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Por África Lorente Castillo
A Agustín Marina




AL OTRO LADO DEL CREPÚSCULO ı 2
Las puertas que bajan del cielo se abren sólo por dentro.

Para cruzarlas, es necesario haber ido antes

al otro lado con la imaginación y los deseos.

Así lo hizo aquella tarde la mujer que hoy recuerdo

y así tendremos que seguir haciéndolo, cada día

nuestro, todas las mujeres. Después uno va y viene

por el umbral como si fuera un pájaro, sin dejarse pensar

ni cuándo ni hasta cuándo volverá hasta el alero que ha

cobijado las migas de su eternidad. Sin miedo, o mejor dicho,

aptas para desafiar a diario los miedos que les cierren el camino.



Ángeles Mastretta <<El cielo de los leones>>




                  AL OTRO LADO DEL CREPÚSCULO ı 3
AL OTRO LADO DEL CREPÚSCULO ı 4
PRIMERA PARTE
UNO

       Leonor Ayala Aledo se sintió quebrada y sin asideras emocionales a

las que engancharse después de la muerte de su marido Víctor. Caía por un

terraplén sin obstáculos cuando un hecho sin mayor importancia liberó su

autoestima que vivía comprimida dentro de una botella sellada con lacre.

Sucedió después de una noche divertida en compañía de su amiga María.



      Leonor se despertó de súbito, a su lado el hombre con el que había

pasado la noche. Para no perturbarlo se deslizó suavemente por la cama

hasta tocar con un pie el suelo. Fue recogiendo una a una        sus ropas

esparcidas por toda la habitación y, cuando estuvo vestida, la abandonó

con sigilo.

      Se dirigió a casa en un taxi que había tomado en la puerta del hotel.

Durante el trayecto el taxista intentó varias veces darle conversación, pero

ella no lo escuchaba. Cuando respondía se limitaba a emitir monosílabos

por seguirle la corriente de alguna manera porque la cabeza estaba

ocupada en su propia angustia: rodaba sin querer hacia el declive, sentía la

vida en un crepúsculo y carente de sentido.

      Al llegar subió en el ascensor y una vez abrió la puerta echó un

vistazo a aquel piso que, a pesar de tener apenas cincuenta metros

cuadrados, cada vez le parecía más grande y desolador. Cerró la puerta y

fue directamente al cuarto de baño para tomar una ducha. Desnuda delante

del espejo, con los ojos semicerrados, descubrió unas intensas ojeras. La

noche había sido demasiado larga en brazos de aquel kurdo desconocido
de grandes ojos y nariz prominente con el que había ido a la cama por puro

deseo sexual. No recordaba con claridad lo sucedido, le dolía la cabeza.

Abrió el cajón de la derecha del armario del lavabo para sacar un par de

Alka-Seltzer, los tomó y se metió en la ducha con la esperanza de que las

pastillas y el agua produjeran un efecto beneficioso. Cuando acabó de

secarse el pelo, se fue a la cama.



      Cuando despertó eran las cinco de la tarde. Tenía el domingo libre.

Se   estiró la melena     hacia atrás, como si ese gesto la ayudara a

espabilarse. Las ojeras siguen igual que antes, pensó. Inspiró con

intensidad por ver si de esa manera le entraban nuevos bríos. El teléfono

empezó a sonar, pero no tenía ganas de cogerlo, así que lo dejó hasta que

saltó el contestador.

      —Hola, soy Leonor Ayala, deja tu mensaje por favor.

      Al otro lado de la línea su amiga María, ansiosa por saber qué pasó

después de haberla dejado bailando con aquel kurdo. Se moría por conocer

los detalles del encuentro. Siempre preocupándose por mí, pensó Leonor.

Recordó entonces lo sucedido la noche anterior. No es que se arrepintiera,

pero no era su estilo. Hacía meses, muchos meses, que no estaba con

alguien en la cama. ¿Quizás era puro instinto animal? Por qué darle tantas

vueltas, lo había pasado bien y eso era todo.

      Decidió vestirse con ropa cómoda, no le tocaba ir al hospital, había

cambiado la guardia con un compañero. Fue a la cocina, de la nevera sacó

tres piezas de fruta y mientras las comía, sentada a la mesa, ojeaba el
periódico para elegir una película. El jugo de la fruta al bajar por la garganta

parecía aportarle la energía desgastada. Una vez decidió la película se

dispuso a salir, pero recordó que antes, como cada domingo, debía cumplir

el ritual: llamar a su madre. Repitieron la conversación de siempre, la madre

la echaba de menos, ella también y así continuaron un rato repitiendo frases

parecidas a las de los domingos anteriores.

      Al colgar el teléfono, se quedó mirando las fotos que había sobre el

aparador, en una de ellas aparecían sus padres, ella la había hecho un día

de agosto durante las fiestas del pueblo. La tomó en sus manos durante

unos segundos, se entretuvo en el recuerdo que capturaba la que había

sido la última foto de los dos antes de que su padre muriera. La puso de

nuevo donde estaba para echar un vistazo a las otras, como si hiciera un

repaso rápido a su vida. Se detuvo en la de Víctor, su marido, y mientras lo

hacía dos lágrimas empezaron a caerle, hasta que la mano les cortó el

camino. Negó con la cabeza para deshacerse de un pensamiento que no

tocaba y fue a coger el bolso para ir al cine.

      Mientras conducía volvió sin querer a la noche anterior, demasiado

alcohol para alguien que apenas bebe, se dijo. La primera copa que le

ofreció aquel hombre, después una más, la habitación de hotel, y una

pasión violenta en brazos de un desconocido. <<Ya está bien ¿No hemos

quedado en que no tenía la mayor importancia?>>, dijo.

      Entró en la sala casi vacía para elegir una butaca de la parte trasera

en la que pudiera estirar las piernas todo lo que el asiento de delante le

permitiera. Desde el principio al final no logró encontrar un especial encanto
a aquella historia que contenía buenas imágenes, una fotografía casi

perfecta, pero parecía hecha para lucimiento del actor principal. No le gustó

demasiado. Lo mejor habían sido las imágenes de la selva amazónica. Una

aparente aventura que acaba en un anodino romance. Mejor haberse

quedado en casa delante del televisor o leyendo un buen libro, aunque su

cabeza no estuviera para lecturas.

     De regreso a casa las calles se habían llenado de coches. Encendió la

radio para hacer más llevadera la caravana mientras canturreaba algunas

de las canciones que oía, la música era una de las cosas que la

desconectaba de sus preocupaciones. Después de un largo rato en el coche

llegó a su casa con el mismo ánimo con el que había salido: el cine no la

había distraído demasiado de su rompecabezas. Al entrar, observó que el

contestador parpadeaba.

     —Soy yo otra vez, María. Llámame cuando puedas.

     Descolgó el teléfono con desgana para        marcar el número de su

amiga. <<Está bien, tomaremos un café y te lo contaré>>, acabó diciendo.

La amiga no se conformaba con un café, quería la historia completa, con

pelos y señales.

     —Mañana nos vemos y si quieres quedamos con tiempo

—respondió Leonor para zanjar la conversación.



     A la mañana siguiente el despertador sonó a las seis, como cada día.

Se preparó un zumo de naranja y unas tostadas con aceite y sal, su

desayuno preferido. Después salió a correr un rato por el parque cercano a
su casa haciendo el recorrido habitual. De vuelta, se preparó para ir al

trabajo con la misma prisa que de costumbre. Salió en dirección a la

estación de metro que quedaba a dos manzanas. Prefería el transporte

público a usar su coche, entre otras razones porque el trayecto, con unas

cuantas paradas hasta llegar al destino, le permitía leer la prensa.

      Cuando entró en el hospital le dijeron que su jefe quería verla, pero

antes de acudir a la llamada del coordinador de departamento fue hasta su

despacho a cambiarse. Encima de la mesa había una nota: Dra. Ayala, el

Dr. Rius quiere verla. No tenía idea a qué podía obedecer tanta insistencia.

Cuando llegó a la puerta de su jefe llamó, pero nadie respondía, estaba

vacío. Echó un vistazo por encima de la mesa rebosante de papeles y no

fue capaz de encontrar ningún indicio de lo que Joan pudiera querer de ella

con tanta urgencia. Se dirigió entonces al ala del hospital en que solía

trabajar y allí lo encontró.

      —Hola, Joan. ¿Para qué querías verme?

      —Me gustaría oír tu opinión sobre el paciente de la 206, aquel que

ingresó el viernes con malaria ¿Lo recuerdas?

      —Pero si sabes de esa enfermedad más que nadie en este hospital,

por eso eres el Director del Departamento ¿No?

      —Sí, está bien, pero quiero tu opinión, échale un vistazo cuando

puedas. Hoy tendremos sesión a las nueve y media en mi despacho, te

vienes un poco antes y lo comentamos.

      —Pasaré consulta a mis pacientes y luego veo al de la 206. ¿Te

parece?
—De acuerdo.

     Cuando iba por el pasillo, recibió un mensaje en su móvil: A las once

en la cafetería. María ¡Que insistencia la de su amiga!, pensó mientras

sonreía.

     Al terminar la visita a sus enfermos, hizo lo prometido con el de la 206,

luego se dirigió al despacho de Joan Rius.

     —¿Qué querías que viera exactamente en ese paciente?

     —Dame tu opinión.

     —He estado echando un vistazo a tu informe y no tengo nada más

que añadir.

     —Bien.

     —¿Qué quiere decir bien?

     —Leonor, sabes que me falta poco tiempo para la jubilación, apenas

un año, y me gustaría proponerte como mi sustituta, tu experiencia de

dieciséis años te avala, esa es la razón por la que quiero compartir de vez

en cuando nuestros puntos de vista respecto a los pacientes.

     —Es halagador que pienses en mi Joan, pero no. No me apetece

trabajar con la responsabilidad de un equipo sobre mis espaldas. Puede

parecer egoísta, poco profesional o qué se yo. Quiero un tiempo para mí,

esa podría ser la excusa. No te lo tomes a mal.

     —Deberías olvidarte de      Víctor ¿Es eso, verdad, lo que te tiene

preocupada? Entiendo tu situación, aún no te has recuperado, pero va

siendo hora de que efectivamente pienses en ti, aunque para ello no es

necesario hacer renuncias.
—Sí, es fácil cuando uno no está implicado —dijo con resignación.

     —Dejemos tu estado de ánimo, tenemos mucho tiempo por delante

para que puedas recapacitar respecto a lo que te he dicho, no obstante, ya

sabes que la última palabra no la tengo yo, aunque creo que mi opinión

contará cuando deban tomar una decisión los que tienen que hacerlo.

     —Gracias de nuevo, Joan, pero sigo creyendo que te equivocas de

persona.

     —Sólo te pido que lo pienses. Nos vemos esta tarde en la reunión de

Departamento.

     A las once entró en la cafetería, apenas quedaba gente almorzando.

María compartía mesa con otro médico.

     —Hola, Leonor.

     —Me voy, se me ha acabado el tiempo —se despidió el compañero de

mesa de María.

     —Doctora López Andrade, doctora López Andrade, persónese en

traumatología —se oyó por los altavoces.

     —¡Otra vez me voy a quedar en ascuas con tu asunto del sábado!,

dijo María. Ya sabes, los lunes son horrorosos en trauma. ¿Quedamos hoy

a cenar?

     —No puedo, tengo guardia, pero…mañana, si te parece.

     —De acuerdo. En el restaurante Attic a las nueve y media. Yo reservo.

Hasta luego.

     —Hasta luego.
Leonor pasó el resto de la mañana deambulando por el hospital,

cumplía el trabajo con cierta desgana. Pensó en las palabras de Joan,

seguramente estaba en lo cierto respecto a Víctor, iba siendo hora de tomar

interés por otras cosas, pero no sabía cómo hacerlo. Habían pasado

bastantes meses desde su muerte y fuera como fuera, su marido no iba a

volver.



      Llegó la última a la reunión de Departamento. La pequeña sala estaba

llena de médicos expectantes.

      —Pasa, siéntate. Es mejor que todos estéis bien acomodados. Lo que

os tengo que comunicar no es precisamente una noticia de mi agrado, pero

me toca —dijo Joan Rius en tono serio.

      —¡Venga, Joan, que parece que nos vas a anunciar el fin del mundo!

—exclamó uno de los médicos.

      —Sabéis los problemas de gestión que tenemos últimamente en el

hospital. La gerencia nos ha comunicado a los directores de departamento

que nuestra área de influencia será más pequeña, es decir, atenderemos a

un número menor de pacientes. Eso significa, como podéis imaginar, una

reducción de plantilla. Desconozco hasta dónde llegará, nos lo comunicarán

más tarde, de momento están negociando con la administración esa

cuestión, pero me temo que alguno de vosotros tendrá que buscar otro

destino.

          —¿Así, y ya está? —Interrumpió una de las asistentes.
—Tal vez tenía que haber esperado a tener datos más concretos para

comunicarlo, pero he pensado que cuanto antes los supierais, mejor se

podría resolver de manera satisfactoria esta situación. Es posible que

alguno de vosotros tenga una alternativa y decida marchar antes de un

posible despido.

     —¿Y cuándo se sabrá algo?

     —Tres meses, cuatro tal vez, pero no más.

     Empezaron a comentar entre ellos, las conversaciones se cruzaban.

     —¿Qué le pasa a Leonor, está como ausente? —preguntó uno de los

médicos a su compañero de silla.

     —Es que su marido, haciendo submarinismo en las islas Medas, no

hizo la descompresión y se murió. Está muy afectada.

     —Sí, eso lo sé ¿Pero hace tiempo no?

     —Sí, hace tiempo, aunque le cuesta recuperarse.

     Leonor optó por marcharse de la reunión sin que nadie se apercibiera.

Le daba igual, no sentía la menor preocupación por el puesto de trabajo.

Incluso pensaba comentarlo con el Comité de Personal. No se veía con

fuerzas para las negociaciones, sería mejor dejar paso a otro que ocupara

su lugar en el comité y defendiera los intereses de todos con mayor

entusiasmo. Al salir de la reunión tropezó con una señora que sostenía un

ramo de flores.

     —Hola, doctora Ayala, la estaba buscando. Tenga, esto es para usted

—dijo acercándole el ramo de flores.

     —¿Para mí?
—Sí, se ha portado usted muy bien con mi hijo. Cuando volvió de

Uganda todos creíamos que su vida se perdía y usted lo salvó.

      —No gracias, no puedo aceptarlo, eso ha sido un trabajo de equipo y

yo soy una más en él.

      —Acéptelo, por favor. No sabe lo agradecidos que le estamos.

      —No, lo siento. Discúlpeme, tengo trabajo.

      Dio media vuelta sin más, dejando a la señora con el ramo de flores y

cara de no entender qué le hacía rechazar un regalo tan sencillo sin saber

que Leonor nunca los aceptaba de los pacientes.



      La guardia de la noche era tranquila, no había movimiento en el

hospital. Pasó muchas de las horas delante de un televisor, aunque

prestando poca atención. Mientras las imágenes pasaban delante de sus

ojos recordó aquella noche con el kurdo ¿Qué la había llevado a acabar, sin

más, en la cama de aquel hombre? Fue un despropósito. Tal vez le daba

demasiada importancia, quizás comentarlo con María no fuera tan mala

idea, aunque se sentía agotada como para ir a cenar. Cuando salió de la

guardia la llamó.

      —¡Hola! ¿Cómo te ha ido la noche? Espero que no estés muy

cansada para la cena de hoy —dijo María.

      —Te llamo por eso precisamente. Estoy cansada, no me apetece salir.

No te estoy dando esquinazo, pero de verdad me apetece quedarme en

casa y descansar.
—¡Bueno! —dijo María en tono displicente—. No te preocupes, hoy

tampoco me iba bien, Xavier ha vuelto de viaje antes de lo previsto y está

en casa.

      —Mejor quedemos el viernes, entonces. Si no me equivoco las dos

tenemos el sábado libre y podremos alargar la noche.

      —Ya no me fío mucho de ti. Está bien, llamo al restaurante y cambio

la reserva para el viernes a la misma hora ¿De acuerdo?

      —Sí, de acuerdo. Hasta luego, me voy a dormir, lo necesito.

      —Que descanses.



      Llegó a casa y encendió muchas luces, como si de esa manera se

sintiera acompañada. Se le habían quitado las ganas de dormir. Se dirigió a

la estantería para coger uno de los libros de poesía que solía releer. Entre

sus hojas encontró un poema de Lola, una de sus compañeras de trabajo.

Volvió a leerlo porque cuando lo hacía recordaba con qué cariño se lo había

regalado.



              De Nada
Cuando el inevitable hechizo de la noche
          — me asalta —
de nada, sirve ya la serenidad reconquistada.

De nada, cuando el cuerpo se rebela
para buscarte en el vacío
         — desesperadamente —

De nada, cuando traicionero, clama
insistente, incesante, que ni siquiera

sé el espacio donde imaginarte.
Por eso, a medida que la noche
    — inexorablemente avanza —
por debajo de la nada, el pensamiento
     me arroja
                                                sí,
proclama
que no importa el lugar en que te encuentres
porque el inevitable hechizo de la noche,

                 también a ti te asalta.

Sólo que, en lugar de abrirte paso en el vacio
para —desesperadamente amarme—
desde otro cuerpo,
                    tú,
lejos de rebelarte,
                    acaso ya,
                    ni te defiendes.

                                    Lola Irún




     Cuando leía aquel poema pensaba siempre en Víctor, aunque él ya no

pudiera ni desde otro cuerpo, ni desde ningún otro lugar, rebelarse o

defenderse. Se había quedado dormida en el sofá con el libro caído en su

regazo. Despertó a la hora de comer, fue a la nevera y sacó del congelador

una de esas comidas precocinadas que sólo había que calentar en el

microondas. Se le hacía tarde para la sesión de psicoanálisis. Acabó de

comer y después de tomar café se arregló. Con el maquillaje daría un

aspecto más relajado a la cara porque las ojeras no habían marchado aún.

Se pintó los ojos de manera discreta, dio un poco de brillo a los labios y

acabó recogiéndose la melena en una cola. En el armario buscó un traje

que estuviera de acuerdo con su estado de ánimo, algo discreto. Bajó los
cinco pisos que separaban su casa del aparcamiento en ascensor y cogió el

coche para dirigirse a la consulta.

      Al pulsar el timbre nadie abrió la puerta. Le pareció extraño, eran las

cuatro y media, la hora a la que había quedado. Sacó la PDA para

cerciorarse y se dio cuenta del error: tenía la visita una hora más tarde,

había olvidado que en la última sesión la cambiaron.

      Cruzó la calle para entrar en un bar a tomar un cortado. En el pequeño

bar, con olor a aceite requemado, no había más que una señora gruesa y

entrada en años detrás de la barra. <<Siento no poder servirla está cerrado

aunque puede probar en la esquina, saliendo a la izquierda, ese local suele

estar abierto>>, le dijo.

      Entró en el café, uno de esos que se habían puesto de moda hacía

algunos años en Barcelona con sucursales por todas partes: “El café de

Roma”, enfrente del hospital había uno igual. Una luz un tanto apagada para

una cafetería, pensó. Para hacer tiempo cogió uno de los diarios que estaba

colgado de un gancho en la pared. Ojeándolo encontró la noticia que les

había comentado la tarde anterior Joan Rius y se detuvo en ella. Se hablaba

de la reducción de plantilla en el Hospital junto a una posible sustitución en

la Gerencia. Seguía sin preocuparle, había formalizado su dimisión del

Comité de Personal, eso la liberaba de compromisos. Acabó de tomarse el

cortado y pagó para dirigirse de nuevo a la consulta del psicoanalista.

      Llamó al timbre para que le abrieran la puerta del zaguán. Subió en

ascensor, uno de esos antiguos que aún quedaban en el barrio del

Ensanche, con puertas de madera, asiento y espejo que parecía transportar
a principios de siglo. Olía a perfume de hombre, como si alguien hubiera

aprovechado para darse el último toque delante del espejo. En la puerta la

esperaba el terapeuta que le estrechó la mano.

     —¿Qué tal?

     —Aparte de que he venido con una hora de antelación, bien.

     —Interesante dato. Pase.

     Leonor se estiró en el diván y empezaron por comentar el que hubiera

llegado una hora antes como un posible estado de ansiedad, aunque ella lo

negó, prefería creer que era pura desorientación causada por el tipo de vida

que llevaba. Quiso reconocer, eso sí, que su carácter se volvía cada vez

más agrio, que era muy selectiva a la hora de elegir amigos, de hecho, sólo

se relacionaba con María y poco más. Se estaba volviendo una adicta al

trabajo, lo que suponía, según ella, un mal signo, un declive imparable. El

analista le preguntó si no se había planteado un cambio de trabajo, aunque

fuera en el mismo hospital. Se sentía cómoda con lo que hacía, pero iba a

reflexionar al respecto, quizá se le ofrecieran nuevas oportunidades.

     Era Víctor lo que seguía pesando sobre su manera de comportarse.

Intentaba superar su desaparición, pero sin querer, se encerraba más y más

en si misma.    Él había estado siempre a su lado desde que eran muy

jóvenes. Ambos se apoyaban mutuamente. Fueron una pareja con altos y

bajos en la relación, como otra cualquiera, pero siempre hubo entre ellos

muchas cosas que los unían. El analista le sugirió buscar cosas diferentes

al trabajo, alguna actividad que le gustara y ocupase su tiempo libre, a la
vez que le permitía hacer nuevos amigos que la ayudarían a superar poco

a poco la pérdida de Víctor.

     Al acabar la sesión no salió mucho mejor de lo que había entrado,

pero al menos quedaron pendientes unas cuantas preguntas a las que

debía encontrar respuesta con el tiempo.

     Se encaminó hacia el aparcamiento en donde había dejado su Audi

A3 con el que condujo hasta la playa de San Sebastián. Eran los últimos

días de primavera, aún le quedaban un par de horas de luz solar que

aprovecharía dando un paseo. Aparcado el coche, se descalzó las botas y,

a paso lento se dirigió por la arena hacia la orilla del mar. Con los

pantalones remangados hasta la rodilla empezó a caminar por el agua, un

poco fría, pensó, sintiendo las olas golpear sus piernas. Le gustaba el olor a

mar, el movimiento y recurría a él cuando necesitaba pensar. Caminó

durante algo más de media hora, mientras lo hacía, recordaba                la

conversación con el psicoanalista. Sin duda no era una cuestión laboral, en

su trabajo se sentía cómoda a pesar del cansancio, eran sus relaciones, los

amigos, a los que tanto había descuidado en los últimos meses.

Seguramente él tenía razón al respecto.

     Llegó a casa a las ocho de la tarde y se dijo que aún le quedaba

tiempo para ir al gimnasio. Cogió la bolsa de deportes del armario de su

habitación, la abrió para comprobar que contenía todo el equipo y salió de

casa. En la recepción del gimnasio se encontró con una de las personas

con las que coincidía habitualmente.

     —¡Leonor, cuánto tiempo sin verte! ¿Es que ya no vienes por aquí?
—Sí, cada día, a no ser que tenga guardia, ya sabes, pero he

cambiado la hora, vengo un poco antes. Hoy tenía unos recados que hacer

y por eso se me ha hecho tarde.

     Antes de entrar en la sala de máquinas recogió un diario con el que

distraer su pedaleo en la bicicleta estática. Vio la noticia del congreso que

se celebraría en la Universidad Menéndez Pelayo de Valencia al que ella

tenía previsto asistir con Joan Rius. Para ser un congreso al que acudirían

1.600 expertos el diario dedicaba poco espacio. Lo             que no tiene

trascendencia mediática no existe, esa es la cruda realidad, pensó.

     Al levantar la cabeza del diario vio que se le acercaba Luís, un

compañero de hospital que siempre había mostrado interés por ella.

Cuando se saludaron con un par de besos Luís le recordó que tenían

pendiente una cena, así que debía encontrar un hueco. Prometió que lo

intentaría, pero estaba muy ocupada en el hospital y siempre salía tarde y

cansada. Quedaron en llamarse para buscar un fin de semana que le fuera

bien a los dos. Se marchó pensando en el encuentro con Luis por el que no

sentía interés, aunque le pareciera una buena persona.

     Se había hecho de noche y, aunque el verano estaba próximo, por las

calles apenas se veía gente, así que al dejar el coche en el aparcamiento

decidió disfrutar de esa soledad que tanto le gustaba. Paseaba observando

las luces de las viviendas e imaginaba la vida que habría en cada una de

aquellas casas, la felices y las infelices, las de los cansados de compartir y

la de las parejas recién constituidas y regresó tras el pequeño paseo con el
ánimo algo recompuesto porque después de todo era capaz de imaginar

vidas mucho peores que la suya.

     Al entrar en el piso, dejó junto a la puerta la bolsa de deporte que

había recogido del y se dirigió por el pasillo hacia la cocina para sacar del

congelador un preparado de verduras. No le gustaba cocinar, así que su

nevera siempre estaba provista de esos precocinados que compraba en el

supermercado por decenas. No era una alimentación idónea, lo sabía, pero

en el hospital procuraba compensarlo con menús equilibrados. Mientras se

calentaban las verduras en el microondas, puso música de Miles Davis y

preparó la mesa. Después de cenar, apagó la música y fue a lavarse los

dientes. Delante del espejo comprobó que sus ojeras, por fin, habían

desaparecido. Aunque era temprano, estaba cansada y se fue a dormir.
DOS



      Llegaron al restaurante Attic por separado. En una mesa con vistas a

las Ramblas se sentaba María en animada charla con el maître. No había

mucha gente, cosa extraña tratándose de un viernes, que en aquel

restaurante significaba lleno seguro. Cuando llegó junto a su amiga se

saludaron con un par de besos.

      —Siento haber llegado tarde, habrás visto cómo está el tráfico —dijo

Leonor.

      —Yo he venido en metro, he pensado que luego me llevarás a casa,

cada vez me da más pereza conducir y como sé que a ti te encanta...

      —Me encanta cuando voy por una carretera despejada, pero por estos

atascos que se organizan a veces en Barcelona no me gusta tanto.

      —¿Os parece bien la mesa que os he reservado? —preguntó el

maître.

      —Ah, sí, perdona Bruno, ni siquiera te he saludado. Sí, es un sitio

estupendo, como siempre.

      Mientras esperaban que      les sirvieran la cena     hablaron del

desasosiego que reinaba entre el personal del Clínico por la reducción de

plantilla. Algunos habían empezado la búsqueda de un nuevo trabajo. <<Tal

vez esa sea una oportunidad para muchos>>, comentó Leonor. María no

coincidía con ella. Estaba preocupada, no era el mejor momento para

cambiar después de dieciséis años de experiencia. Además, con su

tratamiento de fecundidad asistida, ni a ella ni a Xavier le iban a hacer
mucha gracia las incertidumbres. No era la mejor manera de recibir a una

criatura, con una madre en paro. Ellas no tenían por qué preocuparse, dijo

Leonor, si había reducción, era lógico que empezaran por los que entraron

los últimos, no le inquietaba lo más mínimo.

     Una camarera les sirvió los primeros platos.

     —A lo nuestro. Cuéntame lo del sábado con ese kurdo

—propuso María con voz entusiasmada.

   —No hay nada que contar, un buen revolcón y nada más, no fue

importante.

   —¡Toda la semana esperando que me cuentes la historia y eso es todo

lo que se te ocurre! ¿Un buen revolcón? —preguntó María en tono burlón.

     —Es que no fue más que eso, no sé quién es, ni su número de

teléfono, ni siquiera sé si vive aquí o en Pernambuco.     Fue una buena

noche y ya está, de verdad, María, no vale la pena darle más vueltas.

Deberías preguntar cómo estoy, eso es lo importante —dijo Leonor con una

sonrisa forzada.

     —Está bien, me estás llamando cotilla, lo entiendo. Que quiera saber

lo que ocurrió no es incompatible con que me preocupe por ti. A veces dices

las cosas como si no nos conociéramos.

     Leonor se dio cuenta de lo desafortunado de su comentario y en un

intento por desviar la conversación se puso a hablar de la última sesión con

el psicoanalista en la que había surgido la necesidad de relacionarse más.

María estaba de acuerdo porque ella misma había insistido en ese punto sin

logar el menor éxito, así que al hilo de la conversación se le ocurrió
proponer un encuentro con su antiguo grupo de amigas con las que Leonor

había perdido el contacto. Recuperarlas podría ser positivo. <<Compartir los

problemas con los amigos siempre ayuda>>, dijo María.

      —No estoy muy segura de eso.

      —Yo creo que cuando alguien pasa un mal momento lo peor que

puede hacer es encerrarse en si mismo. No quiero pasarme de sincera,

pero tu actitud con la gente, los amigos, después de lo de Víctor, no ha sido

buena para ti.

      Leonor quiso desviar de nuevo la conversación, porque le costaba

reconocer lo que su amiga decía y tampoco quería enzarzarse en una

discusión que no le apetecía. Así que, sin venir a cuento explicó el

encuentro con Luís y que seguía insistiendo en invitarla a cenar. María

quiso saber porqué seguía siendo tan exigente. <<Aún recuerdo lo que le

costó a Víctor conquistarte>>, le dijo.

      —¡María, deja de una vez a Víctor en paz!

      —Disculpa, no pretendía herirte. Reconozco que el comentario ha sido

desafortunado. Perdona.

      —Perdóname tú, estoy demasiado irascible.

      —No te preocupes.

      —Por cierto ¿Cómo está Xavier?

      —¿Xavier?

      —Bueno, es que hace tiempo que no lo veo.

      —Está en Munich, viajando mucho, como siempre, pero ya me he

acostumbrado.
—Tal vez por eso apenas os peleáis —ambas se rieron.

     —¿Qué te parece si quedamos con nuestras amigas para ir a aquella

casa rural, a la que nos llevaste en Semana Santa del año pasado?

     —¿Te refieres al Querol Vell, aquella del Berguedà?

     —Sí, a esa.

     —No quiero que pienses que no pongo de mi parte. Si te apetece,

organízalo.

     —¿Qué tal dentro de dos fines de semana?

     —No me va bien, voy a Valencia a ese congreso de parasitología, es

muy importante para    mí. Vienen 1.600 expertos de todo el mundo y

presentamos una ponencia sobre malaria. Debo prepararme a conciencia.

     —Ah, sí, algo me habías comentado y el otro día lo leí en la prensa,

parece interesante.

     —Lo es. Voy con Joan Rius que está entusiasmado con la ponencia.

     —Esperamos que pase el congreso y organizo lo del Querol Vell.

Buscaré un fin de semana en que Xavier y yo no coincidamos.

     —De acuerdo.

     En el restaurante quedaban pocos clientes. El maître se les acercó.

     —¿Os apetece un chupito?

     —No, gracias ya nos vamos ¿Nos podéis traer la cuenta, por favor?

—preguntó Leonor.

     —¿Habéis cenado bien?

     —Sí, como siempre.
—Hacía tiempo que no os veía por aquí, en cambio, vuestras amigas

suelen venir casi cada fin de semana, es raro que no hayáis coincidido.

         —Mucho trabajo. Ya sabes que las guardias en el hospital caen donde

quieren y algunas en fin de semana —contemporizó María.

         —Espero veros pronto. Buenas noches.

         —Buenas noches.

         María y Leonor se dirigieron Rambla arriba para ir a buscar el coche a

la Plaza de Cataluña. Aunque era relativamente tarde, las ramblas estaban

a rebosar, sin duda porque la temperatura era muy agradable. Era un

conglomerado de turistas, lenguas diferentes, gente que bajaba y subía, un

espectáculo digno de ser observado.

         —¿Qué te parece si tomamos algo aquí en el Zurich antes de irnos?

—preguntó María.

         —Me parece bien, la noche invita a quedarse un rato, no hace nada

de frío. Además, fíjate cómo está de animado, si parecen las ocho de la

tarde.

         El Zurich seguía concentrando a una clientela muy diversa, muchos

turistas paraban allí por su cercanía a las Ramblas y la Plaza de Cataluña

puntos ineludibles en cualquier guía de Barcelona para visitantes. Se

sentaron en la terraza exterior. María retoma la conversación sobre el

encuentro con las amigas e insiste en lo importante que puede ser retomar

aquella amistad. Están en animada charla cuando de una mesa se levanta

una persona que se acerca a saludarlas.
—¡Hola! Os he estado observando un rato porque no sabía si erais

vosotras. ¡Cuanto tiempo!

      —¡Hola, Toni! ¿Cómo te va? —dijo Leonor.

      —Bastante bien, aprovechando los últimos días en Barcelona.

      —¿Los últimos días en Barcelona?

      —Me marcho a trabajar en un proyecto de cooperación al que

dedicaré un año. Hace tiempo que quería hacer una cosa así y ahora me ha

surgido la oportunidad. Estoy muy ilusionado.

      —Nunca es tarde si la dicha es grande.

      —Sí, ya sé que he hablado mucho sobre esa idea y nunca la he

llevado a cabo, pero ya veis, ahora sí.

      —Espero que te vaya bien —comentó Leonor.

      —Antes de irme quisiera salir un día a dar una vuelta contigo y

mantener una charla.

      —No me parece una idea muy apropiada, para mí está todo en su

justo lugar, después de tanto tiempo no creo que valga la pena.

      —Precisamente porque el tiempo ha debido poner muchas cosas en

su sitio necesito hablar contigo antes de irme. Éste encuentro me ha venido

bien porque iba a llamarte por teléfono

      —Está bien, llámame la semana que viene y quedamos —dijo a

regañadientes.

      —¿Tu número de móvil sigue siendo el mismo?

      —No, te anoto el nuevo.

      Leonor cogió una servilleta de papel y escribió su número.
—Te llamo. Me alegro de haberos visto. Hasta luego.

     —Adiós —dijeron al unísono.

     María hizo saber a Leonor que le parecía bien que hubiera aceptado

la invitación de Toni. La hizo pensar en cómo había sufrido Toni la pérdida

del que fuera su mejor amigo y por qué no podía ser aquel un buen

momento para reconducir una amistad rota por malos entendidos. Leonor

no quiso añadir ningún comentario. Se limitó a mirar el reloj e indicar que

era hora de marchar.
TRES



     Rius no pudo asistir al Congreso con Leonor que hubo de hacerse

cargo de la presentación de la ponencia que habían preparado

minuciosamente    sobre   los      trabajos   del   equipo    que   en   Manhiça,

Mozambique experimentaba una vacuna contra la malaria.

     Leonor esperaba que le dieran habitación en la abarrotada recepción

del hotel Sidi Saler en donde se alojaba la organización y los ponentes del

congreso internacional de enfermedades infecciosas y bioterrorismo. A su

lado estaba Jean Carneveau, coordinador de la Organización Mundial de la

Salud.

     —¿Qué tal doctora Ayala?

     —Muy bien doctor Carneveau. Es un gran honor poder compartir con

usted una de las mesas de este congreso.

     —No, por favor, el honor es mío. Los estudios del equipo de Salud

Internacional de su hospital sobre la malaria en África me parecen muy

interesantes. Esa vacuna que ustedes experimentan puede ser un gran

avance.

     —Aquí tiene su llave, doctora Ayala, habitación 404. Un botones le

subirá enseguida el equipaje. El ascensor que lleva a la habitación lo

encontrará en el pasillo que hay a su izquierda.             Que tenga una feliz

estancia —dijo el recepcionista.
—Muchas gracias. Bien, doctor Carneveau, supongo que nos iremos

viendo y tendremos oportunidad de charlar un rato. Le explicaré nuestra

experiencia en Mozambique de manera particular dado su interés.

     —¡Cómo no! Estaré encantado. Me interesa lo que los doctores Rius,

Osnola y su equipo están haciendo desde el Clínico de Barcelona.

     —Nos vemos entonces. Hasta luego.



     A la mañana siguiente empezaba el Congreso. Varios autocares

recogieron a los congresistas en el hotel para llevarlos al campus de

Burjassot   en   donde   la   Universidad   organizaba   el   encuentro   de

parasitólogos.

     Leonor compartió ponencia con algunos de los más reputados

expertos en malaria venidos de África, había coincidido con algunos de ellos

cuando estuvo en Mozambique y posteriormente en Tanzania.

     Si los otros ponentes hablaron de la trágica realidad con la que se

encontraban cada día, los cientos de caídos por enfermedades infecciosas,

Leonor partió de la tragedia para poner un punto de esperanza en el

combate contra la malaria. Desmenuzó de manera prolija el proceso de

investigación del equipo liderado por Osnola y Rius, los pequeños avances,

pero importantes, con una vacuna contra ese mal de muchos países del

mundo, vacuna que se había mostrado eficaz en un 30% de los casos, un

avance considerable si se tenía en cuenta que hasta la puesta en práctica

de su vacuna se partía prácticamente de cero. No olvidó solicitar la

concurrencia de los organismos internacionales como la OMS para que
actuaran de conciencia sensibilizadora ante las grandes potencias

farmacéuticas, más sensibles al rendimiento económico que a salvaguardar

la salud de los desheredados del mundo.

     Al término de la mesa redonda fue e felicitada por muchos de los

asistentes al Congreso. Ella les agradecía su amabilidad con la mejor de

sus sonrisas. Era cierto que se lo había preparado a conciencia y que

contaba con una amplia experiencia en países africanos, pero se sentía un

poco abrumada ante tanto reconocimiento. En el fondo, creía ser una

privilegiada frente a los demás que vivían sus experiencias en continuo

contacto con la dura realidad que afectaba a millones de personas en el

mundo. Ella podía volver a Barcelona después de pisar territorio africano y

eso era una gran diferencia frente a aquellos médicos que siempre estaban

en contacto con aquella dura realidad.

     En la comida que siguió a la mesa redonda coincidió con un

responsable de la OMS, que durante la sobremesa le sugirió la posibilidad

de trabajar para dicho organismo. Leonor estaba agradecida por la

propuesta, pero declinó la oferta sin pensárselo, sin dar oportunidad a su

interlocutor de explicarse. No entraba en sus cálculos abandonar Barcelona.

     El Congreso fue un éxito en cuanto a intercambio de experiencias,

pero reinaba el pesimismo entre los asistentes, incapaces de encontrar

fórmulas que ayudaran a paliar muchas de las enfermedades que

diezmaban la población del tercer mundo. “¿Por qué la globalización que

tanto hacía por la economía de los países ricos no podía funcionar para

encontrar soluciones a los problemas del tercer mundo?”, se preguntaba
Leonor que a pesar del éxito de su ponencia veía el futuro con bastante

desazón.

      No obstante, salió del Congreso con la autoestima recargada. Bien

sabía que su ponencia no era el producto del trabajo de una sola persona,

sino de un equipo, pero había tenido el honor, porque así lo sentía, de

presentar al mundo los logros de aquellas personas que habían trabajado

en el proyecto de manera esforzada y que se empezaban a ver

recompensados por unos resultados que mejorarían la vida de millones de

personas.

      Con el mismo orgullo recordó a sus padres, aquella pareja de jóvenes

maestros que había partido de un municipio de siete mil habitantes de la

huerta murciana con una niña de cuatro años a la que querían ofrecerle las

mejores oportunidades del mundo. Una pareja que se instaló en Barcelona

sin conocer a nadie y que se mantuvo siempre alerta a los progresos que su

única hija experimentaba día a día en los quehaceres escolares, celebrando

cada buena nota con tanta alegría y orgullo que ella se sentía compensada

por el esfuerzo.

      Y cómo olvidar a Víctor, lo orgulloso que se hubiera sentido de ella. Él,

que tomó el testigo de sus padres y fue el mayor apoyo en la incansable

carrera de obstáculos de una complicada carrera de medicina, el

compañero que la ayudaba a perseverar y mantenerse en pie cuando las

cosas se complicaban.

      Se iba de allí satisfecha por no haber defraudado a ninguno de ellos, a

sus padres, a Víctor y al equipo del Clínico.
CUATRO



     Leonor y Toni supieron vencer sus reticencias y quedaron una tarde

soleada en la que las calles estaban llenas de gente. Ella llegó antes y lo

esperaba sentada en un banco junto a una fuente en la que unos niños

jugaban con el agua contagiándole sus divertidas risas. Al instante vio

aparecer a lo lejos a Toni entre un grupo de turistas. Lo distinguió por su

cabello negro rizado y aquella manera de caminar tan peculiar, como dando

saltitos, que lo caracterizaba. Llevaba puesta un jersey gris de cremallera

que Víctor y ella le regalaron en un cumpleaños.

     —¿Te he hecho esperar mucho?

     —No, acabo de llegar.

     —Gracias por aceptar mi invitación.

     —No hay de qué, he venido porque le he dado muchas vueltas a

cómo empecé a distanciarme de ti y he llegado a la conclusión de que

durante todo este tiempo mi actitud no ha sido correcta. A veces hacemos

las cosas creyendo que vamos por buen camino y el tiempo nos quita la

razón.

     —Vamos a dar un paseo mientras charlamos ¿Te parece?

     —Buena idea.

     —El encuentro casual del otro día me pareció una suerte. Quería

llamarte hace meses, pero no encontraba un estado de ánimo o el momento

oportuno para hacerlo.
—Sí, algo parecido me ha ocurrido a mí. He obrado mal en todo este

asunto. Hasta ahora pensaba que si te mantenía lejos podría olvidar el

sufrimiento que aún me produce la desaparición de Víctor. Grave error el

mío, cuando, sin duda, hubieras podido ayudarme, o mejor, nos hubiéramos

ayudado mutuamente a pasar ese trago.

      —Tal vez yo tenga parte de culpa, debería haber forzado el encuentro.

Durante este tiempo he pensado muchas veces en cómo debías estar, me

preguntaba si te era fácil o difícil continuar la vida sin él.

      —Me sigue costando hablar de ello, aunque es posible que haya

llegado el momento.

      —Creo que guardar lo que uno siente sin compartirlo no es

beneficioso, pero estoy dispuesto a respetar tus deseos y que hablemos de

eso sin prisas, poco a poco.

      —Creo que necesito más tiempo, de momento es bueno que vayamos

engrasando nuestra deteriorada amistad. Llegará un punto en que podamos

hablar con mayor serenidad.

      —Puede que tengas razón.

      —¿Por qué no me cuentas ya lo de tu viaje? –dijo Leonor para desviar

la conversación.

      —Me voy a hacer de maestro a Brasil.

      —¿A Brasil? ¿Pero, por qué tan lejos?

      —Es una gran oportunidad poder colaborar con gente que lo necesita,

un reto, a la vez que una experiencia interesante.

      —Para algo te va a servir que tu madre sea portuguesa.
—¡Mujer, dicho así!

      —Me refiero a que saber portugués en Brasil es bastante útil. Cuenta

¿Qué se te ha perdido allí?

      —Debes haber oído algo sobre        que el Gobierno de Brasil está

llevando a cabo de manera prioritaria un programa sobre sanidad y

educación. Necesitan gente y me he ofrecido a hacer lo que sé: enseñar.

Sabes que siempre he querido participar en alguna experiencia de

colaboración y ésta es muy interesante.

      —Sí, puede ser muy interesante ¿Y vas sólo?

      —No, en septiembre me uno a dos médicos franceses y otro maestro

portugués para ir hacia allá.

      —¡Ah! Pensaba que te ibas ya.

      —Antes debo acabar el curso en junio, un par de meses de

vacaciones, que me van a hacer falta, y a mediados de septiembre

partiremos hacia Manaos.

      —¿A la capital de la Amazonia brasileña?

      —Sí, allí mismo.

      —¿Y por cuánto tiempo dices que te vas?

      —Un año, más o menos. Estoy arreglando los papeles para no tener

ningún problema a la vuelta y conservar mi lugar de trabajo. Pediré una

excedencia, ya tengo casi todo listo.

      —¿Lo ves? Debe estar escrito en algún sitio que nuestra amistad no

puede ser fluida.

      —¿Por qué?
—Lo veo difícil, hay miles de kilómetros de distancia.

      —Existen las cartas, el correo electrónico....

      —Ya, pero no creo que una relación epistolar tenga mucho futuro, es

algo muy frío.

      —Me quedan algo más de dos meses para marchar y además voy a

volver, no me quedo allí para siempre. Me gustaría recuperar parte del

tiempo perdido.

      — Ya hemos abierto la puerta de nuevo. Es cuestión de que los dos

pongamos de nuestra parte.

      Toni se quedó mirándola como si estuviera pensando lo que iba a

decir. Ella se fijó en aquellos ojos casi negros que siempre le parecieron de

mirada sincera.

      —Sí, lo has dicho antes, pero quiero que entre el aire por esa puerta.

Deberíamos vernos más a menudo.

      —¿A qué te refieres?

      —A que creo que es un lujo que no nos podemos permitir, ese de ir

perdiendo amistades por el camino. Estoy seguro de que si abrimos de

nuevo ese camino podremos seguir compartiendo muchos momentos.

      —Estoy de acuerdo en que perder amistades es un lujo, pero las

cosas son así a veces.

      —Las cosas son así si no ponemos nada de nuestra parte.

      —Está bien, Toni. Ya he reconocido antes que no adopté la mejor de

las posturas respecto a ti.

      —Tienes razón, ya lo hemos comentado antes.
—Deberíamos irnos, se está haciendo un poco tarde, esta noche

tengo guardia.

     —De acuerdo. Te llamo otro día para          cenar, si te parece, así

hablaremos con más tranquilidad.

     Leonor se había sentido incómoda antes del encuentro porque era

consciente de haber sido la causante de la ruptura en la relación. Ahora se

daba cuenta de que el encuentro había sido una buena idea de Toni. Hablar

con él, aunque hubiera sido un breve instante, no resultó tan mal como ella

preveía.

     Se había alejado del mejor amigo de su marido porque no dejaba de

asociarlo a la pérdida. Pensó que haciendo desaparecer a Toni lograría

sobrellevar el dolor. Ahora reconocía que su actitud sólo la llevó a perder a

un verdadero amigo.
CINCO



     Era un día soleado de final de primavera con una fuerte luz

mediterránea. Leonor conducía a gran velocidad por la carretera estrecha

que llevaba hasta    El Querol Vell, la casa de turismo rural que habían

alquilado para pasar el fin de semana todas las amigas. Sonaba un CD de

John Coltraine a volumen muy alto. María se limitaba a ver el paisaje. A

Leonor no le gustaba hablar mientras conducía y ella era muy respetuosa

con eso. Además no quería distraerla porque iba demasiado deprisa.

     —Sabes que han colocado radares por todas las carreteras, deberías

ir un poco más despacio.

     Leonor le hizo un gesto con la mano para indicarle que callara. Al

llegar al pantano de La Baells paró el coche.

     —Me apetece pasear un rato por aquí —sugirió Leonor.

     —Te espero sentada en el coche, he dormido poco esta noche y estoy

cansada.

     Leonor exhaló aire profundamente para cargarse de energía e inició el

paseo. Las motas verdes de los brotes primaverales en las ramas daban un

color alegre al paisaje. La vegetación se asomaba al agua del pantano para

reflejarse en ella. La lluvia caída había dejado un rastro de olores intensos.

Durante el paseo pensaba en el encuentro con sus amigas las que hacía

casi un año que no veía. La idea de María para recuperarlas tal vez fuera

acertada, una buena oportunidad aunque aquel intento de recomponer la

amistad perdida no era fácil.
Estuvo caminando un rato largo. Era una de sus pasiones: el contacto

con la naturaleza, un medio en el que se desenvolvía bien, una afición que

había cultivado desde pequeña; solía dar largos paseos por la rivera del río

Segura con su padre cuando volvían a Ceutí, el pueblo de la familia. Víctor y

ella también solían hacer caminatas por el parque de Collserola, sobre todo

durante los domingos de primavera y otoño en los que daban aquellos

largos paseos. Mientras paseaba, recordó un día caluroso de primavera en

el que los dos empezaron besándose apasionadamente y acabaron

haciendo el amor entre unos matorrales. A él le divertía el riesgo de ser

descubiertos. Con ese pensamiento volvió hasta el coche en donde María la

esperaba dormida.

     —Vayámonos, ya quedan pocos kilómetros.

     —¡Qué susto! Me había quedado dormida.

     Mientras conducía se le ocurrió explicarle a María la oferta que le

había hecho el responsable de la OMS cuando el congreso de Valencia. Era

una buena oferta pero la disuadía el tener que abandonar Barcelona y

porque estaba contenta con su trabajo. Su amiga también la consideró una

buena oferta, pero le dijo que nadie mejor que ella sabía si le iba a

compensar el cambio, o si estaba dispuesta a renunciar a lo que ya tenía.

“Tómate un tiempo para pensarlo”, le dijo.

     —Te lo he comentado por hablar de algo, en realidad ya he resuelto

que no me interesa, pero me ha costado tomar la decisión. No sé si habré

perdido la oportunidad de mi vida.
Eran las once de la mañana cuando llegaron al Querol Vell. El dueño,

Manel, salió a recibirlas. Las recordaba de la otra vez que habían estado;

congeniaron mucho con él y su mujer e incluso les estuvieron ayudando en

algunas labores del huerto.

      —Sois las primeras en llegar. Bienvenidas.

      —¡Fantástico! Podremos elegir habitación —propuso María.

      Leonor era capaz de acomodarse en cualquier lugar, pero quería una

habitación individual. Le gustaba reservarse momentos del día para estar

sola. Aquellas largas charlas en la cama antes de dormir no le habían

gustado ni cuando era pequeña en las salidas que organizaba el Instituto.

      —Vamos a bajar las cosas del coche y aprovechamos para ir

colocándolas en el armario mientras llegan —dijo Leonor.

      —Me parece buena idea.

      —Si venís después por la cocina, os preparo un zumo de naranja.

      —Estupendo, un zumo natural a media mañana es una gran idea.

      Se oyó el ruido de un motor, a los pocos segundos apareció el coche

de Lorena, que iba al volante, con Irene y Ana. Las tres bajaron muy

sonrientes del coche y se dirigieron a saludar a las otras.

      —¡Menos mal que hemos llegado! Nos habíamos perdido y hemos

dado más vueltas que una peonza, no me aclaraba con las carreteras.

      —Llegáis justo a tiempo, me disponía a preparar un zumo de naranja

¿Os apetece?

      —¡Claro!, ¡Estupendo!
Las tres se comportaban como si la relación no se hubiera roto tiempo

atrás, así habían quedado con María y así lo hacían.

     —Nosotras íbamos a colocar las cosas —les comunicó Leonor.

     —Es buena idea, luego tendremos todo el tiempo libre.

     Entraron en la casa y se distribuyeron las habitaciones: María con

Ana, Irene con Lorena y Leonor sola, como de costumbre. Después de

colocar sus cosas en los armarios se dirigieron a la cocina donde Manel

preparaba los zumos.

     —Esto ya casi está —dijo el casero acabando de exprimir la última

naranja—. Aquí tenéis el azúcar, por si os apetece.

     —¿Y tu mujer, Manel? —preguntó María.

     —Pepa ha ido a Berga, a una visita médica, no creo que tarde.

     —¿Se encuentra mal? Porque por médicos no será, aquí somos tres.

     —No, no, es una visita rutinaria al ginecólogo. Cosas de mujeres, ya

sabéis.

     —Necesito estar sola un rato y disfrutar del paisaje. Vuelvo a la hora

de comer ¿Lo entendéis, verdad?—dijo Leonor.

     No lo entendían, pero nadie dijo nada.

     —Comeremos sobre las dos —le recordó María.



     Las cuatro amigas se sentaron en el mirador desde el que se veían las

montañas que rodeaban la casa. Hacía un poco de fresco, pero prefirieron

abrigarse y disfrutar de la vista de las montañas. María aprovechó la

ausencia de Leonor para explicar cómo la veía y el porqué de la reunión.
—Es que se pasa el día diciendo que quiere cambiar de rumbo, pero

lo peor es que no sabe por dónde tirar. Está un poco descentrada, aunque

la veo algo mejor últimamente. El otro día quedó a dar una vuelta con Toni.

     —¿Con Toni? Pero si hacía meses que no se hablaban

—comentó Ana.

     —Tampoco se relacionaba con nosotras —dijo Irene.

     —¿Y cómo le fue con él? —preguntó Lorena.

     —Creo que bien, pero hablaron más del futuro de Toni que de otra

cosa. ¿Sabéis que se va a Brasil?

     —¿Y qué va a hacer tan lejos? —preguntó Ana con interés.

     —Va a incorporarse a un programa de cooperación del gobierno

brasileño. Hará de maestro, que es lo suyo, a una zona de la Amazonia

     —Por fin va a realizar su sueño. Lo que están haciendo en Brasil me

parece muy interesante. Veremos si los dejan —comentó Lorena—. Si no

fuera porque tengo marido e hijos, hasta yo me iría, me parece una

experiencia digna de vivir y ¡En la Amazonia!

     —¡Bueno, ya salió la otra aventurera del grupo! —exclamó Ana

riéndose.

     —¿No digáis que no parece interesante?

     —Yo soy incapaz de una aventura así, lo reconozco —dijo Ana.

     —Volviendo a Leonor. Este fin de semana tenemos que recuperar

nuestras reuniones, nuestros encuentros, estoy convencida que así se

sentirá más centrada en todo. Necesita salir de una vez por todas de esa

espiral de soledad y ensimismamiento.
—Por nosotras no va a quedar María. Estamos aquí, eso es prueba de

nuestra buena voluntad. Pero no la veo muy receptiva —dijo Irene.

      —Contigo es difícil que lo esté. Aún no entiendo ni cómo te habla,

después del lío que tuviste con Víctor —le recordó Lorena.

      —Pero si sólo fue algo circunstancial, y si llego a saber el mal rollo,

me lo hubiera ahorrado. En su día le pedí perdón.

      —Yo te hubiera arañado la cara —insistió Lorena—. No estuvo bien

aprovecharte de un mal momento entre los dos. Todas las parejas pasan

horas bajas, pero tú parecía que estuvieras al acecho para caer sobre

Víctor.

      —¡Si vais a seguir con eso yo me largo!

      —Sí, vamos a dejarlo.

      —¿Sigue dando vueltas a su culpabilidad con respecto a lo de Víctor?

—preguntó Lorena.

      —Sí, pero no permite sacar el tema, así que mejor pasar página.

      Llegó la hora de comer. Pepa les había preparado una exquisita

menestra de verduras cogidas de su propio huerto y unas pechugas de pollo

rebozadas. Mientras comían, contaban anécdotas, cosas de los hijos -María

y Leonor eran las únicas que no los tenían-, de sus trabajos.

      —¡Leonor os tiene que explicar una historia que tuvo con un kurdo! —

exclamó María riéndose.

      —¡Ya salió lo del kurdo! Eres una indiscreta.

      —¡Un kurdo! ¡Cuanta interculturalidad! —dijo Ana.

      — Ya os lo contaré en otro momento, es una historia un poco sórdida.
—¡Qué seca! —exclamó Ana sin que apenas se la oyera.

      —Por fin me podré enterar de lo que pasó, porque lo único que me ha

dicho es que fue un buen revolcón y nada más, si es que al final se decide a

contarlo, claro.

      —¡Ah! ¿Pero va de revolcones? —preguntó Irene con voz inocente.

      Las otras rieron. Como siempre, Irene parecía que no se enteraba de

nada. Leonor no tenía ganas de seguir con el asunto del kurdo, con la

excusa de que le apetecía leer un rato desapareció. Las demás comentaron

que seguramente no había sido buena idea reunirse de nuevo, el objetivo

del reencuentro, la recomposición del grupo, no iba por buen camino.

Todas, menos María, creían ver en Leonor a una persona distante y distinta,

nada que reprochar si había decidido romper con todo lo anterior. <<Las

personas van cambiando de amigos a lo largo de la vida y no por eso

debemos rasgarnos las vestiduras>>, comentó una de ellas . Lo más

prudente sería pasárselo lo mejor posible, disfrutar del paisaje y la

tranquilidad del lugar y dejar transcurrir aquel fin de semana con la mayor

armonía posible. Si finalmente lograban conectar de nuevo con ella, mejor

que mejor, pero tampoco estaban dispuestas a amargarse el fin de semana.

      Cuando se acabaron las horas de su escapada a la montaña las

cosas estaban como el primer día: Leonor apartada del grupo paseando o

leyendo y las demás quejándose de lo desafortunado del encuentro. Ellas

ya se habían hecho a la idea de no contar con Leonor como amiga y aquello

no había servido más que para constatarlo. María se sintió culpable y no
hacía más que pedir disculpas y se despidió de ellas agradeciéndoles el

esfuerzo.



     En el camino de vuelta a Barcelona María y Leonor mantuvieron un

diálogo tenso.

     —Sabía que no funcionaría, pero no quise contradecirte —dijo Leonor

—. Además, la pánfila de Irene, no la soporto ¿Cómo tiene el rostro de

venir?

     —¡Ya! Y has tenido que estar todo el tiempo a tu aire, sin apenas

cruzar palabra, para demostrar no sé qué. No puedes imaginar el esfuerzo

que han hecho para intentar la reparación de esta situación absurda.

     —Lo siento, no me apetecía hacer teatro.

     —Ni siquiera se te ha ocurrido pensar en mi papel. No te puedes

hacer ni idea de lo mal que lo he pasado.

     —Fuiste tu la que te empeñaste en ir al Querol, no yo.

     —A veces puedes ser muy cruel. Tomo nota de tu actitud, no te

preocupes, no pienso molestarte más. Si te quedas sola será tu problema.

Es como si hubieras decidido dar un portazo al mundo que te rodea.

     —María, no te pongas así....

     —Déjalo ya, Leonor, déjalo. Si quieres mantenerte en tu torre de

cristal, hazlo, pero todo tiene un límite. Nadie tiene ninguna obligación

contigo. Ellas han venido con la mejor voluntad y tú se lo agradeces

pasando olímpicamente. A veces me pregunto qué coño hago yo a tu lado.

     —María…
—Ya está, no quiero que me digas nada más en este momento.

Reflexiona y cuando lo hagas hablamos.




      Leonor dejó a María en su casa y no se dieron dos besos, como era

costumbre, ni siquiera se despidieron. María se limitó a recoger su equipaje

y cerrar la puerta.
SEIS



       En su visita al psicoanalista, Leonor le cuenta el reencuentro con las

amigas: una mala experiencia. Considera que no estuvieron a su lado

cuando pasó los peores momentos y prefiere prescindir de ellas. No se vio

con ganas de recuperar una amistad y menos con Irene por en medio, para

ella era algo zanjado.

       El enfado con María, eso le pesaba. Ella sí demostró estar en todo

momento a su lado, en los buenos y en los malos ratos.

       —Es usted la que dirige el rumbo de su vida. No tiene por qué seguir

con ellas si así lo ha decidido, aunque siempre es bueno meditar lo que uno

va a hacer, por si luego no hay vuelta atrás y se arrepiente. Sopese porqué

cree que ellas no estuvieron cuando más las necesitaba ¿las cree

culpables? ¿Qué actitud tuvo usted con ellas?

       —No quiero perder más tiempo en ese asunto. El error fue hacerle

caso a María, lo hice por la buena voluntad que ella ponía. Al final,

acabamos enfadadas. No nos vemos hace unos cuantos días.

       —¿No pretenderá usted quedarse sin amigos, verdad?

       —No, no quiero perder a María. Creo que los amigos de verdad

pueden enfadarse en un determinado momento, pero siempre se puede

recomponer algo así. La llamaré para reconocer mi parte de culpa o

simplemente para hablar.
A lo largo de la conversación hicieron referencia al encuentro con Toni

del que Leonor se sentía satisfecha porque le había permitido otra mirada

diferente sobre una relación que ahora estaba convencida de que no debía

haber roto en ningún momento. Comentó con entusiasmo lo que iba a hacer

él en y que ella, de haber tenido otras circunstancias hubiera querido

participar en una experiencia tan interesante como aquella.

     —¿Es lo único que tiene que contarme de ese encuentro?

     —Fue muy breve. No quise alargarlo porque después de tanto tiempo

tenía miedo de ser recriminada por mi actitud hacia él.

     —¿Cuándo va a hacerse cargo de sus contradicciones? Se siente una

persona en el crepúsculo, según sus propias palabras, pero no veo que

ponga los medios para que las cosas cambien.

     Leonor se quedó callada. No sabía qué responder.

     —¿No me responde?

     —Es que desconozco la respuesta.

     —Piénselo. Si existe una duda, hay que resolverla.

     —La duda me la acaba de plantear usted, yo simplemente he hecho

un comentario, aunque quizás tenga razón.

     —Tal vez debería marcharme de Barcelona, todo está demasiado

ligado a mis recuerdos.

     —¿Por qué no? Lo importante es buscar una salida a ese atolladero

en el que se encuentra.

     —Perdería usted una buena clienta —dijo Leonor sonriendo.
—Si tengo que ir a pedir limosna, ya lo haré. Por esa razón

estaríamos salvados. Le he dicho en muchas ocasiones que usted, y sólo

usted, decide su futuro, recuérdelo.

     —Es cierto que me supone un esfuerzo continuar aquí. Todo me

recuerda a Víctor, lo hemos comentado en muchas ocasiones. Ese sería un

buen motivo para marchar y desconectar. Empezar un nuevo proyecto que

me renueve y me de otra perspectiva de la vida, pero no sé si cambiando de

ciudad lo lograría. Pensaré en lo que hemos hablado.
SIETE



      Leonor había ido a correr muy temprano por el parque cercano a su

casa porque a esas horas no había nadie y le gustaba disfrutar de las calles

desiertas mientras los demás aprovechaban sus últimos minutos de

descanso. Se levantó de buen humor y pensó aprovechar el ejercicio para

meditar su conversación del día anterior con el psicoanalista. El día diez de

diciembre cumpliría treinta y nueve años, tal vez fuera un buen momento.

Esa edad podría ser perfectamente la mitad de su existencia. No tenía nada

que perder si se marchaba. Sería un ejercicio muy interesante para añadir al

libro de su vida. No sabía si aceptar finalmente la oferta de la OMS, hasta

se le pasó por la cabeza marcharse con el grupo de Toni. Nunca le asustó

la aventura, incluso podría ser gratificante pasar un tiempo en la Amazonia.

Había pasado temporadas en África por qué no en la selva.

Al llegar a casa, delante del espejo, se preguntaba si no se había

abandonado demasiado a los designios del destino. <<El destino nos viene

dado, pero podríamos cambiarlo si fuéramos capaces de hacer algo para

que las cosas fueran mal>>, se dijo.

Pensó también en que debía disculparse con María. Ella era un punto de

apoyo importante que no podía dejar perder así como así.

      Llegó al hospital y se encontró casualmente con ella.



      —¡Hola! Tengo que hablar contigo, cuando tengas un momento, debo

pedirte disculpas.
—No te preocupes, no hay por qué pedir disculpas. A estas alturas no

creerás que estoy ofendida. Te conozco lo suficiente como para saber que

la sangre no llega al río.

      —¿Tomamos luego un café?

      —Claro. Por cierto ¿Dónde vas tan guapa? ¿Has hecho un ligue sin

avisarme?

      —No, que va. Me sentía bien y he decidido ponerme ropa de colores

vivos. En la cafetería a las diez.

      —De acuerdo.

      Leonor se dirigió al despacho del doctor Rius. Quería comentarle qué

le parecía la posibilidad de ir a Brasil. Él sería un buen consejero, no en

vano era un país que conocía bastante bien y en el que tenía contactos;

incluso vivió allí un año entero hacía relativamente poco.

      No estaba en su despacho. Una enfermera le recordó que no vendría

porque tenía una reunión con la Consejera de Sanidad y el equipo directivo

del hospital. Deja recado de que quiere hablar con él cuando le sea posible,

se marcha a pasar visita a sus pacientes

      Por el pasillo encuentra a un paciente al que había dado el alta hacía

pocos días, un marinero gallego al que había cogido cierto cariño.

      —Buenos días, doctora Ayala, venía a traerle este pequeño detalle.

      —No tenía por qué molestarse —le agradeció con una amplia sonrisa.

      —No es ninguna molestia, es una simple caja de bombones. Ha sido

usted tan amable conmigo.

      —De acuerdo, muchas gracias.
—Mañana vuelvo a Namibia, a la fábrica de Pescanova, así que

aprovecho también para despedirme.

      —¿No dijo usted que no volvería a África?

      —Ya, pero he trabajado tanto tiempo allí, que lo echo de menos, no

me acostumbro a estar aquí. Además, tengo un buen grupo de amigos a

los que encuentro a faltar. Al final, es verdad aquello que dicen en mi tierra:

el hombre no es de donde nace sino de donde pace.

      —No está mal ese dicho. Espero que le vaya bien y no nos tengamos

que volver a ver por culpa de la malaria. Le deseo mucha suerte.

      —Muchas gracias por sus atenciones doctora Ayala.

      —Repito lo dicho, que le vaya bien por aquellas tierras. Y gracias por

los bombones.

      Era la primera vez que aceptaba un regalo de un paciente y al

recibirlo se sintió reconfortada, después de todo no era tan grave aceptar

esos pequeños obsequios que la gente hacía con buena voluntad, pensó.

      Después de pasar visita a unos cuantos pacientes Leonor se dirigió a

la cafetería para encontrarse con María. Había mucho bullicio, era la hora

en que se concentraba más personal para tomar el café de media mañana y

todas las mesas estaban ocupadas.. En una de ellas estaba Luís que le hizo

señas para que se sentara. Le agradeció el gesto, pero dijo que esperaba a

su amiga con quien debía hablar un asunto privado. Aceptando la excusa

Luis le recordó que tenían una cena pendiente y ella aceptó la oferta sin la

habitual reticencia. Le pareció una buena idea para aclarar aquel asunto y

zanjar de esa manera su insistencia. Al poco quedaron un par de sillas
libres junto a una pequeña mesa con dos sillas que Leonor ocupó tras

despedirse.

     Cuando María llegó Leonor empezó por pedirle disculpas por la actitud

en la casa rural. Veía a las otras amigas demasiado superficiales,

encerradas en ellas mismas, en sus modelitos, en sus ligues y en ir a

pasear el palmito por los sitios de moda. Las encontraba frívolas y no tenía

ganas de compartir nada con gente así. María le reprochó que tuviera esa

visión tan distorsionada y pobre de ellas. Habían sido amigas durante

mucho tiempo y era la primera vez que oía esos comentarios tan

desafortunados. Exageraba, eran excusas sin ton ni son. No coincidía con

ella en ninguna de esas apreciaciones, pero no estaba dispuesta a perder ni

un minuto para ir en contra de esa opinión tan poco acertada, lo que

importaba era poner cordura y paz en su relación.

Leonor, que tampoco pretendía extenderse, le explicó que había quedado a

cenar con Luis el próximo jueves. <<Luis es una persona estupenda para ti,

siempre ha mostrado interés>>, dijo María. Leonor dejó de nuevo claro que

no le atraía más que como un buen amigo y que si había decidido ir era

para dejarle las cosas claras en ese sentido.

     —En realidad, quería hablar contigo para explicarte que le estoy

dando vueltas a un asunto.

     —A ver ¿Qué asusto es ese? Porque eres imprevisible.

     —Lo he pensado mucho y, aunque la decisión no es firme, cada vez

estoy más convencida: quiero marcharme a Brasil.
—¿De vacaciones? ¡Guau, qué chulo! La samba, la playa, los

brasileños.....

      —¡No, no! A trabajar.

      —¿A trabajar? ¿Y qué se te ha perdido allí? ¿Te parece poco el

trabajo que tienes aquí?

      —El trabajo de aquí me gusta, pero necesito cambiar de aires, hacer

cosas distintas. Sería sólo por un año o algo así, después volvería. Es

cuestión de pedir una excedencia.

      —Claro. Y para renovarte no se te ocurre otra cosa que irte a trabajar

a miles de kilómetros. O sea, que no vas por algo altruista, sino por pura

renovación —comentó con sorna.

      —¡María, no me creas tan egoísta! Me parece muy interesante lo que

el gobierno de Brasil propone, había oído algo sobre ello, pero el otro día

cuando hablé con Toni y me lo explicó con más detalle me pareció una

buena idea.

      —Yo creo que a tu edad no se pueden hacer ese tipo de cosas.

      —¿Acaso me ves vieja sólo porque tengo tres años más que tu?

      —Al margen de la edad, no es un buen momento. En el hospital van a

reducir personal, habrá cambios, no creo que sea oportuno.

      —Mejor, si pido una excedencia no podrán echarme.

      —No, echarte no, pero cuando vuelvas igual te dicen que no hay sitio.

      —No me preocupa lo más mínimo. Ya encontraré qué hacer.

      —Son las diez y media —dijo María mirando al reloj que había en la

pared— deberíamos irnos.
—Ya seguiremos hablando, aún me quedan un par de meses para

pensarlo y tomar una decisión en firme. Quedamos el fin de semana, si

quieres.

     —De acuerdo, nos llamamos, pero yo que tú, desistiría de esa idea.

No la veo muy acertada.
OCHO



      Leonor se había puesto un vestido verde oliva satinado, el corte al

bies hacía que se ajustara a su esbelta figura. Los tirantes finos y un escote

desbocado dejaban al descubierto unos hombros bien formados. Se dio un

poco de sombra marrón que resaltaba el color miel de sus almendrados

ojos. Se puso perfume detrás de las orejas y en las muñecas. De entre los

zapatos eligió unas sandalias de verano, con tacón muy alto, que hacía

tiempo no usaba. Al mirarse en el espejo hizo un gesto de aprobación y se

dispuso a salir.

      Decidió ir en taxi por si en la cena bebía algo más de la cuenta.

Estaba en la calle esperando mientras disfrutaba de aquella agradable

noche de primavera de cielo estrellado y luna casi llena cuando en la puerta

se le cruzó el vecino de enfrente, un señor mayor con el que ella mantenía

una buena relación quien dijo verla muy elegante como hacía tiempo no la

veía y que además de elegante estaba muy guapa. Leonor se lo agradeció

con una amplia sonrisa sin poder extenderse más sobre el comentario

porque llegó el taxi que la llevaría a La Torre de Alta Mar, el restaurante en

el que había quedado con Luís.

       Mientras hacía el recorrido, se preguntaba si haber aceptado la

invitación no llevaría a equívocos, aunque esa era precisamente la razón

por la que aceptó: dejar claro que no quería una relación con él.

Al llegar, le preguntaron en la puerta si tenía reserva, ella dio el nombre de

Luís Azcarate. La esperaba arriba, le dijeron.
Para acceder al restaurante, que ocupaba la parte superior de una de

las torres del funicular de Montjüic, tuvo que coger el ascensor. Encontró a

Luis sentado en el sofá blanco de la antesala. Se saludaron con dos besos.

      —Estás muy guapa.

      —Gracias. Tu también.

      Pasaron al comedor donde Luis había reservado una mesa desde la

que se apreciaba una bonita vista. De entre la multitud de pequeñas luces

en que quedaba convertida la Barcelona nocturna sobresalían la Sagrada

Familia y el Tibidabo.

      —Gracias por aceptar mi invitación—dijo Luis.

      —Debía aceptar, aunque sólo fuera por el tiempo transcurrido desde

que me lo pediste.

      —Espero que esta cena no suponga una obligación.

      —No, no me refería a eso. He venido con mucho gusto.

      —¿Vas a comer carne o pescado?

      —Pescado, la carne no es de mis platos preferidos.

      —¿Qué te parece si pedimos un Casta Diva fresquito?

      —¿Cómo sabes que me gusta ese vino?

      —Alguien me lo ha dicho.

      —No dirás que me has estado investigando.

      —No, por favor. Saber qué vino te gusta no es producto de una

investigación, sino de una conversación casual con María, no hay más

secreto que ese.
—A lo mejor no lo tienen. No son muy comunes los vinos de Alicante

por aquí.

     —Deben tenerlo, cuando hice la reserva me encargué de hacerles

saber que me gustaría ese vino.

     —Pidámoslo, entonces.

     —Tengo entendido que quieres marcharte a Brasil.

     —¡Ah! Menos mal que sólo habías preguntado por el vino que me

gusta.

     —Hombre, estuve tomando un café con María y en la conversación

salió de forma casual.

     —No lo tengo decidido del todo. Por un lado creo que puedo contribuir

a mejorar las condiciones de vida de aquella gente. Es algo que siempre me

ha gustado hacer. Sabes que he estado varias veces en países de África.

Es una oportunidad de hacer algo que me gusta. Nada me ata aquí.

Además, será una experiencia temporal, no es para toda la vida.

     —No te entiendo. Tienes una magnífica posición en el hospital,

muchos la querrían, y decides tirar todo eso por la borda y marcharte a

descubrir mundo.

     —No voy a descubrir mundo, sino a intentar mejorar un poco el que

hay. Lo de la posición en el hospital no es despreciable, lo sé, pero me

apetece esta nueva experiencia. Se trata de aportar mis conocimientos a

algo que creo muy interesante.

     —¿Y cuánto tardarás en volver?

     —Un año, más o menos.
—Yo te seguiré esperando.

     —Luís, me halagan mucho tus palabras, pero ya te he dicho en alguna

ocasión que no esperes nada de mí.

     —Lo sé, pero dicen que el que la sigue la consigue.

     —De verdad, no quiero herirte, pero creo que tú y yo no estamos

hechos para formar pareja. Me gusta charlar contigo, salir por ahí de vez en

cuando. Eres un hombre estupendo, pero no creo que funcionáramos juntos

     —Vamos a comer. La lubina tiene un aspecto buenísimo. Brindemos

al menos por nuestra amistad.

     —¡Salud! —dijeron al unísono.

     Al acabar, decidieron ir a dar un paseo por la playa de San Sebastián.

La luna, casi llena, inundaba de luz el mar, que estaba en calma. Se

descalzaron para caminar por la orilla.

     —¿Sabes que la luna es una mentirosa?

     —¿Una mentirosa? —preguntó extrañada.

     —Sí, lo leí en una novela de Muñoz Molina, cuando tiene forma de D,

es luna creciente y cuando la tiene de C es decreciente, justo al revés.

     —¡Qué curioso! Nunca me había parado a pensar en eso, es curioso.

     Luis le pasó el brazo por encima de los hombros. Ella no se lo impidió.

Caminaron un rato largo en silencio oyendo el romper de las olas en la orilla

hasta que él intentó de nuevo persuadirla para que aquello fuera el

comienzo de una relación. Leonor, sin titubear, dejó claro que no quería

compartir su vida con nadie y mirando el reloj le dijo que se hacía tarde y al

día siguiente los dos empezaban temprano a trabajar. Luis aceptó aquel
requiebro en la conversación sin oponer resistencia y se ofreció para llevarla

a casa porque le venía de camino.

      Al llegar Luis detuvo el coche en doble fila en la puerta , la abrazó e

intentó besarla, pero ella se resistió apartando la cara. Él entendió el gesto y

dejó de insistir, daba por perdida la batalla, aunque se despidieron con un

par de besos.
NUEVE



      Leonor abrió los ojos una hora antes de que sonara el despertador.

Como no podía volver a conciliar el sueño, se levantó para coger ropa

deportiva del armario e irse a correr. Faltaba un rato para las seis de la

mañana y el tráfico empezaba a ser intenso. Mientras corría, pensaba en la

noche anterior. Luís no era el hombre con el que ella quería compartir su

vida a pesar de reconocerle cualidades como buen compañero y amigo. No

se arrepentía de la cena, le resultó agradable y creyó que con aquel gesto

cerraba un pequeño pasaje de su historia particular que no debía haber

dilatado tanto en el tiempo.

      Después de correr durante un largo rato volvió a casa con energía

suficiente para acometer el nuevo día. Se preparó para ir al trabajo pero en

lugar de desayunar en casa, como tenía por costumbre, lo pospuso a la

cafetería del hospital. Compró el diario en el quiosco de la esquina y se

dirigió a coger el metro. Cuando llegó al hospital, fue a la cafetería y vio a

Luís sentado en una mesa desayunando.

      —¿Puedo? —dijo cogiendo el respaldo de una silla.

      —¡Buenos días! ¡Cómo no, siéntate!

      —Me alegro de encontrarte. Fue una noche deliciosa, quería

agradecértelo.

      —Soy yo el que tiene que agradecer.

      —Estuvo muy bien, pero con respecto a la despedida.....
—No digas nada —la cortó Luís—. Prefiero guardar el buen recuerdo.

Ya sé que no quieres comprometerte conmigo, me lo dijiste ¿No?

     —Sí, creo que siempre lo has sabido.

     —Déjame, al menos, que me quede con que fue una noche

estupenda.

     —Está bien. Veo que entiendes la situación.

     —No me queda otro remedio.

     Luís y Leonor acabaron de desayunar para incorporarse al trabajo.

Ella tenía concertada una entrevista con Joan Rius para hablar de Brasil. Lo

que pensara era importante para ella, aunque la decisión estaba casi

tomada.

     Rius estaba en su despacho sentado detrás de una mesa llena de

papeles, absorto mirando la pantalla del ordenador y no se apercibió de la

entrada de Leonor. Ella se sentó en la silla que había a la izquierda de la

mesa. Al advertir su presencia levantó la mirada <<Estaba buscando alguna

referencia del programa de Brasil, pero no encuentro información

concreta>>, le dijo. Ese mismo día iba a llamar a un antiguo amigo que

ahora desempeñaba algún cargo en el Ministerio de Sanidad brasileño para

que le concretara en qué consistía el plan del gobierno. Leonor le agradeció

su ayuda.

     <<Con franqueza, no me parece una buena opción>>, comentó Rius.

Tenía pensado recomendarla como su sustituta cuando se produjera la

jubilación en algo menos de un año. Si se marchaba, esa recomendación

era inviable. Leonor no entendía su negativa, máxime cuando él había
estado en Brasil no hacía mucho. Rius prometió ayudarla, a pesar de todo,

y acordaron verse de nuevo al día siguiente, cuando hubiera podido hablar

con su amigo brasileño.



      Leonor había quedado con María a la hora del descanso de media

mañana. Sabía que la iba a someter a un interrogatorio sobre la noche

anterior, pero no le importaba. Cuando se encontraron y antes de verse

sometida a un interrogatorio, le explicó la velada con Luís, lo agradable que

fue. Se había sentido querida, pero       no era su tipo. María le volvió a

recriminar sus exigencias. Según su opinión, Luís era un hombre

estupendo, además de muy atractivo. La veía muy cargada de manías.

Leonor trató de hacerla comprender una vez más que no deseaba pareja ni

compromiso alguno. Con toda seguridad se iba a Brasil porque estaba

prácticamente decidido y no tenía sentido empezar algo que al cabo de dos

meses quedaría interrumpido y menos con alguien a quien no encontraba

apropiado. María le dijo que aquello parecía una huída ¿Qué se le había

perdido en aquel país tan lejano? ¿Por qué dejar un buen trabajo por una

aventura que no sabía cómo iba a funcionar?, le preguntó.

      Ella creía que era un error marchar a la aventura. A Leonor, por el

contrario, le parecía el momento más oportuno además de un reto y una

manera de aportar algo a los demás.

      Debía atravesar esa barrera de incomunicación que había establecido

con el mundo. Un viaje de ida y vuelta le convenía y no hablaba del sentido

físico del viaje, sino de ella, de su personalidad acorralada.
A la mañana siguiente, Rius charlaba con Leonor sobre lo que había

averiguado del proyecto.

     —Mi amigo de Brasil dice que el trabajo estaría centrado en una zona

del Amazonas en la que se necesita atención médica. Me informó que las

condiciones serán un poco duras y necesitan gente no sólo experta, sino

bien preparada físicamente.

      —No veo dónde está el problema Joan. Reúno esas dos condiciones.

     —Me parece una experiencia arriesgada y me sigue preocupando no

poderte recuperar para dirigir el departamento. Si te marchas es posible que

pierdas la oportunidad de ascender en el hospital.

     —No digo que no me haga ilusión ocupar tu puesto, decir lo contrario

sería mentir, aunque no me apetece en este momento asumir mayores

responsabilidades, pero creo más importante sentirme bien. El cambio me

ayudará, profesionalmente y como persona.

     —Piensa en los pros y los contras, sabes que aunque no me guste lo

que decidas, cuentas con mi apoyo, pero es una decisión que no se puede

tomar a la ligera. No eres una joven recién salida de la facultad, eres una

mujer con responsabilidades.

     —Te haré caso, hay tiempo para meditar, aunque creo que la decisión

está casi tomada.
DIEZ



       El verano ha llegado con toda su intensidad. El calor es sofocante y

Leonor sale a dar una vuelta por las Ramblas antes de ir a cenar con Toni.

Sentada en una terraza se distrae viendo pasar la gente. Le gusta el ir y

venir de la marea humana tan variopinta que inunda Barcelona en verano.

Su mirada escruta a la gente mientras juega a adivinar las historias

escondidas tras cada uno de los paseantes que elige por algún detalle que

le llama la atención. Conserva esa costumbre que practicaba a menudo con

Víctor. Les divertía jugar juntos a inventar las vidas de los que veían pasar

imaginando qué tipo de persona era, cuáles sus costumbres cotidianas, en

qué trabajaban, si eran felices.

       Faltaba un rato para la cena así que decidió dar un paseo hasta el

restaurante del Borne en el que había quedado. Pasó por delante del Museo

Picasso en la calle Montcada que tiempo visitaba periódicamente, debía

hacer meses que perdió aquella costumbre, a pesar de que el pintor era uno

de sus preferidos. Se dijo que debía volver a esa costumbre que de paso le

proporcionaba un estado de las cosas por aquella zona de la ciudad.

       Tras un recorrido a paso lento en el que había descubierto nuevos

comercios y bares llegó a la calle Comercio, la del restaurante. Era uno más

de los muchos que habían proliferado en la zona. Una leve luz y los cuadros

de grandes dimensiones de colores muy vivos daban calidez al local, lo

hacían acogedor. Se sentó en la mesa reservada a nombre de Toni. La

camarera encendió la vela del centro y le preguntó si quería tomar un
aperitivo. Pidió un agua bien fresca y cuando se la servían vio a Toni en la

puerta y le hizo una señal levantando el brazo. Se dieron un par de besos

mientras reían de la casualidad: los dos llevaban la misma camiseta de

Custo.

     —Parecemos los hermanos Pin y Pon.

     —Sí es un poco chocante.

     —Te veo mucho más animada.

     —Ya ves, el tiempo acaba por poner las cosas poco a poco en su

lugar o lo arregla o lo empeora, pero sentencia.

     —¿Cómo estás?

     —Bastante bien. He decidido darme un baño de multitudes y darme

algún capricho que otro, como un par de camisetas en la calle Ferran y mira

qué cuadro ¿A que es original? —dijo Leonor mientras lo desenvolvía—. Me

gusta este personaje suspendido en un cable entre los dos edificios, es

como si quisiera conservar el equilibrio entre dos mundos.

     —Sí está muy bien. Son bonitos los colores pastel que tiene. Parece

que hoy te ha dado la vena compradora.

     —Lo mismo que he pensado yo, hacía meses que no iba de tiendas.

Ha sido muy agradable. Debería hacerlo más a menudo.

     Leonor no quería dejar pasar más tiempo sin agradecer a Toni que

hubiera puesto de su parte para recuperar aquella amistad. Aunque algo

tarde, había descubierto que el propósito de alejarse de todos y todo lo que

tuviera que ver con Víctor no mejoró nada la situación. Era consciente de

que lo que no se cuida acaba por desaparecer y su amistad nunca debía
haberla perdido. Con su obsesión por romper con el pasado, también

quebró el cariño de muchos amigos. Toni coincidió en que era positivo mirar

hacia delante, positivo el nuevo rumbo de la relación porque perder a Víctor

también fue un mazazo para él. Su amistad se había trabado a lo largo de

los años, desde la escuela primaria. Nadie como Víctor lo entendía, lo

arropaba siempre con su manto protector. Aunque eran de la misma edad

ejerció sobre él toda la sabiduría de un hermano mayor con el que se

mantiene una buena relación. Era su mejor amigo, en las grandes juergas y

en los momentos difíciles. Le había costado bastante superar su pérdida.

     —Me marcho por una larga temporada y he querido compartir contigo

este sentimiento que volvió a aflorar cuando nos encontramos el otro día

porque eres la única que puede entenderlo. Soy consciente de que al hablar

de Víctor puedo reabrir heridas que ni siquiera han acabado de cicatrizar.

     —Tienes que entenderme, Toni. Fueron muchos años de vida

compartida con él. Tú mejor que nadie conoces nuestra trayectoria.

Empezamos juntos la carrera en la Universidad de Barcelona, éramos casi

unos adolescentes. Nuestra relación estaba en un buen momento, en lo

mejor de ella se va. Todo su optimismo, aquel impulso que sabía dar a las

cosas, desapareció. Así que opté por alejarme de lo que me lo recordara y

tú, su mejor amigo, estabas incluido en el lote. Pero aún así, aún

apartándome de todo lo que me lo recordaba no he conseguido superarlo.

     —He respetado al máximo tu decisión, aunque nunca la he

compartido. Tal vez ahora, transcurrido el tiempo, sea el momento de

recomponer algunas cosas.
—Quizás tengas razón. Yo también le he dado muchas vueltas y por

el camino se han quedado las amistades, los sueños conjuntos debido a mi

actitud. María es prácticamente la única persona que me queda.

         —Aún está a tiempo de arreglarlo. Echar marcha atrás se convierte a

veces en una buena solución.

         —Cada vez estoy más convencida de que debe ser así, aunque tengo

la sensación de haber pasado tanto el límite de lo aconsejable que me va a

resultar difícil recomponer las cosas.

         —Deberías ser más optimista.

—Es cierto que no estoy en el mejor momento. Me siento bajando la

pendiente que conduce al abismo. Siempre doy vueltas a la desafortunada

suerte de Víctor con aquella descompresión que no hizo. No sé salir de ese

atolladero. Es un pensamiento recurrente que me atormenta.

         La camarera les trajo las ensaladas que habían pedido de primer

plato.

         —No tienes por qué seguir culpabilizándote, no tuviste nada que ver

con su muerte. Fue un error que se lo llevó por delante. Ya ha pasado

mucho tiempo y aunque yo también lo recuerdo, deberíamos empezar a

asumir su ausencia y encontrar otras cosas que nos hagan recordarlo como

lo que era sin sufrimiento.

         —Una cosa es asumirlo y otra muy distinta olvidarlo. Yo lo animé a

aprender submarinismo, lo animé a que hiciera esa inmersión. Fue y sigue

siendo muy duro.
Como uno más de sus desaciertos sacó a colación el encuentro en el

Querol Vell, aquel intento de recomposición del grupo de amigas había ido

mal. Quiso echar la culpa al hecho de que estuviera Irene.

     —Pero si hicisteis las paces ¿No?

     —Porque me lo pediste actuando de apaga fuegos entre Víctor y yo,

pero no debí perdonarla, siempre me ha quedado una cosa ahí, como de no

haber hecho lo correcto.

     —No coincido contigo, pero si sólo fue cosa de un día, unas copas de

más y un polvo, eso fue todo.

     —¿Eso fue todo? ¡Qué gracia me haces! Ella sabía que Víctor y yo

pasábamos un mal momento y aprovechó las circunstancias. Vamos a

dejarlo, a lo mejor tienes razón, quizás sólo estoy buscando excusas.

     —Creo que esa decisión de tragártelo tú sola todo, no te beneficia en

nada. Habéis sido amigas durante muchos años ¿Por qué tirarlo todo por la

borda?

     —A veces lo pienso, pero estoy en una situación un poco complicada.

Tal vez deba aclarar primero mis ideas y luego obrar en consecuencia.

     —Insisto en que abramos una nueva manera de ver las cosas ¿No te

parece?

     —Te lo agradezco, aunque siempre tengo la sensación de que es algo

que debo hacer sola, que nadie puede ayudarme.

     —Son maneras de verlo. En cambio, siempre he creído que los

problemas se superan mejor en compañía.

     —Puede que tengas razón.
Leonor quería pasar a otro asunto porque le vinieron ganas de llorar

y no quería estropear aquella cena tan gratificante para ella.

      —¿Sabes que estoy valorando la posibilidad de irme contigo a Brasil?

Me gustó la idea de alejarme de aquí y participar en un proyecto tan

atractivo.

      —¿Cómo no me habías dicho nada? ¿Pero qué significa que lo estás

valorando?

      — Rius ¿Sabes quién es?

      —Sí, tu jefe.

      —Él estuvo indagando en el Ministerio de sanidad brasileño y me

parece un proyecto muy interesante, pero Rius me presiona para que no me

vaya. Tiene previsto proponerme como su sustituta cuando se jubile, dentro

de un año. Estoy hecha un lío porque María tampoco me apoya e insiste

mucho en que eso es una locura.

      —En cambio yo sí estoy de acuerdo contigo. Míralo como la

experiencia temporal que es. Me has dicho que necesitas nuevos retos,

cosas que te hagan sentir la persona que fuiste. Estoy convencido que no

sólo conseguirías ese objetivo sino que además podrías aportar todo eso en

los que estáis trabajando en beneficio de una comunidad desfavorecida.

      —También he pensado en mi madre. Dejarla sola me preocupa.

      —Pero si tu madre vive en Murcia ¿No?

      —Sí, pero ella dice que no son lo mismo los seiscientos y pico

kilómetros que nos separan que los miles que hay entre Murcia y Brasil.
— No obstante, nosotros nos marchamos dentro de un mes, ya lo

sabes. Así que tienes tiempo de pensarlo.

      —La semana que viene empiezo mis vacaciones. Iré unos días a ver a

mi madre a Ceutí, la visita obligada de verano, y luego me voy con María y

Xavier a pasar un par de semanas a Tarifa. Una amiga suya tiene un

pequeño hotel y nos ha invitado a pasar unos días. Será un buen momento

para reflexionar.

      —Tarifa es un sitio con mucha marcha.

      —De eso se trata, de desconectar y pasárselo bien. Nunca he estado,

pero mucha gente me ha hablado muy bien.

      Después fueron a tomar unas copas cerca del restaurante, a un bar

musical donde Toni solía ir con sus amigos. Estuvieron charlando y bailando

con todo el grupo. Leonor no lo pasaba tan bien desde hacía mucho tiempo.

De madrugada salieron del local y Toni la llevó hasta su casa.
ONCE



     El día era muy caluroso, el típico de agosto en el que apenas se podía

mover un dedo sin que el sudor invadiera todo el cuerpo. Leonor estaba

tumbada en una hamaca que colgaba de dos limoneros, en el pequeño

huerto de casa de su madre. Las cigarras apagaban con su canto

ensordecedor el silencio. Le venían a la memoria los días de verano, en los

que sus primos y ella se bañaban en un barreño para sofocar el calor.

Jugando a tirarse agua y a meter las piernas. Recordaba a su padre

sentado en la mecedora de enea intentando leer y que cada dos por tres

les decía que no gritaran tanto, que no podía leer, aunque ella sabía que

disfrutaba viéndolos divertirse. Aquel huerto había sido lugar de juegos y

complicidades infantiles y adolescentes durante sus vacaciones.

     Estaba sola en casa de su madre. Al jubilarse como maestra, hacía

apenas un año, había vuelto al pueblo, pensó que estaría mejor junto a sus

hermanos. Desde que su padre había muerto de accidente unos años atrás,

Barcelona le resultaba demasiado grande. Algo se rompió entre ellas con

aquella decisión, discutieron mucho al respecto pero no hubo acuerdo.

Leonor quería que se quedara, que disfrutara de los amigos, que no volviera

a una tierra que le iba a resultar extraña después de tantos años. La madre,

en cambio, parecía querer atrincherarse entre sus hermanos esperando que

ellos llenaran la ausencia del marido. Cuando su madre marchó nunca

volvieron a hablar sobre esa decisión. Ambas mantenían una apariencia de
cordialidad madre-hija, aunque ésta se limitara a las llamadas dominicales y

la corta visita de verano.

      Leonor volvió a pensar sobre aquella discusión con su madre, pero

optó por alejar ese pensamiento, era una historia sin retorno. Se puso a leer

el libro de Nadine Gordimer que había encontrado por casualidad en su

librería habitual, uno de los que formaba parte de las lecturas para las

vacaciones. <<¡Qué rara belleza en sus palabras!>>, pensó. La densidad

de las pequeñas cosas la envolvía adentrándola en las debilidades

humanas descritas con tanta sutileza que le era imposible no sumergirse en

aquella lectura y olvidarse de todo lo demás. Tras un rato largo de lectura

volvió sin querer a lo sucedido con su madre por la mañana temprano.

Habían tenido otra de sus típicas desavenencias. La madre marchó con su

tía para acompañarla al hospital de la Virgen de la Arrixaca, a una de las

revisiones periódicas a la que debía someterse. Insistió en que fuera con

ellas, pero no quiso porque no serviría de nada, no conocía a ningún médico

de ese hospital. Prefería quedarse leyendo. Su tía le recriminó que fuera tan

despegada como siempre y ella le recordó que de ser así no habría invitado

a toda la familia a cenar aquella noche de ser así. Tía y madre se fueron

pensando que seguía siendo la misma niña independiente y poco familiar de

siempre.

      Fue a la cocina a preparar algunos platos para la cena familiar, la

mayoría serían fríos y si no los preparaba por la mañana, por la noche

estarían calientes. No iba a complicarse, cosas fáciles, la cocina no era su

especialidad, más bien sentía aversión. Con la cena pretendía evitarse ir
casa por casa saludando a tíos y primos. Quedaba bien con ellos y de paso

contentaba a su madre.

     Cuando estaba casi lista la cena aparecieron sus dos amigas para ir a

comer a Los Torraos, a la Frasquita, un lugar cercano al pueblo, famoso por

los ricos asados de cordero con patatas al ajo cabañil. Sus padres eran

asiduos a aquel tradicional restaurante al que acudían con cualquier excusa

o para alguna celebración. Ir a comer las tres juntas era un ritual que se

repetía cada verano y una buena ocasión para las dos amigas de dejar a los

niños con los maridos.

     Por el camino reían a carcajadas, rememorando anécdotas de la

época adolescente y las tonterías que llegaban a hacer para conquistar a

los chicos que les gustaban, o a los que simplemente les querían tomar el

pelo. Siempre eran las mismas anécdotas, pero disfrutaban repitiéndolas

año tras año.

     —Leonor, no te escaquees y cuéntanos cómo vas de novios.

     —Nada de nada —contestó en tono jocoso.

     —¡Vamos, eso no se lo cree nadie! Con lo estupenda que estás.

     —Hay un compañero con el que he salido alguna vez, pero, como

dicen en Cataluña, no me acaba de hacer el peso.

     —¿Qué quiere decir eso, que está gordo, que es flaco?

     —No. Que es un tío estupendo, pero no me veo con él.

     —¡Pero si ahora no hay que vivir juntos! Salís de vez en cuando y en

el momento que se tercie, un buen polvo y ya está.
—¡Te has vuelto muy moderna! En eso sigo siendo algo clásica, no es

mi ideal de relación.

      —Usted perdone —dijo la amiga en tono burlón.

      —En serio. No tengo ganas de liarme con nadie. Hay muchas otras

cosas por las que preocuparse. Estoy bien así. Hago lo que quiero y cuando

quiero.

      —¿No te has planteado la posibilidad de tener hijos?

      —¿A qué viene esa pregunta?

      —Eso digo yo, qué tontería acabo de decir.

       El restaurante estaba lleno. Rosario, la dueña, vino a saludarlas.

       —¡Qué alegría teneros aquí otra vez! Leonor estás más guapa que el

año pasado. Hay que ver, que no pasa el tiempo por ti.

       —Muchas gracias Rosario, pero las arrugas van apareciendo sin

remedio.

      —Ani, que se sienten en la mesa de la esquina —dijo a la menor de

sus cuatro hijos.

      —¡Qué hambre! Con ese olor tan rico se me ha abierto más el apetito

—dijo Leonor.

      —¿Aquel no es Paco? —preguntó una de las amigas.

      —Sí.

      —¿Os acordáis cuando en la fiesta de San Roque le dijimos que

María lo estaba esperando en las cuatro esquinas? Estaba coladito por ella

y nos inventamos aquello para ver qué hacía. Salió disparado como una

flecha, el pobre.
—¡Qué memoria Leonor, yo no recuerdo eso!

     —Yo sí, porque recuerdo cada una de las fiestas como si fuera ahora

mismo.

     Paco las vio y se levantó a saludarlas.

     —¡Hola! ¿Cómo estáis? ¿Qué haces por aquí, Leonorcita?

     —He venido unos días a ver a mi madre y a la familia, como cada

verano. Pero no me llames Leonorcita, que ya estoy algo mayor para eso.

     —Perdona, pero así es como te he llamado siempre. Además cuando

encuentro a tu madre me habla de cómo echa de menos a su Leonorcita.

     —Me alegro de saludaros, y tu Leonor, a ver si te dejas caer más a

menudo por aquí, que eres muy cara de ver.

     — me gustaría, pero mi trabajo no me permite poder venir a menudo.



     Ani les anunció que como el cordero lo hacían al momento, tendrían

que esperar un ratico. Mientras tanto, trajo para picar un plato con mojama y

almendras fritas que ayudó a distraer el desbordado apetito.

     A la espera de la comida, aprovecharon para contarse las cosas que

les habían ocurrido desde el verano anterior. Leonor les explicó con

entusiasmo que estaba sopesando la posibilidad de ir a Brasil por un tiempo

para ejercer allí su profesión. <<Tan aventurera como siempre, viajando por

el mundo cada dos por tres>>, dijo una de ellas.

     La comida llegó en una bandeja que parecía para el doble de

comensales, con unas raciones tan exageradas que fue imposible acabar

con ella. Entre risas, chismes y comentarios cómplices alargaron la
Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo
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Al otro lado del crepúsculo. África Lorente castillo

  • 2. A Agustín Marina AL OTRO LADO DEL CREPÚSCULO ı 2
  • 3. Las puertas que bajan del cielo se abren sólo por dentro. Para cruzarlas, es necesario haber ido antes al otro lado con la imaginación y los deseos. Así lo hizo aquella tarde la mujer que hoy recuerdo y así tendremos que seguir haciéndolo, cada día nuestro, todas las mujeres. Después uno va y viene por el umbral como si fuera un pájaro, sin dejarse pensar ni cuándo ni hasta cuándo volverá hasta el alero que ha cobijado las migas de su eternidad. Sin miedo, o mejor dicho, aptas para desafiar a diario los miedos que les cierren el camino. Ángeles Mastretta <<El cielo de los leones>> AL OTRO LADO DEL CREPÚSCULO ı 3
  • 4. AL OTRO LADO DEL CREPÚSCULO ı 4
  • 6. UNO Leonor Ayala Aledo se sintió quebrada y sin asideras emocionales a las que engancharse después de la muerte de su marido Víctor. Caía por un terraplén sin obstáculos cuando un hecho sin mayor importancia liberó su autoestima que vivía comprimida dentro de una botella sellada con lacre. Sucedió después de una noche divertida en compañía de su amiga María. Leonor se despertó de súbito, a su lado el hombre con el que había pasado la noche. Para no perturbarlo se deslizó suavemente por la cama hasta tocar con un pie el suelo. Fue recogiendo una a una sus ropas esparcidas por toda la habitación y, cuando estuvo vestida, la abandonó con sigilo. Se dirigió a casa en un taxi que había tomado en la puerta del hotel. Durante el trayecto el taxista intentó varias veces darle conversación, pero ella no lo escuchaba. Cuando respondía se limitaba a emitir monosílabos por seguirle la corriente de alguna manera porque la cabeza estaba ocupada en su propia angustia: rodaba sin querer hacia el declive, sentía la vida en un crepúsculo y carente de sentido. Al llegar subió en el ascensor y una vez abrió la puerta echó un vistazo a aquel piso que, a pesar de tener apenas cincuenta metros cuadrados, cada vez le parecía más grande y desolador. Cerró la puerta y fue directamente al cuarto de baño para tomar una ducha. Desnuda delante del espejo, con los ojos semicerrados, descubrió unas intensas ojeras. La noche había sido demasiado larga en brazos de aquel kurdo desconocido
  • 7. de grandes ojos y nariz prominente con el que había ido a la cama por puro deseo sexual. No recordaba con claridad lo sucedido, le dolía la cabeza. Abrió el cajón de la derecha del armario del lavabo para sacar un par de Alka-Seltzer, los tomó y se metió en la ducha con la esperanza de que las pastillas y el agua produjeran un efecto beneficioso. Cuando acabó de secarse el pelo, se fue a la cama. Cuando despertó eran las cinco de la tarde. Tenía el domingo libre. Se estiró la melena hacia atrás, como si ese gesto la ayudara a espabilarse. Las ojeras siguen igual que antes, pensó. Inspiró con intensidad por ver si de esa manera le entraban nuevos bríos. El teléfono empezó a sonar, pero no tenía ganas de cogerlo, así que lo dejó hasta que saltó el contestador. —Hola, soy Leonor Ayala, deja tu mensaje por favor. Al otro lado de la línea su amiga María, ansiosa por saber qué pasó después de haberla dejado bailando con aquel kurdo. Se moría por conocer los detalles del encuentro. Siempre preocupándose por mí, pensó Leonor. Recordó entonces lo sucedido la noche anterior. No es que se arrepintiera, pero no era su estilo. Hacía meses, muchos meses, que no estaba con alguien en la cama. ¿Quizás era puro instinto animal? Por qué darle tantas vueltas, lo había pasado bien y eso era todo. Decidió vestirse con ropa cómoda, no le tocaba ir al hospital, había cambiado la guardia con un compañero. Fue a la cocina, de la nevera sacó tres piezas de fruta y mientras las comía, sentada a la mesa, ojeaba el
  • 8. periódico para elegir una película. El jugo de la fruta al bajar por la garganta parecía aportarle la energía desgastada. Una vez decidió la película se dispuso a salir, pero recordó que antes, como cada domingo, debía cumplir el ritual: llamar a su madre. Repitieron la conversación de siempre, la madre la echaba de menos, ella también y así continuaron un rato repitiendo frases parecidas a las de los domingos anteriores. Al colgar el teléfono, se quedó mirando las fotos que había sobre el aparador, en una de ellas aparecían sus padres, ella la había hecho un día de agosto durante las fiestas del pueblo. La tomó en sus manos durante unos segundos, se entretuvo en el recuerdo que capturaba la que había sido la última foto de los dos antes de que su padre muriera. La puso de nuevo donde estaba para echar un vistazo a las otras, como si hiciera un repaso rápido a su vida. Se detuvo en la de Víctor, su marido, y mientras lo hacía dos lágrimas empezaron a caerle, hasta que la mano les cortó el camino. Negó con la cabeza para deshacerse de un pensamiento que no tocaba y fue a coger el bolso para ir al cine. Mientras conducía volvió sin querer a la noche anterior, demasiado alcohol para alguien que apenas bebe, se dijo. La primera copa que le ofreció aquel hombre, después una más, la habitación de hotel, y una pasión violenta en brazos de un desconocido. <<Ya está bien ¿No hemos quedado en que no tenía la mayor importancia?>>, dijo. Entró en la sala casi vacía para elegir una butaca de la parte trasera en la que pudiera estirar las piernas todo lo que el asiento de delante le permitiera. Desde el principio al final no logró encontrar un especial encanto
  • 9. a aquella historia que contenía buenas imágenes, una fotografía casi perfecta, pero parecía hecha para lucimiento del actor principal. No le gustó demasiado. Lo mejor habían sido las imágenes de la selva amazónica. Una aparente aventura que acaba en un anodino romance. Mejor haberse quedado en casa delante del televisor o leyendo un buen libro, aunque su cabeza no estuviera para lecturas. De regreso a casa las calles se habían llenado de coches. Encendió la radio para hacer más llevadera la caravana mientras canturreaba algunas de las canciones que oía, la música era una de las cosas que la desconectaba de sus preocupaciones. Después de un largo rato en el coche llegó a su casa con el mismo ánimo con el que había salido: el cine no la había distraído demasiado de su rompecabezas. Al entrar, observó que el contestador parpadeaba. —Soy yo otra vez, María. Llámame cuando puedas. Descolgó el teléfono con desgana para marcar el número de su amiga. <<Está bien, tomaremos un café y te lo contaré>>, acabó diciendo. La amiga no se conformaba con un café, quería la historia completa, con pelos y señales. —Mañana nos vemos y si quieres quedamos con tiempo —respondió Leonor para zanjar la conversación. A la mañana siguiente el despertador sonó a las seis, como cada día. Se preparó un zumo de naranja y unas tostadas con aceite y sal, su desayuno preferido. Después salió a correr un rato por el parque cercano a
  • 10. su casa haciendo el recorrido habitual. De vuelta, se preparó para ir al trabajo con la misma prisa que de costumbre. Salió en dirección a la estación de metro que quedaba a dos manzanas. Prefería el transporte público a usar su coche, entre otras razones porque el trayecto, con unas cuantas paradas hasta llegar al destino, le permitía leer la prensa. Cuando entró en el hospital le dijeron que su jefe quería verla, pero antes de acudir a la llamada del coordinador de departamento fue hasta su despacho a cambiarse. Encima de la mesa había una nota: Dra. Ayala, el Dr. Rius quiere verla. No tenía idea a qué podía obedecer tanta insistencia. Cuando llegó a la puerta de su jefe llamó, pero nadie respondía, estaba vacío. Echó un vistazo por encima de la mesa rebosante de papeles y no fue capaz de encontrar ningún indicio de lo que Joan pudiera querer de ella con tanta urgencia. Se dirigió entonces al ala del hospital en que solía trabajar y allí lo encontró. —Hola, Joan. ¿Para qué querías verme? —Me gustaría oír tu opinión sobre el paciente de la 206, aquel que ingresó el viernes con malaria ¿Lo recuerdas? —Pero si sabes de esa enfermedad más que nadie en este hospital, por eso eres el Director del Departamento ¿No? —Sí, está bien, pero quiero tu opinión, échale un vistazo cuando puedas. Hoy tendremos sesión a las nueve y media en mi despacho, te vienes un poco antes y lo comentamos. —Pasaré consulta a mis pacientes y luego veo al de la 206. ¿Te parece?
  • 11. —De acuerdo. Cuando iba por el pasillo, recibió un mensaje en su móvil: A las once en la cafetería. María ¡Que insistencia la de su amiga!, pensó mientras sonreía. Al terminar la visita a sus enfermos, hizo lo prometido con el de la 206, luego se dirigió al despacho de Joan Rius. —¿Qué querías que viera exactamente en ese paciente? —Dame tu opinión. —He estado echando un vistazo a tu informe y no tengo nada más que añadir. —Bien. —¿Qué quiere decir bien? —Leonor, sabes que me falta poco tiempo para la jubilación, apenas un año, y me gustaría proponerte como mi sustituta, tu experiencia de dieciséis años te avala, esa es la razón por la que quiero compartir de vez en cuando nuestros puntos de vista respecto a los pacientes. —Es halagador que pienses en mi Joan, pero no. No me apetece trabajar con la responsabilidad de un equipo sobre mis espaldas. Puede parecer egoísta, poco profesional o qué se yo. Quiero un tiempo para mí, esa podría ser la excusa. No te lo tomes a mal. —Deberías olvidarte de Víctor ¿Es eso, verdad, lo que te tiene preocupada? Entiendo tu situación, aún no te has recuperado, pero va siendo hora de que efectivamente pienses en ti, aunque para ello no es necesario hacer renuncias.
  • 12. —Sí, es fácil cuando uno no está implicado —dijo con resignación. —Dejemos tu estado de ánimo, tenemos mucho tiempo por delante para que puedas recapacitar respecto a lo que te he dicho, no obstante, ya sabes que la última palabra no la tengo yo, aunque creo que mi opinión contará cuando deban tomar una decisión los que tienen que hacerlo. —Gracias de nuevo, Joan, pero sigo creyendo que te equivocas de persona. —Sólo te pido que lo pienses. Nos vemos esta tarde en la reunión de Departamento. A las once entró en la cafetería, apenas quedaba gente almorzando. María compartía mesa con otro médico. —Hola, Leonor. —Me voy, se me ha acabado el tiempo —se despidió el compañero de mesa de María. —Doctora López Andrade, doctora López Andrade, persónese en traumatología —se oyó por los altavoces. —¡Otra vez me voy a quedar en ascuas con tu asunto del sábado!, dijo María. Ya sabes, los lunes son horrorosos en trauma. ¿Quedamos hoy a cenar? —No puedo, tengo guardia, pero…mañana, si te parece. —De acuerdo. En el restaurante Attic a las nueve y media. Yo reservo. Hasta luego. —Hasta luego.
  • 13. Leonor pasó el resto de la mañana deambulando por el hospital, cumplía el trabajo con cierta desgana. Pensó en las palabras de Joan, seguramente estaba en lo cierto respecto a Víctor, iba siendo hora de tomar interés por otras cosas, pero no sabía cómo hacerlo. Habían pasado bastantes meses desde su muerte y fuera como fuera, su marido no iba a volver. Llegó la última a la reunión de Departamento. La pequeña sala estaba llena de médicos expectantes. —Pasa, siéntate. Es mejor que todos estéis bien acomodados. Lo que os tengo que comunicar no es precisamente una noticia de mi agrado, pero me toca —dijo Joan Rius en tono serio. —¡Venga, Joan, que parece que nos vas a anunciar el fin del mundo! —exclamó uno de los médicos. —Sabéis los problemas de gestión que tenemos últimamente en el hospital. La gerencia nos ha comunicado a los directores de departamento que nuestra área de influencia será más pequeña, es decir, atenderemos a un número menor de pacientes. Eso significa, como podéis imaginar, una reducción de plantilla. Desconozco hasta dónde llegará, nos lo comunicarán más tarde, de momento están negociando con la administración esa cuestión, pero me temo que alguno de vosotros tendrá que buscar otro destino. —¿Así, y ya está? —Interrumpió una de las asistentes.
  • 14. —Tal vez tenía que haber esperado a tener datos más concretos para comunicarlo, pero he pensado que cuanto antes los supierais, mejor se podría resolver de manera satisfactoria esta situación. Es posible que alguno de vosotros tenga una alternativa y decida marchar antes de un posible despido. —¿Y cuándo se sabrá algo? —Tres meses, cuatro tal vez, pero no más. Empezaron a comentar entre ellos, las conversaciones se cruzaban. —¿Qué le pasa a Leonor, está como ausente? —preguntó uno de los médicos a su compañero de silla. —Es que su marido, haciendo submarinismo en las islas Medas, no hizo la descompresión y se murió. Está muy afectada. —Sí, eso lo sé ¿Pero hace tiempo no? —Sí, hace tiempo, aunque le cuesta recuperarse. Leonor optó por marcharse de la reunión sin que nadie se apercibiera. Le daba igual, no sentía la menor preocupación por el puesto de trabajo. Incluso pensaba comentarlo con el Comité de Personal. No se veía con fuerzas para las negociaciones, sería mejor dejar paso a otro que ocupara su lugar en el comité y defendiera los intereses de todos con mayor entusiasmo. Al salir de la reunión tropezó con una señora que sostenía un ramo de flores. —Hola, doctora Ayala, la estaba buscando. Tenga, esto es para usted —dijo acercándole el ramo de flores. —¿Para mí?
  • 15. —Sí, se ha portado usted muy bien con mi hijo. Cuando volvió de Uganda todos creíamos que su vida se perdía y usted lo salvó. —No gracias, no puedo aceptarlo, eso ha sido un trabajo de equipo y yo soy una más en él. —Acéptelo, por favor. No sabe lo agradecidos que le estamos. —No, lo siento. Discúlpeme, tengo trabajo. Dio media vuelta sin más, dejando a la señora con el ramo de flores y cara de no entender qué le hacía rechazar un regalo tan sencillo sin saber que Leonor nunca los aceptaba de los pacientes. La guardia de la noche era tranquila, no había movimiento en el hospital. Pasó muchas de las horas delante de un televisor, aunque prestando poca atención. Mientras las imágenes pasaban delante de sus ojos recordó aquella noche con el kurdo ¿Qué la había llevado a acabar, sin más, en la cama de aquel hombre? Fue un despropósito. Tal vez le daba demasiada importancia, quizás comentarlo con María no fuera tan mala idea, aunque se sentía agotada como para ir a cenar. Cuando salió de la guardia la llamó. —¡Hola! ¿Cómo te ha ido la noche? Espero que no estés muy cansada para la cena de hoy —dijo María. —Te llamo por eso precisamente. Estoy cansada, no me apetece salir. No te estoy dando esquinazo, pero de verdad me apetece quedarme en casa y descansar.
  • 16. —¡Bueno! —dijo María en tono displicente—. No te preocupes, hoy tampoco me iba bien, Xavier ha vuelto de viaje antes de lo previsto y está en casa. —Mejor quedemos el viernes, entonces. Si no me equivoco las dos tenemos el sábado libre y podremos alargar la noche. —Ya no me fío mucho de ti. Está bien, llamo al restaurante y cambio la reserva para el viernes a la misma hora ¿De acuerdo? —Sí, de acuerdo. Hasta luego, me voy a dormir, lo necesito. —Que descanses. Llegó a casa y encendió muchas luces, como si de esa manera se sintiera acompañada. Se le habían quitado las ganas de dormir. Se dirigió a la estantería para coger uno de los libros de poesía que solía releer. Entre sus hojas encontró un poema de Lola, una de sus compañeras de trabajo. Volvió a leerlo porque cuando lo hacía recordaba con qué cariño se lo había regalado. De Nada Cuando el inevitable hechizo de la noche — me asalta — de nada, sirve ya la serenidad reconquistada. De nada, cuando el cuerpo se rebela para buscarte en el vacío — desesperadamente — De nada, cuando traicionero, clama insistente, incesante, que ni siquiera sé el espacio donde imaginarte.
  • 17. Por eso, a medida que la noche — inexorablemente avanza — por debajo de la nada, el pensamiento me arroja sí, proclama que no importa el lugar en que te encuentres porque el inevitable hechizo de la noche, también a ti te asalta. Sólo que, en lugar de abrirte paso en el vacio para —desesperadamente amarme— desde otro cuerpo, tú, lejos de rebelarte, acaso ya, ni te defiendes. Lola Irún Cuando leía aquel poema pensaba siempre en Víctor, aunque él ya no pudiera ni desde otro cuerpo, ni desde ningún otro lugar, rebelarse o defenderse. Se había quedado dormida en el sofá con el libro caído en su regazo. Despertó a la hora de comer, fue a la nevera y sacó del congelador una de esas comidas precocinadas que sólo había que calentar en el microondas. Se le hacía tarde para la sesión de psicoanálisis. Acabó de comer y después de tomar café se arregló. Con el maquillaje daría un aspecto más relajado a la cara porque las ojeras no habían marchado aún. Se pintó los ojos de manera discreta, dio un poco de brillo a los labios y acabó recogiéndose la melena en una cola. En el armario buscó un traje que estuviera de acuerdo con su estado de ánimo, algo discreto. Bajó los
  • 18. cinco pisos que separaban su casa del aparcamiento en ascensor y cogió el coche para dirigirse a la consulta. Al pulsar el timbre nadie abrió la puerta. Le pareció extraño, eran las cuatro y media, la hora a la que había quedado. Sacó la PDA para cerciorarse y se dio cuenta del error: tenía la visita una hora más tarde, había olvidado que en la última sesión la cambiaron. Cruzó la calle para entrar en un bar a tomar un cortado. En el pequeño bar, con olor a aceite requemado, no había más que una señora gruesa y entrada en años detrás de la barra. <<Siento no poder servirla está cerrado aunque puede probar en la esquina, saliendo a la izquierda, ese local suele estar abierto>>, le dijo. Entró en el café, uno de esos que se habían puesto de moda hacía algunos años en Barcelona con sucursales por todas partes: “El café de Roma”, enfrente del hospital había uno igual. Una luz un tanto apagada para una cafetería, pensó. Para hacer tiempo cogió uno de los diarios que estaba colgado de un gancho en la pared. Ojeándolo encontró la noticia que les había comentado la tarde anterior Joan Rius y se detuvo en ella. Se hablaba de la reducción de plantilla en el Hospital junto a una posible sustitución en la Gerencia. Seguía sin preocuparle, había formalizado su dimisión del Comité de Personal, eso la liberaba de compromisos. Acabó de tomarse el cortado y pagó para dirigirse de nuevo a la consulta del psicoanalista. Llamó al timbre para que le abrieran la puerta del zaguán. Subió en ascensor, uno de esos antiguos que aún quedaban en el barrio del Ensanche, con puertas de madera, asiento y espejo que parecía transportar
  • 19. a principios de siglo. Olía a perfume de hombre, como si alguien hubiera aprovechado para darse el último toque delante del espejo. En la puerta la esperaba el terapeuta que le estrechó la mano. —¿Qué tal? —Aparte de que he venido con una hora de antelación, bien. —Interesante dato. Pase. Leonor se estiró en el diván y empezaron por comentar el que hubiera llegado una hora antes como un posible estado de ansiedad, aunque ella lo negó, prefería creer que era pura desorientación causada por el tipo de vida que llevaba. Quiso reconocer, eso sí, que su carácter se volvía cada vez más agrio, que era muy selectiva a la hora de elegir amigos, de hecho, sólo se relacionaba con María y poco más. Se estaba volviendo una adicta al trabajo, lo que suponía, según ella, un mal signo, un declive imparable. El analista le preguntó si no se había planteado un cambio de trabajo, aunque fuera en el mismo hospital. Se sentía cómoda con lo que hacía, pero iba a reflexionar al respecto, quizá se le ofrecieran nuevas oportunidades. Era Víctor lo que seguía pesando sobre su manera de comportarse. Intentaba superar su desaparición, pero sin querer, se encerraba más y más en si misma. Él había estado siempre a su lado desde que eran muy jóvenes. Ambos se apoyaban mutuamente. Fueron una pareja con altos y bajos en la relación, como otra cualquiera, pero siempre hubo entre ellos muchas cosas que los unían. El analista le sugirió buscar cosas diferentes al trabajo, alguna actividad que le gustara y ocupase su tiempo libre, a la
  • 20. vez que le permitía hacer nuevos amigos que la ayudarían a superar poco a poco la pérdida de Víctor. Al acabar la sesión no salió mucho mejor de lo que había entrado, pero al menos quedaron pendientes unas cuantas preguntas a las que debía encontrar respuesta con el tiempo. Se encaminó hacia el aparcamiento en donde había dejado su Audi A3 con el que condujo hasta la playa de San Sebastián. Eran los últimos días de primavera, aún le quedaban un par de horas de luz solar que aprovecharía dando un paseo. Aparcado el coche, se descalzó las botas y, a paso lento se dirigió por la arena hacia la orilla del mar. Con los pantalones remangados hasta la rodilla empezó a caminar por el agua, un poco fría, pensó, sintiendo las olas golpear sus piernas. Le gustaba el olor a mar, el movimiento y recurría a él cuando necesitaba pensar. Caminó durante algo más de media hora, mientras lo hacía, recordaba la conversación con el psicoanalista. Sin duda no era una cuestión laboral, en su trabajo se sentía cómoda a pesar del cansancio, eran sus relaciones, los amigos, a los que tanto había descuidado en los últimos meses. Seguramente él tenía razón al respecto. Llegó a casa a las ocho de la tarde y se dijo que aún le quedaba tiempo para ir al gimnasio. Cogió la bolsa de deportes del armario de su habitación, la abrió para comprobar que contenía todo el equipo y salió de casa. En la recepción del gimnasio se encontró con una de las personas con las que coincidía habitualmente. —¡Leonor, cuánto tiempo sin verte! ¿Es que ya no vienes por aquí?
  • 21. —Sí, cada día, a no ser que tenga guardia, ya sabes, pero he cambiado la hora, vengo un poco antes. Hoy tenía unos recados que hacer y por eso se me ha hecho tarde. Antes de entrar en la sala de máquinas recogió un diario con el que distraer su pedaleo en la bicicleta estática. Vio la noticia del congreso que se celebraría en la Universidad Menéndez Pelayo de Valencia al que ella tenía previsto asistir con Joan Rius. Para ser un congreso al que acudirían 1.600 expertos el diario dedicaba poco espacio. Lo que no tiene trascendencia mediática no existe, esa es la cruda realidad, pensó. Al levantar la cabeza del diario vio que se le acercaba Luís, un compañero de hospital que siempre había mostrado interés por ella. Cuando se saludaron con un par de besos Luís le recordó que tenían pendiente una cena, así que debía encontrar un hueco. Prometió que lo intentaría, pero estaba muy ocupada en el hospital y siempre salía tarde y cansada. Quedaron en llamarse para buscar un fin de semana que le fuera bien a los dos. Se marchó pensando en el encuentro con Luis por el que no sentía interés, aunque le pareciera una buena persona. Se había hecho de noche y, aunque el verano estaba próximo, por las calles apenas se veía gente, así que al dejar el coche en el aparcamiento decidió disfrutar de esa soledad que tanto le gustaba. Paseaba observando las luces de las viviendas e imaginaba la vida que habría en cada una de aquellas casas, la felices y las infelices, las de los cansados de compartir y la de las parejas recién constituidas y regresó tras el pequeño paseo con el
  • 22. ánimo algo recompuesto porque después de todo era capaz de imaginar vidas mucho peores que la suya. Al entrar en el piso, dejó junto a la puerta la bolsa de deporte que había recogido del y se dirigió por el pasillo hacia la cocina para sacar del congelador un preparado de verduras. No le gustaba cocinar, así que su nevera siempre estaba provista de esos precocinados que compraba en el supermercado por decenas. No era una alimentación idónea, lo sabía, pero en el hospital procuraba compensarlo con menús equilibrados. Mientras se calentaban las verduras en el microondas, puso música de Miles Davis y preparó la mesa. Después de cenar, apagó la música y fue a lavarse los dientes. Delante del espejo comprobó que sus ojeras, por fin, habían desaparecido. Aunque era temprano, estaba cansada y se fue a dormir.
  • 23. DOS Llegaron al restaurante Attic por separado. En una mesa con vistas a las Ramblas se sentaba María en animada charla con el maître. No había mucha gente, cosa extraña tratándose de un viernes, que en aquel restaurante significaba lleno seguro. Cuando llegó junto a su amiga se saludaron con un par de besos. —Siento haber llegado tarde, habrás visto cómo está el tráfico —dijo Leonor. —Yo he venido en metro, he pensado que luego me llevarás a casa, cada vez me da más pereza conducir y como sé que a ti te encanta... —Me encanta cuando voy por una carretera despejada, pero por estos atascos que se organizan a veces en Barcelona no me gusta tanto. —¿Os parece bien la mesa que os he reservado? —preguntó el maître. —Ah, sí, perdona Bruno, ni siquiera te he saludado. Sí, es un sitio estupendo, como siempre. Mientras esperaban que les sirvieran la cena hablaron del desasosiego que reinaba entre el personal del Clínico por la reducción de plantilla. Algunos habían empezado la búsqueda de un nuevo trabajo. <<Tal vez esa sea una oportunidad para muchos>>, comentó Leonor. María no coincidía con ella. Estaba preocupada, no era el mejor momento para cambiar después de dieciséis años de experiencia. Además, con su tratamiento de fecundidad asistida, ni a ella ni a Xavier le iban a hacer
  • 24. mucha gracia las incertidumbres. No era la mejor manera de recibir a una criatura, con una madre en paro. Ellas no tenían por qué preocuparse, dijo Leonor, si había reducción, era lógico que empezaran por los que entraron los últimos, no le inquietaba lo más mínimo. Una camarera les sirvió los primeros platos. —A lo nuestro. Cuéntame lo del sábado con ese kurdo —propuso María con voz entusiasmada. —No hay nada que contar, un buen revolcón y nada más, no fue importante. —¡Toda la semana esperando que me cuentes la historia y eso es todo lo que se te ocurre! ¿Un buen revolcón? —preguntó María en tono burlón. —Es que no fue más que eso, no sé quién es, ni su número de teléfono, ni siquiera sé si vive aquí o en Pernambuco. Fue una buena noche y ya está, de verdad, María, no vale la pena darle más vueltas. Deberías preguntar cómo estoy, eso es lo importante —dijo Leonor con una sonrisa forzada. —Está bien, me estás llamando cotilla, lo entiendo. Que quiera saber lo que ocurrió no es incompatible con que me preocupe por ti. A veces dices las cosas como si no nos conociéramos. Leonor se dio cuenta de lo desafortunado de su comentario y en un intento por desviar la conversación se puso a hablar de la última sesión con el psicoanalista en la que había surgido la necesidad de relacionarse más. María estaba de acuerdo porque ella misma había insistido en ese punto sin logar el menor éxito, así que al hilo de la conversación se le ocurrió
  • 25. proponer un encuentro con su antiguo grupo de amigas con las que Leonor había perdido el contacto. Recuperarlas podría ser positivo. <<Compartir los problemas con los amigos siempre ayuda>>, dijo María. —No estoy muy segura de eso. —Yo creo que cuando alguien pasa un mal momento lo peor que puede hacer es encerrarse en si mismo. No quiero pasarme de sincera, pero tu actitud con la gente, los amigos, después de lo de Víctor, no ha sido buena para ti. Leonor quiso desviar de nuevo la conversación, porque le costaba reconocer lo que su amiga decía y tampoco quería enzarzarse en una discusión que no le apetecía. Así que, sin venir a cuento explicó el encuentro con Luís y que seguía insistiendo en invitarla a cenar. María quiso saber porqué seguía siendo tan exigente. <<Aún recuerdo lo que le costó a Víctor conquistarte>>, le dijo. —¡María, deja de una vez a Víctor en paz! —Disculpa, no pretendía herirte. Reconozco que el comentario ha sido desafortunado. Perdona. —Perdóname tú, estoy demasiado irascible. —No te preocupes. —Por cierto ¿Cómo está Xavier? —¿Xavier? —Bueno, es que hace tiempo que no lo veo. —Está en Munich, viajando mucho, como siempre, pero ya me he acostumbrado.
  • 26. —Tal vez por eso apenas os peleáis —ambas se rieron. —¿Qué te parece si quedamos con nuestras amigas para ir a aquella casa rural, a la que nos llevaste en Semana Santa del año pasado? —¿Te refieres al Querol Vell, aquella del Berguedà? —Sí, a esa. —No quiero que pienses que no pongo de mi parte. Si te apetece, organízalo. —¿Qué tal dentro de dos fines de semana? —No me va bien, voy a Valencia a ese congreso de parasitología, es muy importante para mí. Vienen 1.600 expertos de todo el mundo y presentamos una ponencia sobre malaria. Debo prepararme a conciencia. —Ah, sí, algo me habías comentado y el otro día lo leí en la prensa, parece interesante. —Lo es. Voy con Joan Rius que está entusiasmado con la ponencia. —Esperamos que pase el congreso y organizo lo del Querol Vell. Buscaré un fin de semana en que Xavier y yo no coincidamos. —De acuerdo. En el restaurante quedaban pocos clientes. El maître se les acercó. —¿Os apetece un chupito? —No, gracias ya nos vamos ¿Nos podéis traer la cuenta, por favor? —preguntó Leonor. —¿Habéis cenado bien? —Sí, como siempre.
  • 27. —Hacía tiempo que no os veía por aquí, en cambio, vuestras amigas suelen venir casi cada fin de semana, es raro que no hayáis coincidido. —Mucho trabajo. Ya sabes que las guardias en el hospital caen donde quieren y algunas en fin de semana —contemporizó María. —Espero veros pronto. Buenas noches. —Buenas noches. María y Leonor se dirigieron Rambla arriba para ir a buscar el coche a la Plaza de Cataluña. Aunque era relativamente tarde, las ramblas estaban a rebosar, sin duda porque la temperatura era muy agradable. Era un conglomerado de turistas, lenguas diferentes, gente que bajaba y subía, un espectáculo digno de ser observado. —¿Qué te parece si tomamos algo aquí en el Zurich antes de irnos? —preguntó María. —Me parece bien, la noche invita a quedarse un rato, no hace nada de frío. Además, fíjate cómo está de animado, si parecen las ocho de la tarde. El Zurich seguía concentrando a una clientela muy diversa, muchos turistas paraban allí por su cercanía a las Ramblas y la Plaza de Cataluña puntos ineludibles en cualquier guía de Barcelona para visitantes. Se sentaron en la terraza exterior. María retoma la conversación sobre el encuentro con las amigas e insiste en lo importante que puede ser retomar aquella amistad. Están en animada charla cuando de una mesa se levanta una persona que se acerca a saludarlas.
  • 28. —¡Hola! Os he estado observando un rato porque no sabía si erais vosotras. ¡Cuanto tiempo! —¡Hola, Toni! ¿Cómo te va? —dijo Leonor. —Bastante bien, aprovechando los últimos días en Barcelona. —¿Los últimos días en Barcelona? —Me marcho a trabajar en un proyecto de cooperación al que dedicaré un año. Hace tiempo que quería hacer una cosa así y ahora me ha surgido la oportunidad. Estoy muy ilusionado. —Nunca es tarde si la dicha es grande. —Sí, ya sé que he hablado mucho sobre esa idea y nunca la he llevado a cabo, pero ya veis, ahora sí. —Espero que te vaya bien —comentó Leonor. —Antes de irme quisiera salir un día a dar una vuelta contigo y mantener una charla. —No me parece una idea muy apropiada, para mí está todo en su justo lugar, después de tanto tiempo no creo que valga la pena. —Precisamente porque el tiempo ha debido poner muchas cosas en su sitio necesito hablar contigo antes de irme. Éste encuentro me ha venido bien porque iba a llamarte por teléfono —Está bien, llámame la semana que viene y quedamos —dijo a regañadientes. —¿Tu número de móvil sigue siendo el mismo? —No, te anoto el nuevo. Leonor cogió una servilleta de papel y escribió su número.
  • 29. —Te llamo. Me alegro de haberos visto. Hasta luego. —Adiós —dijeron al unísono. María hizo saber a Leonor que le parecía bien que hubiera aceptado la invitación de Toni. La hizo pensar en cómo había sufrido Toni la pérdida del que fuera su mejor amigo y por qué no podía ser aquel un buen momento para reconducir una amistad rota por malos entendidos. Leonor no quiso añadir ningún comentario. Se limitó a mirar el reloj e indicar que era hora de marchar.
  • 30. TRES Rius no pudo asistir al Congreso con Leonor que hubo de hacerse cargo de la presentación de la ponencia que habían preparado minuciosamente sobre los trabajos del equipo que en Manhiça, Mozambique experimentaba una vacuna contra la malaria. Leonor esperaba que le dieran habitación en la abarrotada recepción del hotel Sidi Saler en donde se alojaba la organización y los ponentes del congreso internacional de enfermedades infecciosas y bioterrorismo. A su lado estaba Jean Carneveau, coordinador de la Organización Mundial de la Salud. —¿Qué tal doctora Ayala? —Muy bien doctor Carneveau. Es un gran honor poder compartir con usted una de las mesas de este congreso. —No, por favor, el honor es mío. Los estudios del equipo de Salud Internacional de su hospital sobre la malaria en África me parecen muy interesantes. Esa vacuna que ustedes experimentan puede ser un gran avance. —Aquí tiene su llave, doctora Ayala, habitación 404. Un botones le subirá enseguida el equipaje. El ascensor que lleva a la habitación lo encontrará en el pasillo que hay a su izquierda. Que tenga una feliz estancia —dijo el recepcionista.
  • 31. —Muchas gracias. Bien, doctor Carneveau, supongo que nos iremos viendo y tendremos oportunidad de charlar un rato. Le explicaré nuestra experiencia en Mozambique de manera particular dado su interés. —¡Cómo no! Estaré encantado. Me interesa lo que los doctores Rius, Osnola y su equipo están haciendo desde el Clínico de Barcelona. —Nos vemos entonces. Hasta luego. A la mañana siguiente empezaba el Congreso. Varios autocares recogieron a los congresistas en el hotel para llevarlos al campus de Burjassot en donde la Universidad organizaba el encuentro de parasitólogos. Leonor compartió ponencia con algunos de los más reputados expertos en malaria venidos de África, había coincidido con algunos de ellos cuando estuvo en Mozambique y posteriormente en Tanzania. Si los otros ponentes hablaron de la trágica realidad con la que se encontraban cada día, los cientos de caídos por enfermedades infecciosas, Leonor partió de la tragedia para poner un punto de esperanza en el combate contra la malaria. Desmenuzó de manera prolija el proceso de investigación del equipo liderado por Osnola y Rius, los pequeños avances, pero importantes, con una vacuna contra ese mal de muchos países del mundo, vacuna que se había mostrado eficaz en un 30% de los casos, un avance considerable si se tenía en cuenta que hasta la puesta en práctica de su vacuna se partía prácticamente de cero. No olvidó solicitar la concurrencia de los organismos internacionales como la OMS para que
  • 32. actuaran de conciencia sensibilizadora ante las grandes potencias farmacéuticas, más sensibles al rendimiento económico que a salvaguardar la salud de los desheredados del mundo. Al término de la mesa redonda fue e felicitada por muchos de los asistentes al Congreso. Ella les agradecía su amabilidad con la mejor de sus sonrisas. Era cierto que se lo había preparado a conciencia y que contaba con una amplia experiencia en países africanos, pero se sentía un poco abrumada ante tanto reconocimiento. En el fondo, creía ser una privilegiada frente a los demás que vivían sus experiencias en continuo contacto con la dura realidad que afectaba a millones de personas en el mundo. Ella podía volver a Barcelona después de pisar territorio africano y eso era una gran diferencia frente a aquellos médicos que siempre estaban en contacto con aquella dura realidad. En la comida que siguió a la mesa redonda coincidió con un responsable de la OMS, que durante la sobremesa le sugirió la posibilidad de trabajar para dicho organismo. Leonor estaba agradecida por la propuesta, pero declinó la oferta sin pensárselo, sin dar oportunidad a su interlocutor de explicarse. No entraba en sus cálculos abandonar Barcelona. El Congreso fue un éxito en cuanto a intercambio de experiencias, pero reinaba el pesimismo entre los asistentes, incapaces de encontrar fórmulas que ayudaran a paliar muchas de las enfermedades que diezmaban la población del tercer mundo. “¿Por qué la globalización que tanto hacía por la economía de los países ricos no podía funcionar para encontrar soluciones a los problemas del tercer mundo?”, se preguntaba
  • 33. Leonor que a pesar del éxito de su ponencia veía el futuro con bastante desazón. No obstante, salió del Congreso con la autoestima recargada. Bien sabía que su ponencia no era el producto del trabajo de una sola persona, sino de un equipo, pero había tenido el honor, porque así lo sentía, de presentar al mundo los logros de aquellas personas que habían trabajado en el proyecto de manera esforzada y que se empezaban a ver recompensados por unos resultados que mejorarían la vida de millones de personas. Con el mismo orgullo recordó a sus padres, aquella pareja de jóvenes maestros que había partido de un municipio de siete mil habitantes de la huerta murciana con una niña de cuatro años a la que querían ofrecerle las mejores oportunidades del mundo. Una pareja que se instaló en Barcelona sin conocer a nadie y que se mantuvo siempre alerta a los progresos que su única hija experimentaba día a día en los quehaceres escolares, celebrando cada buena nota con tanta alegría y orgullo que ella se sentía compensada por el esfuerzo. Y cómo olvidar a Víctor, lo orgulloso que se hubiera sentido de ella. Él, que tomó el testigo de sus padres y fue el mayor apoyo en la incansable carrera de obstáculos de una complicada carrera de medicina, el compañero que la ayudaba a perseverar y mantenerse en pie cuando las cosas se complicaban. Se iba de allí satisfecha por no haber defraudado a ninguno de ellos, a sus padres, a Víctor y al equipo del Clínico.
  • 34. CUATRO Leonor y Toni supieron vencer sus reticencias y quedaron una tarde soleada en la que las calles estaban llenas de gente. Ella llegó antes y lo esperaba sentada en un banco junto a una fuente en la que unos niños jugaban con el agua contagiándole sus divertidas risas. Al instante vio aparecer a lo lejos a Toni entre un grupo de turistas. Lo distinguió por su cabello negro rizado y aquella manera de caminar tan peculiar, como dando saltitos, que lo caracterizaba. Llevaba puesta un jersey gris de cremallera que Víctor y ella le regalaron en un cumpleaños. —¿Te he hecho esperar mucho? —No, acabo de llegar. —Gracias por aceptar mi invitación. —No hay de qué, he venido porque le he dado muchas vueltas a cómo empecé a distanciarme de ti y he llegado a la conclusión de que durante todo este tiempo mi actitud no ha sido correcta. A veces hacemos las cosas creyendo que vamos por buen camino y el tiempo nos quita la razón. —Vamos a dar un paseo mientras charlamos ¿Te parece? —Buena idea. —El encuentro casual del otro día me pareció una suerte. Quería llamarte hace meses, pero no encontraba un estado de ánimo o el momento oportuno para hacerlo.
  • 35. —Sí, algo parecido me ha ocurrido a mí. He obrado mal en todo este asunto. Hasta ahora pensaba que si te mantenía lejos podría olvidar el sufrimiento que aún me produce la desaparición de Víctor. Grave error el mío, cuando, sin duda, hubieras podido ayudarme, o mejor, nos hubiéramos ayudado mutuamente a pasar ese trago. —Tal vez yo tenga parte de culpa, debería haber forzado el encuentro. Durante este tiempo he pensado muchas veces en cómo debías estar, me preguntaba si te era fácil o difícil continuar la vida sin él. —Me sigue costando hablar de ello, aunque es posible que haya llegado el momento. —Creo que guardar lo que uno siente sin compartirlo no es beneficioso, pero estoy dispuesto a respetar tus deseos y que hablemos de eso sin prisas, poco a poco. —Creo que necesito más tiempo, de momento es bueno que vayamos engrasando nuestra deteriorada amistad. Llegará un punto en que podamos hablar con mayor serenidad. —Puede que tengas razón. —¿Por qué no me cuentas ya lo de tu viaje? –dijo Leonor para desviar la conversación. —Me voy a hacer de maestro a Brasil. —¿A Brasil? ¿Pero, por qué tan lejos? —Es una gran oportunidad poder colaborar con gente que lo necesita, un reto, a la vez que una experiencia interesante. —Para algo te va a servir que tu madre sea portuguesa.
  • 36. —¡Mujer, dicho así! —Me refiero a que saber portugués en Brasil es bastante útil. Cuenta ¿Qué se te ha perdido allí? —Debes haber oído algo sobre que el Gobierno de Brasil está llevando a cabo de manera prioritaria un programa sobre sanidad y educación. Necesitan gente y me he ofrecido a hacer lo que sé: enseñar. Sabes que siempre he querido participar en alguna experiencia de colaboración y ésta es muy interesante. —Sí, puede ser muy interesante ¿Y vas sólo? —No, en septiembre me uno a dos médicos franceses y otro maestro portugués para ir hacia allá. —¡Ah! Pensaba que te ibas ya. —Antes debo acabar el curso en junio, un par de meses de vacaciones, que me van a hacer falta, y a mediados de septiembre partiremos hacia Manaos. —¿A la capital de la Amazonia brasileña? —Sí, allí mismo. —¿Y por cuánto tiempo dices que te vas? —Un año, más o menos. Estoy arreglando los papeles para no tener ningún problema a la vuelta y conservar mi lugar de trabajo. Pediré una excedencia, ya tengo casi todo listo. —¿Lo ves? Debe estar escrito en algún sitio que nuestra amistad no puede ser fluida. —¿Por qué?
  • 37. —Lo veo difícil, hay miles de kilómetros de distancia. —Existen las cartas, el correo electrónico.... —Ya, pero no creo que una relación epistolar tenga mucho futuro, es algo muy frío. —Me quedan algo más de dos meses para marchar y además voy a volver, no me quedo allí para siempre. Me gustaría recuperar parte del tiempo perdido. — Ya hemos abierto la puerta de nuevo. Es cuestión de que los dos pongamos de nuestra parte. Toni se quedó mirándola como si estuviera pensando lo que iba a decir. Ella se fijó en aquellos ojos casi negros que siempre le parecieron de mirada sincera. —Sí, lo has dicho antes, pero quiero que entre el aire por esa puerta. Deberíamos vernos más a menudo. —¿A qué te refieres? —A que creo que es un lujo que no nos podemos permitir, ese de ir perdiendo amistades por el camino. Estoy seguro de que si abrimos de nuevo ese camino podremos seguir compartiendo muchos momentos. —Estoy de acuerdo en que perder amistades es un lujo, pero las cosas son así a veces. —Las cosas son así si no ponemos nada de nuestra parte. —Está bien, Toni. Ya he reconocido antes que no adopté la mejor de las posturas respecto a ti. —Tienes razón, ya lo hemos comentado antes.
  • 38. —Deberíamos irnos, se está haciendo un poco tarde, esta noche tengo guardia. —De acuerdo. Te llamo otro día para cenar, si te parece, así hablaremos con más tranquilidad. Leonor se había sentido incómoda antes del encuentro porque era consciente de haber sido la causante de la ruptura en la relación. Ahora se daba cuenta de que el encuentro había sido una buena idea de Toni. Hablar con él, aunque hubiera sido un breve instante, no resultó tan mal como ella preveía. Se había alejado del mejor amigo de su marido porque no dejaba de asociarlo a la pérdida. Pensó que haciendo desaparecer a Toni lograría sobrellevar el dolor. Ahora reconocía que su actitud sólo la llevó a perder a un verdadero amigo.
  • 39. CINCO Era un día soleado de final de primavera con una fuerte luz mediterránea. Leonor conducía a gran velocidad por la carretera estrecha que llevaba hasta El Querol Vell, la casa de turismo rural que habían alquilado para pasar el fin de semana todas las amigas. Sonaba un CD de John Coltraine a volumen muy alto. María se limitaba a ver el paisaje. A Leonor no le gustaba hablar mientras conducía y ella era muy respetuosa con eso. Además no quería distraerla porque iba demasiado deprisa. —Sabes que han colocado radares por todas las carreteras, deberías ir un poco más despacio. Leonor le hizo un gesto con la mano para indicarle que callara. Al llegar al pantano de La Baells paró el coche. —Me apetece pasear un rato por aquí —sugirió Leonor. —Te espero sentada en el coche, he dormido poco esta noche y estoy cansada. Leonor exhaló aire profundamente para cargarse de energía e inició el paseo. Las motas verdes de los brotes primaverales en las ramas daban un color alegre al paisaje. La vegetación se asomaba al agua del pantano para reflejarse en ella. La lluvia caída había dejado un rastro de olores intensos. Durante el paseo pensaba en el encuentro con sus amigas las que hacía casi un año que no veía. La idea de María para recuperarlas tal vez fuera acertada, una buena oportunidad aunque aquel intento de recomponer la amistad perdida no era fácil.
  • 40. Estuvo caminando un rato largo. Era una de sus pasiones: el contacto con la naturaleza, un medio en el que se desenvolvía bien, una afición que había cultivado desde pequeña; solía dar largos paseos por la rivera del río Segura con su padre cuando volvían a Ceutí, el pueblo de la familia. Víctor y ella también solían hacer caminatas por el parque de Collserola, sobre todo durante los domingos de primavera y otoño en los que daban aquellos largos paseos. Mientras paseaba, recordó un día caluroso de primavera en el que los dos empezaron besándose apasionadamente y acabaron haciendo el amor entre unos matorrales. A él le divertía el riesgo de ser descubiertos. Con ese pensamiento volvió hasta el coche en donde María la esperaba dormida. —Vayámonos, ya quedan pocos kilómetros. —¡Qué susto! Me había quedado dormida. Mientras conducía se le ocurrió explicarle a María la oferta que le había hecho el responsable de la OMS cuando el congreso de Valencia. Era una buena oferta pero la disuadía el tener que abandonar Barcelona y porque estaba contenta con su trabajo. Su amiga también la consideró una buena oferta, pero le dijo que nadie mejor que ella sabía si le iba a compensar el cambio, o si estaba dispuesta a renunciar a lo que ya tenía. “Tómate un tiempo para pensarlo”, le dijo. —Te lo he comentado por hablar de algo, en realidad ya he resuelto que no me interesa, pero me ha costado tomar la decisión. No sé si habré perdido la oportunidad de mi vida.
  • 41. Eran las once de la mañana cuando llegaron al Querol Vell. El dueño, Manel, salió a recibirlas. Las recordaba de la otra vez que habían estado; congeniaron mucho con él y su mujer e incluso les estuvieron ayudando en algunas labores del huerto. —Sois las primeras en llegar. Bienvenidas. —¡Fantástico! Podremos elegir habitación —propuso María. Leonor era capaz de acomodarse en cualquier lugar, pero quería una habitación individual. Le gustaba reservarse momentos del día para estar sola. Aquellas largas charlas en la cama antes de dormir no le habían gustado ni cuando era pequeña en las salidas que organizaba el Instituto. —Vamos a bajar las cosas del coche y aprovechamos para ir colocándolas en el armario mientras llegan —dijo Leonor. —Me parece buena idea. —Si venís después por la cocina, os preparo un zumo de naranja. —Estupendo, un zumo natural a media mañana es una gran idea. Se oyó el ruido de un motor, a los pocos segundos apareció el coche de Lorena, que iba al volante, con Irene y Ana. Las tres bajaron muy sonrientes del coche y se dirigieron a saludar a las otras. —¡Menos mal que hemos llegado! Nos habíamos perdido y hemos dado más vueltas que una peonza, no me aclaraba con las carreteras. —Llegáis justo a tiempo, me disponía a preparar un zumo de naranja ¿Os apetece? —¡Claro!, ¡Estupendo!
  • 42. Las tres se comportaban como si la relación no se hubiera roto tiempo atrás, así habían quedado con María y así lo hacían. —Nosotras íbamos a colocar las cosas —les comunicó Leonor. —Es buena idea, luego tendremos todo el tiempo libre. Entraron en la casa y se distribuyeron las habitaciones: María con Ana, Irene con Lorena y Leonor sola, como de costumbre. Después de colocar sus cosas en los armarios se dirigieron a la cocina donde Manel preparaba los zumos. —Esto ya casi está —dijo el casero acabando de exprimir la última naranja—. Aquí tenéis el azúcar, por si os apetece. —¿Y tu mujer, Manel? —preguntó María. —Pepa ha ido a Berga, a una visita médica, no creo que tarde. —¿Se encuentra mal? Porque por médicos no será, aquí somos tres. —No, no, es una visita rutinaria al ginecólogo. Cosas de mujeres, ya sabéis. —Necesito estar sola un rato y disfrutar del paisaje. Vuelvo a la hora de comer ¿Lo entendéis, verdad?—dijo Leonor. No lo entendían, pero nadie dijo nada. —Comeremos sobre las dos —le recordó María. Las cuatro amigas se sentaron en el mirador desde el que se veían las montañas que rodeaban la casa. Hacía un poco de fresco, pero prefirieron abrigarse y disfrutar de la vista de las montañas. María aprovechó la ausencia de Leonor para explicar cómo la veía y el porqué de la reunión.
  • 43. —Es que se pasa el día diciendo que quiere cambiar de rumbo, pero lo peor es que no sabe por dónde tirar. Está un poco descentrada, aunque la veo algo mejor últimamente. El otro día quedó a dar una vuelta con Toni. —¿Con Toni? Pero si hacía meses que no se hablaban —comentó Ana. —Tampoco se relacionaba con nosotras —dijo Irene. —¿Y cómo le fue con él? —preguntó Lorena. —Creo que bien, pero hablaron más del futuro de Toni que de otra cosa. ¿Sabéis que se va a Brasil? —¿Y qué va a hacer tan lejos? —preguntó Ana con interés. —Va a incorporarse a un programa de cooperación del gobierno brasileño. Hará de maestro, que es lo suyo, a una zona de la Amazonia —Por fin va a realizar su sueño. Lo que están haciendo en Brasil me parece muy interesante. Veremos si los dejan —comentó Lorena—. Si no fuera porque tengo marido e hijos, hasta yo me iría, me parece una experiencia digna de vivir y ¡En la Amazonia! —¡Bueno, ya salió la otra aventurera del grupo! —exclamó Ana riéndose. —¿No digáis que no parece interesante? —Yo soy incapaz de una aventura así, lo reconozco —dijo Ana. —Volviendo a Leonor. Este fin de semana tenemos que recuperar nuestras reuniones, nuestros encuentros, estoy convencida que así se sentirá más centrada en todo. Necesita salir de una vez por todas de esa espiral de soledad y ensimismamiento.
  • 44. —Por nosotras no va a quedar María. Estamos aquí, eso es prueba de nuestra buena voluntad. Pero no la veo muy receptiva —dijo Irene. —Contigo es difícil que lo esté. Aún no entiendo ni cómo te habla, después del lío que tuviste con Víctor —le recordó Lorena. —Pero si sólo fue algo circunstancial, y si llego a saber el mal rollo, me lo hubiera ahorrado. En su día le pedí perdón. —Yo te hubiera arañado la cara —insistió Lorena—. No estuvo bien aprovecharte de un mal momento entre los dos. Todas las parejas pasan horas bajas, pero tú parecía que estuvieras al acecho para caer sobre Víctor. —¡Si vais a seguir con eso yo me largo! —Sí, vamos a dejarlo. —¿Sigue dando vueltas a su culpabilidad con respecto a lo de Víctor? —preguntó Lorena. —Sí, pero no permite sacar el tema, así que mejor pasar página. Llegó la hora de comer. Pepa les había preparado una exquisita menestra de verduras cogidas de su propio huerto y unas pechugas de pollo rebozadas. Mientras comían, contaban anécdotas, cosas de los hijos -María y Leonor eran las únicas que no los tenían-, de sus trabajos. —¡Leonor os tiene que explicar una historia que tuvo con un kurdo! — exclamó María riéndose. —¡Ya salió lo del kurdo! Eres una indiscreta. —¡Un kurdo! ¡Cuanta interculturalidad! —dijo Ana. — Ya os lo contaré en otro momento, es una historia un poco sórdida.
  • 45. —¡Qué seca! —exclamó Ana sin que apenas se la oyera. —Por fin me podré enterar de lo que pasó, porque lo único que me ha dicho es que fue un buen revolcón y nada más, si es que al final se decide a contarlo, claro. —¡Ah! ¿Pero va de revolcones? —preguntó Irene con voz inocente. Las otras rieron. Como siempre, Irene parecía que no se enteraba de nada. Leonor no tenía ganas de seguir con el asunto del kurdo, con la excusa de que le apetecía leer un rato desapareció. Las demás comentaron que seguramente no había sido buena idea reunirse de nuevo, el objetivo del reencuentro, la recomposición del grupo, no iba por buen camino. Todas, menos María, creían ver en Leonor a una persona distante y distinta, nada que reprochar si había decidido romper con todo lo anterior. <<Las personas van cambiando de amigos a lo largo de la vida y no por eso debemos rasgarnos las vestiduras>>, comentó una de ellas . Lo más prudente sería pasárselo lo mejor posible, disfrutar del paisaje y la tranquilidad del lugar y dejar transcurrir aquel fin de semana con la mayor armonía posible. Si finalmente lograban conectar de nuevo con ella, mejor que mejor, pero tampoco estaban dispuestas a amargarse el fin de semana. Cuando se acabaron las horas de su escapada a la montaña las cosas estaban como el primer día: Leonor apartada del grupo paseando o leyendo y las demás quejándose de lo desafortunado del encuentro. Ellas ya se habían hecho a la idea de no contar con Leonor como amiga y aquello no había servido más que para constatarlo. María se sintió culpable y no
  • 46. hacía más que pedir disculpas y se despidió de ellas agradeciéndoles el esfuerzo. En el camino de vuelta a Barcelona María y Leonor mantuvieron un diálogo tenso. —Sabía que no funcionaría, pero no quise contradecirte —dijo Leonor —. Además, la pánfila de Irene, no la soporto ¿Cómo tiene el rostro de venir? —¡Ya! Y has tenido que estar todo el tiempo a tu aire, sin apenas cruzar palabra, para demostrar no sé qué. No puedes imaginar el esfuerzo que han hecho para intentar la reparación de esta situación absurda. —Lo siento, no me apetecía hacer teatro. —Ni siquiera se te ha ocurrido pensar en mi papel. No te puedes hacer ni idea de lo mal que lo he pasado. —Fuiste tu la que te empeñaste en ir al Querol, no yo. —A veces puedes ser muy cruel. Tomo nota de tu actitud, no te preocupes, no pienso molestarte más. Si te quedas sola será tu problema. Es como si hubieras decidido dar un portazo al mundo que te rodea. —María, no te pongas así.... —Déjalo ya, Leonor, déjalo. Si quieres mantenerte en tu torre de cristal, hazlo, pero todo tiene un límite. Nadie tiene ninguna obligación contigo. Ellas han venido con la mejor voluntad y tú se lo agradeces pasando olímpicamente. A veces me pregunto qué coño hago yo a tu lado. —María…
  • 47. —Ya está, no quiero que me digas nada más en este momento. Reflexiona y cuando lo hagas hablamos. Leonor dejó a María en su casa y no se dieron dos besos, como era costumbre, ni siquiera se despidieron. María se limitó a recoger su equipaje y cerrar la puerta.
  • 48. SEIS En su visita al psicoanalista, Leonor le cuenta el reencuentro con las amigas: una mala experiencia. Considera que no estuvieron a su lado cuando pasó los peores momentos y prefiere prescindir de ellas. No se vio con ganas de recuperar una amistad y menos con Irene por en medio, para ella era algo zanjado. El enfado con María, eso le pesaba. Ella sí demostró estar en todo momento a su lado, en los buenos y en los malos ratos. —Es usted la que dirige el rumbo de su vida. No tiene por qué seguir con ellas si así lo ha decidido, aunque siempre es bueno meditar lo que uno va a hacer, por si luego no hay vuelta atrás y se arrepiente. Sopese porqué cree que ellas no estuvieron cuando más las necesitaba ¿las cree culpables? ¿Qué actitud tuvo usted con ellas? —No quiero perder más tiempo en ese asunto. El error fue hacerle caso a María, lo hice por la buena voluntad que ella ponía. Al final, acabamos enfadadas. No nos vemos hace unos cuantos días. —¿No pretenderá usted quedarse sin amigos, verdad? —No, no quiero perder a María. Creo que los amigos de verdad pueden enfadarse en un determinado momento, pero siempre se puede recomponer algo así. La llamaré para reconocer mi parte de culpa o simplemente para hablar.
  • 49. A lo largo de la conversación hicieron referencia al encuentro con Toni del que Leonor se sentía satisfecha porque le había permitido otra mirada diferente sobre una relación que ahora estaba convencida de que no debía haber roto en ningún momento. Comentó con entusiasmo lo que iba a hacer él en y que ella, de haber tenido otras circunstancias hubiera querido participar en una experiencia tan interesante como aquella. —¿Es lo único que tiene que contarme de ese encuentro? —Fue muy breve. No quise alargarlo porque después de tanto tiempo tenía miedo de ser recriminada por mi actitud hacia él. —¿Cuándo va a hacerse cargo de sus contradicciones? Se siente una persona en el crepúsculo, según sus propias palabras, pero no veo que ponga los medios para que las cosas cambien. Leonor se quedó callada. No sabía qué responder. —¿No me responde? —Es que desconozco la respuesta. —Piénselo. Si existe una duda, hay que resolverla. —La duda me la acaba de plantear usted, yo simplemente he hecho un comentario, aunque quizás tenga razón. —Tal vez debería marcharme de Barcelona, todo está demasiado ligado a mis recuerdos. —¿Por qué no? Lo importante es buscar una salida a ese atolladero en el que se encuentra. —Perdería usted una buena clienta —dijo Leonor sonriendo.
  • 50. —Si tengo que ir a pedir limosna, ya lo haré. Por esa razón estaríamos salvados. Le he dicho en muchas ocasiones que usted, y sólo usted, decide su futuro, recuérdelo. —Es cierto que me supone un esfuerzo continuar aquí. Todo me recuerda a Víctor, lo hemos comentado en muchas ocasiones. Ese sería un buen motivo para marchar y desconectar. Empezar un nuevo proyecto que me renueve y me de otra perspectiva de la vida, pero no sé si cambiando de ciudad lo lograría. Pensaré en lo que hemos hablado.
  • 51. SIETE Leonor había ido a correr muy temprano por el parque cercano a su casa porque a esas horas no había nadie y le gustaba disfrutar de las calles desiertas mientras los demás aprovechaban sus últimos minutos de descanso. Se levantó de buen humor y pensó aprovechar el ejercicio para meditar su conversación del día anterior con el psicoanalista. El día diez de diciembre cumpliría treinta y nueve años, tal vez fuera un buen momento. Esa edad podría ser perfectamente la mitad de su existencia. No tenía nada que perder si se marchaba. Sería un ejercicio muy interesante para añadir al libro de su vida. No sabía si aceptar finalmente la oferta de la OMS, hasta se le pasó por la cabeza marcharse con el grupo de Toni. Nunca le asustó la aventura, incluso podría ser gratificante pasar un tiempo en la Amazonia. Había pasado temporadas en África por qué no en la selva. Al llegar a casa, delante del espejo, se preguntaba si no se había abandonado demasiado a los designios del destino. <<El destino nos viene dado, pero podríamos cambiarlo si fuéramos capaces de hacer algo para que las cosas fueran mal>>, se dijo. Pensó también en que debía disculparse con María. Ella era un punto de apoyo importante que no podía dejar perder así como así. Llegó al hospital y se encontró casualmente con ella. —¡Hola! Tengo que hablar contigo, cuando tengas un momento, debo pedirte disculpas.
  • 52. —No te preocupes, no hay por qué pedir disculpas. A estas alturas no creerás que estoy ofendida. Te conozco lo suficiente como para saber que la sangre no llega al río. —¿Tomamos luego un café? —Claro. Por cierto ¿Dónde vas tan guapa? ¿Has hecho un ligue sin avisarme? —No, que va. Me sentía bien y he decidido ponerme ropa de colores vivos. En la cafetería a las diez. —De acuerdo. Leonor se dirigió al despacho del doctor Rius. Quería comentarle qué le parecía la posibilidad de ir a Brasil. Él sería un buen consejero, no en vano era un país que conocía bastante bien y en el que tenía contactos; incluso vivió allí un año entero hacía relativamente poco. No estaba en su despacho. Una enfermera le recordó que no vendría porque tenía una reunión con la Consejera de Sanidad y el equipo directivo del hospital. Deja recado de que quiere hablar con él cuando le sea posible, se marcha a pasar visita a sus pacientes Por el pasillo encuentra a un paciente al que había dado el alta hacía pocos días, un marinero gallego al que había cogido cierto cariño. —Buenos días, doctora Ayala, venía a traerle este pequeño detalle. —No tenía por qué molestarse —le agradeció con una amplia sonrisa. —No es ninguna molestia, es una simple caja de bombones. Ha sido usted tan amable conmigo. —De acuerdo, muchas gracias.
  • 53. —Mañana vuelvo a Namibia, a la fábrica de Pescanova, así que aprovecho también para despedirme. —¿No dijo usted que no volvería a África? —Ya, pero he trabajado tanto tiempo allí, que lo echo de menos, no me acostumbro a estar aquí. Además, tengo un buen grupo de amigos a los que encuentro a faltar. Al final, es verdad aquello que dicen en mi tierra: el hombre no es de donde nace sino de donde pace. —No está mal ese dicho. Espero que le vaya bien y no nos tengamos que volver a ver por culpa de la malaria. Le deseo mucha suerte. —Muchas gracias por sus atenciones doctora Ayala. —Repito lo dicho, que le vaya bien por aquellas tierras. Y gracias por los bombones. Era la primera vez que aceptaba un regalo de un paciente y al recibirlo se sintió reconfortada, después de todo no era tan grave aceptar esos pequeños obsequios que la gente hacía con buena voluntad, pensó. Después de pasar visita a unos cuantos pacientes Leonor se dirigió a la cafetería para encontrarse con María. Había mucho bullicio, era la hora en que se concentraba más personal para tomar el café de media mañana y todas las mesas estaban ocupadas.. En una de ellas estaba Luís que le hizo señas para que se sentara. Le agradeció el gesto, pero dijo que esperaba a su amiga con quien debía hablar un asunto privado. Aceptando la excusa Luis le recordó que tenían una cena pendiente y ella aceptó la oferta sin la habitual reticencia. Le pareció una buena idea para aclarar aquel asunto y zanjar de esa manera su insistencia. Al poco quedaron un par de sillas
  • 54. libres junto a una pequeña mesa con dos sillas que Leonor ocupó tras despedirse. Cuando María llegó Leonor empezó por pedirle disculpas por la actitud en la casa rural. Veía a las otras amigas demasiado superficiales, encerradas en ellas mismas, en sus modelitos, en sus ligues y en ir a pasear el palmito por los sitios de moda. Las encontraba frívolas y no tenía ganas de compartir nada con gente así. María le reprochó que tuviera esa visión tan distorsionada y pobre de ellas. Habían sido amigas durante mucho tiempo y era la primera vez que oía esos comentarios tan desafortunados. Exageraba, eran excusas sin ton ni son. No coincidía con ella en ninguna de esas apreciaciones, pero no estaba dispuesta a perder ni un minuto para ir en contra de esa opinión tan poco acertada, lo que importaba era poner cordura y paz en su relación. Leonor, que tampoco pretendía extenderse, le explicó que había quedado a cenar con Luis el próximo jueves. <<Luis es una persona estupenda para ti, siempre ha mostrado interés>>, dijo María. Leonor dejó de nuevo claro que no le atraía más que como un buen amigo y que si había decidido ir era para dejarle las cosas claras en ese sentido. —En realidad, quería hablar contigo para explicarte que le estoy dando vueltas a un asunto. —A ver ¿Qué asusto es ese? Porque eres imprevisible. —Lo he pensado mucho y, aunque la decisión no es firme, cada vez estoy más convencida: quiero marcharme a Brasil.
  • 55. —¿De vacaciones? ¡Guau, qué chulo! La samba, la playa, los brasileños..... —¡No, no! A trabajar. —¿A trabajar? ¿Y qué se te ha perdido allí? ¿Te parece poco el trabajo que tienes aquí? —El trabajo de aquí me gusta, pero necesito cambiar de aires, hacer cosas distintas. Sería sólo por un año o algo así, después volvería. Es cuestión de pedir una excedencia. —Claro. Y para renovarte no se te ocurre otra cosa que irte a trabajar a miles de kilómetros. O sea, que no vas por algo altruista, sino por pura renovación —comentó con sorna. —¡María, no me creas tan egoísta! Me parece muy interesante lo que el gobierno de Brasil propone, había oído algo sobre ello, pero el otro día cuando hablé con Toni y me lo explicó con más detalle me pareció una buena idea. —Yo creo que a tu edad no se pueden hacer ese tipo de cosas. —¿Acaso me ves vieja sólo porque tengo tres años más que tu? —Al margen de la edad, no es un buen momento. En el hospital van a reducir personal, habrá cambios, no creo que sea oportuno. —Mejor, si pido una excedencia no podrán echarme. —No, echarte no, pero cuando vuelvas igual te dicen que no hay sitio. —No me preocupa lo más mínimo. Ya encontraré qué hacer. —Son las diez y media —dijo María mirando al reloj que había en la pared— deberíamos irnos.
  • 56. —Ya seguiremos hablando, aún me quedan un par de meses para pensarlo y tomar una decisión en firme. Quedamos el fin de semana, si quieres. —De acuerdo, nos llamamos, pero yo que tú, desistiría de esa idea. No la veo muy acertada.
  • 57. OCHO Leonor se había puesto un vestido verde oliva satinado, el corte al bies hacía que se ajustara a su esbelta figura. Los tirantes finos y un escote desbocado dejaban al descubierto unos hombros bien formados. Se dio un poco de sombra marrón que resaltaba el color miel de sus almendrados ojos. Se puso perfume detrás de las orejas y en las muñecas. De entre los zapatos eligió unas sandalias de verano, con tacón muy alto, que hacía tiempo no usaba. Al mirarse en el espejo hizo un gesto de aprobación y se dispuso a salir. Decidió ir en taxi por si en la cena bebía algo más de la cuenta. Estaba en la calle esperando mientras disfrutaba de aquella agradable noche de primavera de cielo estrellado y luna casi llena cuando en la puerta se le cruzó el vecino de enfrente, un señor mayor con el que ella mantenía una buena relación quien dijo verla muy elegante como hacía tiempo no la veía y que además de elegante estaba muy guapa. Leonor se lo agradeció con una amplia sonrisa sin poder extenderse más sobre el comentario porque llegó el taxi que la llevaría a La Torre de Alta Mar, el restaurante en el que había quedado con Luís. Mientras hacía el recorrido, se preguntaba si haber aceptado la invitación no llevaría a equívocos, aunque esa era precisamente la razón por la que aceptó: dejar claro que no quería una relación con él. Al llegar, le preguntaron en la puerta si tenía reserva, ella dio el nombre de Luís Azcarate. La esperaba arriba, le dijeron.
  • 58. Para acceder al restaurante, que ocupaba la parte superior de una de las torres del funicular de Montjüic, tuvo que coger el ascensor. Encontró a Luis sentado en el sofá blanco de la antesala. Se saludaron con dos besos. —Estás muy guapa. —Gracias. Tu también. Pasaron al comedor donde Luis había reservado una mesa desde la que se apreciaba una bonita vista. De entre la multitud de pequeñas luces en que quedaba convertida la Barcelona nocturna sobresalían la Sagrada Familia y el Tibidabo. —Gracias por aceptar mi invitación—dijo Luis. —Debía aceptar, aunque sólo fuera por el tiempo transcurrido desde que me lo pediste. —Espero que esta cena no suponga una obligación. —No, no me refería a eso. He venido con mucho gusto. —¿Vas a comer carne o pescado? —Pescado, la carne no es de mis platos preferidos. —¿Qué te parece si pedimos un Casta Diva fresquito? —¿Cómo sabes que me gusta ese vino? —Alguien me lo ha dicho. —No dirás que me has estado investigando. —No, por favor. Saber qué vino te gusta no es producto de una investigación, sino de una conversación casual con María, no hay más secreto que ese.
  • 59. —A lo mejor no lo tienen. No son muy comunes los vinos de Alicante por aquí. —Deben tenerlo, cuando hice la reserva me encargué de hacerles saber que me gustaría ese vino. —Pidámoslo, entonces. —Tengo entendido que quieres marcharte a Brasil. —¡Ah! Menos mal que sólo habías preguntado por el vino que me gusta. —Hombre, estuve tomando un café con María y en la conversación salió de forma casual. —No lo tengo decidido del todo. Por un lado creo que puedo contribuir a mejorar las condiciones de vida de aquella gente. Es algo que siempre me ha gustado hacer. Sabes que he estado varias veces en países de África. Es una oportunidad de hacer algo que me gusta. Nada me ata aquí. Además, será una experiencia temporal, no es para toda la vida. —No te entiendo. Tienes una magnífica posición en el hospital, muchos la querrían, y decides tirar todo eso por la borda y marcharte a descubrir mundo. —No voy a descubrir mundo, sino a intentar mejorar un poco el que hay. Lo de la posición en el hospital no es despreciable, lo sé, pero me apetece esta nueva experiencia. Se trata de aportar mis conocimientos a algo que creo muy interesante. —¿Y cuánto tardarás en volver? —Un año, más o menos.
  • 60. —Yo te seguiré esperando. —Luís, me halagan mucho tus palabras, pero ya te he dicho en alguna ocasión que no esperes nada de mí. —Lo sé, pero dicen que el que la sigue la consigue. —De verdad, no quiero herirte, pero creo que tú y yo no estamos hechos para formar pareja. Me gusta charlar contigo, salir por ahí de vez en cuando. Eres un hombre estupendo, pero no creo que funcionáramos juntos —Vamos a comer. La lubina tiene un aspecto buenísimo. Brindemos al menos por nuestra amistad. —¡Salud! —dijeron al unísono. Al acabar, decidieron ir a dar un paseo por la playa de San Sebastián. La luna, casi llena, inundaba de luz el mar, que estaba en calma. Se descalzaron para caminar por la orilla. —¿Sabes que la luna es una mentirosa? —¿Una mentirosa? —preguntó extrañada. —Sí, lo leí en una novela de Muñoz Molina, cuando tiene forma de D, es luna creciente y cuando la tiene de C es decreciente, justo al revés. —¡Qué curioso! Nunca me había parado a pensar en eso, es curioso. Luis le pasó el brazo por encima de los hombros. Ella no se lo impidió. Caminaron un rato largo en silencio oyendo el romper de las olas en la orilla hasta que él intentó de nuevo persuadirla para que aquello fuera el comienzo de una relación. Leonor, sin titubear, dejó claro que no quería compartir su vida con nadie y mirando el reloj le dijo que se hacía tarde y al día siguiente los dos empezaban temprano a trabajar. Luis aceptó aquel
  • 61. requiebro en la conversación sin oponer resistencia y se ofreció para llevarla a casa porque le venía de camino. Al llegar Luis detuvo el coche en doble fila en la puerta , la abrazó e intentó besarla, pero ella se resistió apartando la cara. Él entendió el gesto y dejó de insistir, daba por perdida la batalla, aunque se despidieron con un par de besos.
  • 62. NUEVE Leonor abrió los ojos una hora antes de que sonara el despertador. Como no podía volver a conciliar el sueño, se levantó para coger ropa deportiva del armario e irse a correr. Faltaba un rato para las seis de la mañana y el tráfico empezaba a ser intenso. Mientras corría, pensaba en la noche anterior. Luís no era el hombre con el que ella quería compartir su vida a pesar de reconocerle cualidades como buen compañero y amigo. No se arrepentía de la cena, le resultó agradable y creyó que con aquel gesto cerraba un pequeño pasaje de su historia particular que no debía haber dilatado tanto en el tiempo. Después de correr durante un largo rato volvió a casa con energía suficiente para acometer el nuevo día. Se preparó para ir al trabajo pero en lugar de desayunar en casa, como tenía por costumbre, lo pospuso a la cafetería del hospital. Compró el diario en el quiosco de la esquina y se dirigió a coger el metro. Cuando llegó al hospital, fue a la cafetería y vio a Luís sentado en una mesa desayunando. —¿Puedo? —dijo cogiendo el respaldo de una silla. —¡Buenos días! ¡Cómo no, siéntate! —Me alegro de encontrarte. Fue una noche deliciosa, quería agradecértelo. —Soy yo el que tiene que agradecer. —Estuvo muy bien, pero con respecto a la despedida.....
  • 63. —No digas nada —la cortó Luís—. Prefiero guardar el buen recuerdo. Ya sé que no quieres comprometerte conmigo, me lo dijiste ¿No? —Sí, creo que siempre lo has sabido. —Déjame, al menos, que me quede con que fue una noche estupenda. —Está bien. Veo que entiendes la situación. —No me queda otro remedio. Luís y Leonor acabaron de desayunar para incorporarse al trabajo. Ella tenía concertada una entrevista con Joan Rius para hablar de Brasil. Lo que pensara era importante para ella, aunque la decisión estaba casi tomada. Rius estaba en su despacho sentado detrás de una mesa llena de papeles, absorto mirando la pantalla del ordenador y no se apercibió de la entrada de Leonor. Ella se sentó en la silla que había a la izquierda de la mesa. Al advertir su presencia levantó la mirada <<Estaba buscando alguna referencia del programa de Brasil, pero no encuentro información concreta>>, le dijo. Ese mismo día iba a llamar a un antiguo amigo que ahora desempeñaba algún cargo en el Ministerio de Sanidad brasileño para que le concretara en qué consistía el plan del gobierno. Leonor le agradeció su ayuda. <<Con franqueza, no me parece una buena opción>>, comentó Rius. Tenía pensado recomendarla como su sustituta cuando se produjera la jubilación en algo menos de un año. Si se marchaba, esa recomendación era inviable. Leonor no entendía su negativa, máxime cuando él había
  • 64. estado en Brasil no hacía mucho. Rius prometió ayudarla, a pesar de todo, y acordaron verse de nuevo al día siguiente, cuando hubiera podido hablar con su amigo brasileño. Leonor había quedado con María a la hora del descanso de media mañana. Sabía que la iba a someter a un interrogatorio sobre la noche anterior, pero no le importaba. Cuando se encontraron y antes de verse sometida a un interrogatorio, le explicó la velada con Luís, lo agradable que fue. Se había sentido querida, pero no era su tipo. María le volvió a recriminar sus exigencias. Según su opinión, Luís era un hombre estupendo, además de muy atractivo. La veía muy cargada de manías. Leonor trató de hacerla comprender una vez más que no deseaba pareja ni compromiso alguno. Con toda seguridad se iba a Brasil porque estaba prácticamente decidido y no tenía sentido empezar algo que al cabo de dos meses quedaría interrumpido y menos con alguien a quien no encontraba apropiado. María le dijo que aquello parecía una huída ¿Qué se le había perdido en aquel país tan lejano? ¿Por qué dejar un buen trabajo por una aventura que no sabía cómo iba a funcionar?, le preguntó. Ella creía que era un error marchar a la aventura. A Leonor, por el contrario, le parecía el momento más oportuno además de un reto y una manera de aportar algo a los demás. Debía atravesar esa barrera de incomunicación que había establecido con el mundo. Un viaje de ida y vuelta le convenía y no hablaba del sentido físico del viaje, sino de ella, de su personalidad acorralada.
  • 65. A la mañana siguiente, Rius charlaba con Leonor sobre lo que había averiguado del proyecto. —Mi amigo de Brasil dice que el trabajo estaría centrado en una zona del Amazonas en la que se necesita atención médica. Me informó que las condiciones serán un poco duras y necesitan gente no sólo experta, sino bien preparada físicamente. —No veo dónde está el problema Joan. Reúno esas dos condiciones. —Me parece una experiencia arriesgada y me sigue preocupando no poderte recuperar para dirigir el departamento. Si te marchas es posible que pierdas la oportunidad de ascender en el hospital. —No digo que no me haga ilusión ocupar tu puesto, decir lo contrario sería mentir, aunque no me apetece en este momento asumir mayores responsabilidades, pero creo más importante sentirme bien. El cambio me ayudará, profesionalmente y como persona. —Piensa en los pros y los contras, sabes que aunque no me guste lo que decidas, cuentas con mi apoyo, pero es una decisión que no se puede tomar a la ligera. No eres una joven recién salida de la facultad, eres una mujer con responsabilidades. —Te haré caso, hay tiempo para meditar, aunque creo que la decisión está casi tomada.
  • 66. DIEZ El verano ha llegado con toda su intensidad. El calor es sofocante y Leonor sale a dar una vuelta por las Ramblas antes de ir a cenar con Toni. Sentada en una terraza se distrae viendo pasar la gente. Le gusta el ir y venir de la marea humana tan variopinta que inunda Barcelona en verano. Su mirada escruta a la gente mientras juega a adivinar las historias escondidas tras cada uno de los paseantes que elige por algún detalle que le llama la atención. Conserva esa costumbre que practicaba a menudo con Víctor. Les divertía jugar juntos a inventar las vidas de los que veían pasar imaginando qué tipo de persona era, cuáles sus costumbres cotidianas, en qué trabajaban, si eran felices. Faltaba un rato para la cena así que decidió dar un paseo hasta el restaurante del Borne en el que había quedado. Pasó por delante del Museo Picasso en la calle Montcada que tiempo visitaba periódicamente, debía hacer meses que perdió aquella costumbre, a pesar de que el pintor era uno de sus preferidos. Se dijo que debía volver a esa costumbre que de paso le proporcionaba un estado de las cosas por aquella zona de la ciudad. Tras un recorrido a paso lento en el que había descubierto nuevos comercios y bares llegó a la calle Comercio, la del restaurante. Era uno más de los muchos que habían proliferado en la zona. Una leve luz y los cuadros de grandes dimensiones de colores muy vivos daban calidez al local, lo hacían acogedor. Se sentó en la mesa reservada a nombre de Toni. La camarera encendió la vela del centro y le preguntó si quería tomar un
  • 67. aperitivo. Pidió un agua bien fresca y cuando se la servían vio a Toni en la puerta y le hizo una señal levantando el brazo. Se dieron un par de besos mientras reían de la casualidad: los dos llevaban la misma camiseta de Custo. —Parecemos los hermanos Pin y Pon. —Sí es un poco chocante. —Te veo mucho más animada. —Ya ves, el tiempo acaba por poner las cosas poco a poco en su lugar o lo arregla o lo empeora, pero sentencia. —¿Cómo estás? —Bastante bien. He decidido darme un baño de multitudes y darme algún capricho que otro, como un par de camisetas en la calle Ferran y mira qué cuadro ¿A que es original? —dijo Leonor mientras lo desenvolvía—. Me gusta este personaje suspendido en un cable entre los dos edificios, es como si quisiera conservar el equilibrio entre dos mundos. —Sí está muy bien. Son bonitos los colores pastel que tiene. Parece que hoy te ha dado la vena compradora. —Lo mismo que he pensado yo, hacía meses que no iba de tiendas. Ha sido muy agradable. Debería hacerlo más a menudo. Leonor no quería dejar pasar más tiempo sin agradecer a Toni que hubiera puesto de su parte para recuperar aquella amistad. Aunque algo tarde, había descubierto que el propósito de alejarse de todos y todo lo que tuviera que ver con Víctor no mejoró nada la situación. Era consciente de que lo que no se cuida acaba por desaparecer y su amistad nunca debía
  • 68. haberla perdido. Con su obsesión por romper con el pasado, también quebró el cariño de muchos amigos. Toni coincidió en que era positivo mirar hacia delante, positivo el nuevo rumbo de la relación porque perder a Víctor también fue un mazazo para él. Su amistad se había trabado a lo largo de los años, desde la escuela primaria. Nadie como Víctor lo entendía, lo arropaba siempre con su manto protector. Aunque eran de la misma edad ejerció sobre él toda la sabiduría de un hermano mayor con el que se mantiene una buena relación. Era su mejor amigo, en las grandes juergas y en los momentos difíciles. Le había costado bastante superar su pérdida. —Me marcho por una larga temporada y he querido compartir contigo este sentimiento que volvió a aflorar cuando nos encontramos el otro día porque eres la única que puede entenderlo. Soy consciente de que al hablar de Víctor puedo reabrir heridas que ni siquiera han acabado de cicatrizar. —Tienes que entenderme, Toni. Fueron muchos años de vida compartida con él. Tú mejor que nadie conoces nuestra trayectoria. Empezamos juntos la carrera en la Universidad de Barcelona, éramos casi unos adolescentes. Nuestra relación estaba en un buen momento, en lo mejor de ella se va. Todo su optimismo, aquel impulso que sabía dar a las cosas, desapareció. Así que opté por alejarme de lo que me lo recordara y tú, su mejor amigo, estabas incluido en el lote. Pero aún así, aún apartándome de todo lo que me lo recordaba no he conseguido superarlo. —He respetado al máximo tu decisión, aunque nunca la he compartido. Tal vez ahora, transcurrido el tiempo, sea el momento de recomponer algunas cosas.
  • 69. —Quizás tengas razón. Yo también le he dado muchas vueltas y por el camino se han quedado las amistades, los sueños conjuntos debido a mi actitud. María es prácticamente la única persona que me queda. —Aún está a tiempo de arreglarlo. Echar marcha atrás se convierte a veces en una buena solución. —Cada vez estoy más convencida de que debe ser así, aunque tengo la sensación de haber pasado tanto el límite de lo aconsejable que me va a resultar difícil recomponer las cosas. —Deberías ser más optimista. —Es cierto que no estoy en el mejor momento. Me siento bajando la pendiente que conduce al abismo. Siempre doy vueltas a la desafortunada suerte de Víctor con aquella descompresión que no hizo. No sé salir de ese atolladero. Es un pensamiento recurrente que me atormenta. La camarera les trajo las ensaladas que habían pedido de primer plato. —No tienes por qué seguir culpabilizándote, no tuviste nada que ver con su muerte. Fue un error que se lo llevó por delante. Ya ha pasado mucho tiempo y aunque yo también lo recuerdo, deberíamos empezar a asumir su ausencia y encontrar otras cosas que nos hagan recordarlo como lo que era sin sufrimiento. —Una cosa es asumirlo y otra muy distinta olvidarlo. Yo lo animé a aprender submarinismo, lo animé a que hiciera esa inmersión. Fue y sigue siendo muy duro.
  • 70. Como uno más de sus desaciertos sacó a colación el encuentro en el Querol Vell, aquel intento de recomposición del grupo de amigas había ido mal. Quiso echar la culpa al hecho de que estuviera Irene. —Pero si hicisteis las paces ¿No? —Porque me lo pediste actuando de apaga fuegos entre Víctor y yo, pero no debí perdonarla, siempre me ha quedado una cosa ahí, como de no haber hecho lo correcto. —No coincido contigo, pero si sólo fue cosa de un día, unas copas de más y un polvo, eso fue todo. —¿Eso fue todo? ¡Qué gracia me haces! Ella sabía que Víctor y yo pasábamos un mal momento y aprovechó las circunstancias. Vamos a dejarlo, a lo mejor tienes razón, quizás sólo estoy buscando excusas. —Creo que esa decisión de tragártelo tú sola todo, no te beneficia en nada. Habéis sido amigas durante muchos años ¿Por qué tirarlo todo por la borda? —A veces lo pienso, pero estoy en una situación un poco complicada. Tal vez deba aclarar primero mis ideas y luego obrar en consecuencia. —Insisto en que abramos una nueva manera de ver las cosas ¿No te parece? —Te lo agradezco, aunque siempre tengo la sensación de que es algo que debo hacer sola, que nadie puede ayudarme. —Son maneras de verlo. En cambio, siempre he creído que los problemas se superan mejor en compañía. —Puede que tengas razón.
  • 71. Leonor quería pasar a otro asunto porque le vinieron ganas de llorar y no quería estropear aquella cena tan gratificante para ella. —¿Sabes que estoy valorando la posibilidad de irme contigo a Brasil? Me gustó la idea de alejarme de aquí y participar en un proyecto tan atractivo. —¿Cómo no me habías dicho nada? ¿Pero qué significa que lo estás valorando? — Rius ¿Sabes quién es? —Sí, tu jefe. —Él estuvo indagando en el Ministerio de sanidad brasileño y me parece un proyecto muy interesante, pero Rius me presiona para que no me vaya. Tiene previsto proponerme como su sustituta cuando se jubile, dentro de un año. Estoy hecha un lío porque María tampoco me apoya e insiste mucho en que eso es una locura. —En cambio yo sí estoy de acuerdo contigo. Míralo como la experiencia temporal que es. Me has dicho que necesitas nuevos retos, cosas que te hagan sentir la persona que fuiste. Estoy convencido que no sólo conseguirías ese objetivo sino que además podrías aportar todo eso en los que estáis trabajando en beneficio de una comunidad desfavorecida. —También he pensado en mi madre. Dejarla sola me preocupa. —Pero si tu madre vive en Murcia ¿No? —Sí, pero ella dice que no son lo mismo los seiscientos y pico kilómetros que nos separan que los miles que hay entre Murcia y Brasil.
  • 72. — No obstante, nosotros nos marchamos dentro de un mes, ya lo sabes. Así que tienes tiempo de pensarlo. —La semana que viene empiezo mis vacaciones. Iré unos días a ver a mi madre a Ceutí, la visita obligada de verano, y luego me voy con María y Xavier a pasar un par de semanas a Tarifa. Una amiga suya tiene un pequeño hotel y nos ha invitado a pasar unos días. Será un buen momento para reflexionar. —Tarifa es un sitio con mucha marcha. —De eso se trata, de desconectar y pasárselo bien. Nunca he estado, pero mucha gente me ha hablado muy bien. Después fueron a tomar unas copas cerca del restaurante, a un bar musical donde Toni solía ir con sus amigos. Estuvieron charlando y bailando con todo el grupo. Leonor no lo pasaba tan bien desde hacía mucho tiempo. De madrugada salieron del local y Toni la llevó hasta su casa.
  • 73. ONCE El día era muy caluroso, el típico de agosto en el que apenas se podía mover un dedo sin que el sudor invadiera todo el cuerpo. Leonor estaba tumbada en una hamaca que colgaba de dos limoneros, en el pequeño huerto de casa de su madre. Las cigarras apagaban con su canto ensordecedor el silencio. Le venían a la memoria los días de verano, en los que sus primos y ella se bañaban en un barreño para sofocar el calor. Jugando a tirarse agua y a meter las piernas. Recordaba a su padre sentado en la mecedora de enea intentando leer y que cada dos por tres les decía que no gritaran tanto, que no podía leer, aunque ella sabía que disfrutaba viéndolos divertirse. Aquel huerto había sido lugar de juegos y complicidades infantiles y adolescentes durante sus vacaciones. Estaba sola en casa de su madre. Al jubilarse como maestra, hacía apenas un año, había vuelto al pueblo, pensó que estaría mejor junto a sus hermanos. Desde que su padre había muerto de accidente unos años atrás, Barcelona le resultaba demasiado grande. Algo se rompió entre ellas con aquella decisión, discutieron mucho al respecto pero no hubo acuerdo. Leonor quería que se quedara, que disfrutara de los amigos, que no volviera a una tierra que le iba a resultar extraña después de tantos años. La madre, en cambio, parecía querer atrincherarse entre sus hermanos esperando que ellos llenaran la ausencia del marido. Cuando su madre marchó nunca volvieron a hablar sobre esa decisión. Ambas mantenían una apariencia de
  • 74. cordialidad madre-hija, aunque ésta se limitara a las llamadas dominicales y la corta visita de verano. Leonor volvió a pensar sobre aquella discusión con su madre, pero optó por alejar ese pensamiento, era una historia sin retorno. Se puso a leer el libro de Nadine Gordimer que había encontrado por casualidad en su librería habitual, uno de los que formaba parte de las lecturas para las vacaciones. <<¡Qué rara belleza en sus palabras!>>, pensó. La densidad de las pequeñas cosas la envolvía adentrándola en las debilidades humanas descritas con tanta sutileza que le era imposible no sumergirse en aquella lectura y olvidarse de todo lo demás. Tras un rato largo de lectura volvió sin querer a lo sucedido con su madre por la mañana temprano. Habían tenido otra de sus típicas desavenencias. La madre marchó con su tía para acompañarla al hospital de la Virgen de la Arrixaca, a una de las revisiones periódicas a la que debía someterse. Insistió en que fuera con ellas, pero no quiso porque no serviría de nada, no conocía a ningún médico de ese hospital. Prefería quedarse leyendo. Su tía le recriminó que fuera tan despegada como siempre y ella le recordó que de ser así no habría invitado a toda la familia a cenar aquella noche de ser así. Tía y madre se fueron pensando que seguía siendo la misma niña independiente y poco familiar de siempre. Fue a la cocina a preparar algunos platos para la cena familiar, la mayoría serían fríos y si no los preparaba por la mañana, por la noche estarían calientes. No iba a complicarse, cosas fáciles, la cocina no era su especialidad, más bien sentía aversión. Con la cena pretendía evitarse ir
  • 75. casa por casa saludando a tíos y primos. Quedaba bien con ellos y de paso contentaba a su madre. Cuando estaba casi lista la cena aparecieron sus dos amigas para ir a comer a Los Torraos, a la Frasquita, un lugar cercano al pueblo, famoso por los ricos asados de cordero con patatas al ajo cabañil. Sus padres eran asiduos a aquel tradicional restaurante al que acudían con cualquier excusa o para alguna celebración. Ir a comer las tres juntas era un ritual que se repetía cada verano y una buena ocasión para las dos amigas de dejar a los niños con los maridos. Por el camino reían a carcajadas, rememorando anécdotas de la época adolescente y las tonterías que llegaban a hacer para conquistar a los chicos que les gustaban, o a los que simplemente les querían tomar el pelo. Siempre eran las mismas anécdotas, pero disfrutaban repitiéndolas año tras año. —Leonor, no te escaquees y cuéntanos cómo vas de novios. —Nada de nada —contestó en tono jocoso. —¡Vamos, eso no se lo cree nadie! Con lo estupenda que estás. —Hay un compañero con el que he salido alguna vez, pero, como dicen en Cataluña, no me acaba de hacer el peso. —¿Qué quiere decir eso, que está gordo, que es flaco? —No. Que es un tío estupendo, pero no me veo con él. —¡Pero si ahora no hay que vivir juntos! Salís de vez en cuando y en el momento que se tercie, un buen polvo y ya está.
  • 76. —¡Te has vuelto muy moderna! En eso sigo siendo algo clásica, no es mi ideal de relación. —Usted perdone —dijo la amiga en tono burlón. —En serio. No tengo ganas de liarme con nadie. Hay muchas otras cosas por las que preocuparse. Estoy bien así. Hago lo que quiero y cuando quiero. —¿No te has planteado la posibilidad de tener hijos? —¿A qué viene esa pregunta? —Eso digo yo, qué tontería acabo de decir. El restaurante estaba lleno. Rosario, la dueña, vino a saludarlas. —¡Qué alegría teneros aquí otra vez! Leonor estás más guapa que el año pasado. Hay que ver, que no pasa el tiempo por ti. —Muchas gracias Rosario, pero las arrugas van apareciendo sin remedio. —Ani, que se sienten en la mesa de la esquina —dijo a la menor de sus cuatro hijos. —¡Qué hambre! Con ese olor tan rico se me ha abierto más el apetito —dijo Leonor. —¿Aquel no es Paco? —preguntó una de las amigas. —Sí. —¿Os acordáis cuando en la fiesta de San Roque le dijimos que María lo estaba esperando en las cuatro esquinas? Estaba coladito por ella y nos inventamos aquello para ver qué hacía. Salió disparado como una flecha, el pobre.
  • 77. —¡Qué memoria Leonor, yo no recuerdo eso! —Yo sí, porque recuerdo cada una de las fiestas como si fuera ahora mismo. Paco las vio y se levantó a saludarlas. —¡Hola! ¿Cómo estáis? ¿Qué haces por aquí, Leonorcita? —He venido unos días a ver a mi madre y a la familia, como cada verano. Pero no me llames Leonorcita, que ya estoy algo mayor para eso. —Perdona, pero así es como te he llamado siempre. Además cuando encuentro a tu madre me habla de cómo echa de menos a su Leonorcita. —Me alegro de saludaros, y tu Leonor, a ver si te dejas caer más a menudo por aquí, que eres muy cara de ver. — me gustaría, pero mi trabajo no me permite poder venir a menudo. Ani les anunció que como el cordero lo hacían al momento, tendrían que esperar un ratico. Mientras tanto, trajo para picar un plato con mojama y almendras fritas que ayudó a distraer el desbordado apetito. A la espera de la comida, aprovecharon para contarse las cosas que les habían ocurrido desde el verano anterior. Leonor les explicó con entusiasmo que estaba sopesando la posibilidad de ir a Brasil por un tiempo para ejercer allí su profesión. <<Tan aventurera como siempre, viajando por el mundo cada dos por tres>>, dijo una de ellas. La comida llegó en una bandeja que parecía para el doble de comensales, con unas raciones tan exageradas que fue imposible acabar con ella. Entre risas, chismes y comentarios cómplices alargaron la