1. CORPORACIÓN MUNICIPAL DE DESARROLLO SOCIAL
ESCUELA DESARROLLO ARTÍSTICO
“ARMANDO CARRERA GONZÁLEZ”
ANTOFAGASTA
ESCUELA PARA PADRES:
“LA IMPORTANCIA DE LA DISCIPLINA”.
Uno de los aspectos fundamentales para que el niño se convierta en una persona sociable,
autónoma y tolerante es el modo en que haya podido asumir una cierta disciplina y
una serie de límites y normas. Los padres no pueden estar siempre detrás del niño o del adolescente
para hacerle cumplir las normas. Lo que se ha de lograr mediante estrategias educativas
adecuadas es que estas normas queden tan arraigadas que nuestros hijos/as lleguen a comportarse
de una manera responsable también cuando no haya nadie que les indique lo que han de hacer.
Un buen punto de partida en lo que respecta a la autoridad de los padres es que éstos ejerzan
simplemente como tales, es decir, ni más ni menos que hagan de padres; porque una de las cosas
más nocivas en la educación de los niños/as es que padres y madres quieran situarse como
amigos de sus hijos/as. En primer lugar porque esto no es lo que precisan los niños y, en
segundo, porque desde ese lugar nos será más difícil imponer unos límites y unas normas.
ESTABLECER LÍMITES : Poner límites es marcar una serie de referencias que orienten la
evolución de los niños/as. Para lograr que el niño tenga comportamientos responsables es
imprescindible establecer unos límites muy claros y razonables que le den seguridad y al mismo
tiempo le ofrezcan alguna libertad de elección. Es fundamental que el niño desde los primeros años
sepa qué es exactamente lo que se espera de él, ya que esto es lo que le dará seguridad.
Para que las normas y límites sean efectivos han de cumplir con unos requisitos:
- Que sean sencillas y simples.
- Que sean justas.
- Que tengan muy claro cuáles van a ser las consecuencias si no las cumple.
- Que apliquemos las normas de forma coherente y justa.
En realidad, la palabra disciplina significa aprendizaje y constituye el medio más adecuado para
que los padres consigan que sus hijos/as aprendan a comportarse de manera adecuada.
CÓMO DEBE SER “LA BUENA DISCIPLINA”
- No tiene como objetivo prolongar la ansiedad del niño tras cometer la falta; la disciplina debe
ser inmediata. El niño debe aprender que una conducta errónea tiene sus consecuencias.
- La buena disciplina ha de ser lógica. La coherencia educativa es fundamental
para no desconcertar al niño y enseña al niño a confiar en sus padres y en las normas dictadas.
- Firme y segura: los niños que por experiencia saben que las amenazas
constantes de sus padres no se cumplen, no aprenden a ser disciplinados.
- Se debe poner en práctica en cualquier momento, situación o lugar.
- Tiene que ser justa.
- Ha de ser positiva, es decir, que ofrezca alternativas, soluciones, apoyos, de
manera que fortalezca el diálogo y los vínculos afectivos entre los padres y los hijos/as.
- La intensidad debe estar adaptada al desarrollo evolutivo del niño, a su
personalidad y a su grado de sensibilidad.
2. LO MÁS FÁCIL ES LO MÁS DIFÍCIL: SER PADRES COHERENTES: Está claro que un “no” o
una prohibición nunca es fácil de pronunciar. Frente a una muestra de autoridad hemos de estar
preparados para una rabieta, una discusión o una mala cara. Aun sabiendo que ésta no es una
tarea fácil, siempre pueden tenerse presentes algunos consejos:
Debe haber acuerdo en la pareja: es muy importante que los padres compartan los mismos métodos
educativos y tengan claros sus objetivos.
Educar participativamente: debemos desechar los modelos demasiado rígidos y animar a nuestros hi
jos/as para que opinen y propongan alternativas a nuestras decisiones.
El objetivo fundamental es la autonomía y la madurez. Para ello debemos ir marcando
metas cortas, claras y concretas. En función de cada edad hay que ir dando
las responsabilidades adecuadas.
La autoridad debe basarse en valores estables. No hay nada peor que unas
normas aleatorias fruto de un enfado o de un estado de ánimo determinado.
Los padres son un espejo para sus hijos/as: de nada servirá que pongamos
límites si nosotros mismos somos incapaces de cumplirlos.
Las normas están para ser cumplidas. Conviene tener presente qué pasará
si esa norma no se cumple y respetar sus consecuencias.
Nadie es perfecto, los padres tampoco. El reconocimiento de un error por parte de los padres da seg
uridad y tranquilidad al niño/a.
LA IMPORTANCIA DE DECIR ”NO”: Lógicamente es más cómodo decir sí a todo lo que piden
los hijos/as o dejarles hacer lo que quieren. Sin embargo, si queremos que lleguen a ser
responsables y aprendan a respetar unas normas es imprescindible prohibirles algunas cosas, de
manera que el “no” es muy importante en su educación, siempre que se utilice en los momentos
adecuados. Por todo ello, es importante tener en cuenta:
Imponer límites es una tarea difícil y lenta pero muy importante para conseguir
que los niños/as lleguen a ser personas responsables y maduras.
Muchos problemas de disciplina se podrían evitar si desde pequeños
escuchan un “no” en el momento necesario.
No es más feliz un niño/a que jamás ha escuchado un “no” y siempre
ha actuado según su capricho.
Si dentro de la vida familiar “todo vale” y todo está permitido, tendrán más dificultades
para asumir las normas que van a encontrar en la escuela o en otras actividades cotidianas.
Es preferible que el establecimiento de estas normas se haga desde el respeto,
el razonamiento y la tolerancia que desde la fuerza.
3. PRINCIPALES ERRORES que debilitan y disminuyen la autoridad de los padres:
La permisividad. Los adultos somos los que hemos de decirle al niño/a lo que está bien o
lo que está mal. Un hijo/a que hace “fechorías” y sus padres no le corrigen piensa que es
porque no lo quieren o no lo valoran. Los niños necesitan referentes y límites
para crecer seguros y felices.
Ceder después de decir “no”. El “no” es innegociable. Nunca se puede negociar el no; es el
error más frecuente y que más daño hace a los niños. En cambio, el “sí” sí se
puede negociar. Si creemos que el niño puede ver la tele, negocie con él qué programa y cuanto rato
El autoritarismo. Es el otro extremo del mismo palo que la permisividad. Es intentar que
el niño/a haga todo lo que los padres quieren anulándole su personalidad.
Sólo persigue la obediencia por la obediencia.
Falta de coherencia. Las reacciones del padre/madre han de ser siempre dentro de una
misma línea ante los mismos hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo
menos posible en la importancia que se da a los hechos.
Gritar/Perder los estribos. A veces es difícil no perderlos pero, gritar conlleva un gran
peligro inherente. Cuando los gritos no dan resultado se puede pasar fácilmente al insulto,
la humillación e incluso a los malos tratos. Nunca debemos llegar a este extremo. Si los
padres se sienten desbordados deben pedir ayuda: tutores, psicólogos, escuelas de padres, ...
No cumplir las promesas ni las amenazas. Cada promesa o amenaza no cumplida es un
girón de autoridad que se queda por el camino. Las promesas y amenazas deben ser
realistas, es decir, fáciles de aplicar: un día sin tele o sin salir, es posible. Un mes es
imposible.
No negociar supone autoritarismo y abuso de poder, y por lo tanto
incomunicación. Un camino ideal para que en la adolescencia se rompan las relaciones entre los
padres y los hijos.
No escuchar. Muchos padres se quejan de que sus hijos/as no les escuchan, y el problema es que
ellos no han escuchado nunca a sus hijos. Los han juzgado, evaluado y les han
dicho lo que tenían que hacer, pero escuchar...nunca.
Exigir éxitos inmediatos. Nadie ha nacido enseñado. Todo requiere un
periodo de aprendizaje con sus correspondientes errores.
Una vez que sabemos lo que hay que evitar, algunos consejos y “trucos” sencillos que los ayudarán a tener
prestigio y autoridad positiva ante vuestros hijos/as:
Tener unos objetivos claros de lo que pretendemos cuando educamos. Como ya hemos dicho
estos objetivos han de ser pocos, formulados y compartidos por la pareja. Requieren tiempo
de comentario, incluso, a veces papel y lápiz para precisarlos y no olvidarlos. Además
deben ser revisados si sospechamos que los hemos olvidado o ya se han
quedado desfasados por la edad del niño/a o las circunstancias familiares.
Enseñar con claridad cosas concretas. Al niño no le vale decir “pórtate bien”. Estas
instrucciones generales no le dicen nada. Lo que sí le vale es darle con
cariño instrucciones concretas.
Dar tiempo de aprendizaje. Una vez hemos dado las instrucciones concretas
y claras, las primeras veces necesitará atención y apoyo mediante ayudas verbales y físicas.
Valorar siempre sus intentos y sus esfuerzos por mejorar, resaltando lo que hace bien y
pasando por alto lo que hace mal. Al niño, como al adulto, le encanta tener éxito
y que se lo reconozcan.
Dar ejemplo. Sin coherencia entre las palabras y los hechos
jamás conseguiremos nada de nuestros hijos/as.
Confiar en nuestro hijo/a.
4. Actuar y huir de los discursos. Los sermones tienen un valor de efectividad igual a cero.
Una vez que el niño ya sabe qué tiene que hacer, y no lo hace,
actúe consecuentemente y aumentará su autoridad.
PREMIOS Y CASTIGOS:
No puede afirmarse rotundamente que premios y castigos sean malos o buenos en sí mismos, pero
sí debe tenerse en cuenta el modo en que se administran. Si analizamos nuestra conducta veremos
que en más de una ocasión hemos utilizado el castigo arbitrariamente, bien porque otros asuntos
influían en nuestro mal humor o porque no hemos
sabido resolver el conflicto de otro modo. Por todo ello, conviene tener presente que:
Es mejor aplaudir que castigar, sonreír que gruñir.
Aunque las amenazas y castigos no son la panacea hay que ser consecuentes y cumplir con lo que se
dice.
Debe haber una coherencia y no castigar un día por una cosa que al
día siguiente estará permitida.
Al igual que conviene elogiar los pequeños avances en las conductas deseables, para
eliminar ciertos comportamientos que nos irritan, a veces
es preferible ignorarlos y desviar la atención que criticarlos continuamente.
ADECUADA INTERACCIÓN FAMILIA-COLEGIO: Ni que decir tiene, el papel fundamental que
hoy por hoy el colegio tiene en la coeducación de nuestros hijos, de ahí la importancia de
mantener un criterio unánime. Es imprescindible que los padres depositen en los docentes unos
niveles altos de confianza con el fin de aceptar y valorar sus aportaciones e intervenciones. La
seguridad en su experiencia
y conocimientos resultará más favorable que la desconfianza hacia su trabajo. Si partimos de la idea de
que el ambiente familiar y escolar son los que más influyen en el desarrollo del individuo y su
proceso educativo, es fundamental la colaboración
entre todos aquellos que intervienen en el desarrollo y formación del niño. Entre la escuela y la familia
debe existir una estrecha comunicación, eliminando en la medida de lo posible
discrepancias y antagonismos a favor de la unificación de criterios de actuación y apoyo mutuo.
En el hogar, el papel y la actitud de los padres debe ir encaminado a:
Mantener y reforzar las normas fijadas desde la escuela, pues deben encontrar
continuidad en la familia.
Respetar y tolerar las formas de proceder de los maestros, pues seguro que
siempre responden a una finalidad determinada.
Dejar que los hijos asuman sus propias responsabilidades. Nunca protegerlos de problemas
que ellos mismos se han creado. Deben aprender que sus actos tienen unas consecuencias.
No menospreciar y mucho menos desautorizar el trabajo educativo realizado por el maestro.
El conflicto o la discrepancia entre la familia y la escuela
repercute negativamente en los hijos y es perjudicial para el buen desarrollo de su educación.