Cristo necesita valientes que le sigan por amor a él
1. Cristo necesita valientes que le sigan por amor a Él, para llegar hasta la cruz.
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Reflexión al evangelio Lucas 9:51-62
Valientes, pacientes y mansos
Parecen palabras contradictorias, porque solo relacionamos a los valientes
con personas briosas o decididas y a los pacientes y mansos con personas
resignadas, sin embargo este capítulo del Evangelio, además de discípulos
animosos y esforzados, requiere estar dotado de estas virtudes.
Dice este relato evangélico, que cuando estaba por cumplirse el tiempo de
su ascensión al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió
mensajeros delante de Él. Ellos partieron y entraron al pueblo de Samaria para
prepararle alojamiento para Él y sus discípulos. Era necesario y muy normal pasar
por estas tierras de Samaria, cuando se viajaba de Galilea a Jerusalén. Pero existía
mucha hostilidad entre samaritanos y judíos hasta el punto de que no se
hablaban.
Nos relata el Evangelio que a pesar de los mensajeros enviados, no
recibieron a Jesús y sus discípulos. Los samaritanos sabían que eran peregrinos
venidos de Galilea, sin embargo no fueron acogidos, ¿Por qué? Seguramente no
hubo sencillez en el corazón de estos samaritanos. Lo que está claro es que no les
pareció bien el hecho de que Jesús encaminara sus pasos a Jerusalén y que pasara
por su territorio, entonces mostraron su mala voluntad, negándoles hospitalidad.
Esta experiencia de no ser aceptado, va preparando a los apóstoles para
más adelante, de este modo cuando ellos tengan que salir a predicar el evangelio,
sepan de las dificultades, porque no siempre va a ser todo fácil, como entrar en
todas partes. Pero frente a estos casos, aparte de haber ser decidido en salir y
valientes para enfrentar esta tarea, hay que ser pacientes y mansos, y conforme
con esas virtudes, también se pide a los discípulos no ser hostiles e iracundos, y
mucho menos vengativos con sus perseguidores.
Este relato nos muestra como los apóstoles aún no estaban preparados
para ser rechazados, por eso los discípulos Santiago y Juan cuando vieron que no
fueron recibidos, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo
2. para consumirlos?". Si hoy fuéramos a un pueblo cualquiera y no nos recibieran,
no podríamos aceptar este criterio de pensar en una venganza, menos pensar en
quemarlos haciendo caer fuego sobre la ciudad, no sería esa una tarea de
valientes, sino de bárbaros. Por eso, frente a esta pregunta, Jesús les enseña a sus
discípulos que no debe haber venganza, manifestando que la verdadera virtud no
es vengativa, y que no hay caridad allí donde exista la ira, así es, como no se debe
estar en contra de la flaqueza humana, al contrario, esta debe ser confortada, por
eso la indignación contra los hombres no es actitud cristiana.
Así es como Jesús, se dirigió directamente a sus amigos y los reprendió,
seguramente les debe haber dado además un sermón una amonestación mas
educativa, después de esto, luego se fueron a otro pueblo.
¿Cómo se habrá sentido el Maestro después de esta actitud de sus
discípulos? Nos podemos imaginar a un Jesús dolido, quizás entristecido por
tener que reprenderlos. Es lógico suponer a un Maestro apenado por esta actitud
vengativa justamente porque a ellos les había enseñado lo que era amar al
prójimo y porque "El Hijo del hombre no había venido a perder las almas, sino a
salvarlas", porque la venganza no es Espíritu de Dios sino del maligno. En efecto,
como nos dice San Juan, “Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para
que el mundo se salve por Él” (Juan 3:17).
La lectura de este fragmento del Evangelio, nos muestra a Jesús rechazado
por los samaritanos e incomprendido por sus propios discípulos, estas son las
posturas en las cuales no debemos caer, por una lado el rechazo y por otra la
incomprensión.
Es posible que Santiago y Juan hayan sentido en ese minuto dolor por el
rechazo de los samaritanos a su Maestro, molestia muy humana y algo natural en
dos pueblos que no se aceptaban mutuamente, pero para el Señor, ese no es el
espíritu del Reino. Por eso, para ser pacientes, se requiere coraje y valor para
aceptar que no podemos pensar vengativamente de nuestros hermanos y vecinos
de otras nacionalidades u otras costumbres, ya que no estamos cumpliendo con
el mandato de Jesús, amar al prójimo como a nosotros mismos.
Lamentablemente, aún existen hombres que le cierran los oídos a Cristo, y
llamándose valientes, hacen caer fuego sobre otras ciudades. No es fácil
comprender eso.
3. Los valientes que nos han pedido imitar en nuestra sociedad
Valiente, es para nosotros por formación una persona aguerrida y
dispuesta a los actos en que pueda mostrar su coraje, es una persona que no echa
pies atrás frente al desafío. En efecto, en nuestra vida terrenal, son muchísimos
los ejemplos de hombres valientes que no echaron marcha atrás y motivaron a los
suyos a luchar hasta el final, en pos de la recompensa y la gloria, todos ellos,
sirven de magníficos ejemplos para incentivarnos a que debemos trabajar duro,
para labrarnos un buen futuro, y así culminar con éxito la vida que nos ha
correspondido pasar.
En cada rincón de nuestra tierra, patrimonio del Señor, se cuenta la historia
de un noble valiente, en la mía como la de muchos, están los héroes de la patria,
como la del General O'Higgins, que tomó el fusil de un soldado que cayó muerto a
sus pies y con estentórea voz exclamó: "¡O vivir con honor o morir con gloria!, ¡El
que sea valiente que me siga!", o la del Capitán Prat, que sabiendo que
irremediablemente iba a morir en la cubierta de un noble enemigo, le grito a sus
hombres “Al abordaje muchachos”. Estos valientes con sus nobles ideales le
dieron satisfacción a su pueblo, pero es la gloria terrenal.
Y también hay historias de personajes que forjaron su heroísmo para
conquistar riquezas para sí y para quienes los enviaron. En tiempos de la
conquista de América, Francisco Pizarro en su incansable búsqueda del oro, se vio
enfrentado a sus hombres que le exigían marcha atrás, entonces se puso en
medio de ellos, trazo un línea en el suelo, y les dijo que, o lo seguían hasta la
victoria o echaban marcha atrás como cobarde, y Hernán Cortés no le dejo
alternativa a sus hombres, y para imponer su jerarquía, mando a quemar las
naves, a fin de que nadie huyera.
En conclusión, lo que nos trataron de enseñar con estos ejemplos, es que el
valiente es aquel que actúa con valor, con ánimo y con decisión, es esa la
acepción que también le da Cristo a los que le siguen, pero con una finalidad
distinta a la gloria que han buscado los héroes que he nombrado.
Por eso me pregunto: ¿Si tantos hombres dieron su vida por un ideal de
conquistar un premio en la tierra, un premio que esta acortado en el tiempo, por
qué ha de ser tan difícil dar la nuestra por uno que no tiene fin en el tiempo?.
Muchos mártires han dado la vida terrenal por la vida eterna, una inmensa
4. cantidad de ellos, solo son conocidos por quien la otorga, que al final de cuentas,
es lo que verdaderamente interesa.
Valientes, “ayudado por la fuerza de Dios” (2 Timoteo 2:8)
Es cierto que se requiere mucha fortaleza, pero no hay ninguna misión que
no la tenga, hay que arar la tierra con mano firme en el arado para hacer surcos y
sembrarla después. San Pablo le escribe a Timoteo: “El labrador que trabaja es el
primero que tiene derecho a percibir los frutos” (2 Timoteo 2:6). Un día pase
frente a un cantero y lucia orgulloso un cartel: “Fortalezcan los brazos débiles,
robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: ¡Sean
fuertes, no teman: ahí está su Dios!” (Isaías 35:3-4). El cantero sabe que labrar la
piedra con un cincel es un trabajo muy laborioso y no le quita el empeño.
Para muchos hombres y mujeres, el camino no ha sido fácil, han tenido que
labrar su vida muy laboriosamente. ¿De dónde habrán sacado tal fuerza?, de la
misma fuente, de su mismo origen, es decir de nuestra propias raíces y estas no
son otras que las que nos entrego Dios. Somos de su creación, y cuando estamos
débiles y a la deriva, es porque nos hemos alejados de ÉL, y si queremos
recuperar fuerza, solo nos queda el camino de acercarnos a la fuente, como dice
san Pablo: “Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder”
(Efesios 6:10). Todo lo podemos en Cristo Jesús, “Todo lo puedo en Aquel que me
conforta” (Filipenses 4:13).
Nada hay mejor para fortalecerse, que la palabra de Dios, oída, leída y en
oración. Quienes acuden a este alimento para el alma, encontrarán un bálsamo
curativo para sus penas y necesidades. Muchos opinan que leer la Biblia es
aburrido, no tengo atribuciones para condenar a quien dice eso, pero si a orar
para que cambie de idea.
En una ocasión, estando invitado en casa de un amigo, me mostró su gran
biblioteca, y me confesó que en una época, la Biblia era entretenida solo cuando
le quitaba el polvo. Es importante entender que la Palabra es alimento para el
alma como la comida lo es para el cuerpo. Pero, con ayuda de una persona, este
hombre comenzó a leer la Biblia, y es así como ahora dice, que cada vez que
pierde la fuerza para emprender alguna tarea, en las Sagradas Escrituras
encuentra la fuente para beber agua que da vida, y lo más importante, que al
leer la Palabra de Dios, descubrió a su verdadero amigo.
5. Cuando más fortaleza necesitamos, ahí está Dios para entregarla, como
Padre y como amigo. En efecto, cuando la Palabra habita en nosotros, es cuando
podemos decir: “He hallado mi cielo en la tierra pues el cielo es Dios, y Dios está
en mi alma” O poder reconocer: “Creo que si Él me ha amado tan
apasionadamente, y me ha hecho tantos favores es por verme tan débil”
La fuerza viene de Dios y la percibimos cercanamente en la oración. No
puede ser de otra manera, ya que la oración viene también del Espíritu Santo, y es
el Espíritu Santo quien hace la oración. Es la oración en nosotros, y es la fuerza
para emprender el camino en pos de la meta tan ansiada de la vida eterna.
San Pablo, presintiendo el fin, escribe a Timoteo: “Porque yo estoy a punto
de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He
competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he
conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día
me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos
los que hayan esperado con amor su Manifestación” (2 Timoteo 4:6-8).
Los evangelizadores valientes que necesita Cristo
Cristo Jesús, necesita hombres y mujeres valientes, que actúen con valor,
con ánimo y con decisión. Pero no para enfrentamientos bélicos, tampoco en pos
de riquezas materiales. Cristo quiere discípulos preparados para actuar con
prudencia, dispuestos a soportar los sacrificios necesarios para realizar la función
de evangelizador, desempeñándose a la perfección en ese ministerio. (2 Timoteo
4:5).
Pero esta tarea no es fácil, no es tan simple como levantar el dedo y decir
aquí estoy Señor, ya que Jesucristo quiere testigos verdaderos, por tanto
debemos estar dispuesto a pensar como Él, sentir como ÉL, actuar como Él,
mirar a los demás como los mira Él, pero además nos pide una firme decisión que
rompa con el pasado, mirando hacia el futuro y sin añoranzas y con una libre
voluntad para recibir su gracia.
Cristo necesita valientes que estén dispuesto a dejarlo todo por Él, y en
este fragmento del Evangelio, nos destaca cual es el espíritu de esta decisión que
debe tener quien quiera seguirlo. Este nos muestra un primer ofrecimiento, que
6. le hace alguien a Jesús diciéndole; “te seguiré adonde vayas”. Jesús le respondió:
“Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del
hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Jesús no le rechaza, Él es el que se
invita, sin embargo, le pone la perspectiva ardua del apostolado: sólo tiene
asegurado, en comparación con los zorros y aves, el incesante ir y venir para
anunciar las Buenas Nuevas.
Nuestro hogar en un lugar que nos da cierta seguridad, como a los animales
su madriguera. En las guaridas los animales se esconden del peligro, los valientes,
no se ocultan. Pero el hogar además es un sitio de descanso, con ciertas
comodidades, protegidos del frío, tenemos nuestros alimentos y allí podemos
dormir con tranquilidad.
Es así, como Jesús nos advierte que para caminar junto a Él, debemos
desprendernos de lo bienes terrenales, eso sí, no habla de los que son los
necesario para vivir. También nos pide olvidarnos de las comodidades si
queremos seguirlo a Él. Seguir a Jesús, no es para conseguir ventajas terrenales, ni
económicas ni de posición social como primera instancia, pero, también se debe
estar dispuesto a todo y en todo tipo de lugar. Así es, donde haya que llevar el
mensaje del Evangelio, ahí hay que ir sin pensar en el camino, si este será fácil o
difícil.
Dice Jesús; “El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”, debe de
referirse a esta vida de incesante caminar apostólico más que al no tener alguna
morada para descansar, como en Nazaret y Cafarnaúm. Es aquí donde por vez
primera sale en los evangelios el título que se da Jesús de Hijo del hombre. Jesús
frecuentemente lo utilizará para nombrarse. Esta expresión sólo aparece en los
Evangelios en boca de Jesús. Es Él quien se designa con ella. En algunos textos en
los que se usa esta expresión, es para designar calificativamente, al Mesías
humilde, despreciado, y que irá a la muerte, en otros textos se designa con esta
expresión al Mesías en su aspecto glorioso y triunfal, o para destacar su potestad.
Luego el relato nos trae un segundo ofrecimiento, ahora es un discípulo,
pero éste antes le ruega; Señor, permíteme que vaya antes a enterrar a mi padre.
A éste, Jesús le da la orden-invitación; Sígueme, y deja que los muertos entierren
a sus muertos. No era esta invitación para incorporarlo a ser uno de los Doce. Era
solo invitarle a seguirle más de cerca, y acaso más habitualmente en sus correrías
apostólicas como le acompañaban sus discípulos en otras ocasiones. Sin embargo,
7. este discípulo, en lugar de seguir al punto la invitación del Maestro le suplicó un
espacio de tiempo para cumplir un deber sagrado: Enterrar a su padre.
La frase y el ruego no se refieren, manifiestamente, a que el padre de este
discípulo acabase de morir o estuviese muy grave y le pidiese licencia para ir a
cumplir sus deberes de piedad. Sería una coincidencia aquí increíble. Y más
increíble aún el que Jesús le hubiese negado lo que era un deber incluido en el
mandamiento del Decálogo: “Honra a tu padre y a tu madre” Debe tratarse de un
discípulo que antes de seguir a Jesús en su apostolado de una manera total y
habitual, rogó que se le permitiese antes esperar a la muerte de su padre, de este
modo ya sin tener que preocuparse de estos deberes, entregarse entonces a esta
misión. Pero esto era incierto, y la llamada del Señor para acompañarle en la
mies, que era mucha y los operarios pocos, urgía más.
Quizás no sea fácil comprender esta lección del supremo amor a Jesús
sobre nuestros padres, que los muertos entierren a sus muertos, sin embargo si
no concentramos en la idea de que la obra del apostolado es la predicación del
Reino, es decir la vida eterna, todo lo demás es como la muerte, porque los que
viven en el mundo despreocupados de la vida eterna, están como muertos.
Entonces decimos que ellos cuiden de sí mismos: que los muertos entierren a sus
muertos. En otras palabras, los que no han encontrado la vida del Reino en Jesús.
Fuerte paradoja para expresar los derechos de Dios sobre nosotros, que no
está por sobre los mismos de los padres de manera afectiva, sino efectiva. Porque
el mismo Jesús nos dijo “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre,
y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede
ser mi discípulo” (Lucas 14:26). Por este procedimiento, Jesús evoca su
trascendencia divina.
Pero también debemos comprender, que una situación es, si el padre acaba
de morir, entonces hay que enterrarlo, y otra situación es que debo preocuparme
de él mientras viva hasta que muera, ¿Por cuánto tiempo?, ¿tenemos que hacer
esperar a Jesús?, el Señor quiere una respuesta inmediata, sin retrasos, y
acordándose que debemos amar a Dios por sobre todas las cosas, y esto es claro,
es anteponer todo por Él, es así, que cuando el Señor nos pide un servicio, esto va
primero a todo lo demás.
8. Ahora, preocupémonos de llevar el mensaje para anunciar el Reino de Dios
a los vivos, y por supuesto, especialmente a los que no están cerrados a la
salvación y no hayan muerto espiritualmente o a la gracia.
Valientes dispuestos y con decisión absoluta
Cuando a Jesús le dice uno que se le ofrecía seguir: “Te seguiré, Señor; pero
déjame antes despedirme de los de mi familia. Le dijo Jesús: “El que empuña el
arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Lucas 9:61-62).
Utilizando el proverbio del arado, una vez puestas las manos a la obra del Reino,
todo ha de ser para Él y su obra. Como en el pasaje anterior, Cristo reclama para
sí los afectos más profundos, pues Él está por encima de ellos.
Es de esta forma, es como Jesús nos pide que lo sigamos, con decisión
absoluta, dispuesto a peregrinar en la vida, sin comodidades, desprendidos, es
una forma exigente, no es un camino fácil, solo para valientes, es ir cuesta arriba.
Para seguir a Cristo hay que cuidarse de no hacerlo con una mochila a la
espalda, en especial si esta mochila va cargada de faltas, pecados y errores que
no han conocido el arrepentimiento y la reconciliación, llevarla así, es fatigarse
más, por tanto es necesario estar con el corazón limpio.
Valientes para enfrentar el decaimiento, animosos contra el desaliento,
reflexivos ante las incomprensiones, fuertes contra las persecuciones, pero
convencidos como Pablo, que al final se llegara a la meta, y en esta le espera la
recompensa eterna.
Pareciera que Jesús quiso desanimar a estos tres que se le ofrecieron
camino a Jerusalén, y al responder a cada uno de ellos se podría pensar que les
quito el interés por seguirle, pero nada de eso es así, porque para animar a una
persona se le debe dar vigor, energía moral, fuerza, impulso, especialmente en
una actividad tan intensa, con tanto movimiento como es seguir a Jesús.
El valiente, conoce sus riesgos cuando dice te seguiré adonde vayas, pero
no por eso ante la iniciativa y el llamamiento divino habremos de condicionar
nuestra respuesta a Cristo según nuestros propios intereses personales. De este
modo, podemos hacernos indignos del don divino, por eso nuestro ofrecimiento
debe hacerse con alegría y disposición total.
9. Por comprender esto: “Te doy gracias Señor”. Que Cristo Jesús viva en
vuestros corazones. Amén.
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant