El documento describe los problemas del sistema universitario japonés, incluyendo la falta de autonomía de los estudiantes, la baja calidad de la enseñanza, y la falta de validez de los títulos universitarios japoneses fuera del país. Las universidades compiten por estudiantes bajando los estándares académicos. Los graduados universitarios japoneses a menudo carecen de las habilidades básicas requeridas para sus campos. Esto ha creado una generación de trabajadores poco cualificados y ha limitado las o
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...
Japon y sus actuales victimas
1. JAPON Y SUS ACTUALES VICTIMAS
La tecnología japonesa es de sobras conocida en todas partes del globo. Todos
hemos tenido alguna vez algún electrodoméstico, alguna videoconsola o algún
aparato japonés en casa. La tecnología siempre ha estado al orden del día en
este país, ya que hasta ahora los japoneses no esperaban el futuro, sino que
se lo inventaban.
Durante la década de los setenta y los años ochenta, en plena expansión
económica e industrial, Japón lideró el mundo en el campo de la tecnología
gracias a unos técnicos e ingenieros que contaban con mucho espíritu de
superación personal y sacrificio.
Durante este periodo, las compañías crearon un sistema de reclutación de
empleados que ya he comentado por encima antes, pero que procederé a
explicar aquí con más detalle. Los alumnos universitarios japoneses, durante el
tercer año universitario, y con más de un curso todavía por delante, buscan
trabajo en diferentes empresas. Los más afortunados lo encuentran ese mismo
curso académico, y los menos lo hacen durante el cuarto y último, el cual
dedican casi íntegramente a este propósito. Las empresas, por su parte, se
comprometen a contratarlos a partir del año fiscal inmediatamente siguiente a
su graduación, lo que significa acabar la universidad en febrero y comenzar a
trabajar en abril. La gente que antes de acabar la carrera universitaria no ha
encontrado trabajo, difícilmente vuelve a encontrarlo porque la mayoría de
empresas solamente contratan gente para trabajar a partir de abril y las
personas que han estado un año sin trabajar suelen ser rechazadas
sistemáticamente.
Si las empresas se encargan de formar a sus trabajadores para un trabajo
específico, ¿de qué sirve lo que se ha estudiado previamente en la
universidad? Pues teóricamente, de nada. Es por esto que a diferencia de la
mayoría de países, en Japón las empresas no buscan contratar licenciados o
ingenieros con una formación en un campo específico, sino que les sirven
graduados de cualquier cosa. Es decir, que donde en España una empresa dice
algo como "se busca ingeniero de telecomunicaciones especializado en
telemática", en Japón se dice "buscamos licenciados en cualquier carrera de
ciencias". Resumiendo: les da absolutamente igual lo que hayas estudiado,
bien sea ingeniería industrial o informática.
Por otra parte, debido a la crisis económica y a la mala gestión del gobierno, la
tasa de natalidad ha descendido hasta tal punto que dentro de unos años se
espera que uno de cada cinco japoneses tenga más de 65 años de edad.
Además, cada vez menos familias pueden permitirse llevar a más de un hijo a
la universidad, ya que los precios rondan aproximadamente los 7.000 euros
2. anuales y no existen becas. Hasta el año 2005, en Japón habían más de 500
universidades sin contar las de ciclo corto, ya fueran privadas o públicas en
proceso de privatización (no, la universidad pública ya no existe en Japón), y
todas con titulaciones propias (es decir, no existe lo de las carreras
homologadas). Lo que mantiene a las universidades privadas es, como todos
sabemos, el dinero de la matrícula que pagan los alumnos. Al haber tan poca
natalidad, la competencia por estos es feroz. Hasta aquí la cosa no parece tan
preocupante.
El problema es que, como a las empresas les da igual cuál sea la carrera que
hayas estudiado y dónde la hayas hecho, lo importante para conseguir un
trabajo es graduarte de lo que sea, dónde sea. Esto hace que los estudiantes
se decanten por matricularse en las universidades más fáciles, las cuales se
forran mientras las universidades con un nivel de estudios más alto se hunden
en la miseria. Para evitar la quiebra, estas universidades bajan el nivel de sus
estudios para atraer a más alumnos, y a su vez las primeras lo hacen aún más.
Se entra, pues, en una dinámica donde la competencia por los estudiantes
equivale a rebajar el nivel de la educación.
Si bien esto pasaba con las universidades privadas, las hasta hace poco
universidades públicas se podían permitir el lujo de mantener el nivel porque
percibían subvenciones estatales. Pero para acabar de liarla, siguiendo con la
política de privatización de todos los servicios públicos del país, el gobierno ha
privatizado este año todas las universidades públicas que quedaban sin
privatizar: ya no existe ni una sola en todo el país, hecho que ha sumado a
éstas a la lucha para conseguir alumnos o, lo que es lo mismo, hacer más
fáciles las carreras.
El primer año no se podían escoger las asignaturas. Tenías que
seguir un horario dictado por la universidad, en el cual se obligaba a
los alumnos a hacer gimnasia. Y me vi yo, con 22 años, rescatando
la ropa del instituto y haciendo actividades tan relacionadas con las
telecomunicaciones como basket, badminton, ping pong y tenis. Esta
asignatura duraba 2 horas, y los créditos contaban tanto como la
clase de física. Para los que no tuvieran suficiente con un año, la
gimnasia se encontraba también como asignatura optativa en
segundo curso.
A parte de 4 horas obligatorias de inglés a la semana, estábamos
obligados a escoger una segunda lengua entre alemán o chino. Para
ahorrarme complicaciones escogí el alemán, cuya profesora era una
japonesa que vestía igual que la maestra mala de Heidi, y que
enseñaba el alemán a base de análisis sintáctico y morfológico (el
llamado método de gramática y traducción).
3. En la mayoría de clases se controlaba la asistencia. En las clases
donde había demasiadas personas como para hacerlo a voz, se
pasaba entre los alumnos una máquina que leía la tarjeta de
estudiante de cada alumno y la registraba en una base de datos. Así
se podía controlar a qué clases iban y no iban los estudiantes. En la
mayoría de asignaturas, a las tres faltas de asistencia no podías
hacer el examen final.
En muchas asignaturas, antes de los exámenes finales, el profesor
te decía qué preguntas iban a salir y cuales eran las soluciones. En
muchas otras, si hacías los deberes te daban un punto y acumulando
puntos podías aprobar la asignatura sin necesidad de hacer el
examen final. Te regalaban los aprobados.
Al final del semestre, las notas se enviaban a los padres por correo.
En el caso de tener malas calificaciones, los profesores llamaban
directamente a casa para hablar con la família, y en el caso de un
amigo mío, el profesor llegó a ir directamente a su casa. A los
alumnos no se les considera maduros pese a estar en la universidad,
aun siendo legalmente adultos a los 20.
Por culpa de un error en una transferencia bancaria, los 640.000
yenes que costaba cada semestre llegaron tarde a mi cuenta. Dos
semanas antes de que se cerrase el plazo del pago de la matrícula,
los del departamento de secretaría de estudiantes comenzaron a
llamar a mi teléfono móvil y a casa cada día para recordarme que
tenía que pagar. Tres días antes del plazo, se presentaron por la
mañana a la puerta de mi casa para acompañarme personalmente a
realizar el pago. Este hecho me puso de bastante mal humor, y fue
el que colmó el vaso y me hizo romper definitivamente las relaciones
con la administración de la universidad.
Periódicamente, al ser alumno extranjero, me sometían a entrevistas
por parte del departamento de estudiantes, donde la dirección me
llegó a decir cosas como que no debía vivir con mi novia y me
mudase a vivir solo. Me habían preparado hasta información sobre
inmobiliarias.
El nivel de la enseñanza era tan pésimo que necesitamos más de
tres años para superar el nivel que había dado el primer semestre en
la universidad española. Al final de carrera todavía no habíamos
tocado ningún tema que se calificaría propiamente de segundo de
carrera en España. Además, al regalarnos los aprobados, no hacía
falta estudiar. La gente salía de la carrera sin saber hacer la O con
un canuto. Dicho más fácil: salíamos todos graduados sin saber
resolver un circuito eléctrico de nivel del antiguo COU. Si no
recuerdo mal, el porcentaje de graduados de mi promoción fue del
95%. Los que no se graduaron lo hicieron el siguiente año.
4. Una anécdota curiosa fue en la primera clase de programación, que
se dio el tercer año de carrera. Nos dividieron en grupos de 40
personas y nos metieron a todos en aulas donde cada alumno
disponía de un PC. El profesor preguntó cuántas personas no habían
usado hasta entonces un ordenador, y de las 40 presentes unas 6 ó
7 levantaron el brazo. Y en tercero de telecos, me encontré
aprendiendo a encender un ordenador, a apagarlo y a usar el ratón.
Una vergüenza. El programa más difícil que realizamos hasta el fin
de carrera fue el típico de "adivina el número que ha introducido el
primer jugador". Eso lo hacía yo cuando tenía 10 años con
mi Amstrad CPC.
El proyecto de fin de carrera, algo que lleva de cabeza a todos los
estudiantes universitarios de ingeniería superior en España, no es de
libre elección. Es decir, no se hace un proyecto sobre algo nuevo: se
escoge entre 5 o 6 temas establecidos, te dicen los puntos que
tienes que desarrollar, el profesor lo corrige y ¡felicidades! Ya eres
ingeniero. La ingeniería se trata de ingeniar, como bien dice la
palabra. Se basa en innovar y en la capacidad del ingeniero para
crear nuevos conceptos y desarrollar nuevos proyectos. Esto es lo
que más se precia en un proyecto de fin de carrera. Pero aquí no: es
como cuando en el instituto te daban a escoger entre hacer un
trabajo sobre la arquitectura barroca o la románica.
Se me olvidan muchos puntos, pero como se puede apreciar la
universidad no es más que una prolongación de la escuela donde te
preparan para entrar a formar parte de la estructura de una empresa.
La formación real no existe. No se aprende absolutamente nada, y me
muero de vergüenza cada vez que mis amigos en España que han
acabado telecomunicaciones me hablan sobre algún tema relacionado
con la carrera. Todo me suena a chino. No tengo ni la más remota idea
de lo que me están hablando, porque nunca lo estudiamos en clase.
Si todavía queda alguna persona que me defienda el sistema
universitario japonés, voy a explicar cuales son las consecuencias de tal
piltrafa.
Los títulos universitarios no certifican que realmente estés
capacitado para desempeñar esa función en el trabajo. Los
profesores de idiomas estamos hartos de ver estudiantes con
titulaciones superiores de filología inglesa o española que no saben
construir frases del estilo "Me gusta mucho jugar con mi perro".
Después de cuatro años de carrera, y un diploma que certifica que
son licenciados, me dicen cosas como "Yo gusto con perro jugar
mio".
5. De la misma manera, los nuevos ingenieros no saben resolver cosas
que cualquier estudiante de primero de carrera en otro país podría
resolver con los ojos cerrados. Y pese a esto siguen contratándolos
en las empresas porque siguen con los obsoletos sistemas de
reclutamiento de empleados que se usaban hace 25 años. El otro día
me encontré enseñando a un ingeniero en electrónica que trabaja
para una conocida empresa, la diferencia entre electricidad y
electrónica, y cómo resolver circuitos de corriente continua
usando la ley de mallas de Kirchoff. Al parecer, es lo que estaban
estudiando por ese entonces en su compañía. Después de resolverle
un circuito que cualquier crío de 17 años podría resolver en el
instituto me dijo: "Ostias, ¡que nivel más alto que hay en España!".
El mismo tío me vio usando el MS-DOS en el ordenador y me
preguntó "¿Qué estás compilando?". Apaga y vámonos. Eso sí, sobre
béisbol se las sabía todas.
Al ser el diploma universitario puro papel mojado, y al no tener nada
que ver lo que se ha estudiado con el trabajo que se acaba
haciendo, las empresas piden graduados universitarios para
cualquier cosa. Por ejemplo, para tirar del carrito en el Shinkansen
(el famoso tren bala) y vender bebidas a los pasajeros, te piden una
carrera de letras acabada. De manera que las chicas que tiran del
carro son filólogas o psicólogas. O al menos en teoría, porque es lo
que pone en sus diplomas. Intentad hablarles en inglés, y me
explicáis que tal os ha ido.
Al pedir diploma universitario para cualquier trabajo, las personas
que por carecer de recursos económicos no han podido permitirse ir
a la universidad tienen enormes problemas para encontrar empleo, y
de ser así difícilmente será fijo. El gobierno no interviene porque le
conviene que las personas se vean obligadas a pagar millones de
yenes por ir a la universidad para que no les cierren las puertas del
mercado laboral. Hacer una carrera es pagar más de 4.000.000 de
yenes por una llave que no te da conocimientos pero que te permite
conseguir empleo en Japón. Quien no se lo puede pagar está
condenado a trabajos basura durante el resto de su vida. Sus hijos
tampoco podrán cursar estudios universitarios por el poco poder
adquisitivo de su familia, situación que se ve agravada por el hecho
de que en este país las becas no existen, ya que son préstamos
bancarios que se devuelven hasta casi los 40 años de edad, pero
cuya aprobación no se conoce hasta bien entrado el primer curso
universitario (es decir, después de pagar el millón que cuesta el
primer año.) Es el nacimiento de las clases sociales, que en los
ochenta no existían en Japón.
6. Con un titulo universitario japonés, no puedes salir al extranjero. No
tiene validez. Primero, porque todas las titulaciones son propias y no
homologadas por el gobierno. Como he dicho antes existen más de
500 universidades y cada una tiene un puñado de carreras
disponibles. Echamos cuentas y salen miles de titulaciones propias,
sin relación alguna entre sí. Segundo, porque el nivel es tan bajo
que si uno va al extranjero con los conocimientos que se adquieren
en una universidad japonesa, se mofan de él al buscar trabajo. De
todos los extranjeros que hemos conocido que han venido a estudiar
un doctorado a Japón, todos menos uno se fueron a los seis meses
porque esto les parecía un parvulario. El único que se quedó para
acabarlo volvió a Europa para trabajar y cuando iba a buscar trabajo
se reían en su cara: "¿Universidad de qué?. ¿Y quien diablos está
ahí?"
La generación del baby boom, más conocida como Dankai Sedai (団
塊世代), que son los ingenieros y trabajadores que llevaron al país a una
posición pionera en la tecnología, se jubilan el próximo año. ¿Y qué
generación les sigue?: La que he explicado a lo largo de todo este post.
No es de extrañar, que las empresas japonesas se estén llevando ahora
las manos a la cabeza porque no saben quién va a formar a los nuevos
trabajadores, ya que las universidades no se encargan de ello. Muchas
compañías, como Japan Rail, cuya mayoría de trabajadores está al
borde de la jubilación, se encuentra con una situación en que en un
periodo de 10 años va a perder prácticamente toda su plantilla de
trabajadores, para dejar paso a una generación de jóvenes que no están
preparados para ser responsables de la vida de los miles de pasajeros
que van en su convoy. La policía, por su parte, está excesivamente
preocupada porque las calificaciones de los nuevos agentes de la policía
científica han sido este año las peores en la historia, y la gente
encargada de formarlos en el cuerpo se están comenzando a jubilar.
Un país pequeño como Japón, con escasez de recursos naturales,
depende exclusivamente del nivel académico de sus habitantes y de su
capacidad para competir con otros países para así poder exportar sus
productos al exterior. Durante las últimas décadas este país ha cumplido
con esta premisa a rajatabla exportando al extranjero televisores,
walkmans, videojuegos, equipos de música y miles de productos que
han hecho de él un mito en occidente. Desgraciadamente, los japoneses
no han sabido preparar a la siguiente generación para mantener un
mínimo nivel competitivo contra países en pleno crecimiento económico
como Corea o especialmente China, que aguardan sigilosamente la
7. oportunidad para tirársele encima a Japón y robarle la hegemonía de la
que ha gozado en Asia durante las últimas décadas.
Una vez más la permisividad de la sociedad e inoperancia un gobierno
que ha dado prioridad a los intereses económicos a corto plazo del país,
mostrando así una negligente falta de previsión, están llevando a Japón
a un declive económico sin precedentes. El problema comienza a
hacerse palpable: tiempo al tiempo.