El documento presenta las opiniones de varias personalidades sobre la naturaleza humana. La mayoría tienen una visión pesimista, viendo a la gente como "mediocre", "lamentable" o con instintos que prevalecen sobre la razón. Algunos distinguen entre la gente en masa y las personas individualmente, viendo a los individuos de manera más positiva. El autor también ha cambiado su visión a lo largo de su vida, pasando de ver a todos como buenos de niño, a desconfiar de la humanidad en su adolescencia, hasta llegar ahora a una
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La gran pregunta sobre la bondad humana
1. La gran pregunta
Hoy creo una gran pregunta que todo hombre debe responder para poder asegurar que
tiene los pies puestos sobre la tierra; una pregunta que, al menos a mí, me ha torturado
desde hace ya cuarenta altos. La pregunta es la de si el hombre es bueno o malo, o más
sencillamente lo que pensamos de la humanidad o, si se prefiere, de la gente.
Es ésta una cuestión que tiene, probablemente, tantas respuestas como personas hay
en el mundo. Pero de ellas depende, en gran parte, nuestra postura ante la vida.
Me empuja a pensar todo esto un libro recientemente publicado 33 viajes alrededor del
yo, por José Carol, en el que 33 personalidades del mundo de la cultura responden a una
cadena de preguntas, una de las cuales es: «¿Qué opinión le merece la gente?».
Como era de prever, las respuestas optimistas escasean. Sólo son cuatro. La gente es
«inmejorable», según Augusto Assía; es «buena, con reservas», para Enrique Guitard;
Amando de Miguel opina que «hay pocas personas malas, y que casi todas son
interesantes», y Jaime Salom afirma que tiene «gran amor a la gente en general y a las
personas que le rodean en particular».
Son muchas más las respuestas pesimistas y se subdividen en varios grupos. Las
amargas: la opinión que de la gente tiene Carlos Barral es «pésima», Gironella tiene «en
general mala opinión, ya que los instintos continúan prevaleciendo sobre la razón y los
buenos sentimientos». A Carmen Kurtz «en general la gente le aterra». Y Buero Vallejo
tiene de la gente «una opinión no buena», si bien añade que «con confortables
excepciones».
Hay después un segundo grupo que adopta ante la gente posturas despectivo-compasivas.
Para Pérez de Tudela, el problema de la gente es que es «como unos pocos quierenque sea»
Lagente, en rigor, es para él «veleidosa y gregaria. Es gente». Pablo Serrano asegura que
«abunda más la pobre gente». José María Subirachs la encuentra «bastante mediocre».
Pero tal vez el grupo más común es el que distingue entre «la gente» y tal o cual
persona, para ofrecer una visión negativa de la multitud y otra más positiva de los
individuos. Miguel Delibes asegura que su opinión sobre los hombres «uno a uno es buena.
En multitud, deplorables. Mingote asegura que «la gente le parece lamentable. Luego
están Fulano, Mengano y Zutano, que ya son otra cosa». Casi lo mismo repite
Montsalvatge «En grupo, la multitud me molesta.
Individualmente tiendo a considerar de un modo favorable a las personas.» Algo más
sarcástica es larespuesta de Paco Umbral: su opinión de la gente es, «en general, mala;
en particular, buena.
Aunque a veces es al contrarios. Mercedes Salisachs pertenece también a este
grupo, aun cuando añada formas religiosas de sublimación «La gente es una masa
ambigua compuesta de personas a las que uno llega a querer cuando no olvidamos que son
hijos de Dios.» Y Juan Perucho dice lo mismo con una nueva carga conmovedora:
«Generalmente, la gente me molesta. A veces, cuando me fijo en ellos, me inunda una
imprevisible piedad, vasta y angustiosa.».
2. Creo que en las respuestas que he transcrito hay un abundante material de análisis y
meditación, y que esas frases casi describen más a sus autores que a la misma realidad
que tratan de valorar.
Si yo me miro a mí mismo he de responder que, a lo largo de mi vida, he ido
cambiando constantemente de visión de las personas que me rodean, de la gente.
De pequeño, todo el mundo me parecía bueno. Había algunas excepciones la borracha
que vivía en la esquina de mi calle, los niños que rompían bombillas y escaparates, pero
eran mínimas y rarísimas.
En mí adolescencia me fui al otro extremo: el mundo era una montaña de maldad, los
hombres éramos pura podredumbre. Recuerdo que por aquellas fechas escribí un poema
en el que un verso decía «que tan sólo me perdono el ser hombre porque Cristo lo ha
sido». Es decir, sólo la humanidad de Cristo me reconciliaba con la condición humana.
Más tarde, cura joven ya, pasé a hacer esa distinción entre la gente en general y las
personas en particular. Recuerdo que en una de mis novelas se pintaba a un cura que en
esto era un reflejo mío personalísimo que era muy duro y exigente cuando hablaba en el
púlpito, pero que se volvía toda piedad y comprensión cuando, en el confesonario,
seencontraba con personas y pecadores concretos.
Después pensé que ésta era una distinción hermosa y bastante cómoda. Pero
insuficiente, porque la multitud no era sino una suma de personas, y yo tendría que amar a
la gente si amaba a los hombres uno a uno. Si como multitud los descalificaba, era porque yo
no sabía ver, en la suma total, la verdad de cada uno de ellos.
Por eso pasé a la visión compasiva de los hombres. Recuerdo que un personaje mío
teatral aseguraba que «los hombres no son buenos, pero tampoco malos; son simplemente un
poco tontos». Este «tontos» era más compasivo que despectivo. Porque yo veía entonces a
la humanidad como un gran grupo de niños que se ensucian jugando.
Hoy creo que, poco a poco, va avanzando en mí lavisión luminosa y positiva de la
humanidad. Creo, efectivamente, que en el mundo hay bien y mal, pero que sobreabunda el
bien, aunque a veces el mal se vea más, sólo porque es más chillón.
Lo mismo que creo que los hombres hacemos el mal más por torpeza, por inconsciencia,
por precipitación, que por simple maldad. A veces me llevo desencantos y coscorrones
cuando trato con la gente. Pero sigo creyendo que es preferible llevarse una desilusión al
mes por haber confiado en la gente que pasarse la vida a la defensiva por creer que uno
está rodeado de monstruos.