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LUIS MARIN 
LA PARADOJA DEL ALBA
LUIS MARIN 
LA PARADOJA 
DEL ALBA 
(1984-2004) 
PASPARTÚ EDICIONES
Paspartú Ediciones 
2ª ORIENTE NORTE 33 
CINTALAPA DE FIGUEROA, CHIAPAS 
C. P. 30400 
Primera edición 
Paspartú Ediciones 
2ª. Oriente Norte 33 
Cintalapa de Figueroa, Chiapas 
Impreso y hecho en México 
Printed and Made in México 
A 
JOSÉ GUADALUPE MARÍN
LA SAL DE LOS ALISIOS 
(1984 -1988)* 
* Publicado por la UAM-Iztapalapa en 1988
Para R. G. B.
I 
No mar afuera sino mar adentro, 
no un lecho de agua sino el agua entera, 
no esa nostalgia, no ese desencuentro 
sino la vasta anchura de la tierra.
II 
1 
Según se ve, 
la noche está poblada por ánimos errantes, 
y la ocasión se presta 
para cazar una legión de nubes onduladas. 
¡Ay!, y ese corazón insomne 
abandonado en las delicias de la hierba, 
va recogiendo sueños desde el fondo 
de las aguas dispersas y sin nombre. 
¿Dónde está ese pájaro nocturno? 
¿Dónde está ese pájaro desierto 
cuyo nombre sólo conocen los abismos? 
La plenitud silvestre proclama su ternura 
bajo la turbación serena de los montes, 
bajo la niebla sostenida por una lámpara de brumas. 
¿Quién vencerá los silenciosos lechos de los ríos, 
los murmullos del mar contra la roca 
y la pequeña gravedad del polen? 
2 
Ya se ve cómo algunos parajes se anticipan, 
con su miel protectora, 
con sus labios lechosos y emigrantes 
a recibir las nuevas estaciones. 
¡Cuántas ramas profieren su dicha hospitalaria! 
¡Cuántas manos bifurcan las alturas! 
Es la noche que se abre entre la noche, 
el instante del barro ensimismado 
bajo la eterna inconsistencia de las aguas. 
¡Ay de los emigrantes que al partir 
pretendieron medir con su esperanza 
la distancia y la furia de los vientos! 
¡Ay de los que esperan sin partir 
porque nacieron con el corazón inmóvil! 
¿Dónde está ese pájaro que tiembla 
en la cavidad de su agrietado nido, 
y cuya morada ha sido consagrada 
por la sal de los alisios? 
Según se ve, 
la noche está poblada por ánimos errantes; 
y esta ocasión se presta 
para formar una legión de nubes onduladas.
III 
1 
¿Por qué lloran los pájaros en junio? 
¿Por qué llevan las alas tan abiertas 
como buscando verse 
en los espejos frágiles de la intemperie? 
¡Cuántas promesas anónimas persiguen! 
Hace ya tanto tiempo 
que a duras penas sobreviven 
en las rompientes del exilio, 
o en los imperios tumultuosos de grandes caracoles 
marinos. 
Y he aquí 
que la tierra se alza con sus dunas de pedrerías 
disponiendo soberbias ciudades solitarias, 
largas calles líquidas y oscuras, 
suburbios cenagosos, 
allí donde la lluvia tibia y las mareas 
espantan la inminencia de las tempestades 
y el verano levanta 
una vocinglería de hojas silvestres. 
2 
¿Por qué están los pájaros cautivos? 
¿Por qué en cada estación 
descienden las pendientes del ensueño? 
La longitud crepuscular va profiriendo 
su desmesura germinal, sus vastas devociones, 
y los árboles echan sus raíces 
en los estanques señalados 
por el perfume virginal de los helechos.
IV 
1 
El mundo es incipiente en sus recuerdos. 
¿Quién no ha visto 
florecer en las veredas inconclusas 
a las libélulas impías? 
¿Quién no ha visto 
a las piedras desatar sus invasiones 
en el curso de los ríos? 
El mundo es incipiente en sus palabras. 
Las cosas aún innominadas 
no tienen pasado ni presente 
La conjunción de la materia es un instante 
que apenas cristaliza 
en el vuelo sin vuelta de los pájaros. 
Sólo las alas de las sombras 
están completamente repartidas. 
2 
Nadie lo sabe, 
pero el preludio de la creación fue un puño, 
cuyo golpe cerrado y tangencial 
desconcertó a las nubes: 
en el principio 
creó Dios los cielos y la tierra 
con una mano adentro y otra afuera 
del légamo proverbial de la materia. 
El mundo es incipiente 
en su clamor de leche móvil y promiscua. 
Es más grande la confusión de los murciélagos 
que las tímidas luces. 
Y las tinieblas ¿a quién saludan? ¿a quién acogen? 
¿a quién le dan reposo?
V 
1 
Al promediar el vuelo y la avidez 
de las aves migratorias, 
se agita un rapto de arenas opresivas 
revestidas de bronce y telas blancas 
como en la fiesta cíclica de las calendas. 
Sobre las tierras bajas, 
las penínsulas 
arrebatan el corazón de las mujeres 
con cantos y vocablos 
hechos a la luz de fraguas matutinas, 
y se las llevan navegando 
en barcas de maderas ahumadas… 
¿Es incierto el destino de las almas 
en el fondo sin fin de los caminos? 
¿El hilo de Ariadna alcanzará 
para las vetas más remotas? 
2 
En el límite vasto del verano 
el horizonte desafía la sal endeble de los puertos, 
y la lluvia se abre y se separa 
en el cielo poniente de los légamos silvestres. 
¿Y el humus invicto de las urnas inciviles? 
¿Y el espolón de nieve de las tierras altas? 
¿Y la ceniza matutina de las regiones indelebles? 
¿Y la larga edad de la maleza primigenia? 
¿Y las grandes alturas de las vertientes intangibles? 
La antigua trinidad del agua 
ha sido quebrantada.
3 
¿A dónde van las nubes del exilio? 
¿A dónde van a dar las quejas de los desterrados? 
¿A dónde los que parten por senderos diferentes? 
¡Oh faro errante del abismo y la tiniebla!, 
¿quién te conducirá a tu corazón gemelo, 
al verdadero movimiento de ti mismo? 
Nada tan vasto como el reino 
de la zozobra en las llanuras de hojarasca, 
y el crecimiento de la humareda que intercede 
con sus parasoles mudos de rocío. 
Las rosas laceradas 
dibujan una estela de presagios 
en las rompientes donde yace 
una terraza viuda de cuchillos. 
VI 
Es largo el viaje en medio de la noche; 
nada tiene que ver el agua y su horizonte, 
ni se parece al fruto ajado de silencio 
sino al azul que todos desconocen.
VII 
1 
En la noche los árboles son seres indelebles, 
y su geometría es distante y su quietud y su equilibrio. 
¿Qué punto cardinal ha quebrantado su jaula amarilla? 
Sólo supieron de la consternación oscura 
los que dejaron sus casas 
con llaves cristalinas, 
los que encontraron en el barro 
su propio cuerpo fragmentado, 
los que fueron testigos 
de los últimos años del caracol vencido, 
o los que sucumbieron 
al enfrentar sin miedo el señorío 
del mar revuelto y contrariado. 
2 
¿Dónde está el sitio celestial y profano 
de las fundaciones? 
¿Dónde el ruiseñor que entabla 
sus fogatas tribales de corazones efímeros? 
Tanto se aleja el alba de las medusas que celebran 
los esponsales del otoño, 
que en los huecos de los árboles ya no florecen 
las espuelas de plata 
y el equinoccio 
es una remota luciérnaga menguante.
VIII 
1 
Se abre el bosque a todas las especies: 
al corazón del ciervo que vive en los estanques, 
al agua tibia que cae del sueño del manzano, 
al azul de la niebla que estremece 
el azul del ciprés entre sus manos; 
y en torno de sí mismo 
vuela un ángel buscando su paisaje. 
2 
Hay líneas serenas, soledades 
y misterios 
que buscan aposento 
en toda la extensión de la palabra; 
y en la más alta floración de las laderas 
alumbra de repente 
la cara de la luna como un huésped.
3 
Se abren también los mares y los cielos 
dispersando la gracia de sus dioses, 
su larga edad, sus pasos, sus templos subterráneos; 
y el curso de los ríos cambia 
igual que el curso de los años; 
y hacen su viaje de relevo las nubes, desde lo alto, 
por donde va el verano corriendo entre su sombra; 
y ya el ángel se sabe dibujado, 
ceñido por la nieve grave del instante. 
IX 
1 
Si el mar suscita peces 
con su vieja costumbre de hombre solo, 
es que se ha deslavado su ternura 
por el rojo y profundo clavel de la tormenta. 
Si se sabe soñado 
en la evasión inédita de las arenas 
con su eclosión de sales inminentes, 
es que encierra un cometa de espumas en su lecho, 
pintado de largas adherencias de la noche. 
Bajo la luz azul de la serpiente 
se oye la nueva queja de la sombra.
2 
¡Oh, islas vagabundas!, 
¿a dónde van con su impecable lujo 
de perlas taciturnas? 
¿con sus faldas de musgo, de conchas, 
de insectos amarillos? 
¡Oh mar contra el cielo y la penumbra! 
Las playas misteriosas resplandecen 
en el silencio parpadeante de la savia de los árboles. 
¡Oh mar de labios abrasivos! 
¿Quién te ha vestido de golpe 
con ese rojo aceite de la aurora? 
X 
1 
Bajo la bruma errante todo es frágil: 
frágil es el destello del centeno al mediodía, 
y el aliento del mundo en los linderos exhumados 
por la pasión azul de las almendras. 
¿Y quién tiene a su cargo el tiempo de las brújulas? 
¿el tiempo que se asoma bajo las venas de los álamos?
2 
Es incurable el hilo nupcial de las dunas matutinas, 
de las alcobas de agua de los manantiales. 
La piedra insiste en pronunciar grandes murallas 
y aclimatar su primer fuego 
en una población de guarniciones. 
¡Oh rosedales, selvas, tinieblas y montañas!, 
el olvido es un manto de alientos sin palabras. 
3 
Nada es invulnerable 
al contacto del mar invulnerable: 
ni la vocinglería forestal de las nubes más cercanas, 
ni el manantial recién salido del crepúsculo, 
ni el pronombre que estalla 
al borde palpitante de las playas. 
¿Quién responde por este mundo frágil, 
por esos frutos que estremece 
la serena gesticulación de las estrellas?
XI 
Hay remotos espejos que reflejan 
la migración marina y virginal del ébano, 
la nitidez solar e insólita de los velámenes. 
¡Cuánta estación quemada por las legiones húmedas 
de las esporas torrenciales! 
¡Cuánta piedra indeleble 
gimiendo por el polen de los pájaros! 
¿A qué altura el incienso frecuenta a los relámpagos? 
¿Dónde está esa colmena 
que se yergue al margen de las dunas? 
Hay abismos y vetas 
cuyos lechos son anfibias galerías; 
y puntos cardinales 
que tienen la altivez invicta de la arena. 
Las lluvias de alta mar ciñen con su espesor cenizo 
a los faros que asisten al despliegue 
de la aurora atrapada por las algas. 
¿A dónde van los pañuelos 
con sus murmullos lacerados? 
¿A dónde la luna de la víspera 
entre las aguas disipadas? 
Los manantiales se cierran 
bajo la exhumación discreta de la espuma, 
y la marea estremece los puertos más remotos 
con su larga y tenaz cabalgadura. 
XII 
Se anticipa la flama a la fiebre del abismo, 
y el encaje de la bruma migratoria 
madura la inclemencia del invierno 
sobre la leche ínfima de las luciérnagas. 
Con su claro perfume canta la lluvia a mediodía: 
con su flor de epidemias 
mana la fuente lunas cristalinas, 
y el ejército aquel de sombras pudibundas 
va dejando su celeste desmesura 
en la espuma estelar de los cipreses. 
Se sobrecoge el musgo en su clamor incipiente: 
se anuncia el retorno de las golondrinas 
a la tierra exhumada 
por la agonía y la erosión del agua. 
¡Cuánta postergación irrenunciable 
tiembla mar adentro! 
¡Cuánta avidez furtiva se tiende al azar de la ceniza! 
Ya no hay encrucijadas 
cuyos ángulos exulten la desnudez de las contiendas, 
ni conchas de oscuros laberintos 
que guarden a su instinto 
la estridencia del mar, 
o el efímero reino del fuego sin memoria.
XIII 
No mar afuera sino mar adentro, 
no la incipiente línea del rocío; 
no ese arrecife, no esa roca al centro 
sino el misterio entero del vacío. 
EL DESORDEN DEL REINO 
(1989 -1992)
I 
¿Dónde quedó el refugio de los pájaros, 
la madreselva huérfana, el enjambre 
de sonidos asaz elementales? 
¿Qué batalla empañó al río viejo, 
qué cuchillo cercó las prominencias 
en propiedades, calles y cerradas? 
Cuánta humedad prendió y fue extinguiendo 
el desorden del reino por otro orden, 
el verano lunar por el invierno, 
el tiempo natural por el del hombre. 
Al final el ocaso hizo una sombra 
con seis o siete piedras movedizas, 
con un jardín abierto en cada brazo 
y peñascos de luz. Se abrió el abismo. 
La sed endureció los manantiales.
II 
Qué fuerza inevitable, qué neblina 
va cercando el temor, como una casa 
ciega de tanto hablar de privilegios. 
Lejos del porvenir la historia empieza 
su forma opuesta: su íntima batalla 
desmedida y voraz y tan incierta. 
¡Cuánta oración en vano! ¿Qué desierto 
se abre la piel al separar su arena, 
preside el mármol, vuelve en los guijarros? 
Desde el fondo diverso de la sombra 
se afianza el miedo. Queda prisionero 
el mar en otro sueño que no es suyo, 
en otra densidad de la materia. 
Nada suscita el sable ni la espada; 
los caminos se cierran, los rincones 
de tanto territorio inalcanzable 
son trazos de otra historia y de otro reino. 
III 
Quema la vasta tarde del camino, 
quema la forma ciega del cuchillo 
que atraviesa la arena de los siglos. 
Llega la guerra con los años. Tiembla 
la ruina eterna bajo el tiempo inverso: 
la luna peregrina, el alba empieza 
a medir su destreza en el invierno. 
Sobre el poniente hay un fulgor. Dos manos 
que nunca tocan la región precaria, 
abriéndose se cierran y gravitan 
la rotación de su avidez. La llaga 
que impera sobre el árbol infinito 
de la vida, indecisa va cerrando 
su círculo de fuego y su ceniza.
IV 
Se oye el regreso claro y desmedido 
de la canción contraria, la que viene 
marcada con el surco de otras tierras, 
de otras maneras de nombrar la vida. 
Se entrevén el desierto, el sueño, el odio, 
la gran noche magnética del oro; 
la serpiente que tanto se persigue 
a diestra y a siniestra, y el que vive 
cazando el corazón del vasto cielo. 
Qué distinta es el alba en este reino, 
el jardín y la casa y los objetos 
que no admiten ajena indiferencia 
sino el polvo y la sal de su universo: 
el silencio y el miedo van urdiendo 
telarañas o espejos sin recuerdo, 
historias que se quiebran sin fatiga 
o sueños sin amor que no terminan, 
lo cual, después de todo, da lo mismo. 
V 
Aquí el suplicio y más allá ese fuego 
por cuya devoción el horizonte 
perdió su fuerza. El agua persevera 
en separar las islas y separa 
también el sueño vago que las cubre. 
Y la constelación sin nombre extiende 
sus dominios en busca de miradas 
que reflejen la altura de su sombra, 
su vigilia mortal, su nuevo nombre: 
bien conoce el abismo sus poderes. 
Y la noche, sin más, se hace costumbre, 
monótona distancia, cifra vaga 
del punto cardinal en que descansa. 
Imprecisa, la ruina va trazando 
su esfinge primordial. El fuego, entonces, 
reverbera en el mármol su constancia.
VI 
¿Cómo cerrar la llaga, la que tiene 
miedo de abrir más sueños en invierno? 
De la lluvia y los libros y la noche, 
de las páginas húmedas del tiempo 
brotan calles, imágenes, ocasos 
y un jardín amoroso. Las palabras 
sólo salvan las piedras de las ruinas, 
el eco hospitalario y silencioso 
de dos cuerpos, dos manos y un destino. 
¿Cómo sobrevivir sobre la tierra 
con los días invisibles? El verano 
es una imprecisión en esta espera, 
lenta como la más eterna noche, 
honda como la desnudez que clava 
en el lecho su espada. La vigilia, 
indivisa y plural, se va instalando 
en los sueños que traza la ceniza. 
VII 
Bajo la piel del pájaro el ocaso 
hizo una tarde perdurable, hizo 
también su propia imagen separada 
del severo infinito. Ya resbala 
la gran noche en su polvo y su arenisca: 
mas no es la misma pues ahora encierra 
un remolino de alas. La negrura 
invade el alma en que se afianza el río, 
invade el fuego y la estación cercada 
entre el alba y la sed. Elementales, 
los pájaros mayores viven, vuelan, 
cierran sus alas como celosías, 
cierran sus nidos como corazones, 
como cierran sus ojos sus miradas.
ESTA PÁGINA DE SIEMPRE 
(1994)
I 
No soy alguien que se abra de palabras, 
que se abra elemental, que salga ileso 
de tres o cuatro formas de la insania; 
que salga luego a suponer que el alba 
de qué modo cayó, estoy que pienso; 
que pensando pregunte: soy el que habla 
de otro modo las horas de estar preso, 
y esto de algo encajado en el cansancio: 
la costumbre del odio, la costumbre 
de amores enemigos que tropiezan. 
II 
No tengo prisa, me oigo, voy diciendo. 
De nuevo la caricia que supongo, 
que me vuelve a inventar bajo la casa, 
que me pongo a mirar de cuerpo propio 
con ojos de no sé, soñando acaso; 
soñándome a que yo despierte pronto 
en el hombre que llevo de mi brazo, 
que llevo de apretarlo cada noche 
y amanece en armarios, no sé dónde; 
que sin prisa, se le oye, va buscando 
la llana soledad del hombre llano.
III 
Ahora sé del final y su comienzo, 
del ayuno cayendo en saco roto, 
de la sed, qué sé yo, sin abstinencia, 
que el amigo que me hice no sé cómo 
fue un invento falaz, un incompleto 
que mis ojos no vieron, no era tiempo: 
lo llevaba apretado tan adentro, 
pero era de otro modo un amor muerto. 
Soy el que habla de sombras al regreso: 
de nuevo la mejilla que no pongo, 
de nuevo el hombre llano bajo el brazo; 
y aunque bajo de golpes, tropezando, 
ahora sé que despierto, pero ileso. 
IV 
Ahora sé que oscurece sordamente, 
que la vida es más sorda algunas tardes. 
Y este modo de ser que no ha tocado 
más que tierras ajenas. 
Pecho a tierra, 
sobrevivo civil y defendiendo 
sentimientos que no hallan pertenencia. 
Estoy lejos de Dios, de las raíces 
que me dieron su ser y su reflejo; 
que me dieron la sed que sigo siendo, 
que mis cinco sentidos contradicen.
V 
Voy hablando según estas paredes, 
dudando si la duda mata siempre. 
Y este vicio de estar desprevenido; 
o ese sueño tan frágil, confundiendo 
los días de la semana: llega el viernes 
catorce de no sé qué tarde aciaga 
o el sábado remoto de un diciembre, 
de no sé qué partida de algún martes, 
por enero, tal vez, que si algún jueves 
ya no vuelvo, ya ves, sabes que pierdes. 
Pero temo que habré de marchar solo 
como todos los años, indispuesto, 
con extraños motivos que no entiendo. 
Cuento las horas de este amor despierto 
y el horror del asedio a medianoche; 
la incansable oración de mis deseos: 
qué me importa el confuso tren del diario, 
qué me importa, me digo, de mis años, 
si está viva esta página de siempre. 
AHORA QUE LO PIENSO 
(1994 -1996)
a Daniel Robles Sasso
AHORA QUE LO PIENSO 
a Cintalapa 
1 
No sé qué hacer 
cuando te estoy mirando 
con cien adobes en un sitio muerto. 
Las mañanas te aprietan. 
Los gallos cantan para sus adentros. 
Tu desnudez madura en cada puerta. 
No sé qué hacer, deveras, 
los domingos, 
cuando escucho en la misa el Kyrie Eléison 
y luego el Padre Nuestro y no te encuentro. 
(Un caballo te suena 
en pleno corazón por San Francisco.)
2 
No sé qué hacer 
porque pareces muerto, 
porque nada te asombra y porque tiemblas. 
Tienes hombros pequeños 
y molinos de noche 
que se meten corriendo y me despiertan. 
(Tu retrato se rompe y no me acuerdo 
si llevaba pañuelo tu silueta.) 
Ahora que lo pienso, 
mejor voy a meter mi cuerpo sucio 
en tus cantinas 
a ver si me distraigo 
de tanto sitio muerto. 
DE ALGUNOS PUEBLOS 
1 
Nos aventaron a los pueblos: 
que fuéramos a hacer el sol temprano 
para que diera luz el barro. 
Que fuéramos a ver el agua entrando 
en el Espíritu Santo de las piedras. 
En algunos caminos hablaron las culebras. 
La risa que me daba 
la encontraba desnuda después en un arriero. 
La encontraba en el suelo pisoteada 
por gallinas de tierra. 
El olor de algún tigre nos tronaba los dedos.
2 
Por el camino viejo 
nos quedamos sin pulso cuatro leguas, 
nos quedamos pensando cuánto barro 
necesita ese sol para su iglesia. 
Nos manchaban los ojos las higueras. 
Los pechos de Isabel eran almendras 
por donde el surco se iba resbalando. 
Con la bulla de Juan 
se nos fueron las horas por el suelo. 
Las nubes parecían camisas blancas de recuerdo. 
Luego vino la lluvia. 
El barro quedó solo. 
Nos quedamos así: apretando el cielo. 
LO QUE ESTARA PENSANDO EL MUERTO 
a don Víctor Arellano 
Lo que estará pensando el muerto 
cuando dicen 
qué es eso de morirse 
con el hígado abierto. 
Las ganas que le habrán de dar 
de salirse corriendo 
si lo buscan afuera las estrellas. 
No dicen: 
qué se va a morir; si no estaba muerto. 
No comprenden 
que miraba ya ciego 
y no se daban cuenta. 
(La luna, qué locura, 
de ansiedad anda contando cuentos.) 
Sus amigos no admiten 
que aquel fuera su cuerpo 
y su cara amarilla sin arrepentimiento.
Le hablan de lo mismo. 
El los mira despierto. 
De su camisa limpia brotan azulejos. 
Lo que estará pensando el muerto 
cuando dicen qué muerte, 
qué es eso de morirse con los huesos bien puestos; 
porque estará pensando en la intemperie 
de algún sábado lejos. 
Pasa toda la noche 
tan solo el pobre muerto, 
cansado de las ganas de salirse corriendo. 
Porque qué ha de pensar 
estando tan contento 
con su cara amarilla tan solo y tan despierto. 
Con los labios calientes, 
las mujeres soportan el silencio. 
CANCION PARA ANGELICA 
para Angélica M. O. 
Nos fuimos hasta abajo: 
nos fuimos a mirar qué peces 
nos iban a prestar su forma. 
El río estaba echando cicatrices, 
afilaba navajas en las sombras. 
Para mí que los hombres 
golpearon sin piedad sus puños: 
cosa de no poderse sacudir el lodo 
que apretaba la niña de sus ojos. 
Para mí que esos muertos 
se cansaban de estar sobre sus codos. 
Se agarraba al dolor la gente sobre un árbol. 
Se agarraba de Dios hasta el prepucio. 
Toda la noche hablé del incidente: 
del cadáver más fuerte 
y del río abrazándolo en el fondo. 
Angélica tenía un ciempiés en su vertiente.
CANCION PARA UN REGRESO 
Ven. 
Regresa como puedas. 
No le eches a perder al viejo la noticia. 
Puedes venir un viernes. 
O un domingo de noche por sorpresa. 
Verás que estoy haciendo un árbol 
y una cama que acaba como empieza. 
Se están poniendo viejos los espejos 
y el armario parece que guarda ropa ajena. 
Somos esa canción de tus andanzas, 
la humedad de la ropa 
que respira la casa cuando sueñas. 
(Mi delgadez está soltando huesos.) 
Regresa como puedas. 
Queremos que en la puerta estalle la noticia. 
Yo sé que las ventanas me dirán "ahí viene", 
y yo tendré la luz prendida afuera. 
TRIPTICO ATAVICO 
A mi padre 
1 
Por noviembre lo miro más o menos, 
digo qué pobre diablo: se ha cambiado 
en otro cuerpo flojo. La camisa 
con ceniza en el cuello y el aliento 
platicar de ruibarbo. Por las noches 
la piedad lo devasta. Tan huraño, 
se enreda en sus posibles, siempre hablando 
de la niña Mariana, de algún tajo 
de no sé qué venganza o qué nostalgia. 
Algo de herida a ratos va pagando 
por no rondar las noches de mi madre.
2 
Por noviembre lo tengo ya pensado 
decirle mira viejo qué desastre, 
la casa está aluzando desmemorias, 
el trajín fue brutal aquel verano, 
no sé cómo empezar. 
Te vale madres, 
me contesta: qué sabes tú del odio, 
de la llaga que muerde, que no muere, 
si te dicen a la hora del velorio: 
aquí acabaste tú, aquí tu padre: 
pues muerto el perro se acabó la rabia. 
3 
Por noviembre lo miro. Pobre diablo. 
Abre los ojos, lo fatiga el sueño. 
El insomnio lo quiere ver cobarde. 
Pero pienso que es tarde: va dejando 
el sabor de lo amargo en las paredes, 
en el suelo los trapos, simulacros 
que le vienen a veces a destiempo 
y en sus ojos mis ojos más o menos, 
y en su rostro el carajo de los años. 
Algo de herida a ratos va pagando 
por no rondar las noches de mi madre.
A LA MUERTE DE MI PADRE 
1 
Debí decir 
qué viento en contra, 
qué ignominia esta muerte que te atrapa: 
noche de espejos apagados. 
Noche apagada: 
veladoras trepando en el oprobio 
de túneles sumarios. 
Las paredes abruman. 
Abruma el mar de incienso, 
la gaviota del cuadro 
cerrándose en picada. 
2 
Te miré en tus entrañas temblorosas, 
aliviando los potros que la noche comparece 
con su sordo aquilón de celosías. 
La salina espesura de las sombras más altas 
acosaba ese ritmo de salmodias gregorianas 
que tanto te gustaba. 
Miserables caminos 
-largo gemido ocioso de tu puño enloquecido-, 
socavaron los alegres enjambres de tu palabrería. 
Cuánta luz vespertina salió de tu última mirada. 
Cuántas nubes jugaron solitarias 
en tu sueño de muerte repentino; 
en tu juego final hasta la tierra. 
Me miré ermitaño, como un niño, 
en la mano que abriste para abrirme 
la flor de tu rencor, 
tu mirada rebelde y agustina, 
tu estupor asaz mahometano. 
Peregrinos insólitos vinieron 
a estrecharme la mano como un muro 
y a estrechar tu cansancio fementido.
3 
No es necesario despertar, 
ahora que las palomas blancas 
tejen señales prodigiosas en el cielo 
y tus manos de alquimista bañan 
de sol ardiente los mares de hojarasca. 
Tu clamor silencioso hizo surcos calientes 
en mis desventuras más tempranas. 
Y esa manera tuya de hablarle al condenado, 
al homicida solo, 
a la sirena desolada y a la muerte ominosa, 
marcó en mi corazón 
la amarga desmesura de tu oficio. 
(Entretanto, tu grave voz resuena 
en la savia más reciente de los árboles.) 
4 
Un árbol cae, 
suena; 
los pájaros de papel se doblan, arden, vuelan. 
El silencio, al abrirse, se queja. 
Y no tienes nada. 
Y no sientes nada; 
rema, rema la luz 
en la piel sin ardor de la hojarasca: 
como estar sin estar, 
me detengo a pensar qué pasa entonces.
CAMA DE PORDIOSERO 
Cama de pordiosero: 
noche de luna llena con banqueta. 
(Perro amarillo oliendo los recuerdos 
donde ya nadie asoma 
la cara descompuesta.) 
El pordiosero duerme. 
Y yo en una cantina con la gente. 
Y este papel que va calles adentro 
dividiendo palabras en las puertas. 
Un espejo me está mirando fuerte. 
ES ASI PANCHO SIEMPRE LOS DOMINGOS 
Hoy ha venido Pancho. 
Es domingo. 
En mitad de la calle me ha gritado 
que el sol rompía su cara, 
que la cruda 
rondaba sus entrañas, 
que el suelo así ya no tenía 
sabor para sus huesos. 
Venía rompiendo a ratos 
el equilibrio de su cuerpo, 
soltando un largo pensamiento en blanco. 
Platicaba entre dientes: 
Hablaba de burdeles, 
de mujeres y lunas y quebrantos. 
Hoy ha venido Pancho. Pobre diablo. 
Es así Pancho siempre los domingos: 
un hilacho de cal por las paredes.
HOY QUE ES VIERNES 
Hoy que es viernes, 
me puse a comprobar el trazo 
de las casas 
colgadas de la ermita. 
(Me puse a comprobar si Dios 
había traído leña suficiente.) 
Y ese sombrero largo 
es don José que baja de una pieza. 
Baja con tanta prisa que parece 
que va empujando el polvo. 
Ha de venir a misa. 
Ha de venir contento porque dicen 
que ahora sí ya tiene 
casa particular para sus hijos. 
EL SAPO MUERTO 
Son las dos de la tarde. El viento arrastra 
un sapo muerto. 
Mira al cielo sin ver 
el pobre sapo ya sin pensamientos. 
Da arañazos el sol 
en la esquina de siempre. 
Nadie sale a mirar 
que debajo del sapo sólo hay 
un pedazo de Dios que ya no siente. 
Todos callan, 
comen en silencio. 
Ya no brinca más el pobre sapo muerto. 
A las dos de la tarde cuánto perro. 
Nadie sale a mirar 
aquel pelear la presa con los dientes, 
aquel husmear podrido de la muerte. 
Da arañazos el sol 
en el sucio color de tanta piedra suelta.
PARA QUE HABLAR DEL TIEMPO 
No siente el corazón el paso. 
(Recuerda aquella su obsesión tan tibia 
del caballo golpeando a los ocho años, 
de Fabiola pensando, 
apretada a la grupa del caballo.) 
Para qué hablar del tiempo: 
Lo mismo da ese clavo que la herida, 
las panteras de piedra; 
las sibilas enormes de las ruinas. 
Miro en ese desierto: 
los mayores al fuego siempre blancos. 
Miro en esa mujer 
la navaja que afila su amasiato. 
No siente el corazón lo amargo. 
(Voy a quitar del muro las pupilas 
y esa navaja que viene a molestarnos.) 
SUEÑO CON TAMBORES 
Van dos veces que sueño con tambores; 
y me miro en el sueño 
con pupilas ajenas esperando, 
preguntando quién grita, 
quién se puso otra vez a molestarnos. 
(Me sacaron los clavos. 
Me sirvieron café de no sé cuándo 
y me dieron de baja en despoblado. 
Me dijeron dos hombres 
que buscaban mi cuerpo los romanos.) 
Los tambores doblaron 
setecientos avisos con presagios. 
Cuatro pájaros negros me asediaron: 
yo luchaba conmigo, 
con la piedra más vieja, 
con la estatua más blanca 
que estaba yo explicando. 
Los tambores callaron. 
(No hago nada, 
simulo, voy trepando.)
ESE NIÑO RECIEN 
Lento al abrir sus nuevos ojos, 
ese niño recién me vuelve sordo. 
Los padrinos están 
haciendo garabatos. 
Lento el llanto pueril, pragmático, eruptivo. 
(¡Ese niño, por Dios, 
me tiene sordo!) 
Se sacuden la caspa las visitas. 
Los padrinos se van. 
Alguien habla de Dios 
y de pájaros en Estocolmo. 
PARA LLENAR LA CASA 
Para llenar la casa 
no es el niño Jesús de Praga lo que falta; 
ni la virgen de piedra, 
ni la vasija de agua. 
(Como a la una y media 
mi madre saca un animal y lo degüella, 
le echa sal y se va 
a afilar su cuchillo y sus recuerdos.) 
Para llenar la casa, 
por el óvulo izquierdo tuvo Isabel un hijo. 
Desde entonces ¡quién viera! 
la lucha contra el miedo 
es una tunda a palos.
DIA DE ASUETO 
Lava mucho mi madre. 
Pero cuando se rompe 
el lavabo removido por sus penas, 
hace día de asueto. 
O se pone a amasar la harina, 
a juntar las yemas con el fuego 
con el mismo empeño de su fecundidad, 
aunque cansada. 
Y se pone a trastear, después, 
ciertos negocios suyos, 
empeñando animales cariñosos: 
esos puerquitos tiernos 
o gallinas que ponen mendrugos bondadosos. 
Cuenta pesos al cobro 
con nosotros, 
para hacer un poco de hambre con judías 
o una merienda llena de esperanzas. 
Las anginas la dejan hecha una tristeza. 
NATURALEZA MUERTA 
(1998 - 1999)* 
* Primera edición 1999.
a José Guadalupe Marín
NATURALEZA MUERTA 
I 
Naturaleza muerta un mes de julio. 
El sopor como fondo. 
Mesas que hablan 
del arcángel secándose en el muro: 
telaraña de estuco sus dos alas 
y aquella su materia que no siente, 
que no enciende la espada 
porque afuera 
está lloviendo tanto. 
Parpadea 
el minúsculo gesto de su cara. 
Desolación sagrada. 
Nadie llega 
este fin de semana a ningún lado: 
verían la casa a medias como siempre, 
como siempre los ojos, 
la mirada; 
verían el pozo entrando por el agua, 
verían el fuego nuevo y los despojos, 
los ojos amarillos de la nada.
El hongo crece, 
abraza la madera; 
señala negligente el cielo raso, 
menoscaba el portón 
y nadie llega; 
cómo espera temblando el calendario. 
No sé qué sol de entonces amanece, 
no sé qué lunes entra hasta la sala 
y se va siendo martes que no empieza, 
y se va haciendo tarde: 
Dios es viejo. 
Pareciera 
de hace siglos la cruz del crucifijo, 
desagravio el rosario los domingos, 
la herida del costado 
un crimen visto 
por oscuros romanos. 
Pareciera 
que están en otro sitio sus tres clavos. 
Candelabros que aguardan, 
no sé ahora, 
si las tardes o el Credo o la balanza 
de las sombras raídas. 
¿Qué oraciones 
testifican la calma, el equilibrio 
de los vastos altares? 
Jesucristos 
que figuran milagros por hastío; 
San Cristóbal pensando, 
tan remoto; 
San Martín Caballero más arriba 
y la virgen serena, con su luto. 
Candelabros que ofician, 
ya qué importa, 
los libros de mi padre junto al tiempo.
Pero llega el recuerdo 
de algún año, 
como llega un domingo, 
como llega 
el perfume del baño de la abuela 
por los muros de adobe de la casa, 
la doméstica estancia y su paciencia, 
los rincones 
marcados por los muertos: 
tío José Ángel augusto en el retrato 
y el abuelo sentado por delante 
la familia incompleta presidiendo. 
Naturaleza muerta. 
Inconveniente 
del invencible nudo de los ecos, 
del insomnio dos veces impaciente 
que los ojos no sienten porque afuera 
está lloviendo tanto. 
Nadie llega 
esta mañana que de todos modos 
durará solamente lo que dura 
la nostalgia del sueño. 
Pareciera 
que mi rostro no encuentra su retrato; 
que mi cuerpo se sueña, 
que soñando 
se arroja ya despierto por la puerta: 
verían que no hubo sangre porque el sueño 
estaba en otra parte. 
Naturaleza muerta. 
Dios es viejo. 
Inconveniente 
del invencible modo de los muertos.
II 
a Eva Mendoza 
El insomnio otra vez 
y el tedio vuelve, 
y la hoja tan pálida a la fuerza, 
y la carta temblando profecías, 
y mis ojos 
como un observatorio, 
y Licurgo sin velas, qué distante, 
y el estante esperando no sé qué ayes 
de batallas remotas. 
Sacerdotes 
de pigmentos morenos sacrifican 
en el libro de historia, las solapas; 
y el grito de la piedra tan oscuro, 
y al final el capítulo del fuego 
y esta noche, qué tal, Tezcatlipoca. 
El espejo al revés. 
Solar de trenes 
y rebeldes los rifles zapatistas, 
y la lluvia tan sepia de la foto, 
y adelitas de polvo 
con rebozos 
en la línea de fuego. 
Dos alambres 
que ya no necesito para nada 
cuelgan, qué tal, este domingo absorto, 
y este sitio de estar conmigo a solas 
y el instante de estar entre nosotros.
Alguien dijo mi nombre. 
No me acuerdo 
si estaba yo de acuerdo con que Ulises 
pusiera sitio a Troya. 
No me acuerdo: 
su caballo en qué libro lo he dejado; 
que perdonen los griegos 
pero llevo 
rato de estar en Naxos sin Ariadna, 
esperando a Teseo, 
qué incumplido, 
abrazando mi almohada pos si acaso 
algo me dice el oráculo de Delfos. 
Alguien dijo mi nombre. 
Vino hablando 
de no sé qué figura sobre cera, 
de algún harapo que el insomnio guarda 
o aquella niña omnívora en la esquina 
que junta ruidos 
al lado de su sombra. 
Nadie dijo mi nombre. 
Yo pensaba 
en alguna sonata con adagio, 
en la carne común que nos separa 
y este oficio de muro por las tardes; 
y en el pozo que hacemos en el agua 
y a la izquierda 
el atrio de tus muslos; 
yo paraba 
mi nave hermafrodita 
en tu pecho, sitiando madrugadas, 
rodando cuerpo adentro, 
entredormido, 
como un niño sorbiéndolo despacio: 
ahora y en la hora el naufragio 
en la súbita leche de Afrodita. 
No tengo nombre: 
anónimo me he visto 
en el sitio en que velo mis entrañas, 
en que velo sin armas mi bautismo 
y el nagual que me dieron de prestado.
Algo sube a mi cara. 
Ya me alcanza 
no sé qué escalofrío; las hormigas 
avanzan 
y en la sien desnuda escriben 
la diáspora nocturna de los viernes; 
y un algo de ir cortando amarras cruje, 
respira y sobrelleva 
este esqueleto 
que dejo algunas veces en la cama, 
o lo llevo a la sala somnoliento 
a fumar cigarrillos 
o a mirarse 
en sus cuencas ya faltas de coraje. 
Miércoles de mi sombra. 
Cuatro soles 
abruman el desorden de mi pulso, 
de mi sangre en la piedra. 
Pedernales 
que devienen solsticios en mi carne, 
que devienen raíces para nada, 
pirámides buscándose en mi boca. 
Noche de pormenores. 
Hasta cuándo 
me seguirá esta sed ingobernable, 
carnicera insaciable, 
sin matarme, 
y me dirá “cien veces cien cien veces”, 
mientras me habla Xavier de sus nostalgias.
La penumbra otra vez. 
Inquebrantable 
esta guerra florida del insomnio: 
no sé cuántas argucias con Ulises, 
y con Circe gozosa entre mis brazos; 
y la nave que habrá de conducirme, 
y el estante 
colgando de sus ruidos, 
y el corrido de Troya y el espejo 
que oscila de adelitas, 
y este cuarto 
como hacha por tus muslos, 
y el cansancio que vence al naufragio, 
que vence poco a poco cuando sitia 
el instante de estar entre nosotros. 
III 
Ahora vuelvo. El caso es este estorbo 
que me ronda diverso en su suplicio, 
que en su vicio se muestra tan informe 
que casi ya no sé de veras dónde 
voy camino de qué sembrando a solas 
sentimientos adversos. Ahora vuelvo 
de la roca que espera paralela 
a los cinco tropiezos de mi historia, 
a la injuria que amé desde pequeño 
y a mi historia de piedra sobre piedra. 
Y es que otro soliloquio no recuerdo; 
qué voy a recordar, cómo, si sólo 
me llevo mal de siempre con el tedio, 
con la dicha me llevo y no me llevo, 
con los modos del tiempo soy soberbio: 
dirán por eso aquí llegó el que piensa 
otra forma de ser ya sin Teseo, 
otra sombra, la misma de la vida, 
la misma de los jueves, la que gusta 
ser pálida costumbre del espejo. 
Y hace tiempo que dicen esta suerte 
De no ir diciendo nada. Ahora tienen 
por lo menos el miedo, la cordura 
de no asomar la cara. Ya decía
que a veces no me sé lo que sucede, 
que no me sé la parte inmaculada 
que otros hablan de suyo. Medioscuro, 
consigo por las tardes el deseo 
de simular rehenes o el destierro 
de diez años sin nadie, sin Helena, 
de veinte años sin Eva. Qué fenicio 
confunde mi osamente de plebeyo 
por una de guerrero. Ahora vuelvo 
a ser el aborigen de mi tierra: 
zoque rupestre, indiano de mil sangres, 
purépecha cruzado con el polvo. 
Allá va mi silueta en su destiempo, 
sudando el trago amargo, la violenta 
impiedad circular de su destino; 
padeciendo mil rostros que perturban 
su asombro de Narciso: tolvanera 
de llagas que tropiezan. No me quejo. 
El caso es este miedo sin embargo, 
este sexto sentido milenario 
de dos fuerzas tirándome perplejas, 
rondándome en lo oscuro. Qué quisiera. 
Después de todo siembro a solas; vuelve 
no sé qué extraña roca paralela 
diurna de sombras sobre Atenas. Duele 
todo este parentesco que voy siendo, 
toda esta sangre mil de cien maneras, 
todo este Juan Sin Tierra tan adverso. 
Allá va la amenaza imperceptible 
del rencor desigual ojo por ojo 
que va de ti cifrándose en nosotros, 
que va de mí cifrando un orden turbio 
diente por diente en un desorden pétreo, 
en un sin malestar que espero solo. 
Dirán entonces no sé qué razones 
de no sé qué materia sin aliento, 
de no sé qué canción o amor perdido, 
de no sé qué tropiezos de mi historia, 
de no sé qué destierro: poco importa 
este siempre no sé lo que sucede, 
este sueño de veras no sé cuándo 
de jugar con la sota, con dos reyes 
y el caballo menor de la baraja, 
y de reina Artemisa con Diomedes 
enfrentando la furia de mis dioses: 
la serpiente emplumada que preside 
poderosa mi noche de basalto 
y mi madre Coatlicue que me cubre 
de serpientes el cuerpo cuando duermo; 
y así salgo del sueño casi ileso, 
y así muero en el pájaro que muere 
cada tarde en la flecha del incienso 
y renace jaguar cuarto creciente 
siete veces de noche, siempre siete, 
siete noches de insomnio con la muerte.
Allá van de mis pasos los tanteos 
y el insulto mortal que no devuelvo, 
que contengo hierático en la piedra, 
la que busca en su golpe su tiniebla, 
señalando ese sitio de la afrenta 
donde el odio se va precipitando, 
fiero estorbo de modo tan soberbio. 
Media luz. Soledad. El cuerpo ileso. 
Medianoche de espejos invencibles 
con arañas que suben combatiendo 
siempre igual, tanto tiempo. Persevero 
en mi guerra sin luz como un ateo 
con mi turbio desorden de guerrero, 
con la injuria que amé desde pequeño 
y la espada ya sola, sin Teseo: 
inventario de sombras sobre el jade, 
soliloquios del tedio sin remedio, 
señoríos que tiemblan en silencio, 
desmembrados, remotos, separados, 
devolviéndose adversos. Ya decía: 
la parte inmaculada que no entiendo: 
el caso es este estorbo. Ahora vuelvo. 
IV 
Comencemos de nuevo: supongamos 
que digo aquí está el odio de mi hermano, 
aquí el niño de piedra, el hijo roto 
que no discriminaron. Ya qué importa 
este tiempo de andar tan separados, 
como si algo escondiera, como si otros 
perdonando me vieran ser el mismo 
y no otra vez la errancia, el escondrijo 
de buscar sin buscar. Pasaron años 
que no supe qué vi cada mañana, 
que no supe de mí si hablaba acaso, 
que me supe cobarde cada tarde 
como esa noche sucia de mi carne. 
Pasó tanto después: la historia en vano, 
la repetida historia del vacío, 
del odio vil que no me queda claro, 
que es la historia que va de mis hermanos.
Otros dijeron yo te vi llegando, 
yo te miré cruzar de calle en calle, 
recoger sobre ti tus propios pasos, 
echar la sombra en contra de los hechos 
y hacer un nudo lejos, bien aparte. 
Puesto que no hubo pruebas no encontraron 
las huellas de mi azoro fragmentado, 
los nombres que me dieron de bastardo 
y los que no me dieron porque andaba 
como un Jesús expiando extraños pueblos. 
Supongamos ahora que tenemos 
el pan multiplicado con sus peces, 
la oración impasible, la más limpia 
oración de mi madre cuando estrena 
el sopor de las tardes con sus misas, 
diciéndome quién inventó este cielo, 
este soñar despiertos que tenemos. 
Pero ahora lo pienso, que perdonen 
tantos meses de espera hablando solo 
sin el pan ni los peces. Preguntando 
si esta noche por fin alguien nos llama, 
si nos hacen la mesa de algún modo, 
si la cama de encino a medianoche, 
si los niños vendrán, yo no sé nada; 
porque a tientas, es otra incertidumbre 
vivir como Dios manda, como un pobre 
que dijera por fin todos los viernes: 
por qué salgo de mí, de todo, entonces; 
por qué este barro dándose en contrario, 
y este odio siguiéndome en lo oscuro 
como esa noche sucia de mi carne.
V 
Qué penumbra, diré. 
Sabrán que miento. 
Sabrán de la distancia. 
De mis hijos. 
De nuevas cartas que llegaron lejos 
y el oficio de errar: 
papeles blancos, 
páginas limpias de no sé qué esperanzas, 
de no sé qué perdido sentimiento. 
Y qué extraña esta sed 
y el cielo todo, 
y la ausencia por fin tan limpia y sola, 
y tan sola la sala con su duda 
y a las ocho 
de nuevo la penumbra. 
Comentaba al azar las mismas cosas, 
como aquello tan pobre a la mirada, 
o de aquella mujer una mañana 
o la risa de dos en cualquier paso. 
Contestaba al azar: adiós. 
Me vieron 
donde el miedo de Dios era mi miedo. 
Su palabra, lo incierto. 
Qué tiniebla: 
descubrieron mi rastro desmedido 
en el niño de siempre. Qué despacio. 
Sólo fueron preguntas. Parecían 
golpes de no sé qué diluvio mío. 
Y David, sin cesar, 
siempre siguiendo 
aquel perdido sentimiento. 
Fuimos 
de otra suerte tenaces enemigos. 
Señales de algún bar. 
Paredes muertas. 
Soliloquios en casas de madera 
y no sé qué otros aires.
Y este asombro 
de estar aquí la vida reparando, 
de estar allá la ropa y su costumbre, 
sacudiendo los nombres los domingos, 
los difuntos en paz otro verano. 
Mas equivoco a veces los armarios, 
las puertas que no sé dónde quedaron, 
las tardes al revés siempre lo mismo 
y tanto pensamiento en desagravio. 
Sino que algo se va de estar conmigo, 
se va de ya no verme confundido: 
vagina, soledad y dromedario. 
Palabras graves. 
Ruidos del insomnio. 
Ruidos que van rodando sobre nadie. 
Calles que alzaron polvo sin nosotros. 
Calles sin porvenir. 
Cristales rotos. 
Tedio mortal guardando la vigilia. 
Lepra que sale muda por la boca. 
Junta de escombros. 
Médula del pozo. 
Cierro los ojos. 
Iris evasivos. 
Me acuerdo de soñar: 
bastardo, elijo 
la vieja roca sublabial, la roca 
que no supe arrojar. 
Qué desatino: 
vi el horror de Caín tan desgastado, 
tan amarga su voz hasta dolerme, 
mostrando siempre su arma; 
la saliva 
que tanto me persigue, ese mal sueño 
de la hembra jabalí con un ladrillo.
No conozco las calles que mis manos 
preservaron del fondo del insomnio. 
Todo empieza de noche. 
Tal vez nadie 
supo cómo tantear en la esperanza: 
penitencia de pobres. 
Ciudadela 
de perros que nacieron en desorden. 
Asedio de mi sombra que no sigo. 
Canto del gallo prematuro. 
Viernes. 
Por mis entrañas sube el caserío: 
éxodo y malestar entrando a plomo. 
Me defiendo sin ver de qué ladrido 
salió el colmillo indestructible. 
Niños 
Que se mordieron huérfanos. 
Qué abismo 
me pide cuerdas que no llevo adentro; 
me pide el cuello, el ala, el amuleto, 
el adobe sumerio de los muertos. 
Pero vengo de hacer el santo y seña. 
De no sé dónde vengo. 
Pareciera 
que fui a peregrinar la cordillera 
de algún espejo roto por la tierra. 
Me sigue la penumbra. 
Qué tiniebla. 
Me sigue de otro modo que parece 
que yo no soy, no soy este que escribe 
su no ser deducible. 
Madrugadas. 
Calumnias prenatales. 
Risco de no sé qué hambre sin señales. 
Este peso sonámbulo no existe. 
Esta mole bastarda repetida 
por no sé qué artificio. 
Qué vacío 
me ha dejado esta asfixia de la culpa.
Pordiosero del sueño, 
me contemplo 
en el golpe mortal desamparado. 
Me contemplo enemigo de este cuerpo 
que no es mío, sino ese moribundo 
de razones pretéritas: 
despierto 
de ese sueño de páginas adentro 
donde he caído tanto. 
Forastero, 
miro todos mis hilos tan podridos, 
roto de siempre el pan y el parentesco, 
engendrado de nadie y la molestia 
que me sucede a ratos. 
Qué despacio 
esto de irme cayendo por las plazas, 
por el pozo grasiento del insomnio, 
por este purgatorio. Tal vez nadie 
sepa darme razón. 
Qué desatino. 
Qué tiniebla este asombro desmedido, 
y esta sala tan limpia de esperanzas, 
y a las ocho de nuevo sin mis hijos 
y la ausencia otra vez. 
Cristales rotos.
EL SUEÑO DE TLATILCO 
A las seis de la tarde, 
cualquier día, 
me vendrán a decir que estoy metido 
en el acto fallido de tu vida; 
me vendrán a poner candados viejos 
o roperos en ruinas. 
Voy diezmando 
la madera del árbol, 
los contornos oscuros donde expiran 
mis razones a medias, 
la cama conque siempre me defiendo: 
siempre el sueño de siempre, 
la serpiente 
que persigue mis ojos en Tlatilco, 
que persiste en su lucha cuerpo a cuerpo 
y me habita murciélago. 
A las siete, 
sigo piedras adentro, 
sigo el grito que parte en dos 
este relieve: 
me despierto en la ruina amargamente 
con un torvo secreto 
y mi escudo a un costado de la muerte. 
EL SUEÑO DEL RETABLO 
Ahí mi casa ligada con el barro, 
ahí los hombres quebrándose a caballo, 
ahí mis manos detrás de mis palabras, 
y esa de risa, de quién, que me ha tirado 
una línea vacía de carcajadas. 
Más allá los disturbios sobre el atrio, 
los amargos filósofos, los ojos 
del retablo mayor sobre mis ojos. 
La señal de la cruz se resquebraja: 
tengo otro pensamiento, pero es sordo 
el que lleva la cruz: siento mis hombros 
como un peñasco de maderas rotas. 
Van a verme jurar junto a la parra. 
Van a verme dudar. 
Para qué las espinas, 
para qué la plegaria de los clavos 
si a medianoche el miedo los revuelve: 
cementerio de cabras, 
cadáveres sin fin en un brasero. 
Va a verme dudar en el sigilo 
de su turbia sordera. 
Por las calles, 
a los perros marcados les da fiebre.
NOCTURNO CALLEJERO 
Aquí nadie me espera. 
Aquí yace la hebra que respira 
su delgadez a sorbos. 
Nadie mira 
que la pared se rompe de blancura, 
que sin querer se encuentra todo en orden, 
que los moros del sueño 
llegan de noche siempre a sujetarme: 
sus cuchillos me tocan, 
sus miradas de cobre 
me contemplan ya piedra sobre el aire. 
(Aquí me estoy temblando, 
agarrado a la sombra inmensamente, 
a la inmensa intemperie 
y al páramo de fiebre. 
Después, para gritar, divido, 
doy un salto mortal sobre el relieve.) 
La eternidad transcurre 
de lunes a domingo y otro lunes 
consigo la costumbre de aferrarme al muro, 
de darle a cualquier rostro el nombre tuyo. 
(Recompongo las horas, doy comienzo 
a este inútil nocturno callejero. 
Y este quehacer de pájaro podrido 
llena mis ojos de inmóvil carne dura.) 
Nadie mira 
que rompo este papel, 
la eternidad y el muro.
BLUES PARA VIKI 
a Griselda Núñez 
1 
Miente 
quien afirme 
que yo no estuve ahí como testigo, 
que no vi el fuego arder, que estaba solo; 
que prófugo de mí 
levanté el alba, 
levanté lo que fui. 
2 
Qué empeño extraño 
demora esto que aquí va siendo llaga, 
o va siendo animal 
porque a deshoras 
viene con no sé qué de mala sombra. 
3 
Diciembre por más dulce me da pena. 
Y esto que callo cada que amanece, 
esta fuerza de siempre padecida, 
es siempre así de rabia con paciencia, 
rebuscándome entero, 
quebradizo, 
enfrentándome roto hasta dolerme. 
EL TIGRE YA SIN ALAS 
(2002-2004)
EL TIGRE YA SIN ALAS 
Apaguemos el bosque. 
Recojamos el cuerpo del auriga 
y cerquemos al tigre ya sin alas. 
El velamen de piedra 
está depuesto. 
El cadáver sin habla 
se despeña en el cuervo que profana 
el azul de sus vísceras. 
Estelas 
que figuran jaurías 
y un arúspice trémulo en la niebla: 
el metal resplandece; 
hay vestigios 
de viejos sacrificios en las ruinas; 
y la impronta del tigre 
en el arco solar se desvanece.
SEMEJANTE AL ESCRIBA 
Semejante al escriba, 
voy diezmando 
materiales profanos que la gleba 
vocifera en mi casa. 
Los espasmos 
que cincelo en la piedra 
van hablando 
de mis noches herejes. 
Las paredes enhebran 
los fragmentos 
de los óleos sagrados, del estuco 
que aprisiona la luz del cielo raso. 
Otras noches, 
de los pueblos vencidos 
han bajado 
amanuenses extraños 
con extrañas ofrendas en las manos, 
con los ojos erráticos 
y el sueño 
de un cenote sagrado palpitando. 
CORAZON DE PIEDRA INUSITADO 
1 
Nadie conoce 
a mi señor vejado, 
al que guarda acucioso, al que suscita 
su corazón de piedra inusitado. 
Nadie sabe qué forma 
tiene el puño 
que devora sus horas de discordia; 
que subleva a la flor contra el verdugo, 
que mitiga el dolor 
del barro subrepticio 
y de su historia.
2 
Nadie mira 
el bosque ensangrentado 
de la guerra florida; 
ni a la flecha que trepa inmaculada 
en el aire precario 
de la noche sumida en los guijarros; 
ni al guerrero que duerme 
con su cara de tigre, 
soñándose inmortal 
en el vasto mural apuntalado 
por otro sacrificio, 
y el águila que cae, 
y el filo de la piedra 
haciéndose cuchillo. 
3 
Nadie advierte esta lucha 
cuerpo a cuerpo 
de la noche y los cántaros inermes; 
del insomnio que arrastra 
y que somete 
la fuerza de mi arco ya inservible; 
y estos puños sin furia 
y este escudo, 
y este cuerpo sin nombre convalecen 
como un nudo indeciso, 
en el sueño inmortal 
de otro guerrero.
LEVANTARME TEMPRANO 
Levantarme temprano 
-la hora estipulada es lo de menos-, 
abrir el sábado al margen de sus sombras, 
mirar a Dios, nervioso, por los aires 
parapetando estrellas, tramando nimiedades; 
salir, buscar el cuadro practicable 
o el dibujo más alto del paisaje; 
y en un descuido 
de la aurora unánime 
-cuatro mujeres tejen puntos cardinales-cambiar 
de esquina 
y de historia en otra calle, 
por donde nadie pueda apresurarme. 
A LA LUZ DE LA TARDE 
A la luz de la tarde 
se interrumpe el murmullo de las casas; 
padece grietas 
el desdén espigado y quejumbroso 
que anida en los relojes 
(nadie imagina ciervos congregados 
en la urdimbre que acecha al oficiante.) 
El sueño es inmortal, pero rupestre: 
calma la ira de las horas; 
deja languidecer 
los hábitos revueltos en la arena: 
algunas voces que no duermen, 
agitan sus manazas 
buscando a tientas la piedad remisa 
de algún Cristo sin clavo y sin espejo 
(turbios aurigas rompen el hechizo 
de la nube almenada 
apostada en la entrada de mi casa.)
Luis Marín nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Estudió 
Ciencias de la Comunicación en la UAM Xochimilco y 
Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa, en el Distrito 
Federal. Ha publicado el poemario La sal de los alisios 
bajo el sello de la UAM Iztapalapa. Ha publicado tam-bién 
diversos textos en Casa del Tiempo, El cocodrilo 
poeta, en el DF, y en la revista Este Sur, de Chiapas. 
Actualmente reside en el Estado de México.

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  • 1. LUIS MARIN LA PARADOJA DEL ALBA
  • 2. LUIS MARIN LA PARADOJA DEL ALBA (1984-2004) PASPARTÚ EDICIONES
  • 3. Paspartú Ediciones 2ª ORIENTE NORTE 33 CINTALAPA DE FIGUEROA, CHIAPAS C. P. 30400 Primera edición Paspartú Ediciones 2ª. Oriente Norte 33 Cintalapa de Figueroa, Chiapas Impreso y hecho en México Printed and Made in México A JOSÉ GUADALUPE MARÍN
  • 4. LA SAL DE LOS ALISIOS (1984 -1988)* * Publicado por la UAM-Iztapalapa en 1988
  • 6. I No mar afuera sino mar adentro, no un lecho de agua sino el agua entera, no esa nostalgia, no ese desencuentro sino la vasta anchura de la tierra.
  • 7. II 1 Según se ve, la noche está poblada por ánimos errantes, y la ocasión se presta para cazar una legión de nubes onduladas. ¡Ay!, y ese corazón insomne abandonado en las delicias de la hierba, va recogiendo sueños desde el fondo de las aguas dispersas y sin nombre. ¿Dónde está ese pájaro nocturno? ¿Dónde está ese pájaro desierto cuyo nombre sólo conocen los abismos? La plenitud silvestre proclama su ternura bajo la turbación serena de los montes, bajo la niebla sostenida por una lámpara de brumas. ¿Quién vencerá los silenciosos lechos de los ríos, los murmullos del mar contra la roca y la pequeña gravedad del polen? 2 Ya se ve cómo algunos parajes se anticipan, con su miel protectora, con sus labios lechosos y emigrantes a recibir las nuevas estaciones. ¡Cuántas ramas profieren su dicha hospitalaria! ¡Cuántas manos bifurcan las alturas! Es la noche que se abre entre la noche, el instante del barro ensimismado bajo la eterna inconsistencia de las aguas. ¡Ay de los emigrantes que al partir pretendieron medir con su esperanza la distancia y la furia de los vientos! ¡Ay de los que esperan sin partir porque nacieron con el corazón inmóvil! ¿Dónde está ese pájaro que tiembla en la cavidad de su agrietado nido, y cuya morada ha sido consagrada por la sal de los alisios? Según se ve, la noche está poblada por ánimos errantes; y esta ocasión se presta para formar una legión de nubes onduladas.
  • 8. III 1 ¿Por qué lloran los pájaros en junio? ¿Por qué llevan las alas tan abiertas como buscando verse en los espejos frágiles de la intemperie? ¡Cuántas promesas anónimas persiguen! Hace ya tanto tiempo que a duras penas sobreviven en las rompientes del exilio, o en los imperios tumultuosos de grandes caracoles marinos. Y he aquí que la tierra se alza con sus dunas de pedrerías disponiendo soberbias ciudades solitarias, largas calles líquidas y oscuras, suburbios cenagosos, allí donde la lluvia tibia y las mareas espantan la inminencia de las tempestades y el verano levanta una vocinglería de hojas silvestres. 2 ¿Por qué están los pájaros cautivos? ¿Por qué en cada estación descienden las pendientes del ensueño? La longitud crepuscular va profiriendo su desmesura germinal, sus vastas devociones, y los árboles echan sus raíces en los estanques señalados por el perfume virginal de los helechos.
  • 9. IV 1 El mundo es incipiente en sus recuerdos. ¿Quién no ha visto florecer en las veredas inconclusas a las libélulas impías? ¿Quién no ha visto a las piedras desatar sus invasiones en el curso de los ríos? El mundo es incipiente en sus palabras. Las cosas aún innominadas no tienen pasado ni presente La conjunción de la materia es un instante que apenas cristaliza en el vuelo sin vuelta de los pájaros. Sólo las alas de las sombras están completamente repartidas. 2 Nadie lo sabe, pero el preludio de la creación fue un puño, cuyo golpe cerrado y tangencial desconcertó a las nubes: en el principio creó Dios los cielos y la tierra con una mano adentro y otra afuera del légamo proverbial de la materia. El mundo es incipiente en su clamor de leche móvil y promiscua. Es más grande la confusión de los murciélagos que las tímidas luces. Y las tinieblas ¿a quién saludan? ¿a quién acogen? ¿a quién le dan reposo?
  • 10. V 1 Al promediar el vuelo y la avidez de las aves migratorias, se agita un rapto de arenas opresivas revestidas de bronce y telas blancas como en la fiesta cíclica de las calendas. Sobre las tierras bajas, las penínsulas arrebatan el corazón de las mujeres con cantos y vocablos hechos a la luz de fraguas matutinas, y se las llevan navegando en barcas de maderas ahumadas… ¿Es incierto el destino de las almas en el fondo sin fin de los caminos? ¿El hilo de Ariadna alcanzará para las vetas más remotas? 2 En el límite vasto del verano el horizonte desafía la sal endeble de los puertos, y la lluvia se abre y se separa en el cielo poniente de los légamos silvestres. ¿Y el humus invicto de las urnas inciviles? ¿Y el espolón de nieve de las tierras altas? ¿Y la ceniza matutina de las regiones indelebles? ¿Y la larga edad de la maleza primigenia? ¿Y las grandes alturas de las vertientes intangibles? La antigua trinidad del agua ha sido quebrantada.
  • 11. 3 ¿A dónde van las nubes del exilio? ¿A dónde van a dar las quejas de los desterrados? ¿A dónde los que parten por senderos diferentes? ¡Oh faro errante del abismo y la tiniebla!, ¿quién te conducirá a tu corazón gemelo, al verdadero movimiento de ti mismo? Nada tan vasto como el reino de la zozobra en las llanuras de hojarasca, y el crecimiento de la humareda que intercede con sus parasoles mudos de rocío. Las rosas laceradas dibujan una estela de presagios en las rompientes donde yace una terraza viuda de cuchillos. VI Es largo el viaje en medio de la noche; nada tiene que ver el agua y su horizonte, ni se parece al fruto ajado de silencio sino al azul que todos desconocen.
  • 12. VII 1 En la noche los árboles son seres indelebles, y su geometría es distante y su quietud y su equilibrio. ¿Qué punto cardinal ha quebrantado su jaula amarilla? Sólo supieron de la consternación oscura los que dejaron sus casas con llaves cristalinas, los que encontraron en el barro su propio cuerpo fragmentado, los que fueron testigos de los últimos años del caracol vencido, o los que sucumbieron al enfrentar sin miedo el señorío del mar revuelto y contrariado. 2 ¿Dónde está el sitio celestial y profano de las fundaciones? ¿Dónde el ruiseñor que entabla sus fogatas tribales de corazones efímeros? Tanto se aleja el alba de las medusas que celebran los esponsales del otoño, que en los huecos de los árboles ya no florecen las espuelas de plata y el equinoccio es una remota luciérnaga menguante.
  • 13. VIII 1 Se abre el bosque a todas las especies: al corazón del ciervo que vive en los estanques, al agua tibia que cae del sueño del manzano, al azul de la niebla que estremece el azul del ciprés entre sus manos; y en torno de sí mismo vuela un ángel buscando su paisaje. 2 Hay líneas serenas, soledades y misterios que buscan aposento en toda la extensión de la palabra; y en la más alta floración de las laderas alumbra de repente la cara de la luna como un huésped.
  • 14. 3 Se abren también los mares y los cielos dispersando la gracia de sus dioses, su larga edad, sus pasos, sus templos subterráneos; y el curso de los ríos cambia igual que el curso de los años; y hacen su viaje de relevo las nubes, desde lo alto, por donde va el verano corriendo entre su sombra; y ya el ángel se sabe dibujado, ceñido por la nieve grave del instante. IX 1 Si el mar suscita peces con su vieja costumbre de hombre solo, es que se ha deslavado su ternura por el rojo y profundo clavel de la tormenta. Si se sabe soñado en la evasión inédita de las arenas con su eclosión de sales inminentes, es que encierra un cometa de espumas en su lecho, pintado de largas adherencias de la noche. Bajo la luz azul de la serpiente se oye la nueva queja de la sombra.
  • 15. 2 ¡Oh, islas vagabundas!, ¿a dónde van con su impecable lujo de perlas taciturnas? ¿con sus faldas de musgo, de conchas, de insectos amarillos? ¡Oh mar contra el cielo y la penumbra! Las playas misteriosas resplandecen en el silencio parpadeante de la savia de los árboles. ¡Oh mar de labios abrasivos! ¿Quién te ha vestido de golpe con ese rojo aceite de la aurora? X 1 Bajo la bruma errante todo es frágil: frágil es el destello del centeno al mediodía, y el aliento del mundo en los linderos exhumados por la pasión azul de las almendras. ¿Y quién tiene a su cargo el tiempo de las brújulas? ¿el tiempo que se asoma bajo las venas de los álamos?
  • 16. 2 Es incurable el hilo nupcial de las dunas matutinas, de las alcobas de agua de los manantiales. La piedra insiste en pronunciar grandes murallas y aclimatar su primer fuego en una población de guarniciones. ¡Oh rosedales, selvas, tinieblas y montañas!, el olvido es un manto de alientos sin palabras. 3 Nada es invulnerable al contacto del mar invulnerable: ni la vocinglería forestal de las nubes más cercanas, ni el manantial recién salido del crepúsculo, ni el pronombre que estalla al borde palpitante de las playas. ¿Quién responde por este mundo frágil, por esos frutos que estremece la serena gesticulación de las estrellas?
  • 17. XI Hay remotos espejos que reflejan la migración marina y virginal del ébano, la nitidez solar e insólita de los velámenes. ¡Cuánta estación quemada por las legiones húmedas de las esporas torrenciales! ¡Cuánta piedra indeleble gimiendo por el polen de los pájaros! ¿A qué altura el incienso frecuenta a los relámpagos? ¿Dónde está esa colmena que se yergue al margen de las dunas? Hay abismos y vetas cuyos lechos son anfibias galerías; y puntos cardinales que tienen la altivez invicta de la arena. Las lluvias de alta mar ciñen con su espesor cenizo a los faros que asisten al despliegue de la aurora atrapada por las algas. ¿A dónde van los pañuelos con sus murmullos lacerados? ¿A dónde la luna de la víspera entre las aguas disipadas? Los manantiales se cierran bajo la exhumación discreta de la espuma, y la marea estremece los puertos más remotos con su larga y tenaz cabalgadura. XII Se anticipa la flama a la fiebre del abismo, y el encaje de la bruma migratoria madura la inclemencia del invierno sobre la leche ínfima de las luciérnagas. Con su claro perfume canta la lluvia a mediodía: con su flor de epidemias mana la fuente lunas cristalinas, y el ejército aquel de sombras pudibundas va dejando su celeste desmesura en la espuma estelar de los cipreses. Se sobrecoge el musgo en su clamor incipiente: se anuncia el retorno de las golondrinas a la tierra exhumada por la agonía y la erosión del agua. ¡Cuánta postergación irrenunciable tiembla mar adentro! ¡Cuánta avidez furtiva se tiende al azar de la ceniza! Ya no hay encrucijadas cuyos ángulos exulten la desnudez de las contiendas, ni conchas de oscuros laberintos que guarden a su instinto la estridencia del mar, o el efímero reino del fuego sin memoria.
  • 18. XIII No mar afuera sino mar adentro, no la incipiente línea del rocío; no ese arrecife, no esa roca al centro sino el misterio entero del vacío. EL DESORDEN DEL REINO (1989 -1992)
  • 19. I ¿Dónde quedó el refugio de los pájaros, la madreselva huérfana, el enjambre de sonidos asaz elementales? ¿Qué batalla empañó al río viejo, qué cuchillo cercó las prominencias en propiedades, calles y cerradas? Cuánta humedad prendió y fue extinguiendo el desorden del reino por otro orden, el verano lunar por el invierno, el tiempo natural por el del hombre. Al final el ocaso hizo una sombra con seis o siete piedras movedizas, con un jardín abierto en cada brazo y peñascos de luz. Se abrió el abismo. La sed endureció los manantiales.
  • 20. II Qué fuerza inevitable, qué neblina va cercando el temor, como una casa ciega de tanto hablar de privilegios. Lejos del porvenir la historia empieza su forma opuesta: su íntima batalla desmedida y voraz y tan incierta. ¡Cuánta oración en vano! ¿Qué desierto se abre la piel al separar su arena, preside el mármol, vuelve en los guijarros? Desde el fondo diverso de la sombra se afianza el miedo. Queda prisionero el mar en otro sueño que no es suyo, en otra densidad de la materia. Nada suscita el sable ni la espada; los caminos se cierran, los rincones de tanto territorio inalcanzable son trazos de otra historia y de otro reino. III Quema la vasta tarde del camino, quema la forma ciega del cuchillo que atraviesa la arena de los siglos. Llega la guerra con los años. Tiembla la ruina eterna bajo el tiempo inverso: la luna peregrina, el alba empieza a medir su destreza en el invierno. Sobre el poniente hay un fulgor. Dos manos que nunca tocan la región precaria, abriéndose se cierran y gravitan la rotación de su avidez. La llaga que impera sobre el árbol infinito de la vida, indecisa va cerrando su círculo de fuego y su ceniza.
  • 21. IV Se oye el regreso claro y desmedido de la canción contraria, la que viene marcada con el surco de otras tierras, de otras maneras de nombrar la vida. Se entrevén el desierto, el sueño, el odio, la gran noche magnética del oro; la serpiente que tanto se persigue a diestra y a siniestra, y el que vive cazando el corazón del vasto cielo. Qué distinta es el alba en este reino, el jardín y la casa y los objetos que no admiten ajena indiferencia sino el polvo y la sal de su universo: el silencio y el miedo van urdiendo telarañas o espejos sin recuerdo, historias que se quiebran sin fatiga o sueños sin amor que no terminan, lo cual, después de todo, da lo mismo. V Aquí el suplicio y más allá ese fuego por cuya devoción el horizonte perdió su fuerza. El agua persevera en separar las islas y separa también el sueño vago que las cubre. Y la constelación sin nombre extiende sus dominios en busca de miradas que reflejen la altura de su sombra, su vigilia mortal, su nuevo nombre: bien conoce el abismo sus poderes. Y la noche, sin más, se hace costumbre, monótona distancia, cifra vaga del punto cardinal en que descansa. Imprecisa, la ruina va trazando su esfinge primordial. El fuego, entonces, reverbera en el mármol su constancia.
  • 22. VI ¿Cómo cerrar la llaga, la que tiene miedo de abrir más sueños en invierno? De la lluvia y los libros y la noche, de las páginas húmedas del tiempo brotan calles, imágenes, ocasos y un jardín amoroso. Las palabras sólo salvan las piedras de las ruinas, el eco hospitalario y silencioso de dos cuerpos, dos manos y un destino. ¿Cómo sobrevivir sobre la tierra con los días invisibles? El verano es una imprecisión en esta espera, lenta como la más eterna noche, honda como la desnudez que clava en el lecho su espada. La vigilia, indivisa y plural, se va instalando en los sueños que traza la ceniza. VII Bajo la piel del pájaro el ocaso hizo una tarde perdurable, hizo también su propia imagen separada del severo infinito. Ya resbala la gran noche en su polvo y su arenisca: mas no es la misma pues ahora encierra un remolino de alas. La negrura invade el alma en que se afianza el río, invade el fuego y la estación cercada entre el alba y la sed. Elementales, los pájaros mayores viven, vuelan, cierran sus alas como celosías, cierran sus nidos como corazones, como cierran sus ojos sus miradas.
  • 23. ESTA PÁGINA DE SIEMPRE (1994)
  • 24. I No soy alguien que se abra de palabras, que se abra elemental, que salga ileso de tres o cuatro formas de la insania; que salga luego a suponer que el alba de qué modo cayó, estoy que pienso; que pensando pregunte: soy el que habla de otro modo las horas de estar preso, y esto de algo encajado en el cansancio: la costumbre del odio, la costumbre de amores enemigos que tropiezan. II No tengo prisa, me oigo, voy diciendo. De nuevo la caricia que supongo, que me vuelve a inventar bajo la casa, que me pongo a mirar de cuerpo propio con ojos de no sé, soñando acaso; soñándome a que yo despierte pronto en el hombre que llevo de mi brazo, que llevo de apretarlo cada noche y amanece en armarios, no sé dónde; que sin prisa, se le oye, va buscando la llana soledad del hombre llano.
  • 25. III Ahora sé del final y su comienzo, del ayuno cayendo en saco roto, de la sed, qué sé yo, sin abstinencia, que el amigo que me hice no sé cómo fue un invento falaz, un incompleto que mis ojos no vieron, no era tiempo: lo llevaba apretado tan adentro, pero era de otro modo un amor muerto. Soy el que habla de sombras al regreso: de nuevo la mejilla que no pongo, de nuevo el hombre llano bajo el brazo; y aunque bajo de golpes, tropezando, ahora sé que despierto, pero ileso. IV Ahora sé que oscurece sordamente, que la vida es más sorda algunas tardes. Y este modo de ser que no ha tocado más que tierras ajenas. Pecho a tierra, sobrevivo civil y defendiendo sentimientos que no hallan pertenencia. Estoy lejos de Dios, de las raíces que me dieron su ser y su reflejo; que me dieron la sed que sigo siendo, que mis cinco sentidos contradicen.
  • 26. V Voy hablando según estas paredes, dudando si la duda mata siempre. Y este vicio de estar desprevenido; o ese sueño tan frágil, confundiendo los días de la semana: llega el viernes catorce de no sé qué tarde aciaga o el sábado remoto de un diciembre, de no sé qué partida de algún martes, por enero, tal vez, que si algún jueves ya no vuelvo, ya ves, sabes que pierdes. Pero temo que habré de marchar solo como todos los años, indispuesto, con extraños motivos que no entiendo. Cuento las horas de este amor despierto y el horror del asedio a medianoche; la incansable oración de mis deseos: qué me importa el confuso tren del diario, qué me importa, me digo, de mis años, si está viva esta página de siempre. AHORA QUE LO PIENSO (1994 -1996)
  • 28. AHORA QUE LO PIENSO a Cintalapa 1 No sé qué hacer cuando te estoy mirando con cien adobes en un sitio muerto. Las mañanas te aprietan. Los gallos cantan para sus adentros. Tu desnudez madura en cada puerta. No sé qué hacer, deveras, los domingos, cuando escucho en la misa el Kyrie Eléison y luego el Padre Nuestro y no te encuentro. (Un caballo te suena en pleno corazón por San Francisco.)
  • 29. 2 No sé qué hacer porque pareces muerto, porque nada te asombra y porque tiemblas. Tienes hombros pequeños y molinos de noche que se meten corriendo y me despiertan. (Tu retrato se rompe y no me acuerdo si llevaba pañuelo tu silueta.) Ahora que lo pienso, mejor voy a meter mi cuerpo sucio en tus cantinas a ver si me distraigo de tanto sitio muerto. DE ALGUNOS PUEBLOS 1 Nos aventaron a los pueblos: que fuéramos a hacer el sol temprano para que diera luz el barro. Que fuéramos a ver el agua entrando en el Espíritu Santo de las piedras. En algunos caminos hablaron las culebras. La risa que me daba la encontraba desnuda después en un arriero. La encontraba en el suelo pisoteada por gallinas de tierra. El olor de algún tigre nos tronaba los dedos.
  • 30. 2 Por el camino viejo nos quedamos sin pulso cuatro leguas, nos quedamos pensando cuánto barro necesita ese sol para su iglesia. Nos manchaban los ojos las higueras. Los pechos de Isabel eran almendras por donde el surco se iba resbalando. Con la bulla de Juan se nos fueron las horas por el suelo. Las nubes parecían camisas blancas de recuerdo. Luego vino la lluvia. El barro quedó solo. Nos quedamos así: apretando el cielo. LO QUE ESTARA PENSANDO EL MUERTO a don Víctor Arellano Lo que estará pensando el muerto cuando dicen qué es eso de morirse con el hígado abierto. Las ganas que le habrán de dar de salirse corriendo si lo buscan afuera las estrellas. No dicen: qué se va a morir; si no estaba muerto. No comprenden que miraba ya ciego y no se daban cuenta. (La luna, qué locura, de ansiedad anda contando cuentos.) Sus amigos no admiten que aquel fuera su cuerpo y su cara amarilla sin arrepentimiento.
  • 31. Le hablan de lo mismo. El los mira despierto. De su camisa limpia brotan azulejos. Lo que estará pensando el muerto cuando dicen qué muerte, qué es eso de morirse con los huesos bien puestos; porque estará pensando en la intemperie de algún sábado lejos. Pasa toda la noche tan solo el pobre muerto, cansado de las ganas de salirse corriendo. Porque qué ha de pensar estando tan contento con su cara amarilla tan solo y tan despierto. Con los labios calientes, las mujeres soportan el silencio. CANCION PARA ANGELICA para Angélica M. O. Nos fuimos hasta abajo: nos fuimos a mirar qué peces nos iban a prestar su forma. El río estaba echando cicatrices, afilaba navajas en las sombras. Para mí que los hombres golpearon sin piedad sus puños: cosa de no poderse sacudir el lodo que apretaba la niña de sus ojos. Para mí que esos muertos se cansaban de estar sobre sus codos. Se agarraba al dolor la gente sobre un árbol. Se agarraba de Dios hasta el prepucio. Toda la noche hablé del incidente: del cadáver más fuerte y del río abrazándolo en el fondo. Angélica tenía un ciempiés en su vertiente.
  • 32. CANCION PARA UN REGRESO Ven. Regresa como puedas. No le eches a perder al viejo la noticia. Puedes venir un viernes. O un domingo de noche por sorpresa. Verás que estoy haciendo un árbol y una cama que acaba como empieza. Se están poniendo viejos los espejos y el armario parece que guarda ropa ajena. Somos esa canción de tus andanzas, la humedad de la ropa que respira la casa cuando sueñas. (Mi delgadez está soltando huesos.) Regresa como puedas. Queremos que en la puerta estalle la noticia. Yo sé que las ventanas me dirán "ahí viene", y yo tendré la luz prendida afuera. TRIPTICO ATAVICO A mi padre 1 Por noviembre lo miro más o menos, digo qué pobre diablo: se ha cambiado en otro cuerpo flojo. La camisa con ceniza en el cuello y el aliento platicar de ruibarbo. Por las noches la piedad lo devasta. Tan huraño, se enreda en sus posibles, siempre hablando de la niña Mariana, de algún tajo de no sé qué venganza o qué nostalgia. Algo de herida a ratos va pagando por no rondar las noches de mi madre.
  • 33. 2 Por noviembre lo tengo ya pensado decirle mira viejo qué desastre, la casa está aluzando desmemorias, el trajín fue brutal aquel verano, no sé cómo empezar. Te vale madres, me contesta: qué sabes tú del odio, de la llaga que muerde, que no muere, si te dicen a la hora del velorio: aquí acabaste tú, aquí tu padre: pues muerto el perro se acabó la rabia. 3 Por noviembre lo miro. Pobre diablo. Abre los ojos, lo fatiga el sueño. El insomnio lo quiere ver cobarde. Pero pienso que es tarde: va dejando el sabor de lo amargo en las paredes, en el suelo los trapos, simulacros que le vienen a veces a destiempo y en sus ojos mis ojos más o menos, y en su rostro el carajo de los años. Algo de herida a ratos va pagando por no rondar las noches de mi madre.
  • 34. A LA MUERTE DE MI PADRE 1 Debí decir qué viento en contra, qué ignominia esta muerte que te atrapa: noche de espejos apagados. Noche apagada: veladoras trepando en el oprobio de túneles sumarios. Las paredes abruman. Abruma el mar de incienso, la gaviota del cuadro cerrándose en picada. 2 Te miré en tus entrañas temblorosas, aliviando los potros que la noche comparece con su sordo aquilón de celosías. La salina espesura de las sombras más altas acosaba ese ritmo de salmodias gregorianas que tanto te gustaba. Miserables caminos -largo gemido ocioso de tu puño enloquecido-, socavaron los alegres enjambres de tu palabrería. Cuánta luz vespertina salió de tu última mirada. Cuántas nubes jugaron solitarias en tu sueño de muerte repentino; en tu juego final hasta la tierra. Me miré ermitaño, como un niño, en la mano que abriste para abrirme la flor de tu rencor, tu mirada rebelde y agustina, tu estupor asaz mahometano. Peregrinos insólitos vinieron a estrecharme la mano como un muro y a estrechar tu cansancio fementido.
  • 35. 3 No es necesario despertar, ahora que las palomas blancas tejen señales prodigiosas en el cielo y tus manos de alquimista bañan de sol ardiente los mares de hojarasca. Tu clamor silencioso hizo surcos calientes en mis desventuras más tempranas. Y esa manera tuya de hablarle al condenado, al homicida solo, a la sirena desolada y a la muerte ominosa, marcó en mi corazón la amarga desmesura de tu oficio. (Entretanto, tu grave voz resuena en la savia más reciente de los árboles.) 4 Un árbol cae, suena; los pájaros de papel se doblan, arden, vuelan. El silencio, al abrirse, se queja. Y no tienes nada. Y no sientes nada; rema, rema la luz en la piel sin ardor de la hojarasca: como estar sin estar, me detengo a pensar qué pasa entonces.
  • 36. CAMA DE PORDIOSERO Cama de pordiosero: noche de luna llena con banqueta. (Perro amarillo oliendo los recuerdos donde ya nadie asoma la cara descompuesta.) El pordiosero duerme. Y yo en una cantina con la gente. Y este papel que va calles adentro dividiendo palabras en las puertas. Un espejo me está mirando fuerte. ES ASI PANCHO SIEMPRE LOS DOMINGOS Hoy ha venido Pancho. Es domingo. En mitad de la calle me ha gritado que el sol rompía su cara, que la cruda rondaba sus entrañas, que el suelo así ya no tenía sabor para sus huesos. Venía rompiendo a ratos el equilibrio de su cuerpo, soltando un largo pensamiento en blanco. Platicaba entre dientes: Hablaba de burdeles, de mujeres y lunas y quebrantos. Hoy ha venido Pancho. Pobre diablo. Es así Pancho siempre los domingos: un hilacho de cal por las paredes.
  • 37. HOY QUE ES VIERNES Hoy que es viernes, me puse a comprobar el trazo de las casas colgadas de la ermita. (Me puse a comprobar si Dios había traído leña suficiente.) Y ese sombrero largo es don José que baja de una pieza. Baja con tanta prisa que parece que va empujando el polvo. Ha de venir a misa. Ha de venir contento porque dicen que ahora sí ya tiene casa particular para sus hijos. EL SAPO MUERTO Son las dos de la tarde. El viento arrastra un sapo muerto. Mira al cielo sin ver el pobre sapo ya sin pensamientos. Da arañazos el sol en la esquina de siempre. Nadie sale a mirar que debajo del sapo sólo hay un pedazo de Dios que ya no siente. Todos callan, comen en silencio. Ya no brinca más el pobre sapo muerto. A las dos de la tarde cuánto perro. Nadie sale a mirar aquel pelear la presa con los dientes, aquel husmear podrido de la muerte. Da arañazos el sol en el sucio color de tanta piedra suelta.
  • 38. PARA QUE HABLAR DEL TIEMPO No siente el corazón el paso. (Recuerda aquella su obsesión tan tibia del caballo golpeando a los ocho años, de Fabiola pensando, apretada a la grupa del caballo.) Para qué hablar del tiempo: Lo mismo da ese clavo que la herida, las panteras de piedra; las sibilas enormes de las ruinas. Miro en ese desierto: los mayores al fuego siempre blancos. Miro en esa mujer la navaja que afila su amasiato. No siente el corazón lo amargo. (Voy a quitar del muro las pupilas y esa navaja que viene a molestarnos.) SUEÑO CON TAMBORES Van dos veces que sueño con tambores; y me miro en el sueño con pupilas ajenas esperando, preguntando quién grita, quién se puso otra vez a molestarnos. (Me sacaron los clavos. Me sirvieron café de no sé cuándo y me dieron de baja en despoblado. Me dijeron dos hombres que buscaban mi cuerpo los romanos.) Los tambores doblaron setecientos avisos con presagios. Cuatro pájaros negros me asediaron: yo luchaba conmigo, con la piedra más vieja, con la estatua más blanca que estaba yo explicando. Los tambores callaron. (No hago nada, simulo, voy trepando.)
  • 39. ESE NIÑO RECIEN Lento al abrir sus nuevos ojos, ese niño recién me vuelve sordo. Los padrinos están haciendo garabatos. Lento el llanto pueril, pragmático, eruptivo. (¡Ese niño, por Dios, me tiene sordo!) Se sacuden la caspa las visitas. Los padrinos se van. Alguien habla de Dios y de pájaros en Estocolmo. PARA LLENAR LA CASA Para llenar la casa no es el niño Jesús de Praga lo que falta; ni la virgen de piedra, ni la vasija de agua. (Como a la una y media mi madre saca un animal y lo degüella, le echa sal y se va a afilar su cuchillo y sus recuerdos.) Para llenar la casa, por el óvulo izquierdo tuvo Isabel un hijo. Desde entonces ¡quién viera! la lucha contra el miedo es una tunda a palos.
  • 40. DIA DE ASUETO Lava mucho mi madre. Pero cuando se rompe el lavabo removido por sus penas, hace día de asueto. O se pone a amasar la harina, a juntar las yemas con el fuego con el mismo empeño de su fecundidad, aunque cansada. Y se pone a trastear, después, ciertos negocios suyos, empeñando animales cariñosos: esos puerquitos tiernos o gallinas que ponen mendrugos bondadosos. Cuenta pesos al cobro con nosotros, para hacer un poco de hambre con judías o una merienda llena de esperanzas. Las anginas la dejan hecha una tristeza. NATURALEZA MUERTA (1998 - 1999)* * Primera edición 1999.
  • 42. NATURALEZA MUERTA I Naturaleza muerta un mes de julio. El sopor como fondo. Mesas que hablan del arcángel secándose en el muro: telaraña de estuco sus dos alas y aquella su materia que no siente, que no enciende la espada porque afuera está lloviendo tanto. Parpadea el minúsculo gesto de su cara. Desolación sagrada. Nadie llega este fin de semana a ningún lado: verían la casa a medias como siempre, como siempre los ojos, la mirada; verían el pozo entrando por el agua, verían el fuego nuevo y los despojos, los ojos amarillos de la nada.
  • 43. El hongo crece, abraza la madera; señala negligente el cielo raso, menoscaba el portón y nadie llega; cómo espera temblando el calendario. No sé qué sol de entonces amanece, no sé qué lunes entra hasta la sala y se va siendo martes que no empieza, y se va haciendo tarde: Dios es viejo. Pareciera de hace siglos la cruz del crucifijo, desagravio el rosario los domingos, la herida del costado un crimen visto por oscuros romanos. Pareciera que están en otro sitio sus tres clavos. Candelabros que aguardan, no sé ahora, si las tardes o el Credo o la balanza de las sombras raídas. ¿Qué oraciones testifican la calma, el equilibrio de los vastos altares? Jesucristos que figuran milagros por hastío; San Cristóbal pensando, tan remoto; San Martín Caballero más arriba y la virgen serena, con su luto. Candelabros que ofician, ya qué importa, los libros de mi padre junto al tiempo.
  • 44. Pero llega el recuerdo de algún año, como llega un domingo, como llega el perfume del baño de la abuela por los muros de adobe de la casa, la doméstica estancia y su paciencia, los rincones marcados por los muertos: tío José Ángel augusto en el retrato y el abuelo sentado por delante la familia incompleta presidiendo. Naturaleza muerta. Inconveniente del invencible nudo de los ecos, del insomnio dos veces impaciente que los ojos no sienten porque afuera está lloviendo tanto. Nadie llega esta mañana que de todos modos durará solamente lo que dura la nostalgia del sueño. Pareciera que mi rostro no encuentra su retrato; que mi cuerpo se sueña, que soñando se arroja ya despierto por la puerta: verían que no hubo sangre porque el sueño estaba en otra parte. Naturaleza muerta. Dios es viejo. Inconveniente del invencible modo de los muertos.
  • 45. II a Eva Mendoza El insomnio otra vez y el tedio vuelve, y la hoja tan pálida a la fuerza, y la carta temblando profecías, y mis ojos como un observatorio, y Licurgo sin velas, qué distante, y el estante esperando no sé qué ayes de batallas remotas. Sacerdotes de pigmentos morenos sacrifican en el libro de historia, las solapas; y el grito de la piedra tan oscuro, y al final el capítulo del fuego y esta noche, qué tal, Tezcatlipoca. El espejo al revés. Solar de trenes y rebeldes los rifles zapatistas, y la lluvia tan sepia de la foto, y adelitas de polvo con rebozos en la línea de fuego. Dos alambres que ya no necesito para nada cuelgan, qué tal, este domingo absorto, y este sitio de estar conmigo a solas y el instante de estar entre nosotros.
  • 46. Alguien dijo mi nombre. No me acuerdo si estaba yo de acuerdo con que Ulises pusiera sitio a Troya. No me acuerdo: su caballo en qué libro lo he dejado; que perdonen los griegos pero llevo rato de estar en Naxos sin Ariadna, esperando a Teseo, qué incumplido, abrazando mi almohada pos si acaso algo me dice el oráculo de Delfos. Alguien dijo mi nombre. Vino hablando de no sé qué figura sobre cera, de algún harapo que el insomnio guarda o aquella niña omnívora en la esquina que junta ruidos al lado de su sombra. Nadie dijo mi nombre. Yo pensaba en alguna sonata con adagio, en la carne común que nos separa y este oficio de muro por las tardes; y en el pozo que hacemos en el agua y a la izquierda el atrio de tus muslos; yo paraba mi nave hermafrodita en tu pecho, sitiando madrugadas, rodando cuerpo adentro, entredormido, como un niño sorbiéndolo despacio: ahora y en la hora el naufragio en la súbita leche de Afrodita. No tengo nombre: anónimo me he visto en el sitio en que velo mis entrañas, en que velo sin armas mi bautismo y el nagual que me dieron de prestado.
  • 47. Algo sube a mi cara. Ya me alcanza no sé qué escalofrío; las hormigas avanzan y en la sien desnuda escriben la diáspora nocturna de los viernes; y un algo de ir cortando amarras cruje, respira y sobrelleva este esqueleto que dejo algunas veces en la cama, o lo llevo a la sala somnoliento a fumar cigarrillos o a mirarse en sus cuencas ya faltas de coraje. Miércoles de mi sombra. Cuatro soles abruman el desorden de mi pulso, de mi sangre en la piedra. Pedernales que devienen solsticios en mi carne, que devienen raíces para nada, pirámides buscándose en mi boca. Noche de pormenores. Hasta cuándo me seguirá esta sed ingobernable, carnicera insaciable, sin matarme, y me dirá “cien veces cien cien veces”, mientras me habla Xavier de sus nostalgias.
  • 48. La penumbra otra vez. Inquebrantable esta guerra florida del insomnio: no sé cuántas argucias con Ulises, y con Circe gozosa entre mis brazos; y la nave que habrá de conducirme, y el estante colgando de sus ruidos, y el corrido de Troya y el espejo que oscila de adelitas, y este cuarto como hacha por tus muslos, y el cansancio que vence al naufragio, que vence poco a poco cuando sitia el instante de estar entre nosotros. III Ahora vuelvo. El caso es este estorbo que me ronda diverso en su suplicio, que en su vicio se muestra tan informe que casi ya no sé de veras dónde voy camino de qué sembrando a solas sentimientos adversos. Ahora vuelvo de la roca que espera paralela a los cinco tropiezos de mi historia, a la injuria que amé desde pequeño y a mi historia de piedra sobre piedra. Y es que otro soliloquio no recuerdo; qué voy a recordar, cómo, si sólo me llevo mal de siempre con el tedio, con la dicha me llevo y no me llevo, con los modos del tiempo soy soberbio: dirán por eso aquí llegó el que piensa otra forma de ser ya sin Teseo, otra sombra, la misma de la vida, la misma de los jueves, la que gusta ser pálida costumbre del espejo. Y hace tiempo que dicen esta suerte De no ir diciendo nada. Ahora tienen por lo menos el miedo, la cordura de no asomar la cara. Ya decía
  • 49. que a veces no me sé lo que sucede, que no me sé la parte inmaculada que otros hablan de suyo. Medioscuro, consigo por las tardes el deseo de simular rehenes o el destierro de diez años sin nadie, sin Helena, de veinte años sin Eva. Qué fenicio confunde mi osamente de plebeyo por una de guerrero. Ahora vuelvo a ser el aborigen de mi tierra: zoque rupestre, indiano de mil sangres, purépecha cruzado con el polvo. Allá va mi silueta en su destiempo, sudando el trago amargo, la violenta impiedad circular de su destino; padeciendo mil rostros que perturban su asombro de Narciso: tolvanera de llagas que tropiezan. No me quejo. El caso es este miedo sin embargo, este sexto sentido milenario de dos fuerzas tirándome perplejas, rondándome en lo oscuro. Qué quisiera. Después de todo siembro a solas; vuelve no sé qué extraña roca paralela diurna de sombras sobre Atenas. Duele todo este parentesco que voy siendo, toda esta sangre mil de cien maneras, todo este Juan Sin Tierra tan adverso. Allá va la amenaza imperceptible del rencor desigual ojo por ojo que va de ti cifrándose en nosotros, que va de mí cifrando un orden turbio diente por diente en un desorden pétreo, en un sin malestar que espero solo. Dirán entonces no sé qué razones de no sé qué materia sin aliento, de no sé qué canción o amor perdido, de no sé qué tropiezos de mi historia, de no sé qué destierro: poco importa este siempre no sé lo que sucede, este sueño de veras no sé cuándo de jugar con la sota, con dos reyes y el caballo menor de la baraja, y de reina Artemisa con Diomedes enfrentando la furia de mis dioses: la serpiente emplumada que preside poderosa mi noche de basalto y mi madre Coatlicue que me cubre de serpientes el cuerpo cuando duermo; y así salgo del sueño casi ileso, y así muero en el pájaro que muere cada tarde en la flecha del incienso y renace jaguar cuarto creciente siete veces de noche, siempre siete, siete noches de insomnio con la muerte.
  • 50. Allá van de mis pasos los tanteos y el insulto mortal que no devuelvo, que contengo hierático en la piedra, la que busca en su golpe su tiniebla, señalando ese sitio de la afrenta donde el odio se va precipitando, fiero estorbo de modo tan soberbio. Media luz. Soledad. El cuerpo ileso. Medianoche de espejos invencibles con arañas que suben combatiendo siempre igual, tanto tiempo. Persevero en mi guerra sin luz como un ateo con mi turbio desorden de guerrero, con la injuria que amé desde pequeño y la espada ya sola, sin Teseo: inventario de sombras sobre el jade, soliloquios del tedio sin remedio, señoríos que tiemblan en silencio, desmembrados, remotos, separados, devolviéndose adversos. Ya decía: la parte inmaculada que no entiendo: el caso es este estorbo. Ahora vuelvo. IV Comencemos de nuevo: supongamos que digo aquí está el odio de mi hermano, aquí el niño de piedra, el hijo roto que no discriminaron. Ya qué importa este tiempo de andar tan separados, como si algo escondiera, como si otros perdonando me vieran ser el mismo y no otra vez la errancia, el escondrijo de buscar sin buscar. Pasaron años que no supe qué vi cada mañana, que no supe de mí si hablaba acaso, que me supe cobarde cada tarde como esa noche sucia de mi carne. Pasó tanto después: la historia en vano, la repetida historia del vacío, del odio vil que no me queda claro, que es la historia que va de mis hermanos.
  • 51. Otros dijeron yo te vi llegando, yo te miré cruzar de calle en calle, recoger sobre ti tus propios pasos, echar la sombra en contra de los hechos y hacer un nudo lejos, bien aparte. Puesto que no hubo pruebas no encontraron las huellas de mi azoro fragmentado, los nombres que me dieron de bastardo y los que no me dieron porque andaba como un Jesús expiando extraños pueblos. Supongamos ahora que tenemos el pan multiplicado con sus peces, la oración impasible, la más limpia oración de mi madre cuando estrena el sopor de las tardes con sus misas, diciéndome quién inventó este cielo, este soñar despiertos que tenemos. Pero ahora lo pienso, que perdonen tantos meses de espera hablando solo sin el pan ni los peces. Preguntando si esta noche por fin alguien nos llama, si nos hacen la mesa de algún modo, si la cama de encino a medianoche, si los niños vendrán, yo no sé nada; porque a tientas, es otra incertidumbre vivir como Dios manda, como un pobre que dijera por fin todos los viernes: por qué salgo de mí, de todo, entonces; por qué este barro dándose en contrario, y este odio siguiéndome en lo oscuro como esa noche sucia de mi carne.
  • 52. V Qué penumbra, diré. Sabrán que miento. Sabrán de la distancia. De mis hijos. De nuevas cartas que llegaron lejos y el oficio de errar: papeles blancos, páginas limpias de no sé qué esperanzas, de no sé qué perdido sentimiento. Y qué extraña esta sed y el cielo todo, y la ausencia por fin tan limpia y sola, y tan sola la sala con su duda y a las ocho de nuevo la penumbra. Comentaba al azar las mismas cosas, como aquello tan pobre a la mirada, o de aquella mujer una mañana o la risa de dos en cualquier paso. Contestaba al azar: adiós. Me vieron donde el miedo de Dios era mi miedo. Su palabra, lo incierto. Qué tiniebla: descubrieron mi rastro desmedido en el niño de siempre. Qué despacio. Sólo fueron preguntas. Parecían golpes de no sé qué diluvio mío. Y David, sin cesar, siempre siguiendo aquel perdido sentimiento. Fuimos de otra suerte tenaces enemigos. Señales de algún bar. Paredes muertas. Soliloquios en casas de madera y no sé qué otros aires.
  • 53. Y este asombro de estar aquí la vida reparando, de estar allá la ropa y su costumbre, sacudiendo los nombres los domingos, los difuntos en paz otro verano. Mas equivoco a veces los armarios, las puertas que no sé dónde quedaron, las tardes al revés siempre lo mismo y tanto pensamiento en desagravio. Sino que algo se va de estar conmigo, se va de ya no verme confundido: vagina, soledad y dromedario. Palabras graves. Ruidos del insomnio. Ruidos que van rodando sobre nadie. Calles que alzaron polvo sin nosotros. Calles sin porvenir. Cristales rotos. Tedio mortal guardando la vigilia. Lepra que sale muda por la boca. Junta de escombros. Médula del pozo. Cierro los ojos. Iris evasivos. Me acuerdo de soñar: bastardo, elijo la vieja roca sublabial, la roca que no supe arrojar. Qué desatino: vi el horror de Caín tan desgastado, tan amarga su voz hasta dolerme, mostrando siempre su arma; la saliva que tanto me persigue, ese mal sueño de la hembra jabalí con un ladrillo.
  • 54. No conozco las calles que mis manos preservaron del fondo del insomnio. Todo empieza de noche. Tal vez nadie supo cómo tantear en la esperanza: penitencia de pobres. Ciudadela de perros que nacieron en desorden. Asedio de mi sombra que no sigo. Canto del gallo prematuro. Viernes. Por mis entrañas sube el caserío: éxodo y malestar entrando a plomo. Me defiendo sin ver de qué ladrido salió el colmillo indestructible. Niños Que se mordieron huérfanos. Qué abismo me pide cuerdas que no llevo adentro; me pide el cuello, el ala, el amuleto, el adobe sumerio de los muertos. Pero vengo de hacer el santo y seña. De no sé dónde vengo. Pareciera que fui a peregrinar la cordillera de algún espejo roto por la tierra. Me sigue la penumbra. Qué tiniebla. Me sigue de otro modo que parece que yo no soy, no soy este que escribe su no ser deducible. Madrugadas. Calumnias prenatales. Risco de no sé qué hambre sin señales. Este peso sonámbulo no existe. Esta mole bastarda repetida por no sé qué artificio. Qué vacío me ha dejado esta asfixia de la culpa.
  • 55. Pordiosero del sueño, me contemplo en el golpe mortal desamparado. Me contemplo enemigo de este cuerpo que no es mío, sino ese moribundo de razones pretéritas: despierto de ese sueño de páginas adentro donde he caído tanto. Forastero, miro todos mis hilos tan podridos, roto de siempre el pan y el parentesco, engendrado de nadie y la molestia que me sucede a ratos. Qué despacio esto de irme cayendo por las plazas, por el pozo grasiento del insomnio, por este purgatorio. Tal vez nadie sepa darme razón. Qué desatino. Qué tiniebla este asombro desmedido, y esta sala tan limpia de esperanzas, y a las ocho de nuevo sin mis hijos y la ausencia otra vez. Cristales rotos.
  • 56. EL SUEÑO DE TLATILCO A las seis de la tarde, cualquier día, me vendrán a decir que estoy metido en el acto fallido de tu vida; me vendrán a poner candados viejos o roperos en ruinas. Voy diezmando la madera del árbol, los contornos oscuros donde expiran mis razones a medias, la cama conque siempre me defiendo: siempre el sueño de siempre, la serpiente que persigue mis ojos en Tlatilco, que persiste en su lucha cuerpo a cuerpo y me habita murciélago. A las siete, sigo piedras adentro, sigo el grito que parte en dos este relieve: me despierto en la ruina amargamente con un torvo secreto y mi escudo a un costado de la muerte. EL SUEÑO DEL RETABLO Ahí mi casa ligada con el barro, ahí los hombres quebrándose a caballo, ahí mis manos detrás de mis palabras, y esa de risa, de quién, que me ha tirado una línea vacía de carcajadas. Más allá los disturbios sobre el atrio, los amargos filósofos, los ojos del retablo mayor sobre mis ojos. La señal de la cruz se resquebraja: tengo otro pensamiento, pero es sordo el que lleva la cruz: siento mis hombros como un peñasco de maderas rotas. Van a verme jurar junto a la parra. Van a verme dudar. Para qué las espinas, para qué la plegaria de los clavos si a medianoche el miedo los revuelve: cementerio de cabras, cadáveres sin fin en un brasero. Va a verme dudar en el sigilo de su turbia sordera. Por las calles, a los perros marcados les da fiebre.
  • 57. NOCTURNO CALLEJERO Aquí nadie me espera. Aquí yace la hebra que respira su delgadez a sorbos. Nadie mira que la pared se rompe de blancura, que sin querer se encuentra todo en orden, que los moros del sueño llegan de noche siempre a sujetarme: sus cuchillos me tocan, sus miradas de cobre me contemplan ya piedra sobre el aire. (Aquí me estoy temblando, agarrado a la sombra inmensamente, a la inmensa intemperie y al páramo de fiebre. Después, para gritar, divido, doy un salto mortal sobre el relieve.) La eternidad transcurre de lunes a domingo y otro lunes consigo la costumbre de aferrarme al muro, de darle a cualquier rostro el nombre tuyo. (Recompongo las horas, doy comienzo a este inútil nocturno callejero. Y este quehacer de pájaro podrido llena mis ojos de inmóvil carne dura.) Nadie mira que rompo este papel, la eternidad y el muro.
  • 58. BLUES PARA VIKI a Griselda Núñez 1 Miente quien afirme que yo no estuve ahí como testigo, que no vi el fuego arder, que estaba solo; que prófugo de mí levanté el alba, levanté lo que fui. 2 Qué empeño extraño demora esto que aquí va siendo llaga, o va siendo animal porque a deshoras viene con no sé qué de mala sombra. 3 Diciembre por más dulce me da pena. Y esto que callo cada que amanece, esta fuerza de siempre padecida, es siempre así de rabia con paciencia, rebuscándome entero, quebradizo, enfrentándome roto hasta dolerme. EL TIGRE YA SIN ALAS (2002-2004)
  • 59. EL TIGRE YA SIN ALAS Apaguemos el bosque. Recojamos el cuerpo del auriga y cerquemos al tigre ya sin alas. El velamen de piedra está depuesto. El cadáver sin habla se despeña en el cuervo que profana el azul de sus vísceras. Estelas que figuran jaurías y un arúspice trémulo en la niebla: el metal resplandece; hay vestigios de viejos sacrificios en las ruinas; y la impronta del tigre en el arco solar se desvanece.
  • 60. SEMEJANTE AL ESCRIBA Semejante al escriba, voy diezmando materiales profanos que la gleba vocifera en mi casa. Los espasmos que cincelo en la piedra van hablando de mis noches herejes. Las paredes enhebran los fragmentos de los óleos sagrados, del estuco que aprisiona la luz del cielo raso. Otras noches, de los pueblos vencidos han bajado amanuenses extraños con extrañas ofrendas en las manos, con los ojos erráticos y el sueño de un cenote sagrado palpitando. CORAZON DE PIEDRA INUSITADO 1 Nadie conoce a mi señor vejado, al que guarda acucioso, al que suscita su corazón de piedra inusitado. Nadie sabe qué forma tiene el puño que devora sus horas de discordia; que subleva a la flor contra el verdugo, que mitiga el dolor del barro subrepticio y de su historia.
  • 61. 2 Nadie mira el bosque ensangrentado de la guerra florida; ni a la flecha que trepa inmaculada en el aire precario de la noche sumida en los guijarros; ni al guerrero que duerme con su cara de tigre, soñándose inmortal en el vasto mural apuntalado por otro sacrificio, y el águila que cae, y el filo de la piedra haciéndose cuchillo. 3 Nadie advierte esta lucha cuerpo a cuerpo de la noche y los cántaros inermes; del insomnio que arrastra y que somete la fuerza de mi arco ya inservible; y estos puños sin furia y este escudo, y este cuerpo sin nombre convalecen como un nudo indeciso, en el sueño inmortal de otro guerrero.
  • 62. LEVANTARME TEMPRANO Levantarme temprano -la hora estipulada es lo de menos-, abrir el sábado al margen de sus sombras, mirar a Dios, nervioso, por los aires parapetando estrellas, tramando nimiedades; salir, buscar el cuadro practicable o el dibujo más alto del paisaje; y en un descuido de la aurora unánime -cuatro mujeres tejen puntos cardinales-cambiar de esquina y de historia en otra calle, por donde nadie pueda apresurarme. A LA LUZ DE LA TARDE A la luz de la tarde se interrumpe el murmullo de las casas; padece grietas el desdén espigado y quejumbroso que anida en los relojes (nadie imagina ciervos congregados en la urdimbre que acecha al oficiante.) El sueño es inmortal, pero rupestre: calma la ira de las horas; deja languidecer los hábitos revueltos en la arena: algunas voces que no duermen, agitan sus manazas buscando a tientas la piedad remisa de algún Cristo sin clavo y sin espejo (turbios aurigas rompen el hechizo de la nube almenada apostada en la entrada de mi casa.)
  • 63. Luis Marín nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UAM Xochimilco y Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa, en el Distrito Federal. Ha publicado el poemario La sal de los alisios bajo el sello de la UAM Iztapalapa. Ha publicado tam-bién diversos textos en Casa del Tiempo, El cocodrilo poeta, en el DF, y en la revista Este Sur, de Chiapas. Actualmente reside en el Estado de México.