Leonor, médica del hospital clínico de Barcelona, pierde a su marido y decide cambiar el rumbo de su vida marchando a la Amazonía brasileña.
La aventura, el amor, la amistad y el compromiso recorren esta historia.
3. Las puertas que bajan del cielo se abren sólo por dentro.
Para cruzarlas, es necesario haber ido antes
al otro lado con la imaginación y los deseos.
Así lo hizo aquella tarde la mujer que hoy recuerdo
y así tendremos que seguir haciéndolo, cada día
nuestro, todas las mujeres. Después uno va y viene
por el umbral como si fuera un pájaro, sin dejarse pensar
ni cuándo ni hasta cuándo volverá hasta el alero que ha
cobijado las migas de su eternidad. Sin miedo, o mejor dicho,
aptas para desafiar a diario los miedos que les cierren el camino.
Ángeles Mastretta <<El cielo de los leones>>
AL OTRO LADO DEL CREPÚSCULO ı 3
6. UNO
Leonor Ayala Aledo se sintió quebrada y sin asideras emocionales a
las que engancharse después de la muerte de su marido Víctor. Caía por un
terraplén sin obstáculos cuando un hecho sin mayor importancia liberó su
autoestima que vivía comprimida dentro de una botella sellada con lacre.
Sucedió después de una noche divertida en compañía de su amiga María.
Leonor se despertó de súbito, a su lado el hombre con el que había
pasado la noche. Para no perturbarlo se deslizó suavemente por la cama
hasta tocar con un pie el suelo. Fue recogiendo una a una sus ropas
esparcidas por toda la habitación y, cuando estuvo vestida, la abandonó
con sigilo.
Se dirigió a casa en un taxi que había tomado en la puerta del hotel.
Durante el trayecto el taxista intentó varias veces darle conversación, pero
ella no lo escuchaba. Cuando respondía se limitaba a emitir monosílabos
por seguirle la corriente de alguna manera porque la cabeza estaba
ocupada en su propia angustia: rodaba sin querer hacia el declive, sentía la
vida en un crepúsculo y carente de sentido.
Al llegar subió en el ascensor y una vez abrió la puerta echó un
vistazo a aquel piso que, a pesar de tener apenas cincuenta metros
cuadrados, cada vez le parecía más grande y desolador. Cerró la puerta y
fue directamente al cuarto de baño para tomar una ducha. Desnuda delante
del espejo, con los ojos semicerrados, descubrió unas intensas ojeras. La
noche había sido demasiado larga en brazos de aquel kurdo desconocido
7. de grandes ojos y nariz prominente con el que había ido a la cama por puro
deseo sexual. No recordaba con claridad lo sucedido, le dolía la cabeza.
Abrió el cajón de la derecha del armario del lavabo para sacar un par de
Alka-Seltzer, los tomó y se metió en la ducha con la esperanza de que las
pastillas y el agua produjeran un efecto beneficioso. Cuando acabó de
secarse el pelo, se fue a la cama.
Cuando despertó eran las cinco de la tarde. Tenía el domingo libre.
Se estiró la melena hacia atrás, como si ese gesto la ayudara a
espabilarse. Las ojeras siguen igual que antes, pensó. Inspiró con
intensidad por ver si de esa manera le entraban nuevos bríos. El teléfono
empezó a sonar, pero no tenía ganas de cogerlo, así que lo dejó hasta que
saltó el contestador.
—Hola, soy Leonor Ayala, deja tu mensaje por favor.
Al otro lado de la línea su amiga María, ansiosa por saber qué pasó
después de haberla dejado bailando con aquel kurdo. Se moría por conocer
los detalles del encuentro. Siempre preocupándose por mí, pensó Leonor.
Recordó entonces lo sucedido la noche anterior. No es que se arrepintiera,
pero no era su estilo. Hacía meses, muchos meses, que no estaba con
alguien en la cama. ¿Quizás era puro instinto animal? Por qué darle tantas
vueltas, lo había pasado bien y eso era todo.
Decidió vestirse con ropa cómoda, no le tocaba ir al hospital, había
cambiado la guardia con un compañero. Fue a la cocina, de la nevera sacó
tres piezas de fruta y mientras las comía, sentada a la mesa, ojeaba el
8. periódico para elegir una película. El jugo de la fruta al bajar por la garganta
parecía aportarle la energía desgastada. Una vez decidió la película se
dispuso a salir, pero recordó que antes, como cada domingo, debía cumplir
el ritual: llamar a su madre. Repitieron la conversación de siempre, la madre
la echaba de menos, ella también y así continuaron un rato repitiendo frases
parecidas a las de los domingos anteriores.
Al colgar el teléfono, se quedó mirando las fotos que había sobre el
aparador, en una de ellas aparecían sus padres, ella la había hecho un día
de agosto durante las fiestas del pueblo. La tomó en sus manos durante
unos segundos, se entretuvo en el recuerdo que capturaba la que había
sido la última foto de los dos antes de que su padre muriera. La puso de
nuevo donde estaba para echar un vistazo a las otras, como si hiciera un
repaso rápido a su vida. Se detuvo en la de Víctor, su marido, y mientras lo
hacía dos lágrimas empezaron a caerle, hasta que la mano les cortó el
camino. Negó con la cabeza para deshacerse de un pensamiento que no
tocaba y fue a coger el bolso para ir al cine.
Mientras conducía volvió sin querer a la noche anterior, demasiado
alcohol para alguien que apenas bebe, se dijo. La primera copa que le
ofreció aquel hombre, después una más, la habitación de hotel, y una
pasión violenta en brazos de un desconocido. <<Ya está bien ¿No hemos
quedado en que no tenía la mayor importancia?>>, dijo.
Entró en la sala casi vacía para elegir una butaca de la parte trasera
en la que pudiera estirar las piernas todo lo que el asiento de delante le
permitiera. Desde el principio al final no logró encontrar un especial encanto
9. a aquella historia que contenía buenas imágenes, una fotografía casi
perfecta, pero parecía hecha para lucimiento del actor principal. No le gustó
demasiado. Lo mejor habían sido las imágenes de la selva amazónica. Una
aparente aventura que acaba en un anodino romance. Mejor haberse
quedado en casa delante del televisor o leyendo un buen libro, aunque su
cabeza no estuviera para lecturas.
De regreso a casa las calles se habían llenado de coches. Encendió la
radio para hacer más llevadera la caravana mientras canturreaba algunas
de las canciones que oía, la música era una de las cosas que la
desconectaba de sus preocupaciones. Después de un largo rato en el coche
llegó a su casa con el mismo ánimo con el que había salido: el cine no la
había distraído demasiado de su rompecabezas. Al entrar, observó que el
contestador parpadeaba.
—Soy yo otra vez, María. Llámame cuando puedas.
Descolgó el teléfono con desgana para marcar el número de su
amiga. <<Está bien, tomaremos un café y te lo contaré>>, acabó diciendo.
La amiga no se conformaba con un café, quería la historia completa, con
pelos y señales.
—Mañana nos vemos y si quieres quedamos con tiempo
—respondió Leonor para zanjar la conversación.
A la mañana siguiente el despertador sonó a las seis, como cada día.
Se preparó un zumo de naranja y unas tostadas con aceite y sal, su
desayuno preferido. Después salió a correr un rato por el parque cercano a
10. su casa haciendo el recorrido habitual. De vuelta, se preparó para ir al
trabajo con la misma prisa que de costumbre. Salió en dirección a la
estación de metro que quedaba a dos manzanas. Prefería el transporte
público a usar su coche, entre otras razones porque el trayecto, con unas
cuantas paradas hasta llegar al destino, le permitía leer la prensa.
Cuando entró en el hospital le dijeron que su jefe quería verla, pero
antes de acudir a la llamada del coordinador de departamento fue hasta su
despacho a cambiarse. Encima de la mesa había una nota: Dra. Ayala, el
Dr. Rius quiere verla. No tenía idea a qué podía obedecer tanta insistencia.
Cuando llegó a la puerta de su jefe llamó, pero nadie respondía, estaba
vacío. Echó un vistazo por encima de la mesa rebosante de papeles y no
fue capaz de encontrar ningún indicio de lo que Joan pudiera querer de ella
con tanta urgencia. Se dirigió entonces al ala del hospital en que solía
trabajar y allí lo encontró.
—Hola, Joan. ¿Para qué querías verme?
—Me gustaría oír tu opinión sobre el paciente de la 206, aquel que
ingresó el viernes con malaria ¿Lo recuerdas?
—Pero si sabes de esa enfermedad más que nadie en este hospital,
por eso eres el Director del Departamento ¿No?
—Sí, está bien, pero quiero tu opinión, échale un vistazo cuando
puedas. Hoy tendremos sesión a las nueve y media en mi despacho, te
vienes un poco antes y lo comentamos.
—Pasaré consulta a mis pacientes y luego veo al de la 206. ¿Te
parece?
11. —De acuerdo.
Cuando iba por el pasillo, recibió un mensaje en su móvil: A las once
en la cafetería. María ¡Que insistencia la de su amiga!, pensó mientras
sonreía.
Al terminar la visita a sus enfermos, hizo lo prometido con el de la 206,
luego se dirigió al despacho de Joan Rius.
—¿Qué querías que viera exactamente en ese paciente?
—Dame tu opinión.
—He estado echando un vistazo a tu informe y no tengo nada más
que añadir.
—Bien.
—¿Qué quiere decir bien?
—Leonor, sabes que me falta poco tiempo para la jubilación, apenas
un año, y me gustaría proponerte como mi sustituta, tu experiencia de
dieciséis años te avala, esa es la razón por la que quiero compartir de vez
en cuando nuestros puntos de vista respecto a los pacientes.
—Es halagador que pienses en mi Joan, pero no. No me apetece
trabajar con la responsabilidad de un equipo sobre mis espaldas. Puede
parecer egoísta, poco profesional o qué se yo. Quiero un tiempo para mí,
esa podría ser la excusa. No te lo tomes a mal.
—Deberías olvidarte de Víctor ¿Es eso, verdad, lo que te tiene
preocupada? Entiendo tu situación, aún no te has recuperado, pero va
siendo hora de que efectivamente pienses en ti, aunque para ello no es
necesario hacer renuncias.
12. —Sí, es fácil cuando uno no está implicado —dijo con resignación.
—Dejemos tu estado de ánimo, tenemos mucho tiempo por delante
para que puedas recapacitar respecto a lo que te he dicho, no obstante, ya
sabes que la última palabra no la tengo yo, aunque creo que mi opinión
contará cuando deban tomar una decisión los que tienen que hacerlo.
—Gracias de nuevo, Joan, pero sigo creyendo que te equivocas de
persona.
—Sólo te pido que lo pienses. Nos vemos esta tarde en la reunión de
Departamento.
A las once entró en la cafetería, apenas quedaba gente almorzando.
María compartía mesa con otro médico.
—Hola, Leonor.
—Me voy, se me ha acabado el tiempo —se despidió el compañero de
mesa de María.
—Doctora López Andrade, doctora López Andrade, persónese en
traumatología —se oyó por los altavoces.
—¡Otra vez me voy a quedar en ascuas con tu asunto del sábado!,
dijo María. Ya sabes, los lunes son horrorosos en trauma. ¿Quedamos hoy
a cenar?
—No puedo, tengo guardia, pero…mañana, si te parece.
—De acuerdo. En el restaurante Attic a las nueve y media. Yo reservo.
Hasta luego.
—Hasta luego.
13. Leonor pasó el resto de la mañana deambulando por el hospital,
cumplía el trabajo con cierta desgana. Pensó en las palabras de Joan,
seguramente estaba en lo cierto respecto a Víctor, iba siendo hora de tomar
interés por otras cosas, pero no sabía cómo hacerlo. Habían pasado
bastantes meses desde su muerte y fuera como fuera, su marido no iba a
volver.
Llegó la última a la reunión de Departamento. La pequeña sala estaba
llena de médicos expectantes.
—Pasa, siéntate. Es mejor que todos estéis bien acomodados. Lo que
os tengo que comunicar no es precisamente una noticia de mi agrado, pero
me toca —dijo Joan Rius en tono serio.
—¡Venga, Joan, que parece que nos vas a anunciar el fin del mundo!
—exclamó uno de los médicos.
—Sabéis los problemas de gestión que tenemos últimamente en el
hospital. La gerencia nos ha comunicado a los directores de departamento
que nuestra área de influencia será más pequeña, es decir, atenderemos a
un número menor de pacientes. Eso significa, como podéis imaginar, una
reducción de plantilla. Desconozco hasta dónde llegará, nos lo comunicarán
más tarde, de momento están negociando con la administración esa
cuestión, pero me temo que alguno de vosotros tendrá que buscar otro
destino.
—¿Así, y ya está? —Interrumpió una de las asistentes.
14. —Tal vez tenía que haber esperado a tener datos más concretos para
comunicarlo, pero he pensado que cuanto antes los supierais, mejor se
podría resolver de manera satisfactoria esta situación. Es posible que
alguno de vosotros tenga una alternativa y decida marchar antes de un
posible despido.
—¿Y cuándo se sabrá algo?
—Tres meses, cuatro tal vez, pero no más.
Empezaron a comentar entre ellos, las conversaciones se cruzaban.
—¿Qué le pasa a Leonor, está como ausente? —preguntó uno de los
médicos a su compañero de silla.
—Es que su marido, haciendo submarinismo en las islas Medas, no
hizo la descompresión y se murió. Está muy afectada.
—Sí, eso lo sé ¿Pero hace tiempo no?
—Sí, hace tiempo, aunque le cuesta recuperarse.
Leonor optó por marcharse de la reunión sin que nadie se apercibiera.
Le daba igual, no sentía la menor preocupación por el puesto de trabajo.
Incluso pensaba comentarlo con el Comité de Personal. No se veía con
fuerzas para las negociaciones, sería mejor dejar paso a otro que ocupara
su lugar en el comité y defendiera los intereses de todos con mayor
entusiasmo. Al salir de la reunión tropezó con una señora que sostenía un
ramo de flores.
—Hola, doctora Ayala, la estaba buscando. Tenga, esto es para usted
—dijo acercándole el ramo de flores.
—¿Para mí?
15. —Sí, se ha portado usted muy bien con mi hijo. Cuando volvió de
Uganda todos creíamos que su vida se perdía y usted lo salvó.
—No gracias, no puedo aceptarlo, eso ha sido un trabajo de equipo y
yo soy una más en él.
—Acéptelo, por favor. No sabe lo agradecidos que le estamos.
—No, lo siento. Discúlpeme, tengo trabajo.
Dio media vuelta sin más, dejando a la señora con el ramo de flores y
cara de no entender qué le hacía rechazar un regalo tan sencillo sin saber
que Leonor nunca los aceptaba de los pacientes.
La guardia de la noche era tranquila, no había movimiento en el
hospital. Pasó muchas de las horas delante de un televisor, aunque
prestando poca atención. Mientras las imágenes pasaban delante de sus
ojos recordó aquella noche con el kurdo ¿Qué la había llevado a acabar, sin
más, en la cama de aquel hombre? Fue un despropósito. Tal vez le daba
demasiada importancia, quizás comentarlo con María no fuera tan mala
idea, aunque se sentía agotada como para ir a cenar. Cuando salió de la
guardia la llamó.
—¡Hola! ¿Cómo te ha ido la noche? Espero que no estés muy
cansada para la cena de hoy —dijo María.
—Te llamo por eso precisamente. Estoy cansada, no me apetece salir.
No te estoy dando esquinazo, pero de verdad me apetece quedarme en
casa y descansar.
16. —¡Bueno! —dijo María en tono displicente—. No te preocupes, hoy
tampoco me iba bien, Xavier ha vuelto de viaje antes de lo previsto y está
en casa.
—Mejor quedemos el viernes, entonces. Si no me equivoco las dos
tenemos el sábado libre y podremos alargar la noche.
—Ya no me fío mucho de ti. Está bien, llamo al restaurante y cambio
la reserva para el viernes a la misma hora ¿De acuerdo?
—Sí, de acuerdo. Hasta luego, me voy a dormir, lo necesito.
—Que descanses.
Llegó a casa y encendió muchas luces, como si de esa manera se
sintiera acompañada. Se le habían quitado las ganas de dormir. Se dirigió a
la estantería para coger uno de los libros de poesía que solía releer. Entre
sus hojas encontró un poema de Lola, una de sus compañeras de trabajo.
Volvió a leerlo porque cuando lo hacía recordaba con qué cariño se lo había
regalado.
De Nada
Cuando el inevitable hechizo de la noche
— me asalta —
de nada, sirve ya la serenidad reconquistada.
De nada, cuando el cuerpo se rebela
para buscarte en el vacío
— desesperadamente —
De nada, cuando traicionero, clama
insistente, incesante, que ni siquiera
sé el espacio donde imaginarte.
17. Por eso, a medida que la noche
— inexorablemente avanza —
por debajo de la nada, el pensamiento
me arroja
sí,
proclama
que no importa el lugar en que te encuentres
porque el inevitable hechizo de la noche,
también a ti te asalta.
Sólo que, en lugar de abrirte paso en el vacio
para —desesperadamente amarme—
desde otro cuerpo,
tú,
lejos de rebelarte,
acaso ya,
ni te defiendes.
Lola Irún
Cuando leía aquel poema pensaba siempre en Víctor, aunque él ya no
pudiera ni desde otro cuerpo, ni desde ningún otro lugar, rebelarse o
defenderse. Se había quedado dormida en el sofá con el libro caído en su
regazo. Despertó a la hora de comer, fue a la nevera y sacó del congelador
una de esas comidas precocinadas que sólo había que calentar en el
microondas. Se le hacía tarde para la sesión de psicoanálisis. Acabó de
comer y después de tomar café se arregló. Con el maquillaje daría un
aspecto más relajado a la cara porque las ojeras no habían marchado aún.
Se pintó los ojos de manera discreta, dio un poco de brillo a los labios y
acabó recogiéndose la melena en una cola. En el armario buscó un traje
que estuviera de acuerdo con su estado de ánimo, algo discreto. Bajó los
18. cinco pisos que separaban su casa del aparcamiento en ascensor y cogió el
coche para dirigirse a la consulta.
Al pulsar el timbre nadie abrió la puerta. Le pareció extraño, eran las
cuatro y media, la hora a la que había quedado. Sacó la PDA para
cerciorarse y se dio cuenta del error: tenía la visita una hora más tarde,
había olvidado que en la última sesión la cambiaron.
Cruzó la calle para entrar en un bar a tomar un cortado. En el pequeño
bar, con olor a aceite requemado, no había más que una señora gruesa y
entrada en años detrás de la barra. <<Siento no poder servirla está cerrado
aunque puede probar en la esquina, saliendo a la izquierda, ese local suele
estar abierto>>, le dijo.
Entró en el café, uno de esos que se habían puesto de moda hacía
algunos años en Barcelona con sucursales por todas partes: “El café de
Roma”, enfrente del hospital había uno igual. Una luz un tanto apagada para
una cafetería, pensó. Para hacer tiempo cogió uno de los diarios que estaba
colgado de un gancho en la pared. Ojeándolo encontró la noticia que les
había comentado la tarde anterior Joan Rius y se detuvo en ella. Se hablaba
de la reducción de plantilla en el Hospital junto a una posible sustitución en
la Gerencia. Seguía sin preocuparle, había formalizado su dimisión del
Comité de Personal, eso la liberaba de compromisos. Acabó de tomarse el
cortado y pagó para dirigirse de nuevo a la consulta del psicoanalista.
Llamó al timbre para que le abrieran la puerta del zaguán. Subió en
ascensor, uno de esos antiguos que aún quedaban en el barrio del
Ensanche, con puertas de madera, asiento y espejo que parecía transportar
19. a principios de siglo. Olía a perfume de hombre, como si alguien hubiera
aprovechado para darse el último toque delante del espejo. En la puerta la
esperaba el terapeuta que le estrechó la mano.
—¿Qué tal?
—Aparte de que he venido con una hora de antelación, bien.
—Interesante dato. Pase.
Leonor se estiró en el diván y empezaron por comentar el que hubiera
llegado una hora antes como un posible estado de ansiedad, aunque ella lo
negó, prefería creer que era pura desorientación causada por el tipo de vida
que llevaba. Quiso reconocer, eso sí, que su carácter se volvía cada vez
más agrio, que era muy selectiva a la hora de elegir amigos, de hecho, sólo
se relacionaba con María y poco más. Se estaba volviendo una adicta al
trabajo, lo que suponía, según ella, un mal signo, un declive imparable. El
analista le preguntó si no se había planteado un cambio de trabajo, aunque
fuera en el mismo hospital. Se sentía cómoda con lo que hacía, pero iba a
reflexionar al respecto, quizá se le ofrecieran nuevas oportunidades.
Era Víctor lo que seguía pesando sobre su manera de comportarse.
Intentaba superar su desaparición, pero sin querer, se encerraba más y más
en si misma. Él había estado siempre a su lado desde que eran muy
jóvenes. Ambos se apoyaban mutuamente. Fueron una pareja con altos y
bajos en la relación, como otra cualquiera, pero siempre hubo entre ellos
muchas cosas que los unían. El analista le sugirió buscar cosas diferentes
al trabajo, alguna actividad que le gustara y ocupase su tiempo libre, a la
20. vez que le permitía hacer nuevos amigos que la ayudarían a superar poco
a poco la pérdida de Víctor.
Al acabar la sesión no salió mucho mejor de lo que había entrado,
pero al menos quedaron pendientes unas cuantas preguntas a las que
debía encontrar respuesta con el tiempo.
Se encaminó hacia el aparcamiento en donde había dejado su Audi
A3 con el que condujo hasta la playa de San Sebastián. Eran los últimos
días de primavera, aún le quedaban un par de horas de luz solar que
aprovecharía dando un paseo. Aparcado el coche, se descalzó las botas y,
a paso lento se dirigió por la arena hacia la orilla del mar. Con los
pantalones remangados hasta la rodilla empezó a caminar por el agua, un
poco fría, pensó, sintiendo las olas golpear sus piernas. Le gustaba el olor a
mar, el movimiento y recurría a él cuando necesitaba pensar. Caminó
durante algo más de media hora, mientras lo hacía, recordaba la
conversación con el psicoanalista. Sin duda no era una cuestión laboral, en
su trabajo se sentía cómoda a pesar del cansancio, eran sus relaciones, los
amigos, a los que tanto había descuidado en los últimos meses.
Seguramente él tenía razón al respecto.
Llegó a casa a las ocho de la tarde y se dijo que aún le quedaba
tiempo para ir al gimnasio. Cogió la bolsa de deportes del armario de su
habitación, la abrió para comprobar que contenía todo el equipo y salió de
casa. En la recepción del gimnasio se encontró con una de las personas
con las que coincidía habitualmente.
—¡Leonor, cuánto tiempo sin verte! ¿Es que ya no vienes por aquí?
21. —Sí, cada día, a no ser que tenga guardia, ya sabes, pero he
cambiado la hora, vengo un poco antes. Hoy tenía unos recados que hacer
y por eso se me ha hecho tarde.
Antes de entrar en la sala de máquinas recogió un diario con el que
distraer su pedaleo en la bicicleta estática. Vio la noticia del congreso que
se celebraría en la Universidad Menéndez Pelayo de Valencia al que ella
tenía previsto asistir con Joan Rius. Para ser un congreso al que acudirían
1.600 expertos el diario dedicaba poco espacio. Lo que no tiene
trascendencia mediática no existe, esa es la cruda realidad, pensó.
Al levantar la cabeza del diario vio que se le acercaba Luís, un
compañero de hospital que siempre había mostrado interés por ella.
Cuando se saludaron con un par de besos Luís le recordó que tenían
pendiente una cena, así que debía encontrar un hueco. Prometió que lo
intentaría, pero estaba muy ocupada en el hospital y siempre salía tarde y
cansada. Quedaron en llamarse para buscar un fin de semana que le fuera
bien a los dos. Se marchó pensando en el encuentro con Luis por el que no
sentía interés, aunque le pareciera una buena persona.
Se había hecho de noche y, aunque el verano estaba próximo, por las
calles apenas se veía gente, así que al dejar el coche en el aparcamiento
decidió disfrutar de esa soledad que tanto le gustaba. Paseaba observando
las luces de las viviendas e imaginaba la vida que habría en cada una de
aquellas casas, la felices y las infelices, las de los cansados de compartir y
la de las parejas recién constituidas y regresó tras el pequeño paseo con el
22. ánimo algo recompuesto porque después de todo era capaz de imaginar
vidas mucho peores que la suya.
Al entrar en el piso, dejó junto a la puerta la bolsa de deporte que
había recogido del y se dirigió por el pasillo hacia la cocina para sacar del
congelador un preparado de verduras. No le gustaba cocinar, así que su
nevera siempre estaba provista de esos precocinados que compraba en el
supermercado por decenas. No era una alimentación idónea, lo sabía, pero
en el hospital procuraba compensarlo con menús equilibrados. Mientras se
calentaban las verduras en el microondas, puso música de Miles Davis y
preparó la mesa. Después de cenar, apagó la música y fue a lavarse los
dientes. Delante del espejo comprobó que sus ojeras, por fin, habían
desaparecido. Aunque era temprano, estaba cansada y se fue a dormir.
23. DOS
Llegaron al restaurante Attic por separado. En una mesa con vistas a
las Ramblas se sentaba María en animada charla con el maître. No había
mucha gente, cosa extraña tratándose de un viernes, que en aquel
restaurante significaba lleno seguro. Cuando llegó junto a su amiga se
saludaron con un par de besos.
—Siento haber llegado tarde, habrás visto cómo está el tráfico —dijo
Leonor.
—Yo he venido en metro, he pensado que luego me llevarás a casa,
cada vez me da más pereza conducir y como sé que a ti te encanta...
—Me encanta cuando voy por una carretera despejada, pero por estos
atascos que se organizan a veces en Barcelona no me gusta tanto.
—¿Os parece bien la mesa que os he reservado? —preguntó el
maître.
—Ah, sí, perdona Bruno, ni siquiera te he saludado. Sí, es un sitio
estupendo, como siempre.
Mientras esperaban que les sirvieran la cena hablaron del
desasosiego que reinaba entre el personal del Clínico por la reducción de
plantilla. Algunos habían empezado la búsqueda de un nuevo trabajo. <<Tal
vez esa sea una oportunidad para muchos>>, comentó Leonor. María no
coincidía con ella. Estaba preocupada, no era el mejor momento para
cambiar después de dieciséis años de experiencia. Además, con su
tratamiento de fecundidad asistida, ni a ella ni a Xavier le iban a hacer
24. mucha gracia las incertidumbres. No era la mejor manera de recibir a una
criatura, con una madre en paro. Ellas no tenían por qué preocuparse, dijo
Leonor, si había reducción, era lógico que empezaran por los que entraron
los últimos, no le inquietaba lo más mínimo.
Una camarera les sirvió los primeros platos.
—A lo nuestro. Cuéntame lo del sábado con ese kurdo
—propuso María con voz entusiasmada.
—No hay nada que contar, un buen revolcón y nada más, no fue
importante.
—¡Toda la semana esperando que me cuentes la historia y eso es todo
lo que se te ocurre! ¿Un buen revolcón? —preguntó María en tono burlón.
—Es que no fue más que eso, no sé quién es, ni su número de
teléfono, ni siquiera sé si vive aquí o en Pernambuco. Fue una buena
noche y ya está, de verdad, María, no vale la pena darle más vueltas.
Deberías preguntar cómo estoy, eso es lo importante —dijo Leonor con una
sonrisa forzada.
—Está bien, me estás llamando cotilla, lo entiendo. Que quiera saber
lo que ocurrió no es incompatible con que me preocupe por ti. A veces dices
las cosas como si no nos conociéramos.
Leonor se dio cuenta de lo desafortunado de su comentario y en un
intento por desviar la conversación se puso a hablar de la última sesión con
el psicoanalista en la que había surgido la necesidad de relacionarse más.
María estaba de acuerdo porque ella misma había insistido en ese punto sin
logar el menor éxito, así que al hilo de la conversación se le ocurrió
25. proponer un encuentro con su antiguo grupo de amigas con las que Leonor
había perdido el contacto. Recuperarlas podría ser positivo. <<Compartir los
problemas con los amigos siempre ayuda>>, dijo María.
—No estoy muy segura de eso.
—Yo creo que cuando alguien pasa un mal momento lo peor que
puede hacer es encerrarse en si mismo. No quiero pasarme de sincera,
pero tu actitud con la gente, los amigos, después de lo de Víctor, no ha sido
buena para ti.
Leonor quiso desviar de nuevo la conversación, porque le costaba
reconocer lo que su amiga decía y tampoco quería enzarzarse en una
discusión que no le apetecía. Así que, sin venir a cuento explicó el
encuentro con Luís y que seguía insistiendo en invitarla a cenar. María
quiso saber porqué seguía siendo tan exigente. <<Aún recuerdo lo que le
costó a Víctor conquistarte>>, le dijo.
—¡María, deja de una vez a Víctor en paz!
—Disculpa, no pretendía herirte. Reconozco que el comentario ha sido
desafortunado. Perdona.
—Perdóname tú, estoy demasiado irascible.
—No te preocupes.
—Por cierto ¿Cómo está Xavier?
—¿Xavier?
—Bueno, es que hace tiempo que no lo veo.
—Está en Munich, viajando mucho, como siempre, pero ya me he
acostumbrado.
26. —Tal vez por eso apenas os peleáis —ambas se rieron.
—¿Qué te parece si quedamos con nuestras amigas para ir a aquella
casa rural, a la que nos llevaste en Semana Santa del año pasado?
—¿Te refieres al Querol Vell, aquella del Berguedà?
—Sí, a esa.
—No quiero que pienses que no pongo de mi parte. Si te apetece,
organízalo.
—¿Qué tal dentro de dos fines de semana?
—No me va bien, voy a Valencia a ese congreso de parasitología, es
muy importante para mí. Vienen 1.600 expertos de todo el mundo y
presentamos una ponencia sobre malaria. Debo prepararme a conciencia.
—Ah, sí, algo me habías comentado y el otro día lo leí en la prensa,
parece interesante.
—Lo es. Voy con Joan Rius que está entusiasmado con la ponencia.
—Esperamos que pase el congreso y organizo lo del Querol Vell.
Buscaré un fin de semana en que Xavier y yo no coincidamos.
—De acuerdo.
En el restaurante quedaban pocos clientes. El maître se les acercó.
—¿Os apetece un chupito?
—No, gracias ya nos vamos ¿Nos podéis traer la cuenta, por favor?
—preguntó Leonor.
—¿Habéis cenado bien?
—Sí, como siempre.
27. —Hacía tiempo que no os veía por aquí, en cambio, vuestras amigas
suelen venir casi cada fin de semana, es raro que no hayáis coincidido.
—Mucho trabajo. Ya sabes que las guardias en el hospital caen donde
quieren y algunas en fin de semana —contemporizó María.
—Espero veros pronto. Buenas noches.
—Buenas noches.
María y Leonor se dirigieron Rambla arriba para ir a buscar el coche a
la Plaza de Cataluña. Aunque era relativamente tarde, las ramblas estaban
a rebosar, sin duda porque la temperatura era muy agradable. Era un
conglomerado de turistas, lenguas diferentes, gente que bajaba y subía, un
espectáculo digno de ser observado.
—¿Qué te parece si tomamos algo aquí en el Zurich antes de irnos?
—preguntó María.
—Me parece bien, la noche invita a quedarse un rato, no hace nada
de frío. Además, fíjate cómo está de animado, si parecen las ocho de la
tarde.
El Zurich seguía concentrando a una clientela muy diversa, muchos
turistas paraban allí por su cercanía a las Ramblas y la Plaza de Cataluña
puntos ineludibles en cualquier guía de Barcelona para visitantes. Se
sentaron en la terraza exterior. María retoma la conversación sobre el
encuentro con las amigas e insiste en lo importante que puede ser retomar
aquella amistad. Están en animada charla cuando de una mesa se levanta
una persona que se acerca a saludarlas.
28. —¡Hola! Os he estado observando un rato porque no sabía si erais
vosotras. ¡Cuanto tiempo!
—¡Hola, Toni! ¿Cómo te va? —dijo Leonor.
—Bastante bien, aprovechando los últimos días en Barcelona.
—¿Los últimos días en Barcelona?
—Me marcho a trabajar en un proyecto de cooperación al que
dedicaré un año. Hace tiempo que quería hacer una cosa así y ahora me ha
surgido la oportunidad. Estoy muy ilusionado.
—Nunca es tarde si la dicha es grande.
—Sí, ya sé que he hablado mucho sobre esa idea y nunca la he
llevado a cabo, pero ya veis, ahora sí.
—Espero que te vaya bien —comentó Leonor.
—Antes de irme quisiera salir un día a dar una vuelta contigo y
mantener una charla.
—No me parece una idea muy apropiada, para mí está todo en su
justo lugar, después de tanto tiempo no creo que valga la pena.
—Precisamente porque el tiempo ha debido poner muchas cosas en
su sitio necesito hablar contigo antes de irme. Éste encuentro me ha venido
bien porque iba a llamarte por teléfono
—Está bien, llámame la semana que viene y quedamos —dijo a
regañadientes.
—¿Tu número de móvil sigue siendo el mismo?
—No, te anoto el nuevo.
Leonor cogió una servilleta de papel y escribió su número.
29. —Te llamo. Me alegro de haberos visto. Hasta luego.
—Adiós —dijeron al unísono.
María hizo saber a Leonor que le parecía bien que hubiera aceptado
la invitación de Toni. La hizo pensar en cómo había sufrido Toni la pérdida
del que fuera su mejor amigo y por qué no podía ser aquel un buen
momento para reconducir una amistad rota por malos entendidos. Leonor
no quiso añadir ningún comentario. Se limitó a mirar el reloj e indicar que
era hora de marchar.
30. TRES
Rius no pudo asistir al Congreso con Leonor que hubo de hacerse
cargo de la presentación de la ponencia que habían preparado
minuciosamente sobre los trabajos del equipo que en Manhiça,
Mozambique experimentaba una vacuna contra la malaria.
Leonor esperaba que le dieran habitación en la abarrotada recepción
del hotel Sidi Saler en donde se alojaba la organización y los ponentes del
congreso internacional de enfermedades infecciosas y bioterrorismo. A su
lado estaba Jean Carneveau, coordinador de la Organización Mundial de la
Salud.
—¿Qué tal doctora Ayala?
—Muy bien doctor Carneveau. Es un gran honor poder compartir con
usted una de las mesas de este congreso.
—No, por favor, el honor es mío. Los estudios del equipo de Salud
Internacional de su hospital sobre la malaria en África me parecen muy
interesantes. Esa vacuna que ustedes experimentan puede ser un gran
avance.
—Aquí tiene su llave, doctora Ayala, habitación 404. Un botones le
subirá enseguida el equipaje. El ascensor que lleva a la habitación lo
encontrará en el pasillo que hay a su izquierda. Que tenga una feliz
estancia —dijo el recepcionista.
31. —Muchas gracias. Bien, doctor Carneveau, supongo que nos iremos
viendo y tendremos oportunidad de charlar un rato. Le explicaré nuestra
experiencia en Mozambique de manera particular dado su interés.
—¡Cómo no! Estaré encantado. Me interesa lo que los doctores Rius,
Osnola y su equipo están haciendo desde el Clínico de Barcelona.
—Nos vemos entonces. Hasta luego.
A la mañana siguiente empezaba el Congreso. Varios autocares
recogieron a los congresistas en el hotel para llevarlos al campus de
Burjassot en donde la Universidad organizaba el encuentro de
parasitólogos.
Leonor compartió ponencia con algunos de los más reputados
expertos en malaria venidos de África, había coincidido con algunos de ellos
cuando estuvo en Mozambique y posteriormente en Tanzania.
Si los otros ponentes hablaron de la trágica realidad con la que se
encontraban cada día, los cientos de caídos por enfermedades infecciosas,
Leonor partió de la tragedia para poner un punto de esperanza en el
combate contra la malaria. Desmenuzó de manera prolija el proceso de
investigación del equipo liderado por Osnola y Rius, los pequeños avances,
pero importantes, con una vacuna contra ese mal de muchos países del
mundo, vacuna que se había mostrado eficaz en un 30% de los casos, un
avance considerable si se tenía en cuenta que hasta la puesta en práctica
de su vacuna se partía prácticamente de cero. No olvidó solicitar la
concurrencia de los organismos internacionales como la OMS para que
32. actuaran de conciencia sensibilizadora ante las grandes potencias
farmacéuticas, más sensibles al rendimiento económico que a salvaguardar
la salud de los desheredados del mundo.
Al término de la mesa redonda fue e felicitada por muchos de los
asistentes al Congreso. Ella les agradecía su amabilidad con la mejor de
sus sonrisas. Era cierto que se lo había preparado a conciencia y que
contaba con una amplia experiencia en países africanos, pero se sentía un
poco abrumada ante tanto reconocimiento. En el fondo, creía ser una
privilegiada frente a los demás que vivían sus experiencias en continuo
contacto con la dura realidad que afectaba a millones de personas en el
mundo. Ella podía volver a Barcelona después de pisar territorio africano y
eso era una gran diferencia frente a aquellos médicos que siempre estaban
en contacto con aquella dura realidad.
En la comida que siguió a la mesa redonda coincidió con un
responsable de la OMS, que durante la sobremesa le sugirió la posibilidad
de trabajar para dicho organismo. Leonor estaba agradecida por la
propuesta, pero declinó la oferta sin pensárselo, sin dar oportunidad a su
interlocutor de explicarse. No entraba en sus cálculos abandonar Barcelona.
El Congreso fue un éxito en cuanto a intercambio de experiencias,
pero reinaba el pesimismo entre los asistentes, incapaces de encontrar
fórmulas que ayudaran a paliar muchas de las enfermedades que
diezmaban la población del tercer mundo. “¿Por qué la globalización que
tanto hacía por la economía de los países ricos no podía funcionar para
encontrar soluciones a los problemas del tercer mundo?”, se preguntaba
33. Leonor que a pesar del éxito de su ponencia veía el futuro con bastante
desazón.
No obstante, salió del Congreso con la autoestima recargada. Bien
sabía que su ponencia no era el producto del trabajo de una sola persona,
sino de un equipo, pero había tenido el honor, porque así lo sentía, de
presentar al mundo los logros de aquellas personas que habían trabajado
en el proyecto de manera esforzada y que se empezaban a ver
recompensados por unos resultados que mejorarían la vida de millones de
personas.
Con el mismo orgullo recordó a sus padres, aquella pareja de jóvenes
maestros que había partido de un municipio de siete mil habitantes de la
huerta murciana con una niña de cuatro años a la que querían ofrecerle las
mejores oportunidades del mundo. Una pareja que se instaló en Barcelona
sin conocer a nadie y que se mantuvo siempre alerta a los progresos que su
única hija experimentaba día a día en los quehaceres escolares, celebrando
cada buena nota con tanta alegría y orgullo que ella se sentía compensada
por el esfuerzo.
Y cómo olvidar a Víctor, lo orgulloso que se hubiera sentido de ella. Él,
que tomó el testigo de sus padres y fue el mayor apoyo en la incansable
carrera de obstáculos de una complicada carrera de medicina, el
compañero que la ayudaba a perseverar y mantenerse en pie cuando las
cosas se complicaban.
Se iba de allí satisfecha por no haber defraudado a ninguno de ellos, a
sus padres, a Víctor y al equipo del Clínico.
34. CUATRO
Leonor y Toni supieron vencer sus reticencias y quedaron una tarde
soleada en la que las calles estaban llenas de gente. Ella llegó antes y lo
esperaba sentada en un banco junto a una fuente en la que unos niños
jugaban con el agua contagiándole sus divertidas risas. Al instante vio
aparecer a lo lejos a Toni entre un grupo de turistas. Lo distinguió por su
cabello negro rizado y aquella manera de caminar tan peculiar, como dando
saltitos, que lo caracterizaba. Llevaba puesta un jersey gris de cremallera
que Víctor y ella le regalaron en un cumpleaños.
—¿Te he hecho esperar mucho?
—No, acabo de llegar.
—Gracias por aceptar mi invitación.
—No hay de qué, he venido porque le he dado muchas vueltas a
cómo empecé a distanciarme de ti y he llegado a la conclusión de que
durante todo este tiempo mi actitud no ha sido correcta. A veces hacemos
las cosas creyendo que vamos por buen camino y el tiempo nos quita la
razón.
—Vamos a dar un paseo mientras charlamos ¿Te parece?
—Buena idea.
—El encuentro casual del otro día me pareció una suerte. Quería
llamarte hace meses, pero no encontraba un estado de ánimo o el momento
oportuno para hacerlo.
35. —Sí, algo parecido me ha ocurrido a mí. He obrado mal en todo este
asunto. Hasta ahora pensaba que si te mantenía lejos podría olvidar el
sufrimiento que aún me produce la desaparición de Víctor. Grave error el
mío, cuando, sin duda, hubieras podido ayudarme, o mejor, nos hubiéramos
ayudado mutuamente a pasar ese trago.
—Tal vez yo tenga parte de culpa, debería haber forzado el encuentro.
Durante este tiempo he pensado muchas veces en cómo debías estar, me
preguntaba si te era fácil o difícil continuar la vida sin él.
—Me sigue costando hablar de ello, aunque es posible que haya
llegado el momento.
—Creo que guardar lo que uno siente sin compartirlo no es
beneficioso, pero estoy dispuesto a respetar tus deseos y que hablemos de
eso sin prisas, poco a poco.
—Creo que necesito más tiempo, de momento es bueno que vayamos
engrasando nuestra deteriorada amistad. Llegará un punto en que podamos
hablar con mayor serenidad.
—Puede que tengas razón.
—¿Por qué no me cuentas ya lo de tu viaje? –dijo Leonor para desviar
la conversación.
—Me voy a hacer de maestro a Brasil.
—¿A Brasil? ¿Pero, por qué tan lejos?
—Es una gran oportunidad poder colaborar con gente que lo necesita,
un reto, a la vez que una experiencia interesante.
—Para algo te va a servir que tu madre sea portuguesa.
36. —¡Mujer, dicho así!
—Me refiero a que saber portugués en Brasil es bastante útil. Cuenta
¿Qué se te ha perdido allí?
—Debes haber oído algo sobre que el Gobierno de Brasil está
llevando a cabo de manera prioritaria un programa sobre sanidad y
educación. Necesitan gente y me he ofrecido a hacer lo que sé: enseñar.
Sabes que siempre he querido participar en alguna experiencia de
colaboración y ésta es muy interesante.
—Sí, puede ser muy interesante ¿Y vas sólo?
—No, en septiembre me uno a dos médicos franceses y otro maestro
portugués para ir hacia allá.
—¡Ah! Pensaba que te ibas ya.
—Antes debo acabar el curso en junio, un par de meses de
vacaciones, que me van a hacer falta, y a mediados de septiembre
partiremos hacia Manaos.
—¿A la capital de la Amazonia brasileña?
—Sí, allí mismo.
—¿Y por cuánto tiempo dices que te vas?
—Un año, más o menos. Estoy arreglando los papeles para no tener
ningún problema a la vuelta y conservar mi lugar de trabajo. Pediré una
excedencia, ya tengo casi todo listo.
—¿Lo ves? Debe estar escrito en algún sitio que nuestra amistad no
puede ser fluida.
—¿Por qué?
37. —Lo veo difícil, hay miles de kilómetros de distancia.
—Existen las cartas, el correo electrónico....
—Ya, pero no creo que una relación epistolar tenga mucho futuro, es
algo muy frío.
—Me quedan algo más de dos meses para marchar y además voy a
volver, no me quedo allí para siempre. Me gustaría recuperar parte del
tiempo perdido.
— Ya hemos abierto la puerta de nuevo. Es cuestión de que los dos
pongamos de nuestra parte.
Toni se quedó mirándola como si estuviera pensando lo que iba a
decir. Ella se fijó en aquellos ojos casi negros que siempre le parecieron de
mirada sincera.
—Sí, lo has dicho antes, pero quiero que entre el aire por esa puerta.
Deberíamos vernos más a menudo.
—¿A qué te refieres?
—A que creo que es un lujo que no nos podemos permitir, ese de ir
perdiendo amistades por el camino. Estoy seguro de que si abrimos de
nuevo ese camino podremos seguir compartiendo muchos momentos.
—Estoy de acuerdo en que perder amistades es un lujo, pero las
cosas son así a veces.
—Las cosas son así si no ponemos nada de nuestra parte.
—Está bien, Toni. Ya he reconocido antes que no adopté la mejor de
las posturas respecto a ti.
—Tienes razón, ya lo hemos comentado antes.
38. —Deberíamos irnos, se está haciendo un poco tarde, esta noche
tengo guardia.
—De acuerdo. Te llamo otro día para cenar, si te parece, así
hablaremos con más tranquilidad.
Leonor se había sentido incómoda antes del encuentro porque era
consciente de haber sido la causante de la ruptura en la relación. Ahora se
daba cuenta de que el encuentro había sido una buena idea de Toni. Hablar
con él, aunque hubiera sido un breve instante, no resultó tan mal como ella
preveía.
Se había alejado del mejor amigo de su marido porque no dejaba de
asociarlo a la pérdida. Pensó que haciendo desaparecer a Toni lograría
sobrellevar el dolor. Ahora reconocía que su actitud sólo la llevó a perder a
un verdadero amigo.
39. CINCO
Era un día soleado de final de primavera con una fuerte luz
mediterránea. Leonor conducía a gran velocidad por la carretera estrecha
que llevaba hasta El Querol Vell, la casa de turismo rural que habían
alquilado para pasar el fin de semana todas las amigas. Sonaba un CD de
John Coltraine a volumen muy alto. María se limitaba a ver el paisaje. A
Leonor no le gustaba hablar mientras conducía y ella era muy respetuosa
con eso. Además no quería distraerla porque iba demasiado deprisa.
—Sabes que han colocado radares por todas las carreteras, deberías
ir un poco más despacio.
Leonor le hizo un gesto con la mano para indicarle que callara. Al
llegar al pantano de La Baells paró el coche.
—Me apetece pasear un rato por aquí —sugirió Leonor.
—Te espero sentada en el coche, he dormido poco esta noche y estoy
cansada.
Leonor exhaló aire profundamente para cargarse de energía e inició el
paseo. Las motas verdes de los brotes primaverales en las ramas daban un
color alegre al paisaje. La vegetación se asomaba al agua del pantano para
reflejarse en ella. La lluvia caída había dejado un rastro de olores intensos.
Durante el paseo pensaba en el encuentro con sus amigas las que hacía
casi un año que no veía. La idea de María para recuperarlas tal vez fuera
acertada, una buena oportunidad aunque aquel intento de recomponer la
amistad perdida no era fácil.
40. Estuvo caminando un rato largo. Era una de sus pasiones: el contacto
con la naturaleza, un medio en el que se desenvolvía bien, una afición que
había cultivado desde pequeña; solía dar largos paseos por la rivera del río
Segura con su padre cuando volvían a Ceutí, el pueblo de la familia. Víctor y
ella también solían hacer caminatas por el parque de Collserola, sobre todo
durante los domingos de primavera y otoño en los que daban aquellos
largos paseos. Mientras paseaba, recordó un día caluroso de primavera en
el que los dos empezaron besándose apasionadamente y acabaron
haciendo el amor entre unos matorrales. A él le divertía el riesgo de ser
descubiertos. Con ese pensamiento volvió hasta el coche en donde María la
esperaba dormida.
—Vayámonos, ya quedan pocos kilómetros.
—¡Qué susto! Me había quedado dormida.
Mientras conducía se le ocurrió explicarle a María la oferta que le
había hecho el responsable de la OMS cuando el congreso de Valencia. Era
una buena oferta pero la disuadía el tener que abandonar Barcelona y
porque estaba contenta con su trabajo. Su amiga también la consideró una
buena oferta, pero le dijo que nadie mejor que ella sabía si le iba a
compensar el cambio, o si estaba dispuesta a renunciar a lo que ya tenía.
“Tómate un tiempo para pensarlo”, le dijo.
—Te lo he comentado por hablar de algo, en realidad ya he resuelto
que no me interesa, pero me ha costado tomar la decisión. No sé si habré
perdido la oportunidad de mi vida.
41. Eran las once de la mañana cuando llegaron al Querol Vell. El dueño,
Manel, salió a recibirlas. Las recordaba de la otra vez que habían estado;
congeniaron mucho con él y su mujer e incluso les estuvieron ayudando en
algunas labores del huerto.
—Sois las primeras en llegar. Bienvenidas.
—¡Fantástico! Podremos elegir habitación —propuso María.
Leonor era capaz de acomodarse en cualquier lugar, pero quería una
habitación individual. Le gustaba reservarse momentos del día para estar
sola. Aquellas largas charlas en la cama antes de dormir no le habían
gustado ni cuando era pequeña en las salidas que organizaba el Instituto.
—Vamos a bajar las cosas del coche y aprovechamos para ir
colocándolas en el armario mientras llegan —dijo Leonor.
—Me parece buena idea.
—Si venís después por la cocina, os preparo un zumo de naranja.
—Estupendo, un zumo natural a media mañana es una gran idea.
Se oyó el ruido de un motor, a los pocos segundos apareció el coche
de Lorena, que iba al volante, con Irene y Ana. Las tres bajaron muy
sonrientes del coche y se dirigieron a saludar a las otras.
—¡Menos mal que hemos llegado! Nos habíamos perdido y hemos
dado más vueltas que una peonza, no me aclaraba con las carreteras.
—Llegáis justo a tiempo, me disponía a preparar un zumo de naranja
¿Os apetece?
—¡Claro!, ¡Estupendo!
42. Las tres se comportaban como si la relación no se hubiera roto tiempo
atrás, así habían quedado con María y así lo hacían.
—Nosotras íbamos a colocar las cosas —les comunicó Leonor.
—Es buena idea, luego tendremos todo el tiempo libre.
Entraron en la casa y se distribuyeron las habitaciones: María con
Ana, Irene con Lorena y Leonor sola, como de costumbre. Después de
colocar sus cosas en los armarios se dirigieron a la cocina donde Manel
preparaba los zumos.
—Esto ya casi está —dijo el casero acabando de exprimir la última
naranja—. Aquí tenéis el azúcar, por si os apetece.
—¿Y tu mujer, Manel? —preguntó María.
—Pepa ha ido a Berga, a una visita médica, no creo que tarde.
—¿Se encuentra mal? Porque por médicos no será, aquí somos tres.
—No, no, es una visita rutinaria al ginecólogo. Cosas de mujeres, ya
sabéis.
—Necesito estar sola un rato y disfrutar del paisaje. Vuelvo a la hora
de comer ¿Lo entendéis, verdad?—dijo Leonor.
No lo entendían, pero nadie dijo nada.
—Comeremos sobre las dos —le recordó María.
Las cuatro amigas se sentaron en el mirador desde el que se veían las
montañas que rodeaban la casa. Hacía un poco de fresco, pero prefirieron
abrigarse y disfrutar de la vista de las montañas. María aprovechó la
ausencia de Leonor para explicar cómo la veía y el porqué de la reunión.
43. —Es que se pasa el día diciendo que quiere cambiar de rumbo, pero
lo peor es que no sabe por dónde tirar. Está un poco descentrada, aunque
la veo algo mejor últimamente. El otro día quedó a dar una vuelta con Toni.
—¿Con Toni? Pero si hacía meses que no se hablaban
—comentó Ana.
—Tampoco se relacionaba con nosotras —dijo Irene.
—¿Y cómo le fue con él? —preguntó Lorena.
—Creo que bien, pero hablaron más del futuro de Toni que de otra
cosa. ¿Sabéis que se va a Brasil?
—¿Y qué va a hacer tan lejos? —preguntó Ana con interés.
—Va a incorporarse a un programa de cooperación del gobierno
brasileño. Hará de maestro, que es lo suyo, a una zona de la Amazonia
—Por fin va a realizar su sueño. Lo que están haciendo en Brasil me
parece muy interesante. Veremos si los dejan —comentó Lorena—. Si no
fuera porque tengo marido e hijos, hasta yo me iría, me parece una
experiencia digna de vivir y ¡En la Amazonia!
—¡Bueno, ya salió la otra aventurera del grupo! —exclamó Ana
riéndose.
—¿No digáis que no parece interesante?
—Yo soy incapaz de una aventura así, lo reconozco —dijo Ana.
—Volviendo a Leonor. Este fin de semana tenemos que recuperar
nuestras reuniones, nuestros encuentros, estoy convencida que así se
sentirá más centrada en todo. Necesita salir de una vez por todas de esa
espiral de soledad y ensimismamiento.
44. —Por nosotras no va a quedar María. Estamos aquí, eso es prueba de
nuestra buena voluntad. Pero no la veo muy receptiva —dijo Irene.
—Contigo es difícil que lo esté. Aún no entiendo ni cómo te habla,
después del lío que tuviste con Víctor —le recordó Lorena.
—Pero si sólo fue algo circunstancial, y si llego a saber el mal rollo,
me lo hubiera ahorrado. En su día le pedí perdón.
—Yo te hubiera arañado la cara —insistió Lorena—. No estuvo bien
aprovecharte de un mal momento entre los dos. Todas las parejas pasan
horas bajas, pero tú parecía que estuvieras al acecho para caer sobre
Víctor.
—¡Si vais a seguir con eso yo me largo!
—Sí, vamos a dejarlo.
—¿Sigue dando vueltas a su culpabilidad con respecto a lo de Víctor?
—preguntó Lorena.
—Sí, pero no permite sacar el tema, así que mejor pasar página.
Llegó la hora de comer. Pepa les había preparado una exquisita
menestra de verduras cogidas de su propio huerto y unas pechugas de pollo
rebozadas. Mientras comían, contaban anécdotas, cosas de los hijos -María
y Leonor eran las únicas que no los tenían-, de sus trabajos.
—¡Leonor os tiene que explicar una historia que tuvo con un kurdo! —
exclamó María riéndose.
—¡Ya salió lo del kurdo! Eres una indiscreta.
—¡Un kurdo! ¡Cuanta interculturalidad! —dijo Ana.
— Ya os lo contaré en otro momento, es una historia un poco sórdida.
45. —¡Qué seca! —exclamó Ana sin que apenas se la oyera.
—Por fin me podré enterar de lo que pasó, porque lo único que me ha
dicho es que fue un buen revolcón y nada más, si es que al final se decide a
contarlo, claro.
—¡Ah! ¿Pero va de revolcones? —preguntó Irene con voz inocente.
Las otras rieron. Como siempre, Irene parecía que no se enteraba de
nada. Leonor no tenía ganas de seguir con el asunto del kurdo, con la
excusa de que le apetecía leer un rato desapareció. Las demás comentaron
que seguramente no había sido buena idea reunirse de nuevo, el objetivo
del reencuentro, la recomposición del grupo, no iba por buen camino.
Todas, menos María, creían ver en Leonor a una persona distante y distinta,
nada que reprochar si había decidido romper con todo lo anterior. <<Las
personas van cambiando de amigos a lo largo de la vida y no por eso
debemos rasgarnos las vestiduras>>, comentó una de ellas . Lo más
prudente sería pasárselo lo mejor posible, disfrutar del paisaje y la
tranquilidad del lugar y dejar transcurrir aquel fin de semana con la mayor
armonía posible. Si finalmente lograban conectar de nuevo con ella, mejor
que mejor, pero tampoco estaban dispuestas a amargarse el fin de semana.
Cuando se acabaron las horas de su escapada a la montaña las
cosas estaban como el primer día: Leonor apartada del grupo paseando o
leyendo y las demás quejándose de lo desafortunado del encuentro. Ellas
ya se habían hecho a la idea de no contar con Leonor como amiga y aquello
no había servido más que para constatarlo. María se sintió culpable y no
46. hacía más que pedir disculpas y se despidió de ellas agradeciéndoles el
esfuerzo.
En el camino de vuelta a Barcelona María y Leonor mantuvieron un
diálogo tenso.
—Sabía que no funcionaría, pero no quise contradecirte —dijo Leonor
—. Además, la pánfila de Irene, no la soporto ¿Cómo tiene el rostro de
venir?
—¡Ya! Y has tenido que estar todo el tiempo a tu aire, sin apenas
cruzar palabra, para demostrar no sé qué. No puedes imaginar el esfuerzo
que han hecho para intentar la reparación de esta situación absurda.
—Lo siento, no me apetecía hacer teatro.
—Ni siquiera se te ha ocurrido pensar en mi papel. No te puedes
hacer ni idea de lo mal que lo he pasado.
—Fuiste tu la que te empeñaste en ir al Querol, no yo.
—A veces puedes ser muy cruel. Tomo nota de tu actitud, no te
preocupes, no pienso molestarte más. Si te quedas sola será tu problema.
Es como si hubieras decidido dar un portazo al mundo que te rodea.
—María, no te pongas así....
—Déjalo ya, Leonor, déjalo. Si quieres mantenerte en tu torre de
cristal, hazlo, pero todo tiene un límite. Nadie tiene ninguna obligación
contigo. Ellas han venido con la mejor voluntad y tú se lo agradeces
pasando olímpicamente. A veces me pregunto qué coño hago yo a tu lado.
—María…
47. —Ya está, no quiero que me digas nada más en este momento.
Reflexiona y cuando lo hagas hablamos.
Leonor dejó a María en su casa y no se dieron dos besos, como era
costumbre, ni siquiera se despidieron. María se limitó a recoger su equipaje
y cerrar la puerta.
48. SEIS
En su visita al psicoanalista, Leonor le cuenta el reencuentro con las
amigas: una mala experiencia. Considera que no estuvieron a su lado
cuando pasó los peores momentos y prefiere prescindir de ellas. No se vio
con ganas de recuperar una amistad y menos con Irene por en medio, para
ella era algo zanjado.
El enfado con María, eso le pesaba. Ella sí demostró estar en todo
momento a su lado, en los buenos y en los malos ratos.
—Es usted la que dirige el rumbo de su vida. No tiene por qué seguir
con ellas si así lo ha decidido, aunque siempre es bueno meditar lo que uno
va a hacer, por si luego no hay vuelta atrás y se arrepiente. Sopese porqué
cree que ellas no estuvieron cuando más las necesitaba ¿las cree
culpables? ¿Qué actitud tuvo usted con ellas?
—No quiero perder más tiempo en ese asunto. El error fue hacerle
caso a María, lo hice por la buena voluntad que ella ponía. Al final,
acabamos enfadadas. No nos vemos hace unos cuantos días.
—¿No pretenderá usted quedarse sin amigos, verdad?
—No, no quiero perder a María. Creo que los amigos de verdad
pueden enfadarse en un determinado momento, pero siempre se puede
recomponer algo así. La llamaré para reconocer mi parte de culpa o
simplemente para hablar.
49. A lo largo de la conversación hicieron referencia al encuentro con Toni
del que Leonor se sentía satisfecha porque le había permitido otra mirada
diferente sobre una relación que ahora estaba convencida de que no debía
haber roto en ningún momento. Comentó con entusiasmo lo que iba a hacer
él en y que ella, de haber tenido otras circunstancias hubiera querido
participar en una experiencia tan interesante como aquella.
—¿Es lo único que tiene que contarme de ese encuentro?
—Fue muy breve. No quise alargarlo porque después de tanto tiempo
tenía miedo de ser recriminada por mi actitud hacia él.
—¿Cuándo va a hacerse cargo de sus contradicciones? Se siente una
persona en el crepúsculo, según sus propias palabras, pero no veo que
ponga los medios para que las cosas cambien.
Leonor se quedó callada. No sabía qué responder.
—¿No me responde?
—Es que desconozco la respuesta.
—Piénselo. Si existe una duda, hay que resolverla.
—La duda me la acaba de plantear usted, yo simplemente he hecho
un comentario, aunque quizás tenga razón.
—Tal vez debería marcharme de Barcelona, todo está demasiado
ligado a mis recuerdos.
—¿Por qué no? Lo importante es buscar una salida a ese atolladero
en el que se encuentra.
—Perdería usted una buena clienta —dijo Leonor sonriendo.
50. —Si tengo que ir a pedir limosna, ya lo haré. Por esa razón
estaríamos salvados. Le he dicho en muchas ocasiones que usted, y sólo
usted, decide su futuro, recuérdelo.
—Es cierto que me supone un esfuerzo continuar aquí. Todo me
recuerda a Víctor, lo hemos comentado en muchas ocasiones. Ese sería un
buen motivo para marchar y desconectar. Empezar un nuevo proyecto que
me renueve y me de otra perspectiva de la vida, pero no sé si cambiando de
ciudad lo lograría. Pensaré en lo que hemos hablado.
51. SIETE
Leonor había ido a correr muy temprano por el parque cercano a su
casa porque a esas horas no había nadie y le gustaba disfrutar de las calles
desiertas mientras los demás aprovechaban sus últimos minutos de
descanso. Se levantó de buen humor y pensó aprovechar el ejercicio para
meditar su conversación del día anterior con el psicoanalista. El día diez de
diciembre cumpliría treinta y nueve años, tal vez fuera un buen momento.
Esa edad podría ser perfectamente la mitad de su existencia. No tenía nada
que perder si se marchaba. Sería un ejercicio muy interesante para añadir al
libro de su vida. No sabía si aceptar finalmente la oferta de la OMS, hasta
se le pasó por la cabeza marcharse con el grupo de Toni. Nunca le asustó
la aventura, incluso podría ser gratificante pasar un tiempo en la Amazonia.
Había pasado temporadas en África por qué no en la selva.
Al llegar a casa, delante del espejo, se preguntaba si no se había
abandonado demasiado a los designios del destino. <<El destino nos viene
dado, pero podríamos cambiarlo si fuéramos capaces de hacer algo para
que las cosas fueran mal>>, se dijo.
Pensó también en que debía disculparse con María. Ella era un punto de
apoyo importante que no podía dejar perder así como así.
Llegó al hospital y se encontró casualmente con ella.
—¡Hola! Tengo que hablar contigo, cuando tengas un momento, debo
pedirte disculpas.
52. —No te preocupes, no hay por qué pedir disculpas. A estas alturas no
creerás que estoy ofendida. Te conozco lo suficiente como para saber que
la sangre no llega al río.
—¿Tomamos luego un café?
—Claro. Por cierto ¿Dónde vas tan guapa? ¿Has hecho un ligue sin
avisarme?
—No, que va. Me sentía bien y he decidido ponerme ropa de colores
vivos. En la cafetería a las diez.
—De acuerdo.
Leonor se dirigió al despacho del doctor Rius. Quería comentarle qué
le parecía la posibilidad de ir a Brasil. Él sería un buen consejero, no en
vano era un país que conocía bastante bien y en el que tenía contactos;
incluso vivió allí un año entero hacía relativamente poco.
No estaba en su despacho. Una enfermera le recordó que no vendría
porque tenía una reunión con la Consejera de Sanidad y el equipo directivo
del hospital. Deja recado de que quiere hablar con él cuando le sea posible,
se marcha a pasar visita a sus pacientes
Por el pasillo encuentra a un paciente al que había dado el alta hacía
pocos días, un marinero gallego al que había cogido cierto cariño.
—Buenos días, doctora Ayala, venía a traerle este pequeño detalle.
—No tenía por qué molestarse —le agradeció con una amplia sonrisa.
—No es ninguna molestia, es una simple caja de bombones. Ha sido
usted tan amable conmigo.
—De acuerdo, muchas gracias.
53. —Mañana vuelvo a Namibia, a la fábrica de Pescanova, así que
aprovecho también para despedirme.
—¿No dijo usted que no volvería a África?
—Ya, pero he trabajado tanto tiempo allí, que lo echo de menos, no
me acostumbro a estar aquí. Además, tengo un buen grupo de amigos a
los que encuentro a faltar. Al final, es verdad aquello que dicen en mi tierra:
el hombre no es de donde nace sino de donde pace.
—No está mal ese dicho. Espero que le vaya bien y no nos tengamos
que volver a ver por culpa de la malaria. Le deseo mucha suerte.
—Muchas gracias por sus atenciones doctora Ayala.
—Repito lo dicho, que le vaya bien por aquellas tierras. Y gracias por
los bombones.
Era la primera vez que aceptaba un regalo de un paciente y al
recibirlo se sintió reconfortada, después de todo no era tan grave aceptar
esos pequeños obsequios que la gente hacía con buena voluntad, pensó.
Después de pasar visita a unos cuantos pacientes Leonor se dirigió a
la cafetería para encontrarse con María. Había mucho bullicio, era la hora
en que se concentraba más personal para tomar el café de media mañana y
todas las mesas estaban ocupadas.. En una de ellas estaba Luís que le hizo
señas para que se sentara. Le agradeció el gesto, pero dijo que esperaba a
su amiga con quien debía hablar un asunto privado. Aceptando la excusa
Luis le recordó que tenían una cena pendiente y ella aceptó la oferta sin la
habitual reticencia. Le pareció una buena idea para aclarar aquel asunto y
zanjar de esa manera su insistencia. Al poco quedaron un par de sillas
54. libres junto a una pequeña mesa con dos sillas que Leonor ocupó tras
despedirse.
Cuando María llegó Leonor empezó por pedirle disculpas por la actitud
en la casa rural. Veía a las otras amigas demasiado superficiales,
encerradas en ellas mismas, en sus modelitos, en sus ligues y en ir a
pasear el palmito por los sitios de moda. Las encontraba frívolas y no tenía
ganas de compartir nada con gente así. María le reprochó que tuviera esa
visión tan distorsionada y pobre de ellas. Habían sido amigas durante
mucho tiempo y era la primera vez que oía esos comentarios tan
desafortunados. Exageraba, eran excusas sin ton ni son. No coincidía con
ella en ninguna de esas apreciaciones, pero no estaba dispuesta a perder ni
un minuto para ir en contra de esa opinión tan poco acertada, lo que
importaba era poner cordura y paz en su relación.
Leonor, que tampoco pretendía extenderse, le explicó que había quedado a
cenar con Luis el próximo jueves. <<Luis es una persona estupenda para ti,
siempre ha mostrado interés>>, dijo María. Leonor dejó de nuevo claro que
no le atraía más que como un buen amigo y que si había decidido ir era
para dejarle las cosas claras en ese sentido.
—En realidad, quería hablar contigo para explicarte que le estoy
dando vueltas a un asunto.
—A ver ¿Qué asusto es ese? Porque eres imprevisible.
—Lo he pensado mucho y, aunque la decisión no es firme, cada vez
estoy más convencida: quiero marcharme a Brasil.
55. —¿De vacaciones? ¡Guau, qué chulo! La samba, la playa, los
brasileños.....
—¡No, no! A trabajar.
—¿A trabajar? ¿Y qué se te ha perdido allí? ¿Te parece poco el
trabajo que tienes aquí?
—El trabajo de aquí me gusta, pero necesito cambiar de aires, hacer
cosas distintas. Sería sólo por un año o algo así, después volvería. Es
cuestión de pedir una excedencia.
—Claro. Y para renovarte no se te ocurre otra cosa que irte a trabajar
a miles de kilómetros. O sea, que no vas por algo altruista, sino por pura
renovación —comentó con sorna.
—¡María, no me creas tan egoísta! Me parece muy interesante lo que
el gobierno de Brasil propone, había oído algo sobre ello, pero el otro día
cuando hablé con Toni y me lo explicó con más detalle me pareció una
buena idea.
—Yo creo que a tu edad no se pueden hacer ese tipo de cosas.
—¿Acaso me ves vieja sólo porque tengo tres años más que tu?
—Al margen de la edad, no es un buen momento. En el hospital van a
reducir personal, habrá cambios, no creo que sea oportuno.
—Mejor, si pido una excedencia no podrán echarme.
—No, echarte no, pero cuando vuelvas igual te dicen que no hay sitio.
—No me preocupa lo más mínimo. Ya encontraré qué hacer.
—Son las diez y media —dijo María mirando al reloj que había en la
pared— deberíamos irnos.
56. —Ya seguiremos hablando, aún me quedan un par de meses para
pensarlo y tomar una decisión en firme. Quedamos el fin de semana, si
quieres.
—De acuerdo, nos llamamos, pero yo que tú, desistiría de esa idea.
No la veo muy acertada.
57. OCHO
Leonor se había puesto un vestido verde oliva satinado, el corte al
bies hacía que se ajustara a su esbelta figura. Los tirantes finos y un escote
desbocado dejaban al descubierto unos hombros bien formados. Se dio un
poco de sombra marrón que resaltaba el color miel de sus almendrados
ojos. Se puso perfume detrás de las orejas y en las muñecas. De entre los
zapatos eligió unas sandalias de verano, con tacón muy alto, que hacía
tiempo no usaba. Al mirarse en el espejo hizo un gesto de aprobación y se
dispuso a salir.
Decidió ir en taxi por si en la cena bebía algo más de la cuenta.
Estaba en la calle esperando mientras disfrutaba de aquella agradable
noche de primavera de cielo estrellado y luna casi llena cuando en la puerta
se le cruzó el vecino de enfrente, un señor mayor con el que ella mantenía
una buena relación quien dijo verla muy elegante como hacía tiempo no la
veía y que además de elegante estaba muy guapa. Leonor se lo agradeció
con una amplia sonrisa sin poder extenderse más sobre el comentario
porque llegó el taxi que la llevaría a La Torre de Alta Mar, el restaurante en
el que había quedado con Luís.
Mientras hacía el recorrido, se preguntaba si haber aceptado la
invitación no llevaría a equívocos, aunque esa era precisamente la razón
por la que aceptó: dejar claro que no quería una relación con él.
Al llegar, le preguntaron en la puerta si tenía reserva, ella dio el nombre de
Luís Azcarate. La esperaba arriba, le dijeron.
58. Para acceder al restaurante, que ocupaba la parte superior de una de
las torres del funicular de Montjüic, tuvo que coger el ascensor. Encontró a
Luis sentado en el sofá blanco de la antesala. Se saludaron con dos besos.
—Estás muy guapa.
—Gracias. Tu también.
Pasaron al comedor donde Luis había reservado una mesa desde la
que se apreciaba una bonita vista. De entre la multitud de pequeñas luces
en que quedaba convertida la Barcelona nocturna sobresalían la Sagrada
Familia y el Tibidabo.
—Gracias por aceptar mi invitación—dijo Luis.
—Debía aceptar, aunque sólo fuera por el tiempo transcurrido desde
que me lo pediste.
—Espero que esta cena no suponga una obligación.
—No, no me refería a eso. He venido con mucho gusto.
—¿Vas a comer carne o pescado?
—Pescado, la carne no es de mis platos preferidos.
—¿Qué te parece si pedimos un Casta Diva fresquito?
—¿Cómo sabes que me gusta ese vino?
—Alguien me lo ha dicho.
—No dirás que me has estado investigando.
—No, por favor. Saber qué vino te gusta no es producto de una
investigación, sino de una conversación casual con María, no hay más
secreto que ese.
59. —A lo mejor no lo tienen. No son muy comunes los vinos de Alicante
por aquí.
—Deben tenerlo, cuando hice la reserva me encargué de hacerles
saber que me gustaría ese vino.
—Pidámoslo, entonces.
—Tengo entendido que quieres marcharte a Brasil.
—¡Ah! Menos mal que sólo habías preguntado por el vino que me
gusta.
—Hombre, estuve tomando un café con María y en la conversación
salió de forma casual.
—No lo tengo decidido del todo. Por un lado creo que puedo contribuir
a mejorar las condiciones de vida de aquella gente. Es algo que siempre me
ha gustado hacer. Sabes que he estado varias veces en países de África.
Es una oportunidad de hacer algo que me gusta. Nada me ata aquí.
Además, será una experiencia temporal, no es para toda la vida.
—No te entiendo. Tienes una magnífica posición en el hospital,
muchos la querrían, y decides tirar todo eso por la borda y marcharte a
descubrir mundo.
—No voy a descubrir mundo, sino a intentar mejorar un poco el que
hay. Lo de la posición en el hospital no es despreciable, lo sé, pero me
apetece esta nueva experiencia. Se trata de aportar mis conocimientos a
algo que creo muy interesante.
—¿Y cuánto tardarás en volver?
—Un año, más o menos.
60. —Yo te seguiré esperando.
—Luís, me halagan mucho tus palabras, pero ya te he dicho en alguna
ocasión que no esperes nada de mí.
—Lo sé, pero dicen que el que la sigue la consigue.
—De verdad, no quiero herirte, pero creo que tú y yo no estamos
hechos para formar pareja. Me gusta charlar contigo, salir por ahí de vez en
cuando. Eres un hombre estupendo, pero no creo que funcionáramos juntos
—Vamos a comer. La lubina tiene un aspecto buenísimo. Brindemos
al menos por nuestra amistad.
—¡Salud! —dijeron al unísono.
Al acabar, decidieron ir a dar un paseo por la playa de San Sebastián.
La luna, casi llena, inundaba de luz el mar, que estaba en calma. Se
descalzaron para caminar por la orilla.
—¿Sabes que la luna es una mentirosa?
—¿Una mentirosa? —preguntó extrañada.
—Sí, lo leí en una novela de Muñoz Molina, cuando tiene forma de D,
es luna creciente y cuando la tiene de C es decreciente, justo al revés.
—¡Qué curioso! Nunca me había parado a pensar en eso, es curioso.
Luis le pasó el brazo por encima de los hombros. Ella no se lo impidió.
Caminaron un rato largo en silencio oyendo el romper de las olas en la orilla
hasta que él intentó de nuevo persuadirla para que aquello fuera el
comienzo de una relación. Leonor, sin titubear, dejó claro que no quería
compartir su vida con nadie y mirando el reloj le dijo que se hacía tarde y al
día siguiente los dos empezaban temprano a trabajar. Luis aceptó aquel
61. requiebro en la conversación sin oponer resistencia y se ofreció para llevarla
a casa porque le venía de camino.
Al llegar Luis detuvo el coche en doble fila en la puerta , la abrazó e
intentó besarla, pero ella se resistió apartando la cara. Él entendió el gesto y
dejó de insistir, daba por perdida la batalla, aunque se despidieron con un
par de besos.
62. NUEVE
Leonor abrió los ojos una hora antes de que sonara el despertador.
Como no podía volver a conciliar el sueño, se levantó para coger ropa
deportiva del armario e irse a correr. Faltaba un rato para las seis de la
mañana y el tráfico empezaba a ser intenso. Mientras corría, pensaba en la
noche anterior. Luís no era el hombre con el que ella quería compartir su
vida a pesar de reconocerle cualidades como buen compañero y amigo. No
se arrepentía de la cena, le resultó agradable y creyó que con aquel gesto
cerraba un pequeño pasaje de su historia particular que no debía haber
dilatado tanto en el tiempo.
Después de correr durante un largo rato volvió a casa con energía
suficiente para acometer el nuevo día. Se preparó para ir al trabajo pero en
lugar de desayunar en casa, como tenía por costumbre, lo pospuso a la
cafetería del hospital. Compró el diario en el quiosco de la esquina y se
dirigió a coger el metro. Cuando llegó al hospital, fue a la cafetería y vio a
Luís sentado en una mesa desayunando.
—¿Puedo? —dijo cogiendo el respaldo de una silla.
—¡Buenos días! ¡Cómo no, siéntate!
—Me alegro de encontrarte. Fue una noche deliciosa, quería
agradecértelo.
—Soy yo el que tiene que agradecer.
—Estuvo muy bien, pero con respecto a la despedida.....
63. —No digas nada —la cortó Luís—. Prefiero guardar el buen recuerdo.
Ya sé que no quieres comprometerte conmigo, me lo dijiste ¿No?
—Sí, creo que siempre lo has sabido.
—Déjame, al menos, que me quede con que fue una noche
estupenda.
—Está bien. Veo que entiendes la situación.
—No me queda otro remedio.
Luís y Leonor acabaron de desayunar para incorporarse al trabajo.
Ella tenía concertada una entrevista con Joan Rius para hablar de Brasil. Lo
que pensara era importante para ella, aunque la decisión estaba casi
tomada.
Rius estaba en su despacho sentado detrás de una mesa llena de
papeles, absorto mirando la pantalla del ordenador y no se apercibió de la
entrada de Leonor. Ella se sentó en la silla que había a la izquierda de la
mesa. Al advertir su presencia levantó la mirada <<Estaba buscando alguna
referencia del programa de Brasil, pero no encuentro información
concreta>>, le dijo. Ese mismo día iba a llamar a un antiguo amigo que
ahora desempeñaba algún cargo en el Ministerio de Sanidad brasileño para
que le concretara en qué consistía el plan del gobierno. Leonor le agradeció
su ayuda.
<<Con franqueza, no me parece una buena opción>>, comentó Rius.
Tenía pensado recomendarla como su sustituta cuando se produjera la
jubilación en algo menos de un año. Si se marchaba, esa recomendación
era inviable. Leonor no entendía su negativa, máxime cuando él había
64. estado en Brasil no hacía mucho. Rius prometió ayudarla, a pesar de todo,
y acordaron verse de nuevo al día siguiente, cuando hubiera podido hablar
con su amigo brasileño.
Leonor había quedado con María a la hora del descanso de media
mañana. Sabía que la iba a someter a un interrogatorio sobre la noche
anterior, pero no le importaba. Cuando se encontraron y antes de verse
sometida a un interrogatorio, le explicó la velada con Luís, lo agradable que
fue. Se había sentido querida, pero no era su tipo. María le volvió a
recriminar sus exigencias. Según su opinión, Luís era un hombre
estupendo, además de muy atractivo. La veía muy cargada de manías.
Leonor trató de hacerla comprender una vez más que no deseaba pareja ni
compromiso alguno. Con toda seguridad se iba a Brasil porque estaba
prácticamente decidido y no tenía sentido empezar algo que al cabo de dos
meses quedaría interrumpido y menos con alguien a quien no encontraba
apropiado. María le dijo que aquello parecía una huída ¿Qué se le había
perdido en aquel país tan lejano? ¿Por qué dejar un buen trabajo por una
aventura que no sabía cómo iba a funcionar?, le preguntó.
Ella creía que era un error marchar a la aventura. A Leonor, por el
contrario, le parecía el momento más oportuno además de un reto y una
manera de aportar algo a los demás.
Debía atravesar esa barrera de incomunicación que había establecido
con el mundo. Un viaje de ida y vuelta le convenía y no hablaba del sentido
físico del viaje, sino de ella, de su personalidad acorralada.
65. A la mañana siguiente, Rius charlaba con Leonor sobre lo que había
averiguado del proyecto.
—Mi amigo de Brasil dice que el trabajo estaría centrado en una zona
del Amazonas en la que se necesita atención médica. Me informó que las
condiciones serán un poco duras y necesitan gente no sólo experta, sino
bien preparada físicamente.
—No veo dónde está el problema Joan. Reúno esas dos condiciones.
—Me parece una experiencia arriesgada y me sigue preocupando no
poderte recuperar para dirigir el departamento. Si te marchas es posible que
pierdas la oportunidad de ascender en el hospital.
—No digo que no me haga ilusión ocupar tu puesto, decir lo contrario
sería mentir, aunque no me apetece en este momento asumir mayores
responsabilidades, pero creo más importante sentirme bien. El cambio me
ayudará, profesionalmente y como persona.
—Piensa en los pros y los contras, sabes que aunque no me guste lo
que decidas, cuentas con mi apoyo, pero es una decisión que no se puede
tomar a la ligera. No eres una joven recién salida de la facultad, eres una
mujer con responsabilidades.
—Te haré caso, hay tiempo para meditar, aunque creo que la decisión
está casi tomada.
66. DIEZ
El verano ha llegado con toda su intensidad. El calor es sofocante y
Leonor sale a dar una vuelta por las Ramblas antes de ir a cenar con Toni.
Sentada en una terraza se distrae viendo pasar la gente. Le gusta el ir y
venir de la marea humana tan variopinta que inunda Barcelona en verano.
Su mirada escruta a la gente mientras juega a adivinar las historias
escondidas tras cada uno de los paseantes que elige por algún detalle que
le llama la atención. Conserva esa costumbre que practicaba a menudo con
Víctor. Les divertía jugar juntos a inventar las vidas de los que veían pasar
imaginando qué tipo de persona era, cuáles sus costumbres cotidianas, en
qué trabajaban, si eran felices.
Faltaba un rato para la cena así que decidió dar un paseo hasta el
restaurante del Borne en el que había quedado. Pasó por delante del Museo
Picasso en la calle Montcada que tiempo visitaba periódicamente, debía
hacer meses que perdió aquella costumbre, a pesar de que el pintor era uno
de sus preferidos. Se dijo que debía volver a esa costumbre que de paso le
proporcionaba un estado de las cosas por aquella zona de la ciudad.
Tras un recorrido a paso lento en el que había descubierto nuevos
comercios y bares llegó a la calle Comercio, la del restaurante. Era uno más
de los muchos que habían proliferado en la zona. Una leve luz y los cuadros
de grandes dimensiones de colores muy vivos daban calidez al local, lo
hacían acogedor. Se sentó en la mesa reservada a nombre de Toni. La
camarera encendió la vela del centro y le preguntó si quería tomar un
67. aperitivo. Pidió un agua bien fresca y cuando se la servían vio a Toni en la
puerta y le hizo una señal levantando el brazo. Se dieron un par de besos
mientras reían de la casualidad: los dos llevaban la misma camiseta de
Custo.
—Parecemos los hermanos Pin y Pon.
—Sí es un poco chocante.
—Te veo mucho más animada.
—Ya ves, el tiempo acaba por poner las cosas poco a poco en su
lugar o lo arregla o lo empeora, pero sentencia.
—¿Cómo estás?
—Bastante bien. He decidido darme un baño de multitudes y darme
algún capricho que otro, como un par de camisetas en la calle Ferran y mira
qué cuadro ¿A que es original? —dijo Leonor mientras lo desenvolvía—. Me
gusta este personaje suspendido en un cable entre los dos edificios, es
como si quisiera conservar el equilibrio entre dos mundos.
—Sí está muy bien. Son bonitos los colores pastel que tiene. Parece
que hoy te ha dado la vena compradora.
—Lo mismo que he pensado yo, hacía meses que no iba de tiendas.
Ha sido muy agradable. Debería hacerlo más a menudo.
Leonor no quería dejar pasar más tiempo sin agradecer a Toni que
hubiera puesto de su parte para recuperar aquella amistad. Aunque algo
tarde, había descubierto que el propósito de alejarse de todos y todo lo que
tuviera que ver con Víctor no mejoró nada la situación. Era consciente de
que lo que no se cuida acaba por desaparecer y su amistad nunca debía
68. haberla perdido. Con su obsesión por romper con el pasado, también
quebró el cariño de muchos amigos. Toni coincidió en que era positivo mirar
hacia delante, positivo el nuevo rumbo de la relación porque perder a Víctor
también fue un mazazo para él. Su amistad se había trabado a lo largo de
los años, desde la escuela primaria. Nadie como Víctor lo entendía, lo
arropaba siempre con su manto protector. Aunque eran de la misma edad
ejerció sobre él toda la sabiduría de un hermano mayor con el que se
mantiene una buena relación. Era su mejor amigo, en las grandes juergas y
en los momentos difíciles. Le había costado bastante superar su pérdida.
—Me marcho por una larga temporada y he querido compartir contigo
este sentimiento que volvió a aflorar cuando nos encontramos el otro día
porque eres la única que puede entenderlo. Soy consciente de que al hablar
de Víctor puedo reabrir heridas que ni siquiera han acabado de cicatrizar.
—Tienes que entenderme, Toni. Fueron muchos años de vida
compartida con él. Tú mejor que nadie conoces nuestra trayectoria.
Empezamos juntos la carrera en la Universidad de Barcelona, éramos casi
unos adolescentes. Nuestra relación estaba en un buen momento, en lo
mejor de ella se va. Todo su optimismo, aquel impulso que sabía dar a las
cosas, desapareció. Así que opté por alejarme de lo que me lo recordara y
tú, su mejor amigo, estabas incluido en el lote. Pero aún así, aún
apartándome de todo lo que me lo recordaba no he conseguido superarlo.
—He respetado al máximo tu decisión, aunque nunca la he
compartido. Tal vez ahora, transcurrido el tiempo, sea el momento de
recomponer algunas cosas.
69. —Quizás tengas razón. Yo también le he dado muchas vueltas y por
el camino se han quedado las amistades, los sueños conjuntos debido a mi
actitud. María es prácticamente la única persona que me queda.
—Aún está a tiempo de arreglarlo. Echar marcha atrás se convierte a
veces en una buena solución.
—Cada vez estoy más convencida de que debe ser así, aunque tengo
la sensación de haber pasado tanto el límite de lo aconsejable que me va a
resultar difícil recomponer las cosas.
—Deberías ser más optimista.
—Es cierto que no estoy en el mejor momento. Me siento bajando la
pendiente que conduce al abismo. Siempre doy vueltas a la desafortunada
suerte de Víctor con aquella descompresión que no hizo. No sé salir de ese
atolladero. Es un pensamiento recurrente que me atormenta.
La camarera les trajo las ensaladas que habían pedido de primer
plato.
—No tienes por qué seguir culpabilizándote, no tuviste nada que ver
con su muerte. Fue un error que se lo llevó por delante. Ya ha pasado
mucho tiempo y aunque yo también lo recuerdo, deberíamos empezar a
asumir su ausencia y encontrar otras cosas que nos hagan recordarlo como
lo que era sin sufrimiento.
—Una cosa es asumirlo y otra muy distinta olvidarlo. Yo lo animé a
aprender submarinismo, lo animé a que hiciera esa inmersión. Fue y sigue
siendo muy duro.
70. Como uno más de sus desaciertos sacó a colación el encuentro en el
Querol Vell, aquel intento de recomposición del grupo de amigas había ido
mal. Quiso echar la culpa al hecho de que estuviera Irene.
—Pero si hicisteis las paces ¿No?
—Porque me lo pediste actuando de apaga fuegos entre Víctor y yo,
pero no debí perdonarla, siempre me ha quedado una cosa ahí, como de no
haber hecho lo correcto.
—No coincido contigo, pero si sólo fue cosa de un día, unas copas de
más y un polvo, eso fue todo.
—¿Eso fue todo? ¡Qué gracia me haces! Ella sabía que Víctor y yo
pasábamos un mal momento y aprovechó las circunstancias. Vamos a
dejarlo, a lo mejor tienes razón, quizás sólo estoy buscando excusas.
—Creo que esa decisión de tragártelo tú sola todo, no te beneficia en
nada. Habéis sido amigas durante muchos años ¿Por qué tirarlo todo por la
borda?
—A veces lo pienso, pero estoy en una situación un poco complicada.
Tal vez deba aclarar primero mis ideas y luego obrar en consecuencia.
—Insisto en que abramos una nueva manera de ver las cosas ¿No te
parece?
—Te lo agradezco, aunque siempre tengo la sensación de que es algo
que debo hacer sola, que nadie puede ayudarme.
—Son maneras de verlo. En cambio, siempre he creído que los
problemas se superan mejor en compañía.
—Puede que tengas razón.
71. Leonor quería pasar a otro asunto porque le vinieron ganas de llorar
y no quería estropear aquella cena tan gratificante para ella.
—¿Sabes que estoy valorando la posibilidad de irme contigo a Brasil?
Me gustó la idea de alejarme de aquí y participar en un proyecto tan
atractivo.
—¿Cómo no me habías dicho nada? ¿Pero qué significa que lo estás
valorando?
— Rius ¿Sabes quién es?
—Sí, tu jefe.
—Él estuvo indagando en el Ministerio de sanidad brasileño y me
parece un proyecto muy interesante, pero Rius me presiona para que no me
vaya. Tiene previsto proponerme como su sustituta cuando se jubile, dentro
de un año. Estoy hecha un lío porque María tampoco me apoya e insiste
mucho en que eso es una locura.
—En cambio yo sí estoy de acuerdo contigo. Míralo como la
experiencia temporal que es. Me has dicho que necesitas nuevos retos,
cosas que te hagan sentir la persona que fuiste. Estoy convencido que no
sólo conseguirías ese objetivo sino que además podrías aportar todo eso en
los que estáis trabajando en beneficio de una comunidad desfavorecida.
—También he pensado en mi madre. Dejarla sola me preocupa.
—Pero si tu madre vive en Murcia ¿No?
—Sí, pero ella dice que no son lo mismo los seiscientos y pico
kilómetros que nos separan que los miles que hay entre Murcia y Brasil.
72. — No obstante, nosotros nos marchamos dentro de un mes, ya lo
sabes. Así que tienes tiempo de pensarlo.
—La semana que viene empiezo mis vacaciones. Iré unos días a ver a
mi madre a Ceutí, la visita obligada de verano, y luego me voy con María y
Xavier a pasar un par de semanas a Tarifa. Una amiga suya tiene un
pequeño hotel y nos ha invitado a pasar unos días. Será un buen momento
para reflexionar.
—Tarifa es un sitio con mucha marcha.
—De eso se trata, de desconectar y pasárselo bien. Nunca he estado,
pero mucha gente me ha hablado muy bien.
Después fueron a tomar unas copas cerca del restaurante, a un bar
musical donde Toni solía ir con sus amigos. Estuvieron charlando y bailando
con todo el grupo. Leonor no lo pasaba tan bien desde hacía mucho tiempo.
De madrugada salieron del local y Toni la llevó hasta su casa.
73. ONCE
El día era muy caluroso, el típico de agosto en el que apenas se podía
mover un dedo sin que el sudor invadiera todo el cuerpo. Leonor estaba
tumbada en una hamaca que colgaba de dos limoneros, en el pequeño
huerto de casa de su madre. Las cigarras apagaban con su canto
ensordecedor el silencio. Le venían a la memoria los días de verano, en los
que sus primos y ella se bañaban en un barreño para sofocar el calor.
Jugando a tirarse agua y a meter las piernas. Recordaba a su padre
sentado en la mecedora de enea intentando leer y que cada dos por tres
les decía que no gritaran tanto, que no podía leer, aunque ella sabía que
disfrutaba viéndolos divertirse. Aquel huerto había sido lugar de juegos y
complicidades infantiles y adolescentes durante sus vacaciones.
Estaba sola en casa de su madre. Al jubilarse como maestra, hacía
apenas un año, había vuelto al pueblo, pensó que estaría mejor junto a sus
hermanos. Desde que su padre había muerto de accidente unos años atrás,
Barcelona le resultaba demasiado grande. Algo se rompió entre ellas con
aquella decisión, discutieron mucho al respecto pero no hubo acuerdo.
Leonor quería que se quedara, que disfrutara de los amigos, que no volviera
a una tierra que le iba a resultar extraña después de tantos años. La madre,
en cambio, parecía querer atrincherarse entre sus hermanos esperando que
ellos llenaran la ausencia del marido. Cuando su madre marchó nunca
volvieron a hablar sobre esa decisión. Ambas mantenían una apariencia de
74. cordialidad madre-hija, aunque ésta se limitara a las llamadas dominicales y
la corta visita de verano.
Leonor volvió a pensar sobre aquella discusión con su madre, pero
optó por alejar ese pensamiento, era una historia sin retorno. Se puso a leer
el libro de Nadine Gordimer que había encontrado por casualidad en su
librería habitual, uno de los que formaba parte de las lecturas para las
vacaciones. <<¡Qué rara belleza en sus palabras!>>, pensó. La densidad
de las pequeñas cosas la envolvía adentrándola en las debilidades
humanas descritas con tanta sutileza que le era imposible no sumergirse en
aquella lectura y olvidarse de todo lo demás. Tras un rato largo de lectura
volvió sin querer a lo sucedido con su madre por la mañana temprano.
Habían tenido otra de sus típicas desavenencias. La madre marchó con su
tía para acompañarla al hospital de la Virgen de la Arrixaca, a una de las
revisiones periódicas a la que debía someterse. Insistió en que fuera con
ellas, pero no quiso porque no serviría de nada, no conocía a ningún médico
de ese hospital. Prefería quedarse leyendo. Su tía le recriminó que fuera tan
despegada como siempre y ella le recordó que de ser así no habría invitado
a toda la familia a cenar aquella noche de ser así. Tía y madre se fueron
pensando que seguía siendo la misma niña independiente y poco familiar de
siempre.
Fue a la cocina a preparar algunos platos para la cena familiar, la
mayoría serían fríos y si no los preparaba por la mañana, por la noche
estarían calientes. No iba a complicarse, cosas fáciles, la cocina no era su
especialidad, más bien sentía aversión. Con la cena pretendía evitarse ir
75. casa por casa saludando a tíos y primos. Quedaba bien con ellos y de paso
contentaba a su madre.
Cuando estaba casi lista la cena aparecieron sus dos amigas para ir a
comer a Los Torraos, a la Frasquita, un lugar cercano al pueblo, famoso por
los ricos asados de cordero con patatas al ajo cabañil. Sus padres eran
asiduos a aquel tradicional restaurante al que acudían con cualquier excusa
o para alguna celebración. Ir a comer las tres juntas era un ritual que se
repetía cada verano y una buena ocasión para las dos amigas de dejar a los
niños con los maridos.
Por el camino reían a carcajadas, rememorando anécdotas de la
época adolescente y las tonterías que llegaban a hacer para conquistar a
los chicos que les gustaban, o a los que simplemente les querían tomar el
pelo. Siempre eran las mismas anécdotas, pero disfrutaban repitiéndolas
año tras año.
—Leonor, no te escaquees y cuéntanos cómo vas de novios.
—Nada de nada —contestó en tono jocoso.
—¡Vamos, eso no se lo cree nadie! Con lo estupenda que estás.
—Hay un compañero con el que he salido alguna vez, pero, como
dicen en Cataluña, no me acaba de hacer el peso.
—¿Qué quiere decir eso, que está gordo, que es flaco?
—No. Que es un tío estupendo, pero no me veo con él.
—¡Pero si ahora no hay que vivir juntos! Salís de vez en cuando y en
el momento que se tercie, un buen polvo y ya está.
76. —¡Te has vuelto muy moderna! En eso sigo siendo algo clásica, no es
mi ideal de relación.
—Usted perdone —dijo la amiga en tono burlón.
—En serio. No tengo ganas de liarme con nadie. Hay muchas otras
cosas por las que preocuparse. Estoy bien así. Hago lo que quiero y cuando
quiero.
—¿No te has planteado la posibilidad de tener hijos?
—¿A qué viene esa pregunta?
—Eso digo yo, qué tontería acabo de decir.
El restaurante estaba lleno. Rosario, la dueña, vino a saludarlas.
—¡Qué alegría teneros aquí otra vez! Leonor estás más guapa que el
año pasado. Hay que ver, que no pasa el tiempo por ti.
—Muchas gracias Rosario, pero las arrugas van apareciendo sin
remedio.
—Ani, que se sienten en la mesa de la esquina —dijo a la menor de
sus cuatro hijos.
—¡Qué hambre! Con ese olor tan rico se me ha abierto más el apetito
—dijo Leonor.
—¿Aquel no es Paco? —preguntó una de las amigas.
—Sí.
—¿Os acordáis cuando en la fiesta de San Roque le dijimos que
María lo estaba esperando en las cuatro esquinas? Estaba coladito por ella
y nos inventamos aquello para ver qué hacía. Salió disparado como una
flecha, el pobre.
77. —¡Qué memoria Leonor, yo no recuerdo eso!
—Yo sí, porque recuerdo cada una de las fiestas como si fuera ahora
mismo.
Paco las vio y se levantó a saludarlas.
—¡Hola! ¿Cómo estáis? ¿Qué haces por aquí, Leonorcita?
—He venido unos días a ver a mi madre y a la familia, como cada
verano. Pero no me llames Leonorcita, que ya estoy algo mayor para eso.
—Perdona, pero así es como te he llamado siempre. Además cuando
encuentro a tu madre me habla de cómo echa de menos a su Leonorcita.
—Me alegro de saludaros, y tu Leonor, a ver si te dejas caer más a
menudo por aquí, que eres muy cara de ver.
— me gustaría, pero mi trabajo no me permite poder venir a menudo.
Ani les anunció que como el cordero lo hacían al momento, tendrían
que esperar un ratico. Mientras tanto, trajo para picar un plato con mojama y
almendras fritas que ayudó a distraer el desbordado apetito.
A la espera de la comida, aprovecharon para contarse las cosas que
les habían ocurrido desde el verano anterior. Leonor les explicó con
entusiasmo que estaba sopesando la posibilidad de ir a Brasil por un tiempo
para ejercer allí su profesión. <<Tan aventurera como siempre, viajando por
el mundo cada dos por tres>>, dijo una de ellas.
La comida llegó en una bandeja que parecía para el doble de
comensales, con unas raciones tan exageradas que fue imposible acabar
con ella. Entre risas, chismes y comentarios cómplices alargaron la