2. Nuestro Dios es un judío
Como cualquier niño judío, Jesús fue circuncidado a
los ocho días de nacer. Este era –y es aún hoy– el
signo visible de agregación al pueblo judío, el sello
físico de la alianza.
Nuestro Dios es un judío. Aquel niño está asumiendo
en sus hombros toda la historia de una raza
ensangrentada. Perseguida antes de él; perseguida
también después.
Allí, sobre el altar, sin poder hablar, o hablando con su
sangre, Jesús dignifica la circuncisión al aceptarla y, al
mismo tiempo, abre los cauces de una alianza más
ancha…
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4. Llamado Salvador
El nombre era algo muy importante para los judíos.
No se elegía por capricho: significaba un destino e
influía en el carácter de quien lo llevaba, como un
lema.
Jesús es la forma griega del hebreo Josué, abreviatura
de Yashoúah, que significa Dios salva.
Yahvé es salvador: este niño que ahora lloraba bajo el
cuchillo circuncidador, iba a cambiar el mundo y a
salvar al hombre. ¿Quién lo hubiera pronosticado?
Con sangre empezaba este nombre, con sangre
concluiría y se realizaría.
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6. Una espada en el horizonte
Jesús. María pronunció este nombre recordando las
palabras del ángel.
Las recordaba, temblando, allí en la gruta abierta a
todos los aires. Temblaba al ver aquella sangre que
manchaba los pañales y que no tenía olor a reino ni a
victoria.
Sabía que salvar era hermoso, pero también que
nunca se salva sin sangre.
Y pasó un mes. No hubo ángeles, ni milagros. María y
José se sentían llenos de gozo. Pero el misterio
gravitaba sobre ellos y tenían muchas más preguntas
que respuestas.
7. La purificación de la Purísima
Cuarenta días después del alumbramiento, las madres
hebreas se presentaban en el templo para ser
purificadas. El parto las hacía contraer una impureza
legal, no moral, que las impedía tocar objetos
sagrados o pisar lugares de culto.
¿De qué iba a purificarse la que era inmaculada?
Moralmente, ninguna madre necesita purificarse.
Como dice san Pablo: la mujer se salvará por ser
madre.
María aceptó la costumbre de su pueblo. Más tarde,
su hijo purificaría la ley; mientras tanto, ella la
cumplía con sencillez y naturalidad.
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9. Dos palomas
Con aquel niño, el templo estaba siendo invadido por
una presencia de Dios como jamás el hombre soñó.
Junto a María había otras muchachas, jóvenes y
alegres como ella, compartiendo el orgullo de ser
madres recientes. Ante las inmensas trompas que
abrían sus bocas como lirios, para recibir las ofrendas,
María depositó dos palomas.
Era la ofrenda de los pobres. Las ricas ofrecían un
cordero. Pero María no se sentía humillada. Tampoco
orgullosa. Si Dios había hecho las cosas así, quizás
sería porque le gustaba la pobreza…
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11. El rescate del primogénito
Los primogénitos, en Israel, eran propiedad de Dios,
un signo permanente de la salvación de Israel,
memorial de la Pascua. En rigor, los primogénitos
hubieran debido dedicar su vida entera a Dios. Pero
eran los miembros de la tribu de Leví quienes cubrían
este servicio por todos ellos.
María intuía un gran misterio en esta ceremonia.
Sabía que este hijo suyo era más propiedad de Dios
que ningún otro. Todas las madres sospechan que sus
hijos no son suyos y que un día los verán alejarse,
embarcados en su libertad. María debió comprender
esto mejor que nadie. Aquel hijo no sería suyo.
¿Cómo podía dar lo que era más grande que ella, lo
que siempre había sido de Dios?
12. Un anciano de alma joven
Un anciano llamado Simeón se acercó a María, le
tomó el niño en brazos y estalló en un cántico de
júbilo reconociendo en él al salvador del mundo.
¿Se trata de una representación literaria de la
expectación de Cristo? El cántico de Simeón nos lleva
a los cantos litúrgicos de las primeras comunidades,
puesto por Lucas en el comienzo de su evangelio
como una proyección de la fe de sus lectores…
Pero el retrato de Simeón es coherente con la
espiritualidad de muchos judíos de la época. Que
eran observantes y esperaban la consolación de
Israel.
Lucas parte de un encuentro histórico con Simeón.
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14. El centinela de la aurora
Era como un centinela al que Dios hubiera enviado
para vigilar la aparición de la luz. No miraba hacia
atrás, sino hacia adelante, y no sólo hacia el futuro de
su pueblo, sino al futuro de todas las naciones de la
tierra. Un anciano que, en el ocaso de su vida,
hablaba de la promesa de un nuevo día.
No hay muchos ancianos así. Ancianos en los que la
alegría se enciende al final de su vida como una
estrella.
Solo se enciende la luz para quien la ha buscado
mucho. Simeón había envejecido en la espera, pero
no había perdido la seguridad de encontrarla. Y
ahora, no solo estalla de júbilo. Se convierte en
profeta.
15. El destino del pequeño
El primer descubrimiento de María y José fue que su
hijo había venido a salvar, no solo al pueblo de Israel,
sino a todos los hombres.
Simeón dice que este niño trae la salvación para
todos los pueblos. El corazón de María debía estallar
de alegría…
Pero también sería el servidor sufriente profetizado
por Isaías: este era el segundo rostro del Mesías, que
el pueblo prefería ignorar.
Simeón lo dijo sin rodeos a María. Su hijo sería el
Salvador, no solo de aquellos que quisieran aceptar su
salvación. Sería resurrección para unos y ruina para
otros. Ante él, los hombres tendrían que apostar, y
muchos lo harían contra él.
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17. La espada de doble filo
Su hijo dividiría en dos la historia. Y María estaría en
medio. ¿Por qué anticipar el dolor? Al clavar Simeón
una espada en el horizonte de su vida, la había
clavado en todos los rincones de su alma. ¿Por qué?
Tendremos que profundizar en el sentido de esa
espada, que es más que el dolor físico y el miedo.
Lucas utiliza una palabra, ronfaia, que designa un
espada de grandes dimensiones. Esta palabra no
volverá a utilizarse en el nuevo testamento hasta el
Apocalipsis, donde aparece cinco veces para
simbolizar la palabra de Dios.
Esta espada será la palabra viva y eficaz que revela la
profundidad y juzga los corazones.
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19. La prueba de la fe
Aceptando la maternidad divina, María debe llevar a
cuestas todas las consecuencias. La espada de la
palabra de Dios revelará sus pensamientos, juzgará su
fidelidad y probará su fe.
En esto se convierte en figura de la Iglesia. Su victoria
sobre la fe será aceptar la cruz en la vida de su hijo.
Como todos los cristianos, María tendrá que vivir en
su carne lo que falta a la pasión de Cristo.
¿Era realmente necesario? ¿No podía salvar a los
hombres sin verter su sangre? Era duro de aceptar. Le
hubiera gustado, quizás, un Dios fácil y sencillo, dulce,
bondadoso. Pero no puede fabricarse a capricho una
salvación de caramelo. Si hay tanto mal en el mundo,
la salvación no puede ser un cuento de hadas.
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21. La prueba de la fe
Ahora empezaba a entender el sentido de su vida…
Dios quemaba. Era luz, pero también fuego. Y ella
había entrado en su órbita. El eje del mundo pasaba
por aquel bebé que dormía en sus brazos.
Obedecer, creer: le había parecido fácil. Ahora sabía
que no. Volvió la vista atrás y contempló sus quince
años como un mar en calma. Ahora entraba en la
tempestad y ya nunca saldría de ella.
Regresaron a Belén en silencio. El niño dormía en sus
brazos. Pero ella veía la espada en el horizonte. Una
espada enorme y ensangrentada, segura como la
maldad de los hombres, segura como la voluntad de
Dios.
22. Textos extraídos de Vida y misterio de Jesús de
Nazaret, de J. Luis Martín Descalzo, cap. 7, “La
primera sangre”.