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Primera lectura: Jr 33, 14-16: Suscitaré a David un vástago legítimo.
Segunda lectura: 1Tes 3,12-4,2: Que el Señor os fortalezca para cuando Jesús vuelva.
Evangelio: Lc 21, 25-28.34-36: Se acerca vuestra liberación.
* * * * *
La Iglesia comienza el Año Litúrgico, el tiempo de Adviento, con una visión
anticipada del retorno de Cristo. Como una de las vírgenes sensatas, la Iglesia
permanece con la lámpara encendida esperando la vuelta de su Señor, de su Esposo. La
Esposa, la Iglesia, es depositaria de una promesa de amor eterno. Una promesa que no la
adormece, sino que la mantiene en vela con la esperanza ardiente deseando el retorno
del Esposo.
El Adviento es una escuela para la vida. Nos recuerda no sólo como un traer a
la memoria, sino como un ponerse en pie ante el Señor con toda la Iglesia, que nuestra
vida pertenece al que ha de venir, que nuestra vida es depositaria de una promesa de
amor eterno. Que nuestra existencia es una espera anhelante que no acaba con la espera
infecunda, sino con la posesión de lo que se nos ha prometido. El Adviento nos enseña
que nuestra vida está llamada a ser no sólo fe que espera, sino amor que posee. Que
nuestra vida es Cristo y esto nos mantiene en pie. El Adviento es esperanza.
Así nos lo muestran las lecturas que la Iglesia nos regala al comienzo del
Adviento. Las tres son exhortaciones a la esperanza, a mantener viva la caridad porque
Dios no tarda en darnos lo prometido. Mirad que llegan días –oráculo del Señor- en que
cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel (Jr 33, 14). Lo mismo expresa San
Pablo en la segunda lectura, hablando de la segunda venida, desde la experiencia del
cumplimiento de la promesa: Jesucristo; que el Señor os fortalezca interiormente; para
que, cuando Jesús, Nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os
presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre (1Ts 3, 13). En el Evangelio
la venida del Hijo del hombre está descrita con un lenguaje apocalíptico que explica que
antes del final se producirá un trastorno en el universo. Los hombres serán presa de la
angustia, quedarán sin aliento y desconcertados por el miedo y la ansiedad. Los paganos
se preguntarán qué significa esto. El discípulo de Cristo conoce el significado de estos
acontecimientos por la palabra de Cristo: son señales del que ha de venir. Las palabras
se extienden al mundo entero, que queda dividido en dos grandes campos: los hombres,
que se consumen de pánico y los discípulos que afrontan esta hora con gozosa
expectación. Sin Cristo, ansiedad; con Cristo, esperanza inquebrantable.
Cabe destacar los fuertes paralelismos que esta perícopa tiene con Marcos (Mc
13, 24-26. 33-37), aunque Lucas retoca ligeramente el texto. Los dos, en la manera de
describir los acontecimiento venideros, se inscriben en una antigua tradición, como
puede verse en Isaías en una predicción sobre la ruina de Babilonia: Ved que se acerca
el día de Yahvéh, implacable, cólera y furor ardiente, para hacer de la tierra un
desierto y exterminar a los pecadores. Las estrellas del cielo y sus luceros no darán su
luz, el sol se oscurecerá en naciendo, y la luna no hará brillar su luz (Is 13, 9s). De esta
manera expresan plásticamente el poder y la grandeza de Dios que viene a juzgar.
Tiembla el universo cuando se levanta Dios y visita la tierra, aunque lo haga en forma
de niño. Temblarán los poderes del cielo de respeto y sobrecogimiento. Tiemblan los
poderes del pecado porque Dios hecho niño viene a sosegar el corazón del hombre
que temblaba por el frío del pecado.
Toda la representación del desorden cósmico y la razón por la que los hombres
deben estar alerta está en función de la figura del Hijo del hombre, cuya venida se
describe con imágenes procedentes de la tradición: Vi venir en las nubes del cielo a un
como hijo de hombre (...). Le fue dado el señorío, la gloria y el imperio, y todos los
pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio eterno que no
acabará nunca, y su imperio, imperio que nunca desparecerá (Dn 7,13s). Estas
imágenes de la tradición tienen por objeto representar la majestad divina de Cristo en su
segunda venida. Jesús no viene ya en la debilidad de un niño, sino en la grandeza y
gloria de su exaltación.
1. Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación (v.28).
Los signos anunciadores de la llegada del Hijo del Hombre no provocan el
miedo en los creyentes, sino que se convierten en una invitación a levantarse y a
levantar la cabeza muy alta porque se acerca nuestra liberación. Así, lo que es
mundanamente catastrófico, se convierte en llamada a la esperanza.
La liberación se acerca cuando aparece el Hijo del hombre en gloria. En Él se
cumplen todas las esperanzas. En Él la Iglesia llega a plenitud como Iglesia triunfante.
El tiempo de la Iglesia entre la Ascensión y la segunda venida es tiempo de misión,
tiempo de recogida de los pueblos, tiempo de esperanza en el retorno del Señor; ahora
es el tiempo en el que la Iglesia reunida recibe su forma plena y su liberación definitiva.
Es una Iglesia esperanzada, la que espera al Señor.
La expresión usada por Lucas para hablar del fruto de la llegada del Hijo del
hombre es “se acerca vuestra liberación”(v.28), en griego apolytrôsis ( hymôn),
sustantivo del verbo apolytrôo, que significa “liberar mediante una razón”. Así puede
verse que apolytrôsis recoge más bien el sentido de “rescate por alguien o algo”. No
debe tomarse como una mera redención o liberación, sino que indica la acción por la
que nosotros somos salvados por Cristo, siendo el precio de nuestro rescate Él mismo,
su vida y su muerte. El hecho de dejar de estar “cautivos”, “cuesta” la vida del Señor
desde el momento de la Encarnación. Es precioso ver en los iconos orientales de la
Encarnación que el niño recién nacido está envuelto con los sudarios que lo envolvieron
en su sepultura, dando a entender que ya con su nacimiento el niño comienza nuestra
redención, que el que vence al pecado que esclaviza al hombre viene en forma de
niño.
2. Estad siempre despiertos (v.36)
Esta segunda parte de la perícopa (v. 34-36) comienza con una serie de
advertencias que invitan a la sobriedad de vida para recibir al Hijo del hombre. El
horizonte al que ahora se dirige Jesús es el mundo; ya no se dirige solamente a los
discípulos. El Hijo del hombre vendrá de improviso, rápida e inesperadamente, como un
lazo.
La exhortación a estar despiertos, velad (agripnêite) es una llamada a
permanecer en vigilia de oración pidiendo fuerzas para escapar de todo lo que está por
venir (v. 36). La vida del discípulo debe estar caracterizada por la vigilancia en espera
del Señor y por la prontitud para recibirlo. Esta vigilancia está asociada a la oración,
como el mismo Señor recomienda en su oración en Getsemaní (Mc 14,38). El que ora
está en vela para Dios. El que entiende su vida como vigilia de oración para Dios, no
tiene otro motivo que la esperanza ni otra obra que la caridad.
Cristo viene como juez. Ciertamente, el juicio será en misericordia. Pero la
misericordia no elimina la justicia de Dios. Desde la perspectiva del juicio hay que ver
la Navidad (primera venida) y el juicio final (segunda venida) como dos momentos
íntimamente unidos. El juicio no comienza con la segunda venida, sino con la
Encarnación. La Palabra que en Navidad viene a la tierra juzga los deseos e
intenciones del corazón (Hb 4, 12c). La Palabra encarnada de Dios viene para la
salvación del mundo; pero el que me rechaza y no acepta mis palabras ya tiene quien lo
juzgue: el mensaje que he comunicado, ése lo juzgará el último día (Jn 12, 47s). Con la
encarnación de Cristo comienza la etapa final. El intervalo de tiempo entre la Navidad
y el juicio final no es más que el tiempo de la decisión, tiempo de prueba en que hemos
de estar permanentemente despiertos con nuestras lámparas encendidas por nuestras
obras de caridad.
La vida cristiana es una existencia en la espera del Señor que ha de venir, una
vida que recibe su norma del futuro. La vida cristiana es un juicio en el amor y por el
amor. Para el camino Pablo menciona el mandamiento del amor; Que el Señor os colme
y os haga rebosar de amor mutuo (...) Para que cuando Jesús nuestro Señor vuelva os
presentéis santos e irreprensibles ante Dios (1Ts 3, 12). Una sola es la pregunta que
moverá la misericordia de Dios en el juicio venidero: ¿has amado?
¿Podremos comparecer seguros ante el Hijo del hombre? Mediante la vigilancia
y la oración podremos afrontar el inminente juicio y comparecer seguros ante el juez. La
única seguridad que hará que nos mantengamos en pie ante el Hijo del hombre (v.36)
será la santidad de nuestra vida. Con esta buena esperanza que de arriba les venía –dice
San Juan de la Cruz hablando de la Encarnación-, el tedio de sus trabajos más leve se
les hacía; pero la esperanza larga y el deseo que crecía de gozarse con su Esposo,
continuo les afligía; por lo cual con oraciones, suspiros y agonía, le rogaban noche y
día que ya se determinase a darles su compañía (Poesías, Romance sobre el Evangelio
“In Principio erat Verbum”, 5º) . Es esta compañía de Cristo en nuestra vida la que nos
hará justos el día del juicio. En todo momento elegir a Jesucristo para mantenernos
ardientes en la caridad porque al atardecer de la vida nos examinarán del amor (San
Juan de la Cruz).
Y ahora os pongo los textos complementarios:
Esperan ansiosamente la venida de Cristo los que sienten por Él una tierna e
inquieta devoción y se nutren de su pensamiento y están pendientes de sus labios y
viven en su sonrisa. Ávidos de sus elogios, prontos a adivinar sus intenciones, celosos
de su honor, lo ven en todas las cosas, lo esperan en cada suceso. Entre los cuidados, los
intereses, las ocupaciones de esta vida, el brusco anuncio de su próxima llegada les
producirá no una sorpresa desconcertante, sino alegría profunda... ¿Queréis precisión
mayor en el cuadro que os sugiero de afectuosas relaciones? Bien. ¿Sabéis acaso el
sentido de quien espera a un amigo, la visita de un amigo que tarda en llegar? ¿Sabéis
cómo se desea, cuando se está rodeado de personas inoportunas o molestas, que pase el
tiempo y llegue la hora de deshacerse de ellas? ¿Sabéis lo que es la angustia frente a lo
posible, la incertidumbre frente a algún acontecimiento importante? Todo lo que os lo
recuerda os pone en ascuas y es el primer pensamiento que os viene a la cabeza apenas
os levantáis. Pero, permitidme insistir, ¿sabéis lo que es tener amigos en un país lejano
y esperar sus noticias y preguntarles cada día cómo les va, qué será de ellos? O,
viceversa, ¿sabéis lo que es vivir sólo en tierra extraña? No tenéis con quien hablar ni
simpatizar; se apodera de vosotros la nostalgia del hogar, la ausencia de
correspondencia os abruma y con tristeza os preguntáis si alguna vez regresaréis a casa.
Finalmente, ¿sabéis lo que quiere decir vivir de afecto y ternura hacia un amigo que está
junto a vosotros? Vuestros ojos adivinan los suyos, leéis en su alma, el menor cambio
de su actitud tiene un cambio para vosotros, prevéis sus necesidades, su tristeza os pone
tristes y todas sus emociones tienen en vosotros un eco emocionado; estáis intranquilos
hasta que no lográis comprenderlo; felices y encantados cuando esclarecéis el misterio.
Semejante estado de alma, cuando Nuestro Señor es su objeto, parece a primera
vista inverosímil a los ojos del mundo y por encima de las fuerzas de la naturaleza. Y,
sin embargo, se halla realizado tan corrientemente en la Iglesia de todos los tiempos,
que se ha convertido en signo de la invisible presencia de Dios y en una especie de
criterio de la divinidad de nuestra religión ( J. H. NEWMANN, Sermons preached on
various occasions. Waiting for Christ).
El Señor ha recomendado insistentemente que pienses en el día del juicio, a fin
de que estuvieses atento y vigilante esperando la venida del Juez, y ha procurado con
varios elementos infundirte temor, para no tener que condenarte en su tribunal. La
advertencia del Señor mira no a que conozcas con exactitud el término de tus días, sino
a que estés dispuesto en todo tiempo a practicar el bien, precisamente porque ignoras
cuando será el fin.
No quiere que averigües y discutas la naturaleza del tiempo, sino te manda que,
como no sabes cuando vendrá a juzgarte, medites en lo caduco del tiempo, y que, como
han hecho los santos, te prepares espiritualmente para recibirle cuando venga.
Prepárate para cuando venga. ¿Qué te importa el saber cuándo esto ocurrirá? ¡Menos
curiosidad y más piedad! Debes vivir siempre como si llegase hoy mismo, y así, cuando
venga, no tendrás motivos para temer su venida.
¡Qué consuelo es saber que el Señor es misericordioso y compasivo! Pero si te
complaces en la misericordia del Señor, teme su justo juicio (...) Vendrá el día del juicio
final; alégrate con la promesa de que el Señor juzgará con justicia al mundo y con
rectitud a los pueblos (Sal 97,9). Es absurdo temer la venida de aquel a quien amas;
decir todos los días Venga a nosotros tu reino, y temer que se cumpla nuestra
petición. ¿Qué motivo puede haber para temer? ¿El miedo a una sentencia injusta, o a
un juicio apasionado, o influido por la envidia? Sabes que nada de eso puede suceder.
Gózate, si eres hombre justo; teme, si eres malo; porque el Señor juzgará con
justicia al mundo y con rectitud a los pueblos. En tu mano está el esperar debidamente
la venida de Cristo. Ten en cuenta que si difiere su venida, lo hace para no tener que
condenarte cuando venga. Si Él tarda en venir, tu no retrases tu conversión (...)
Adelántate a presentarte a Dios, ofreciéndole el arrepentimiento de tus culpas; sí,
anticípate a Dios y no dejes que se te adelante el Juez. Anticípate, para no ser
sorprendido. ¿Sientes hoy remordimiento de conciencia?, confiésate hoy mismo,
purifícate hoy mismo de él; depón tu ansiedad y recobra tu tranquilidad. No esperes
para aplicarte la medicina. ¿Hay algo que atormente tu conciencia? Arroja
inmediatamente el peso que te oprime.
Si amas a Cristo, debes alegrarte y gozarte en esta esperanza: cuando venga
no serás condenado, sino iluminado (SAN AGUSTÍN, Sermones).
Por último la carta:
Querido Teodoro:
¡Que la esperanza en Cristo fortalezca tu corazón!
Me pongo a escribirte hoy con una gran alegría, pensando que cuando esta carta te
llegue estaremos a las puertas del Adviento, tiempo que, como muy bien sabes, la Iglesia
cuida con especial interés, pensando en dos cosas: por una parte, la fiesta de la Navidad
en el recuerdo del nacimiento de Jesucristo, y, por otra, su venida gloriosa, como Rey y
Señor de toda la creación. Te recuerdo, querido amigo, lo que me parece que te he dicho
ya en alguna ocasión: que el Adviento, como preparación inmediata del Nacimiento de
Jesucristo, es la mejor escuela para preparar su advenimiento glorioso en la Parusía. El
Adviento, en efecto, nos enseña a esperar con paciencia, a vigilar sin descanso y a
perseverar en la fidelidad.
De las lecturas de este Domingo I he entresacado varias ideas que te comunico. Ya
me dirás qué te parecen. En primer lugar, está la advertencia que hace Jesús sobre el
peligro que en el tiempo de espera suponen cosas tan concretas como los vicios, la bebida
y la preocupación por el dinero. Tras tentaciones siempre al acecho: la sensualidad que
arrastra a la vida fácil; la bebida que narcotiza y lleva a la pérdida de la conciencia y la
libertad; el dinero, que, aun siendo necesario para vivir dignamente, puede encerrar una
trampa para la codicia y los vicios. En segundo lugar, me ha atraído la idea de que la
llegada de Jesús es un anuncio que nos debe ayudar a salir de la postración, del
desencanto, del temor. Las palabras son muy elocuentes y gráficas: Levantaos, alzad la
cabeza. Yo entiendo que Jesús quiere decir: «Si por un momento habéis decaído, si el
desánimo ha hecho mella en vuestro corazón, ¡ánimo! Poneos en pie. No tengáis miedo.»
Y también: «Alzad vuestras cabezas, sed capaces de mirar cara a cara. Mantened el
propósito de vivir en la verdad. He aquí que yo vengo para sosteneros.» La tercera idea es
la que expresa otras palabras muy gráficas de Jesús: Manteneos en pie ante el Hijo del
hombre. Quien ha vivido en fidelidad y verdad no tiene que temer la llegada del Hijo del
hombre. Ellas serán su abogado y mejor defensa.
Amigo mío, sólo me queda decirte que no dejes de prepararte lo mejor posible
durante este tiempo de Adviento, pues en la medida que ensanches tu corazón con la
expectativa de Cristo, así será también la grandeza de tu consuelo. Hasta pronto,
Doroteo
EL PAN DE LA
PALABRA
Domingo I del Tiempo Ordinario (C) 3
Diciembre de 2000
Comienza un nuevo Año Litúrgico
“Nuestra vida ha de ser como un
contínuo adviento
que prepara la venida de Dios a los
hombres”
“Se acerca nuestra liberación”
(Lc 21, 25-28.34-36)
COMENTARIO
EXEGETICO
Primera Lectura: Jer 33, 14-16: Suscitaré a David un vástago legítimo
Segunda Lectura: 1 Tes 3, 12 - 4, 2: Que el señor os fortalezca interiormente, para
cuando Jesús vuelva
Evangelio: Lc 21, 25-28.34-36: Se acerca vuestra liberación
¡CRISTIANO! ¡DESPIERTA! ¡LEVANTA LA
CABEZA!
SE ACERCA TU SALVADOR
1.- Contexto litúrgico:
La venida del Señor está presente en los textos de la actual liturgia; mediante
esta expresión la liturgia quiere mostrarnos el sentido cristiano del tiempo y de la
historia. Vienen días, se nos dice en la primera lectura, en que haré brotar para David un
Germen justo. Jesús, en el discurso escatológico de san Lucas, dice que los hombres
verán venir al Hijo del Hombre en una nube con gran poder y gloria. En la primera carta
a los Tesalonicenses san Pablo les exhorta a estar preparados para la Venida de nuestro
Señor Jesucristo, con todos sus santos.
2.- Evangelio:
El Año Litúrgico comienza en el evangelio con una visión anticipada del retorno
de Cristo. Con ello se nos enseña algo inhabitual: a ver la Navidad (su primera
venida) y el juicio final (su segunda venida) como dos momentos que se
implican mutuamente. La Escritura nos dice constantemente que con la
encarnación de Cristo comienza la etapa final: Dios pronuncia su última palabra
(Hb 1, 2); sólo queda esperar a que los hombres quieran escucharla o no. La
última palabra que en Navidad viene a la tierra, “para que muchos caigan y se
levanten” (Lc 2,34), es “más tajante que espada de doble filo... Juzga los deseos
e intenciones del corazón... Nada se oculta; todo está patente y descubierto a los
ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuentas” (Hb 4,12s). La Palabra
encarnada de Dios es crisis, división: viene para la salvación del mundo; pero “el
que me rechaza y no acepta mis palabras ya tiene quien lo juzgue: el mensaje
que he comunicado, ése lo juzgará el último día” (Jn 12, 47s). Lo que
consideramos como un gran intervalo de tiempo entre Navidad y el juicio final
no es más que el plazo que se nos da para la decisión. Algunos dice que no desde
el principio, otros dice sí pero se desfondan y otros permanecen en Jesucristo,
perseverantes. En este tiempo de nuestra prueba hemos de estar
permanentemente “despiertos”, vigilantes, “en oración”. Por los que no le
aceptan y para que no seamos nosotros quienes nos desfondemos.
Jesús nos previene contra la apatía y la tibieza, y nos dice: Tened cuidado: no se
os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero (Lucas 21,25).
Siempre estamos expuestos a la tentación del olvido del amor del Señor. Hay que
escuchar la Palabra, pedir luz al Señor y abrirle el corazón; examinar nuestra conciencia
cada día buscando las raíces de nuestra tibieza y flojedad. De una manera especial, en
este tiempo de salvación del Adviento que hoy comenzamos, designado por la Iglesia
como tiempo de reflexión y de esperanza, de alto en el camino para revisar los motores
y rectificar la ruta de la tibieza, enfermedad muy extendida, y juzgada con severidad por
la Revelación, y hoy muy generalizada. Vivimos en una sociedad llamada del bienestar.
Sociedad hedonista, sensual, que vive en la superficie, en la cerca del castillo poblado
de sabandijas. Su diagnóstico es alarmante. Es posible que la separación del Señor por
la ofensa grave se mire aún con horror, pero se cometen imprudencias que pueden llevar
a él. No se da importancia al pecado venial deliberado y se da rienda suelta a la pasión
dominante. Se omite sistemáticamente la oración, o se hace sin gusto, sin atención, con
inapetencia; “y faltando el gusto”, mal aconsejada, “de pasatiempo en pasatiempo, de
vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión”, pierde el fervor y casi su vocación de
orante, dice Santa Teresa. La oración se suprime por la más leve causa, o por pura
pereza. Es el principio de una enfermedad mortal. Se ha perdido el horror al pecado
mortal; más, se ha perdido el sentido del pecado. Y el enfermo ensancha las concesiones
para suprimir la conciencia de culpa. Se piensa y se siente como el mundo, aunque se
siga exteriormente siendo cristiano.
La falta de vida interior ha ido consumiendo los órganos vitales, y ya no hay
fuerza ni voluntad para resistir las tentaciones. La enfermedad es mortal desde sus
primeros arañazos, pues la enfermedad si no se cura, conduce a la muerte. Cierto que
puede curarse porque Dios, no sólo puede curar enfermos, sino resucitar muertos. Y
quiere curar. Laodicea, la actual Denizli, situada en un rico distrito de Frigia, en el valle
de Likos, como Colosas y Hierápolis, fue evangelizada por Epafras, discípulo de San
Pablo, quien en Colosenses 4,16, aludiendo a una carta que escribió a los laodicenses,
les envía un saludo y ordena que lean la que ha dirigido a los de Colosas. En ellas había
florecido la fe, y han caído en la tibieza, como asegura Juan en el Apocalipsis: Al Ángel
de la iglesia de Laodicea escribe así: "Esto dice el amén, el testigo fiel y veraz, el
principio de la creación de Dios: Conozco tus obras, y no eres frío ni caliente (Ap
3,14). Tienes nombre de viviente pero estás muerto. Vives, pero débilmente, con
anemia que te consume, sin fuerzas para obrar, sin movimiento.
Laodicea era rica, nadaba en la opulencia; rebosaba de casas comerciales,
bancos, fábricas de púrpura. Tenía una célebre escuela de oftalmólogos que le daban
importancia y bienestar. Estas fueron las causas de su tibieza: Tu dices: Soy rico tengo
reservas y no me falta nada. Sin embargo, Aunque no le sepas eres un desdichado y
miserable y pobre y ciego y desnudo. Ojalá fueras frío o caliente. Si fueras frío, quizá
rebotaría la pelota al remorderte la conciencia y te convertirías. Pero eres tibio. Quieres
ser amigo sin amor, vivir en gracia en medio de devaneos, acercándote a la sentina de
los vicios y podredumbre; me da náuseas que te puedas perder, me da escalofríos que te
pudras en el hedor de la mediocridad.
La tibieza nace por una alimentación espiritual deficiente, y por la caída en
imperfecciones, que han fomentado gérmenes morbosos. “La gracia de Dios pierde su
fuerza en las almas tibias”, dice San Buenaventura. La gracia tiene sus leyes, y no es tan
abundante en el tibio como en el fervoroso. Se pierden luces, energía, fuego: ¡Qué
diferencia de palabras a palabras, de luces a luces, de fuerzas a fuerzas! Y es que lo que
no se practica, no se predica, y si se predica, se hace con tono desvaído y sin gancho y
sin garra. Sin relieve. Sin fuego. La tibieza inclina a las concupiscencias; no resiste el
embate de sus impulsos, sino que los alimenta y les franquea la entrada, hasta llegar al
fondo del abismo sin reaccionar.
El desprecio de las faltas ligeras y el hábito de caer en ellas; el olvido de la
oración, del examen y de los ejercicios de piedad. “Debemos tener el coraje de ser
inconformistas ante las tendencias del mundo opulento. En lugar de acomodarnos al
espíritu de la época, deberíamos ser nosotros quienes imprimiéramos de nuevo el sello
de la austeridad evangélica. Hemos olvidado que los cristianos no pueden vivir como
vive “cualquiera”. La necia opinión de que no existe una moral específicamene cristiana
es sólo una expresión atrevida de la pérdida de un concepto fundamental: la “diferencia
del cristiano” con relación a los modelos del “mundo”.
La rutina, la vana complacencia y la ceguera espiritual que de ahí nace; la falta
de resistencia vigorosa y constante a nuestro defecto principal; la mengua más o menos
consentida del fervor, son las principales causas de la tibieza. No olvidemos que el
camino es resbaladizo; un pequeño descuido puede resultar el principio y luego el
funesto final. Sed fervorosos de espíritu, no seáis flojos en el cumplimiento de vuestro
deber acordándoos de que servís al Señor (Rom 12,11). Contra tí tengo, que has
perdido el fervor de tu primer amor (Ap 2,4). El ambiente no facilita el cultivo de la
vida interior, al revés, la obstaculiza. Y estamos sumergidos en él. Y cuando se propone
el plan de la nueva evangelización, se piensa en trazar líneas de acción, pero pocas
veces se trazan planes de reforma interior y personal. Sin Mí no podéis hacer nada. A
mayor unión con Dios de los instrumentos, mayor eficacia de los mismos. Si no,
resultan bronces que tañen, hierros fríos imposibles de trabajar e incapacitados para
engendrar la vida de Dios. Estériles.
Y ahora viene la invitación amorosa, los medios terapéuticos. No mires los
goces y riquezas de la tierra, sino los de arriba, y cambia aquéllos por éstos. Te
aconsejo que me compres oro acendrado a fuego el oro de la caridad, no el oro de los
bancos, ni el que se adquiere con la venta de preciosas mercancías; así serás rico, rico
de verdad y no sólo en apariencia; y un vestido blanco en que brille la limpieza de
costumbres, más preciosas que tu púrpura; y que no se vea tu vergonzosa desnudez; y
unge tus ojos con colirio para ver; pues a pesar de tus célebres oculistas, has llegado a
la ceguera. Escuchemos al que por amor nos llama y ofrece una nueva familiaridad,
llena de goces inestimables: Mira que estoy a la puerta llamando; si uno me oye y me
abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos. “La cena que recrea y enamora,
cantará” San Juan de la Cruz.
No nos amodorremos. No caigamos en la rutina, a lo que tan propensa es nuestra
naturaleza caída. Después de la destrucción de Jerusalén del año 70, las ruínas de la
ciudad eran una advertencia y una constatación de la caducidad de este mundo. Jesús
además, habla de signos en el sol y la luna y las estrellas, y de angustia de las gentes
enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. A pesar de todo lo que se le viene al
mundo encima, Jesús nos previene: levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra
liberación.
Cuando todo se derrumba y perece, el hombre puede permanecer en pie ante
Jesús, triunfador del mal, de la corrupción y de la destrucción. Permanecer en pie
cuando todo cae es mantenerse y no perecer. En virtud de la victoria de Cristo, que
resucita y que vive, está llegando la liberación. Cristo está sembrado en nuestros
corazones, como grano de trigo, que muere, pero con su muerte trae la salvación. El
grano caído en la tierra produce millones de espigas. Sobre las ruínas de un mundo, ha
sido trazada la señal de la verdad y de la vida, que es la muerte y la resurrección de
Cristo. No va a triunfar el mal, el pecado, la muerte. Va a triunfar Cristo y los que vivan
con él y sigan sembrando el amor en el mundo. Al final triunfará el amor. La victoria es
del amor. De Cristo Cordero en pie, como degollado (Ap 5, 6), pero viviente. El es
digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque ha sido degollado y ha rescatado
para Dios con su sangre a los hombres de todas las tribus, lengua, pueblo y nación"
(Ib 9). Sepamos levantar la cabeza con fe viva. Con la confianza puesta en el vencedor
de la muerte, en el Señor que se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza
Salmo 24.
3. Consecuencias:
A. Memoria y profecía. En estas dos palabras se sintetiza toda la concepción
cristiana del tiempo. Cuando habla del tiempo, el cristiano piensa en el tiempo presente
con sus vicisitudes y circunstancias. Es el presente del tiempo de Jeremías (año 587 a.
de C.) en que Jerusalén yacía bajo el asedio de Nabucodonosor; es el presente de la
comunidad cristiana de Tesalónica o de los destinatarios del evangelio según san Lucas.
Desde ese presente se lanza la mirada hacia atrás y se hace memoria: la promesa de
Dios a David acerca de un reino hereditario, que ahora corre peligro; la venida histórica
de Jesucristo que con su pasión, muerte y resurrección ha inaugurado el fin del tiempo,
del que los cristianos participan ya en cierta manera. Pero los cristianos no son hombres
del pasado. Desde su vida presente echan también una mirada hacia el futuro, ese futuro
encerrado en el relicario de la profecía, en el libro sellado con siete sellos y que sólo el
Cordero de pie (resurrección) y degollado (pasión y muerte) puede abrir y leer (cf Apc.
5). La profecía tiene que ver con la segunda venida de Jesucristo, con su venida
triunfante, rodeado de todos los santos, venida para proclamar definitivamente la
justicia y la salvación; una profecía que conmoverá los cimientos del orbe y hará surgir
un mundo nuevo. El cristiano vive entre la memoria y la profecía, entre la primera
venida de Cristo y su futura venida al final de la historia. Navidad y Juicio final de
salvación son la dos columnas sobre las que los hombres construyen el puente de la
decisión y de la responsabilidad. Con ese puente, la segunda venida no es sino la
prolongación y coronamiento de la primera, de la Encarnación y del Misterio Pascual.
B. Fisonomía del que viene. ¿Quién es el que viene? Ante todo, es un Retoño,
un Germen justo. Es decir, un descendiente del tronco de David, que practicará el
derecho y la justicia (virtudes propias de un buen rey). En una lectura cristiana, ese
Germen es Jesucristo que ha venido al mundo para traer la justicia de Dios, es decir, la
salvación por medio del amor (primera lectura). El que viene es el Hijo del hombre en
una nube con gran poder y gloria. Es una persona, por tanto, que habita en el mundo de
Dios y que participa de su poder y de su gloria. El que viene en Navidad y el que vendrá
en el juicio final es el Verbo encarnado en el seno de María (evangelio). El que viene es
nuestro Señor Jesucristo, es decir, Cristo glorioso, vencedor de la muerte y del pecado,
que vive en la eternidad pero que se hace presente en el tiempo histórico (segunda
lectura).
C. Actitud del cristiano. El evangelio nos indica dos actitudes: estar en vela y
orar. La vigilancia es muy oportuna para que cuando llegue el Verbo a nosotros en la
carne de un niño, sepamos aceptar y vivir el misterio. La oración más oportuna y
necesaria todavía, porque sólo mediante la oración se abre a la mente y al corazón
humano el misterio de las acciones de Dios. Por su parte, san Pablo señala a los
tesalonicenses otras dos actitudes: Crecer y abundar en el amor de unos con otros, y en
el amor para con todos; comportarse de modo que se agrade a Dios. ¿Qué mejor manera
de prepararse a la venida del Amor sino mediante el crecimiento en el amor? Jesucristo
en su vida terrena no buscó otra cosa sino hacer lo que es del agrado de su Padre, por
eso, una manera estupenda de prepararse para la Navidad es buscando agradar a Dios en
todo.
D. El sentido del tiempo. Para nosotros, los cristianos, no hay sentido del
tiempo sino en Jesucristo. El es el centro de la historia y de los corazones. La historia
tiene en él su punto de partida (Cristo es el alfa) y su punto de llegada (Cristo es la
omega). El tiempo y la historia culminan en él, alcanzan en él su plenitud absoluta y su
sentido supremo. Sin Jesucristo el tiempo y la historia son sólo un puro accidente. Con
Cristo, son un designio de Dios, una historia de salvación, un yunque en el cual forjar
nuestra decisión en la libertad y responsabilidad. Para nosotros el tiempo no es una
simple sucesión de segundos, minutos y horas; una cadena de días meses y años; una
sucesión y una cadena sin rumbo fijo, a la deriva de fuerzas impersonales dominadoras
que llevan al caos. Para nosotros, el tiempo con sus siglos y milenios es una historia,
dirigida y timoneada por Dios; para nosotros, el tiempo tiene un principio de unidad y
armonía, de coherencia y cohesión, no en los imperios o en las ideologías, tan caducos
como los mismos hombres, sino en Jesucristo, que es de ayer, de hoy y de siempre.
Nuestra vida diaria con sus tópicos, su monotonía, sus mismas vulgaridades, forma
parte de un proyecto divino, es una tesela dentro del gran mosaico de la historia de la
salvación planeada por Dios. En el sentido del tiempo está incluido inseparablemente el
sentido de mi tiempo. ¿No da esta realidad de nuestra fe un gran valor a la vida de cada
cristiano, a tu vida?
E. Crecer y abundar en el amor. San Juan de la Cruz concluía una de sus
poesías: “Que sólo en el amor es mi destino”. Sólo el Amor crea. La venida primera de
Cristo en la Navidad es una venida de amor, y es igualmente venida de amor su retorno
al final de los siglos, su parusía.
Entre el amor de Cristo que viene y que vendrá se intercala la vida humana que,
como en una sinfonía, desarrollará el tema del amor con el que comienza y concluye la
pieza musical. Crecer resalta el aspecto dinámico del amor: crecer en el amor a Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo; en el amor a María y a los santos.
Crecer en el amor a la propia familia, a los parientes, a los amigos, a los
desconocidos, a los necesitados, a los enfermos, a los pecadores...
¿Cómo? Piensa a ver qué se te ocurre, que sin duda serán muchas cosas.
Abundar pone de relieve la generosidad en el amor, ese rasgo típico de la existencia
cristiana.
¿Eres generoso en el amor o lo andas midiendo con el metro de tu egoísmo?
Bienaventurados los generosos en el amor porque ellos tomarán parte en el
cortejo al momento de la parusía de Jesucristo.
Carta desde el Cerro
Querido Teodoro:
¡Que la esperanza en la venida de Cristo, te mantenga despierto!
Según me cuentas en la carta que acabo de recibir, estas totalmente recuperado
de tu gripe. Me alegro. Y también me dices que has tenido un nieto más... ¡que alegría!
Cada vez que nace un niño es, como si Dios nos dijera de manera silenciosa que sigue
creyendo en el hombre. Me alegro, de verdad.
Si has leído ya las lecturas de este domingo, verás que comenzamos el adviento. Un
tiempo que es una magnífica escuela de oración, porque nos sitúa ante Dios como los que
necesitan, esperan, los que reciben el anuncio y son llamados a preparar el camino, como los
que se alegran ante la inminencia de la Salvación de Dios en la carne de Jesucristo. Ora y
espera, el que sabe que sólo en Dios adquiere solidez su vida, el que sabe que sólo de Él puede
venir la Salvación que espera. Pero amigo mío.... ¿a quien esperamos? ¿a quien necesitamos que
venga? No es una pregunta vanal.... Si nuestra más grande necesidad hubiera sido de dinero,
Dios hubiera mandado a un economista. Si nuestra más grande necesidad hubiera sido de
conocimiento, Dios hubiera mandado a un educador. Si nuestra más grande necesidad hubiera
sido de diversión o entretenimiento, Dios hubiera mandado a un artista o a un payaso. Pero
como nuestra mayor necesidad era de amor y salvación. Dios mando a su Hijo, un Salvador.
Te digo esto porque a veces tengo la sensación de que vivimos esperando a un payaso, o
a un economista.... ¿tenemos necesidad de dinero, de un payaso... o de un Salvador? ¡! ¿Dios es
tonto o al nacer su Hijo en un pesebre nos quería decir que estábamos perdidos y en las tinieblas
y que necesitábamos Salvación? ¿Jesús vino para hacer el paripé o cuando vino, encarnándose,
se estaba tomándose en serio nuestra vida? ¿En manos de quien ponemos nuestro corazón?
Mira, una pelota de baloncesto en mis manos vale unas 3.000 ptas. Una pelota de baloncesto en
las manos de Michael Jordan vale alrededor de 3 millones de ptas. Todo depende de en manos
de quién está el asunto. Una raqueta de tenis en mis manos, no sirve para nada, salvo para
destrozar pelotas de tenis y colarlas en las casa de los vecinos rompiendo sus cristales. Una
raqueta de tenis en manos de Pete Sampras, significa el Campeonato en Wimbledon. Todo
depende de en manos de quién está el asunto. Una honda en mis manos es un juego de niños o el
peligro público número uno. Una honda en manos de David es el arma de la victoria del Pueblo
de Dios. Todo depende de en manos de quién está el asunto. Dos panes y cinco peces en mis
manos son un par de sandwiches de pescado si es que llega a eso. Dos panes y cinco peces en
manos de Jesús son el alimento para miles. Todo depende de en manos de quién está el asunto.
Unos clavos en mis manos pueden servir para construir una casita para los pájaros. Unos clavos
en las manos de Jesucristo producen la Salvación de toda la humanidad. Todo depende de en
qué manos está el asunto. ¿Y nuestra vida... en manos de quien está? ¿a Quién Esperamos?
Me despido ya, no sin antes recordarte la Vigilia de la Inmaculada, que tendremos en el
Cerro de los Ágeles el día 7 a las 10 de la noche.
Gracias por tu última carta, me dio mucha alegría todo lo que en ella comentabas. Pide
por los enfermos y recibe un cariñoso abrazo de tu amigo Doroteo.
Quizá sorprenda a los lectores de este evangelio que el tiempo de Adviento comience
con un pasaje que, en lugar de hablar de la venida de Cristo en la carne y preparar así la
Navidad, nos presente al Cristo con poder y gloria que vendrá al fin de los tiempos para
concluir la Historia. Lejos de invitar al gozo de la Navidad, el evangelio de este
domingo nos sobrecoge con sus imágenes terribles de lo que se le viene encima al
mundo. Y el mismo Señor nos invita a pedir fuerza para escapar de lo que está por
venir. ¿Es esto un modo de anunciar la alegría de la Navidad? ¿No hay otros evangelios
más cercanos al mensaje entrañable de la venida de Cristo en nuestra propia carne?
Digamos, en primer lugar, que la primera venida de Cristo, su nacimiento en Belén de
Judá, inaugura lo que la Palabra de Dios llama últimos tiempos. Al enviarnos Dios a su
propio Hijo, acabó el tiempo de las promesas y preparaciones y comenzó la etapa del
cumplimiento. El tiempo, con el nacimiento de Cristo, llegó a su etapa final y definitiva
y alcanzó su madurez. Eso es lo que dice tan solemnemente La epístola a los Hebreos,
cuando afirma que Dios en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo. Aunque
parezca paradógico, la primera venida es el compás inicial de la última. El niño de
Belén es el Hijo de Dios que un día se manifestará con majestad como Juez de todos los
hombres.
Dicho esto, se comprende, en segundo lugar, que el Adviento sea una invitación a
decidirnos por Cristo y, por tanto, a recibirlo como Juez de nuestras vidas. Ese Cristo
que viene en la pequeñez y humildad de nuestra carne juzga ya, desde el pesebre, el
modo pagano de nuestro vivir. El Adviento nos recuerda que Dios está a punto de venir
y nos invita a salir de nuestro pecado y de nuestros comportamientos mundanos, esos de
los que, en muchas ocasiones, hacemos gala en las fiestas de Navidad: la mente
embotada con el vicio, la bebida y los agobios de la vida. Por eso el Adviento nos invita
a alzar la cabeza y mirar a Cristo como nuestra liberación. Si un día queremos
mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre y ser juzgados con justicia y misericordia,
ya ahora, en este momento final de la Historia, debemos esperar despiertos su venida
actual y acogerlo de corazón. Debemos contrastar nuestra vida con la suya y dejarnos
juzgar por Él. No hay tiempo que perder: Dios ha entrado definitivamente en nuestra
vida y su Hijo Jesucristo es, al mismo tiempo, la Palabra que nos salva y la Palabra que
nos juzga. De ahí que el Adviento nos invite a levantarnos y decidirnos por Él.
+ César Franco

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  • 1. Primera lectura: Jr 33, 14-16: Suscitaré a David un vástago legítimo. Segunda lectura: 1Tes 3,12-4,2: Que el Señor os fortalezca para cuando Jesús vuelva. Evangelio: Lc 21, 25-28.34-36: Se acerca vuestra liberación. * * * * * La Iglesia comienza el Año Litúrgico, el tiempo de Adviento, con una visión anticipada del retorno de Cristo. Como una de las vírgenes sensatas, la Iglesia permanece con la lámpara encendida esperando la vuelta de su Señor, de su Esposo. La Esposa, la Iglesia, es depositaria de una promesa de amor eterno. Una promesa que no la adormece, sino que la mantiene en vela con la esperanza ardiente deseando el retorno del Esposo. El Adviento es una escuela para la vida. Nos recuerda no sólo como un traer a la memoria, sino como un ponerse en pie ante el Señor con toda la Iglesia, que nuestra vida pertenece al que ha de venir, que nuestra vida es depositaria de una promesa de amor eterno. Que nuestra existencia es una espera anhelante que no acaba con la espera infecunda, sino con la posesión de lo que se nos ha prometido. El Adviento nos enseña que nuestra vida está llamada a ser no sólo fe que espera, sino amor que posee. Que nuestra vida es Cristo y esto nos mantiene en pie. El Adviento es esperanza. Así nos lo muestran las lecturas que la Iglesia nos regala al comienzo del Adviento. Las tres son exhortaciones a la esperanza, a mantener viva la caridad porque Dios no tarda en darnos lo prometido. Mirad que llegan días –oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel (Jr 33, 14). Lo mismo expresa San Pablo en la segunda lectura, hablando de la segunda venida, desde la experiencia del cumplimiento de la promesa: Jesucristo; que el Señor os fortalezca interiormente; para que, cuando Jesús, Nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre (1Ts 3, 13). En el Evangelio la venida del Hijo del hombre está descrita con un lenguaje apocalíptico que explica que antes del final se producirá un trastorno en el universo. Los hombres serán presa de la angustia, quedarán sin aliento y desconcertados por el miedo y la ansiedad. Los paganos se preguntarán qué significa esto. El discípulo de Cristo conoce el significado de estos acontecimientos por la palabra de Cristo: son señales del que ha de venir. Las palabras
  • 2. se extienden al mundo entero, que queda dividido en dos grandes campos: los hombres, que se consumen de pánico y los discípulos que afrontan esta hora con gozosa expectación. Sin Cristo, ansiedad; con Cristo, esperanza inquebrantable. Cabe destacar los fuertes paralelismos que esta perícopa tiene con Marcos (Mc 13, 24-26. 33-37), aunque Lucas retoca ligeramente el texto. Los dos, en la manera de describir los acontecimiento venideros, se inscriben en una antigua tradición, como puede verse en Isaías en una predicción sobre la ruina de Babilonia: Ved que se acerca el día de Yahvéh, implacable, cólera y furor ardiente, para hacer de la tierra un desierto y exterminar a los pecadores. Las estrellas del cielo y sus luceros no darán su luz, el sol se oscurecerá en naciendo, y la luna no hará brillar su luz (Is 13, 9s). De esta manera expresan plásticamente el poder y la grandeza de Dios que viene a juzgar. Tiembla el universo cuando se levanta Dios y visita la tierra, aunque lo haga en forma de niño. Temblarán los poderes del cielo de respeto y sobrecogimiento. Tiemblan los poderes del pecado porque Dios hecho niño viene a sosegar el corazón del hombre que temblaba por el frío del pecado. Toda la representación del desorden cósmico y la razón por la que los hombres deben estar alerta está en función de la figura del Hijo del hombre, cuya venida se describe con imágenes procedentes de la tradición: Vi venir en las nubes del cielo a un como hijo de hombre (...). Le fue dado el señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio eterno que no acabará nunca, y su imperio, imperio que nunca desparecerá (Dn 7,13s). Estas imágenes de la tradición tienen por objeto representar la majestad divina de Cristo en su segunda venida. Jesús no viene ya en la debilidad de un niño, sino en la grandeza y gloria de su exaltación. 1. Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación (v.28). Los signos anunciadores de la llegada del Hijo del Hombre no provocan el miedo en los creyentes, sino que se convierten en una invitación a levantarse y a levantar la cabeza muy alta porque se acerca nuestra liberación. Así, lo que es mundanamente catastrófico, se convierte en llamada a la esperanza.
  • 3. La liberación se acerca cuando aparece el Hijo del hombre en gloria. En Él se cumplen todas las esperanzas. En Él la Iglesia llega a plenitud como Iglesia triunfante. El tiempo de la Iglesia entre la Ascensión y la segunda venida es tiempo de misión, tiempo de recogida de los pueblos, tiempo de esperanza en el retorno del Señor; ahora es el tiempo en el que la Iglesia reunida recibe su forma plena y su liberación definitiva. Es una Iglesia esperanzada, la que espera al Señor. La expresión usada por Lucas para hablar del fruto de la llegada del Hijo del hombre es “se acerca vuestra liberación”(v.28), en griego apolytrôsis ( hymôn), sustantivo del verbo apolytrôo, que significa “liberar mediante una razón”. Así puede verse que apolytrôsis recoge más bien el sentido de “rescate por alguien o algo”. No debe tomarse como una mera redención o liberación, sino que indica la acción por la que nosotros somos salvados por Cristo, siendo el precio de nuestro rescate Él mismo, su vida y su muerte. El hecho de dejar de estar “cautivos”, “cuesta” la vida del Señor desde el momento de la Encarnación. Es precioso ver en los iconos orientales de la Encarnación que el niño recién nacido está envuelto con los sudarios que lo envolvieron en su sepultura, dando a entender que ya con su nacimiento el niño comienza nuestra redención, que el que vence al pecado que esclaviza al hombre viene en forma de niño. 2. Estad siempre despiertos (v.36) Esta segunda parte de la perícopa (v. 34-36) comienza con una serie de advertencias que invitan a la sobriedad de vida para recibir al Hijo del hombre. El horizonte al que ahora se dirige Jesús es el mundo; ya no se dirige solamente a los discípulos. El Hijo del hombre vendrá de improviso, rápida e inesperadamente, como un lazo. La exhortación a estar despiertos, velad (agripnêite) es una llamada a permanecer en vigilia de oración pidiendo fuerzas para escapar de todo lo que está por venir (v. 36). La vida del discípulo debe estar caracterizada por la vigilancia en espera del Señor y por la prontitud para recibirlo. Esta vigilancia está asociada a la oración, como el mismo Señor recomienda en su oración en Getsemaní (Mc 14,38). El que ora está en vela para Dios. El que entiende su vida como vigilia de oración para Dios, no tiene otro motivo que la esperanza ni otra obra que la caridad.
  • 4. Cristo viene como juez. Ciertamente, el juicio será en misericordia. Pero la misericordia no elimina la justicia de Dios. Desde la perspectiva del juicio hay que ver la Navidad (primera venida) y el juicio final (segunda venida) como dos momentos íntimamente unidos. El juicio no comienza con la segunda venida, sino con la Encarnación. La Palabra que en Navidad viene a la tierra juzga los deseos e intenciones del corazón (Hb 4, 12c). La Palabra encarnada de Dios viene para la salvación del mundo; pero el que me rechaza y no acepta mis palabras ya tiene quien lo juzgue: el mensaje que he comunicado, ése lo juzgará el último día (Jn 12, 47s). Con la encarnación de Cristo comienza la etapa final. El intervalo de tiempo entre la Navidad y el juicio final no es más que el tiempo de la decisión, tiempo de prueba en que hemos de estar permanentemente despiertos con nuestras lámparas encendidas por nuestras obras de caridad. La vida cristiana es una existencia en la espera del Señor que ha de venir, una vida que recibe su norma del futuro. La vida cristiana es un juicio en el amor y por el amor. Para el camino Pablo menciona el mandamiento del amor; Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo (...) Para que cuando Jesús nuestro Señor vuelva os presentéis santos e irreprensibles ante Dios (1Ts 3, 12). Una sola es la pregunta que moverá la misericordia de Dios en el juicio venidero: ¿has amado? ¿Podremos comparecer seguros ante el Hijo del hombre? Mediante la vigilancia y la oración podremos afrontar el inminente juicio y comparecer seguros ante el juez. La única seguridad que hará que nos mantengamos en pie ante el Hijo del hombre (v.36) será la santidad de nuestra vida. Con esta buena esperanza que de arriba les venía –dice San Juan de la Cruz hablando de la Encarnación-, el tedio de sus trabajos más leve se les hacía; pero la esperanza larga y el deseo que crecía de gozarse con su Esposo, continuo les afligía; por lo cual con oraciones, suspiros y agonía, le rogaban noche y día que ya se determinase a darles su compañía (Poesías, Romance sobre el Evangelio “In Principio erat Verbum”, 5º) . Es esta compañía de Cristo en nuestra vida la que nos hará justos el día del juicio. En todo momento elegir a Jesucristo para mantenernos ardientes en la caridad porque al atardecer de la vida nos examinarán del amor (San Juan de la Cruz). Y ahora os pongo los textos complementarios:
  • 5. Esperan ansiosamente la venida de Cristo los que sienten por Él una tierna e inquieta devoción y se nutren de su pensamiento y están pendientes de sus labios y viven en su sonrisa. Ávidos de sus elogios, prontos a adivinar sus intenciones, celosos de su honor, lo ven en todas las cosas, lo esperan en cada suceso. Entre los cuidados, los intereses, las ocupaciones de esta vida, el brusco anuncio de su próxima llegada les producirá no una sorpresa desconcertante, sino alegría profunda... ¿Queréis precisión mayor en el cuadro que os sugiero de afectuosas relaciones? Bien. ¿Sabéis acaso el sentido de quien espera a un amigo, la visita de un amigo que tarda en llegar? ¿Sabéis cómo se desea, cuando se está rodeado de personas inoportunas o molestas, que pase el tiempo y llegue la hora de deshacerse de ellas? ¿Sabéis lo que es la angustia frente a lo posible, la incertidumbre frente a algún acontecimiento importante? Todo lo que os lo recuerda os pone en ascuas y es el primer pensamiento que os viene a la cabeza apenas os levantáis. Pero, permitidme insistir, ¿sabéis lo que es tener amigos en un país lejano y esperar sus noticias y preguntarles cada día cómo les va, qué será de ellos? O, viceversa, ¿sabéis lo que es vivir sólo en tierra extraña? No tenéis con quien hablar ni simpatizar; se apodera de vosotros la nostalgia del hogar, la ausencia de correspondencia os abruma y con tristeza os preguntáis si alguna vez regresaréis a casa. Finalmente, ¿sabéis lo que quiere decir vivir de afecto y ternura hacia un amigo que está junto a vosotros? Vuestros ojos adivinan los suyos, leéis en su alma, el menor cambio de su actitud tiene un cambio para vosotros, prevéis sus necesidades, su tristeza os pone tristes y todas sus emociones tienen en vosotros un eco emocionado; estáis intranquilos hasta que no lográis comprenderlo; felices y encantados cuando esclarecéis el misterio. Semejante estado de alma, cuando Nuestro Señor es su objeto, parece a primera vista inverosímil a los ojos del mundo y por encima de las fuerzas de la naturaleza. Y, sin embargo, se halla realizado tan corrientemente en la Iglesia de todos los tiempos, que se ha convertido en signo de la invisible presencia de Dios y en una especie de criterio de la divinidad de nuestra religión ( J. H. NEWMANN, Sermons preached on various occasions. Waiting for Christ). El Señor ha recomendado insistentemente que pienses en el día del juicio, a fin de que estuvieses atento y vigilante esperando la venida del Juez, y ha procurado con varios elementos infundirte temor, para no tener que condenarte en su tribunal. La advertencia del Señor mira no a que conozcas con exactitud el término de tus días, sino
  • 6. a que estés dispuesto en todo tiempo a practicar el bien, precisamente porque ignoras cuando será el fin. No quiere que averigües y discutas la naturaleza del tiempo, sino te manda que, como no sabes cuando vendrá a juzgarte, medites en lo caduco del tiempo, y que, como han hecho los santos, te prepares espiritualmente para recibirle cuando venga. Prepárate para cuando venga. ¿Qué te importa el saber cuándo esto ocurrirá? ¡Menos curiosidad y más piedad! Debes vivir siempre como si llegase hoy mismo, y así, cuando venga, no tendrás motivos para temer su venida. ¡Qué consuelo es saber que el Señor es misericordioso y compasivo! Pero si te complaces en la misericordia del Señor, teme su justo juicio (...) Vendrá el día del juicio final; alégrate con la promesa de que el Señor juzgará con justicia al mundo y con rectitud a los pueblos (Sal 97,9). Es absurdo temer la venida de aquel a quien amas; decir todos los días Venga a nosotros tu reino, y temer que se cumpla nuestra petición. ¿Qué motivo puede haber para temer? ¿El miedo a una sentencia injusta, o a un juicio apasionado, o influido por la envidia? Sabes que nada de eso puede suceder. Gózate, si eres hombre justo; teme, si eres malo; porque el Señor juzgará con justicia al mundo y con rectitud a los pueblos. En tu mano está el esperar debidamente la venida de Cristo. Ten en cuenta que si difiere su venida, lo hace para no tener que condenarte cuando venga. Si Él tarda en venir, tu no retrases tu conversión (...) Adelántate a presentarte a Dios, ofreciéndole el arrepentimiento de tus culpas; sí, anticípate a Dios y no dejes que se te adelante el Juez. Anticípate, para no ser sorprendido. ¿Sientes hoy remordimiento de conciencia?, confiésate hoy mismo, purifícate hoy mismo de él; depón tu ansiedad y recobra tu tranquilidad. No esperes para aplicarte la medicina. ¿Hay algo que atormente tu conciencia? Arroja inmediatamente el peso que te oprime. Si amas a Cristo, debes alegrarte y gozarte en esta esperanza: cuando venga no serás condenado, sino iluminado (SAN AGUSTÍN, Sermones). Por último la carta: Querido Teodoro: ¡Que la esperanza en Cristo fortalezca tu corazón! Me pongo a escribirte hoy con una gran alegría, pensando que cuando esta carta te llegue estaremos a las puertas del Adviento, tiempo que, como muy bien sabes, la Iglesia cuida con especial interés, pensando en dos cosas: por una parte, la fiesta de la Navidad
  • 7. en el recuerdo del nacimiento de Jesucristo, y, por otra, su venida gloriosa, como Rey y Señor de toda la creación. Te recuerdo, querido amigo, lo que me parece que te he dicho ya en alguna ocasión: que el Adviento, como preparación inmediata del Nacimiento de Jesucristo, es la mejor escuela para preparar su advenimiento glorioso en la Parusía. El Adviento, en efecto, nos enseña a esperar con paciencia, a vigilar sin descanso y a perseverar en la fidelidad. De las lecturas de este Domingo I he entresacado varias ideas que te comunico. Ya me dirás qué te parecen. En primer lugar, está la advertencia que hace Jesús sobre el peligro que en el tiempo de espera suponen cosas tan concretas como los vicios, la bebida y la preocupación por el dinero. Tras tentaciones siempre al acecho: la sensualidad que arrastra a la vida fácil; la bebida que narcotiza y lleva a la pérdida de la conciencia y la libertad; el dinero, que, aun siendo necesario para vivir dignamente, puede encerrar una trampa para la codicia y los vicios. En segundo lugar, me ha atraído la idea de que la llegada de Jesús es un anuncio que nos debe ayudar a salir de la postración, del desencanto, del temor. Las palabras son muy elocuentes y gráficas: Levantaos, alzad la cabeza. Yo entiendo que Jesús quiere decir: «Si por un momento habéis decaído, si el desánimo ha hecho mella en vuestro corazón, ¡ánimo! Poneos en pie. No tengáis miedo.» Y también: «Alzad vuestras cabezas, sed capaces de mirar cara a cara. Mantened el propósito de vivir en la verdad. He aquí que yo vengo para sosteneros.» La tercera idea es la que expresa otras palabras muy gráficas de Jesús: Manteneos en pie ante el Hijo del hombre. Quien ha vivido en fidelidad y verdad no tiene que temer la llegada del Hijo del hombre. Ellas serán su abogado y mejor defensa. Amigo mío, sólo me queda decirte que no dejes de prepararte lo mejor posible durante este tiempo de Adviento, pues en la medida que ensanches tu corazón con la expectativa de Cristo, así será también la grandeza de tu consuelo. Hasta pronto, Doroteo
  • 8. EL PAN DE LA PALABRA Domingo I del Tiempo Ordinario (C) 3 Diciembre de 2000 Comienza un nuevo Año Litúrgico “Nuestra vida ha de ser como un contínuo adviento que prepara la venida de Dios a los hombres”
  • 9. “Se acerca nuestra liberación” (Lc 21, 25-28.34-36)
  • 10. COMENTARIO EXEGETICO Primera Lectura: Jer 33, 14-16: Suscitaré a David un vástago legítimo Segunda Lectura: 1 Tes 3, 12 - 4, 2: Que el señor os fortalezca interiormente, para cuando Jesús vuelva Evangelio: Lc 21, 25-28.34-36: Se acerca vuestra liberación ¡CRISTIANO! ¡DESPIERTA! ¡LEVANTA LA CABEZA! SE ACERCA TU SALVADOR 1.- Contexto litúrgico: La venida del Señor está presente en los textos de la actual liturgia; mediante esta expresión la liturgia quiere mostrarnos el sentido cristiano del tiempo y de la historia. Vienen días, se nos dice en la primera lectura, en que haré brotar para David un Germen justo. Jesús, en el discurso escatológico de san Lucas, dice que los hombres verán venir al Hijo del Hombre en una nube con gran poder y gloria. En la primera carta a los Tesalonicenses san Pablo les exhorta a estar preparados para la Venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos. 2.- Evangelio: El Año Litúrgico comienza en el evangelio con una visión anticipada del retorno de Cristo. Con ello se nos enseña algo inhabitual: a ver la Navidad (su primera venida) y el juicio final (su segunda venida) como dos momentos que se implican mutuamente. La Escritura nos dice constantemente que con la encarnación de Cristo comienza la etapa final: Dios pronuncia su última palabra (Hb 1, 2); sólo queda esperar a que los hombres quieran escucharla o no. La última palabra que en Navidad viene a la tierra, “para que muchos caigan y se levanten” (Lc 2,34), es “más tajante que espada de doble filo... Juzga los deseos e intenciones del corazón... Nada se oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuentas” (Hb 4,12s). La Palabra
  • 11. encarnada de Dios es crisis, división: viene para la salvación del mundo; pero “el que me rechaza y no acepta mis palabras ya tiene quien lo juzgue: el mensaje que he comunicado, ése lo juzgará el último día” (Jn 12, 47s). Lo que consideramos como un gran intervalo de tiempo entre Navidad y el juicio final no es más que el plazo que se nos da para la decisión. Algunos dice que no desde el principio, otros dice sí pero se desfondan y otros permanecen en Jesucristo, perseverantes. En este tiempo de nuestra prueba hemos de estar permanentemente “despiertos”, vigilantes, “en oración”. Por los que no le aceptan y para que no seamos nosotros quienes nos desfondemos. Jesús nos previene contra la apatía y la tibieza, y nos dice: Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero (Lucas 21,25). Siempre estamos expuestos a la tentación del olvido del amor del Señor. Hay que escuchar la Palabra, pedir luz al Señor y abrirle el corazón; examinar nuestra conciencia cada día buscando las raíces de nuestra tibieza y flojedad. De una manera especial, en este tiempo de salvación del Adviento que hoy comenzamos, designado por la Iglesia como tiempo de reflexión y de esperanza, de alto en el camino para revisar los motores y rectificar la ruta de la tibieza, enfermedad muy extendida, y juzgada con severidad por la Revelación, y hoy muy generalizada. Vivimos en una sociedad llamada del bienestar. Sociedad hedonista, sensual, que vive en la superficie, en la cerca del castillo poblado de sabandijas. Su diagnóstico es alarmante. Es posible que la separación del Señor por la ofensa grave se mire aún con horror, pero se cometen imprudencias que pueden llevar a él. No se da importancia al pecado venial deliberado y se da rienda suelta a la pasión dominante. Se omite sistemáticamente la oración, o se hace sin gusto, sin atención, con inapetencia; “y faltando el gusto”, mal aconsejada, “de pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión”, pierde el fervor y casi su vocación de orante, dice Santa Teresa. La oración se suprime por la más leve causa, o por pura pereza. Es el principio de una enfermedad mortal. Se ha perdido el horror al pecado mortal; más, se ha perdido el sentido del pecado. Y el enfermo ensancha las concesiones para suprimir la conciencia de culpa. Se piensa y se siente como el mundo, aunque se siga exteriormente siendo cristiano. La falta de vida interior ha ido consumiendo los órganos vitales, y ya no hay fuerza ni voluntad para resistir las tentaciones. La enfermedad es mortal desde sus primeros arañazos, pues la enfermedad si no se cura, conduce a la muerte. Cierto que puede curarse porque Dios, no sólo puede curar enfermos, sino resucitar muertos. Y
  • 12. quiere curar. Laodicea, la actual Denizli, situada en un rico distrito de Frigia, en el valle de Likos, como Colosas y Hierápolis, fue evangelizada por Epafras, discípulo de San Pablo, quien en Colosenses 4,16, aludiendo a una carta que escribió a los laodicenses, les envía un saludo y ordena que lean la que ha dirigido a los de Colosas. En ellas había florecido la fe, y han caído en la tibieza, como asegura Juan en el Apocalipsis: Al Ángel de la iglesia de Laodicea escribe así: "Esto dice el amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios: Conozco tus obras, y no eres frío ni caliente (Ap 3,14). Tienes nombre de viviente pero estás muerto. Vives, pero débilmente, con anemia que te consume, sin fuerzas para obrar, sin movimiento. Laodicea era rica, nadaba en la opulencia; rebosaba de casas comerciales, bancos, fábricas de púrpura. Tenía una célebre escuela de oftalmólogos que le daban importancia y bienestar. Estas fueron las causas de su tibieza: Tu dices: Soy rico tengo reservas y no me falta nada. Sin embargo, Aunque no le sepas eres un desdichado y miserable y pobre y ciego y desnudo. Ojalá fueras frío o caliente. Si fueras frío, quizá rebotaría la pelota al remorderte la conciencia y te convertirías. Pero eres tibio. Quieres ser amigo sin amor, vivir en gracia en medio de devaneos, acercándote a la sentina de los vicios y podredumbre; me da náuseas que te puedas perder, me da escalofríos que te pudras en el hedor de la mediocridad. La tibieza nace por una alimentación espiritual deficiente, y por la caída en imperfecciones, que han fomentado gérmenes morbosos. “La gracia de Dios pierde su fuerza en las almas tibias”, dice San Buenaventura. La gracia tiene sus leyes, y no es tan abundante en el tibio como en el fervoroso. Se pierden luces, energía, fuego: ¡Qué diferencia de palabras a palabras, de luces a luces, de fuerzas a fuerzas! Y es que lo que no se practica, no se predica, y si se predica, se hace con tono desvaído y sin gancho y sin garra. Sin relieve. Sin fuego. La tibieza inclina a las concupiscencias; no resiste el embate de sus impulsos, sino que los alimenta y les franquea la entrada, hasta llegar al fondo del abismo sin reaccionar. El desprecio de las faltas ligeras y el hábito de caer en ellas; el olvido de la oración, del examen y de los ejercicios de piedad. “Debemos tener el coraje de ser inconformistas ante las tendencias del mundo opulento. En lugar de acomodarnos al espíritu de la época, deberíamos ser nosotros quienes imprimiéramos de nuevo el sello de la austeridad evangélica. Hemos olvidado que los cristianos no pueden vivir como vive “cualquiera”. La necia opinión de que no existe una moral específicamene cristiana
  • 13. es sólo una expresión atrevida de la pérdida de un concepto fundamental: la “diferencia del cristiano” con relación a los modelos del “mundo”. La rutina, la vana complacencia y la ceguera espiritual que de ahí nace; la falta de resistencia vigorosa y constante a nuestro defecto principal; la mengua más o menos consentida del fervor, son las principales causas de la tibieza. No olvidemos que el camino es resbaladizo; un pequeño descuido puede resultar el principio y luego el funesto final. Sed fervorosos de espíritu, no seáis flojos en el cumplimiento de vuestro deber acordándoos de que servís al Señor (Rom 12,11). Contra tí tengo, que has perdido el fervor de tu primer amor (Ap 2,4). El ambiente no facilita el cultivo de la vida interior, al revés, la obstaculiza. Y estamos sumergidos en él. Y cuando se propone el plan de la nueva evangelización, se piensa en trazar líneas de acción, pero pocas veces se trazan planes de reforma interior y personal. Sin Mí no podéis hacer nada. A mayor unión con Dios de los instrumentos, mayor eficacia de los mismos. Si no, resultan bronces que tañen, hierros fríos imposibles de trabajar e incapacitados para engendrar la vida de Dios. Estériles. Y ahora viene la invitación amorosa, los medios terapéuticos. No mires los goces y riquezas de la tierra, sino los de arriba, y cambia aquéllos por éstos. Te aconsejo que me compres oro acendrado a fuego el oro de la caridad, no el oro de los bancos, ni el que se adquiere con la venta de preciosas mercancías; así serás rico, rico de verdad y no sólo en apariencia; y un vestido blanco en que brille la limpieza de costumbres, más preciosas que tu púrpura; y que no se vea tu vergonzosa desnudez; y unge tus ojos con colirio para ver; pues a pesar de tus célebres oculistas, has llegado a la ceguera. Escuchemos al que por amor nos llama y ofrece una nueva familiaridad, llena de goces inestimables: Mira que estoy a la puerta llamando; si uno me oye y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos. “La cena que recrea y enamora, cantará” San Juan de la Cruz. No nos amodorremos. No caigamos en la rutina, a lo que tan propensa es nuestra naturaleza caída. Después de la destrucción de Jerusalén del año 70, las ruínas de la ciudad eran una advertencia y una constatación de la caducidad de este mundo. Jesús además, habla de signos en el sol y la luna y las estrellas, y de angustia de las gentes enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. A pesar de todo lo que se le viene al mundo encima, Jesús nos previene: levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
  • 14. Cuando todo se derrumba y perece, el hombre puede permanecer en pie ante Jesús, triunfador del mal, de la corrupción y de la destrucción. Permanecer en pie cuando todo cae es mantenerse y no perecer. En virtud de la victoria de Cristo, que resucita y que vive, está llegando la liberación. Cristo está sembrado en nuestros corazones, como grano de trigo, que muere, pero con su muerte trae la salvación. El grano caído en la tierra produce millones de espigas. Sobre las ruínas de un mundo, ha sido trazada la señal de la verdad y de la vida, que es la muerte y la resurrección de Cristo. No va a triunfar el mal, el pecado, la muerte. Va a triunfar Cristo y los que vivan con él y sigan sembrando el amor en el mundo. Al final triunfará el amor. La victoria es del amor. De Cristo Cordero en pie, como degollado (Ap 5, 6), pero viviente. El es digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque ha sido degollado y ha rescatado para Dios con su sangre a los hombres de todas las tribus, lengua, pueblo y nación" (Ib 9). Sepamos levantar la cabeza con fe viva. Con la confianza puesta en el vencedor de la muerte, en el Señor que se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza Salmo 24. 3. Consecuencias: A. Memoria y profecía. En estas dos palabras se sintetiza toda la concepción cristiana del tiempo. Cuando habla del tiempo, el cristiano piensa en el tiempo presente con sus vicisitudes y circunstancias. Es el presente del tiempo de Jeremías (año 587 a. de C.) en que Jerusalén yacía bajo el asedio de Nabucodonosor; es el presente de la comunidad cristiana de Tesalónica o de los destinatarios del evangelio según san Lucas. Desde ese presente se lanza la mirada hacia atrás y se hace memoria: la promesa de Dios a David acerca de un reino hereditario, que ahora corre peligro; la venida histórica de Jesucristo que con su pasión, muerte y resurrección ha inaugurado el fin del tiempo, del que los cristianos participan ya en cierta manera. Pero los cristianos no son hombres del pasado. Desde su vida presente echan también una mirada hacia el futuro, ese futuro encerrado en el relicario de la profecía, en el libro sellado con siete sellos y que sólo el Cordero de pie (resurrección) y degollado (pasión y muerte) puede abrir y leer (cf Apc. 5). La profecía tiene que ver con la segunda venida de Jesucristo, con su venida triunfante, rodeado de todos los santos, venida para proclamar definitivamente la justicia y la salvación; una profecía que conmoverá los cimientos del orbe y hará surgir un mundo nuevo. El cristiano vive entre la memoria y la profecía, entre la primera venida de Cristo y su futura venida al final de la historia. Navidad y Juicio final de salvación son la dos columnas sobre las que los hombres construyen el puente de la
  • 15. decisión y de la responsabilidad. Con ese puente, la segunda venida no es sino la prolongación y coronamiento de la primera, de la Encarnación y del Misterio Pascual. B. Fisonomía del que viene. ¿Quién es el que viene? Ante todo, es un Retoño, un Germen justo. Es decir, un descendiente del tronco de David, que practicará el derecho y la justicia (virtudes propias de un buen rey). En una lectura cristiana, ese Germen es Jesucristo que ha venido al mundo para traer la justicia de Dios, es decir, la salvación por medio del amor (primera lectura). El que viene es el Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Es una persona, por tanto, que habita en el mundo de Dios y que participa de su poder y de su gloria. El que viene en Navidad y el que vendrá en el juicio final es el Verbo encarnado en el seno de María (evangelio). El que viene es nuestro Señor Jesucristo, es decir, Cristo glorioso, vencedor de la muerte y del pecado, que vive en la eternidad pero que se hace presente en el tiempo histórico (segunda lectura). C. Actitud del cristiano. El evangelio nos indica dos actitudes: estar en vela y orar. La vigilancia es muy oportuna para que cuando llegue el Verbo a nosotros en la carne de un niño, sepamos aceptar y vivir el misterio. La oración más oportuna y necesaria todavía, porque sólo mediante la oración se abre a la mente y al corazón humano el misterio de las acciones de Dios. Por su parte, san Pablo señala a los tesalonicenses otras dos actitudes: Crecer y abundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos; comportarse de modo que se agrade a Dios. ¿Qué mejor manera de prepararse a la venida del Amor sino mediante el crecimiento en el amor? Jesucristo en su vida terrena no buscó otra cosa sino hacer lo que es del agrado de su Padre, por eso, una manera estupenda de prepararse para la Navidad es buscando agradar a Dios en todo. D. El sentido del tiempo. Para nosotros, los cristianos, no hay sentido del tiempo sino en Jesucristo. El es el centro de la historia y de los corazones. La historia tiene en él su punto de partida (Cristo es el alfa) y su punto de llegada (Cristo es la omega). El tiempo y la historia culminan en él, alcanzan en él su plenitud absoluta y su sentido supremo. Sin Jesucristo el tiempo y la historia son sólo un puro accidente. Con Cristo, son un designio de Dios, una historia de salvación, un yunque en el cual forjar nuestra decisión en la libertad y responsabilidad. Para nosotros el tiempo no es una simple sucesión de segundos, minutos y horas; una cadena de días meses y años; una sucesión y una cadena sin rumbo fijo, a la deriva de fuerzas impersonales dominadoras que llevan al caos. Para nosotros, el tiempo con sus siglos y milenios es una historia,
  • 16. dirigida y timoneada por Dios; para nosotros, el tiempo tiene un principio de unidad y armonía, de coherencia y cohesión, no en los imperios o en las ideologías, tan caducos como los mismos hombres, sino en Jesucristo, que es de ayer, de hoy y de siempre. Nuestra vida diaria con sus tópicos, su monotonía, sus mismas vulgaridades, forma parte de un proyecto divino, es una tesela dentro del gran mosaico de la historia de la salvación planeada por Dios. En el sentido del tiempo está incluido inseparablemente el sentido de mi tiempo. ¿No da esta realidad de nuestra fe un gran valor a la vida de cada cristiano, a tu vida? E. Crecer y abundar en el amor. San Juan de la Cruz concluía una de sus poesías: “Que sólo en el amor es mi destino”. Sólo el Amor crea. La venida primera de Cristo en la Navidad es una venida de amor, y es igualmente venida de amor su retorno al final de los siglos, su parusía. Entre el amor de Cristo que viene y que vendrá se intercala la vida humana que, como en una sinfonía, desarrollará el tema del amor con el que comienza y concluye la pieza musical. Crecer resalta el aspecto dinámico del amor: crecer en el amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; en el amor a María y a los santos. Crecer en el amor a la propia familia, a los parientes, a los amigos, a los desconocidos, a los necesitados, a los enfermos, a los pecadores... ¿Cómo? Piensa a ver qué se te ocurre, que sin duda serán muchas cosas. Abundar pone de relieve la generosidad en el amor, ese rasgo típico de la existencia cristiana. ¿Eres generoso en el amor o lo andas midiendo con el metro de tu egoísmo? Bienaventurados los generosos en el amor porque ellos tomarán parte en el cortejo al momento de la parusía de Jesucristo.
  • 17. Carta desde el Cerro Querido Teodoro: ¡Que la esperanza en la venida de Cristo, te mantenga despierto! Según me cuentas en la carta que acabo de recibir, estas totalmente recuperado de tu gripe. Me alegro. Y también me dices que has tenido un nieto más... ¡que alegría! Cada vez que nace un niño es, como si Dios nos dijera de manera silenciosa que sigue creyendo en el hombre. Me alegro, de verdad. Si has leído ya las lecturas de este domingo, verás que comenzamos el adviento. Un tiempo que es una magnífica escuela de oración, porque nos sitúa ante Dios como los que necesitan, esperan, los que reciben el anuncio y son llamados a preparar el camino, como los que se alegran ante la inminencia de la Salvación de Dios en la carne de Jesucristo. Ora y espera, el que sabe que sólo en Dios adquiere solidez su vida, el que sabe que sólo de Él puede venir la Salvación que espera. Pero amigo mío.... ¿a quien esperamos? ¿a quien necesitamos que venga? No es una pregunta vanal.... Si nuestra más grande necesidad hubiera sido de dinero, Dios hubiera mandado a un economista. Si nuestra más grande necesidad hubiera sido de conocimiento, Dios hubiera mandado a un educador. Si nuestra más grande necesidad hubiera sido de diversión o entretenimiento, Dios hubiera mandado a un artista o a un payaso. Pero como nuestra mayor necesidad era de amor y salvación. Dios mando a su Hijo, un Salvador. Te digo esto porque a veces tengo la sensación de que vivimos esperando a un payaso, o a un economista.... ¿tenemos necesidad de dinero, de un payaso... o de un Salvador? ¡! ¿Dios es tonto o al nacer su Hijo en un pesebre nos quería decir que estábamos perdidos y en las tinieblas y que necesitábamos Salvación? ¿Jesús vino para hacer el paripé o cuando vino, encarnándose, se estaba tomándose en serio nuestra vida? ¿En manos de quien ponemos nuestro corazón? Mira, una pelota de baloncesto en mis manos vale unas 3.000 ptas. Una pelota de baloncesto en las manos de Michael Jordan vale alrededor de 3 millones de ptas. Todo depende de en manos de quién está el asunto. Una raqueta de tenis en mis manos, no sirve para nada, salvo para destrozar pelotas de tenis y colarlas en las casa de los vecinos rompiendo sus cristales. Una raqueta de tenis en manos de Pete Sampras, significa el Campeonato en Wimbledon. Todo depende de en manos de quién está el asunto. Una honda en mis manos es un juego de niños o el peligro público número uno. Una honda en manos de David es el arma de la victoria del Pueblo de Dios. Todo depende de en manos de quién está el asunto. Dos panes y cinco peces en mis manos son un par de sandwiches de pescado si es que llega a eso. Dos panes y cinco peces en manos de Jesús son el alimento para miles. Todo depende de en manos de quién está el asunto. Unos clavos en mis manos pueden servir para construir una casita para los pájaros. Unos clavos
  • 18. en las manos de Jesucristo producen la Salvación de toda la humanidad. Todo depende de en qué manos está el asunto. ¿Y nuestra vida... en manos de quien está? ¿a Quién Esperamos? Me despido ya, no sin antes recordarte la Vigilia de la Inmaculada, que tendremos en el Cerro de los Ágeles el día 7 a las 10 de la noche. Gracias por tu última carta, me dio mucha alegría todo lo que en ella comentabas. Pide por los enfermos y recibe un cariñoso abrazo de tu amigo Doroteo.
  • 19. Quizá sorprenda a los lectores de este evangelio que el tiempo de Adviento comience con un pasaje que, en lugar de hablar de la venida de Cristo en la carne y preparar así la Navidad, nos presente al Cristo con poder y gloria que vendrá al fin de los tiempos para concluir la Historia. Lejos de invitar al gozo de la Navidad, el evangelio de este domingo nos sobrecoge con sus imágenes terribles de lo que se le viene encima al mundo. Y el mismo Señor nos invita a pedir fuerza para escapar de lo que está por venir. ¿Es esto un modo de anunciar la alegría de la Navidad? ¿No hay otros evangelios más cercanos al mensaje entrañable de la venida de Cristo en nuestra propia carne? Digamos, en primer lugar, que la primera venida de Cristo, su nacimiento en Belén de Judá, inaugura lo que la Palabra de Dios llama últimos tiempos. Al enviarnos Dios a su propio Hijo, acabó el tiempo de las promesas y preparaciones y comenzó la etapa del cumplimiento. El tiempo, con el nacimiento de Cristo, llegó a su etapa final y definitiva y alcanzó su madurez. Eso es lo que dice tan solemnemente La epístola a los Hebreos, cuando afirma que Dios en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo. Aunque parezca paradógico, la primera venida es el compás inicial de la última. El niño de Belén es el Hijo de Dios que un día se manifestará con majestad como Juez de todos los hombres. Dicho esto, se comprende, en segundo lugar, que el Adviento sea una invitación a decidirnos por Cristo y, por tanto, a recibirlo como Juez de nuestras vidas. Ese Cristo que viene en la pequeñez y humildad de nuestra carne juzga ya, desde el pesebre, el modo pagano de nuestro vivir. El Adviento nos recuerda que Dios está a punto de venir y nos invita a salir de nuestro pecado y de nuestros comportamientos mundanos, esos de los que, en muchas ocasiones, hacemos gala en las fiestas de Navidad: la mente embotada con el vicio, la bebida y los agobios de la vida. Por eso el Adviento nos invita a alzar la cabeza y mirar a Cristo como nuestra liberación. Si un día queremos mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre y ser juzgados con justicia y misericordia, ya ahora, en este momento final de la Historia, debemos esperar despiertos su venida actual y acogerlo de corazón. Debemos contrastar nuestra vida con la suya y dejarnos juzgar por Él. No hay tiempo que perder: Dios ha entrado definitivamente en nuestra vida y su Hijo Jesucristo es, al mismo tiempo, la Palabra que nos salva y la Palabra que nos juzga. De ahí que el Adviento nos invite a levantarnos y decidirnos por Él. + César Franco