1. ENTREVISTA VIRTUAL AL
CARDENAL JORGE MARIO BERGOGLIO
De entrada tengo que confesar dos cosas: una,
que esto sucedió hace dos años aproximadamente, y
otra, que todo aconteció en un abrir y cerrar de ojos.
Yo estaba sumergido en la lectura de “El verdugo” de
Lagerkvist y por eso no me percaté que, junto a mí se
había sentado el cardenal Jorge Mario Bergoglio.
Sabía que le gustaba utilizar el metro para
desplazarse en Buenos Aires, pero nunca habíamos
coincidido…
Le dije que me sentía muy honrado al compartir
con él el mismo asiento del vagón, cosa que,
obviamente, no me lo tomó muy en serio, pero que
correspondió amablemente con una sonrisa de esas
que son muy suyas.
Persona sencilla y cálida, su pensamiento suele
ser muy agudo. Gracias a su abuela paterna, de la
que guarda sus mejores y más cálidos recuerdos,
desde pequeño aprendió el piamontés, un dialecto del
noreste italiano. Al principio luché por no preguntarle,
pero terminé vencido por la ocasión ya que no sabía si
Dios me iba a regalar otra oportunidad como esta.
Eminencia, le dije (y él me corrigió: “Dime padre
Jorge Mario”), usted comenzó a trabajar desde los 13
2. años; si tuviera que definir el amplio mundo del
trabajo, ¿qué me diría?
- Mirá, el trabajo unge de dignidad a la persona.
Esta „unción de dignidad‟ no la otorga ni el apellido ni
el dinero. Tal „dignidad‟ sólo viene por el trabajo.
Podemos tener una fortuna, pero si no trabajamos, la
dignidad se viene abajo. Ahora bien, una persona que
trabaja debe tomarse un tiempo para descansar, para
estar en familia, para disfrutar jugando con los hijos,
para leer, practicar el deporte… Si el trabajo no da
paso al descanso reparador y al sano ocio, entonces
esclaviza y queda viciada la intención por la cual se
trabaja.
Oiga, mucha gente sufre por diferentes motivos.
¿Qué piensa acerca del dolor?
- El dolor no es una virtud, pero sí puede ser
virtuoso el modo en que se le asume. Tanto el dolor
físico como el espiritual comportan una dosis de
soledad. Lo que la gente necesita es saber que alguien
la acompaña, la quiere, y reza para que Dios entre en
ese espacio que es pura soledad.
¿Le fue muy difícil entrar al Seminario?
- Rondaba los 17 años cuando pensé por primera
vez que podría ser misionero. Fue a los 21 que
ingresé al Seminario y, posteriormente, a la Compañía
de Jesús. Lo único que puedo decirte es que la
3. vocación religiosa es una llamada de Dios ante un
corazón que está esperando esa llamada consciente o
inconscientemente.
En algún lugar he leído, no recuerdo en dónde,
que en cuestión de educación usted propone “la
cultura del naufragio”. ¿Qué es eso?
- Un náufrago se enfrenta al desafío de sobrevivir
con creatividad. O espera que lo vengan a rescatar o
él mismo empieza su propio rescate. Cuando se quiere
educar solamente con principios teóricos, sin pensar
en que lo importante es quién tenemos enfrente, se
cae en un fundamentalismo que a los alumnos no les
sirve de nada ya que ellos no asimilan las enseñanzas
que no están acompañadas con un testimonio de vida.
Esto, obviamente, requerirá de mucha paciencia…
- Si, de eso que yo llamo “transitar la paciencia”,
o sea, dejar que el tiempo paute o amase nuestras
vidas, aceptar que la vida es un continuo aprendizaje,
claudicar de la pretensión de querer solucionarlo todo.
A propósito de esto, las estadísticas señalan que
la Iglesia Católica está perdiendo feligreses cada día.
¿Cómo ve esta situación? ¿Cuánto le preocupa?
- Mucho. Para mí es clave que los católicos
salgamos al encuentro de la gente. Yo estoy seguro
que la opción básica de la Iglesia en la actualidad es
salir a la calle a buscar a la gente, conocer a las
4. personas por su nombre, ir hasta los más alejados.
Escucha esto y apúntalo muy bien: a una Iglesia
autorreferencial le sucede lo mismo que a una
persona autorreferencial: se vuelve autista. Es cierto
que, si uno sale a la calle, se puede accidentar; pero
prefiero mil veces una Iglesia „accidentada‟ a una
Iglesia enferma.
Sí. Tiene toda la razón.
- Es más –continuó- salir al encuentro de la gente
es también salir un poco de nosotros mismos, de
nuestros propios pareceres si éstos son un obstáculo y
cierran el horizonte que es Dios, y ponernos en actitud
de escucha… Los laicos tienen una potencialidad no
siempre bien aprovechada. La conversión pastoral nos
llama a pasar de una Iglesia „reguladora de la fe‟ a
una Iglesia „transmisora y facilitadora de la fe‟. Un
pastor siempre sale al encuentro de la gente.
Argentina, y México también, necesitan vivir eso
que usted llama “la cultura del encuentro”. ¿Qué
entiende por ello?
- Observo que solemos sucumbir víctimas de la
prepotencia, no saber escuchar, la crispación del
lenguaje comunicativo, la descalificación previa. La
„cultura del encuentro‟ exige el diálogo auténtico, que
nace de una actitud de respeto hacia otra persona, de
un convencimiento de que el otro tiene algo bueno
que decir; supone hacer lugar a su punto de vista, a
5. su opinión. Dialogar entraña una acogida cordial y no
una condena previa. Hay que saber bajar las
defensas, abrir las puertas y ofrecer calidez humana.
Muchos saben que usted disfruta el tango y, en
cuestión de arte, admira „La Crucifixión Blanca‟ de
Marc Chagall. Además de leer, ¿qué otra cosa le
gusta?
- El cine lo disfruto mucho. Hay tres películas que
te recomiendo, entre otras tantas: „Los isleros‟,
dirigida por Lucas Demare; „El festín de Babette‟ y, la
que más me divierte cada vez que la veo: „Esperando
la carroza‟.
El metro estaba a punto de llegar a la estación en
la que descendería el Cardenal. Me apresuré a decirle:
Padre Jorge Mario: ¿Qué me obsequiaría del baúl de
su abuela paterna?
- Metió la mano en la chaqueta y del bolsillo sacó
una estampa del Cristo de Chagall en cuyo reverso
dice: “Si algún día el dolor, la enfermedad o la pérdida
de una persona amada te llena de desconsuelo,
recuerda que un suspiro al Sagrario, donde está el
Mártir más grande y augusto, y una mirada a María al
pie de la Cruz, pueden hacer caer una gota de
bálsamo sobre las heridas más profundas y
dolorosas”. Es un párrafo del testamento de mi
abuela, me dijo.
6. ¡Ah, pero disculpe, no me presenté al principio!
Soy Manuel Ceballos García, mexicano, y ayer terminé
la lectura de “Conversaciones con Jorge Bergoglio”, de
Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti. Me incliné para
buscar en el portafolios el libro y enseñárselo, y
pedirle que me lo autografíe pero, ya no me escuchó…
¡ya estaba caminando en el andén, de prisa, rumbo a
Catedral!