Este documento resume las opiniones de Richard Feynman y otros sobre los premios en ciencia. Feynman dijo que el verdadero premio es el placer del descubrimiento, no los honores. Los premios a menudo se usan para manejar el poder y las voluntades, no para reconocer el mérito. Los premios no garantizan calidad o ética, y muchos científicos importantes son olvidados con el tiempo a pesar de los premios. Lo más importante es el trabajo científico realizado, no los honores o reconocimientos.
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Resumen de la Charla: EL PLACER DE DESCUBRIR Y LA REIFICACIÓN INHERENTE A LOS PREMIOS
1. EL PLACER DE DESCUBRIR Y LA REIFICACIÓN INHERENTE A LOS PREMIOS
Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia
Miembro de la Sociedad Julio Garavito
Con la oportuna y precisa frase “el placer de descubrir”, el celebérrimo Richard Phillips Feynman,
uno de los más grandes científicos del siglo XX, estableció con claridad su postura escéptica frente a
los premios en ciencia y tecnología. En otras palabras, pese a que Feynman fue un recipiendario del
premio Nobel de Física en 1965, junto con Julian Schwinger y Sin-Itiro Tomonaga, en una elocuente
entrevista que concedió al respecto, declaró, con su franqueza característica, lo siguiente: “… no sé
nada sobre el premio Nobel, no entiendo qué es o para qué sirve, pero si las personas que hay en la
Academia sueca deciden que x, y o z gana el premio Nobel, entonces así sea. No quiero tener nada que
ver con el premio Nobel… es un grano en el… [risas]. No me gustan los honores. […] Yo ya he tenido
mi premio. El premio está en el placer de descubrir, en la excitación del descubrimiento, en observar
que otras personas lo utilizan: esas son cosas reales, los honores no son reales para mí. No creo en los
honores, eso me fastidia, los honores son las charreteras, los honores son los uniformes. Así es como
me educó mi padre. No puedo soportarlo, me duele”. Hasta aquí Feynman, cuyas elocuentes palabras
son toda una lección de buena ética científica. La buena ciencia estriba en lo real, no en lo aparente.
Figura 1. Richard Phillips Feynman
(http://caltech.discoverygarden.ca/islandora/object/ct1%3A10048).
Si revisamos con cuidado la Historia, vemos que los premios, en multitud de contextos, han tenido
como fin primordial el manejo del poder y las voluntades. Botón de muestra, en el Imperio Bizantino,
Isaac Asimov muestra que el propósito del otorgamiento de premios, títulos, canonjías y recompensas
2. pecuniarias por parte de los emperadores bizantinos era corromper a sus enemigos para así ponerlos de
su lado. Es una situación de similar jaez a lo que vemos en el mundo de las historietas. Por ejemplo,
con el personaje de Patán, obsesionado con las medallas, cuyo dueño usa bien para tenerlo contento o
castigarlo. Por supuesto, el mundo de la ciencia y la tecnología, humano a más no poder, no se escapa a
este respecto, salvo por algunas excepciones honrosas.
Figura 2. Patán (http://es.warnerbros.wikia.com/wiki/Pat%C3%A1n).
El problema de fondo subyacente es la reificación, la sobrecosificación, esto es, concebir una
abstracción u objeto como si fuese humano o poseyera vida y habilidades humanas. Como afirma con
sensatez Stephen Jay Gould en su primoroso libro La falsa medida del hombre, estamos ante una
consecuencia inevitable del doble mito de la objetividad y de la marcha inexorable hacia la verdad,
mito que sustenta la mística tecnocientífica. En otras palabras, los premios no garantizan en modo
alguno idoneidad, estatura intelectual y ética, calidad humana, etc., etc. Más bien, como decía con tino
años atrás un profesor de la Universidad Nacional de Colombia en el seno de una asamblea de
profesores, los premios y los reconocimientos de diversa jaez se han convertido hoy por hoy en el
sustituto del 90-60-90. Cabe ilustrar esto con lo sucedido en el Haití decimonónico. En 1849, cual
imitación hilarante de las monarquías europeas, el general Faustin Soulouque, último emperador
haitiano, organizó su corte con su nobleza y sus dignatarios, cuyos títulos incluían denominaciones
chocantes como conde del Número Dos, barón del Agujero Sucio, barón de la Jeringa, conde de la
Limonada y duque de la Mermelada. Sin ir más lejos, es el nefasto síndrome de visibilidad.
3. Figura 3. Faustin Soulouque
(https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/3/3d/Faustin_I.jpg).
Decía con sabiduría don Santiago Ramón y Cajal, máxima gloria científica por antonomasia del
mundo hispano: “Preciso es convenir en que la gloria personal más brillante y ruidosa acaba siempre en
el anónimo. […] Nada demuestra mejor la vanidad de la gloria que las inscripciones del pavimento de
nuestras viejas catedrales. He aquí un personaje medieval que se propuso perpetuar su nombre y sus
hechos cívicos o guerreros grabándolos en duro mármol; mas las pisadas de las nuevas generaciones,
desgastando la lápida, borraron el epitafio. ¿Quién fue? Nadie lo sabe. Igual suerte espera a la inmensa
mayoría de literatos, artistas y científicos. El ir y venir de las futuras generaciones acabará por borrar
las huellas de la obra realizada y el recuerdo del constructor”.
Por su parte, José Carlos Mainer contextualiza en forma sucinta el premio Nobel: “La concesión del
premio Nobel es, incluso a la fecha de hoy, la más auténtica canonización del sabio, con un alcance
popular único. Y con una significación patriótica que subraya, de nuevo, esa dimensión nacional (y
nacionalista) de la ciencia moderna, en parámetros muy cercanos a los que —en aquellas fechas de
comienzos del siglo XX— ofrecía el ranking internacional de las flotas de guerra o el que, no mucho
después, tuvo el deporte de competición”. En otras palabras, los premios, como el poderío militar,
pretenden mostrar, en algún grado, cuáles son las vacas que más hierba comen, más boñiga esparcen y
más alambradas tumban. Ante todo, recordemos lo dicho en forma atinada y sabia por Feynman: el
mayor y mejor premio que debe esperar el buen científico es el placer de descubrir. Todo lo demás son
charreteras y uniformes, meras apariencias.
Fuente: Sierra Cuartas, Carlos Eduardo de Jesús. (2016). Cajal y el síndrome de visibilidad. En:
Revista Comarca (Asociación Promoción Integral de Ayerbe y Comarca), Nº 90, pp. 30-33.