El documento presenta una defensa de la imperfección moral humana en 3 oraciones. Sostiene que la búsqueda de virtuosismo y perfección es inútil y peligrosa, y que los seres humanos son limitados y egoístas pero capaces de reinvención. Propone apostar por una educación que prepare conciencias para un mundo nuevo con lucidez, fe y valor para construir futuros diferentes a través de pasos arriesgados que fijen límites permisibles para la supervivencia humana.
1. APOLOGÍA DE LA IMPERFECCIÓN MORAL.
Victoria Bazaine Gallegos
Han pasado ya varios días desde que me encontré el artículo escrito para el diario El
País, de la extraordinaria Adela Cortina. Sus palabras siempre me han conmovido por la
honestidad que encuentro en ellas. Es la sirena de la filosofía, y su pluma encantadora termina
por convencerme de que siempre es posible ejercer el derecho a un mundo mejor. Bajo el
título ¿El fracaso de la educación? la autora hace alusión a una tangible desmotivación moral
y se cuestiona en torno a la posibilidad de intervenir el cerebro como opción para “mejorar
moralmente la especie humana”. Debo agradecerle esas letras que han inspirado las mías.
Con sincero respeto, quiero expresar que reniego de los mundos felices, el “hombre
nuevo” que se ha visualizado en diferentes épocas y que, la impecabilidad moral me hace
temblar: colapsa todo lo que entiendo sobre esta especie, la desnaturaliza. Comprendo que
frente a esta última palabra más de uno sufrirá un espasmo discrepante e intentaré aliviarlo.
Determinismos aparte, creo profundamente en los múltiples discursos que cruzan la
existencia de una persona. Por alguna razón nos hemos hecho hábiles en el arte de negar
constantemente esas otras caras que nos conforman. No hemos sabido abrazar y mucho menos
integrar lo más indeseable de cada uno. Criticamos y, llenos de autoridad, emitimos juicios
cuando nos acorralan ejemplos terroríficos de lo que, se admita o no, visto en la carne del
prójimo reconocemos en nosotros mismos.
Avergüenza enormemente que llamen humanos a quienes contaminan, roban, matan,
trafican, especulan y, en general, mutilan descaradamente el bienestar y la dignidad humana.
Sin embargo, quizá nunca como en este presente convulso, sin referentes, caótico y raptado
por el cinismo y la locura, mis posturas frente a la vida y el “otro” se han aclarado tanto.
¿Ocurrirá lo mismo con otros congéneres? ¿Es el dolor y la propia destrucción medicina
contra la ancestral cojera ética de los humanos?
No me atrevo a responder pero sí sé con certeza que me resulta tan inútil como
peligrosa la búsqueda miope de virtuosismo y perfección. Echo de menos las miradas más
humildes que ayuden a entendernos como seres limitados y egoístas pero capaces de
reinventarse.
2. Y ¿qué nos queda entonces? Me cobijo bajo las palabras de Cortina: “[...] la paciente
formación voluntaria del carácter de las personas, de las instituciones y de los pueblos”. Es
decir, si interpreto correctamente, apostar por la educación. Pero...¿qué educación? ¿La de los
discursos unilaterales que entrenan para callar y adaptarse? ¿La que fabrica adoctrinados? ¿La
que evita y asfixia el pensamiento? ¿Aquella que reproduce sociedades y justifica
desigualdades? Siendo así tiene sentido el título del artículo citado.
Preguntaría por qué esa “educación” sigue preparando a nuevas conciencias para un
mundo que no existe, si se necesitan soldados en esta guerra contra la miseria humana
armados con lucidez, fe y el valor de soñar pero también la conciencia y determinación para
dar pasos más arriesgados que construyan futuros diferentes.
En fin, que ¡no seamos buenos por favor! Aspiremos a ser menos malos fijando los
límites permisibles para nuestra supervivencia. Transitemos por un camino medio que no
exija renunciar a la verdad sino resignificarla. Confío en que la grandeza del ser humano sigue
reposando en su capacidad de elegir.
Nada nunca está del todo escrito en el haber de la humanidad, así pues sigamos
escribiendo esas páginas aunque para ello sea preciso corregir lo andado.