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Desarrollo
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Elegí la parábola del buen samaritano dado que, a mi parecer, refleja la esencia del mensaje
del evangelio y su trascendencia en la eternidad. La Biblia me enseña que, si algo
permanecerá por siempre es el amor (1 Corintios 13:8).
Al meditar en la lectura de la parábola (Lucas 10:25-37) en varias versiones de la Biblia y al
dar lectura al comentario expuesto por el Dr. Miranda en su libro “Las parábolas de Jesús en
su contexto”, puedo destacar, no solo la importancia, sino la relevancia que, para la época,
tenía gran interés por parte de nuestro Señor Jesucristo el que se entendiera el significado
del
amor.
Agustín de Hipona llegó a una máxima conclusión sobre el amor, él dijo: “Ama y haz lo que
quieras”. Pareciera que, al hacer mi reflexión sobre esta parábola, Jesús me invitara a
adentrarme más al conocimiento su amor y a vivir practicándolo con el prójimo, lo cual es la
base del cristianismo y el centro de lo que debe ser mí adoración (Juan 13:35).
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En mi análisis encontré diversos elementos que pintan un cuadro en el que Lucas, después
de haber indagado diligentemente (Lucas 3:3), captura una de las parábolas que no se
encuentran en los otros evangelios, en ella aparece como protagonista de la historia un
“buen” samaritano, situación que se vuelve relevante para el contexto judío.
En el contexto, Lucas registra un dato interesante que se constituye en el parteaguas del
ministerio de Jesús, dice: Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido
arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén (Lucas 9:50). En su trayecto a Jerusalén, Jesús
da un giro a su mensaje, después de haber predicado sobre el reino de los cielos y su llegada
al mundo por medio de Él, ahora enfoca con denuedo su enseñanza para dar a conocer a qué
había venido, a entregar su vida por amor para salvar a la humanidad.
El relato de Lucas sobre la parábola del buen samaritano, es un mensaje del amor que Jesús
mostró. Desde una pregunta simple que se vuelve clave para entender lo que significa
adoración a la luz del gran mandamiento, el maestro de la ley, cuestiona a Jesús, sin saber
que la respuesta se constituiría en el símbolo que caracterizaría a los hijos de Dios. La
pregunta en el v. 29 dice: ¿y quién es mi prójimo? Analizar y entender la respuesta del Señor
Jesús, me ayuda a comprender, en que consiste el amor de Dios y lo que espera Dios de mí
como discípulo.
Después de declarar que la esencia de la ley consiste en una relación vertical amando a Dios
con todo el corazón, alma, fuerzas y mente; nos habla de una relación horizontal al demandar
el amor para con el prójimo, un amor como a mí mismo.
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Las similitudes que el Dr. Miranda presenta en su libro, para que amplíe mí visión de lo que
representaba para el contexto histórico esta parábola es valiosa, sopesando, sobre todo la
premisa que origina esta historia: El amor.
Llamó mí atención la serie de alegorías que se mencionan de Agustín de Hipona con respecto
a esta parábola, de las cuales quiero destacar el énfasis de la obra redentora de Jesús.
Agustín compara al buen samaritano con el Mesías prometido, esto me llevó inmediatamente
a Isaías 53:3, donde el profeta anuncia que el Mesías sería despreciado y desechado por los
hombres; y así fue, muchos despreciaron a Jesús (Juan 1:11), sin darse cuenta que, Él estaría
dispuesto a hacer un alto en la eternidad de su gloria compadeciéndose de nosotros y viniendo
al mundo a salvarnos, tal como lo hizo el buen samaritano al hacer una pausa en su camino
para salvar al hombre herido.
Culturalmente los samaritanos y los judíos no se llevaban, por parte de los judíos el desprecio
era por motivos históricos, eran considerados como una etnia impura, fueron el producto de
los matrimonios mixtos entre el remanente de los judíos del norte y los paganos.
De esta misma manera, el hombre vive separado de Dios por causa del pecado, el apóstol
Pablo dice que éramos enemigos de Dios (Romanos 5:10) y vivíamos sin esperanza,
engañados por nuestras concupiscencias (Romanos 3:23), pero Jesús cumplió lo que había
sido profetizado (Isaías 53:4-5), curando nuestras heridas y trayéndonos la paz con Dios
(Isaías 9:6).
El animal que lleva al herido en la parábola, representó a Jesús ya encarnado, llevando sobre
sus hombros la cruz; ciertamente Jesús se hizo hombre para poder tomar nuestro lugar. Para
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mí agregaría que el aceite y vino son la unción del Espíritu Santo y el perdón de nuestros
pecados. Otro aspecto del comentario de Agustín, refiere que el mesón es la iglesia y el
mesonero él apóstol Pablo, ya que la función del apóstol es cuidar de los miembros de la
iglesia, y es el lugar dónde Jesús nos deposita como creyentes hasta su regreso glorioso.
Jesús mostró compasión como lo hizo el buen samaritano, y nos llama a ser compasivos con
las personas, no importa quien sea, todos tienen acceso a la misericordia y al amor de Dios.
En una ocasión, el Señor Jesús les habló a sus discípulos sobre su regreso en gloria y sobre
el juicio final, en el cual destaca que evaluará nuestras buenas obras, aquellas que se
constituyan como el producto de nuestra fe sincera por amor a Dios (Mateo 25:31-46), en el
relato destaca que la forma de adorar a Dios es mediante el servicio a los demás, incluyendo
a nuestros enemigos; es por eso, que cada vez que asistimos a alguien con necesidad, así,
como ese hombre herido de nuestra parábola, estamos adorando a Dios, cada vez que nuestro
amor por Dios crece, más sensibles y proactivos somos para atender las necesidades de los
demás, porque no podemos decir que amamos a Dios si no amamos al prójimo, porque el que
no ama, no ha conocido a Dios (1 Juan 4:8), Así que la relación vertical que deseamos tener
con Dios por medio de la comunión, se hace visible en la medida en que manifestamos esa
relación horizontal que es el amor de Dios para con el prójimo (1 Juan 1:5-8) y en esto se
basa nuestra verdadera adoración.
5. Los creyentes somos llamados a adorar a Dios, no solo en espíritu sino en verdad (Juan 4:23-
24), no es un acto optativo, sino un mandato de Dios, pero esto se vuelve un problema si no
comprendemos el amor de Dios el cual se manifestó en Cristo quien siendo en forma de Dios
se hizo hombre y murió en una cruz (Filipenses 2:6-8) para salvarnos.
Yo era como ese hombre herido a un lado del camino, me encontraba muerto en pecado, pero
Jesús con movido a misericordia y por amor, pagó el precio para mi sanidad y libertad
(Colosenses 2:13-14). Cuando me acerco a entender el amor de Dios que se manifestó en la
obra de Jesús por mí, puedo entonces amar como Cristo me amó, porque el amor de Jesús no
busco lo suyo, sino agradar al Padre, entonces, si mi amor por Cristo es mayor al de cualquier
persona, ya sea padre, madre, hermanos, esposa, hijos, etcétera; solo entonces podré amarlos
como Cristo me amó a mí. No puedo amar a las personas si mi amor por Cristo no es correcto,
lo que me lleva a amar a Cristo es mi comprensión de lo que Él me amó, y es por eso que
puedo amar a los demás como Cristo me amó a mí.
Ahora entiendo con más razón la exhortación de Pablo a la iglesia de Éfeso, para que habite
Cristo en nuestros corazones y así arraigados y cimentados en su amor, sea capaz de
comprender el amor de Cristo, porque ese amor es el poder que actúa en nosotros para la
gloria de Dios por siempre (Efesios 3:14-19).
Conclusión