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DANDO DE COMER A LOS CERDOS
Marvin y Samuel estaban sentados en un montículo al borde de la
explanada roja, junto a una hilera de carretillas. Frente a ellos, a buena
distancia, uno de los muros de alimentación de la granja subterránea se
extendía hasta fundirse con el horizonte. Y a unos cientos de metros a su
izquierda los barracones, todos iguales. Marvin se revolvía incómodo en su
traje verde de goma, una sola pieza desde los pies hasta la mitad del pecho,
dejando desnudos brazos y hombros. Samuel jugueteaba con su máscara
respiratoria entre las manos.
–Puta mierda de traje –bufó Marvin, reajustándoselo como podía–. Esos
cabrones me lo dieron tres tallas más pequeño. Por lo menos.
–El traje está bien. Eres tú que estás hecho un gordo repugnante –dijo
Samuel, volteando su máscara en el aire.
Marvin se pasó una mano roñosa por la calva, clavando sus ojos
porcinos en Samuel.
–Cállate esa boca podrida que tienes si no quieres que te meta esto por
el culo –dijo mientras acariciaba el hacha, casi herrumbrosa de sangre, que
descansaba entre los dos.
–Vaale…no eres tú, es el traje que es muy pequeño –Samuel giró la
cabeza hacia el portalón de la instalación, a su derecha –mira, ya viene…
–¿El qué?
–El puto camión, cojones ¿Qué va a ser?
En efecto, un enorme camión volquete de carga pesada –que una vez
fue amarillo– entraba rodando en su dirección, precedido del grave rugido del
motor que competía con el rumor de la nube de moscas que lo sobrevolaba.
–Gordo ¿Qué prefieres, seleccionar o cortar? –preguntó Samuel,
colocándose la máscara.
–¡Qué gilipollas eres! Ya sabes que nací para cortar.
–Pues resulta que yo también –su voz sonaba ahora artificial– ¿Pares o
nones?
–Pares.
–Nones. Una, dos y…¡Tres!
Samuel extendió los dedos índice y meñique frente a la cara de Marvin,
mientras que éste hizo lo propio con sus dos dedos corazón.
–¡Mierda! ¡Mierda puta, otra vez, joder! –gritó Samuel, pateando el suelo.
–Jódete, cabrón –se carcajeó Marvin, cogiendo el hacha del suelo.
–Ya van cuatro veces. Para la próxima volveremos al fifty-fifty –dijo
Samuel, comenzando a descender por la ladera del montículo.
–No te lo crees ni tú –rió Marvin, pasándose el hacha de una mano a
otra, cortando el aire en forma de ocho macabro.
–Ponte la máscara, so cerdo. Y tira delante.
–Jódete…
El camión se detuvo con un bufido de frenos hidráulicos. Una montaña
informe de cuerpos entremezclados asomaba por encima del volquete; del
borde colgaban brazos y piernas desnudos. Las moscas se extendieron como
una tempestad negra alrededor, envolviéndolo todo con sus zumbidos
rabiosos.
–¡Me cago en las putas moscas! –gritó Samuel.
–¡Bah! ¿Es que no recuerdas cuando lo hacíamos sin máscaras? –se
hizo oír Marvin –¡Aquello sí que era una mierda, tío! ¡Jaajaja!
–Sí, menuda mierda –respondió dando manotazos al aire en vano.
Lentamente, el volquete comenzó a elevarse por la parte de la cabina, y
los cuerpos cayeron rodando unos sobre otros como un alud a cámara lenta,
golpeando el suelo con crujidos húmedos. El hedor hubiera sido insoportable
para cualquiera que no llevase años viviendo allí. El camión se puso en marcha
de nuevo, dejando caer los últimos cadáveres mientras se alejaba. La montaña
de carne estaba ahora frente a ellos, una indigna masa humana de ojos y
bocas negras. Desde una torre de vigilancia cercana, el estridente bramido de
una sirena hendió el aire.
–¡Guaaaaaa! ¡Qué empiece la fiesta! –gritó Marvin, eufórico.
–Sepárame al menos los adultos de los niños –indicó Samuel.
Pero Marvin ya se había lanzado sobre los cadáveres, blandiendo el
hacha sobre su cabeza.
–¡Mirad lo que os traigo, cabrones! ¡Yiiihaaaaa!
Como si abriese surtidores de sangre en el suelo, el hacha subía y
bajaba como un viento furioso que el ojo no alcanzara a ver, con la espantosa
eficacia que sólo puede otorgar la experiencia: en cada golpe, una pierna, una
cabeza, un brazo eran separados limpiamente del cuerpo. Y Marvin pasaba de
un cadáver a otro con la mayor rapidez, sin mostrar signos de cansancio, como
una máquina psicótica desenfrenada. Mientras, Samuel se afanaba por seguir
su ritmo, y llenaba cada carretilla o bien con brazos, con piernas o con
cabezas, dejando para el final los troncos y sus vísceras por ser la tarea más
repulsiva, a la que no se acababa de acostumbrar por más que lo hiciese mil
veces.
–¡Marvin! –gritó– ¡Los niños en dos o tres trozos y aparte; no quiero que
me vuelen la cabeza por tu puta culpa!
No supo si le había oído entre el zumbido de las moscas; Marvin seguía
sacando cuerpos del montón para extenderlos en el suelo y despedazarlos con
mayor comodidad; parecía un grotesco monstruo de pesadilla, cubierto por una
película de sangre, sudor y moscas, con la máscara respiratoria ajustada como
si fuese su propia cara. Lo cierto es que siempre le había tenido miedo, a él y a
que se le escapase uno de sus brutales hachazos; estaba seguro de que, si
llegaba a ocurrir, Marvin se reiría de su terrible error y del resultado
sanguinolento. De ahí su interés por conseguir el puesto del hacha; por lo
demás, ambos trabajos eran igual de extenuantes.
Un convoy de camiones repletos de cadáveres se internó en la
explanada pasando cerca de ellos, con dirección a las secciones de la
instalación donde aguardaban otras parejas de despiece para empezar su
trabajo. Samuel y Marvin conformaban la V-8, pertenecientes al barracón V.
Desde su posición podían distinguir las siluetas de la pareja V-7, esperando a
que su camión descargase junto a ellos. Marvin se había detenido, al fin, a
recuperar el aliento, dejando el hacha incrustada en la espalda de un hombre.
Junto a él yacía el cuerpo de una chica joven.
–¡Mira tú, qué tía más buena! –dijo Marvin, levantándose un poco la
máscara– Joder…qué desperdicio…
Samuel siguió cargando más y más brazos, piernas, cabezas…cada
resto en su correspondiente carretilla, amontonando torsos y vísceras para
después. Intentaba compensar el ritmo endiablado de Marvin.
–Hmmm…vaya tetas…si no fuese por este jodido traje de goma me la
tiraba aquí mismo.
–Déjate de chorradas, gordo. Como no terminemos a tiempo nos vamos
a pasar otra puta noche aquí fuera. Y sin comer, como la otra vez. Así que tú
verás…
–Vaya…yo que había parado un poco para darte tiempo a acelerar esa
velocidad de maricona que te caracteriza…pues nada, a ver si me alcanzas –
escupió Marvin, cogiendo el hacha de nuevo.
La tarde fue cayendo y Marvin ya no se detuvo ni por un instante, como
poseído por un dios berseker. La extensa hilera de carretillas estaba llena
hasta los topes. Samuel caminaba agotado –uno de sus últimos viajes ya– con
los brazos cargados de casquería cruda. Pero lo dejó caer todo, parándose a
vomitar. Por segunda vez.
Marvin, que ya había terminado de trocear, se carcajeaba a placer en la
distancia.
–¡¡Aajaajaajaaa!! ¿Pero cómo puede darte asco? ¡Qué sensible eres,
princesita! –Y siguió riéndose como un enajenado.
–Déjalo ya, Marvin. Y ven a echarme una mano, joder –dijo como pudo.
–Lo que ordene la princesita –Y cogiendo un par de brazos de una
carretilla, se acercó gesticulando con ellos, a saltitos ridículos.
–Déjate de gilipolleces y ponlos en su sitio, hostias –Samuel parecía tan
cansado como amargado.
–¡A mis braaazoos, Saaaamuu! –gritaba Marvin con voz aflautada,
abrazándose a sí mismo con los brazos cortados– ¿Es que no quieres que te
de un poquito de aaamoooor?
–Que te den por culo, gordo –atinó a decir Samuel, mientras recogía su
carga hedionda.
Cuando Marvin se hartó de reír y hubo terminado de afilar el hacha en la
piedra-monolito, se acercó para ayudar a Samuel con las últimas carretillas.
Las arrastraban hasta el muro de la granja subterránea y allí, a través de
conductos diferenciados, vaciaban las distintas cargas. Después debían
esperar unos segundos, hasta que el marcador digital sobre el conducto se
iluminaba en luz verde con el número de miembros / kilos depositados.
–¿Oyes los gruñidos, allá abajo? –susurró Marvin.
–Sí…se parecen a los tuyos cuando duermes –respondió Samuel.
–Jeje…aún puedo mejorarlos...
El marcador les mostró sus cifras, y ambos dieron media vuelta con sus
carretillas; ya quedaban pocas por vaciar. De repente, un ruido agudísimo les
sobresaltó. Lo emitía uno de los marcadores de la pareja V-7, que brillaba en
rojo intermitente. Al parecer, uno de ellos se había equivocado, metiendo algo
que no se correspondía con el conducto. En efecto, el hombre miraba la luz
roja, sus manos…una y otra vez, como si no pudiese creer lo que estaba
ocurriendo. Rivalizando con el ruido del marcador, una detonación seca rasgó
la oscuridad. La parte posterior de la cabeza del hombre explotó y éste cayó de
bruces en la carretilla, derramándose su masa cerebral sobre la espalda. El
centinela de la torre de vigilancia tenía una puntería excelente.
–¿Echaste los brazos en su sitio, verdad? ¿VERDAD? –Samuel estaba
frenético.
–Sí…sí –balbuceó Marvin– …creo que sí.
Ambos aceleraron el paso, sin mirar atrás.
Mientras, la pareja de V-7 se acercó hasta su compañero inerte y,
tomándolo de un hombro, lo tiró al suelo. Sin perder tiempo, agarró el mango
de su hacha con las dos manos y comenzó a descuartizarlo. Con cuidado,
recogió cada pedazo y los fue introduciendo por los conductos correctos.
Después, se dirigió de vuelta a las carretillas aún llenas. Aquellas que su
compañero ya nunca podría descargar.
Samuel y Marvin terminaron diez minutos antes de que sonase la gran
sirena, anunciando el final de la jornada. Caminaron hacia el corredor de
entrada al barracón V.
–Qué hambre tengo –murmuró Marvin.
–Sí, yo también –respondió Samuel– Estoy agotado.
El largo corredor era como un túnel de lavado; todos se adentraron bajo
la bendición del agua a presión de las duchas, todos dejaban colgados sus
trajes de goma en las paredes y, finalmente, todos entraban desnudos en el
comedor. Samuel iba detrás de Marvin, sintiendo el riachuelo de sangre en sus
pies. Observó el V-8 grabado a fuego en su omoplato izquierdo e imaginó que
el suyo se vería exactamente igual; aún podía recordar el dolor de aquel día
como si fuese ayer…
–Hasta luego, puto traje –gruñó Marvin al colgarlo.
Cuando los guardias de la pasarela superior hicieron la señal, todos se
sentaron a la vez en sus sitios asignados. Ellos compartían mesa con V-7 y V-
9. Esta noche –y ocupándola casi de un extremo a otro– tenían sobre ella un
híbrido cerdo-humano, bien horneado y abierto en canal. El superviviente de V-
7 no estaba sentado en su lugar.
–Parece que a V-7 no le ha dado tiempo hoy con todo –dijo Marvin,
mientras cortaba una gruesa tira del muslo, depositándola en su plato.
–Menuda noche va a pasar ahí fuera. Qué putada…–añadió Samuel,
sirviéndose la parte anterior de una pata-brazo.
–A más tocamos –intervino uno de los V-9, con su sonrisa cruel.
–¡Jeje, eso es verdad! –rió Marvin antes de llenarse la boca.
El ruido de platos y cubiertos entrechocando llenaba el ambiente.
–¿Qué tal, Marvin? –preguntó Samuel– ¿Es de cabeza, de vísceras…de
bebés? Dios, qué ganas tengo de probar uno de esos. Dicen que tienen la
carne más suave y sabrosa que existe…
–Nah, éste es de vísceras, creo…–respondió Marvin– Lo mejor está
reservado para los de afuera, esos cabrones. Una vez lo probé…humm,
delicioso…tierno como la manteca. No sé si me quisieron premiar. No creo, lo
más seguro es que se equivocaran de mesa…
Los V-9 rieron la gracia de Marvin, uno de ellos enseñando sus dientes
afilados en sierra.
–¿Y tú crees que los de ahí afuera saben realmente lo que comen? –
inquirió Samuel.
Marvín lo miró con un trozo de carne colgando.
–¡Ah! ¿Pero lo dudas?
Todos rieron, y siguieron comiendo entre chanzas y ocurrencias. Pronto
tendrían que retirarse a dormir, para poder afrontar con fuerzas un nuevo día.
Que sería casi idéntico al que estaba a punto de terminar.
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Dando de comer a los cerdos

  • 1. DANDO DE COMER A LOS CERDOS Marvin y Samuel estaban sentados en un montículo al borde de la explanada roja, junto a una hilera de carretillas. Frente a ellos, a buena distancia, uno de los muros de alimentación de la granja subterránea se extendía hasta fundirse con el horizonte. Y a unos cientos de metros a su izquierda los barracones, todos iguales. Marvin se revolvía incómodo en su traje verde de goma, una sola pieza desde los pies hasta la mitad del pecho, dejando desnudos brazos y hombros. Samuel jugueteaba con su máscara respiratoria entre las manos. –Puta mierda de traje –bufó Marvin, reajustándoselo como podía–. Esos cabrones me lo dieron tres tallas más pequeño. Por lo menos. –El traje está bien. Eres tú que estás hecho un gordo repugnante –dijo Samuel, volteando su máscara en el aire. Marvin se pasó una mano roñosa por la calva, clavando sus ojos porcinos en Samuel. –Cállate esa boca podrida que tienes si no quieres que te meta esto por el culo –dijo mientras acariciaba el hacha, casi herrumbrosa de sangre, que descansaba entre los dos. –Vaale…no eres tú, es el traje que es muy pequeño –Samuel giró la cabeza hacia el portalón de la instalación, a su derecha –mira, ya viene… –¿El qué? –El puto camión, cojones ¿Qué va a ser?
  • 2. En efecto, un enorme camión volquete de carga pesada –que una vez fue amarillo– entraba rodando en su dirección, precedido del grave rugido del motor que competía con el rumor de la nube de moscas que lo sobrevolaba. –Gordo ¿Qué prefieres, seleccionar o cortar? –preguntó Samuel, colocándose la máscara. –¡Qué gilipollas eres! Ya sabes que nací para cortar. –Pues resulta que yo también –su voz sonaba ahora artificial– ¿Pares o nones? –Pares. –Nones. Una, dos y…¡Tres! Samuel extendió los dedos índice y meñique frente a la cara de Marvin, mientras que éste hizo lo propio con sus dos dedos corazón. –¡Mierda! ¡Mierda puta, otra vez, joder! –gritó Samuel, pateando el suelo. –Jódete, cabrón –se carcajeó Marvin, cogiendo el hacha del suelo. –Ya van cuatro veces. Para la próxima volveremos al fifty-fifty –dijo Samuel, comenzando a descender por la ladera del montículo. –No te lo crees ni tú –rió Marvin, pasándose el hacha de una mano a otra, cortando el aire en forma de ocho macabro. –Ponte la máscara, so cerdo. Y tira delante. –Jódete…
  • 3. El camión se detuvo con un bufido de frenos hidráulicos. Una montaña informe de cuerpos entremezclados asomaba por encima del volquete; del borde colgaban brazos y piernas desnudos. Las moscas se extendieron como una tempestad negra alrededor, envolviéndolo todo con sus zumbidos rabiosos. –¡Me cago en las putas moscas! –gritó Samuel. –¡Bah! ¿Es que no recuerdas cuando lo hacíamos sin máscaras? –se hizo oír Marvin –¡Aquello sí que era una mierda, tío! ¡Jaajaja! –Sí, menuda mierda –respondió dando manotazos al aire en vano. Lentamente, el volquete comenzó a elevarse por la parte de la cabina, y los cuerpos cayeron rodando unos sobre otros como un alud a cámara lenta, golpeando el suelo con crujidos húmedos. El hedor hubiera sido insoportable para cualquiera que no llevase años viviendo allí. El camión se puso en marcha de nuevo, dejando caer los últimos cadáveres mientras se alejaba. La montaña de carne estaba ahora frente a ellos, una indigna masa humana de ojos y bocas negras. Desde una torre de vigilancia cercana, el estridente bramido de una sirena hendió el aire. –¡Guaaaaaa! ¡Qué empiece la fiesta! –gritó Marvin, eufórico. –Sepárame al menos los adultos de los niños –indicó Samuel. Pero Marvin ya se había lanzado sobre los cadáveres, blandiendo el hacha sobre su cabeza. –¡Mirad lo que os traigo, cabrones! ¡Yiiihaaaaa! Como si abriese surtidores de sangre en el suelo, el hacha subía y bajaba como un viento furioso que el ojo no alcanzara a ver, con la espantosa
  • 4. eficacia que sólo puede otorgar la experiencia: en cada golpe, una pierna, una cabeza, un brazo eran separados limpiamente del cuerpo. Y Marvin pasaba de un cadáver a otro con la mayor rapidez, sin mostrar signos de cansancio, como una máquina psicótica desenfrenada. Mientras, Samuel se afanaba por seguir su ritmo, y llenaba cada carretilla o bien con brazos, con piernas o con cabezas, dejando para el final los troncos y sus vísceras por ser la tarea más repulsiva, a la que no se acababa de acostumbrar por más que lo hiciese mil veces. –¡Marvin! –gritó– ¡Los niños en dos o tres trozos y aparte; no quiero que me vuelen la cabeza por tu puta culpa! No supo si le había oído entre el zumbido de las moscas; Marvin seguía sacando cuerpos del montón para extenderlos en el suelo y despedazarlos con mayor comodidad; parecía un grotesco monstruo de pesadilla, cubierto por una película de sangre, sudor y moscas, con la máscara respiratoria ajustada como si fuese su propia cara. Lo cierto es que siempre le había tenido miedo, a él y a que se le escapase uno de sus brutales hachazos; estaba seguro de que, si llegaba a ocurrir, Marvin se reiría de su terrible error y del resultado sanguinolento. De ahí su interés por conseguir el puesto del hacha; por lo demás, ambos trabajos eran igual de extenuantes. Un convoy de camiones repletos de cadáveres se internó en la explanada pasando cerca de ellos, con dirección a las secciones de la instalación donde aguardaban otras parejas de despiece para empezar su trabajo. Samuel y Marvin conformaban la V-8, pertenecientes al barracón V. Desde su posición podían distinguir las siluetas de la pareja V-7, esperando a que su camión descargase junto a ellos. Marvin se había detenido, al fin, a recuperar el aliento, dejando el hacha incrustada en la espalda de un hombre. Junto a él yacía el cuerpo de una chica joven. –¡Mira tú, qué tía más buena! –dijo Marvin, levantándose un poco la máscara– Joder…qué desperdicio…
  • 5. Samuel siguió cargando más y más brazos, piernas, cabezas…cada resto en su correspondiente carretilla, amontonando torsos y vísceras para después. Intentaba compensar el ritmo endiablado de Marvin. –Hmmm…vaya tetas…si no fuese por este jodido traje de goma me la tiraba aquí mismo. –Déjate de chorradas, gordo. Como no terminemos a tiempo nos vamos a pasar otra puta noche aquí fuera. Y sin comer, como la otra vez. Así que tú verás… –Vaya…yo que había parado un poco para darte tiempo a acelerar esa velocidad de maricona que te caracteriza…pues nada, a ver si me alcanzas – escupió Marvin, cogiendo el hacha de nuevo. La tarde fue cayendo y Marvin ya no se detuvo ni por un instante, como poseído por un dios berseker. La extensa hilera de carretillas estaba llena hasta los topes. Samuel caminaba agotado –uno de sus últimos viajes ya– con los brazos cargados de casquería cruda. Pero lo dejó caer todo, parándose a vomitar. Por segunda vez. Marvin, que ya había terminado de trocear, se carcajeaba a placer en la distancia. –¡¡Aajaajaajaaa!! ¿Pero cómo puede darte asco? ¡Qué sensible eres, princesita! –Y siguió riéndose como un enajenado. –Déjalo ya, Marvin. Y ven a echarme una mano, joder –dijo como pudo. –Lo que ordene la princesita –Y cogiendo un par de brazos de una carretilla, se acercó gesticulando con ellos, a saltitos ridículos.
  • 6. –Déjate de gilipolleces y ponlos en su sitio, hostias –Samuel parecía tan cansado como amargado. –¡A mis braaazoos, Saaaamuu! –gritaba Marvin con voz aflautada, abrazándose a sí mismo con los brazos cortados– ¿Es que no quieres que te de un poquito de aaamoooor? –Que te den por culo, gordo –atinó a decir Samuel, mientras recogía su carga hedionda. Cuando Marvin se hartó de reír y hubo terminado de afilar el hacha en la piedra-monolito, se acercó para ayudar a Samuel con las últimas carretillas. Las arrastraban hasta el muro de la granja subterránea y allí, a través de conductos diferenciados, vaciaban las distintas cargas. Después debían esperar unos segundos, hasta que el marcador digital sobre el conducto se iluminaba en luz verde con el número de miembros / kilos depositados. –¿Oyes los gruñidos, allá abajo? –susurró Marvin. –Sí…se parecen a los tuyos cuando duermes –respondió Samuel. –Jeje…aún puedo mejorarlos... El marcador les mostró sus cifras, y ambos dieron media vuelta con sus carretillas; ya quedaban pocas por vaciar. De repente, un ruido agudísimo les sobresaltó. Lo emitía uno de los marcadores de la pareja V-7, que brillaba en rojo intermitente. Al parecer, uno de ellos se había equivocado, metiendo algo que no se correspondía con el conducto. En efecto, el hombre miraba la luz roja, sus manos…una y otra vez, como si no pudiese creer lo que estaba ocurriendo. Rivalizando con el ruido del marcador, una detonación seca rasgó la oscuridad. La parte posterior de la cabeza del hombre explotó y éste cayó de bruces en la carretilla, derramándose su masa cerebral sobre la espalda. El centinela de la torre de vigilancia tenía una puntería excelente.
  • 7. –¿Echaste los brazos en su sitio, verdad? ¿VERDAD? –Samuel estaba frenético. –Sí…sí –balbuceó Marvin– …creo que sí. Ambos aceleraron el paso, sin mirar atrás. Mientras, la pareja de V-7 se acercó hasta su compañero inerte y, tomándolo de un hombro, lo tiró al suelo. Sin perder tiempo, agarró el mango de su hacha con las dos manos y comenzó a descuartizarlo. Con cuidado, recogió cada pedazo y los fue introduciendo por los conductos correctos. Después, se dirigió de vuelta a las carretillas aún llenas. Aquellas que su compañero ya nunca podría descargar. Samuel y Marvin terminaron diez minutos antes de que sonase la gran sirena, anunciando el final de la jornada. Caminaron hacia el corredor de entrada al barracón V. –Qué hambre tengo –murmuró Marvin. –Sí, yo también –respondió Samuel– Estoy agotado. El largo corredor era como un túnel de lavado; todos se adentraron bajo la bendición del agua a presión de las duchas, todos dejaban colgados sus trajes de goma en las paredes y, finalmente, todos entraban desnudos en el comedor. Samuel iba detrás de Marvin, sintiendo el riachuelo de sangre en sus pies. Observó el V-8 grabado a fuego en su omoplato izquierdo e imaginó que el suyo se vería exactamente igual; aún podía recordar el dolor de aquel día como si fuese ayer… –Hasta luego, puto traje –gruñó Marvin al colgarlo.
  • 8. Cuando los guardias de la pasarela superior hicieron la señal, todos se sentaron a la vez en sus sitios asignados. Ellos compartían mesa con V-7 y V- 9. Esta noche –y ocupándola casi de un extremo a otro– tenían sobre ella un híbrido cerdo-humano, bien horneado y abierto en canal. El superviviente de V- 7 no estaba sentado en su lugar. –Parece que a V-7 no le ha dado tiempo hoy con todo –dijo Marvin, mientras cortaba una gruesa tira del muslo, depositándola en su plato. –Menuda noche va a pasar ahí fuera. Qué putada…–añadió Samuel, sirviéndose la parte anterior de una pata-brazo. –A más tocamos –intervino uno de los V-9, con su sonrisa cruel. –¡Jeje, eso es verdad! –rió Marvin antes de llenarse la boca. El ruido de platos y cubiertos entrechocando llenaba el ambiente. –¿Qué tal, Marvin? –preguntó Samuel– ¿Es de cabeza, de vísceras…de bebés? Dios, qué ganas tengo de probar uno de esos. Dicen que tienen la carne más suave y sabrosa que existe… –Nah, éste es de vísceras, creo…–respondió Marvin– Lo mejor está reservado para los de afuera, esos cabrones. Una vez lo probé…humm, delicioso…tierno como la manteca. No sé si me quisieron premiar. No creo, lo más seguro es que se equivocaran de mesa… Los V-9 rieron la gracia de Marvin, uno de ellos enseñando sus dientes afilados en sierra. –¿Y tú crees que los de ahí afuera saben realmente lo que comen? – inquirió Samuel.
  • 9. Marvín lo miró con un trozo de carne colgando. –¡Ah! ¿Pero lo dudas? Todos rieron, y siguieron comiendo entre chanzas y ocurrencias. Pronto tendrían que retirarse a dormir, para poder afrontar con fuerzas un nuevo día. Que sería casi idéntico al que estaba a punto de terminar. Más cuentos de terror aquí