1. BRANDO
LETICIA
LIC. EN PSICOLOGÍA
De la separación
M
i amiga Margarita, me contaba el
otro día de su dificultad para ser
feliz siendo feminista, directiva y
madre. Decía que estaba cansada de ser una
mujer perfecta, guapa, atractiva, una madre
abnegada y, al mismo tiempo, tener que des-
tacarseensutrabajo.Perosuextenuaciónno
provenía de pensar en la crianza y el cuidado
de David, su pequeño hijo de seis años, sino
ELANGELVISTE DE PRADA
alasegunda adolescencia
chafascinadalashistoriasderomancesinter-
minables de sus amigas solteras, y reconoce
cierta envidia de disfrutar las novedades
que traen las taquicardias emocionales. Con
treinta y cuatro años y once de matrimonio,
no imagina cómo sería eso de besar a otro
hombre. Más allá de haber tenido una fan-
tasía momentánea donde se imaginó en la
piel de una adolescente soltera de treinta y
pico, Lorena aprecia su tesoro familiar. Ese
sentimiento no difiere demasiado del que
expresa ahora Margarita.
Tras un período de necesidad imperiosa de
conocer, salir con nueva gente, reírse sin
motivos, el alma femenina vuelve a añorar
la estabilidad. Diez meses de adolescencia
intensa y una serie de romances mal re-
sueltos, han creado un cierto malestar en el
alma romántica de Margarita. No basta con
la libertad ni con la posibilidad de ser. Eso no
es suficiente. Porque con la libertad sexual
y económica, ahora tenemos más estrés,
más presiones, y algunas, hasta piensan
que tenemos más infelicidad porque ambi-
cionamos más cosas de las indispensables.
Básicamente, el feminismo nos ha hecho
creer que podemos y debemos hacer todo.
Nuestro poder es tan inmenso que ahí
estamos, algunas extenuadas por jornadas
interminables, culposas por dejar a nuestro
hijo mientras vamos al gimnasio o salimos
con amigos.
El feminismo ha creado condiciones me-
jores para la vida de muchas mujeres pero
también ha traído más presiones. Si puedo
ganar lo mismo que el hombre en similar
puesto de trabajo, entonces debo demos-
trar que soy la mejor. Así lo están haciendo
muchas mujeres españolas, que postergan
su maternidad para proteger su carrera
profesional, y se imponen una carga hora-
ria que trasciende su resistencia psíquica y
física. Así lo hacen secretarias, abogadas,
maestras, doctoras en Montevideo o en
Buenos Aires. Ninguna quiere dejar de ser
la “Mujer Maravilla”, aunque ya saben que
“Superman” no existe.
Tras ocho años
de matrimonio,
se había dado
cuenta que
no sólo
criaba a su
niño pequeño,
sino que
principalmente
criaba a su
marido
más bien, su tedio provenía de reconocer
que era la madre de su marido. Tras ocho
años de matrimonio, se había dado cuenta
que no sólo criaba a su niño pequeño, sino
que principalmente criaba a su marido, un
director bancario que disfrutaba de jornadas
laborales de apenas seis horas.
Margarita es una abogada catalana, que es
además, directora de Recursos Humanos
en su empresa. Tras una jornada de diez
horas, solía llegar a su casa, organizaba
la cena, aseaba y ayudaba en la tarea a su
hijo, además de recoger los periódicos, las
gafas y las latas de cerveza que su plácido
y apático marido dejaba alrededor de toda
la casa. El día que Margarita cumplió treinta
y ocho años, se dio cuenta que ya no le re-
sultaban divertidas las travesuras de su niño
grande. Fue así, que ni corta ni perezosa, le
propuso la separación, y acostumbrada a
decidir siempre por sí misma, fue también
la que decidió cómo iba a ser el proceso
de divorcio.
Ella conservaría la casa, la custodia prin-
cipal de su hijo, y compartirían la casa de
verano con la condición de no cruzarse los
dos al mismo tiempo en el mismo espacio.
Luego, vinieron unos meses de liberación
donde Margarita comenzó a disfrutar una
segunda adolescencia con salidas con las
pocas amigas solteras que le quedaban.
Después de años de adultez y excesivas
responsabilidades, ahora era Margarita la
que se encontraba como una niña. Parece
ser que el matrimonio vuelve solemnes a
las mujeres y niños indefensos a algunos
hombres. Basta que ellas decidan separarse
para recuperar esa infancia perdida. Salidas a
bailar,conciertosconamigos,conoceranue-
vas personas, clases de patinaje y de salsa,
son sólo algunas de las cosas que las niñas
separadas de treinta, cuarenta y cincuenta
años suelen emprender.
Distinta es la situación de mi amiga Lorena,
secretaria uruguaya, que vive con su marido
y sus tres hijos en Montevideo. Lorena escu-
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