1. Héctor Edgardo Ortiz: autorretratos
María Teresa Palau
Por alguna razón me interesan los autorretratos. Tal vez porque son la suma de los talentos de un
artista, pues nada hay que no pueda pintar. Sin embargo, también creo que la imagen del artista se
presta mejor que cualquier otra para mostrar su naturaleza interior y su carácter. Además, porque el
proceso de reflexión al pintar un autorretrato es signo de un proceso del conocimiento, que la razón
no alcanza a agotar; es verdadero, en la medida en que concreta la relación del artista consigo
mismo y porque es el símbolo más perfecto de su visión interior. Mi objetivo es aproximarme al
simbolismo del autorretrato, a través de la obra del pintor Héctor Edgardo Ortiz, por la profundidad
y la calidad de cada uno de ellos.
Accede a su laberinto interior por la vía de la pintura para encontrarse consigo mismo. Creo que
coincide con la filosofía existencialista al sugerir que el presente no existe, todo es un pasar
inconmovible o un futuro incierto. Son un tema central en su obra y un motivo para decir lo que
más le importa. Toma conciencia de su propia existencia, pero su rostro se convierte en sujeto de
conocimiento. En sus autorretratos el mundo se refleja desde la reflexión espiritual, y es por ello
que se manifiesta su capacidad de pintar su interior con veracidad, de atraer su rostro a la luz del
espíritu. Su propósito se puede interpretar como la búsqueda del yo y el reflejo del pasado.
Sea el autorretrato del hombre o el hombre del autorretrato, el artista es el sujeto que conoce y es al
mismo tiempo el objeto del conocimiento. Pero esta duplicidad del yo tiene también su contraparte,
es decir, el pintor busca la manera de resolver el problema de la separación entre lo interno y lo
externo. Mientras integra el concepto de su imagen en un contexto y lo determina, el rostro
permanece abierto, preciso; es ante todo una "clave" de acceso a su realidad interior que supera el
ámbito de la razón. Lo guía el rostro que ha dejado grabado en la memoria de las personas que lo
han conocido. Se entiende entonces quien se refleja en el autorretrato. Pero, ¿el pintor desvela a
quien él quiere? En la medida en que es capaz de superar la imagen, se acerca al autorretrato
interior donde descubre otro mundo contenido en sí. Su imagen aparece precisa y el rostro en el
cuadro se parece a él, pero se distingue hay un símbolo, es más bien su arquetipo, que le permite
construir su propio mundo, enfrentarse a sí mismo. La duplicidad del yo se da reiteradamente en su
obra, a través de metáforas y laberintos espirituales, hechos de un yo que se encuentra a sí mismo y
reflexiona sobre un otro yo. Cuando describe quién es, lanza una mirada y ve su propia imagen en
el espejo. De ahí pasa a las resonancias de su rostro en la pintura y comparte la forma pintada no
oculta al artista, sino que éste se manifiesta a través de ella.
Estas consideraciones me llevan a concluir que los significados son múltiples, por eso debemos
estar preparados para observar en cada cuadro el sentido que le da artista para que cobre un matiz
particular. Mientras su rostro se multiplica, ocurre una transfiguración. Las imágenes pintadas se
comportan de una manera inversa con respecto al original. Cada uno es una forma de patentizar un
juego con el tiempo, lo infinito, la vida o la muerte, aunque también sirven para decir quién es el
espectador. Todo proviene de su imagen, pero es independiente de las profundidades que muestran
la esencia del yo. En un sentido más amplio, la obra de Héctor Edgardo Ortiz afirma que el espíritu
del artista está en el autorretrato, pero la realidad del mundo es una imagen siempre incompleta, un
cuadro intermitente…