1. EL ASCETA.
Era lunes, 18 de Abril más exactamente. No había aves. Para Míster Gold los días eran
según el estado anímico de los volátiles animales
—Las aves—. Los miércoles pasaban golondrinas rompiendo el silencio con sus cantos. Los
jueves palomas se acercaban a posar en el árbol que
yacía al frente de su balcón. Los viernes había gorriones tal vez. Los sábados se
observaban autillos en sus nidos en medio de
los altos pinos y los domingos veía a los gorriones entre árboles y tejados. Los lunes nunca
lograba ver aves por su recinto,
siempre se ausentaban y por eso él pensaba que los lunes eran los mejores días para
morir por la ausencia de las aves, por el silencio,
por la oscuridad, por las malas caras de los transeúntes, por su reloj malo en el cual no
podía ver la hora.
Era un día largo y no valía la pena vivirlo. Las calles estaban llenas de personas pero
carentes de humanidad.
Perros ladrando, gatos en los tejados, ancianos cruzando avenidas sin recibir ayuda
alguna, niños lloriqueando,
paredes con grafitis y sucias, jóvenes robando, un hueco en la calle, un obrero tomando
cerveza Pilsen, volantes
en el piso, aire frío, autobuses emanando humo, una panadería, un par de hombres
besándose, putas, drogas, whisky,
Ron Medellín añejo...
Estaba en su ventana ¿pero qué era lo que miraba? tal vez cómo pasaba una leve ventisca
levantando hojas de árboles secas
y volantes arrojados por transeúntes indiferentes o tal vez miraba los árboles llenos de
hendiduras y maltratados pero más fuertes
y estables que nunca... no lo sé, simplemente miraba allí, a la ciudad, al vacío, a los
tejados, al cielo, a la lejanía, al exterior,
al universo; Aquel universo no tenía estrellas, tenía cicatrices, no tenía nebulosas, tenía
heridas, no tenía agujeros negros tenía noches solitarias
no tenía planetas pues tenía amigos, no tenía galaxias pero tenía amor y era suficiente
para crear un mundo ignoto. Era su interior.
No, no observaba nada, se examinaba así mismo. Era lunes, 18 de Abril, no valía la pena
vivir aquel día.
2. El día era eterno —observó su reloj y recordó que seguía malo—. No quería ser humano,
odiaba serlo; pues hay criaturas más humanas que los mismos humanos,
por ellos odiaba su condición de humanidad. Era lunes, 18 de Abril. No valía la pena vivir
aquel día. Tomó migajas de pan esparciéndolas por doquier. Dejó volar aquel canario
amarillo que cantaba todas las mañanas en su balcón —Aunque cantos de dolor añorando
libertad— al despertar.
El aire, los árboles, los parques, los alambrados, el sur, el norte, las montañas, el bosque,
el frío, su libertad, su nuevo canto. Era un ave libre de nuevo.
Míster Gold tomó la jaula. Quería ser libre también. Buscó un arma. Busco su gato y
abrazándole llamó por teléfono su amada. Le dijo que sería libre. Bajo su colchón había un
libro lleno de poemas —le dijo— búscalo y consérvalo siempre. Todos los días borra una
letra de él, menos las fechas de cada escrito. Así sabrás —le seguía diciendo— que hasta
los días en que no merecían la pena vivir te amé. Adiós —Le susurró al teléfono mientras
colgaba lentamente—.
Tomó algunas plumas de la rojiza baldosa —mientras se acostaba en el suelo— de las que
había dejado su canario antes de partir y las colocó suavemente cada una encima de él —
Una en su abdomen, otra en el pecho en el costado izquierdo y otra en su mano
izquierda—. Sentía temor, pero era más fuerte aquel deseo de ser libre. Tomó el arma
y llevó hasta la comisura de los labios mientras se decía así mismo "soy libre, seré libre" y
disparó.
Era lunes. 18 de Abril más exactamente. No había aves. No valía la pena vivir aquel día.
Richard Steed Arcila A.