Luis Marín nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Estudió
Ciencias de la Comunicación en la UAM Xochimilco y
Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa, en el Distrito
Federal. Ha publicado el poemario La sal de los alisios
bajo el sello de la UAM Iztapalapa. Ha publicado también
diversos textos en Casa del Tiempo, El cocodrilo
poeta, en el DF, y en la revista Este Sur, de Chiapas.
Actualmente reside en el Estado de México
2. LUIS MARIN
LA PARADOJA
DEL ALBA
(1984-2004)
PASPARTÚ EDICIONES
3. Paspartú Ediciones
2ª ORIENTE NORTE 33
CINTALAPA DE FIGUEROA, CHIAPAS
C. P. 30400
Primera edición
Paspartú Ediciones
2ª. Oriente Norte 33
Cintalapa de Figueroa, Chiapas
Impreso y hecho en México
Printed and Made in México
A
JOSÉ GUADALUPE MARÍN
4. LA SAL DE LOS ALISIOS
(1984 -1988)*
* Publicado por la UAM-Iztapalapa en 1988
6. I
No mar afuera sino mar adentro,
no un lecho de agua sino el agua entera,
no esa nostalgia, no ese desencuentro
sino la vasta anchura de la tierra.
7. II
1
Según se ve,
la noche está poblada por ánimos errantes,
y la ocasión se presta
para cazar una legión de nubes onduladas.
¡Ay!, y ese corazón insomne
abandonado en las delicias de la hierba,
va recogiendo sueños desde el fondo
de las aguas dispersas y sin nombre.
¿Dónde está ese pájaro nocturno?
¿Dónde está ese pájaro desierto
cuyo nombre sólo conocen los abismos?
La plenitud silvestre proclama su ternura
bajo la turbación serena de los montes,
bajo la niebla sostenida por una lámpara de brumas.
¿Quién vencerá los silenciosos lechos de los ríos,
los murmullos del mar contra la roca
y la pequeña gravedad del polen?
2
Ya se ve cómo algunos parajes se anticipan,
con su miel protectora,
con sus labios lechosos y emigrantes
a recibir las nuevas estaciones.
¡Cuántas ramas profieren su dicha hospitalaria!
¡Cuántas manos bifurcan las alturas!
Es la noche que se abre entre la noche,
el instante del barro ensimismado
bajo la eterna inconsistencia de las aguas.
¡Ay de los emigrantes que al partir
pretendieron medir con su esperanza
la distancia y la furia de los vientos!
¡Ay de los que esperan sin partir
porque nacieron con el corazón inmóvil!
¿Dónde está ese pájaro que tiembla
en la cavidad de su agrietado nido,
y cuya morada ha sido consagrada
por la sal de los alisios?
Según se ve,
la noche está poblada por ánimos errantes;
y esta ocasión se presta
para formar una legión de nubes onduladas.
8. III
1
¿Por qué lloran los pájaros en junio?
¿Por qué llevan las alas tan abiertas
como buscando verse
en los espejos frágiles de la intemperie?
¡Cuántas promesas anónimas persiguen!
Hace ya tanto tiempo
que a duras penas sobreviven
en las rompientes del exilio,
o en los imperios tumultuosos de grandes caracoles
marinos.
Y he aquí
que la tierra se alza con sus dunas de pedrerías
disponiendo soberbias ciudades solitarias,
largas calles líquidas y oscuras,
suburbios cenagosos,
allí donde la lluvia tibia y las mareas
espantan la inminencia de las tempestades
y el verano levanta
una vocinglería de hojas silvestres.
2
¿Por qué están los pájaros cautivos?
¿Por qué en cada estación
descienden las pendientes del ensueño?
La longitud crepuscular va profiriendo
su desmesura germinal, sus vastas devociones,
y los árboles echan sus raíces
en los estanques señalados
por el perfume virginal de los helechos.
9. IV
1
El mundo es incipiente en sus recuerdos.
¿Quién no ha visto
florecer en las veredas inconclusas
a las libélulas impías?
¿Quién no ha visto
a las piedras desatar sus invasiones
en el curso de los ríos?
El mundo es incipiente en sus palabras.
Las cosas aún innominadas
no tienen pasado ni presente
La conjunción de la materia es un instante
que apenas cristaliza
en el vuelo sin vuelta de los pájaros.
Sólo las alas de las sombras
están completamente repartidas.
2
Nadie lo sabe,
pero el preludio de la creación fue un puño,
cuyo golpe cerrado y tangencial
desconcertó a las nubes:
en el principio
creó Dios los cielos y la tierra
con una mano adentro y otra afuera
del légamo proverbial de la materia.
El mundo es incipiente
en su clamor de leche móvil y promiscua.
Es más grande la confusión de los murciélagos
que las tímidas luces.
Y las tinieblas ¿a quién saludan? ¿a quién acogen?
¿a quién le dan reposo?
10. V
1
Al promediar el vuelo y la avidez
de las aves migratorias,
se agita un rapto de arenas opresivas
revestidas de bronce y telas blancas
como en la fiesta cíclica de las calendas.
Sobre las tierras bajas,
las penínsulas
arrebatan el corazón de las mujeres
con cantos y vocablos
hechos a la luz de fraguas matutinas,
y se las llevan navegando
en barcas de maderas ahumadas…
¿Es incierto el destino de las almas
en el fondo sin fin de los caminos?
¿El hilo de Ariadna alcanzará
para las vetas más remotas?
2
En el límite vasto del verano
el horizonte desafía la sal endeble de los puertos,
y la lluvia se abre y se separa
en el cielo poniente de los légamos silvestres.
¿Y el humus invicto de las urnas inciviles?
¿Y el espolón de nieve de las tierras altas?
¿Y la ceniza matutina de las regiones indelebles?
¿Y la larga edad de la maleza primigenia?
¿Y las grandes alturas de las vertientes intangibles?
La antigua trinidad del agua
ha sido quebrantada.
11. 3
¿A dónde van las nubes del exilio?
¿A dónde van a dar las quejas de los desterrados?
¿A dónde los que parten por senderos diferentes?
¡Oh faro errante del abismo y la tiniebla!,
¿quién te conducirá a tu corazón gemelo,
al verdadero movimiento de ti mismo?
Nada tan vasto como el reino
de la zozobra en las llanuras de hojarasca,
y el crecimiento de la humareda que intercede
con sus parasoles mudos de rocío.
Las rosas laceradas
dibujan una estela de presagios
en las rompientes donde yace
una terraza viuda de cuchillos.
VI
Es largo el viaje en medio de la noche;
nada tiene que ver el agua y su horizonte,
ni se parece al fruto ajado de silencio
sino al azul que todos desconocen.
12. VII
1
En la noche los árboles son seres indelebles,
y su geometría es distante y su quietud y su equilibrio.
¿Qué punto cardinal ha quebrantado su jaula amarilla?
Sólo supieron de la consternación oscura
los que dejaron sus casas
con llaves cristalinas,
los que encontraron en el barro
su propio cuerpo fragmentado,
los que fueron testigos
de los últimos años del caracol vencido,
o los que sucumbieron
al enfrentar sin miedo el señorío
del mar revuelto y contrariado.
2
¿Dónde está el sitio celestial y profano
de las fundaciones?
¿Dónde el ruiseñor que entabla
sus fogatas tribales de corazones efímeros?
Tanto se aleja el alba de las medusas que celebran
los esponsales del otoño,
que en los huecos de los árboles ya no florecen
las espuelas de plata
y el equinoccio
es una remota luciérnaga menguante.
13. VIII
1
Se abre el bosque a todas las especies:
al corazón del ciervo que vive en los estanques,
al agua tibia que cae del sueño del manzano,
al azul de la niebla que estremece
el azul del ciprés entre sus manos;
y en torno de sí mismo
vuela un ángel buscando su paisaje.
2
Hay líneas serenas, soledades
y misterios
que buscan aposento
en toda la extensión de la palabra;
y en la más alta floración de las laderas
alumbra de repente
la cara de la luna como un huésped.
14. 3
Se abren también los mares y los cielos
dispersando la gracia de sus dioses,
su larga edad, sus pasos, sus templos subterráneos;
y el curso de los ríos cambia
igual que el curso de los años;
y hacen su viaje de relevo las nubes, desde lo alto,
por donde va el verano corriendo entre su sombra;
y ya el ángel se sabe dibujado,
ceñido por la nieve grave del instante.
IX
1
Si el mar suscita peces
con su vieja costumbre de hombre solo,
es que se ha deslavado su ternura
por el rojo y profundo clavel de la tormenta.
Si se sabe soñado
en la evasión inédita de las arenas
con su eclosión de sales inminentes,
es que encierra un cometa de espumas en su lecho,
pintado de largas adherencias de la noche.
Bajo la luz azul de la serpiente
se oye la nueva queja de la sombra.
15. 2
¡Oh, islas vagabundas!,
¿a dónde van con su impecable lujo
de perlas taciturnas?
¿con sus faldas de musgo, de conchas,
de insectos amarillos?
¡Oh mar contra el cielo y la penumbra!
Las playas misteriosas resplandecen
en el silencio parpadeante de la savia de los árboles.
¡Oh mar de labios abrasivos!
¿Quién te ha vestido de golpe
con ese rojo aceite de la aurora?
X
1
Bajo la bruma errante todo es frágil:
frágil es el destello del centeno al mediodía,
y el aliento del mundo en los linderos exhumados
por la pasión azul de las almendras.
¿Y quién tiene a su cargo el tiempo de las brújulas?
¿el tiempo que se asoma bajo las venas de los álamos?
16. 2
Es incurable el hilo nupcial de las dunas matutinas,
de las alcobas de agua de los manantiales.
La piedra insiste en pronunciar grandes murallas
y aclimatar su primer fuego
en una población de guarniciones.
¡Oh rosedales, selvas, tinieblas y montañas!,
el olvido es un manto de alientos sin palabras.
3
Nada es invulnerable
al contacto del mar invulnerable:
ni la vocinglería forestal de las nubes más cercanas,
ni el manantial recién salido del crepúsculo,
ni el pronombre que estalla
al borde palpitante de las playas.
¿Quién responde por este mundo frágil,
por esos frutos que estremece
la serena gesticulación de las estrellas?
17. XI
Hay remotos espejos que reflejan
la migración marina y virginal del ébano,
la nitidez solar e insólita de los velámenes.
¡Cuánta estación quemada por las legiones húmedas
de las esporas torrenciales!
¡Cuánta piedra indeleble
gimiendo por el polen de los pájaros!
¿A qué altura el incienso frecuenta a los relámpagos?
¿Dónde está esa colmena
que se yergue al margen de las dunas?
Hay abismos y vetas
cuyos lechos son anfibias galerías;
y puntos cardinales
que tienen la altivez invicta de la arena.
Las lluvias de alta mar ciñen con su espesor cenizo
a los faros que asisten al despliegue
de la aurora atrapada por las algas.
¿A dónde van los pañuelos
con sus murmullos lacerados?
¿A dónde la luna de la víspera
entre las aguas disipadas?
Los manantiales se cierran
bajo la exhumación discreta de la espuma,
y la marea estremece los puertos más remotos
con su larga y tenaz cabalgadura.
XII
Se anticipa la flama a la fiebre del abismo,
y el encaje de la bruma migratoria
madura la inclemencia del invierno
sobre la leche ínfima de las luciérnagas.
Con su claro perfume canta la lluvia a mediodía:
con su flor de epidemias
mana la fuente lunas cristalinas,
y el ejército aquel de sombras pudibundas
va dejando su celeste desmesura
en la espuma estelar de los cipreses.
Se sobrecoge el musgo en su clamor incipiente:
se anuncia el retorno de las golondrinas
a la tierra exhumada
por la agonía y la erosión del agua.
¡Cuánta postergación irrenunciable
tiembla mar adentro!
¡Cuánta avidez furtiva se tiende al azar de la ceniza!
Ya no hay encrucijadas
cuyos ángulos exulten la desnudez de las contiendas,
ni conchas de oscuros laberintos
que guarden a su instinto
la estridencia del mar,
o el efímero reino del fuego sin memoria.
18. XIII
No mar afuera sino mar adentro,
no la incipiente línea del rocío;
no ese arrecife, no esa roca al centro
sino el misterio entero del vacío.
EL DESORDEN DEL REINO
(1989 -1992)
19. I
¿Dónde quedó el refugio de los pájaros,
la madreselva huérfana, el enjambre
de sonidos asaz elementales?
¿Qué batalla empañó al río viejo,
qué cuchillo cercó las prominencias
en propiedades, calles y cerradas?
Cuánta humedad prendió y fue extinguiendo
el desorden del reino por otro orden,
el verano lunar por el invierno,
el tiempo natural por el del hombre.
Al final el ocaso hizo una sombra
con seis o siete piedras movedizas,
con un jardín abierto en cada brazo
y peñascos de luz. Se abrió el abismo.
La sed endureció los manantiales.
20. II
Qué fuerza inevitable, qué neblina
va cercando el temor, como una casa
ciega de tanto hablar de privilegios.
Lejos del porvenir la historia empieza
su forma opuesta: su íntima batalla
desmedida y voraz y tan incierta.
¡Cuánta oración en vano! ¿Qué desierto
se abre la piel al separar su arena,
preside el mármol, vuelve en los guijarros?
Desde el fondo diverso de la sombra
se afianza el miedo. Queda prisionero
el mar en otro sueño que no es suyo,
en otra densidad de la materia.
Nada suscita el sable ni la espada;
los caminos se cierran, los rincones
de tanto territorio inalcanzable
son trazos de otra historia y de otro reino.
III
Quema la vasta tarde del camino,
quema la forma ciega del cuchillo
que atraviesa la arena de los siglos.
Llega la guerra con los años. Tiembla
la ruina eterna bajo el tiempo inverso:
la luna peregrina, el alba empieza
a medir su destreza en el invierno.
Sobre el poniente hay un fulgor. Dos manos
que nunca tocan la región precaria,
abriéndose se cierran y gravitan
la rotación de su avidez. La llaga
que impera sobre el árbol infinito
de la vida, indecisa va cerrando
su círculo de fuego y su ceniza.
21. IV
Se oye el regreso claro y desmedido
de la canción contraria, la que viene
marcada con el surco de otras tierras,
de otras maneras de nombrar la vida.
Se entrevén el desierto, el sueño, el odio,
la gran noche magnética del oro;
la serpiente que tanto se persigue
a diestra y a siniestra, y el que vive
cazando el corazón del vasto cielo.
Qué distinta es el alba en este reino,
el jardín y la casa y los objetos
que no admiten ajena indiferencia
sino el polvo y la sal de su universo:
el silencio y el miedo van urdiendo
telarañas o espejos sin recuerdo,
historias que se quiebran sin fatiga
o sueños sin amor que no terminan,
lo cual, después de todo, da lo mismo.
V
Aquí el suplicio y más allá ese fuego
por cuya devoción el horizonte
perdió su fuerza. El agua persevera
en separar las islas y separa
también el sueño vago que las cubre.
Y la constelación sin nombre extiende
sus dominios en busca de miradas
que reflejen la altura de su sombra,
su vigilia mortal, su nuevo nombre:
bien conoce el abismo sus poderes.
Y la noche, sin más, se hace costumbre,
monótona distancia, cifra vaga
del punto cardinal en que descansa.
Imprecisa, la ruina va trazando
su esfinge primordial. El fuego, entonces,
reverbera en el mármol su constancia.
22. VI
¿Cómo cerrar la llaga, la que tiene
miedo de abrir más sueños en invierno?
De la lluvia y los libros y la noche,
de las páginas húmedas del tiempo
brotan calles, imágenes, ocasos
y un jardín amoroso. Las palabras
sólo salvan las piedras de las ruinas,
el eco hospitalario y silencioso
de dos cuerpos, dos manos y un destino.
¿Cómo sobrevivir sobre la tierra
con los días invisibles? El verano
es una imprecisión en esta espera,
lenta como la más eterna noche,
honda como la desnudez que clava
en el lecho su espada. La vigilia,
indivisa y plural, se va instalando
en los sueños que traza la ceniza.
VII
Bajo la piel del pájaro el ocaso
hizo una tarde perdurable, hizo
también su propia imagen separada
del severo infinito. Ya resbala
la gran noche en su polvo y su arenisca:
mas no es la misma pues ahora encierra
un remolino de alas. La negrura
invade el alma en que se afianza el río,
invade el fuego y la estación cercada
entre el alba y la sed. Elementales,
los pájaros mayores viven, vuelan,
cierran sus alas como celosías,
cierran sus nidos como corazones,
como cierran sus ojos sus miradas.
24. I
No soy alguien que se abra de palabras,
que se abra elemental, que salga ileso
de tres o cuatro formas de la insania;
que salga luego a suponer que el alba
de qué modo cayó, estoy que pienso;
que pensando pregunte: soy el que habla
de otro modo las horas de estar preso,
y esto de algo encajado en el cansancio:
la costumbre del odio, la costumbre
de amores enemigos que tropiezan.
II
No tengo prisa, me oigo, voy diciendo.
De nuevo la caricia que supongo,
que me vuelve a inventar bajo la casa,
que me pongo a mirar de cuerpo propio
con ojos de no sé, soñando acaso;
soñándome a que yo despierte pronto
en el hombre que llevo de mi brazo,
que llevo de apretarlo cada noche
y amanece en armarios, no sé dónde;
que sin prisa, se le oye, va buscando
la llana soledad del hombre llano.
25. III
Ahora sé del final y su comienzo,
del ayuno cayendo en saco roto,
de la sed, qué sé yo, sin abstinencia,
que el amigo que me hice no sé cómo
fue un invento falaz, un incompleto
que mis ojos no vieron, no era tiempo:
lo llevaba apretado tan adentro,
pero era de otro modo un amor muerto.
Soy el que habla de sombras al regreso:
de nuevo la mejilla que no pongo,
de nuevo el hombre llano bajo el brazo;
y aunque bajo de golpes, tropezando,
ahora sé que despierto, pero ileso.
IV
Ahora sé que oscurece sordamente,
que la vida es más sorda algunas tardes.
Y este modo de ser que no ha tocado
más que tierras ajenas.
Pecho a tierra,
sobrevivo civil y defendiendo
sentimientos que no hallan pertenencia.
Estoy lejos de Dios, de las raíces
que me dieron su ser y su reflejo;
que me dieron la sed que sigo siendo,
que mis cinco sentidos contradicen.
26. V
Voy hablando según estas paredes,
dudando si la duda mata siempre.
Y este vicio de estar desprevenido;
o ese sueño tan frágil, confundiendo
los días de la semana: llega el viernes
catorce de no sé qué tarde aciaga
o el sábado remoto de un diciembre,
de no sé qué partida de algún martes,
por enero, tal vez, que si algún jueves
ya no vuelvo, ya ves, sabes que pierdes.
Pero temo que habré de marchar solo
como todos los años, indispuesto,
con extraños motivos que no entiendo.
Cuento las horas de este amor despierto
y el horror del asedio a medianoche;
la incansable oración de mis deseos:
qué me importa el confuso tren del diario,
qué me importa, me digo, de mis años,
si está viva esta página de siempre.
AHORA QUE LO PIENSO
(1994 -1996)
28. AHORA QUE LO PIENSO
a Cintalapa
1
No sé qué hacer
cuando te estoy mirando
con cien adobes en un sitio muerto.
Las mañanas te aprietan.
Los gallos cantan para sus adentros.
Tu desnudez madura en cada puerta.
No sé qué hacer, deveras,
los domingos,
cuando escucho en la misa el Kyrie Eléison
y luego el Padre Nuestro y no te encuentro.
(Un caballo te suena
en pleno corazón por San Francisco.)
29. 2
No sé qué hacer
porque pareces muerto,
porque nada te asombra y porque tiemblas.
Tienes hombros pequeños
y molinos de noche
que se meten corriendo y me despiertan.
(Tu retrato se rompe y no me acuerdo
si llevaba pañuelo tu silueta.)
Ahora que lo pienso,
mejor voy a meter mi cuerpo sucio
en tus cantinas
a ver si me distraigo
de tanto sitio muerto.
DE ALGUNOS PUEBLOS
1
Nos aventaron a los pueblos:
que fuéramos a hacer el sol temprano
para que diera luz el barro.
Que fuéramos a ver el agua entrando
en el Espíritu Santo de las piedras.
En algunos caminos hablaron las culebras.
La risa que me daba
la encontraba desnuda después en un arriero.
La encontraba en el suelo pisoteada
por gallinas de tierra.
El olor de algún tigre nos tronaba los dedos.
30. 2
Por el camino viejo
nos quedamos sin pulso cuatro leguas,
nos quedamos pensando cuánto barro
necesita ese sol para su iglesia.
Nos manchaban los ojos las higueras.
Los pechos de Isabel eran almendras
por donde el surco se iba resbalando.
Con la bulla de Juan
se nos fueron las horas por el suelo.
Las nubes parecían camisas blancas de recuerdo.
Luego vino la lluvia.
El barro quedó solo.
Nos quedamos así: apretando el cielo.
LO QUE ESTARA PENSANDO EL MUERTO
a don Víctor Arellano
Lo que estará pensando el muerto
cuando dicen
qué es eso de morirse
con el hígado abierto.
Las ganas que le habrán de dar
de salirse corriendo
si lo buscan afuera las estrellas.
No dicen:
qué se va a morir; si no estaba muerto.
No comprenden
que miraba ya ciego
y no se daban cuenta.
(La luna, qué locura,
de ansiedad anda contando cuentos.)
Sus amigos no admiten
que aquel fuera su cuerpo
y su cara amarilla sin arrepentimiento.
31. Le hablan de lo mismo.
El los mira despierto.
De su camisa limpia brotan azulejos.
Lo que estará pensando el muerto
cuando dicen qué muerte,
qué es eso de morirse con los huesos bien puestos;
porque estará pensando en la intemperie
de algún sábado lejos.
Pasa toda la noche
tan solo el pobre muerto,
cansado de las ganas de salirse corriendo.
Porque qué ha de pensar
estando tan contento
con su cara amarilla tan solo y tan despierto.
Con los labios calientes,
las mujeres soportan el silencio.
CANCION PARA ANGELICA
para Angélica M. O.
Nos fuimos hasta abajo:
nos fuimos a mirar qué peces
nos iban a prestar su forma.
El río estaba echando cicatrices,
afilaba navajas en las sombras.
Para mí que los hombres
golpearon sin piedad sus puños:
cosa de no poderse sacudir el lodo
que apretaba la niña de sus ojos.
Para mí que esos muertos
se cansaban de estar sobre sus codos.
Se agarraba al dolor la gente sobre un árbol.
Se agarraba de Dios hasta el prepucio.
Toda la noche hablé del incidente:
del cadáver más fuerte
y del río abrazándolo en el fondo.
Angélica tenía un ciempiés en su vertiente.
32. CANCION PARA UN REGRESO
Ven.
Regresa como puedas.
No le eches a perder al viejo la noticia.
Puedes venir un viernes.
O un domingo de noche por sorpresa.
Verás que estoy haciendo un árbol
y una cama que acaba como empieza.
Se están poniendo viejos los espejos
y el armario parece que guarda ropa ajena.
Somos esa canción de tus andanzas,
la humedad de la ropa
que respira la casa cuando sueñas.
(Mi delgadez está soltando huesos.)
Regresa como puedas.
Queremos que en la puerta estalle la noticia.
Yo sé que las ventanas me dirán "ahí viene",
y yo tendré la luz prendida afuera.
TRIPTICO ATAVICO
A mi padre
1
Por noviembre lo miro más o menos,
digo qué pobre diablo: se ha cambiado
en otro cuerpo flojo. La camisa
con ceniza en el cuello y el aliento
platicar de ruibarbo. Por las noches
la piedad lo devasta. Tan huraño,
se enreda en sus posibles, siempre hablando
de la niña Mariana, de algún tajo
de no sé qué venganza o qué nostalgia.
Algo de herida a ratos va pagando
por no rondar las noches de mi madre.
33. 2
Por noviembre lo tengo ya pensado
decirle mira viejo qué desastre,
la casa está aluzando desmemorias,
el trajín fue brutal aquel verano,
no sé cómo empezar.
Te vale madres,
me contesta: qué sabes tú del odio,
de la llaga que muerde, que no muere,
si te dicen a la hora del velorio:
aquí acabaste tú, aquí tu padre:
pues muerto el perro se acabó la rabia.
3
Por noviembre lo miro. Pobre diablo.
Abre los ojos, lo fatiga el sueño.
El insomnio lo quiere ver cobarde.
Pero pienso que es tarde: va dejando
el sabor de lo amargo en las paredes,
en el suelo los trapos, simulacros
que le vienen a veces a destiempo
y en sus ojos mis ojos más o menos,
y en su rostro el carajo de los años.
Algo de herida a ratos va pagando
por no rondar las noches de mi madre.
34. A LA MUERTE DE MI PADRE
1
Debí decir
qué viento en contra,
qué ignominia esta muerte que te atrapa:
noche de espejos apagados.
Noche apagada:
veladoras trepando en el oprobio
de túneles sumarios.
Las paredes abruman.
Abruma el mar de incienso,
la gaviota del cuadro
cerrándose en picada.
2
Te miré en tus entrañas temblorosas,
aliviando los potros que la noche comparece
con su sordo aquilón de celosías.
La salina espesura de las sombras más altas
acosaba ese ritmo de salmodias gregorianas
que tanto te gustaba.
Miserables caminos
-largo gemido ocioso de tu puño enloquecido-,
socavaron los alegres enjambres de tu palabrería.
Cuánta luz vespertina salió de tu última mirada.
Cuántas nubes jugaron solitarias
en tu sueño de muerte repentino;
en tu juego final hasta la tierra.
Me miré ermitaño, como un niño,
en la mano que abriste para abrirme
la flor de tu rencor,
tu mirada rebelde y agustina,
tu estupor asaz mahometano.
Peregrinos insólitos vinieron
a estrecharme la mano como un muro
y a estrechar tu cansancio fementido.
35. 3
No es necesario despertar,
ahora que las palomas blancas
tejen señales prodigiosas en el cielo
y tus manos de alquimista bañan
de sol ardiente los mares de hojarasca.
Tu clamor silencioso hizo surcos calientes
en mis desventuras más tempranas.
Y esa manera tuya de hablarle al condenado,
al homicida solo,
a la sirena desolada y a la muerte ominosa,
marcó en mi corazón
la amarga desmesura de tu oficio.
(Entretanto, tu grave voz resuena
en la savia más reciente de los árboles.)
4
Un árbol cae,
suena;
los pájaros de papel se doblan, arden, vuelan.
El silencio, al abrirse, se queja.
Y no tienes nada.
Y no sientes nada;
rema, rema la luz
en la piel sin ardor de la hojarasca:
como estar sin estar,
me detengo a pensar qué pasa entonces.
36. CAMA DE PORDIOSERO
Cama de pordiosero:
noche de luna llena con banqueta.
(Perro amarillo oliendo los recuerdos
donde ya nadie asoma
la cara descompuesta.)
El pordiosero duerme.
Y yo en una cantina con la gente.
Y este papel que va calles adentro
dividiendo palabras en las puertas.
Un espejo me está mirando fuerte.
ES ASI PANCHO SIEMPRE LOS DOMINGOS
Hoy ha venido Pancho.
Es domingo.
En mitad de la calle me ha gritado
que el sol rompía su cara,
que la cruda
rondaba sus entrañas,
que el suelo así ya no tenía
sabor para sus huesos.
Venía rompiendo a ratos
el equilibrio de su cuerpo,
soltando un largo pensamiento en blanco.
Platicaba entre dientes:
Hablaba de burdeles,
de mujeres y lunas y quebrantos.
Hoy ha venido Pancho. Pobre diablo.
Es así Pancho siempre los domingos:
un hilacho de cal por las paredes.
37. HOY QUE ES VIERNES
Hoy que es viernes,
me puse a comprobar el trazo
de las casas
colgadas de la ermita.
(Me puse a comprobar si Dios
había traído leña suficiente.)
Y ese sombrero largo
es don José que baja de una pieza.
Baja con tanta prisa que parece
que va empujando el polvo.
Ha de venir a misa.
Ha de venir contento porque dicen
que ahora sí ya tiene
casa particular para sus hijos.
EL SAPO MUERTO
Son las dos de la tarde. El viento arrastra
un sapo muerto.
Mira al cielo sin ver
el pobre sapo ya sin pensamientos.
Da arañazos el sol
en la esquina de siempre.
Nadie sale a mirar
que debajo del sapo sólo hay
un pedazo de Dios que ya no siente.
Todos callan,
comen en silencio.
Ya no brinca más el pobre sapo muerto.
A las dos de la tarde cuánto perro.
Nadie sale a mirar
aquel pelear la presa con los dientes,
aquel husmear podrido de la muerte.
Da arañazos el sol
en el sucio color de tanta piedra suelta.
38. PARA QUE HABLAR DEL TIEMPO
No siente el corazón el paso.
(Recuerda aquella su obsesión tan tibia
del caballo golpeando a los ocho años,
de Fabiola pensando,
apretada a la grupa del caballo.)
Para qué hablar del tiempo:
Lo mismo da ese clavo que la herida,
las panteras de piedra;
las sibilas enormes de las ruinas.
Miro en ese desierto:
los mayores al fuego siempre blancos.
Miro en esa mujer
la navaja que afila su amasiato.
No siente el corazón lo amargo.
(Voy a quitar del muro las pupilas
y esa navaja que viene a molestarnos.)
SUEÑO CON TAMBORES
Van dos veces que sueño con tambores;
y me miro en el sueño
con pupilas ajenas esperando,
preguntando quién grita,
quién se puso otra vez a molestarnos.
(Me sacaron los clavos.
Me sirvieron café de no sé cuándo
y me dieron de baja en despoblado.
Me dijeron dos hombres
que buscaban mi cuerpo los romanos.)
Los tambores doblaron
setecientos avisos con presagios.
Cuatro pájaros negros me asediaron:
yo luchaba conmigo,
con la piedra más vieja,
con la estatua más blanca
que estaba yo explicando.
Los tambores callaron.
(No hago nada,
simulo, voy trepando.)
39. ESE NIÑO RECIEN
Lento al abrir sus nuevos ojos,
ese niño recién me vuelve sordo.
Los padrinos están
haciendo garabatos.
Lento el llanto pueril, pragmático, eruptivo.
(¡Ese niño, por Dios,
me tiene sordo!)
Se sacuden la caspa las visitas.
Los padrinos se van.
Alguien habla de Dios
y de pájaros en Estocolmo.
PARA LLENAR LA CASA
Para llenar la casa
no es el niño Jesús de Praga lo que falta;
ni la virgen de piedra,
ni la vasija de agua.
(Como a la una y media
mi madre saca un animal y lo degüella,
le echa sal y se va
a afilar su cuchillo y sus recuerdos.)
Para llenar la casa,
por el óvulo izquierdo tuvo Isabel un hijo.
Desde entonces ¡quién viera!
la lucha contra el miedo
es una tunda a palos.
40. DIA DE ASUETO
Lava mucho mi madre.
Pero cuando se rompe
el lavabo removido por sus penas,
hace día de asueto.
O se pone a amasar la harina,
a juntar las yemas con el fuego
con el mismo empeño de su fecundidad,
aunque cansada.
Y se pone a trastear, después,
ciertos negocios suyos,
empeñando animales cariñosos:
esos puerquitos tiernos
o gallinas que ponen mendrugos bondadosos.
Cuenta pesos al cobro
con nosotros,
para hacer un poco de hambre con judías
o una merienda llena de esperanzas.
Las anginas la dejan hecha una tristeza.
NATURALEZA MUERTA
(1998 - 1999)*
* Primera edición 1999.
42. NATURALEZA MUERTA
I
Naturaleza muerta un mes de julio.
El sopor como fondo.
Mesas que hablan
del arcángel secándose en el muro:
telaraña de estuco sus dos alas
y aquella su materia que no siente,
que no enciende la espada
porque afuera
está lloviendo tanto.
Parpadea
el minúsculo gesto de su cara.
Desolación sagrada.
Nadie llega
este fin de semana a ningún lado:
verían la casa a medias como siempre,
como siempre los ojos,
la mirada;
verían el pozo entrando por el agua,
verían el fuego nuevo y los despojos,
los ojos amarillos de la nada.
43. El hongo crece,
abraza la madera;
señala negligente el cielo raso,
menoscaba el portón
y nadie llega;
cómo espera temblando el calendario.
No sé qué sol de entonces amanece,
no sé qué lunes entra hasta la sala
y se va siendo martes que no empieza,
y se va haciendo tarde:
Dios es viejo.
Pareciera
de hace siglos la cruz del crucifijo,
desagravio el rosario los domingos,
la herida del costado
un crimen visto
por oscuros romanos.
Pareciera
que están en otro sitio sus tres clavos.
Candelabros que aguardan,
no sé ahora,
si las tardes o el Credo o la balanza
de las sombras raídas.
¿Qué oraciones
testifican la calma, el equilibrio
de los vastos altares?
Jesucristos
que figuran milagros por hastío;
San Cristóbal pensando,
tan remoto;
San Martín Caballero más arriba
y la virgen serena, con su luto.
Candelabros que ofician,
ya qué importa,
los libros de mi padre junto al tiempo.
44. Pero llega el recuerdo
de algún año,
como llega un domingo,
como llega
el perfume del baño de la abuela
por los muros de adobe de la casa,
la doméstica estancia y su paciencia,
los rincones
marcados por los muertos:
tío José Ángel augusto en el retrato
y el abuelo sentado por delante
la familia incompleta presidiendo.
Naturaleza muerta.
Inconveniente
del invencible nudo de los ecos,
del insomnio dos veces impaciente
que los ojos no sienten porque afuera
está lloviendo tanto.
Nadie llega
esta mañana que de todos modos
durará solamente lo que dura
la nostalgia del sueño.
Pareciera
que mi rostro no encuentra su retrato;
que mi cuerpo se sueña,
que soñando
se arroja ya despierto por la puerta:
verían que no hubo sangre porque el sueño
estaba en otra parte.
Naturaleza muerta.
Dios es viejo.
Inconveniente
del invencible modo de los muertos.
45. II
a Eva Mendoza
El insomnio otra vez
y el tedio vuelve,
y la hoja tan pálida a la fuerza,
y la carta temblando profecías,
y mis ojos
como un observatorio,
y Licurgo sin velas, qué distante,
y el estante esperando no sé qué ayes
de batallas remotas.
Sacerdotes
de pigmentos morenos sacrifican
en el libro de historia, las solapas;
y el grito de la piedra tan oscuro,
y al final el capítulo del fuego
y esta noche, qué tal, Tezcatlipoca.
El espejo al revés.
Solar de trenes
y rebeldes los rifles zapatistas,
y la lluvia tan sepia de la foto,
y adelitas de polvo
con rebozos
en la línea de fuego.
Dos alambres
que ya no necesito para nada
cuelgan, qué tal, este domingo absorto,
y este sitio de estar conmigo a solas
y el instante de estar entre nosotros.
46. Alguien dijo mi nombre.
No me acuerdo
si estaba yo de acuerdo con que Ulises
pusiera sitio a Troya.
No me acuerdo:
su caballo en qué libro lo he dejado;
que perdonen los griegos
pero llevo
rato de estar en Naxos sin Ariadna,
esperando a Teseo,
qué incumplido,
abrazando mi almohada pos si acaso
algo me dice el oráculo de Delfos.
Alguien dijo mi nombre.
Vino hablando
de no sé qué figura sobre cera,
de algún harapo que el insomnio guarda
o aquella niña omnívora en la esquina
que junta ruidos
al lado de su sombra.
Nadie dijo mi nombre.
Yo pensaba
en alguna sonata con adagio,
en la carne común que nos separa
y este oficio de muro por las tardes;
y en el pozo que hacemos en el agua
y a la izquierda
el atrio de tus muslos;
yo paraba
mi nave hermafrodita
en tu pecho, sitiando madrugadas,
rodando cuerpo adentro,
entredormido,
como un niño sorbiéndolo despacio:
ahora y en la hora el naufragio
en la súbita leche de Afrodita.
No tengo nombre:
anónimo me he visto
en el sitio en que velo mis entrañas,
en que velo sin armas mi bautismo
y el nagual que me dieron de prestado.
47. Algo sube a mi cara.
Ya me alcanza
no sé qué escalofrío; las hormigas
avanzan
y en la sien desnuda escriben
la diáspora nocturna de los viernes;
y un algo de ir cortando amarras cruje,
respira y sobrelleva
este esqueleto
que dejo algunas veces en la cama,
o lo llevo a la sala somnoliento
a fumar cigarrillos
o a mirarse
en sus cuencas ya faltas de coraje.
Miércoles de mi sombra.
Cuatro soles
abruman el desorden de mi pulso,
de mi sangre en la piedra.
Pedernales
que devienen solsticios en mi carne,
que devienen raíces para nada,
pirámides buscándose en mi boca.
Noche de pormenores.
Hasta cuándo
me seguirá esta sed ingobernable,
carnicera insaciable,
sin matarme,
y me dirá “cien veces cien cien veces”,
mientras me habla Xavier de sus nostalgias.
48. La penumbra otra vez.
Inquebrantable
esta guerra florida del insomnio:
no sé cuántas argucias con Ulises,
y con Circe gozosa entre mis brazos;
y la nave que habrá de conducirme,
y el estante
colgando de sus ruidos,
y el corrido de Troya y el espejo
que oscila de adelitas,
y este cuarto
como hacha por tus muslos,
y el cansancio que vence al naufragio,
que vence poco a poco cuando sitia
el instante de estar entre nosotros.
III
Ahora vuelvo. El caso es este estorbo
que me ronda diverso en su suplicio,
que en su vicio se muestra tan informe
que casi ya no sé de veras dónde
voy camino de qué sembrando a solas
sentimientos adversos. Ahora vuelvo
de la roca que espera paralela
a los cinco tropiezos de mi historia,
a la injuria que amé desde pequeño
y a mi historia de piedra sobre piedra.
Y es que otro soliloquio no recuerdo;
qué voy a recordar, cómo, si sólo
me llevo mal de siempre con el tedio,
con la dicha me llevo y no me llevo,
con los modos del tiempo soy soberbio:
dirán por eso aquí llegó el que piensa
otra forma de ser ya sin Teseo,
otra sombra, la misma de la vida,
la misma de los jueves, la que gusta
ser pálida costumbre del espejo.
Y hace tiempo que dicen esta suerte
De no ir diciendo nada. Ahora tienen
por lo menos el miedo, la cordura
de no asomar la cara. Ya decía
49. que a veces no me sé lo que sucede,
que no me sé la parte inmaculada
que otros hablan de suyo. Medioscuro,
consigo por las tardes el deseo
de simular rehenes o el destierro
de diez años sin nadie, sin Helena,
de veinte años sin Eva. Qué fenicio
confunde mi osamente de plebeyo
por una de guerrero. Ahora vuelvo
a ser el aborigen de mi tierra:
zoque rupestre, indiano de mil sangres,
purépecha cruzado con el polvo.
Allá va mi silueta en su destiempo,
sudando el trago amargo, la violenta
impiedad circular de su destino;
padeciendo mil rostros que perturban
su asombro de Narciso: tolvanera
de llagas que tropiezan. No me quejo.
El caso es este miedo sin embargo,
este sexto sentido milenario
de dos fuerzas tirándome perplejas,
rondándome en lo oscuro. Qué quisiera.
Después de todo siembro a solas; vuelve
no sé qué extraña roca paralela
diurna de sombras sobre Atenas. Duele
todo este parentesco que voy siendo,
toda esta sangre mil de cien maneras,
todo este Juan Sin Tierra tan adverso.
Allá va la amenaza imperceptible
del rencor desigual ojo por ojo
que va de ti cifrándose en nosotros,
que va de mí cifrando un orden turbio
diente por diente en un desorden pétreo,
en un sin malestar que espero solo.
Dirán entonces no sé qué razones
de no sé qué materia sin aliento,
de no sé qué canción o amor perdido,
de no sé qué tropiezos de mi historia,
de no sé qué destierro: poco importa
este siempre no sé lo que sucede,
este sueño de veras no sé cuándo
de jugar con la sota, con dos reyes
y el caballo menor de la baraja,
y de reina Artemisa con Diomedes
enfrentando la furia de mis dioses:
la serpiente emplumada que preside
poderosa mi noche de basalto
y mi madre Coatlicue que me cubre
de serpientes el cuerpo cuando duermo;
y así salgo del sueño casi ileso,
y así muero en el pájaro que muere
cada tarde en la flecha del incienso
y renace jaguar cuarto creciente
siete veces de noche, siempre siete,
siete noches de insomnio con la muerte.
50. Allá van de mis pasos los tanteos
y el insulto mortal que no devuelvo,
que contengo hierático en la piedra,
la que busca en su golpe su tiniebla,
señalando ese sitio de la afrenta
donde el odio se va precipitando,
fiero estorbo de modo tan soberbio.
Media luz. Soledad. El cuerpo ileso.
Medianoche de espejos invencibles
con arañas que suben combatiendo
siempre igual, tanto tiempo. Persevero
en mi guerra sin luz como un ateo
con mi turbio desorden de guerrero,
con la injuria que amé desde pequeño
y la espada ya sola, sin Teseo:
inventario de sombras sobre el jade,
soliloquios del tedio sin remedio,
señoríos que tiemblan en silencio,
desmembrados, remotos, separados,
devolviéndose adversos. Ya decía:
la parte inmaculada que no entiendo:
el caso es este estorbo. Ahora vuelvo.
IV
Comencemos de nuevo: supongamos
que digo aquí está el odio de mi hermano,
aquí el niño de piedra, el hijo roto
que no discriminaron. Ya qué importa
este tiempo de andar tan separados,
como si algo escondiera, como si otros
perdonando me vieran ser el mismo
y no otra vez la errancia, el escondrijo
de buscar sin buscar. Pasaron años
que no supe qué vi cada mañana,
que no supe de mí si hablaba acaso,
que me supe cobarde cada tarde
como esa noche sucia de mi carne.
Pasó tanto después: la historia en vano,
la repetida historia del vacío,
del odio vil que no me queda claro,
que es la historia que va de mis hermanos.
51. Otros dijeron yo te vi llegando,
yo te miré cruzar de calle en calle,
recoger sobre ti tus propios pasos,
echar la sombra en contra de los hechos
y hacer un nudo lejos, bien aparte.
Puesto que no hubo pruebas no encontraron
las huellas de mi azoro fragmentado,
los nombres que me dieron de bastardo
y los que no me dieron porque andaba
como un Jesús expiando extraños pueblos.
Supongamos ahora que tenemos
el pan multiplicado con sus peces,
la oración impasible, la más limpia
oración de mi madre cuando estrena
el sopor de las tardes con sus misas,
diciéndome quién inventó este cielo,
este soñar despiertos que tenemos.
Pero ahora lo pienso, que perdonen
tantos meses de espera hablando solo
sin el pan ni los peces. Preguntando
si esta noche por fin alguien nos llama,
si nos hacen la mesa de algún modo,
si la cama de encino a medianoche,
si los niños vendrán, yo no sé nada;
porque a tientas, es otra incertidumbre
vivir como Dios manda, como un pobre
que dijera por fin todos los viernes:
por qué salgo de mí, de todo, entonces;
por qué este barro dándose en contrario,
y este odio siguiéndome en lo oscuro
como esa noche sucia de mi carne.
52. V
Qué penumbra, diré.
Sabrán que miento.
Sabrán de la distancia.
De mis hijos.
De nuevas cartas que llegaron lejos
y el oficio de errar:
papeles blancos,
páginas limpias de no sé qué esperanzas,
de no sé qué perdido sentimiento.
Y qué extraña esta sed
y el cielo todo,
y la ausencia por fin tan limpia y sola,
y tan sola la sala con su duda
y a las ocho
de nuevo la penumbra.
Comentaba al azar las mismas cosas,
como aquello tan pobre a la mirada,
o de aquella mujer una mañana
o la risa de dos en cualquier paso.
Contestaba al azar: adiós.
Me vieron
donde el miedo de Dios era mi miedo.
Su palabra, lo incierto.
Qué tiniebla:
descubrieron mi rastro desmedido
en el niño de siempre. Qué despacio.
Sólo fueron preguntas. Parecían
golpes de no sé qué diluvio mío.
Y David, sin cesar,
siempre siguiendo
aquel perdido sentimiento.
Fuimos
de otra suerte tenaces enemigos.
Señales de algún bar.
Paredes muertas.
Soliloquios en casas de madera
y no sé qué otros aires.
53. Y este asombro
de estar aquí la vida reparando,
de estar allá la ropa y su costumbre,
sacudiendo los nombres los domingos,
los difuntos en paz otro verano.
Mas equivoco a veces los armarios,
las puertas que no sé dónde quedaron,
las tardes al revés siempre lo mismo
y tanto pensamiento en desagravio.
Sino que algo se va de estar conmigo,
se va de ya no verme confundido:
vagina, soledad y dromedario.
Palabras graves.
Ruidos del insomnio.
Ruidos que van rodando sobre nadie.
Calles que alzaron polvo sin nosotros.
Calles sin porvenir.
Cristales rotos.
Tedio mortal guardando la vigilia.
Lepra que sale muda por la boca.
Junta de escombros.
Médula del pozo.
Cierro los ojos.
Iris evasivos.
Me acuerdo de soñar:
bastardo, elijo
la vieja roca sublabial, la roca
que no supe arrojar.
Qué desatino:
vi el horror de Caín tan desgastado,
tan amarga su voz hasta dolerme,
mostrando siempre su arma;
la saliva
que tanto me persigue, ese mal sueño
de la hembra jabalí con un ladrillo.
54. No conozco las calles que mis manos
preservaron del fondo del insomnio.
Todo empieza de noche.
Tal vez nadie
supo cómo tantear en la esperanza:
penitencia de pobres.
Ciudadela
de perros que nacieron en desorden.
Asedio de mi sombra que no sigo.
Canto del gallo prematuro.
Viernes.
Por mis entrañas sube el caserío:
éxodo y malestar entrando a plomo.
Me defiendo sin ver de qué ladrido
salió el colmillo indestructible.
Niños
Que se mordieron huérfanos.
Qué abismo
me pide cuerdas que no llevo adentro;
me pide el cuello, el ala, el amuleto,
el adobe sumerio de los muertos.
Pero vengo de hacer el santo y seña.
De no sé dónde vengo.
Pareciera
que fui a peregrinar la cordillera
de algún espejo roto por la tierra.
Me sigue la penumbra.
Qué tiniebla.
Me sigue de otro modo que parece
que yo no soy, no soy este que escribe
su no ser deducible.
Madrugadas.
Calumnias prenatales.
Risco de no sé qué hambre sin señales.
Este peso sonámbulo no existe.
Esta mole bastarda repetida
por no sé qué artificio.
Qué vacío
me ha dejado esta asfixia de la culpa.
55. Pordiosero del sueño,
me contemplo
en el golpe mortal desamparado.
Me contemplo enemigo de este cuerpo
que no es mío, sino ese moribundo
de razones pretéritas:
despierto
de ese sueño de páginas adentro
donde he caído tanto.
Forastero,
miro todos mis hilos tan podridos,
roto de siempre el pan y el parentesco,
engendrado de nadie y la molestia
que me sucede a ratos.
Qué despacio
esto de irme cayendo por las plazas,
por el pozo grasiento del insomnio,
por este purgatorio. Tal vez nadie
sepa darme razón.
Qué desatino.
Qué tiniebla este asombro desmedido,
y esta sala tan limpia de esperanzas,
y a las ocho de nuevo sin mis hijos
y la ausencia otra vez.
Cristales rotos.
56. EL SUEÑO DE TLATILCO
A las seis de la tarde,
cualquier día,
me vendrán a decir que estoy metido
en el acto fallido de tu vida;
me vendrán a poner candados viejos
o roperos en ruinas.
Voy diezmando
la madera del árbol,
los contornos oscuros donde expiran
mis razones a medias,
la cama conque siempre me defiendo:
siempre el sueño de siempre,
la serpiente
que persigue mis ojos en Tlatilco,
que persiste en su lucha cuerpo a cuerpo
y me habita murciélago.
A las siete,
sigo piedras adentro,
sigo el grito que parte en dos
este relieve:
me despierto en la ruina amargamente
con un torvo secreto
y mi escudo a un costado de la muerte.
EL SUEÑO DEL RETABLO
Ahí mi casa ligada con el barro,
ahí los hombres quebrándose a caballo,
ahí mis manos detrás de mis palabras,
y esa de risa, de quién, que me ha tirado
una línea vacía de carcajadas.
Más allá los disturbios sobre el atrio,
los amargos filósofos, los ojos
del retablo mayor sobre mis ojos.
La señal de la cruz se resquebraja:
tengo otro pensamiento, pero es sordo
el que lleva la cruz: siento mis hombros
como un peñasco de maderas rotas.
Van a verme jurar junto a la parra.
Van a verme dudar.
Para qué las espinas,
para qué la plegaria de los clavos
si a medianoche el miedo los revuelve:
cementerio de cabras,
cadáveres sin fin en un brasero.
Va a verme dudar en el sigilo
de su turbia sordera.
Por las calles,
a los perros marcados les da fiebre.
57. NOCTURNO CALLEJERO
Aquí nadie me espera.
Aquí yace la hebra que respira
su delgadez a sorbos.
Nadie mira
que la pared se rompe de blancura,
que sin querer se encuentra todo en orden,
que los moros del sueño
llegan de noche siempre a sujetarme:
sus cuchillos me tocan,
sus miradas de cobre
me contemplan ya piedra sobre el aire.
(Aquí me estoy temblando,
agarrado a la sombra inmensamente,
a la inmensa intemperie
y al páramo de fiebre.
Después, para gritar, divido,
doy un salto mortal sobre el relieve.)
La eternidad transcurre
de lunes a domingo y otro lunes
consigo la costumbre de aferrarme al muro,
de darle a cualquier rostro el nombre tuyo.
(Recompongo las horas, doy comienzo
a este inútil nocturno callejero.
Y este quehacer de pájaro podrido
llena mis ojos de inmóvil carne dura.)
Nadie mira
que rompo este papel,
la eternidad y el muro.
58. BLUES PARA VIKI
a Griselda Núñez
1
Miente
quien afirme
que yo no estuve ahí como testigo,
que no vi el fuego arder, que estaba solo;
que prófugo de mí
levanté el alba,
levanté lo que fui.
2
Qué empeño extraño
demora esto que aquí va siendo llaga,
o va siendo animal
porque a deshoras
viene con no sé qué de mala sombra.
3
Diciembre por más dulce me da pena.
Y esto que callo cada que amanece,
esta fuerza de siempre padecida,
es siempre así de rabia con paciencia,
rebuscándome entero,
quebradizo,
enfrentándome roto hasta dolerme.
EL TIGRE YA SIN ALAS
(2002-2004)
59. EL TIGRE YA SIN ALAS
Apaguemos el bosque.
Recojamos el cuerpo del auriga
y cerquemos al tigre ya sin alas.
El velamen de piedra
está depuesto.
El cadáver sin habla
se despeña en el cuervo que profana
el azul de sus vísceras.
Estelas
que figuran jaurías
y un arúspice trémulo en la niebla:
el metal resplandece;
hay vestigios
de viejos sacrificios en las ruinas;
y la impronta del tigre
en el arco solar se desvanece.
60. SEMEJANTE AL ESCRIBA
Semejante al escriba,
voy diezmando
materiales profanos que la gleba
vocifera en mi casa.
Los espasmos
que cincelo en la piedra
van hablando
de mis noches herejes.
Las paredes enhebran
los fragmentos
de los óleos sagrados, del estuco
que aprisiona la luz del cielo raso.
Otras noches,
de los pueblos vencidos
han bajado
amanuenses extraños
con extrañas ofrendas en las manos,
con los ojos erráticos
y el sueño
de un cenote sagrado palpitando.
CORAZON DE PIEDRA INUSITADO
1
Nadie conoce
a mi señor vejado,
al que guarda acucioso, al que suscita
su corazón de piedra inusitado.
Nadie sabe qué forma
tiene el puño
que devora sus horas de discordia;
que subleva a la flor contra el verdugo,
que mitiga el dolor
del barro subrepticio
y de su historia.
61. 2
Nadie mira
el bosque ensangrentado
de la guerra florida;
ni a la flecha que trepa inmaculada
en el aire precario
de la noche sumida en los guijarros;
ni al guerrero que duerme
con su cara de tigre,
soñándose inmortal
en el vasto mural apuntalado
por otro sacrificio,
y el águila que cae,
y el filo de la piedra
haciéndose cuchillo.
3
Nadie advierte esta lucha
cuerpo a cuerpo
de la noche y los cántaros inermes;
del insomnio que arrastra
y que somete
la fuerza de mi arco ya inservible;
y estos puños sin furia
y este escudo,
y este cuerpo sin nombre convalecen
como un nudo indeciso,
en el sueño inmortal
de otro guerrero.
62. LEVANTARME TEMPRANO
Levantarme temprano
-la hora estipulada es lo de menos-,
abrir el sábado al margen de sus sombras,
mirar a Dios, nervioso, por los aires
parapetando estrellas, tramando nimiedades;
salir, buscar el cuadro practicable
o el dibujo más alto del paisaje;
y en un descuido
de la aurora unánime
-cuatro mujeres tejen puntos cardinales-cambiar
de esquina
y de historia en otra calle,
por donde nadie pueda apresurarme.
A LA LUZ DE LA TARDE
A la luz de la tarde
se interrumpe el murmullo de las casas;
padece grietas
el desdén espigado y quejumbroso
que anida en los relojes
(nadie imagina ciervos congregados
en la urdimbre que acecha al oficiante.)
El sueño es inmortal, pero rupestre:
calma la ira de las horas;
deja languidecer
los hábitos revueltos en la arena:
algunas voces que no duermen,
agitan sus manazas
buscando a tientas la piedad remisa
de algún Cristo sin clavo y sin espejo
(turbios aurigas rompen el hechizo
de la nube almenada
apostada en la entrada de mi casa.)
63. Luis Marín nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Estudió
Ciencias de la Comunicación en la UAM Xochimilco y
Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa, en el Distrito
Federal. Ha publicado el poemario La sal de los alisios
bajo el sello de la UAM Iztapalapa. Ha publicado tam-bién
diversos textos en Casa del Tiempo, El cocodrilo
poeta, en el DF, y en la revista Este Sur, de Chiapas.
Actualmente reside en el Estado de México.