Este documento presenta un libro titulado "Orar en un mundo roto. Tiempo de transfiguración" escrito por Benjamín González Buelta. El libro explora cómo las personas pueden experimentar la transfiguración a través de la oración a pesar de vivir en un mundo fragmentado. El autor argumenta que aunque muchos niegan a Dios hoy en día, la trascendencia sigue siendo parte integral de la experiencia humana. El libro analiza las fuerzas que causan la desintegración en la sociedad y propone que la oración puede con
4. 6 ORAR EN UN MUNDO ROTO
3. La integración personal 56
1. Cuerpo 57
2. Pensamiento 65
3. Afectividad 77
4. Decisión 91
4. La integración en la realidad 103
1. Cosmos 104
2. Otro 111
3. Historia 119
4. Comunidad 129
5. La nube y la subida. Mística y ascética 140
1. La mística, el riesgo de un amor
encarnado y sin medida 140
2. Ascética: disponibles para la originalidad de Dios 155
6. Después del Tabor 170
1. Bajar del monte y subir a Jerusalén 170
2. Contemplación personal 171
3. Oración de discernimiento 186
4. Contemplación en la acción 203
5. Celebración comunitaria 215
III. LA ETERNIDAD YA ESTÁ ENTRE NOSOTROS 231
Presentación
Cuando Benjamín González Buelta concibe un libro -co-
mo sucede con las embarazadas-, se va percibiendo su
crecimiento y su inevitabilidad. Puede ser que los gajes
del oficio y los muchos «síes» irremediablemente dados a
los muchos que llaman a su puerta y que cumplen y frag-
mentan su tiempo, retrasen el parto. Pero no hay que
temer: ligeramente retrasada para los que la esperamos, la
criatura nacerá. Empiezo por decir de qué va la nueva cria-
tura y luego os contaré cómo fue el parto.
Lo que Benjamín quiere compartir en este libro es muy
sencillo. Una gran pena y una más grande alegría, y am-
bas entrelazadas en torno a su regalada cercanía al rostro
de Dios, su Cristo. Pena, y mucha, porque por tantas par-
tes ve cuan irrelevante se va haciendo para tantos quien
para él es «lámpara para sus pasos» y «colina hermosa» y
«Reino y cifra de todo lo que existe». Y alegría, y más,
porque su fe y su esperanza le dicen que aun esos despis-
tados que se alejan están misteriosamente trabados -más
allá de sus petulancias y golpetazos de guiñol- a una his-
toria que él gusta como salvadora para todos: «Hebra de
gracia que atraviesa la creación recomponiendo su ruptu-
ra»1
. Benjamín quiere compartir con nosotros lo que él ha
1. Congregación General 34 de la Compañía de Jesús, 1995, Decreto 4,
n. 16.
5. 8 ORAR EN UN MUNDO ROTO
ido descubriendo desde su pequeña atalaya; andamos dis-
traídos, y eso le apena. «Dale limosna, mujer, porque no
hay pena mayor que la de ser ciego en Granada», cantaría
Icaza. Se me clavó dolorosamente en la memoria aquella
niña ciega que vendía chucherías junto a la belleza sobre-
cogedora del bellísimo lago Atitlán en Guatemala. ¡Tanta
ceguera para tanta belleza...! Benjamín, nos quiere contar
a Dios a todos y se acerca a nosotros como Jesús al ende-
moniado de Gerasa, espantando nuestros demonios y re-
cordándonos nuestra consoladora condición de entraña-
bles para Dios... Por eso los libros de Benjamín no riñen;
consuelan y emplazan.
He tenido la suerte de poder alojar a Benjamín en mi
casa, durante unos meses, en dos de sus partos: Bajar al
encuentro de Dios y, ahora, Orar en un mundo roto. Tiem-
po de transfiguración. Es divertido vivir con él en su pro-
ceso de gestación y escritura.
En una primera fase, se saca de los adentros de su más
personal experiencia lo que es más fuerte que él y que le
empuja y pide salir a la luz. Escribe, en esos días prime-
ros, como cuando, al abrir un pozo, los manantiales van
regalándonos su agua. Se le pasan las horas, sin apenas
advertirlo. Tras sentadas largas y febriles, sale de su cuar-
to sonriente y como descansado. Él mismo se sorprende de
algunas de las cosas que llevaba dentro y a las que no
había tenido tiempo de nombrar. En esta fase, lo alumbra.
Esos primeros textos no acogen la cita de ningún otro
autor, ni siquiera de la Sagrada Escritura, aunque toda ella
esté presente en cada palabra. Escribe transcribiendo lo
que va leyendo en los pliegues de su espíritu de obrero del
Reino. Su aparentemente desparramado tiempo de antes
va confluyendo, como los arroyuelos que descienden de
los neveros, para irse encontrando en un cauce único, se-
reno y fecundo. Este primer texto te da el guión completo
PRESENTACIÓN 9
de lo que tiene que decir, pero todavía anda el futuro libro
sobrecargado de una parte y abreviado de otra; también los
niños nacen con una cabeza desproporcionada.
En una segundafase, más serena y pausada, da un paso
atrás y mira en perspectiva lo ya escrito -quizá con la
ayuda de amigos- y empieza a desplegar y añadir contras-
tes. En una palabra, lo adensa y profundiza con las lindes
culturales y sociales de su experiencia personal. En este
tiempo acude a la oración y a la poesía, suya o de otros
autores. Alguna parte tratada antes escuetamente cobra
ahora más cuerpo, tras conversaciones y miradas -Ben-
jamín es un visual empedernido- a Dios y con las gentes.
Se le vienen a la cabeza y al corazón gentes que necesita-
rían una palabra suya para reencontrar el camino, otras a
las que nadie escucha porque desfilan anónimas y con las
espaldas cargadas por las cuestas innombrables de los
barrios con nombres hirientes como profetas. A todas les
quiere decir algo. Porque hay que decir que los libros de
Benjamín son más cercanos al género epistolar que al lite-
rario o académico. Benjamín nos escribe una carta a los
que de alguna manera hemos tenido la suerte de merodear
su amistad. Sus paseos, a la brisa de Dios, le sugieren una
palabra para los jóvenes de hoy tironeados por caballos
que marchan en direcciones opuestas: ser rabiosamente
del mundo tal cual es hoy, y ser enteramente de Dios.
Benjamín les formula en dos líneas la imposibilidad de
algunas costuras y la necesidad de odres nuevos para el
vino nuevo. Todos -más los pobres- somos protagonistas
en los libros de Benjamín. Mucho quiere decir a todos los
que se conforman con un Dios menor y ascético.
Cuando llega la tercera fase, el libro está completo,
pero no está guapo y peinado. Benjamín, pantalones y ca-
misa de brocha gorda, tiene alma de artista, y por eso reco-
ge a su criatura inacabada todavía y la va salpicando de
citas al hilo, de metáforas casi imperceptibles, de lugares
6. 10 ORAR EN UN MUNDO ROTO
imprescindibles de la Escritura, de percepciones literarias,
académicas o poéticas contemporáneas. En una palabra,
Benjamín musicaliza su mensaje, y su prosa se avecina a
la poesía. Para cada uno de los párrafos importantes del
libro acuden poesías que escribió sin pensar en publicar-
las. Le hace gracia que caigan también precisamente ahí,
olvidando que el que las ha ido escribiendo dentro de él es
el mismo que ahora se las muestra acudiendo puntuales y
luminosas a la amplia y porticada Plaza Mayor, después
de largos caminos por callejones retorcidos, dolorosos y
empinados.
En la cuarta fase, se entra en una colaboración -como
decía Ortega y Gasset- entre el que lee y el que es leído.
Todo lector está siempre invitado a ello, pero en este libro
más todavía. Porque Benjamín ha escrito un libro para
buscadores de Dios, para aquellos y aquellas que se sien-
ten empujados a saborear más y más su misterio, para los
que giran y giran en torno a su proyecto, no para saberlo
mejor, sino para dejarlo escribirse en el lienzo pequeño de
sus vidas. Mucho de lo que puede aparecer como sabidu-
ría o experiencia de Benjamín, ha sido antes recogido de
otras personas que en sus muchas conversaciones, como
Maestro, Espiritual, guía y Provincial, le confiaron sus ca-
minos y encrucijadas. Otra forma de plagio.
Ahora ya está acabado el libro, al que incluyo entre los
«minúsculos imprescindibles». Diré por qué. Hay libros
que se mueven eruditos y espléndidos por los «paisajes»
(land-scape) de lo externo, visible y social, y hay otros, in-
timistas, devotos, poéticos o autobiográficos, que nos des-
criben «paisajes interiores» de experiencias y personas
(in-scape). El de Benjamín, no es ni lo uno ni lo otro, sino
los dos paisajes a la vez y mutuamente exigidos. Gestado
en los callejones de los Guandules, de Guachupita o los
caminos de Gurabo, en sus encuentros con las gentes que
buscan a Dios o con las que se distraen de él, en sus pa-
PRESENTACIÓN 11
seos por la naturaleza, en las fronteras sangrantes de Haití,
en sus soledades acompañadas por su maestro, es todo
intimidad y todo exterioridad; todo historia y todo vena y
pulso personal. Su maestro Ignacio le fue enseñando a ser
contemplativo en la acción. Así, toda la realidad se le con-
virtió en templo. Benjamín, al invitarnos a cada uno a
subir al monte de la Transfiguración, sueña con que baje-
mos con su Maestro a las calles, más rutinarias y en cifra,
de la cruz de lo cotidiano. Altura y bajeza del Señor que
nos presenta. Él piensa que ha escrito un libro discreto en
el que su pudorosa alma castellana quedaba en la penum-
bra; y, sin embargo, con Hopkins, nos ha regalado lo suyo
que le posee:
«Éste es mi sitio, mi jardín de recreo;
para mí y para todos aquí es mi intimidad
toda mía y, sin embargo, abierta a todo observador»2
.
Abierta y regalada. Lee y medita este libro menudo
y bueno. Déjale que «despliegue su energía en ti» (1 Tes
2,13)
José MARÍA FERNÁNDEZ-MARTOS, SJ
Gerald M. HOPKINS, «TO Oxford» (Poemas, 12, p. 21).
7. Introducción:
De las rupturas
a la transfiguración que nos integra
Claudia, con sus ocho años plenos de sensibilidad y de
inteligencia, se acercó con el rostro angustiado para hablar
conmigo: «Esta noche tuve un sueño, me dijo. Me encon-
traba en un paisaje muy bello. Las flores, el río, las pal-
mas..., todo era brillante y hermoso. Pero cuando me des-
perté asustada en la oscuridad de la noche, me di cuenta de
que todo era un sueño, una ilusión, y que nada era real».
Al borde de las lágrimas, continuó: «¿Y si nosotros no
somos nada más que un sueño de Dios? ¿Qué pasa si Dios
se despierta?».
A diferencia de Claudia, hoy encontramos a muchas
personas que afirman que Dios es el sueño, y nosotros los
que existimos realmente. Cuando nos despertemos de esa
pesadilla, viviremos libres y felices.
La experiencia que en este libro quiero compartir
surge, por el contrario, del convencimiento de que el Dios
discreto sale al paso en toda circunstancia, edad y cultura.
Nuestra intimidad, en su dimensión más honda, está abier-
ta a la trascendencia, e, independientemente del nombre
que demos a esa apertura, el diálogo con ella es inevitable
en toda vida humana para organizamos, tanto personal
como socialmente, según valores que están por encima de
los intereses particulares e incluso de la propia vida.
En medio de las grandes o pequeñas religiones tradi-
cionales, en el agnosticismo que crece en el mundo rico y
8. 14 ORAR EN UN MUNDO ROTO
satisfecho de la modernidad, o en el regreso de la «místi-
ca salvaje» a la ciudad secular desencantada, nosotros
intentamos vivir la experiencia del Dios que se nos ha
revelado en Jesús. Ya no se puede mantener una fe viva
basada en una cultura religiosa ni en una creencia hereda-
da o limitada a dogmas y ritos que se representan delante
de nosotros. Sin mística ya no es posible ser cristiano. La
experiencia de Dios, cultivada con mayor o menor profun-
didad, es indispensable hoy para vivir la fe.
La experiencia de Dios no se da fuera de la realidad,
evadiéndose en una burbuja espiritual mediante técnicas
sólo disponibles para iniciados. «Vivimos en un mundo
roto» (Congr. General 34, VI, 14) por injusticias abismales,
en el que los pocos que concentran los beneficios de la
riqueza y la tecnología están separados de las inmensas
mayorías empobrecidas por un abismo que cada día se
ahonda más. La cultura que se genera hoy en los países
ricos llega hasta los rincones más apartados del mundo
globalizado, ofertando su cargamento de mercancías y su
estilo de vida, y choca con las culturas tradicionales, pro-
vocando dinamismos desintegradores. El pluralismo reli-
gioso, presentado la mayoría de las veces a ráfagas fuga-
ces de imágenes curiosas y exóticas en las pantallas de los
televisores, no siempre genera escucha y acogida, sino
recelo e inseguridad. La cultura, la religión, la ecología y
la justicia son en gran medida un campo de batalla.
Esta ruptura no está sólo delante de nosotros, sino que
atraviesa nuestra propia intimidad fragmentándola y tiran-
do de los pedazos en diferentes direcciones. Pero la queja
recurrente sobre nuestro mundo, la añoranza de tiempos
pasados o el encierro en guetos excluyentes no son un
buen camino.
Nuestro desafío es orar en este mundo roto, porque la
ruptura no es lo último de la sociedad ni de la intimidad
personal. En esta coyuntura también crece la obra de Dios
INTRODUCCIÓN 15
como la dimensión más honda de la realidad y de toda
persona.
Necesitamos descubrir a este Dios personal, como El
también nos necesita a nosotros y nos busca. Tenemos que
disolver con la mirada contemplativa la cascara dura o bri-
llante de la realidad, para encontrar a Dios y su reino como
la verdad última y activa. Con él nos encontramos en la
intimidad contemplativa y en la acción transformadora. Si
atravesamos no sólo una época de cambios profundos y
acelerados, sino un «cambio de época», necesitamos una
nueva mística y una nueva ascética.
Jesús experimentó la transfiguración cuando se rom-
pieron dentro de él las representaciones del reino que vivía
en la exitosa Galilea, y decidió subir a Jerusalén para la
oscura confrontación con los dirigentes judíos que lo lle-
varía a la muerte (Me 8,27 - 9,13). La transfiguración hace
referencia a la luz que brilla siempre dentro de nosotros y
que se manifiesta con especial intensidad en momentos
puntuales. En ese fuego intenso se funden nuestros peda-
zos y se integran en una síntesis nueva que transforma a la
persona y la abre a un horizonte nuevo e insospechado.
Esta experiencia es enteramente regalada. Aparece y
desaparece como Jesús resucitado ante los discípulos.
Después nos queda la cotidianidad para ir tejiendo los di-
ferentes lenguajes con que Dios se relaciona con nosotros,
en una experiencia que está integrada en la realidad, que
es integradora de la persona y que no tiene límite, pues nos
adentra cada día más en la intimidad del Dios de Jesús,
que carga nuestra historia en su corazón. Encontramos a
Dios en lo profundo de la realidad, y la realidad en la pro-
fundidad de Dios.
En este libro, «Gerasa» es el símbolo de la ruptura
interior y social, que descoyunta por dentro y excluye por
fuera. «El Tabor» es el lugar de la búsqueda de Dios y de
su llegada hasta nosotros. Todo se integra en ese encuen-
9. 16 ORAR EN UN MUNDO ROTO
tro que disuelve las barreras y fisuras y que nos revela, en
un instante de claridad regalada, la verdad última, el des-
tino definitivo de todo lo creado, que ya se va gestando
ahora en una profundidad más honda que las estriden-
cias fratricidas o las calmas que se extienden por el cuer-
po personal y social como una parálisis que tiene sabor a
sepultura.
La transfiguración del Tabor es un momento luminoso,
pero no es un instante más entre las experiencias de éxta-
sis que tanto atiza hoy nuestra cultura a base de impactos
audiovisuales, sorpresas exóticas o paraísos químicos.
Esta experiencia tiene el sabor de lo definitivo, que se nos
muestra en un instante inevitablemente breve.
Nuestro gran desafío después del Tabor es vivir una
relación con Dios en la vida ordinaria que nos adentre
cada día un poco más en ese misterio que ya hemos sabo-
reado. La vida de oración es insustituible. Por eso este
libro, a medida que avanza, va concretando más los ele-
mentos implicados en una oración que busca el fuego uni-
ficador de Dios en medio de la materia dispersa y con-
frontada de nuestro mundo. Buscamos una nueva mística
lanzándonos a la comunión con el amor arriesgado de
Dios en nuestra historia, y una nueva ascesis que nos per-
mita estar disponibles para acoger y realizar las nuevas
propuestas de Dios.
En la contemplación personal se nos revela el misterio
de Dios, que es siempre nuevo. En el discernimiento sepa-
ramos el don original que Dios nos ofrece de cualquier
escoria que nosotros le adherimos. En la contemplación en
la acción percibimos la presencia de Dios, que trabaja con
nosotros en la historia para crear juntos sus propuestas. En
la celebración comunitaria festejamos la presencia del
mismo Espíritu en cada uno de nosotros, que nos congre-
ga para cantar juntos cada paso del reino que crece y que
llegará indefectiblemente a su plenitud.
INTRODUCCIÓN 17
Sin esta vida de creciente unidad con Dios, puede que
llegue un día en que la experiencia de la transfiguración
nos parezca un sueño de niña de ocho años diluido entre
las brumas nocturnas de nuestro universo interior, y que lo
realmente existente es nuestra cotidianidad dispersa, ur-
gida por el vértigo de los desafíos o atascada en el tedio
ineludible.
Deseo agradecer a la comunidad del Colegio Mayor de
la Universidad de Comillas toda la acogida y la ayuda
insuperable que cordialmente me brindaron para poder
elaborar estas páginas.
Madrid, 24 de diciembre de 2001
10. I
GERASA:
EN EL ORIGEN DE LA DESINTEGRACIÓN
«Vivimos en un mundo roto»
(Congr. Gral. S.J. 34, VI,14)
11. 1
El geraseno,
imagen de la desintegración
1. En el territorio pagano de Gerasa, un hombre «sin nom-
bre», un personaje simbólico que puede ser cualquiera de
nosotros, salió al encuentro de Jesús. La pintoresca des-
cripción que nos presenta Marcos (5,1-21) nos sitúa ante
una persona poseída por diferentes espíritus, dominada
por muchas fuerzas alojadas en su interior que la desga-
rraban tirando de ella en diferentes direcciones.
Este enfermo vivía en guerra contra sí mismo cortán-
dose con piedras, en un permanente desasosiego, gritando
y corriendo entre los sepulcros, por los montes, en dife-
rentes direcciones que se repetían obsesivamente o se des-
decían unas a otras. Vagaba en la soledad, lejos de la co-
munidad acogedora, y poseído por fuerzas que ni sus veci-
nos alarmados podían controlar con grillos y cadenas, por-
que los rompía.
2. El geraseno estaba acostumbrado a verse a sí mismo en
los ojos aterrados de los vecinos del lugar como un ser
amenazante y terrible. Pero aquel día se presentó ante él
una persona diferente. No vio en Jesús los signos del mie-
do, pues no traía en sus manos ni palos ni cadenas como
los demás habitantes de la región; se sintió con una con-
fianza que nunca antes había experimentado y se acercó a
él sin temor alguno.
12. 22 ORAR EN UN MUNDO ROTO
Cuando Jesús le pregunta por su nombre, responde:
«Multitud». El mundo interior de este hombre estaba asal-
tado por fuerzas ajenas que lo despojaban de sí mismo y le
hacían sentirse como una muchedumbre dispersa en la que
cada cual sigue su propia dirección. Se percibe a sí mismo
como roto, ajeno y excluido, en guerra contra su propia
realidad. No sabe quién es, ni a dónde va su vida. Su ir y
venir sólo profundiza los senderos en los que cada día se
va hundiendo su vida un poco más.
3. Esas fuerzas destructoras, más fuertes que el geraseno y
sus vecinos, eran más débiles que Jesús. Por eso Jesús les
ordena que se vayan. Pero ese paso no es fácil, pues una
persona invadida de ese modo lleva dentro unos dinamis-
mos tan pegados a la propia identidad, formando parte de
sí mismo, que no pueden salir sin dolor, sin sentir que se
arrancan raíces hundidas en la propia carne y en el espíri-
tu. Este paso lacerante de liberación se expresa en ese
tirarse por el suelo gritando y protestando cuando Jesús
ordena a los espíritus de muerte que salgan de ese hombre.
Estos espíritus son tan destructores que sólo pueden
encarnarse en los puercos, animales inmundos para los
judíos, y se arrojan al mar, lugar simbólico de los espíritus
malignos. En los cerdos se ve con claridad lo que actuaba
escondido dentro del geraseno.
4. Jesús acoge a este enfermo con tanto amor y cercanía
que se cura en todas las dimensiones de su persona. Se le
ve reconciliado consigo mismo: sentado, vestido y en su
sano juicio. Se sitúa ante los demás sin miedo ni peligro,
y sustituye el grito por la palabra. Dueño de su persona, se
ofrece para seguir a Jesús.
Ya no es simplemente un hombre curado y devuelto a
su normalidad, sino un ser reconciliado con «los suyos»,
con el mundo al que pertenece, donde deben estar sus ver-
EL GERASENO, IMAGEN DE LA DESINTEGRACIÓN 2 3
daderas raíces para que se integre de nuevo en la comuni-
dad que lo mantenía alejado en las afueras. Ya no es un ser
amenazante. Pero Jesús sí les resulta peligroso, y por eso
le piden que se vaya de la región. Tienen miedo de un
hombre tan libre y tan liberador, más fuerte todavía que
los malos espíritus que apresaban al hombre que ahora
está sano. Tienen miedo de la libertad y se sienten amena-
zados en su pequeña seguridad contabilizada. Los que han
mirado desde fuera la curación de este hombre, le piden a
Jesús que se vaya; pero el que la ha experimentado le pide
a Jesús que le permita irse con él.
El hombre de Gerasa tiene ahora una misión bien espe-
cífica en la llegada de ese reino que Jesús anuncia y que
está brotando por todas partes. No será su misión seguir a
Jesús con los discípulos, sino otra diferente, la que él
puede hacer, la que Jesús le confía: debe anunciar en su
mundo cómo ha sido curado en el encuentro con Jesús.
Ninguno de los curados por Jesús queda preso dentro de la
fruición de la gracia recibida, sino que es devuelto a la
comunidad, y no al pasado previo a la posesión, sino al
futuro del reino, donde sembrar la experiencia de su pro-
pia liberación.
5. Todos vivimos hoy de alguna manera en la playa de
Gerasa. El «regreso de los dioses» nos recuerda el mundo
del imperio romano, poblado por todas las divinidades de
los pueblos conquistados. Hasta nuestros sentidos llegan
incesantemente, en la mirada de los dueños de este mun-
do, imágenes de nosotros mismos que nos degradan, que
nos convierten en consumidores, en etiquetas comerciales,
que nos reducen a nuestro color o a nuestro pasaporte.
Hasta nuestra razón se acercan muchas lógicas diferentes
con la magia seductora de las imágenes y sonidos impac-
tantes, encarnadas en ídolos exitosos. Mecanismos pode-
rosos nos pueden elevar, inflados y vacíos como pompas
13. 24 ORAR EN UN MUNDO ROTO
brillantes de jabón, o nos pueden excluir como materiales
desechables, negándonos el derecho a considerarnos per-
sonas. Las enfermedades psicológicas son muy numero-
sas. Se calcula que la depresión será dentro de algunos
años, en los Estados Unidos, la segunda enfermedad en
número de afectados, en costos médicos y en absentismo
laboral.
Las propuestas de nuestra sociedad nos invaden, nos
recorren por dentro, se hacen fuertes en el hueco de nues-
tras necesidades y heridas, y desde esa clandestinidad em-
piezan a mover los hilos de nuestra vida. No podemos ac-
tuar con la espontaneidad ingenua de la persona que des-
conoce su propia intimidad. Estamos afiliados a muchos
poderes que dominan este mundo, tal vez sin saberlo y sin
habernos pedido permiso alguno. Estamos incluidos en los
programas de los partidos políticos, formamos parte del
tanto por ciento de las encuestas comerciales y de sus
estrategias. Somos cómplices del mal que destruye y nos
destruye, porque estamos situados en algún punto, peque-
ño o importante, por donde pasan esos dinamismos. Tal
vez, en algunos aspectos de nuestra persona, no somos
más que una pequeña conexión incapaz de verse dentro
del conjunto.
En el encuentro con Jesús nos podemos ir sanando
para estrenar una nueva libertad. Pero ese paso atraviesa el
combate espiritual, que puede lanzarnos contra el suelo
retorciéndonos de dolor.
Lo importante es ver si ese encuentro con Dios nos
integra por dentro y nos integra en la realidad, devolvién-
donos a la comunión universal y a la lucha en la historia
por un reino de Dios sin excluidos de ninguna clase. Jesús
nunca nos dejará en el vacío de una experiencia espiritual
que nos encierra en nuestra propia complacencia.
Éste me parece el desafío de la vida de oración hoy, de
la experiencia de Dios que realizamos en el encuentro con
EL GERASENO, IMAGEN DE LA DESINTEGRACIÓN 25
Jesús. En medio de la cultura pagana de Gerasa, poblada
de viejos dioses y demonios conocidos, y de otros nuevos
de perfil difuso y cambiante, con sus redes escondidas y
sus cadenas brillantes, también se acerca Jesús hoy en la
arena de la playa. No todo son fuerzas desintegradoras a
nuestro lado. No es verdad que todo tiempo pasado fue
mejor para vivir en la nostalgia. Tampoco es cierto que
seamos sólo un pequeño grupo de puros para refugiamos
en el arca mientras la humanidad se ahoga.
También Dios está en nuestra cultura. Lo importante es
descubrir a Jesús acercándose sin miedo, en gestos, en
imágenes y en cantos que antes nunca hubiéramos soñado,
en culturas y religiones proscritas, en rostros más oscuros
que los nuestros y más deteriorados por el sufrimiento y la
miseria. Tal vez Dios no sólo esté en el rugido del Sinaí,
sino también en la música desgarrada de los jóvenes. Tal
vez Dios sea más negro, más femenino, más ignorante. Tal
vez nos traigan su voz los vientos que soplan desde el Sur.
Al encontrarnos con Él de esta manera, nos sentiremos
liberados de la dispersión y la ruptura de tantas fuerzas
que ahora experimentamos como diferentes, de toda esa
«multitud» que nos recorre por dentro y nos desgarra.
Liberados y unificados en su encuentro, él nos asignará
una misión precisa para construir el futuro más humano,
una misión que nos «encante».
14. 2
Las fuerzas desintegradoras
Es importante señalar con la mayor precisión posible cuá-
les son los dinamismos que hoy nos pueden desintegrar,
para intentar descubrir ahí mismo los dinamismos integra-
dores que nos construyen si logramos sintonizar con el
Espíritu de Jesús que se encarnó para siempre en el abajo
más hundido de la realidad humana, para llevarnos a la
plenitud de la vida.
1. Las cercas de la exclusión
Las consecuencias negativas del neoliberalismo, se refle-
jan con mucha fuerza en los sectores más pobres del mun-
do, tanto en los países más desarrollados como en los que
van quedando descolgados del progreso, excluidos por los
duros mecanismos del mercado. Kofi Annan afirma que el
número de pobres se ha duplicado en el mundo desde
1974. Según el Secretario del Sistema Económico Latino-
americano (SELA), la deuda exterior de América Latina es
de 750.000 millones de dólares y se duplica cada año.
El ritmo de producción y el nivel de consumo de bie-
nes no renovables que acumulan los países ricos impone
para todos los pueblos el saqueo de la tierra, la acumula-
ción de residuos tóxicos y la contaminación de la atmós-
fera. El riesgo de destrucción se hace realmente masivo,
por la cantidad de energía nuclear almacenada con capaci-
dad para acabar con la tierra varias veces.
LAS FUERZAS DESINTEGRADORAS 27
Al sur de Estados Unidos se levanta un muro de ce-
mento y acero permanentemente controlado con tecnolo-
gías avanzadas y patrullas de voluntarios que salen al
monte con el rifle al hombro para cazar ilegales. Los cen-
tinelas de Europa vigilan sin receso los mares que la sepa-
ran de África, porque desde allí llegan sin cesar emigran-
tes hasta sus costas. Los cadáveres que se exhiben cada día
en la televisión, arrojados sin nombre en las arenas de las
playas, no pueden contener a estos pobres expelidos sin
remedio por la miseria del Sur y succionados de manera
incontenible por la abundancia del Norte, que llega hasta
el más pequeño rancho del Sur exhibiendo en imágenes
brillantes el rostro de la abundancia. Esta migración masi-
va no sólo deja víctimas en las fronteras, sino familias
divididas en sus países de origen
La pobreza rompe a las personas que la padecen, no
sólo porque les hace experimentar el hambre y la carencia
de los bienes más elementales, sino también porque sufren
el saqueo económico frente a la exhibición del espectácu-
lo de la abundancia, la discriminación del color de su piel
y la incomprensible indiferencia de los países y personas
acomodadas, empeñadas en un crecimiento que acumula
los grandes avances tecnológicos, juntamente con muchos
productos perfectamente inútiles y vanos, en la llamada
«sociedad del bienestar». Muchos de los candidatos que
llegan a la vida religiosa o se comprometen en el matri-
monio vienen de esta realidad y traen grabado en las entra-
ñas este conflicto, que no se reduce a tener más o menos
bienes de consumo, sino al juicio implícito en esta situa-
ción: hay ciudadanos que son de categoría inferior, de
menos calidad humana.
También afecta esta situación a las personas sensibles
que buscan ser solidarias y canalizan su generosidad a tra-
vés de diferentes instituciones de ayuda, e incluso de pre-
sencia directa entre los pobres, pero no ven cómo se pue-
15. 28 ORAR EN UN MUNDO ROTO
den crear unas estructuras sociales más justas en esta si-
tuación abrumadora. La brecha social que corta el mundo
en pedazos bien separados unos de otros pasa también
dolorosamente por el mismo centro de muchas personas
de buena voluntad, y las golpea con dureza.
La lucha interior hiere con mayor o menor intensidad
la interioridad de todo el que busca un mundo solidario.
En esta solidaridad herida brotan espontáneamente las
preguntas de los justos en su relación con Dios: «¿Por qué
el Todopoderoso no señala plazos para que sus amigos
puedan presenciar sus intervenciones?» (Job 24,1). Ante el
espectáculo de los empobrecidos se preguntan: «¿Y Dios
no va a hacer caso a sus súplicas?» (Job 24,12). «¿Por qué
contemplas en silencio a los traidores, al culpable que
devora al inocente?» (Hab 1,13)
Esta situación puede agrietarnos por dentro si no la
asumimos bien. Todo el que busca la justicia del evange-
lio vive en diferentes proporciones un conflicto exterior e
interior que puede desgarrarlo. Vivir el conflicto de mane-
ra creadora es el desafío. Sentimos que de algún modo los
productos que llegan con colores hermosos hasta la mesa
familiar traen contenido el grito de los salarios injustos de
campesinos y obreros, y sentimos que algo ajeno nos cu-
bre cuando vamos por las calles envueltos en el algodón
cosechado por las manos de niños mal pagados. El cacao
y el azúcar tropicales, cuando uno conoce su historia de
saqueo, no sólo nos endulzan. Dejan en el paladar un ins-
tante de amargura.
2. La fragmentación de la cultura
Tal vez sea en los jóvenes donde mejor se exprese la frag-
mentación de la cultura que nos afecta a todos. Pienso en
un tipo de joven concreto, con nombre y apellidos, que
puede iluminarnos. Creció en un sector popular, donde
LAS FUERZAS DESINTEGRADORAS 29
aprende a leer la realidad en una clave mágica y religiosa.
Los diferentes espíritus protectores o malignos se escon-
den en las sombras de lo desconocido. Las vidas de los
santos, con sus leyendas populares, atravesando paredes
y predicando a los peces, son leídas sin la más mínima
concesión a los géneros literarios. De la misma mane-
ra literal se lee la Biblia. Este joven crece en una cultura
premoderna.
Este mismo joven trabaja por las mañanas en una far-
macia y conoce bien las medicinas y cómo curan mejor
que los brujos en los que creen sus vecinos. Y en la escue-
la estudia los prodigiosos inventos de la ciencia en el últi-
mo siglo. Aquí se mueve en la cultura de la modernidad
científica y técnica.
Dotado de un gran talento para la comunicación, ani-
ma un programa radiofónico semanal de evangelización.
Conoce las canciones de las últimas estrellas, con sus
letras y ritmos de vanguardia, en las que se expresan las
rebeldías posmodernas contra una cultura de la moderni-
dad en la que se sienten presas, y buscan, en una gran con-
fusión de valores, una manera de vivir más libre.
La mayoría de los jóvenes candidatos se acercan a la
vida religiosa, como se acercan también al matrimonio y a
la vida profesional, marcados con intensidades diferentes
por esta atmósfera cultural difusa y fragmentada.
Dentro de esta persona invadida culturalmente se
mueven diferentes lógicas que impulsan a obrar de mane-
ra incoherente y desarticulada. En la razón viven una
indefinición de los procesos que las recorren por dentro, y
en la afectividad la persona se siente insegura a la hora de
tomar decisiones importantes.
La cultura de la modernidad y la reacción postmoder-
na, también llamada «modernidad radicalizada» o «segun-
da modernidad», llegan hasta nuestras culturas tradiciona-
les como invasoras y se extienden dentro de las personas
16. 30 ORAR EN UN MUNDO ROTO
como estratos superpuestos unos sobre otros, sin integrar-
se mutuamente, sin explicarse, de tal manera que, cuando
la persona se ve sometida a presiones muy fuertes, los es-
tratos se deslizan unos sobre otros, y la persona se rompe.
Estos complejos cambios culturales, muchas veces
imposibles de medir en su hondura y en sus consecuencias
para nuestro futuro, nos afectan a todos con acentos dife-
rentes. En los países ricos se han ido procesando durante
décadas; en los países pobres del Sur se viven en años
rápidos, atropellados, a un ritmo imposible de asimilar por
la mayoría de la gente, creando la sensación de no saber
quiénes somos, qué queremos ni a dónde vamos. Inevita-
blemente, toda persona se siente zarandeada por estos
embates y necesita un proceso permanente de reajuste de
su propia identidad.
3. Las heridas personales
Las heridas personales, sobre todo las que tienen su origen
en la infancia y no han sido curadas, trabajan desde nues-
tra clandestinidad y crean dentro de nosotros mecanismos
que nos desintegran.
Estas heridas pueden aparecer en momentos en que la
persona se ve sometida a cambios profundos que exigen
una consistencia especial. Al entrar en el noviciado, o al
empezar un noviazgo, pueden asomar la cabeza y no reve-
lar toda su fuerza, porque el ambiente espiritual o el entu-
siasmo del enamoramiento de alguna manera las anestesia
y las calma. Pero más adelante, cuando la vida se hace más
compleja, salen con todo su poder
Los problemas que no han sido definitivamente resuel-
tos pueden aparecer de manera estrepitosa en el mediodía
de la vida, cuando ya no es posible esconderlos por más
tiempo con mecanismos conscientes o inconscientes.
LAS FUERZAS DESINTEGRADORAS 31
Las últimas generaciones jóvenes exigen más atención
a sus problemas personales. No creo que esta demanda
nazca exclusivamente del desencanto frente a la imposibi-
lidad de cambios sociales significativos; nace también de
un incremento en la inestabilidad de la familia, en las
separaciones dolorosas por divorcio o por motivos políti-
cos y laborales. Tanto los emigrantes del hambre como los
ejecutivos y técnicos de las grandes multinacionales tienen
que desplazarse a otra ciudad o a otro país para sobrevivir
o para crecer en su vida profesional, sin poder detenerse a
contemplar las consecuencias para su vida personal y
familiar.
En algunos casos, estas heridas están asociadas a la
condición social en que se desarrolla la infancia, al estra-
to económico y racial al que se pertenece, con todas las
connotaciones de valoración o descalificación social que
les acompaña. El choque con las valoraciones explícitas o
implícitas que se mueven dentro de nuestras instituciones
y comunidades puede quebrar seriamente a las personas.
Algunas heridas se curan, y otras siguen presentes,
pero no maltratarán nuestra persona y nuestras relaciones
desde la oscuridad sin nombre si aprendemos a dialogar
con ellas de manera generadora de vida para nosotros y
para los demás.
4. El desajuste de la espiritualidad
Al encontrarnos en esta situación de cambios vertiginosos
que no sólo pasan a nuestro lado, sino que nos atraviesan
con dinamismos que nos remueven intensamente, necesi-
tamos recrear una síntesis espiritual ágil y fuerte que inte-
gre de manera nueva los elementos fundamentales de la
relación con el Dios de Jesús, guiados por su Espíritu, que
vive con la pasión y la claridad del fuego creador dentro
de nosotros.
17. 32 ORAR EN UN MUNDO ROTO
a) En las últimas décadas nos comprometimos con la uto-
pía de crear una sociedad más justa para las grandes
mayorías empobrecidas de nuestro mundo. Pero no llegó
la liberación, sino el neoliberalismo y la cultura desencan-
tada de la posmodernidad en un mundo globalizado. En
este contexto, necesitamos acoger la nueva situación,
aprendiendo a integrar en ella los grandes descubrimientos
evangélicos de los años setenta y ochenta en el compromi-
so con los pobres, con quienes el Jesús pobre y humilde se
identificó y a quienes colocó en le centro de su misión.
b) El encuentro con el Dios que se nos ha revelado en
Jesús de Nazaret brota por el mismo centro de nuestra per-
sona y crea en nosotros una experiencia integradora de
todo lo que somos (cuerpo, pensamiento, afectividad y
decisión). Al mismo tiempo, nos envía al mundo que El
ama hasta el extremo de entregar a su Hijo a la pasión. En
el mundo está presente y trabaja, nos necesita y nos espe-
ra. Por eso la experiencia de Dios tiene que estar también
integrada en la realidad, sin quedar presos de intimismos
sin prójimo ni historia.
c) Lo realmente central es la acción de Dios en nosotros y
en nuestro mundo, pues desde Él viene permanentemente
la novedad que nos reconcilia. Pero, al mismo tiempo,
tenemos que ayudarnos de las ciencias humanas y socia-
les para conocer mejor los complejos dinamismos de la
psicología humana que se mueven en nuestra intimidad, y
los astutos y poderosos mecanismos sociales que se crean
en la lucha por apoderarse de este mundo. No todo se sana
en el encuentro con Dios, pero no es lo mismo vivir una
frustración o un desconcierto social desde una experiencia
profunda de Dios, que vivirlos en un desierto interior sin
agua y sin referencias.
LAS FUERZAS DESINTEGRADORAS 33
d) Vivir la mística de un encuentro con Dios que no tiene
fin y que nos permite entrar en el amor arriesgado de Dios
en nuestra historia, es la aventura más importante de la
vida. Pero somos lúcidos sobre la necesidad de una ascé-
tica de acentos nuevos para mantenernos siempre disponi-
bles para acoger la novedad de Dios en el mundo seductor
en que vivimos.
e) Realizamos la experiencia de Dios dentro de la comu-
nidad eclesial, que nos acerca la palabra y los sacramen-
tos de Jesús, junto con el apoyo cálido de los hermanos y
hermanas. Pero la comunidad sólo tiene sentido si está
abierta al mundo, no para condenarlo ni para separarse
farisaicamente de él, sino para acercarse a él con la buena
noticia del evangelio, en una presencia humilde y vulnera-
ble, como Jesús se acercó a los hombres y mujeres de su
tiempo, sabiendo que lo más importante es el reino de
Dios, que crece por todas partes, y no el poder de la
Iglesia.
f) Las jóvenes generaciones son las más sensibles a los
cambios que vivimos. Pero sería engañoso pensar que sólo
son ellos los afectados. También los adultos nos vemos
expuestos a estos procesos culturales que llegan a nuestros
sentidos permanentemente, de manera brillante o con la
clandestinidad de lo desapercibido, de lo que ya forma
parte de nuestra cotidianidad seducida. «Vivimos en un
mundo roto» (Congr. Gral. S.J. 34, VI, 14), y esa ruptura
pasa por el centro de todos.
ILEGALES
El hambre y la violencia
gestan emigrantes en el Sur.
El ojo insomne del Norte
vigila sus fronteras.
18. ORAR EN UN MUNDO ROTO
Los espejismos
en los desiertos africanos
ya no dibujan oasis
con lagos y palmeras,
sino altos edificios
de dicha y de cristal.
Y en los montes y barrios
de América Latina
no sólo convocan
a la fiesta comunal
las quenas y tambores.
Ritmos ajenos cantan
el dólar y la huida.
Oleadas de emigrantes
se arrancan de su campo.
Las raíces al aire
sangran tierra fresca.
En lucha infinita
nombres familiares
arden en el pecho.
Se orientan hacia el Norte.
y buscan a tientas pasar
por el ojo de la aguja
estrechando la existencia.
Con su mirada de buho
los vigilantes verán en la tiniebla
las sombras sigilosas,
y con el husmear de los radares
perforarán la oscuridad,
cómplice inútil
de la senda prometida.
Las lanchas patrulleras
les clavarán en la noche
un arpón de luz
en las espaldas clandestinas.
LAS FUERZAS DES1NTEGRADORAS 35
¡Cuántas historias
flotarán ahogadas en el agua;
¡Cuánto anonimato
se derretirá en los desiertos;
¡Cuántas ilusiones
atrapadas en las redes de la selva!
Algunos alcanzarán
la tierra de sus sueños
ajenos, seducidos.
Como una nueva
estrella de David
clavada en la espalda
y el costado,
diana segura
de desprecios y de rejas,
a todos les impondrán
el mismo nombre,
el único nombre
tatuado con láser
en su piel oscura:
«Ilegal»
20. 1
Experiencia de transfiguración
Recientemente, el P. Kolvenbach decía a los jesuitas reu-
nidos en la Asamblea Regional de Italia (25 de abril del
2000) que hoy necesitamos vivir la transfiguración. «Es de
esta transfiguración de la que bebe nuestra vida una y
otra vez, sin pausa, no como un deber más o menos one-
roso, o como una obligación restrictiva y taxativa, sino
como una experiencia pascual que, transfigurante, res-
plandece sobre el rostro deformado de nuestros hermanos
y hermanas, por encima de la imagen descolorida de este
mundo». En la medida en que nosotros hagamos la expe-
riencia de la transfiguración, todo cambiará también a
nuestro lado, pues lo veremos atravesado por esa luz que
ya transforma toda la creación desde dentro, y no simple-
mente iluminado desde fuera por luces subjetivas y pasa-
jeras. En los rostros crucificados de hoy podemos contem-
plar esta última verdad, como lo hacemos también en el de
Jesús.
Este pasaje central de la vida de Jesús ya había sido
presentado por el Papa Juan Pablo n en Vita Consécrala
como imagen inspiradora de la vida consagrada en el
mundo de hoy. Es un símbolo para toda vida cristiana.
Frente a una cultura que pone tanto énfasis en trabajar la
exterioridad, tan bien pagada, brillante y exitosa, nosotros
buscamos una experiencia de Dios que nos transforme
21. 40 ORAR EN UN MUNDO ROTO
desde dentro integrando toda la persona (cuerpo, pensa-
miento, afectividad y decisión) y que, al mismo tiempo,
esté plenamente integrada en la realidad (cosmos, otro,
comunidad e historia), que también es alcanzada por la
resurrección de Jesús y también está en camino hacia la
reconciliación de todas las cosas en Cristo.
A esta experiencia se refiere Pablo en su carta a los
Corintios. Después de hacer alusión al rostro brillante de
Moisés, que él se cubría cuando salía de la tienda del en-
cuentro con Dios, dice:
«Nosotros, que llevamos todos la cara descubierta y refleja-
mos la gloria del Señor, nos vamos transformando en su
imagen con resplandor creciente; tal es el influjo del Es-
píritu del Señor» (2 Cor 3,18).
La luz regalada que brilla dentro de nosotros, atrave-
sándonos en todas las dimensiones, es la misma que dina-
miza todo cuanto existe en nuestro mundo fuera de noso-
tros. Si la «Palabra» creadora de Dios nos diferencia a
cada uno de nosotros cuando nos llama por nuestro nom-
bre propio desde el comienzo de la existencia, haciéndo-
nos seres únicos e inconfundibles, el «Espíritu» que Dios
exhala sobre la creación entera nos une a todos desde la
misma raíz. Somos seres únicos, pero en comunión con los
demás y con el universo. Nuestra originalidad se desvane-
ce no sólo cuando nos diluimos perdidos entre los demás,
sino también cuando nos cortamos de la creación y de la
historia para encerrarnos en nosotros mismos.
Jesús sube al monte para orar (Me 9,2), haciendo un
alto en el camino que lleva a Jerusalén. Allí se transfiguró
ante los ojos deslumhrados de Pedro, Santiago y Juan. No
es una experiencia que se obtenga mediante técnicas psi-
cológicas, sino un regalo impredecible. No es una huida de
la dureza de la vida, sino una afirmación de ese camino
EXPERIENCIA DE TRANSFIGURACIÓN 41
que sube hacia Jerusalén. Nada corporal queda suprimido
en este fuego, sino iluminado desde dentro con todas las
limitaciones de una vida sometida a los rigores implaca-
bles del tiempo y el espacio.
En algunos momentos privilegiados, todos vivimos
esta experiencia de integración, donde parece que no hay
distancia alguna entre nosotros y Dios, y donde sentimos
que todo fluye en armonía suave y luminosa, donde todas
las rupturas personales y los desafíos de la realidad dura
quedan unificados de tal manera que sólo pueden darse en
el instante con esa intensidad. Estos momentos llenan de
sentido nuestra vida y se convierten para nosotros en pun-
tos de referencia para siempre. Son el Horeb de Elias, el
Sinaí de Moisés o el Cardoner de Ignacio de Loyola. Ya
nada será igual. Por más años que vivamos, esas luces no
sólo no dejan de brillar perdidas en el tiempo, sino que ilu-
minan con intensidad creciente todo el recorrido de nues-
tra vida, de tal manera que cada día comprendemos mejor
lo que allí quiso Dios comunicarnos.
A veces, esa luz que siempre nos habita se muestra con
gran intensidad, y somos nosotros los transfigurados como
Jesús. En otras ocasiones somos los testigos cercanos de
otras personas transfiguradas, como Pedro, Santiago y
Juan en el Tabor, y a nosotros también nos alcanza algo de
esa luz que brilla a nuestro lado.
No somos los dueños de la transfiguración. Ésta llega
impredecible y se tiene que apagar, para no quedar sus-
pendidos en el aire fuera del tiempo y del espacio. Des-
pués queda el camino cotidiano para vivir en esa luz. Pero
ya se nos ha revelado para siempre el destino último de
toda la creación y de la historia, que avanzan hacia la inte-
gración plena en la Luz, que ya vino a este mundo en Jesús
de Nazaret «para reconciliar consigo todo el universo, lo
terrestre y lo celeste» (Col 1,20). Esa vida definitiva, eter-
na, ya está presente ahora, como la verdad última de todo
22. 42 ORAR EN UN MUNDO ROTO
lo real, como el dinamismo que anima todo incesante-
mente desde las sombras de la discreción de Dios.
Pablo, después de intentar sin éxito reconciliar a la
comunidad fragmentada de Corinto, se dirige a Éfeso y,
desde el interior de esa experiencia de fracaso, afirma que
«el Dios que dijo: "Brille la luz en medio de las tinieblas",
la ha encendido en nuestros corazones, haciendo resplan-
decer el conocimiento de la gloria de Dios en el rostro del
Mesías» (2 Cor 4,5). Apretados, apurados, acosados, no-
sotros «paseamos continuamente en nuestro cuerpo el su-
plicio de Jesús, para que también la vida de Jesús se trans-
parente en nuestro cuerpo» (2 Cor 4,10). No necesitamos
andar con el rostro cubierto, como Moisés después de
encontrarse con Dios, para ocultar su brillo, sino que «lle-
vamos todos la cara descubierta y reflejamos la gloria del
Señor, nos vamos transformando en su imagen con res-
plandor creciente; tal es el influjo del Espíritu del Señor»
(2 Cor 2,18). A esta experiencia se refiere el salmista:
«Contempladlo y quedaréis radiantes» (Sal 34,6). El dete-
rioro de nuestro rostro, que sufre y envejece, no impide el
crecimiento de la luz interior. Hay rostros surcados por la
vejez que son muy luminosos, mientras que otros se van
convirtiendo en una máscara cuidada que traduce la triste-
za de un vacío interior indecible.
Vamos a fijarnos en la transfiguración de Jesús en el
contexto en que la sitúa el evangelio de Marcos (9,2-43),
teniendo como punto de referencia las narraciones de
Mateo y de Lucas. En la transfiguración de Jesús podre-
mos comprender la nuestra, aunque en cada uno de noso-
tros se manifieste con intensidades diferentes. Este miste-
rio de la vida de Jesús ha sido un punto de referencia en
una parte importante de la tradición mística del cristianis-
mo oriental, que expresa la experiencia de Dios en térmi-
nos de «luz». La «luz» ilumina la propia interioridad y la
unifica con la claridad de Dios. Podemos sentirla en noso-
EXPERIENCIA DE TRANSFIGURACIÓN 4 3
tros y podemos verla brillar también en el rostro de los
demás y aun de toda la creación. (Thomas Spidlik, «La
spiritualité de L'Orient Chrétien»: Orientalia Christiana
Analecta 230 [Roma 1998], pp. 331-333).
En términos parecidos se han expresado los grandes
místicos del occidente cristiano. Tomamos como ejemplo
estas palabras de Santa Teresa de Jesús:
«Es una luz tan diferente de la de acá, que parece una co-
sa tan deslustrada la claridad del sol que vemos, en com-
paración de aquella claridad y luz que se representa a la
vista, que no se querrían abrir los ojos» (El Castillo Interior,
VI, 5.7)
23. 2
El lenguaje de un amor apasionado
«Seis días después...» (Me 9,2)
1. Una decisión desmesurada
Seis días antes de subir al monte Tabor con Pedro, San-
tiago y Juan, Jesús había tomado una decisión que a los
discípulos les pareció suicida y desmesurada. Jesús tomó
distancia geográfica y psicológica de Galilea, por donde se
movía con gran éxito popular, y se fue a Cesárea de Filipo.
El pueblo tomaba a Jesús por un ser mágico y alimen-
taba expectativas gloriosas sobre él. Incluso quisieron
hacerlo rey después de que diera de comer a la multitud
(Jn 6,15) No habían entrado en su verdadera identidad de
Mesías servidor pobre y humilde, como Dios es en verdad.
Incluso en la misma comunidad de Jesús hay algunos dis-
cípulos que se van frustrados porque no entienden a Jesús
cuando relaciona el pan compartido con su propio cuer-
po destruido en la pasión, pan de vida que será alimen-
to de sus discípulos. (Jn 6,60-66). «¿También vosotros
queréis marcharos?», pregunta Jesús a sus discípulos más
cercanos.
EL LENGUAJE DE UN AMOR APASIONADO 45
En Cesárea, Pedro confiesa que Jesús es el Cristo en-
viado por Dios. Entonces Jesús anuncia su decisión de
subir a Jerusalén y, con gran lucidez, añade: «Este hombre
tiene que padecer mucho: tiene que ser rechazado por los
senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y
resucitar a los tres días» (Me 8,31). Pedro lo tomó aparte
y empezó a regañarle. Entonces Jesús le dijo a Pedro :
«Quítate de mi vista, Satanás, porque tus pensamientos no
son de Dios, sino de los hombres» (Me 8,33)
Desde este momento, el lenguaje de Jesús es el de la
pasión. Todo el que quiera seguir a Jesús tiene que tomar
también la cruz como él. El que pierda su vida por Jesús y
la buena noticia del evangelio, la salvará. Ganar el mundo
entero no vale la pena. En medio de esta generación «idó-
latra y pecadora», uno no puede avergonzarse de las pala-
bras de Jesús (Me 8, 34-38)
Jesús habla ya con el lenguaje de la entrega absoluta
hasta la muerte, porque la entrega al reino de Dios es la
única pasión que estructura toda su persona y todas sus
actividades. Ya lleva seis días de camino, después del
anuncio de Cesárea, cuando decide subir al Tabor para
orar, en uno de los momentos más dramáticos de su vida.
Se le han roto las representaciones del reino que tenía
hasta ese momento en la exitosa Galilea, y se le presenta
el horizonte oscuro de la confrontación hasta la muerte en
Jerusalén
La vida cristiana es «pasión por Dios y por su reino».
Sólo desde la pasión en el amor se puede comprender y
realizar ese «exceso» de la vida evangélica en seguimien-
to de la «exageración» de Dios al encarnarse en la humil-
dad y pobreza de su Hijo Jesús.
24. 46 ORAR EN UN MUNDO ROTO
2. Donde no hay pasión hay adicción
Nuestra sociedadfomenta la adicción, que es lo contrario
de la pasión. Anthony Guiddens, en su libro «Un mundo
desbocado», afirma que en la cultura actual hay mucha
adicción y poca pasión. Y añade: «Ninguno de nosotros
tendría algo por lo que vivir si no tuviéramos algo por lo
que vale la pena morir» .
Nosotros estamos dominados por una economía de
mercado, que llega hasta los últimos rincones del mundo
configurando en gran medida la cultura que respiramos y
circula por nuestras venas. Se forman grandes corporacio-
nes que mueven su dinero por todas partes al instante elec-
trónico, en función de la ganancia y en lucha contra la
competencia. Su publicidad forma parte de nuestro paisa-
je, y en el hueco de nuestras necesidades naturales y en la
energía formidable que nos urge desde dentro para reali-
zarlas siembran la semilla de sus propios intereses, hasta
que sus productos y sus marcas formen parte inseparable
de nuestras hambres viscerales.
Dentro de su lógica, tienen que crear verdaderos adic-
tos a sus productos, fanáticos de sus espectáculos, admira-
dores de sus ídolos y seguidores de sus líderes. Las mar-
cas y los logos son los dioses del olimpo del mercado.
Aparecen pegadas en las esquinas de las calles, en las pan-
tallas de televisores y computadoras, en las portadas de las
revistas de colores impactantes, en el bolsillo de la camisa
o en la costura del pantalón, y se desplazan en los cuerpos
de los atletas por todos los estadios deportivos.
Construyen constantemente ídolos que encarnan sus
productos, y viven con los ojos abiertos al acecho de cual-
quierjoven que empiece a brillar en los deportes, en el arte
o en cualquier otra actividad pública, para apoderarse de él
y enviarlo a los talleres de sus asesores de imagen, para
moldearlo según sus intereses. Como en tiempos de Isaías,
EL LENGUAJE DE UN AMOR APASIONADO 4 7
«¿Quién modela un dios o funde una imagen si no es para
sacar algo?» (Is 44,10).
Los ídolos encarnan de manera deslumbrante un esti-
lo de vida al que todos somos invitados a entrar no sólo
desde fuera, como una tarjeta de invitación que se deposi-
ta con respeto en nuestras manos, sino con la sutileza de la
publicidad ya asentada en los rincones oscuros de nuestra
persona, de tal manera que generan comportamientos de
adictos, respuestas compulsivas ante las necesidades más
hondas o más sencillas de nuestra persona.
No se trata simplemente de consumir productos, sino
de asumir ante la vida posturas existenciales de compe-
tencia, hedonismo, desencanto, huida...Tienen tanto éxito,
que a veces uno tiene la impresión de que cierto tipo de
comportamientos religiosos son una traducción mimética
del estilo de vida que estos ídolos promueven. Se constru-
ye una burbuja de espiritualidad aislada de la realidad
dura, para pacificarse, como se construye un hotel paradi-
síaco y exclusivo para que descanse y goce la élite del
mundo. También existen espiritualidades «cinco estrellas».
Todos estamos más o menos afectados por esta ley del
mercado, que ejerce su dominio con despotismo... o con la
sutileza del «bien aparente». Es una ingenuidad pensar
que somos inmunes. Por eso necesitamos librar un pro-
fundo combate espiritual en la soledad del desierto, para
identificar a los «diablos» que extienden sus redes por
todas partes, para que podamos descubrir y escuchar con
claridad su propuesta y formular también con la misma
lucidez nuestra respuesta. Jesús luchó en el desierto con-
tra los demonios de su tiempo, los identificó con toda niti-
dez y formuló su propia alternativa, la que nunca impon-
dría con la sutileza de la seducción ni la prepotencia del
poder, sino que la ofrecería como una propuesta cercana y
franca acercándose por los caminos, vulnerable a la tergi-
versación y al rechazo. Ignacio de Loyola, Francisco de
25. 4 8 ORAR EN UN MUNDO ROTO
Asís... lucharon de la misma manera contra los demonios
de su tiempo para poder ofertar al mundo la novedad de
Dios en la encrucijada de la historia que ellos vivieron.
En ese mismo combate se van creando «adicciones
positivas», que son la necesidad hondamente sentida,
hasta en las fibras de nuestro cuerpo, de oración, de vida
ordenada, de ejercicio físico, de tiempo para el descanso y
la gratuidad. Son adicciones que están orientadas a la cre-
atividad de una vida que brota de un amor apasionado.
3. La totalidad del amor
Lo contrario de la adicción, que calma de manera artificial
y pasajera la angustia, es la pasión que busca la totalidad
en el amor. Podemos acercarnos a esta afirmación con las
palabras del P. Arrape al anunciar su renuncia en la
Congregación General 33:
«Yo me siento más que nunca en las manos de Dios.
Eso es lo que he deseado toda mi vida, desde joven. Y
eso es también lo único que sigo queriendo ahora. Pero
con una diferencia: hoy toda la iniciativa la tiene el
Señor. Les aseguro que saberme y sentirme totalmente
en sus manos es una profunda experiencia.
Al final de estos dieciocho años como General de la
Compañía, quiero, ante todo y sobre todo, dar gracias al
Señor. Él ha sido infinitamente generoso para conmigo.
Yo he procurado corresponderle sabiendo que todo me
lo daba para la Compañía, para comunicarlo con todos
y cada uno de los jesuítas. Lo he intentado con todo mi
empeño.
Durante estos dieciocho años, mi única ilusión ha
sido servir al Señor y a su Iglesia con todo mi corazón».
En estas breves líneas, la palabra «todo» sale nueve
veces de diferentes maneras. El P. Arrape termina su alo-
EL LENGUAJE DE UN AMOR APASIONADO 4 9
cución con la conocida y breve oración final de los
Ejercicios: «Tomad Señor y recibid toda mi libertad...», en
la que «todo» aparece cinco veces.
Estamos ante un lenguaje de totalidad. Por eso mismo
es el lenguaje del deseo, no de la realidad ya plenamente
realizada, pues, mientras peregrinamos en esta tierra, la
ambigüedad profunda que se esconde en lo más misterio-
so de nuestra libertad nos roba siempre una buena parte
del don de nuestra persona que intentamos entregar ente-
ramente a Dios.
Puede ser que las limitaciones personales y comunita-
rias, que nosotros constatamos con realismo, tiñan de un
cierto escepticismo esta radicalidad. Pero también pode-
mos situarnos en cada nueva etapa como lo hacemos al
comienzo de los Ejercicios. El «Principio y Fundamento»
tiene como finalidad avivar una vez más el deseo de la ple-
nitud, poniéndonos en camino para avanzar en este mundo
«solamente deseando y eligiendo lo que más conduce»
(EE 23) para el servicio y alabanza del Señor. Estas cuatro
palabras, sólo, deseo, elegir y más, estarán ya presentes en
todos los momentos culminantes de los Ejercicios, como
deben estarlo en el fondo de toda nuestra vida.
4. Amar con pasión
En medio de tanta cultura del instante y la apariencia,
amar con pasión, con toda intensidad, más allá de las sen-
saciones ásperas o placenteras y de los episodios de éxito
o de fracaso, es una necesidad fundamental del corazón.
Somos imagen de un Dios que ama infinitamente, sin re-
servas ni exclusiones. En Dios no existe un amor calcula-
do en tantos por ciento según las conveniencias y las per-
sonas. Dios nos ama a cada uno de nosotros al cien por
cien, con pasión infinita, y desde el primer momento de
nuestra existencia establece con nosotros una relación
26. 50 ORAR EN UN MUNDO ROTO
única y diferente, que se va construyendo en diálogo con
nuestras respuestas y con todas las situaciones que nos
afectan.
Ratifica Jesús la respuesta del jurista: «amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas
tus fuerzas, con toda tu mente» (Le 10,27). Y dentro de
este amor «total» se sitúa el amor al prójimo, de una ma-
nera especial al asaltado que está medio muerto y despo-
jado de todo al borde del camino. El amor «total» a Dios
polariza toda nuestra persona y contagia de absoluto el
encuentro con toda otra persona y situación.
El pecado de la iglesia de Laodicea (Ap 3,14-21) era la
tibieza. Ni se había enfriado completamente ni había fue-
go en su corazón. Se creía rica en su felicidad medida y
confortable, presa de sus bienes, avalada por su contabili-
dad. «Sé ferviente y enmiéndate» (v. 19). Era el fervor del
fuego el que necesitaba avivar dentro de sí.
Los vacíos de un corazón que no ama apasionadamen-
te se llenan de adicciones. Podemos quedar «engancha-
dos» a las drogas que nos brindan la evasión, el entreteni-
miento, el juego o el mismo trabajo sin pausa, que supri-
me los espacios gratuitos de la vida. Podemos quedar pre-
sos de relaciones sin libertad, de puestos que nos inmovi-
lizan como un veneno porque se apoderan de nosotros.
Entonces disminuye la creatividad, la audacia para salir
hacia el futuro, para romper los esquemas que nos tienen
cautivos. Tendremos pavor a estrenar lo nuevo saliendo de
nuestras viejas rutinas circulares, al fracaso, a la descalifi-
cación social, al compromiso definitivo. Todos los días
vemos a personas que han caído en adicciones porque de
repente han sentido su corazón roto, vacío, y no han logra-
do encontrar la pasión necesaria para fundir sus pedazos y
rehacer su intimidad.
Nuestra manera de amar se ve negativamente afectada
hoy por el eclipse de las utopías, que puede paralizar a las
EL LENGUAJE DE UN AMOR APASIONADO 51
personas sin descubrir lo que hay de absoluto en las
pequeñas iniciativas, por tantos fracasos en las relaciones
matrimoniales que llenan a muchos jóvenes de miedo
paralizante ante un compromiso que puede atravesar mo-
mentos muy dolorosos, y por la multiplicidad de referen-
tes religiosos en un universo fragmentado. Las «sospe-
chas» que ensombrecen a las personas e instituciones más
sagradas nos llenan de inseguridad y de miedo.
Pero también encontramos a personas que, por amor
apasionado a alguien o a algo, son capaces de atravesar las
mayores dificultades. Por la posibilidad de brillar unos se-
gundos en una olimpiada, los atletas se encierran en las
sombras de un gimnasio, sometidos durante años a rutinas
implacables. Por buscar un futuro mejor para su familia,
muchos emigrantes arriesgan lo que son y lo que tienen en
pequeñas embarcaciones, para encontrar la prometida e
incierta mejora en los países del Norte. Por encontrar la
curación de una enfermedad, hay científicos que se hun-
den en el silencio de los laboratorios y apuestan sus
esfuerzos de toda la vida por caminos sin explorar.
Un corazón sin pasión renuncia a sufrir y a vivir en
plenitud, y escoge las adicciones como sustitutos de la
creatividad arriesgada que se abre al futuro. Jesús nos
amó con pasión: «Ardientemente he deseado comer esta
pascua con vosotros antes de mi pasión» (Le 22,14).
«Amó hasta el extremo» (Jn 13,1), hasta el final de su po-
sibilidad de amar y hasta su último aliento. Sólo un amor
así nos revela plenamente quién es Dios, y cómo nosotros
nos realizamos como personas humanas enfrentando el
mal en todas sus manifestaciones. Dejar «todo» lo que ya
tenemos por la «perla» y el «tesoro» prometidos se nos
hace difícil. Pero, si no lo dejamos, podemos quedar «pas-
mados» a mitad de camino. Sólo el que ama con pasión
puede saborear lo que hay ya ahora de vida eterna, impe-
recedera, en los episodios sencillos de la vida cotidiana.
27. 52 ORAR EN UN MUNDO ROTO
5. La pasión de amar
Jesús ama con pasión y ve de una manera diferente y
nueva la realidad presa por la mirada de los dirigentes de
la sinagoga. Descubre el reino de Dios queriendo abrirse
paso dentro del pueblo con posibilidades nunca imagina-
das. Los pecadores son buscados por Dios, por plazas y
caminos, con pasión infinita. Los enfermos pueden sanar.
La vida de unos pescadores, reducida a la rutina de las
redes y la barca, se puede transformar en servicio a la
novedad del reino, que Jesús ve asomar por todas partes,
como los brotes de las higueras en la primavera rompien-
do la cascara endurecida durante el invierno (Le 21,29).
Por otro lado, ve a los dirigentes judíos presos de unos
ritos que cumplen como «adictos» y que no les permiten
crear dentro de sí un espacio para acoger la novedad que
llega como sorprendente regalo del Padre.
La presencia de un amor sin límites en la persona de
Jesús crea una vida nueva en personas descalificadas por
la sociedad, en los terrenos aparentemente menos favora-
bles. Esta novedad rompe con los viejos esquemas de lo
puro y lo impuro, los últimos y los primeros, choca contra
el orden ciudadano y profundiza la interpretación de la ley
hasta el escándalo y el conflicto.
Jesús se siente impulsado por el dinamismo del Espí-
ritu, que lo lleva a recorrer los caminos en una vida desins-
talada, a trabajar superando todo tipo de obstáculos. Pero
lo nuevo crea conflicto con lo instalado, que se siente
amenazado en su seguridad religiosa y social.
Jesús se compromete con esa novedad para apoyarla
en su fragilidad de vida incipiente y para defenderla de
todas las fuerzas que la amenazan. El conflicto con la sina-
goga y con toda la estructura social es tan fuerte que Jesús
tiene que llegar hasta la misma Jerusalén para anunciar la
novedad del reino en el centro mismo del poder, aunque
EL LENGUAJE DE UN AMOR APASIONADO 5 3
este gesto le lleve a la confrontación máxima y a la pérdi-
da de la vida.
Jesús vino para vivir en plenitud y para que tengamos
vida en abundancia; pero amar con esta pasión, que recrea
la vida sin límite, nos impulsa a un trabajo hasta el extre-
mo y crea conflicto con las personas y las instituciones
que defienden lo viejo. Amar así conduce al sufrimiento y
a la muerte.
Amar con pasión no significa arder y consumirse en el
propio fuego con un romanticismo sin discernimiento,
desconectado de la realidad, sino que provoca una trans-
formación tal de la persona que la hace capaz de compro-
meterse con el nacimiento de la vida nueva. La capacidad
de asumir el dolor e incluso la muerte por lo que uno ama
y crea naciendo del amor, surge desde las más profundas
raíces de nuestro ser. Amar con pasión nos conduce a las
mayores alegrías, pero nos puede arrastrar también a la
pasión. Y cuando una persona ha atravesado la pasión sin
desintegrase, porque ama, entonces la alegría tiene una
hondura inigualable. Es la alegría de la pascua. Sólo amar
con pasión nos permite afrontar de manera creadora la
pasión.
El desafío más grande es situar en esta hondura del
amor todo sufrimiento, el propio y el de los demás; el que
comprendemos como razonable, porque da su cosecha co-
mo lo esperamos en el tiempo oportuno, y el incomprensi-
ble, el que desborda cualquier matemática nuestra, el que
nos sitúa dentro del escándalo que hace preguntas a un
Dios mudo que no responde, como el grito desgarrado de
Jesús nacido de la oscuridad y la angustia extrema: «Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?». Sólo «al tercer día»
responde Dios, cuando tal vez ya no hay ni lucha ni pre-
guntas, cuando nuestro silencio se ha convertido en una
página en blanco donde Dios se dibuja de manera nueva y
cercana.
28. 54 ORAR EN UN MUNDO ROTO
Antes de enfrentar la muerte última, atravesamos a lo
largo de la vida situaciones de muerte donde, después de
haber luchado hasta el final, se nos acaban las fuerzas y
razones, y tenemos que esperar en «el sepulcro» tres días
hasta que se estructure toda nuestra persona en torno a una
nueva sabiduría que aparece dentro de nosotros como una
sorpresa regalada
El «fuego ardiente encerrado en los huesos» (Jr 20,9),
que Jeremías sentía en la hondura de su alma y de su cuer-
po, es la pasión del amor entre Dios y Jeremías. En lo
hondo del fracaso de su predicación, de la amenaza de su
vida, de la pérdida de los amigos, arde ese fuego del amor
apasionado que Jeremías intenta apagar para retirarse de
su misión, pero no lo consigue. Desde ese fuego encontra-
rá Jeremías una nueva consistencia para el compromiso y
el canto (Jr 20,11-13). Resucitamos desde la misma pro-
fundidad en que morimos.
6. Somos la pasión y la resurrección de Dios
En nuestra propia persona y en la solidaridad con los cru-
cificados de la historia somos la pasión de Dios que traba-
ja, sufre y muere en nosotros. En la novedad de la trans-
formación personal y en la novedad que ofrecemos al
mundo, somos la resurrección de Dios que se expresa en
nosotros, en nuestra carne transfigurada, al mismo tiem-
po herida por los límites y en paz, sufriente y con alegría.
«Paseamos continuamente el suplicio de Jesús en nuestro
cuerpo, para que también la vida de Jesús se transparente
en nuestro cuerpo (2 Cor 4,10).
7. Un desafío de futuro
En realidad, la vida de todo cristiano debe estar atravesa-
da por esta pasión por Dios y por su reino. La pasión por
Dios es inseparable de la pasión por su reino. Laicos y
EL LENGUAJE DE UN AMOR APASIONADO 55
religiosos vivimos la misma y única pasión, aunque la sín-
tesis personal acentúe dimensiones distintas. Muchas ve-
ces, tanto laicos como religiosos nos encontraremos juntos
en el mismo trabajo apostólico, en la educación, la salud,
la promoción social, la catequesis... Pero cada uno pone el
acento de su vocación particular, y así se convierte en una
palabra para el otro. El religioso dice al laico que no hay
más absoluto que Dios, y que Él es la última dimensión
del corazón humano y de la historia. Con Él todo es posi-
ble, y sin Él nos quedamos a mitad de camino. Es absolu-
tamente imprescindible darle tiempo a este encuentro sin
orillas que debe alcanzar toda la persona. Por su parte, el
laico le recuerda al religioso que no se puede quedar en un
amor a Dios que no pase por las tareas y personas cotidia-
nas, porque es ahí donde se expresa y se verifica la calidad
del amor a Dios, que hace nuevas todas las cosas.
Cuando hemos conectado con la pasión absoluta con
que Dios nos busca a nosotros, y nos dejamos adentrar en
ese encuentro sin fin, estamos situándonos en el único fun-
damento siempre nuevo. Desde ahí podremos vivir de
manera creadora, y nos llegará la dosis exacta de futuro
que nosotros podremos transformar.
29. 3
La integración personal
Dios es nuestro «centro», lo más profundo de nuestra inti-
midad. «En él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch
17,28). Está en comunión con nosotros, y toda la persona
en sus dimensiones más hondas queda afectada por este
encuentro siempre abierto al futuro de plenitud, más allá
de lo que podemos percibir o expresar.
Este surgir de Dios en nosotros no es una invasión,
sino una conversación de dos libertades. Desde el primer
momento de nuestra existencia empezamos este diálogo
con Dios. Salir de sus manos no fue una despedida, sino el
comienzo de un encuentro que ya no tiene punto final. Y
este encuentro es único. Dios nos respeta absolutamente
tal como somos, pues es el único que nos conoce y nos
ama precisamente así: tal como somos. Entrará dentro de
nosotros en la medida en que le vayamos abriendo las últi-
mas dimensiones de nuestra existencia, los días nuevos,
las etapas de cambio, las situaciones sorprendentes, las
rutinas inevitables y los rituales aprendidos.
En la vida de oración, buscamos crecer en este encuen-
tro con Dios. Nos relacionamos con él como nos relacio-
namos con las otras personas y realidades que nos rodean,
pues Dios se ha hecho una vida humana en Jesús, al que
podemos acercarnos a través de nuestros sentidos. Para
comprender mejor cómo nos afecta este encuentro, el pro-
ceso interior que pone en marcha y cómo nos integra, pue-
LA INTEGRACIÓN PERSONAL 57
den ayudarnos como punto de partida estas palabras de
Pedro Flinker en su libro:
«Los sentidos originan la sensación; ésta, la percepción;
ésta, el pensamiento, que a su vez causa el sentimiento
y la emoción, los cuales producen la cualidad del ser,
y éste la cualidad del hacer, del obrar. O, de otro mo-
do: obramos como somos, somos lo que sentimos, sen-
timos como pensamos, pensamos como percibimos,
de acuerdo con nuestras percepciones; y éstas dependen
de los objetos que pueblan nuestro ambiente. Tal es el
flujo espontáneamente evolutivo de la vida mental del
hombre».
Existen cuatro dimensiones de nuestra persona impli-
cadas en este proceso: cuerpo, pensamiento, afectividad y
decisión. Vamos a intentar describir de qué manera están
implicadas en nuestro encuentro con Dios. Veremos cómo
la experiencia de Dios nos recorre por entero y nos
va transformando e integrando a niveles cada día más
hondos.
Nos vamos a fijar cómo vive Jesús en la transfiguración
estas cuatro dimensiones del proceso interior de su relación
con el Padre. Tomamos ahora esta escena como un mode-
lo que nos revela hacia dónde tienden nuestras oraciones en
su dinamismo más profundo, aunque estén siempre limita-
das por nuestras resistencias y ambigüedades.
1. Cuerpo
«Allí se transfiguró delante de ellos» (Me 9,2)
«Su rostro brillaba como el sol» (Mt 17,2)
1.1. El cuerpo que ora
Nos dice Marcos que «Jesús se transfiguró delante de
ellos» (9,2), de Pedro, de Santiago y de Juan. Y Mateo
afirma que «su rostro brillaba como el sol» (17,2). La
30. 58 ORAR EN UN MUNDO ROTO
experiencia de Jesús también alcanza al cuerpo y lo vuel-
ve plenamente luminoso. Nuestra experiencia de Dios
tiene que interesar al cuerpo. Nuestro deseo más profundo
es que el cuerpo también conozca a Dios y sea transfor-
mado en el encuentro con él hasta la última célula, como
Jesús, «el Mesías venido ya en carne mortal» (Un 4,2),
palabra corporal y exacta de Dios.
1.2.Las puertas de los sentidos
Nos relacionamos con la realidad que se encuentra a nues-
tro lado a través de nuestro cuerpo, de «las puertas de los
sentidos». Nos vamos llenando de sensaciones, en las que
la realidad exterior viaja dentro de nosotros hasta nuestro
cerebro. Allí son analizadas. Nos construyen o nos destru-
yen. Nos abrimos o nos cerramos. Los sentidos obedecen
a nuestros intereses más hondos. A veces nos damos cuen-
ta de lo que llega a estas puertas pidiendo permiso para
entrar en nuestra intimidad, pero en ocasiones las sensa-
ciones se infiltran dentro de nosotros como personajes
clandestinos y nos mueven desde la profundidad ignorada.
No podemos desconocer las sensaciones que llegan desde
fuera.
Para saber quiénes somos y adonde vamos es funda-
mental que escuchemos a nuestro cuerpo. Es una palabra
veraz. No miente. Aunque no sepamos descifrar siempre
lo que nos dice. Lo podemos leer como se lee un diario
personal, pues en él está inscrita nuestra historia, desde
una cicatriz repentina, recuerdo de un accidente en los jue-
gos infantiles, hasta una arruga que se ha ido moldeando
lentamente en el rostro año tras año. Y lo podemos leer
como un programa de futuro, pues hasta la última fibra se
siente recorrida por la codicia, la agresividad, el erotismo,
la confianza o la ternura, que nos reclaman con exigencia.
LA INTEGRACIÓN PERSONAL 59
También debemos leer el cuerpo de los demás, el de los
triunfadores y el de las víctimas, para conocer los meca-
nismos que mueven nuestro mundo y que también pueden
estar instalados dentro de nosotros.
El cuerpo está hecho para el encuentro, el trabajo, la
contemplación y la fiesta. Por eso nos sentimos tan con-
trariados cuando experimentamos el desencuentro, la en-
fermedad, el desasosiego y la tristeza. Pero la transfigura-
ción nos dice que estas realidades no son la última verdad
de nuestro cuerpo, pues Dios está ahí, moviéndose por la
neurona más pequeña y escondida, solidario, como pre-
sencia de vida, de salud, de sentido y de trascendencia. En
vez de elevar los ojos muy abiertos al cielo, es mejor que
miremos en el fondo de nuestro propio cuerpo para descu-
brir esa presencia que sosiega, sana y transfigura.
Nuestro cuerpo tiene vocación de transfiguración, que
es una señal de la resurrección que, en parte, se está ges-
tando ya dentro de nosotros, y en parte será un regalo últi-
mo de Dios que nos da la mano para saltar a la otra orilla
de la vida sin ocaso con el cuerpo transformado. Blas de
Otero, en su poema «Salmo por el hombre de hoy», desde
la realidad de los cuerpos abatidos contra la tierra por el
sufrimiento, ora con belleza esta aspiración a la transfigu-
ración que ya podemos escuchar en todo cuerpo humano,
y pide que el cuerpo experimente la aurora de Dios, su luz,
no ya en el horizonte, sino clavada en su pecho:
«Ponió de pie, Señor, clava tu aurora
en su costado, y sepa que es divino
despojo, polvo errante en el camino:
mas que tu luz lo inmortaliza y dora».
En el poema «Cuerpo Tuyo» vuelve a evocar el alba, la
luz y la llama de Dios que reviven e iluminan desde den-
tro la tierra y la sangre de nuestros cuerpos:
31. 60 ORAR EN UN MUNDO ROTO
«Esa tierra con sangre es cielo mío.
Alba de Dios, estremecidamente
subirá por mi sangre. Y un relente
de llama, me dará su escalofrío».
1.3. Más que un cascarón
Hoy nuestra cultura ha recuperado el valor del cuerpo. No
es necesario esconderlo porque es malo, ni flagelarlo hasta
la sangre para traerlo a buen camino. La piel que acaricia-
mos y la belleza que admiramos, la sexualidad que se
expresa en el amor y la transmisión de la vida, la energía
de nuestros músculos para el trabajo y para el juego, son
creados permanentemente por Dios.
La preocupación obsesiva por espiar la mínima arruga
que empieza a insinuarse en la esquina de los ojos, el mer-
cado en expansión de cremas y fórmulas siempre nuevas
para controlar los gramos y centímetros, las clínicas exclu-
sivas para rejuvenecer una y otra vez el rostro y la figura,
nos hablan con fuerza de la importancia que tiene en nues-
tra cultura el bienestar y la apariencia. La autoestima cos-
mética tiene clientela asegurada en hombres y en mujeres.
Sensaciones fuertes, nuevas, exóticas, en cambio cons-
tante, son ofertadas por todas partes, pero deben extin-
guirse lo bastante rápido para dejar un vacío que hambree
las nuevas que ya el mercado inventó para mañana.
Esta cultura parece soportar la esquizofrenia de mirar al
mismo tiempo tanta sangre derramada en guerras y desas-
tres naturales transmitidos al instante por la televisión y los
periódicos, tanto cuerpo escuálido con la piel colgando de
los huesos como si fuese ajena, y un culto a la apariencia
que a veces devora grandes sumas de dinero e impone los
ayunos y penitencias de la más estricta religión.
De una manera o de otra, nosotros estamos contamina-
dos por esta cultura, que nos induce a cultivar las aparien-
LA INTEGRACIÓN PERSONAL 61
cias y a transformarnos en cascarones brillantes con una
intimidad invadida y confusa. El espejo se ha convertido
en un confesor muy exigente.
No cabe duda que la ciencia nos ha enseñado a cuidar
nuestro cuerpo, con constantes investigaciones sobre die-
tas, descansos y ejercicios. Los avances de la medicina son
asombrosos. Este cuidado necesario forma parte del amor
al cuerpo.
Pero se ha convertido el cuerpo en objeto de una admi-
ración narcisista. Y siguiendo un hedonismo comercial-
mente promovido, se buscan las sensaciones agradables
atrepellando otros valores. Lo importante es sentirse bien.
En el otro extremo, también encontramos los cuerpos
«estresados» de quienes se someten o son sometidos a rit-
mos llenos de codicia.
El desafío es amar el cuerpo, el propio y el de los de-
más, hombres y mujeres, el de todo otro, incluidos aque-
llos que se parecen al del servidor de Isaías: «muchos se
espantaron de él, porque, desfigurado, no parecía hombre
ni tenía aspecto humano» (Is 52,14). Tal vez descubramos
que, en gran medida, esos cuerpos cargan las consecuen-
cias de nuestro terco individualismo.
1.4. El Dios encarnado
Dios nos habló primero por la palabra de los profetas y
sabios de Israel. Pero, llegada la plenitud de los tiempos,
la Palabra misma se hizo carne y se expresó en una vida
corporal, para que la comunicación de Dios con nosotros
fuese insuperablemente cercana sobre la horizontalidad de
la tierra. Se expresó plenamente a sí mismo en la palabra
corporal de Jesús, «imagen de Dios invisible» (Col 1,15),
porque a través de los sentidos nos comunicamos noso-
tros. La vida entra dentro de nosotros no sólo mediante
32. 62 ORAR EN UN MUNDO ROTO
ideas, sino principalmente a través de lo que impacta los
ojos, lo que palpamos y saboreamos, los aromas y el tono
de la voz, los brazos que nos acercan o la ternura que nos
pacifica.
El Hijo de Dios «se vació de sí mismo y tomó la con-
dición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres»
(Flp 2,7). La Luz bajó hasta las tinieblas (Jn 1,4), y ahora
vive dentro de nuestro cuerpo. Cuando Jesús ponía su
mano de amigo sobre el hombro de un leproso excluido de
la ciudad, o sobre la frente de una mujer postrada por la
fiebre, el encuentro con la cercanía corporal de Dios los
curaba. Y cuando un amigo abrazaba a Jesús, o una mujer
pecadora pública le besaba los pies, Dios lo agradecía.
El cuerpo de Jesús era la expresión de la libertad y del
amor de Dios por los caminos. Las autoridades pensaron
que no podían controlar esa libertad acercándose a toda
persona, como controlaban las leyes y los ritos del templo.
Vieron en Jesús una amenaza. Torturaron su cuerpo y lo
clavaron en la cruz. Contemplaron cómo el amor encarna-
do de Dios se desangraba y moría. Pero Dios resucitó a
Jesús, y en ese cuerpo resucitado se nos revela el último
destino de todo cuerpo humano. La luz que ya está dentro
de nosotros es nuestra verdad definitiva.
Éste es también nuestro desafío, un cuerpo tan lleno
del Espíritu que por eso mismo sea una palabra activa de
Dios que se acerca a todo ser humano. Como en Jesús,
Dios necesita nuestro cuerpo para acercarse a su pueblo
allí donde se encuentre, en los paraísos donde festeja y en
los infiernos donde se consume. Pero para que esto sea
posible, primero nuestro cuerpo tiene que encontrarse con
Dios y ser transformado en el encuentro con Él.
LA INTEGRACIÓN PERSONAL 63
1.5. Afinando nuestros sentidos
La experiencia de Dios alcanza a nuestro cuerpo. En la
contemplación nos hacemos presentes a Dios, que se ha
hecho tangible en Jesús, que vivió cada uno de los mo-
mentos de su vida para cada uno de nosotros y que en cada
nuevo acercamiento a él, durante la contemplación, tiene
algo nuevo que comunicarnos. En los Ejercicios Espi-
rituales, como punto culminante al final del día, después
que el ejercitante ha estado contemplando desde el ama-
necer un pasaje de la vida de Jesús, Ignacio propone una
forma de oración que él llama «aplicación de sentidos». Se
trata de ver, oír, oler, gustar y tocar el misterio encarnado
en Jesús en todas las circunstancias en que aparece. Al fi-
nal de esa oración podremos «gustar... la infinita suavidad
y dulzura de la divinidad» (EE 124). También por el cuer-
po del que ora se extiende el gusto de la contemplación.
Cuando empezamos la oración, nuestro cuerpo se
mueve en búsqueda de Dios, hacia un lugar propicio para
la intimidad de este encuentro que implica todo lo que
somos, con una intensidad que ningún otro tipo de encuen-
tro puede alcanzar. Lo mismo hacía Jesús cuando subió al
Tabor, cuando salió al Monte de los Olivos o cuando se
alejaba hacia la soledad de la naturaleza en la tranquilidad
del amanecer.
En la oración nos escuchamos con claridad y nos ex-
presamos tal como somos Las diferentes posturas (de pie,
sentados, de rodillas, recostados de espaldas o prosterna-
dos en tierra) expresan delante de Dios lo que queremos
comunicarle, como el Jesús doblado sobre la tierra de
Getsemaní se hizo súplica corporal que buscaba la fortale-
za del Padre en medio de la noche llena de angustia. En el
cuerpo expresamos lo que sentimos, y hasta el cuerpo lle-
gan las gracias que el Señor nos comunica. El cuerpo se
va dejando empapar de los sentimientos que nos llegan
33. 64 ORAR EN UN MUNDO ROTO
desde Dios. Así lo expresa el salmista al sentirse cerca de
Dios y protegido por él:
«Por eso se me alegra el corazón
y gozan mis entrañas
y mi carne descansa serena»
(Sal 16,9)
San Juan, desde la experiencia de sentirse transforma-
do en la contemplación del Jesús del evangelio, tanto
cuando andaba por los caminos como después de la resu-
rrección, afirma que, cuando Jesús se manifieste en toda
su gloria, entonces «seremos semejantes a él, pues lo vere-
mos tal como es» (Un 3,2). Verlo plenamente nos trans-
formará por entero.
Si en la oración nuestro cuerpo siente y «gusta la infi-
nita dulzura de la divinidad», después de la oración, trans-
formado por este encuentro con un Dios accesible a los
sentidos, ya está preparado para encontrarse con los otros
y para introducir en la realidad, con el trabajo creador de
sus manos, la novedad que Dios le ha propuesto. «Me has
dado un cuerpo para realizar tu designio, Dios mío» (Heb
10,5-8), para acercarte a los demás y para trabajar la
tierra.
Pero el cuerpo no se encuentra con Dios sólo en la ora-
ción, ni simplemente lleva a la realidad el Dios encontra-
do en la contemplación. Nuestros sentidos buscan a Dios
en todo lo que nos rodea, y cuando no lo encuentran nos
sentimos de alguna manera desterrados. R.M. Rilke expre-
sa esta experiencia cuando ora diciendo: «Dios vecino...,
mis sentidos, que pronto se paran, alejados de ti están sin
patria». Toda la creación está llena de Dios, y en el miste-
rio de Dios vivimos sumergidos. Nuestros sentidos están
muy condicionados por los dueños de este mundo para
percibir la realidad según sus intereses. El desafío para
nosotros es crear una nueva sensibilidad contemplativa
LA INTEGRACIÓN PERSONAL 65
para percibir la presencia activa de Dios en todo el espe-
sor material que nos rodea, y para expresarlo también con
nuestro cuerpo, tanto en los encuentros humanos como en
el trabajo creador.
Aunque nuestro cuerpo sufre y se deteriora, la expe-
riencia de la transfiguración es más honda y lo transforma
desde dentro; por eso se puede sentir liberado en medio de
su fragilidad. «Paseamos continuamente en nuestro cuer-
po el suplicio de Jesús..., para que también la vida de Jesús
se transparente en nuestra carne mortal» (2 Cor 4,10-11).
- ¿Escucho a mi cuerpo como una palabra que no miente?
- ¿Amo a mi cuerpo y lo cuido para el trabajo y el encuen-
tro humano?
- ¿Expreso a Dios en la oración con mi cuerpo lo que sien-
to? ¿Resuena en mi cuerpo lo que Dios me hace sentir y
comprender? ¿Se ilumina mi rostro desde dentro?
2. Pensamiento
«Se les aparecieron Elias y Moisés conversando con
Jesús» (Me 9,4)
«Hablaban de su éxodo que iba a completar en
Jerusalén» (Le 9,31)
2.1. En la lógica de Dios
Elias y Moisés son los dos grandes profetas del Antiguo
Testamento. Ellos experimentaron profundamente a Dios,
en la «brisa suave» del Horeb (1 Re 19,12) aliviando el
rostro de Elias, que ardía con amor celoso por el Señor (1
Re 19,14), y en la zarza en llamas que ardía sin consumir-
se en medio del desierto (Ex 3,2) y que provocó la admi-
ración contemplativa de Moisés.
34. 66 ORAR EN UN MUNDO ROTO
Jesús aparece conversando con ellos, entrando en la
lógica de Dios, en el misterioso estilo que él tiene de con-
ducir toda la creación a su plenitud desde ese fuego que
arde en el corazón apasionado de Elias, en la zarza vege-
tal de Moisés y en la última dimensión de toda la realidad.
Jesús siente que la decisión que ha tomado en Cesárea de
Filipo se sitúa en continuidad con la manera de actuar de
Dios a lo largo de la historia. Su éxodo, que se inició al
salir del Padre para llegar hasta nosotros, se completa en
ese demoledor final de su vida, donde se nos revela la
insondable solidaridad de Dios con nuestra realidad huma-
na, que a veces se hunde en los incomprensibles infiernos
que creamos a lo largo de la historia.
2.2. La percepción de la realidad
Las sensaciones que entran dentro de nosotros por la puer-
ta de los sentidos se transforman en percepciones al ser
procesadas por nuestro pensamiento. Así vamos elaboran-
do nuestro propio modo de pensar, la manera de mirar la
realidad y de entender la vida.
No pensamos sólo con razones. También lo hacemos a
través de imágenes que se mueven ágiles y coloridas en
nuestra fantasía. Con nuestra imaginación podemos repro-
ducir los sucesos del pasado y tenemos la facultad de dise-
ñar con audacia creadora la novedad del futuro.
Con nuestro pensamiento no sólo elaboramos concep-
tos bien definidos, sino también símbolos que hacen re-
ferencia a las dimensiones más profundas de la realidad
que no caben en conceptos perfectamente delimitados y
que nos permiten sintonizar con dimensiones de nuestra
persona no exclusivamente racionales y que nos refieren al
misterio humano o al misterio de Dios, que, en último tér-
mino, no caben en nuestro lenguaje. Una cruz desnuda y
LA INTEGRACIÓN PERSONAL 67
simple, después de la muerte de Jesús, puede ser un sím-
bolo que estremezca mucho mejor que largos discursos la
hondura de una persona que sufre.
Cuando Jesús habla del reino de Dios, no lo hace con
conceptos cerrados, sino con metáforas y comparaciones
que tienen un significado muy abierto y hablan a toda la
persona, no sólo a nuestra razón. El reino es como la leva-
dura, como la luz, como un tesoro, como un banquete... El
reino se ve cuando se cura a un leproso o cuando se con-
vierte un gran ladrón como Zaqueo. Este lenguaje siempre
abierto y sugerente, de signos y parábolas, es el más indi-
cado para hablar de Dios y de su reino, pues nos introdu-
ce dentro del misterio y nos ayuda a experimentarlo ahora
vivo y creciendo en medio de nosotros. Es imposible ence-
rrar el misterio en conceptos perfectamente galvanizados
para dominarlo con nuestro lenguaje. Somos nosotros los
que vamos dentro del misterio, sustentados con amor por
él; y cuando lo experimentamos, entonces estamos aden-
trándonos en el verdadero conocimiento de Dios.
Jesús es para nosotros la razón última, la fantasía del
futuro, el definitivo discurso sobre Dios y sobre el ser hu-
mano, la parábola perfecta e inagotable sobre Dios, abier-
ta a todos los tiempos y culturas. Sólo podemos ser fieles
a esa palabra contemplándola desde las situaciones nue-
vas. La Palabra que es Jesús no excluye a nadie, sino que
en Jesús nos comprendemos a nosotros mismos y toda la
realidad. Como «parábola de Dios», Jesús no es una pala-
bra nacida a la sombra del templo de Jerusalén y aproba-
da por sus técnicos teológicos, sino una vida nacida como
un surtidor de libertad en los márgenes de la sociedad
judía, que se expresa a sí misma en el lenguaje de los cam-
pesinos y los pescadores y que se ofrece con sencillez a
todos los tiempos y personas. Sólo podemos experimentar
la verdad que Jesús es contemplándolo sin cesar desde
35. 6 8 ORAR EN UN MUNDO ROTO
situaciones nuevas y, sobre todo, desde una solidaridad
con los pobres y excluidos del mundo, pues Jesús «es»
enteramente esta sorprendente solidaridad de Dios.
2.3. Desde la fe en la razón hasta la falta de sentido
a) En la cultura de la modernidad domina la «razón cien-
tífica y técnica», con su oferta de transformar la realidad.
Los adelantos han sido sorprendentes en medicina, en
comunicación, en la exploración del espacio y en otras
muchas ciencias. Pero no siempre ha nacido un mundo
más humano. A veces la técnica se vuelve contra nosotros,
y planea sobre la tierra como una amenaza que nos angus-
tia. Vivimos en un mundo roto por profundas divisiones
sociales y quiebras personales. En las sociedades desarro-
lladas aumentan el estrés, la depresión y las rupturas fami-
liares, y se diluye la falta de sentido.
Nace la reacción posmoderna reclamando espacio para
el corazón y rechazando las lógicas e ideologías que nos
han llevado a los grandes conflictos armados del siglo
veinte, con tantos millones de cadáveres en todos los con-
tinentes. Se da el «regreso de los dioses», como expresión
confusa de una necesidad de trascendencia imposible de
eliminar del corazón humano por el imperio de las máqui-
nas y de la razón. En muchos casos, esa necesidad de tras-
cendencia queda presa de las «trascendencias menores»,
como son el lado oscuro de la realidad o la incertidumbre
del futuro, campo abierto para el tráfico rentable de adivi-
nos, horóscopos, videntes y espiritistas. Esta trascenden-
cia rudimentaria se vende exitosamente en librerías y aero-
puertos, en la televisión y en los mercados.
Pero también se abre para nosotros hoy la posibilidad
de una mística auténtica, de un encuentro con Dios que
sea más profundo que las pertenencias superficiales a la
LA INTEGRACIÓN PERSONAL 69
Iglesia, donde se llenen dimensiones necesarias del cora-
zón humano, hecho para el encuentro con un Tú inagota-
ble, superando una fe limitada a fórmulas y a ritos con un
contenido existencial depauperado.
b) Vivimos en una sociedad plural, y hasta cada uno de
nosotros llegan sin cesar innumerables lógicas diferentes
desde todos los puntos de la tierra ante las preguntas fun-
damentales de la vida. Cada día llegan con una rapidez
mayor, acosándose unas a otras, disputándose el espacio,
en la medida en que los sistemas de comunicación se mul-
tiplican y aceleran. Muchas veces llegan mercantilizadas
por los medios, que buscan la ganancia más que la forma-
ción de las personas, o favorecidas por los vientos de los
intereses políticos que soplan en un momento determina-
do. Esta multitud de ofertas arrebata la seguridad en el
propio sistema de valores y en la visión de la vida, y pue-
den instaurarse dentro de las personas elementos tomados
de diferentes horizontes que se contradicen y viven en la
propia cabeza en guerra permanente.
«El pluralismo moderno conduce a la relativización
total de los sistemas de valores y esquemas de interpre-
tación. Dicho de otro modo: los antiguos sistemas de
valores y esquemas de interpretación son "descanoniza-
dos"» (Peter L. BERGER y Thomas LUCKMANN, Moder-
nidad, pluralismo y crisis de sentido, Paidós Ibérica,
Barcelona 1997, p. 75).
Ante este pluralismo, hay dos reacciones negativas: el
relativismo y el fundamentalismo. En el relativismo no
existen verdades absolutas, sino sólo reflexiones situadas,
fragmentadas, débiles. Cada uno escoge lo que le parece
mejor en un momento determinado, lo que le hace sentir
bien. Y fácilmente va resbalando la existencia hacia la
aceptación de que no existe ningún sentido último para
36. 70 ORAR EN UN MUNDO ROTO
estructurar la existencia humana, provocando la «angustia
vital» de quien se encuentra recorrido por dentro por dina-
mismos que se contradicen entre sí. A veces estos dina-
mismos se introducen dentro de nosotros sin poderlos pro-
cesar, creando una confusa dispersión interior que busca
inútilmente su armonía.
El fundamentalismo, en su versión radical, pretende
restaurar el pasado premoderno e imponerlo por la fuerza
en la sociedad, como lo han intentado trágicamente los
talibanes en Afganistán. El fundamentalismo más toleran-
te quiere conservar el pasado dentro de grupos cerrados,
con el peligro de crear guetos aislados del mundo. Ellos se
sienten los salvados en el arca, mientras fuera el diluvio lo
va ahogando todo.
El pluralismo actual no es necesariamente una fatali-
dad. Nos abre a otras etnias, culturas y religiones con las
que podemos dialogar y ampliar el horizonte religioso y
cultural. De hecho, nosotros encontramos comunidades de
sentido y de fe donde se acepta este mundo plural, donde
se dialoga con él y se actúa en él desde la fe adulta de sus
miembros.
En esta situación, no basta con tener a mano una serie
de conocimientos religiosos. Es necesario que Dios sea
«conocido» en una auténtica experiencia espiritual tal co-
mo se nos ofrece en el encuentro contemplativo y sacra-
mental con Jesús de Nazaret, para poder proponer su no-
vedad a nuestro mundo.
2.4. Jesús, Palabra insuperable e inagotable,
de hombre y de Dios
Para nosotros, Jesús es la Verdad definitiva e insuperable
que nos revela al mismo tiempo el misterio de Dios y el
misterio de lo que significa ser perfectamente humano, sin
LA INTEGRACIÓN PERSONAL 71
que haya ninguna contradicción entre estas dos afirmacio-
nes. Jesús está plenamente unido al Padre sin fisura nin-
guna, con la unión del amor que no lo anula ni lo absorbe,
sino que permite que Jesús sea plenamente él mismo y
vaya descubriendo su existencia original día a día. Siendo
plenamente él mismo, humano situado en nuestra tierra,
será al mismo tiempo la expresión plena del Padre. El que
ha visto a Jesús ha visto al Padre (Jn 14,9).
Jesús es la palabra inagotable de Dios. Cuanto más
profundizamos en ella, tantos más horizontes se nos abren.
Cuando nos acercamos a Jesús en situaciones personales,
sociales o culturales nuevas, descubrimos dimensiones
sorprendentemente nuevas. La fidelidad a la verdad que es
Jesús sólo se puede vivir saliendo constantemente hacia
las nuevas situaciones a que nos conduce el servicio de
Dios para contemplarlo desde ahí. No basta simplemente
con cambiar de técnicas de oración ni con ascender a nive-
les más altos de contemplación. Es preciso salir a las situa-
ciones nuevas a que nos conducen el seguimiento de Jesús
o los caprichosos juegos de la vida o los acelerados cam-
bios sociales que a todos nos afectan, para mirar a Jesús
desde allí y dejarnos sorprender por su novedad.
La pasión por la verdad no nos puede llevar a la into-
lerancia y la imposición. No podemos concebir la verdad
que es Jesús como una posesión exclusiva en el cofre de
unos conceptos cerrados que nosotros ofertamos a precios
razonables en el universo religioso de nuestro mundo.
Afirmar que Jesús es el hijo de Dios encarnado, en quien
Dios se nos revela plenamente, no quiere decir que sea ex-
clusivamente en él donde se nos revela. Jesús nos anuncia
la liberación de la creación entera, y su Espíritu vive en el
fondo de toda existencia humana, por más alejada que esté
de nuestro universo religioso. Más aún, para avanzar en el
conocimiento de toda la novedad que se nos revela en
Jesús, es necesario un diálogo intercultural e interreligio-