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CONTRATIEMPO
   -Basurde-




          ¨De músico, poeta y loco,
           todos tenemos un poco¨
                           Popular
La Sra. Castillo se sentía mejor hablando con el galeno. Al contrario que
el psiquiatra que trató la esquizofrenia de su difunto marido, el doctor Moreno
parecía verdaderamente interesado en lo que ella le contaba. Hacía bastante
tiempo que no tenía esa sensación de ser escuchada. La desconfianza inicial de
encontrarse ante un médico tan joven –el Dr. Moreno no llegaría a los treinta- se
fue diluyendo después de la primera media hora de conversación.


       - Alvaro nunca fue… –escuchando sus palabras la madre se queda
pensativa y reformula la frase-. Alvaro nunca ha sido un chico muy sociable.
Bastante mediocre en los estudios, con una imaginación desbordante y una
afición obsesiva por escribir historias en su cuarto. Sí que sale de vez en cuando
por ahí, pero cada vez que le pregunto por sus amigos se cierra en banda.


       El joven doctor asentía con la cabeza, invitándola a continuar. Durante las
practicas, y en el breve desarrollo de su actividad profesional, se había
encontrado a colegas de especialidad con bastos conocimientos en psiquiatría,
pero faltos de dos de las virtudes que él consideraba imprescindibles: empatía y
capacidad de escuchar. Se preguntaba si este entusiamo que mostraba ahora
por su trabajo iría desapareciendo con los años. Temía convertirse en uno de
esos autómatas que vagaban por el hospital limitándose a recetar fármacos
contra cualquier patología. Elvira continuó hablando.


       - El sábado le oí llegar a casa sobre las cuatro de la mañana. Metió más
ruido de lo normal, e incluso le oí reirse varias veces. Pensé que simplemente
habría bebido más de la cuenta. Al día siguiente no salió de su habitación, y a
las dos lo llamé para comer. Cansada de esperar entré en su cuarto y lo
encontré en el suelo viendo en la tele un DVD. No pareció oirme. Tenía el
mando a distancia en la mano y toda su concentración estaba puesta en la
pantalla. Al fijarme en las imágenes, vi que estaba rebobinando una película. Los
fotogramas pasaban rápidamente, no había sonido, y sin embargo la atención de
mi hijo era máxima. Presentaba un aspecto cansado, y cuando me dirigí a él me



	
                                                                                 1	
  
sorprendieron sus pupilas, tan dilatadas. Durante la comida me di cuenta de que
algo no iba bien. Le he visto varias veces de resaca, y su comportamiento no
tenía nada que ver con aquello.


       Pensaba Elvira que a sus cincuenta años ya le había tocado sufrir todo lo
que tenía que sufrir. El suicidio de su marido fue una liberación, después de tres
años de impotencia, de verse incapaz de ayudarle a luchar contra sus
fantasmas, las voces y los delirios. La llegada de esa maldita enfermedad le
cambió a su adorado Luis por un bebé aislado del mundo exterior, en tinieblas.
Las mismas que desde el sábado se agarraban a la mente de su hijo. Se puso
las manos en la cara, y sollozando dio rienda a toda la tensión acumulada.


       - ¡No habla, no come, no escucha, no hace nada!, ¡solo ve películas al
revés! –gimió desconsolada-. ¿Por qué a mi? ¿Por qué a mi otra vez? ¿Por qué
a mi, señor?


       El joven doctor sintió pena por esa mujer totalmente destrozada. Al igual
que un cirujano que no ve en el quirófano a una persona sino huesos y carne, ha
conseguido crearse una armadura contra el sufrimiento de sus pacientes. Si
hubiera sido un amigo se habría levantado para abrazarla. Pero permaneció
detrás de su escritorio, sin decir nada, conociendo la importancia del silencio en
esos momentos.


       La mujer se serenó transcurridos unos minutos. Respiró hondo, se secó
las lágrimas, y más calmada abrió el bolso. Extrajo unas cuartillas arrugadas.
Las desdobló, las miró, se pasó un pañuelo por la nariz y continuo.


       - Perdone doctor. Como le he comentado, a Alvaro le encanta escribir.
Estos cuatro días han sido un verdadero infierno. Le he gritado que se comporte
normal, he llorado, le he abrazado, le he sacado a pasear para intentar que se
alejara de la maldita television, pero sus ojos solo reflejan incomprensión. Tiene



	
                                                                                   2	
  
la mente en otro sitio, se ha ido, y necesito que me lo traiga. Ayer por la noche
me entregó esta carta. En su rostro vi un gesto de culpabilidad, y por un
momento pensé que volvía a ser él. Sin embargo, al leerla, me vine abajo. Por
favor doctor.


       El psiquiatra recogió las hojas que Elvira le extendía, y le dirigió una
última mirada antes de enfrascarse en la lectura.


                                                          ¨2 de septiembre de 2009


       ¿Seres inteligentes en nuestra galaxia? Puede ser. ¿Vampiros inmortales
que se alimentan de sangre? Por qué no. ¿Vida después de la muerte? ¡Claro!,
y ahí tenemos propuestas para todos los gustos: reencarnación tibetana, infierno
cristiano, la atractiva oferta de setenta y dos vírgenes de pechos voluptuosos o
según tu karma, ya veremos. Fantasmas, viajes en el tiempo, Triángulo de las
Bermudas o profecías de Nostradamus.


       Hasta mis veinticuatro años he encontrado a mucha gente que creía en
estas falacias, y no les ha supuesto ningún problema ni esfuerzo mental. Aún
estoy, sin embargo, esperando conocer al primero que apueste por la veracidad
de mi historia. La he contado infinidad de veces pero hoy, 2 de septiembre de
2009, en mi vigésimo cuarto cumpleaños, me decido por fin a escribirla.¨


       El doctor consultó su calendario: 23 de marzo de 2010.


       ¨Fallecí después de la Segunda Guerra Mundial, el Día del Pilar de 1945.
Me gustaría revivir las consecuencias que aquel conflicto armado tuvo en
España, pero era ya muy mayor y hasta el cincuenta sufrí de Alzheimer. Me
sentía débil y mi cabeza estaba más allá que acá, por lo que de finales de los
cuarenta casi todo son lagunas. Pasé aquellos seis años en la residencia de




	
                                                                                  3	
  
¨Las Hermanitas de los Pobres¨, bajo los atentos cuidados de las monjas y las
esporádicas visitas de mis dos hijos, Jose Mari y Paula.


       Del cincuenta al sesenta y siete, año de mi jubilación, fueron años
placenteros. Me retiré al pueblo y estuve disfrutando de la pacífica vida rural:
paseos por el campo, largas conversaciones en los bancos de la plaza, y mis
tomates. Ya no salen tomates como los que saqué yo de aquella huerta. ¡Qué
color, qué sabor, qué belleza! Arrancabas uno, lo limpiabas bien con la camisa y
destellaba más que mi anillo de casado. Sí, me esposé en el 2005, con 28 años.
Conocí a mi esposa hace dos, y dos años antes de aquel primer encuentro nos
casamos. Hoy por hoy estoy soltero y disfrutando de algún escarceo de vez en
cuando. Las ventajas de tener veinticuatro años y de estar libre después de un
largo matrimonio. Pese a que no tenía la agilidad ni la forma física que tengo
ahora disfruté mucho de aquella época, especialmente sabiendo que por delante
me quedaba toda una vida de trabajo¨.


       - Permítame –en ese momento el doctor sacó dos hojas en blanco de la
impresora, tomó su pluma Montblanc del bolsillo de la bata y dibujó un
cronograma en un papel. Nunca en su corta carrera se había enfrentado a un
caso como éste.


       ¨Como digo, me jubilé con sesenta y cinco años, después de cuarenta de
servicio en una entidad bancaria de gran entidad. Comencé como director de la
oficina central en el sesenta y siete cobrando treinta y cinco mil pesetas al mes.
De las de entonces. Ver a mi equipo de fútbol contra el Real Madrid costaba en
tribuna treinta pesetas, y nada tenía que ver el precio de los pisos con lo de
ahora. En cualquier caso, para cuando empecé a trabajar ya tenía pagada la
última letra hacía tiempo.


       A medida que el siglo XX progresaba, mi situación empeoraba. En el
setenta y siete, en plena transición, pasé de ser huérfano con cincuenta y seis



	
                                                                                   4	
  
años a enterrar a mi señora madre. Los años sucesivos estuve bastante
pendiente de ella, pero afortunadamente resultó ser una mujer bastante
autónoma. El año de los Juegos Olímpicos de Barcelona terminé de pagar la
hipoteca, y a partir de ahí cada año se iba haciendo más dificil. La universidad
de los chavales, mensualidades del piso, la boda, y menos dinero entrando en
casa. Fue un alivio que nacieran mis dos hijos porque a partir de entonces no
tuve más dependientes que mi mujer, y no por largo tiempo. Cuando por fin dejé
de trabajar el año pasado, con veinticinco años, mi posición era la de cajero en
una pequeña sucursal y mi sueldo no llegaba a los mil euros¨.


       - ¿Cuántos años tiene su hijo? –preguntó el doctor sin levantar los ojos
del papel.
       - El doce del próximo mes hará veintiuno.


       ¨Tras estos ocho lustros de vida laboral por fin he tenido la oportunidad de
tomarme un año sabático. El curso que viene tengo planeado entrar en la
universidad. No sé que licenciatura quiero estudiar, pero en cualquier caso me
tendrá ocupado hasta los dieciocho. Después al instituto, educación primaria, y
con toda la vida por detrás disfrutaré de mis ultimos días en educación infantil
para, el 2 de septiembre de 2033, ingresar en el seno materno.


       ¿Si me da miedo nacer? Se oyen historias de todo tipo, y nadie ha
regresado después del parto para contarlo. No me considero una persona
creyente, y entiendo que tras consumarse el acto sexual y volver los
espermatozoides al deposito seminal de mi padre ahí habrá terminado todo.
Solo espero que el parto sea rápido y sin dolor.¨


       Terminada de leer la última frase, el doctor Moreno dejó caer la cuartilla
sobre su mesa, y suspiró. Pensativo, se tocó el pelo, levantó la vista, y Elvira se
cruzó con el semblante serio del psiquiatra. Parecía que durante esos minutos
había envejecido veinte años. Desvió la mirada a la derecha, hacia las



	
                                                                                    5	
  
estanterías donde se alineaban sus enciclopedias y tratados de medicina, y por
unos instantes, en esa posición, las facciones del medico le recordaron a las de
Ché Guevara en el famoso retrato de Korda.


       - ¿Se curará doctor?


       El susurro le llegó de lejos, devolviéndole brúscamente a la realidad. Un
baile de fechas y números se mezclaba con un infinito abanico de posibilidades.


       - Me gustaría decirle que sí, pero es todavía muy precipitado dar ningún
diagnóstico. Si me lo permite me gustaría volver a leer la carta.


       Una forma aséptica de decirle que no sabía por donde empezar. Nunca
antes se había encontrado con un caso parecido. Durante los siguientes cinco
minutos se enfrascó de nuevo en la lectura, extrayendo cualquier detalle que le
pudiera parecer relevante.


       - Espero que no le ofenda la pregunta. ¿Cree que su hijo toma drogas?
       - Él me asegura que no, pero sé que con la gente con la que anda no
siempre hace lo correcto.
       - ¿Notó usted algún comportamiento extraño antes del pasado sábado?
       - Le he dado muchas vueltas a eso durante estos días, pero nada antes
del fin de semana me hizo sospechar que terminaría en este estado. Tiene sus
rarezas, sí, pero como cualquier chico de su edad.
       - No cabe duda, leyendo estas líneas, que su hijo es un muchacho
inteligente. Sin embargo, sufre un evidente trastorno de identidad y de
percepción del tiempo. ¿Cómo ha llegado a ello? Es lo que tenemos que
averiguar. Lo que me sorprende es un cambio tan radical en tan poco tiempo.
¿Tiene usted relación con sus amigos?




	
                                                                                 6	
  
- Si le soy sincera, no sabría como contactar con ellos -en ese momento
Elvira bajó la cabeza, con vergüenza, sintiendo que había pasado por alto sus
obligaciones de madre.
           - Tuvo que haber un catalizador que provocara esa reacción. Es muy
pronto para aventurar nada, pero no descartaría que su hijo tomara LSD el
pasado sábado por la noche. ¿Ha oído usted hablar de la LSD?
           - ¿Es eso que tomaban los hippies en los sesenta? –exclamó Elvira
alarmada.
           - Exacto. Coloquialmente los jovenes lo llaman ahora ¨tripi¨, y sigue
siendo bastante popular. Provoca estados alterados de conciencia.
Comúnmente duran entre ocho y diez horas, y pasados los efectos se vuelve a
la normalidad. Sin embargo, en individuos más propensos eso puede alargarse
más, o, en el peor de los casos –ahí el doctor hizo una pausa, intentando buscar
palabras que no sonaran demasiado drásticas-, causar una pérdida irreparable
de lucidez. Es solo una posibilidad, pero por eso me gustaría localizar a sus
amigos. En cualquier caso, ahora le haremos un encefalograma y otras pruebas
neurológicas. Me ha comentado el antecedente de su marido, por lo que creo
que ya está familiarizada con el proceso. Si lo desea…
           - ¡Nooooo! ¡Noooo! ¡Otra vez nooooo! -en ese momento comenzó a
gimotear, a gritar, a patalear, a tirarse de los pelos. Se dirigió a la puerta, salió, y
un portazo cerró de manera definitiva aquella entrevista.


                                             ***


       Tres días después y alertada por una vecina, la policía hacía entrada en el
domicilio familiar de la señora Elvira. El cuerpo inerme de Álvaro yacía sobre la
cama. A sus pies su madre, pálida y con la mirada en blanco, cantaba una
canción de cuna:
       -   ¨Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá¨.


En el suelo, un sobre dirigido al Dr. Moreno, contenía la siguiente nota:



	
                                                                                     7	
  
¨23 de marzo de 2010


       Estimado Dr. Moreno.


       Lamento la forma brusca en la que he abandonado su consulta esta
mañana. Como estará al corriente, pasé un infierno de tres años hasta la muerte
de mi marido, y no estoy dispuesta a experimentar lo mismo ahora con mi hijo.
Es por ello que he decidido acabar con su vida, de la misma forma que tuve que
hacer con la de mi querido Luis. Después, no me quedará ya nadie en este
mundo, por lo que iré a reunirme con ellos. Si recibe esta nota es que los tres
estamos juntos en mejor vida. ¡Qué Dios me perdone!¨.


                                         ***


       Elvira lleva cinco meses ingresada en el hospital psiquiátrico de ¨Las
Nieves¨. En algún momento de lucidez ha admitido que no tuvo valor para
quitarse la vida, como tenía planeado. Al doctor Moreno todavía le queda la
duda, y le quedará siempre, de si su hijo perdió sus facultades mentales, o todo
sucedió en la cabeza de Elvira. Las pruebas grafológicas presentadas en el
juicio confirmaron que la supuesta carta de Álvaro, y la encontrada en el
domicilio, fueron escritas por la misma persona.




	
                                                                                 8	
  

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Contratiempo

  • 1. CONTRATIEMPO -Basurde- ¨De músico, poeta y loco, todos tenemos un poco¨ Popular
  • 2. La Sra. Castillo se sentía mejor hablando con el galeno. Al contrario que el psiquiatra que trató la esquizofrenia de su difunto marido, el doctor Moreno parecía verdaderamente interesado en lo que ella le contaba. Hacía bastante tiempo que no tenía esa sensación de ser escuchada. La desconfianza inicial de encontrarse ante un médico tan joven –el Dr. Moreno no llegaría a los treinta- se fue diluyendo después de la primera media hora de conversación. - Alvaro nunca fue… –escuchando sus palabras la madre se queda pensativa y reformula la frase-. Alvaro nunca ha sido un chico muy sociable. Bastante mediocre en los estudios, con una imaginación desbordante y una afición obsesiva por escribir historias en su cuarto. Sí que sale de vez en cuando por ahí, pero cada vez que le pregunto por sus amigos se cierra en banda. El joven doctor asentía con la cabeza, invitándola a continuar. Durante las practicas, y en el breve desarrollo de su actividad profesional, se había encontrado a colegas de especialidad con bastos conocimientos en psiquiatría, pero faltos de dos de las virtudes que él consideraba imprescindibles: empatía y capacidad de escuchar. Se preguntaba si este entusiamo que mostraba ahora por su trabajo iría desapareciendo con los años. Temía convertirse en uno de esos autómatas que vagaban por el hospital limitándose a recetar fármacos contra cualquier patología. Elvira continuó hablando. - El sábado le oí llegar a casa sobre las cuatro de la mañana. Metió más ruido de lo normal, e incluso le oí reirse varias veces. Pensé que simplemente habría bebido más de la cuenta. Al día siguiente no salió de su habitación, y a las dos lo llamé para comer. Cansada de esperar entré en su cuarto y lo encontré en el suelo viendo en la tele un DVD. No pareció oirme. Tenía el mando a distancia en la mano y toda su concentración estaba puesta en la pantalla. Al fijarme en las imágenes, vi que estaba rebobinando una película. Los fotogramas pasaban rápidamente, no había sonido, y sin embargo la atención de mi hijo era máxima. Presentaba un aspecto cansado, y cuando me dirigí a él me   1  
  • 3. sorprendieron sus pupilas, tan dilatadas. Durante la comida me di cuenta de que algo no iba bien. Le he visto varias veces de resaca, y su comportamiento no tenía nada que ver con aquello. Pensaba Elvira que a sus cincuenta años ya le había tocado sufrir todo lo que tenía que sufrir. El suicidio de su marido fue una liberación, después de tres años de impotencia, de verse incapaz de ayudarle a luchar contra sus fantasmas, las voces y los delirios. La llegada de esa maldita enfermedad le cambió a su adorado Luis por un bebé aislado del mundo exterior, en tinieblas. Las mismas que desde el sábado se agarraban a la mente de su hijo. Se puso las manos en la cara, y sollozando dio rienda a toda la tensión acumulada. - ¡No habla, no come, no escucha, no hace nada!, ¡solo ve películas al revés! –gimió desconsolada-. ¿Por qué a mi? ¿Por qué a mi otra vez? ¿Por qué a mi, señor? El joven doctor sintió pena por esa mujer totalmente destrozada. Al igual que un cirujano que no ve en el quirófano a una persona sino huesos y carne, ha conseguido crearse una armadura contra el sufrimiento de sus pacientes. Si hubiera sido un amigo se habría levantado para abrazarla. Pero permaneció detrás de su escritorio, sin decir nada, conociendo la importancia del silencio en esos momentos. La mujer se serenó transcurridos unos minutos. Respiró hondo, se secó las lágrimas, y más calmada abrió el bolso. Extrajo unas cuartillas arrugadas. Las desdobló, las miró, se pasó un pañuelo por la nariz y continuo. - Perdone doctor. Como le he comentado, a Alvaro le encanta escribir. Estos cuatro días han sido un verdadero infierno. Le he gritado que se comporte normal, he llorado, le he abrazado, le he sacado a pasear para intentar que se alejara de la maldita television, pero sus ojos solo reflejan incomprensión. Tiene   2  
  • 4. la mente en otro sitio, se ha ido, y necesito que me lo traiga. Ayer por la noche me entregó esta carta. En su rostro vi un gesto de culpabilidad, y por un momento pensé que volvía a ser él. Sin embargo, al leerla, me vine abajo. Por favor doctor. El psiquiatra recogió las hojas que Elvira le extendía, y le dirigió una última mirada antes de enfrascarse en la lectura. ¨2 de septiembre de 2009 ¿Seres inteligentes en nuestra galaxia? Puede ser. ¿Vampiros inmortales que se alimentan de sangre? Por qué no. ¿Vida después de la muerte? ¡Claro!, y ahí tenemos propuestas para todos los gustos: reencarnación tibetana, infierno cristiano, la atractiva oferta de setenta y dos vírgenes de pechos voluptuosos o según tu karma, ya veremos. Fantasmas, viajes en el tiempo, Triángulo de las Bermudas o profecías de Nostradamus. Hasta mis veinticuatro años he encontrado a mucha gente que creía en estas falacias, y no les ha supuesto ningún problema ni esfuerzo mental. Aún estoy, sin embargo, esperando conocer al primero que apueste por la veracidad de mi historia. La he contado infinidad de veces pero hoy, 2 de septiembre de 2009, en mi vigésimo cuarto cumpleaños, me decido por fin a escribirla.¨ El doctor consultó su calendario: 23 de marzo de 2010. ¨Fallecí después de la Segunda Guerra Mundial, el Día del Pilar de 1945. Me gustaría revivir las consecuencias que aquel conflicto armado tuvo en España, pero era ya muy mayor y hasta el cincuenta sufrí de Alzheimer. Me sentía débil y mi cabeza estaba más allá que acá, por lo que de finales de los cuarenta casi todo son lagunas. Pasé aquellos seis años en la residencia de   3  
  • 5. ¨Las Hermanitas de los Pobres¨, bajo los atentos cuidados de las monjas y las esporádicas visitas de mis dos hijos, Jose Mari y Paula. Del cincuenta al sesenta y siete, año de mi jubilación, fueron años placenteros. Me retiré al pueblo y estuve disfrutando de la pacífica vida rural: paseos por el campo, largas conversaciones en los bancos de la plaza, y mis tomates. Ya no salen tomates como los que saqué yo de aquella huerta. ¡Qué color, qué sabor, qué belleza! Arrancabas uno, lo limpiabas bien con la camisa y destellaba más que mi anillo de casado. Sí, me esposé en el 2005, con 28 años. Conocí a mi esposa hace dos, y dos años antes de aquel primer encuentro nos casamos. Hoy por hoy estoy soltero y disfrutando de algún escarceo de vez en cuando. Las ventajas de tener veinticuatro años y de estar libre después de un largo matrimonio. Pese a que no tenía la agilidad ni la forma física que tengo ahora disfruté mucho de aquella época, especialmente sabiendo que por delante me quedaba toda una vida de trabajo¨. - Permítame –en ese momento el doctor sacó dos hojas en blanco de la impresora, tomó su pluma Montblanc del bolsillo de la bata y dibujó un cronograma en un papel. Nunca en su corta carrera se había enfrentado a un caso como éste. ¨Como digo, me jubilé con sesenta y cinco años, después de cuarenta de servicio en una entidad bancaria de gran entidad. Comencé como director de la oficina central en el sesenta y siete cobrando treinta y cinco mil pesetas al mes. De las de entonces. Ver a mi equipo de fútbol contra el Real Madrid costaba en tribuna treinta pesetas, y nada tenía que ver el precio de los pisos con lo de ahora. En cualquier caso, para cuando empecé a trabajar ya tenía pagada la última letra hacía tiempo. A medida que el siglo XX progresaba, mi situación empeoraba. En el setenta y siete, en plena transición, pasé de ser huérfano con cincuenta y seis   4  
  • 6. años a enterrar a mi señora madre. Los años sucesivos estuve bastante pendiente de ella, pero afortunadamente resultó ser una mujer bastante autónoma. El año de los Juegos Olímpicos de Barcelona terminé de pagar la hipoteca, y a partir de ahí cada año se iba haciendo más dificil. La universidad de los chavales, mensualidades del piso, la boda, y menos dinero entrando en casa. Fue un alivio que nacieran mis dos hijos porque a partir de entonces no tuve más dependientes que mi mujer, y no por largo tiempo. Cuando por fin dejé de trabajar el año pasado, con veinticinco años, mi posición era la de cajero en una pequeña sucursal y mi sueldo no llegaba a los mil euros¨. - ¿Cuántos años tiene su hijo? –preguntó el doctor sin levantar los ojos del papel. - El doce del próximo mes hará veintiuno. ¨Tras estos ocho lustros de vida laboral por fin he tenido la oportunidad de tomarme un año sabático. El curso que viene tengo planeado entrar en la universidad. No sé que licenciatura quiero estudiar, pero en cualquier caso me tendrá ocupado hasta los dieciocho. Después al instituto, educación primaria, y con toda la vida por detrás disfrutaré de mis ultimos días en educación infantil para, el 2 de septiembre de 2033, ingresar en el seno materno. ¿Si me da miedo nacer? Se oyen historias de todo tipo, y nadie ha regresado después del parto para contarlo. No me considero una persona creyente, y entiendo que tras consumarse el acto sexual y volver los espermatozoides al deposito seminal de mi padre ahí habrá terminado todo. Solo espero que el parto sea rápido y sin dolor.¨ Terminada de leer la última frase, el doctor Moreno dejó caer la cuartilla sobre su mesa, y suspiró. Pensativo, se tocó el pelo, levantó la vista, y Elvira se cruzó con el semblante serio del psiquiatra. Parecía que durante esos minutos había envejecido veinte años. Desvió la mirada a la derecha, hacia las   5  
  • 7. estanterías donde se alineaban sus enciclopedias y tratados de medicina, y por unos instantes, en esa posición, las facciones del medico le recordaron a las de Ché Guevara en el famoso retrato de Korda. - ¿Se curará doctor? El susurro le llegó de lejos, devolviéndole brúscamente a la realidad. Un baile de fechas y números se mezclaba con un infinito abanico de posibilidades. - Me gustaría decirle que sí, pero es todavía muy precipitado dar ningún diagnóstico. Si me lo permite me gustaría volver a leer la carta. Una forma aséptica de decirle que no sabía por donde empezar. Nunca antes se había encontrado con un caso parecido. Durante los siguientes cinco minutos se enfrascó de nuevo en la lectura, extrayendo cualquier detalle que le pudiera parecer relevante. - Espero que no le ofenda la pregunta. ¿Cree que su hijo toma drogas? - Él me asegura que no, pero sé que con la gente con la que anda no siempre hace lo correcto. - ¿Notó usted algún comportamiento extraño antes del pasado sábado? - Le he dado muchas vueltas a eso durante estos días, pero nada antes del fin de semana me hizo sospechar que terminaría en este estado. Tiene sus rarezas, sí, pero como cualquier chico de su edad. - No cabe duda, leyendo estas líneas, que su hijo es un muchacho inteligente. Sin embargo, sufre un evidente trastorno de identidad y de percepción del tiempo. ¿Cómo ha llegado a ello? Es lo que tenemos que averiguar. Lo que me sorprende es un cambio tan radical en tan poco tiempo. ¿Tiene usted relación con sus amigos?   6  
  • 8. - Si le soy sincera, no sabría como contactar con ellos -en ese momento Elvira bajó la cabeza, con vergüenza, sintiendo que había pasado por alto sus obligaciones de madre. - Tuvo que haber un catalizador que provocara esa reacción. Es muy pronto para aventurar nada, pero no descartaría que su hijo tomara LSD el pasado sábado por la noche. ¿Ha oído usted hablar de la LSD? - ¿Es eso que tomaban los hippies en los sesenta? –exclamó Elvira alarmada. - Exacto. Coloquialmente los jovenes lo llaman ahora ¨tripi¨, y sigue siendo bastante popular. Provoca estados alterados de conciencia. Comúnmente duran entre ocho y diez horas, y pasados los efectos se vuelve a la normalidad. Sin embargo, en individuos más propensos eso puede alargarse más, o, en el peor de los casos –ahí el doctor hizo una pausa, intentando buscar palabras que no sonaran demasiado drásticas-, causar una pérdida irreparable de lucidez. Es solo una posibilidad, pero por eso me gustaría localizar a sus amigos. En cualquier caso, ahora le haremos un encefalograma y otras pruebas neurológicas. Me ha comentado el antecedente de su marido, por lo que creo que ya está familiarizada con el proceso. Si lo desea… - ¡Nooooo! ¡Noooo! ¡Otra vez nooooo! -en ese momento comenzó a gimotear, a gritar, a patalear, a tirarse de los pelos. Se dirigió a la puerta, salió, y un portazo cerró de manera definitiva aquella entrevista. *** Tres días después y alertada por una vecina, la policía hacía entrada en el domicilio familiar de la señora Elvira. El cuerpo inerme de Álvaro yacía sobre la cama. A sus pies su madre, pálida y con la mirada en blanco, cantaba una canción de cuna: - ¨Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá¨. En el suelo, un sobre dirigido al Dr. Moreno, contenía la siguiente nota:   7  
  • 9. ¨23 de marzo de 2010 Estimado Dr. Moreno. Lamento la forma brusca en la que he abandonado su consulta esta mañana. Como estará al corriente, pasé un infierno de tres años hasta la muerte de mi marido, y no estoy dispuesta a experimentar lo mismo ahora con mi hijo. Es por ello que he decidido acabar con su vida, de la misma forma que tuve que hacer con la de mi querido Luis. Después, no me quedará ya nadie en este mundo, por lo que iré a reunirme con ellos. Si recibe esta nota es que los tres estamos juntos en mejor vida. ¡Qué Dios me perdone!¨. *** Elvira lleva cinco meses ingresada en el hospital psiquiátrico de ¨Las Nieves¨. En algún momento de lucidez ha admitido que no tuvo valor para quitarse la vida, como tenía planeado. Al doctor Moreno todavía le queda la duda, y le quedará siempre, de si su hijo perdió sus facultades mentales, o todo sucedió en la cabeza de Elvira. Las pruebas grafológicas presentadas en el juicio confirmaron que la supuesta carta de Álvaro, y la encontrada en el domicilio, fueron escritas por la misma persona.   8