el futuro. Confiados. Esa boca generosa, esbozando una sonrisa que invita al beso. A ese fino olfato, que se antepone a tu figura entera, llegan gentiles aromas de una dicha que, sin duda, aguardas. Ahí enfrente, rasgando las tinieblas, avanza a tu encuentro el destino. Esperas ver al dios de los saurios, transportándote al paraíso, y es la larga sombra del hombre-noche la que te engulle. Y te aplasta, y te destruye, devolviéndote al limo del que surgiste. Descansa en paz, hermosa criatura. Mis lágrimas son ahora tus diamantes. Que la tierra te sea leve. No los escuches. La fealdad te es ajena, mi luminoso amigo. Simpático. Bello. Elegante. Tierno. Un universo de palabras no acertaría a describirte. Tu imponente y dorada papada, regia, de cualidad vegetal. El tenue brillo de diminutos diamantes, en la mina oscura de tus patas. Tu piel, poderosa y rotunda, hecha de cuentas de infinitos collares. La inocente vida de tus ojos, escrutando el futuro. Confiados. Esa boca generosa, esbozando una sonrisa que invita al beso. A ese fino olfato, que se antepone a tu figura entera, llegan gentiles aromas de una dicha que, sin duda, aguardas. Ahí enfrente, rasgando las tinieblas, avanza a tu encuentro el destino. Esperas ver al dios de los saurios, transportándote al paraíso, y es la larga sombra del hombre-noche la que te engulle. Y te aplasta, y te destruye, devolviéndote al limo del que surgiste. Descansa en paz, hermosa criatura. Mis lágrimas son ahora tus diamantes. Que la tierra te sea leve. Purificación Rodríguez Díaz
  • 62. Estoy acostumbrado a crecer verde con la lluvia y la luz del sol. Pero, ahora que algunas personas parecen necesitar a la Naturaleza, tiemblo de ansiedad. Dawei Ye
  • 64. Quienes te conocieron, dijeron de ti, Miguel, que eras una persona de mirada serena y afectuosa, de gesto paternal, ademán y semblante armonioso. Tu amigo Mariano Benlliure decidió esculpir tu rostro severo, reconcentrado, posiblemente para destacar la importancia de tu prolífica vida profesional, de literato, profesor, fundador de periódicos y asociaciones, director de empresas, republicano insobornable, diputado y senador brillante. O quizás optó por un gesto de preocupación por la escasez de medios de algunos de tus colegas, cuyos entierros debieron ser sufragados por la caridad pública hasta que tú creaste la Asociación de la Prensa. O bien pudiera reflejar tu rostro perplejidad y turbación ante una faena taurina de una de esas corridas de la Prensa, de las que también fuiste fundador. Muy cerca de tu estatua, a escasos metros, la de otro gran amigo tuyo: Benito Pérez Galdós. Sospechamos que en los parques, las estatuas cercanas de los famosos, especialmente si se trata de quienes fueron amigos, hablan entre sí por las noches. Los que no somos, ni seremos, estatuas, no llegamos a imaginar de que asuntos tratan. ¿De qué hablas, Miguel, si es que hablas, con Benito? ¿De literatura, de política…., de toros,…quizás de algún amor inconfesable,…..del tiempo? Juan de Amiano
  • 65. Por el estanque las vidas se acompañan con ritmos nuevos María Antonia Rodríguez
  • 66.
  • 67. Me apasiona esta muerte tan española, tan fetén, tan nuestra, tan escondida, tan dulce y tan amarga, como casi todo lo español-folklórico-cañí. Quiero esconderme en las volutas de su enroscado flequillo y llegar al sueño de los justos cubierto por ese pesado manto de viudez y pasión contenida; sueño con el silencio iluminado de las sombras para trascender la vida plenificándola en la no-muerte. Antonio López Yomeheenfrentadoaestamuerteespañola,que ataviada con peineta y agazapada en la sombra, está dispuesta a salir de su hermetismo y precipitarse sobre cualquier ser vivo. Pío Baroja, hablando del paso del tiempo y de las horas, decía haber visto en uno de esos relojes de sol antiguos, una leyenda: todas hieren, la última mata. Esta muerte española, esta vivencia, esta amenaza latente, esta presencia insoslayable, intuida, conocida por la experiencia y parcialmente entrevista, (pues la muerte en alguna medida se deja ver, adivinar, e incluso, en algunas ocasiones, se hace desear); esta muerte, española o no, en esa última y precisa hora, saldrá súbitamente de la sombra y consumará su misión. Juan De Amiano
  • 68. Homenaje al árbol. Mucho antes de que nosotros, los humanos, holláramos la tierra, te levantaste, árbol, fieramente erguido hacia los cielos. Y hacia su inmensa altura alzaste, como tantálicos brazos, tus ramas y la cabellera frondosa de tus hojas. También nosotros, hechos de arcaico polvo y de materia sideral, puestos en pie, levantamos al firmamento nuestros ojos. Y al contemplarlo, maravillados, surgió nuestro pensar y nuestra filosofía. No nos basta, como a ti, árbol, el horizonte de la madre tierra, mucho más efímeros y frágiles que tú, pascalianas cañas, tenemos, también, hambre de cielos infinitos. Pero tú, árbol, nos das una alta lección en estos tiempos de barbarie. Maravillosa fábrica viviente eres.Arrancas del humus sus más fértiles sustancias y en prodigioso esfuerzo las conviertes en la belleza de tus flores y en sabrosos frutos. No fabricas, como nuestra más potente industria, la bélica, ingenios de destrucción y muerte sino belleza y vida.
  • 69. Cuandolosárbolessereúnenformanunejército inmóvil, una ciudad regida por la Naturaleza. Son los bosques y selvas en que crece todo un universo de vida, de plantas y de bestias. Que recorremos extasiados por caminos fantásticos, lejos de las calles urbanas. ¿Qué sería de la Humanidad sin los árboles? Nos dan en el estío el reposo de su acogedora sombra, el deleite de sus frutos. Y, en el crudo invierno, alimentan el fuego hogareño con sus leños. Con su fuerte madera hemos construido viviendas, edificios, muebles en que reposar nuestra fatigada anatomía, naves que han cruzado mares y reñido dura lucha con las tempestades. Y trabajando esta madera ha podido plasmar el escultor su genio.
  • 70. Han escuchado los árboles promesas de amor surgidas a su vera, guardando en su tronco grabados los nombres de los enamorados. Han presenciado juramentos de pactos entre pueblos y declaraciones de guerra. Y, siglo tras siglo, el árbol ha sido testigo, sereno e incólume, quizá burlón, de tales fugaces y efímeros afanes. El árbol, testigo, compañero y sirviente de la Humanidad merece nuestro amor y nuestro homenaje. Se cuenta que San Francisco, antes de cortar la rama de un árbol le pedía perdón. Y, sin embargo, hoy, la voraz industria de la sociedad capitalista, cegada por la voluntad de lucro, asola, destructiva, bosques y selvas. Se encamina enloquecida hacia un planeta desolado. Pero no será éste nuestro fin. La ambición humana no puede triunfar aniquiladora. Un día, como en Macbeth, los bosques caminarán en prodigiosa, invencible, marcha, unidos a las masas humanas, ansiosas de justicia. Y su victoria hará brillar una Humanidad fraternal, reconciliada con la Naturaleza de la que surgimos para ser sus custodios. Y nuestras fábricas, como los árboles, serán fecundas fábricas de vida. Carlos París  
  • 71. Más allá de estas vivas ansias mías estabas tú, furtiva criatura, estabas rediviva, alta, segura imagen de mis noches y mis días. Clarísima y azul, resplandecías... Y en el aire vespertino perdura, inocente todavía, la dulzura del instante feliz que apetecías. Amor, en vano fue soñar quimeras, loco afán, esperanza peregrina de alcanzar aún lo que aún no eras. En la tarde tu rostro se adivina, llegas a mí plena de luz, y esperas... Ya sabe el corazón dónde camina. Rafael Fernández Guijarro
  • 72. Entre las flores el animal más bello se humilla inquieto María Antonia Rodríguez
  • 73.
  • 74. Ven y asómate, preciosa niña. Pero antes, entorna los ojos y mira. Mi piel azul-satén, sobre la que han posado esquirlas de tiempo los gorriones, ansiando tus huellas de botines. El rojo terciopelo de mis brazos, suaves asideros aguardando la caricia de tus manos. La cegadora luz de mi regazo, que la pálida luna envidiaría, deseando dibujar el dulce perfil de tu silueta. La cinta sin fin de mi oceánica cascada, esperando que resbales por su lecho, pulido y sideral. Ven y deslízate. Desciende sin miedo. Las sombras de la Noche jamás te alcanzarán. EL TOBOGÁN
  • 75. Mi sedosa piel, se hará afilada hoja de cuchillo para rasgarlas a tu paso. El terciopelo de mis brazos, se hará sangrienta arista en la que sucumbirán tus monstruos. Mi poderosa luz, se hará mortífero rayo que fulmine tus hordas de pérfidas brujas. Mi espejo de agua, lenta de infinitos, se hará torrente para anegar el hálito de tus fantasmas. Ven y duérmete, preciosa niña. En mi abismo sin bordes ni retorno. Hasta un imposible amanecer.  Purificación Rodríguez Díaz
  • 77. (Crujir de hojas secas en el parque.) Mujer.—¿Quién hay ahí? Hombre.—¿Es usted? Mujer.—Sí, soy yo. Hombre.—¿Pero dónde está? Mujer.—Aquí, junto al pedestal. Hombre.—No la veo. Mujer.—Tampoco yo. Hombre.—Salga, no se esconda. Mujer.—¿Para? Hombre.—Para verla. Mujer.—¿Pero no habíamos quedado en que era una cita a ciegas? Hombre.—Sí, pero eso no quiere decir que tengamos que hablar a escondidas. Mujer.—¡Ah, no? Pues yo había creído... Hombre.—A ciegas significa que te citas sin verte. Vamos, sin conocerte. Sin saber con quién. Mujer.—Aun así, me gustaría ocultar mi identidad. Hombre.—No le estoy pidiendo que se identifique, solo que se deje ver.
  • 78. Mujer.—Muéstrese usted primero. Hombre.—No puedo. Ya sabe. No es que no quiera. Yo, lo que pasa... es que no puedo. Mujer.—¿Y eso? Hombre.—Ya... sabe. ¿No se acuerda? Lo ponía en el anuncio. Mujer.—Pues... Hombre..—Soy el hombre invisible. Mujer.—¿En serio? Hombre..—Le diré. Mujer.—O sea que no era una broma. Hombre.—¿Creyó que era una broma? Mujer.—Así, al pronto... Hombre.—Sí, ya, entiendo que se lo pareciera; pero no, no es una broma. Qué más hubiera querido yo. (Pausa.) En fin, ya ve. Mujer.—Pues no, no veo. Hombre.—Estoy delante de usted. Mujer.—¿Dónde? Hombre.—Aquí, en la escalinata.
  • 79. Mujer.—Si no lo veo... Hombre.—¿Eh? ¿Qué me dice? ¿Ve cómo soy invisible? Mujer.—Sí, sí, ya veo que es invisible. Hombre.—Totalmente. Totalmente invisible. Y créame, no es ninguna broma; más bien, una desgracia. Mujer.—Tampoco es para que se lo tome así. Hombre.—Ah, ¿no? ¡Ir por la vida sin que te vean! ¿Se imagina? Mujer.—Me hago una idea. Hombre.—No me relaciono con nadie. Como mucho, si les salpico cuando piso un charco. Mujer.—Que no le vean no significa que no pueda hablarles. Hombre.—¡Hablarles? Mi voz... causa espanto. ¡Huyen despavoridos! Y no le cuento si los toco. El contacto de mi mano ha provocado ya más de media docena de infartos. Mujer.—Le entiendo, claro que le entiendo, ¿cómo no le voy a entender? Aun así, de verdad, hágame caso: ser invisible no es ninguna desgracia. Hombre.—¿Ah, no? Pues dígaselo a los infartados. Mujer.—Como mucho, un inconveniente. O mejor, una peculiaridad. Es más, si me apura, yo le diría que es un privilegio. Hombre.—¿Se burla de mí? Mujer.—No ser visto le protege del mal de ojo.
  • 80. Hombre.—Se burla de mí. Mujer.—Y está exento de la declaración de la renta. Hombre.—Ya. Y me cuelo sin pagar. Mujer.—Además. (Breve pausa.) Aunque para mí lo mejor es envejecer de incógnito. Hombre.—Una bicoca, según lo cuenta. Mujer.—Yo diría que sí. Hombre.—Pues seré un privilegiado, si usted lo dice. Ahora, admítalo: un privilegiado que da miedo. Mujer.—¿Miedo? Hombre.—Sí, miedo. O si no, ¿por qué se esconde? Mujer.—Estamos hablando, ¿no? ¿Qué más quiere que haga? Hombre.—Salir del escondrijo. Mujer.—¿Cómo? Hombre.—Sí, podría dejarse ver. Mujer.—Bueno, me temo que eso no va a ser posible. Hombre.—¿Y eso? Mujer.—Verá... Soy la mujer invisible. Hombre.—¿Se burla de mí?
  • 81. Mujer.—En absoluto. Hombre.—Pues lo parece. Mujer.—Sí, entiendo que pueda parecer una broma, pero, ¿qué quiere? Soy invisible. Hombre.—No la creo. Mujer.—Se lo juro, soy invisible. Hombre.—¿Y por qué se esconde entonces? Mujer.—¿Quién se esconde? Hombre.—Usted. Mujer.—¿Yo? Hombre.—Sí, detrás del pedestal. Mujer.—¿Detrás? Estoy junto al pedestal, pero no detrás. Hombre.—¡Ah!, pues no sé. (Pausa.) Pero usted dijo que estaba detrás. Mujer.—Junto al pedestal, fue lo que dije. Pero no estoy detrás, estoy delante. Hombre.—O sea, que es invisible. Mujer.—Ya lo ve. Hombre.—Increíble. Esto es increíble. Mujer.—¿Al hombre invisible le parece increíble que yo sea invisible?
  • 82. Hombre.—Es que es muy fuerte. Mujer.—Y tan fuerte. Oiga, mire, yo también he sufrido la incomprensión de los demás, que ser distinto no es plato de gusto para nadie; ahora... Hombre.—Pues eso no era lo que decía antes. Mujer.—Que yo lo lleve con alegría es otra cosa. Cuestión de carácter. Pero la procesión va por dentro. Y no me corte, que se me va el hilo. Yo puedo entender, ya le digo, que los visibles no me vean con buenos ojos; ahora, que un semejante esté poniendo en duda que soy como soy, me parece... inconcebible. Hombre.—Ah, no, no; yo jamás he dudado de... Vamos, que no me refería al hecho de que sea invisible; yo lo decía por la casualidad. Mujer.—Ahora arréglelo. Hombre.—No estoy tratando de arreglar nada. Aunque convendrá conmigo que un encuentro así no se produce todos los días. Admítalo, es mucha casualidad. Y con esto no es que quiera disculparme. O bueno, sí, claro que quiero disculparme. Verá, es que estoy confuso. En fin, no sé, póngase en mi lugar. Mujer.—Póngase usted en el mío. ¿O qué cree, que yo no estoy sorprendida? ¿Sabe lo que pensé cuando leí su anuncio? “Hombre invisible busca media naranja”. “No saben qué inventar para llamar la atención”, eso fue lo que pensé. De ahí a estar aquí, hablando con una voz sin cuerpo...
  • 83. Hombre.—¿Ve? Luego me está dando la razón. Mujer.—¿Yo? Hombre.—¿Pero es que no se da cuenta? Usted misma lo ha dicho. Mujer.—Que he dicho, ¿qué? Hombre.—Pues que es sorprendente. Mujer.—Claro que es sorprendente. Sorprendente, sí. Sorprendente, impensable, inesperado, pero no increíble. No para usted. Al menos para usted, no puede ser increíble. No señor, me niego. Hombre.—¿Sabe lo que pasa? La soledad puede a veces jugarte una mala pasada. Y no quisiera equivocarme. Verá, no quisiera... Mujer.—¿Piensa que puedo ser una invención de su mente? Hombre.—Pues sí, es lo que pienso. Mujer.—Igual podría ser al contrario. Hombre.—¿Cómo es eso? Mujer.—Sí. ¿Qué le hace pensar que no sea yo la que le está imaginando a usted? Hombre.—Pues porque el que lo está pensando soy yo. Mujer.—¿Me está negando el derecho a que sea yo la que lo piensa a usted?
  • 84. Hombre.—Yo... Mujer.—Eso es machismo. Hombre.—No empecemos. Mujer.—¿Que no empecemos? Y acaba de decir que solo existo porque usted me piensa? Pues dígame si no cómo le llama a eso. Hombre.—Oiga, pues mire, si soy un machista, procuraré enmendarme. ¡Mujeres! Mujer.—Sin pasarse, ¿eh? Hombre.—Disculpe. Pero es que estoy tratando de entender qué es lo que ocurre. Y no sé, no lo entiendo. Mujer.—Pues está muy claro: somos la pareja invisible. Hombre.—Sí, usted ríase, pero ha sido tan duro tener que aceptar que soy invisible... No me gusta. Y ahora, de repente, aparece usted, tan contenta, sin importarle lo más mínimo ser invisible o no. Mujer.—Al principio, pues choca. Hasta que me dije: “Tía, eres invisible, esto es lo que hay, qué se le va a hacer”. Hombre.—Créame que envidio su entereza de ánimo. e.
  • 85. Hombre.—Yo... MuMujer.—Al principio, pues choca. Hasta que me dije: “Tía, eres inv Mujer.—Me gusta ver la parte positiva. Se da cuenta. Una entre un millón: esas eran las posibilidades que teníamos de encontrarnos. Y ya ve. Hombre.—Pero eso es lo que pasa, que no veo. Ni la veo, ni me ve. Y hasta las voces podrían ser quimeras. Es todo tan inconcreto... Mujer.—Así es. Ni imagen ni sonido. Solo nos queda el tacto. Hombre.—¿El tacto? Mujer.—Un sentido muy poco cultural, sin tradición. Por eso es tan sincero. Aún no ha sido enseñado a mentir. Hombre.—Claro, el tacto, qué interesante. ¿Cómo no se me habrá ocurrido antes? Mujer.—Y eso que es usted el que piensa. Hombre.—No se burle. Mujer.—Pero si no me burlo. Hombre.—Se me está ocurriendo... Mujer.—¿Sí? Hombre.—Creo, no sé, que deberíamos acercarnos. Mujer.—¿Y eso? Hombre.—Si le parece, puede seguir el borde del segundo peldaño. Yo haré lo mismo. Mujer.—Pero,¿paraqué?
  • 86. Mujer.—Pero, ¿para qué? Hombre.—Pues para encontrarnos. Tenemos que asegurarnos de que somos reales. Mujer.—Ya. Hombre.—Es el único modo; usted lo ha dicho. Mujer.—¿Me está proponiendo que la primera vez que no nos vemos...? (Rompe a reír.) Perdone, no quería hacer un chiste. Hombre.—Es una cita a ciegas. Mujer.—Mire, en eso no le falta razón. Hombre.—¿Y bien? Mujer.—De acuerdo, vamos allá. (A partir de este momento, las alteraciones respiratorias pondrán de manifiesto la complejidad de las acciones.) Hombre.—(Tras una pausa.) ¿Es usted? Mujer.—Sí, claro, ¿quién quiere que sea? Hombre.—O sea, que era verdad. Mujer.—¿Es que lo había dudado? Mujer.—¿Sí?
  • 87. Hombre.—Pues... Mujer.—Yo jamás lo dudé. Hombre.—Oiga... Mujer.—¿Sí? Hombre.—Tiene usted muy buen tipo. Mujer.—Gracias. (Pausa.) Lo... mismo digo. Hombre.—Pero que muy buen... Mujer.—Ay, no, no. Eso no. Hombre.—Perdone. Mujer.—Perdóneme usted a mí, pero es que me cogió por sorpresa. Hombre.—¿Sabe que tenía razón? Esto del tacto ahorra muchas explicaciones. Mujer.—Es mucho más concreto, dónde va a parar. Hombre.—¿Le parece que demos un paseo? Mujer.—Ay, sí, sí, por favor, que aquí estamos muy a la vista. (Y cogidos de la mano, se adentran en la espesura del parque para entregarse a los placeres del tacto, sin que nadie los vea.) Jesús Campos García
  • 88. Aspira, ícono del agua; y al espirar, sombra encinta la destinada luz, desmadeja tu fábula. Núblese de elemental fiereza —piedra por resolver—. Solo cielo ciego aquí y estampa: parte de la conversación. Oh sombra. Antonio Mengs
  • 89. Voy a ti desde entonces con mi Cristo de piedra, redondas son las dudas; pero mi amor ahuyenta la permanencia gris que detiene el dolor. Levanta la cabeza: hay un ángel en ti. María Esperanza Párraga
  • 90. Leyendo versos encuentro realidades en mis silencios. María Antonia Rodríguez
  • 91. A Pedro Vargas, El tenor de las Américas, El Samuray de la canción, El Rey (que ya es decir), sus amigos mejicanos y españoles le erigieron una estatua en los jardines del Retiro; muy cerca de su paseo central, frente por frente del pabellón de la sala de fiestas por el que tantos famosos han pasado. El eco de sus canciones resuena aún en los oídos:… cielito lindo...quiéreme mucho…adiós mariquita linda… PedroVargas,elcantante,elactor,elpuromejicamo se volvió sombra, mientras dormía, a los 83 años y medio. Una sombra que aún resplandece cada día con los últimos rayos del sol. Cerramos los ojos y escuchamos:…Siboney.... acércate más...en esta noche clara…fallaste corazón… Pedro Vargas, El Rey. Juan de Amiano
  • 92. Desprendimiento. Absolución. Renuncia. Yo soy hijo del cielo tormentoso. Fui criado por la noche y mi alma se encendió en el fuego sagrado de la tierra. Me miro en las aguas quietas del estanque y guardo en el pecho un enjambre de abejas libadoras. En mis oídos suena la voz oscura del olvido. Los ojos se me pierden en la placidez del agua cristalina. Los viejos enemigos transforman las arrugas de su vientre en caricias infantiles; y me ofrecen un lecho florecido. Al tiempo que mis ojos se hunden en el fondo del espejo, crecen los recuerdos silenciosos. Y me atrevo a surcar los espacios en el carro alado de Faetón, para despertar convertido en gota de rocío, en ofrenda de cirio derretido. Recompensa. Abandono. Calma. Juan Polo
  • 93. (Las sombras de dos árboles se superponen sobre el verde tapiz del césped, formando la parte inferior de un cuerpo desnudo) SOMBRA SUPERPUESTA 1- ¡He perdido mis pantalones! SOMBRA SUPERPUESTA 2- Alto ahí. No me mezcles en tus cosas. SOMBRA SUPERPUESTA 1- ¿Y tú, quién demonios eres? SOMBRA SUPERPUESTA 2- Soy la acacia que vive a tu izquierda. SOMBRA SUPERPUESTA 1- ¡Vaya!... No te había visto. SOMBRA SUPERPUESTA 2- No me extraña. Eres un plátano prepotente, que no se habla con nadie de este jardín. Nos miras por encima de la copa, como perdonándonos la vida. SOMBRA SUPERPUESTA 1- Me gusta la independencia. (Una tercera sombra aislada, interviene cortando la conversación) SOMBRAAISLADA- ¡Shhh! ¿Queréis callaros? El jardinero se acerca. Sabe Dios qué ocurriría si conociese nuestro secreto. Antonia Bueno Diálogo de los árboles
  • 94. Sueña la piedra con ser cincel, abovedar el celeste, y extender el acanto. Sueña la piedra con ser silencio, crecer en las dunas, y adivinar encuentros. Sueña la piedra con ser viento, viajar en aguacero, y desplegar los recuerdos. De cincel, viento y silencio, sus sueños… María Alonso
  • 96. Apunte escénico en el que el general Martínez Campos (Arsenio) dialoga con Canovas del Catillo (Antonio), haciendo proyectos para la Restauración de Alfonso XII. En él se alude, también a Sagasta (Práxedes). Antonio me había citado en su casa, de noche, fuera del horario en que los madrileños indiscretos podían interferir en nuestra conversación. - ¿Te marchas a Sandhursdt?, Pregunté - Sí, quiero hablar con el Príncipe. Ya tengo redactado un manifiesto, quiero que lo firme y que se publique en la prensa, para hacerlo coincidir con su mayoría de edad. Se dan las condiciones para preparar su llegada al trono. - ¿Crees que le seguirá la sombra de su impopular madre? - No creo, Arsenio. La República está en liquidación y el Príncipe, que ha estudiado en el extranjero, aparece como un monarca liberal y sin pasado a los ojos de los españoles. Lo único que falta es proclamar la monarquía. A mis cuarenta y tres años, ya había aprendido a captar las indirectas de los políticos. - Para eso me has llamado, ¿Verdad? Antonio me miró sin su habitual sonrisa de compromiso - Si.
  • 97. Me levanté del sillón y di una vuelta por la estancia. - De acuerdo. Me reuniré con el partido Alfonsino en Sagunto. Allí el ejército está ya dispuesto a apoyar el levantamiento. Proclamaremos al Rey Alfonso XII y el fin de la República. - No habrá problemas. He hablado con Serrano y con Práxedes. Los dos lo saben y aceptan. - ¿Cuándo te vas? - La semana que viene. Publicaremos el Manifiesto el primero de diciembre. Tu Arsenio, debes alejarte de Madrid por si los republicanos intentan detenerte. Luego, cuando te avise, marcha hacia Sagunto. - Así lo haré. - Adiós Arsenio, Viva España y Viva SM, el Rey Alfonso XII. - Viva el Rey. Almudena Gómez de Cecilia
  • 98. No es de temer que confundas los caminos. Lo que es de temer es que te venzan las pasiones. El camino pues, está claro, ya que Allah lo ha mostrado por medio de las revelación del Libro y el Mensajero. Es el dominio de las pasiones, a las que el ser humano está sometido, lo que le aleja de la verdad. Sidi Alí Laraki.
  • 99. Esfinge, ¿quién eres tú? ¿Por qué me miras, esfinge, con tus ojos blancos de infinito, en los que se reflejan los colores heridos de mil espejos rotos? Esfinge, reina del silencio, tu mutismo turba el dolor de mi cuerpo atormentado. La impávida tempestad de tu mirada penetrante, insoslayable, esfinge, hace que mi alma navegue en un mar embravecido. Esfinge, tu posees el secreto de la vida y de la muerte, pero te niegas a manifestarlo al humilde peregrinoquelevantasusojosconelúnicopropósito de quedarse ciego y manchado para siempre al conocer el arcano del oráculo. Descansas tierna y amenazadora, esfinge, en la floresta, igual que te eriges altiva, inaccesible sobre las ardientes arenas del desierto. Esfinge, ¿quién eres tú? ¿Quién soy yo? Tal vez, sólo seamos la única palabra que no nos atrevemos a dejar salir de nuestros labios. Juan Polo
  • 100. Los viejos troncos viven nuestras pasiones con imprudencia. María Antonia Rodríguez
  • 101. ¿Es el agua en el árbol o es el árbol la sombra que al agua le faltara? Dentro de la sombra el agua hace destellos de agua. El camino es el ascenso en las lágrimas de plata mientras el verde desciende para encendernos el alma. El árbol todo lo sabe y calla con su esperanza para que llore el paisaje con su viento, con su calma. El agua se quedó seca, las barcas se hacen montaña, los labios de las laderas son girasoles naranjas donde los árboles niños abrazan sueños de agua. 
  • 102. Para navegar las ramas, para imaginar las barcas. ¿Quién nos dijo que en los días los caminos no son agua? Pobre dolor el del árbol ya transformado, ya plata. Que nunca le dejen solo, que a los ojos del silencio la lluvia se hace distancia donde animales sumergen su color sin esperanza. Las barcas son hoy promesa, no son envés de su rama. María Esperanza Párraga
  • 103. Me retiro al Jardín que hay al lado de mi impaciencia, no para recobrar el sosiego sino para estar un rato con ella, y con el fruto de su vientre en mis manos, que son las de la memoria, que en su mudo pedestal posa el tiempo, que, por ella, ni pasa ni se queda. Cicatriz sola. Jesús Maroto
  • 104. Libro de la Sabiduría 2,1,2,3,4
  • 105. Los malos se dicen en sus erróneos cálculos: Corta y triste es nuestra vida; el final del hombre sin remedio llega, que vinimos al mundo por obra del azar, y al cabo seremos como si nunca hubiéramos sido. Humo es el aliento en nuestras narices, y el pensamiento una centella que salta del latir de nuestro corazón. Apagada ella, se hace el cuerpo ceniza y el espíritu se esfumará como aire inconsistente. Se olvidará con el tiempo nuestro nombre, y nadie se acordará de nuestras obras. Como rastro de nubes pasará nuestra vida, se esfumará como niebla, perseguida por los rayos del sol, por su calor ahuyentada. Sí, el pasar de una sombra es nuestra vida, sin retorno es nuestro fin, que una vez puesto el sello nadie vuelve.