Este documento resume el pasaje bíblico del Evangelio de Marcos 7:24-30 sobre la mujer sirofenicia que le pide a Jesús que cure a su hija poseída por un demonio. A pesar de que Jesús inicialmente parece rechazar su petición diciendo que su misión es para los hijos de Israel, la mujer responde con humildad y fe, pidiendo solo las migajas que caen de la mesa. Impresionado por su fe, Jesús sana a su hija a distancia. El documento concluye enfatizando la importancia de la oración
Luisa de Marillac y la educación de las niñas pobres
Marcos 7:24-30
1. EL EVANGELIO SEGÚN
SAN MARCOS
Mr 7:24-30
Un Estudio Expositivo de los 16
capítulos del Evangelio de Marcos
2. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
(7:24) Después de en
frentar a los fariseos
respecto a sus tradi-
ciones, Jesús buscó
un lugar apartado pa
ra estar a solas con
sus discípulos.
Las antiguas ciudades
fenicias de Tiro y Sidón
estaban en la provincia
romana de Siria. Por
eso el nombre de sirofe
nicia para la mujer.
TIRO
SIDÓN
JERUSALÉN
CAPERNAUM
3. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
Jesús quiso pasar in
advertido en una re-
gión gentil, pero su
fama había superado
las fronteras y pron-
to la noticia de su
presencia se corrió.
(7:25-26) Una madre, cuya hija tiene un
espíritu inmundo, llegó desesperada y se
postró a sus pies. Jesús se halla, en
tierra gentil, ante una mujer gentil rogán-
dole por su hija, pidiéndole que la sane.
4. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
No se dice nada acerca
de su esposo, quizá era
viuda, lo que nos recuer
da un milagro del profe-
ta Elías realizado siglos
atrás en esta misma
región (1 Re 17).
Ella cayó a sus pies; este acto de postrar
se era muestra de su humildad, reveren-
cia, sumisión, y ansiedad. Pidió una y o-
tra vez, a Jesús para que liberara a su
querida hijita del demonio.
5. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
La mujer veía a su amada hija en un esta
do solo por encima de la muerte misma.
La mujer consideraba que no era digna
de arrojarse en los brazos de Jesús, y él
nunca desechó a quienquiera que caye-
se a sus pies. “Y al que a mí viene, no lo
echo fuera” (Jn 6:37b, RVC).
Lo mejor que podemos hacer es orar y
pedirle al Señor por nuestros hijos, que
quebrante el poder de Satanás de sus
vidas, es decir, el poder del pecado y del
materialismo de sus almas.
6. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
(7:27) A simple vista la
respuesta de Jesús a la
mujer parece dura, cruel y
contraria a su carácter, pa
rece una respuesta áspe-
ra y nos hubiese gustado
tener un registro del tono
de voz, la expresión facial
y el lenguaje de Jesús.
El término ‘hijos’ representa a Israel y ‘perri-
llos’ a los gentiles. En el plan divino el evan-
gelio debía anunciarse primero a los judíos.
7. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
Jesús le dice que está dedicado a la pro-
clamación del reino a los judíos y su pe-
tición es ajena a su propósito.
Los perros no pueden esperar que se les
trate como a hijos. La mujer tenía que
saber esto a fin de comprender que si su
deseo le era concedido, lo sería de pura
gracia y por lo tanto, sería un privilegio.
La aparente dureza se suaviza por el he-
cho de que Jesús no se refirió a perros
salvajes, sino a perritos domésticos, con
los que jugaban los niños.
8. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
Jesús está entreabriendo la puerta al de-
cir: “primero… los hijos”. Ella captó la
promesa implicada en estas palabras,
sugería que después seguían los perri-
tos. Con la fe que Dios le dio podía dar-
se cuenta de que no era desechada.
La situación sacó a relucir la humildad y
la fe de la mujer, y por otro lado, en con-
traste, exhibió la maldad de los judíos
que a pesar de la luz que tenían, seguían
siendo tan duros y rebeldes hacia Jesús.
9. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
(7:28) La mujer reconoció a
Jesús como Señor. Si Je-
sús no es Señor no pode-
mos esperar respuestas a
las oraciones, y para que la
lucha sea victoriosa, a-
demás, se requiere humil-
dad, ella se humilló.
La mujer reconoció su condición, se pos
tró ante Jesús. Aceptó la calificación de
“perrito”. Es necesario reconocer siem-
pre nuestra condición de pecadores.
10. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
La frase: “las migajas de los hijos”, hace
referencia a los ricos que usaban un tipo
de pan para limpiarse las manos, como
una servilleta, y después de comer la
echaban al piso.
La mujer no se desalienta por las pala-
bras de Jesús, entabla un diálogo, res-
pondiendo a sus palabras con el propósi
to de que atienda a su petición. Ella reco
noce el poder sobrenatural que actúa por
medio de él y sabe que puede salvar a su
niña del espíritu que la atormenta.
11. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
Un hermoso cuadro: perritos, migajas de
pan, niños. El ingenio de la mujer, su fe y
persistencia le abrió camino a través de
las dificultades. Afirmó que aun los
perritos comen de las migas que caen de
la mesa, con lo cual son también par-
tícipes de la comida.
Al no despedirla y referirse a los perritos
le ofrecía esperanza, e indicaba que aun-
que ella le amaba, él la había amado pri-
mero. Ella insistió en obtener la miseri-
cordia que vio en las palabras de Jesús.
12. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
Ella asumió con humildad el lugar de los
perritos bajo de la mesa. Jesús podía
continuar su enseñanza a los discípulos,
pues todo lo que ella pedía eran las mi-
gas de la gracia de Jesús para su deses-
perada condición. Eso es todo lo que
pidió: ¡algunas migajas!
“Señor dame tan sólo una migaja de
gracia y del poder de tu mesa y echará
fuera el demonio de mi hija”. Jesús no
solo solucionó su necesidad, sino que
elogió su fe.
13. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
(7:29) Han sido la actitud y
palabras de la mujer, las
que Jesús percibe como la
fe que sana, la que trae lo
que ella busca: la libera
ción de su hija. Jesús le
dio la seguridad de que su
hija había sido liberada.
Jesús la sanó sin haberla visto, dándole la
sanidad a la distancia. Las dos veces que el
Señor alabó la fe, no fue de judíos sino de
gentiles: el centurión y la sirofenicia.
14. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
(7:30) Marcos confirma el
efecto de las palabras de Je-
sús, la mujer fue a su casa
en fe, creyendo en la pala-
bra de Jesús y encontró a su
hija acostada en la cama,
reposando tranquilamente,
en una posición calmada,
sosegada, había paz en su
semblante y en su corazón,
porque todo estaba bien. El
demonio se había ido, su hi-
ja estaba completa sana.
15. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
Si una mujer pagana usó el
poco conocimiento que tenía
del Señor con tantos resulta-
dos, ¿cuánto más se requie-
re de nosotros que hemos
recibido privilegios aun ma-
yores que ella?
Si los padres de hoy amaramos al Señor
y a nuestros hijos de la manera que ella
lo hizo, entonces ¿cuánto daño se po-
dría evitar, si intercediéramos siempre en
oración por ellos?
16. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
La mujer oró por alguien que no podía
orar por sí misma, su hija, y no descan-
só hasta que se le concedió su petición.
Por la oración recibió la sanidad que
ningún medio humano podía conseguir.
A través de la oración su hija fue sana-
da. Su hija no dijo una palabra a su fa-
vor, pero su madre habló por ella al Se-
ñor y no fue en vano. A pesar de que su
caso era desesperado, tenía una madre
que oraba; y, donde hay una madre que
ora, siempre hay esperanza.
17. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
Dios está dispuesto a intervenir cuando
su pueblo ora. “La oración eficaz del
justo puede mucho” (Sgo 5:16).
Los padres debemos recordar a esta mu
jer. No podemos darle a nuestros hijos
nuevos corazones, aunque podemos dar
les una buena educación y mostrarles el
camino de la vida, aun así no podemos
darles la voluntad de escoger vivir para
el Señor y un deseo de amarlo y servirlo.
Cada uno tiene que tomar su decisión de
seguir al Señor o vivir a nuestra manera.
18. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
Sin embargo, hay algo que podemos
hacer: orar por ellos, por la conversión
de nuestros hijos pródigos que elegirán
su propio camino y caerán en el pecado.
Podemos orar por la conversión de
nuestras hijas mundanas que ponen su
corazón en las cosas de este mundo y
aman los placeres más que a Dios.
Oremos por nuestros hijos e hijas, aun-
que ellos no nos dejen hablarles de Je-
sús, no podrán evitar que le hablemos a
Jesús de ellos en oración.
19. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
Este pasaje nos enseña a perseverar en
la oración. Parecería que ella no consi-
gue nada de su petición al Señor, y al
contrario, la respuesta del Señor es des-
alentadora. Pero ella continuó pidiendo y
no desmayó. Insistió, y no aceptó el no.
Rogó pidiendo las migajas de la
misericordia y fue escuchada.
Recordemos cómo rogó y no desmayó a
pesar de la aparente negativa del Señor.
Al fin se fue a casa con gozo y tomemos
la decisión, de seguir su ejemplo.
20. (7:24-30) La Mujer Sirofenicia
Mientras podamos, o-
remos por los demás,
es lo mejor que pode-
mos hacer por al-
guien: hablar de él o
ella a nuestro Señor.
Pues el día del Juicio
descubriremos que
nosotros llegamos a
la presencia de Dios
porque alguien oró
por nosotros.