El documento es una sinopsis de la obra "El Iniciado" de Francisco Javier Flores. Narra la vida de Ricardo "El Iniciado" quien vivió en la pobreza y mediante una retrospectiva dolorosa de su vida, acepta haber cometido errores y decide cambiar su rumbo adoptando una nueva formación ética necesaria para elevar su nivel humano.
(HOTD) Las Grandes Casas de Westeros y su estado previo a la Danza de los Dra...
La década de los errores
1.
2. El Iniciado
Francisco Javier Flores
Sinopsis
Ricardo “El iniciado” quien vivió en la peor de las miserias y
mediante una retrospección dolorosa de su vida, acepta haber
cometido errores, más sin embargo decide cambiar su rumbo,
adoptando una nueva formación cívica y ética, necesaria en su
existencia. El iniciado, es aquel que busca entre los escombros de
su propia inmundicia, el camino hacia la realización, para elevar
su nivel humano, quien acepta tener defectos y lucha para
eliminarlos, quien a través del sufrimiento experimenta el nuevo
cambio.
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4. El Iniciado
EL INICIADO
FRANCISCO JAVIER FLORES
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5. El Iniciado
Prólogo
A través del tiempo, la vida se ha
comprendido de diversas maneras, así como de
diferentes puntos de vista, según los grandes
escritores, filósofos, pensadores y destacados
sociólogos, sobre la existencia, que podría
considerarse en la actualidad como un tren de
vida, de contrastes y acontecimientos con su
correspondiente estado de conciencia.
Mucho se ha hablado sobre la razón de la
existencia, de lo que verdaderamente busca el
ser humano a lo largo del camino, por su paso en
el llamado mundo caótico, por lo que cabe
preguntarse, ¿cuál es nuestra verdadera misión
en esta existencia?
La mayoría creemos que vivir es
solamente buscar la subsistencia material día a
día, buscar oportunidades de desarrollo,
estabilidad, logros personales, títulos,
reconocimientos, prestigio, negocios, trabajo y el
ajetreo que nos agobia en todo momento.
Sería bueno tratar por un momento de
revalorar lo que es realmente nuestra vida y en lo
que podría llegar a convertirse, si analizamos
gran parte de nuestros últimos años,
conociéndonos a sí mismos, dejaríamos de
padecer el caos de la vida diaria.
Lograríamos liberarnos de aquel pesado
sufrimiento y amarguras, descubriendo la
verdadera razón de nuestra existencia.
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6. El Iniciado
Por desgracia para muchos, cuando no
tenemos la oportunidad o el valor de enfrentar la
propia realidad de lo que somos, nuestra
existencia se puede comparar con la naturaleza
del animal irracional, sin que muchas veces nos
demos cuenta en lo que nos hemos convertido
con el paso del tiempo, hasta encontrarnos ante
la vejez que comienza a los 56 años y que se va
procesando hasta la decrepitud y la muerte.
En el transcurso de la existencia, nos
encontramos sumidos de la manera más común
y mecánica transgrediendo la ley y el orden
social, en la que pasamos nuestros últimos días
en completo olvido, consumidos por la nostalgia
de nuestros recuerdos y esclavizados ante la
sombra del silencio que perpetúa la lejana
voluntad del cambio, sumidos en conflictos que
durante toda nuestra vida nos alejaron del
verdadero sentimiento de amor y valoración a si
mismos y hacia los demás.
Es preciso rescatar los valores éticos y
retomar el ordenamiento social para poder dejar
de ser quienes somos, empezar a vivir como
realmente deberíamos ser, muriendo en defectos
para nacer en virtudes.
E l A u tor
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8. El Iniciado
Infeliz Año Nuevo
A una semana de haber
cumplido los dieciséis años y a
unas horas de iniciar el año de
1940, todavía me encontraba
trabajando en la panadería de don Sebastián,
para entregar el último pedido del año, con la
cara y los brazos cubiertos de harina, sacaba del
viejo horno treinta piezas de pan, colocándolos
en el canasto que entregaría camino a casa a
doña Natalia.
Antes de marcharme a casa, me
despedí de don Sebastián, que ya se
encontraba celebrando anticipadamente
el año nuevo, tomando una botella añeja
de vino con dos de sus mejores amigos, Matías y
Jacobo, viejos españoles refugiados de la guerra
civil, quienes lucharon en la madre patria contra
la tiranía de Francisco Franco, bohemios
admiradores fehacientes del desaparecido Lope
de Vega, quienes también eran amigos de mi
padre.
Con un ligero acento madrileño de
embriaguez se pronunció don Sebastián:
– Chaval, decidle a tu padre que le deseo
lo mejor para el próximo año y que no olvide
vuestros viejos tiempos de juventud, aunque el
muy cabrón nos haya olvidao.
Al unísono también manifestaron lo mismo
sus dos camaradas a salud de mi padre
levantando sus vasos diciendo:
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9. El Iniciado
– ¡Venga!, ¡por los amigos!
Me despedí y caminé rumbo a casa, en el
trayecto me detuve en la tienda de don Patricio,
quien me surtía la despensa fiada cada semana,
ya que los dos pesos con cincuenta centavos
que me pagaba don Sebastián, no me
alcanzaban para comprar todo lo que hacia falta
en casa, con buen humor me recibió, cosa que
no era de todos los días, pues era un viejo
cascarrabias, pero que por ser noche de fiesta se
mostraba todo corazón.
– Pero hombre muchacho como estas, ya
hacia días que no pasabas por aquí.
A lo que amablemente le respondí:
– Estoy bien don Patricio, vengo a pagarle
lo de la semana pasada y a llevar otras cosas
que necesito.
Sabiendo que sería una noche de buena
venta y sobre todo de licor, se mostró más
amable que nunca.
– Pero no se diga más, dame la lista de lo
que necesitas, para que te surta todos los
menesteres.
Mientras ponía las cosas sobre el
mostrador preguntó:
– ¿Cómo están todos por la casa?
Refiriéndose a mis padres a mis cuatro
hermanos y sabiendo nuestra difícil realidad
respondí:
– Pues mi padre apenas se esta
recuperando el haber dejado la fábrica por su
accidente, mi madre se encuentra bien y
afortunadamente tiene mucho trabajo con lo de
la costura y nosotros en la escuela.
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10. El Iniciado
Don Patricio aunque siempre manifestaba
su mal humor, tenía interés en ayudarnos por lo
que ofreció algo que difícilmente aceptaría mi
padre:
– Si tu padre decide aceptar
trabajar aquí como se lo propuse, ya
sabe que puede venir cuando quiera.
Ciertamente el trabajo que le
ofreció, era para limpiar algunos bultos de fríjol,
así como el acomodo de la mercancía, pero mi
padre jamás aceptaría, que aunque siendo
lisiado, su orgullo y soberbia eran más grandes
que la misma necesidad del empleo.
Tomé las provisiones y agradecí a don
Patricio por haberme fiado, pero sobre todo por
sus buenas intenciones a lo que le respondí:
– Se lo agradezco mucho y veré si puedo
convencerlo, ya que a raíz del accidente, su
temperamento cada vez es más difícil.
Complacido por haberle contraído una
deuda más y al considerar su propuesta dijo:
– Pues ni hablar muchacho y da a tu
familia mis mejores deseos de año nuevo.
Solo me limité a asistir con la cabeza y
salí de su tienda.
Me dirigí a casa por la
vieja calle empedrada donde
solía jugar rayuela con mis
amigos, en el legendario barrio
del Alto, que durante años fue cuna de grandes
boxeadores y de las mejores peleas organizadas
por “El Perro”, un viejo amigo del barrio, quien
tenía un gimnasio y la escuela de boxeo, que en
las fiestas patronales engrandecía con los
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11. El Iniciado
torneos organizados entre sus mejores alumnos
y otros boxeadores provenientes de los barrios
vecinos como los de La Luz, Analco y San
Miguel.
Durante el trayecto a casa, solo tenía en
mente el sueño de ingresar a la facultad de
leyes, pues a pesar de estudiar y trabajar desde
los diez años, a diferencia de mis hermanos,
siempre había sido brillante en el colegio.
Aunque mi padre solo tenía cubierto hasta
el tercer grado de primaria, en mi caso la escuela
era lo que más disfrutaba, ya que al ser uno de
los alumnos más sobresalientes y destacados,
algunos maestros me consideraban para
participar en festivales como el día de las madres
o en alguna ceremonia cívica, ya que me
gustaba la oratoria.
Viendo la situación precaria
en casa, las constantes golpizas
que nos propinaba nuestro padre
empezando por mi madre, cada vez
que se embriagaba y sin poder hacer nada,
sentía el deber estudiar leyes, para aprender a
defendernos y proteger a algunas otras personas
que pasaban por la misma situación, ya que no
tenía el valor suficiente para retarlo y sacarlos
adelante por ser el hermano mayor.
Realmente eran tantos los tormentos por
los que pasábamos, que más de una vez pensé
en huir de casa e irme a la capital con familiares
de mi madre y olvidarme de todo, pero me
detenía el ver a mis hermanos menores y a mi
madre desprotegidos, con la gran aflicción de
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12. El Iniciado
saber que en cualquier momento los volvería a
golpear, sin que nadie los pudiera salvar de ese
verdadero calvario.
Llegué a casa de doña Natalia, que vivía
en el primer patio dentro de la misma vecindad,
para entregarle el canasto de pan.
Salió a recibir el encargo su
hija Lucrecia, con la que más conviví
durante la infancia y una de las
jóvenes más bellas del barrio, que
durante algún tiempo pretendí, pero
llegué a desistir de esa idea, al saber que pronto
tendría un hijo que la convertiría a los catorce
años en madre soltera.
Con un gran gesto de bondad y por los
bellos detalles que tuve hacia ella, como todo
adolescente de mi edad anhelando conquistar,
sonrió y me dijo:
– ¿Quieres pasar a tomar una taza de
ponche?
Por un momento solo me dispuse a
observar sus bellos y grandes ojos negros, que
hacían juego con su cabello largo y lacio a lo que
respondí:
– Gracias pero será más tarde, tu sabes
que primero debo estar en familia, después de
cenar y de recibir el año, tal vez venga por un
rato a darte el abrazo y a tomar ese delicioso
ponche que prepara tu madre.
Me despedí y crucé por la
vieja y mal oliente vecindad, que
desde niño atravesé escuchando
gritos, risas, llantos, golpes y
todo aquello que la hacía característica.
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13. El Iniciado
Abrí la puerta y encontré sentado a mi
padre, como siempre vegetando con su copa en
la mano llena del licor más barato que vendían
en un expendio clandestino, escuchando los
boleros que tanto le gustaban, en el viejo radio
que había adquirido como pago de su antiguo
patrón por su indemnización, que le brindaba los
únicos momentos de placer, como escuchar la
transmisión de las peleas de box, noticias sobre
la ocupación alemana y el arrollador triunfo
electoral en el parlamento del partido nazi, que
sin perder detalle escuchaba en
su inmemorable estación la XEW.
Lo miré con el rabillo del
ojo y sin decirle nada me dirigí
hacia la cocina, para poner sobre
la mesa una botella de leche, dos bolsas de
azúcar y una de pan que yo mismo había hecho,
en tanto que mi madre ya había colocado sobre
la estufa lo que sería la cena de año nuevo, el
menú consistía en una cacerola pequeña con
frijoles, sopa caliente y algunas piezas de pollo
que nos había compartido doña Natalia, por el
favor de haberle hecho el pan.
Mi madre se encontraba en la pequeña
habitación que compartíamos todos, planchando
la ropa de mis hermanos, Rosa de doce, Pedro
de ocho, Esperanza de seis y Pablo, el más
pequeño de tan solo tres años.
Entré a la habitación y besando
su frente sudorosa, saludé a mi
madre, al verme, de inmediato mis
hermanos corrieron hacia mí para
esculcar en mis bolsillos, hasta sacar
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14. El Iniciado
algunos caramelos que solía llevarles de la
tienda de don Patricio, cuando llevaba las
provisiones cada semana.na.
Me senté sobre la vieja cama de latón,
que ocupaban mis cuatro hermanos y puse sobre
mis piernas a mi hermano Pablo, mientras le
daba en la boca un caramelo machacado y
pregunté a mi madre:
– ¿Entregaste la costura de la semana?
Como mi madre aprendió el oficio de
coser y bordar a los catorce años, había
adquirido una gran habilidad y experiencia en la
confección de vestidos y ropa de todo tipo, a lo
que respondió:
– Durante la noche terminé el vestido de
Jacinta y la falda de doña Josefina, lo demás nno
urge para hoy.
Con su gesto dulce pero a la vez de triste
mirada, recordé lo que fue la vida de Rosa
Gisela, aquella mujer golpeada, maltratada,
quien más de una vez solo se limitaba a vernos
comer, sin probar bocado para que a nadie le
faltara.
La mayor de seis hermanos y que desde
r
los trece años ayudaba a mi abuela a criarlos,
pues padecía de reumatismo por lo que evitaba
lavar o planchar, ya que los
dolores que esto le provocaba en
las articulaciones eran terribles y
no le permitían hacer la mayoría
de las cosas.
Solo se dedicaba a coser, pues era el
modo de subsistencia ya que mi abuelo la había
abandonado por otra mujer.
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15. El Iniciado
Al poco tiempo de fallecer mi abuela, Rosa
Gisela ya no pudo hacerse cargo de sus
hermanos, por lo que quedaron bajo la custodia
de la casa hogar que pertenecía a la Parroquia
del barrio de Xanenetla, ahí fue donde aprendió
el oficio de la costura.
A los diecisiete años se casó con mi padre
y sus hermanos permanecieron en la casa hogar,
que seguía visitando cada fin de semana, para
llevarles algunas provisiones a escondidas de él,
pues eso le molestaba y si la llegaba a
sorprender, nadie podía salvarla de una paliza
garantizada, hasta que fueron creciendo y los
integraron al trabajo desempeñando el oficio que
aprendieron durante su estancia como
carpintería, alfarería, cocina, forja, costura y
plomería entre otras actividades.
Realmente la vida de mi madre fue más
crítica y precaria que la nuestra, pues la
diferencia era que yo podía ver por ellos para
apoyarlos en lo que necesitaban, pero sobre todo
aún teníamos lo más importante, a nuestra Rosa
Gisela.
Salimos de la habitación para reunirnos
con mi padre y celebrar el año nuevo, que por un
momento nos haría olvidar nuestra realidad,
creyendo que aun teníamos una familia en la que
prevalecía el amor.
Nos sentamos a la mesa y mi padre se
acercó con su singular tambaleo que delataba su
estado de embriaguez, se sentó y le pidió a mi
hermana Rosa que colocara frente a él su vaso a
medias, junto con la botella del licor.
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16. El Iniciado
Verlo en esas condiciones tan
deplorables, era algo por lo que yo
jamás desearía pasar, sentía ver a un
hombre acabado, sin aspiraciones, aunque
rodeado de sus seres queridos, se sentía más
solo que nunca, con ese pesar reflejado en la
mirada; triste, sin brillo y vacía que esperaba de
algún modo la muerte, pues parecía que ya lo
estaba en vida, verlo así, recordé parte de lo que
en algún momento, nos pudo compartir de su
niñez y parte de su adolescencia.
A la edad de seis años perdió a su madre
y su padre al haberlo procreado fuera del
matrimonio en una de sus andanzas, lo incorporó
junto con sus siete medios hermanos y con una
madrastra que siempre lo veía como al bastardo
ante los ojos del rencor y de la infidelidad, que
nunca le perdonaría a su padre.
Desde los nueve años,
empezó a trabajar en la fábrica de
la Covadonga, una de las más
prósperas en pleno auge textil al
lado de mi abuelo.
Se encargaba de recolectar los sobrantes
del algodón, que quedaban esparcidos por los
corredores, así como el sobrante de los hilos,
para embolsarlos y procesarlos como fibra para
estopa.
Mi abuelo lo llevaba a trabajar desde el
primer turno que iniciaba a las cinco de la
mañana, su padre era el encargado de la
máquina para enrollar la tela producida, ese
puesto que ocuparía mi padre a los diecisiete
años, luego de su muerte.
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17. El Iniciado
Al poco tiempo de haber fallecido y al no
tener más su protección y por el constante
maltrato de su madrastra y de sus hijos, optó por
abandonar la casa, para refugiarse con don
Sebastián, quien en esa época era su mejor
amigo, él le brindó por dos años, espacio en la
bodega de la panadería de su padre, para
quedarse hasta que cumplió los diecinueve años,
cuando conoció a mi madre.
A partir de ese momento empezó nuestra
historia, hasta hace dos años cuando tuvo el
percance con la máquina cortadora en la que
perdiera la mano derecha.
A pesar de lidiar
constantemente con su mal genio,
el maltrato y las golpizas a mi
madre, en el fondo era un hombre
noble y trabajador pero con gran resentimiento
hacia la vida, por no poseer nada y por lo que
nosotros no podíamos ver más allá de nuestra
realidad, era un hombre con una vida vacía, sin
sueños, sin ninguna aspiración, más que esperar
sentado la muerte.
Todos reunidos en la mesa, mi hermana
Rosa propuso un brindis:
– ¡Quiero brindar por este momento en
que estamos todos reunidos y deseo que así sea
siempre!
Aunque eran pocas las ocasiones en que
nos sentábamos a la mesa sin que surgiera
alguna discusión originada por mi padre, Rosa
deseaba que a pesar de ser escasos estos
instantes, estuviéramos todos juntos, por lo que
aplaudimos su breve pero significativo discurso.
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18. El Iniciado
Siguió el turno con mi hermano Pedro,
quien dio primero un sorbo de café que era con
lo que estábamos brindando en ese momento y
dijo:
– Yo quiero brindar porque no nos falten
los alimentos como hasta ahora, y que pronto me
lleve Ricardo a la panadería, para aprender a
hacer esos virotes que tanto le gustan a mamá y
pueda comprar muchos caramelos en la tienda
de don Patricio.
Ciertamente todos deseábamos que no
faltaran los alimentos en casa, pero sobre todo
que no se me acabara la paciencia para tolerar a
nuestro padre, pues no había día en que peleara
conmigo casi por todo.
Después habló mi madre quien dijo algo
en lo que sabía era mi mayor ilusión:
–Yo deseo que todos estén bien de salud
y que Ricardo su hermano mayor logre entrar a
la universidad y ser un gran abogado.
Todos esos mensajes eran en verdad
deseos que manifestaban del corazón, hasta que
mi padre rompió por completo la armonía
familiar, quien ya estando completamente ebrio,
golpeó su vaso contra la mesa y dijo:
– ¡Ya dejen de decir tantas
idioteces, primero trabajen para que
en esta casa haya que tragar y eso
de estudiar déjenlo para los
mendigos ricos!
Eso en verdad me enfureció, me levanté
de la mesa y gritándole respondí:
– ¡Todos tenemos derecho a progresar, si
no tuviste esa oportunidad, pues que lástima,
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19. El Iniciado
pero yo no voy a dejar que ellos mueran de
hambre, que crezcan ignorantes y sin estudio!
Mi padre también enfurecido se levantó de
la mesa para responder mi comentario:
– ¡Mira muchachito estúpido, antes que
nada soy tu padre y me vas respetando, aquí se
hace lo que yo digo y al que no le guste, que se
vaya a la fregada!
Mi madre al ver su lasciva actitud, se
levantó y se acercó a él para tranquilizarlo:
– ¡Ya dejen de estar peleando, es que
acaso siempre tenemos que pasar por lo mismo,
ya no le digas nada a tu padre por favor!
Por mi madre y sobre todo por mis
hermanos, que en verdad estaban muy
asustados, trate de contenerme para no seguir
peleando, opté por salirme en ese momento de
la casa y antes de marcharme le pedí a mis
hermanos y a mi madre que entraran a la
habitación para evitar que mi padre los lastimara,
después entre gritos y palabras soeces que
salían como lanzas de fuego de su boca; con
gran rabia a punto de golpearlo, opté por
retirarme y dando un fuerte golpe azoté la puerta.
Lo que deseaba en ese momento era
poder desquitar de algún modo la rabia que me
había hecho perder la cordura.
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20. El Iniciado
El Púgil del Barrio
Empecé a caminar apresurado cruzando
la vecindad hasta llegar a la calle, ya estando
fuera y alejado del infierno en que se había
convertido la cena de año nuevo, caminé por las
calles sin rumbo fijo hasta que en una esquina
me tope con “El Perro”, mi amigo, vecino y el
promotor de las peleas de los barrios ocho, años
mayor que yo, dueño del gimnasio e instructor de
boxeo, quien estaba con dos de sus alumnos
bebiendo alcohol.
Al verlo traté de evadirlo pasando de
largo, hasta que después de algunos metros, me
alcanzó para decirme:
– ¿A dónde vas tan de prisa?
Al ver que se aproximaba me detuve y le
respondí:
– Discúlpame pero en este momento no
puedo hablar contigo.
Al notarme alterado dijo:
– Si quieres desquitar ese coraje yo te
puedo ayudar, sígueme.
En ese momento empezó
a caminar con dirección a su
gimnasio, que estaba a unos
escasos metros de donde se
encontraba.
Al ver su sospechosa actitud, pensé que
trataba de buscar algún enfrentamiento con
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21. El Iniciado
alguno de los tipos que lo acompañaban, pero al
verlo entrar solo al gimnasio, sin pensarlo más, lo
seguí hasta ingresar al improvisado recinto, él ya
se encontraba en el interior sosteniendo un saco
de arena, con el que entrenaban sus alumnos y
con fuerte voz de mando dijo:
– ¡Dale, rómpele toda hasta
que te canses!
Mi furia era tal, que sin perder
tiempo empecé a golpear y a patear
en el saco, imaginando a mi padre ahí dentro,
mientras que él, atento me observaba y sus dos
alumnos cuchicheaban entre sí.
Seguí golpeando el saco hasta que caí al
piso completamente exhausto.
Después de haberme recuperado del
cansancio, se acercó y me tendió la mano para
incorporarme y con un gesto irónico me dijo:
– Si hubiera sido “El Patas” otra cosa
hubiera sido.
Con dicho comentario, se refería a que el
famoso “Patas” era el líder de una banda, en la
secundaria a la que asistía y que cursaba el
último grado al igual que yo, quien mantenía
azorados a la mayoría de mis compañeros, pero
que en más de una ocasión, me había salvado
“El Perro” de las salvajes golpizas que me pudo
haber propinado a las afueras del colegio.
Para ayudarme a recuperar, le pidió a uno
de sus alumnos que le diera la botella del licor
que estaban tomando y me ofreció dar un trago
diciendo:
– Esto te va a tranquilizar.
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22. El Iniciado
Yo no bebía, pero en ese momento
realmente me sentía animado para hacerlo,
dando un largo trago, sentí como lumbre bajando
por la garganta hasta las entrañas.
Después de unos cuantos tragos,
empezaba a hacerme efecto el alcohol, por lo
que ya me sentía más relajado pero a la vez
aturdido, al ver que la ira ya había desaparecido,
“El Perro” empezó a decir:
– Tienes muy buena derecha y ya
prendido eres más peligroso que un perro
cuando le quitan su hueso.
En el momento en que estuve golpeando
el saco de arena, no pude medir mis impulsos,
pues lo que sentía en ese instante, era toda la ira
y el dolor reprimido contra mi padre, a lo que le
respondí:
– Por lo general no soy así, soy más
apaciguado, además de que nunca me ha
gustado pelear.
Analizando mis dotes en el plan rudo me
hizo una propuesta que jamás habría imaginado
escuchar:
– Me gustaría enseñarte a boxear, serías
uno de los mejores alumnos y aparte ganarías un
buen dinero.
Como mis aspiraciones eran otras,
rechacé el ofrecimiento por lo que respondí:
– Agradezco tu ayuda, pero no creo que
sea muy buena idea, se que estaba pasando por
un mal momento pero esto no es lo mío.
Al escuchar eso volvió a insistir:
– Anímate, ya verás que aquí la harías,
además de que serías respetado en el barrio.
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23. El Iniciado
Solo me limite a decirle:
– Voy a pensarlo y si me animo vendré a
entrenar.
Sin insistir más sobre el punto, nos
dispusimos a platicar recordando viejas
anécdotas del barrio junto con sus alumnos, que
sin darnos cuenta ya había amanecido, por lo
que me despedí y regresé a casa, esperando no
tener que volver a discutir con mi padre.
Al día siguiente, por efecto del alcohol
desperté con la vaga noción de un sueño muy
extraño, del que poco recuerdo.
Me encontraba deambulando
entre un lugar selvático de espesa
vegetación y me acompañaba una
bella mujer mayor que yo, quien
vestía un atuendo indígena como los que había
visto en el libro de texto de historia, sin más que
poder recordar, solo me quedaba la sensación
placentera de haber disfrutado la estancia en
aquel lugar.
Durante todo el día, estuve pensando
sobre la jugosa oferta de “El Perro”, pues en
verdad era demasiado atractiva, si entraba al
boxeo sería por un corto tiempo, solo así
lograría reunir un buen dinero, para poder
realizar mi sueño de ir a estudiar a la capital y
llevarme a Rosa Gisela junto con mis hermanos,
pero sabía perfectamente que ella jamás estaría
de acuerdo, sería imposible, pues difícilmente
dejaría a mi padre.
Al siguiente día sin pensarlo más, me
presente a las ocho de la mañana en el gimnasio
del “Perro” para tomar mi primer entrenamiento.
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24. El Iniciado
Al verme ahí se mostró gustoso y de
inmediato me prestó unos amplios calzoncillos
para entrenar, así como un par de viejos
guantes y botines remendados.
Antes de empezar el entrenamiento
enfáticamente dijo:
– Espero que estés decidido a
hacerlo, no quiero que después me
dejes colgado con las peleas a las que
estés contratado, así como vas a ganar
bien, vas a tener que entrenar sin faltar ningún
día.
Sabiendo esto, le pregunté:
– ¿Qué voy a hacer con el trabajo de la
panadería, tú sabes que para mí es muy
importante ya que de ahí saco para llevar las
provisiones a la casa?
De inmediato respondió:
– Por eso no te preocupes, tengo un
dinero ahorrado que te voy a prestar para que no
dejes de llevar a tu casa, cuando empieces a
pelear, me empiezas a pagar.
Sabiendo que solo de esta forma lograría
llegar a la capital, acepté sin decirle la verdad a
mi madre, por lo que tuve que mentirle diciendo
que “El Perro” me había ofrecido un buen trabajo
como su asistente en el gimnasio.
Durante seis meses estuve aprendiendo
todas las técnicas de boxeo y por mi tenacidad
las logré desarrollar en muy poco tiempo, hasta
perfeccionarlas mediante el rudo entrenamiento,
en cuanto a la paga, “El Perro” me estuvo
apoyando con el triple de lo que ganaba en la
panadería, hasta terminar la secundaria.
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25. El Iniciado
Por fin llegó la primera
pelea, dentro del torneo de
barrios en la que pelearía por el
campeonato amateur de peso
mini mosca, esta pelea se llevaría a cabo en el
barrio de San Miguel para las fiestas patronales.
Para esta primera pelea, si ganaba estaba
en juego la suma de cien pesos, la mitad era
para el promotor que en este caso era “El Perro”
y la otra mitad para mí, la pelea estaba pactada a
quince rounds o terminarla por knockout, contra
Freddy “El Pantera” Morales, uno de los más
temibles rivales.
En los primeros cinco rounds realmente
me estaba llevando ventaja el adversario, pero
para abrir el sexto round, ya me sentía realmente
molesto al recordar las golpizas que mi padre
nos propinaba, así como las veces en que de
niño pude presenciar, cuando abofeteaba a mi
madre, por lo que sin piedad, pude golpear al
retador, descargando toda mi furia sobre él,
noqueándolo en el séptimo round, ese fue el
principio con el que inicie una serie de nueve
peleas durante dos meses en las que salí invicto.
“El Perro” había ganado mucho dinero, al
igual que yo, así como gran popularidad entre los
barrios, eso me hacía sentir pavoneado, por el
dinero, la admiración de los aficionados y de
algunas mujeres.
A lo largo de casi dos años, tiempo que
duraron mis estudios en la preparatoria, que
había podido solventar gracias a las peleas,
ahorré lo necesario para permanecer por lo
menos un año en la capital sin trabajar, para
34
26. El Iniciado
mantener los gastos que esto implicaba,
pudiendo dedicarme exclusivamente a estudiar y
ya planeaba mi retiro del cuadrilátero pero sin
herir al “Perro” quien me había apoyado
incondicionalmente todo ese tiempo.
Los comentarios de toda la barriada
habían logrado que mi madre se enterara de la
manera en que obtuve el dinero, por lo que ya
me había pedido en varias ocasiones que
desistiera del boxeo, por el riesgo que se corre
en cada pelea por un mal golpe que pudiera
recibir, además de no ser un buen ejemplo para
mis hermanos, que en realidad eran mis más
fervientes admiradores.
Con la gran popularidad que ya me
favorecía entre la afición, también tuve la
oportunidad de conocer a varias aficionadas,
después de haber pasado mucho tiempo
inadvertido al recibir diversas invitaciones por
parte de algunas de ellas, a los bailes
organizados en los barrios.
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27. El Iniciado
Encuentro con el Amor
Cierta ocasión en que se celebraban las
fiestas patronales del barrio de Santa Anita,
después de haber concluido mi pelea contra el
temible retador local, Antonio “El Buitre”
Domínguez, ganándole en el décimo round antes
de regresar a casa, pasé a la
botica del lugar, para comprar
unas vendas y una pomada que
me desinflamara el pómulo
derecho, tras haber recibido un
fuerte cabezazo, donde conocí a la hermosa
dependiente.
Al verme lastimado sin que aún le pidiera
lo que necesitaba, se anticipo para decir:
– Con este ungüento para mañana
desaparecerá esa inflamación y el dolor.
Más que poner atención en
las indicaciones sobre la aplicación
del remedio, solo me limité a
observar sus grandes ojos color
miel, que por un instante me hicieron olvidar las
molestias del pómulo y la ligera inflamación de la
rodilla izquierda por una caída en el cuarto
round, pero buscando un pretexto para
permanecer más tiempo en la botica y buscar la
forma de dialogar con ella pregunté:
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28. El Iniciado
– ¿Crees que sea necesario aplicarlo
ahora o debo esperar hasta llegar a casa?
Se acercó para palpar la inflamación del
pómulo con sus tersas manos y dijo:
– Te pondré el ungüento para que aminore
un poco la inflamación, mañana continuarás con
el tratamiento hasta que desaparezca.
Sin poner mayor objeción, me dispuse a
recibir los primeros auxilios y abriendo el pomo
colocó un poco del ungüento con sus finos
dedos.
Suavemente empezó a frotar, en tanto que
yo empezaba a sudar por la penosa pero loable
asistencia.
Mientras seguía colocando el ungüento en
mi rostro con voz sutil me dijo:
– Peleaste muy bien.
Completamente sorprendido al escuchar
eso, no podía creer que ella pudiera asistir a las
peleas y le pregunté:
– ¿Te gusta el boxeo?
Con cierta timidez respondió:
– A veces acompaño a mi abuelo a la
arena para ver las peleas sabatinas o como en
éste caso a la del barrio, mi abuelo es aficionado
de corazón y tiene una gran experiencia, que
solo admira a viejos boxeadores pasados de
época, incluso retirados, pero haciendo una
excepción me ha dicho que eres un buen
pugilista con futuro.
Sabiendo que ya contaba con una
admiradora más solo me limité a sonreír.
Con cierta reserva me preguntó:
– ¿Te quedarás al baile de feria?
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29. El Iniciado
Como el baile estaba programado para
comenzar en unas horas, sabía que no podía
quedarme sin conocer a nadie, a lo que
respondí:
– No lo creo, mi representante
ya se ha retirado y aquí no conozco a
nadie con quien pueda tener
conversación y mucho menos para
bailar.
Un tanto apenada pero con gran
amabilidad dijo:
– Vivo sola con mi abuelo, pasará el resto
de la noche con sus amigos jugando dominó y
pues como yo jamás asisto sola a un baile...
Era claro mensaje, me difundía una gran
confianza para poderla invitar, ya que mi
situación era similar y no podría dejar pasar la
oportunidad de ser su pareja, por lo que de
inmediato me presenté:
– Mi nombre es Ricardo Linares y si
quieres podemos ir al baile por un rato, ya que
no puedo llegar muy tarde a casa.
Gustosa acepto diciendo:
– Me llamo Isabel Olivera y ya verás que
los bailes que se organizan aquí en mi barrio,
son de lo más alegres.
Contando con la compañía de la bella
boticaria, me despedí diciendo:
– A las ocho pasaré por ti.
Con una tímida sonrisa confirmó su
aceptación limitándose a decir:
– Estaré lista.
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30. El Iniciado
Pagué las vendas, el ungüento y me retiré
a casa para asearme y tratar de conseguir un
traje para dicha ocasión.
Al llegar a casa, mi madre noto en mi algo
extraño y pregunto:
– ¿Cómo estuvo la pelea?
Ya sin reflejar las molestias de la
inflamación, muy discretamente la llevé hacia la
recamara y le dije sin que escuchara mi padre:
– Necesito conseguir un traje de gala.
Completamente desconcertada mi madre
afirmó:
– Pero si tú detestas los trajes, como es
que ahora me pides que te consiga uno.
A tal afirmación, le expuse como en
secreto de confesión, parte de lo que pasaba por
mi mente al recordar aquel instante:
– Tiene la mirada más dulce que jamás
había visto y las manos más suaves que nunca
había sentido.
Con gran preocupación mi madre
exclamó:
– ¡Me estás asustando Ricardo!
Lógicamente, mi madre estaba totalmente
confundida sin saber lo que ya traía entre manos
y me dispuse a contarle, todo lo que me había
sucedido al conocer a Isabel y no daba crédito a
lo que de mi propia boca escuchaba, ya que
siempre fui muy dedicado al entrenamiento y a
cumplir con las obligaciones de casa, nunca
había tenido oportunidad de salir con alguna
chica.
Se mostró complacida al saberlo pero con
cierto sigilo me preguntó:
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31. El Iniciado
– ¿Ella es una buena muchacha?
Esa duda sembrada en ella, era por la
reputación de algunas mujeres del barrio, que
habían resultado ser malas y ventajosas, pues
por esas malas referencias, manifestaba su
desagrado y le expuse todo lo contrario.
– Ella vive solo con su abuelo, pero se
encuentra en las mismas circunstancias que yo,
tú sabes como es eso.
Mi madre de algún modo, conocía mi
personalidad y podía comprender lo que estaba
diciendo, pues ambos éramos tan parecidos por
lo introvertidos y de ser apegados más a casa.
Rosa Gisela se portó como toda una
cómplice para hacer mi fechoría y respondió:
– Déjame ir a ver a doña Concha, tal vez
tenga algún traje de su hijo que esta en el
ejército, es más o menos de tu talla, a ver si lo
consigo.
Luego de unos minutos regresó con un
traje color beige, una arrugada camisa blanca
que le faltaban botones en los puños y una
ancha corbata café, me lo mostró y sonriendo
dijo:
– Pruébate esto, tal vez sea de tu talla, si
te queda le pongo los botones faltantes y te lo
plancho.
Después de haberme duchado, me puse
el traje que me quedaba a medida, en tanto que
mi madre ya tenía listos los zapatos
que había llevado a lustrar con don
Eladio el zapatero.
Terminé de asearme y antes
de marcharme Rosa Gisela solo se
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32. El Iniciado
limitó a decir:
– Cuídate mucho y no olvides que el
abuelo de esa chica confía en ti, procura no
llevarla tarde a casa, no lo defraudes.
Como todo un don Juan respondí:
– ¡Descuida!, estaré de vuelta temprano.
Me despedí de ella con un beso en la
frente y me dirigí al barrio de Santa Anita
Al llegar a la casa de Isabel, me
detuve a unos cuantos metros antes de tocar la
puerta, para revisar que todo estuviera bien
sobre mi arreglo, me aproximé con sigilo y un
tanto nervioso hacia la puerta, toqué con gran
sutileza que casi no se escuchaba.
Por unos minutos mientras esperaba a
que saliera Isabel, se aproximaron dos tipos
mayores un tanto mal encarados, por lo que me
apresuré a tocar nuevamente pero esta vez lo
hice con más fuerza, ya que parecían ser
agresivos, al percatar mi nerviosismo, se acercó
uno de ellos y con voz áspera y con tono de
embriaguez dijo:
– Si te hubiera acomodado una buena
derecha tu rival, te habría noqueado en el
segundo round.
Al parecer me había reconocido como uno
de los retadores de su boxeador por lo que le
respondí:
– No se preocupe, así son todas las
peleas, a veces nos confiamos y sucede lo
contrario en el cuadrilátero.
En ese instante se abrió la puerta y al ver
a Isabel me sentí salvado, pues lo que menos
quería en ese momento, era discutir y pelear con
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33. El Iniciado
ese par de ebrios, la miré y al notar mi singular
nerviosismo, sonrió diciendo:
– Por lo que veo ya empezaste a hacer
amistad con los amigos de mi abuelo.
Sin saber de quienes se trataba, solo me
limité a encoger los hombros a lo que uno de
ellos dijo:
– Este muchacho tiene buena madera, es
solo cuestión de pulir.
Ya más seguro de la situación dije:
– Espero poder llegar a pelear en la
grande.
En ese momento salió don Rufino, el
abuelo de Isabel y nos presentó diciendo:
– Abuelo ya conoces a Ricardo, lo viste
ganar en la tercera pelea.
Con un ligero gesto de viejo cascarrabias
pero mostrando cierta amabilidad respondió:
– Ya debería estar en algún peso
profesional como el “Gallo”
Antes de responder, Isabel Intervino
diciendo:
– Abuelo, Ricardo me hará el favor de
acompañar al baile del barrio, por lo que no
debes preocuparte, llevo a quien me defienda.
Don Rufino respondió:
– Eso no me preocupa, ¿pero quién te
defenderá de él?.
Al escuchar eso todos empezamos a reír y
en seguida me tendió la mano diciendo:
– Solo estoy bromeando, pero se la
encargo mucho, ella es todo lo que tengo.
Teniendo ya en manos esa bella
responsabilidad le respondí:
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34. El Iniciado
– No se preocupe, estaremos de regreso a
la media noche.
Nos despedimos dirigiéndonos hacia el
lugar donde sería el baile, empezamos a caminar
y por acto instintivo, con toda caballerosidad
tendí el brazo a Isabel para que lo tomara como
lo hacen los de la alta alcurnia y gustosa me
sujetó.
Al llegar al lugar, ingresamos a un viejo
galerón que utilizaban como bodega de una
maderería, en el interior ya se encontraban
colocadas mesas adornadas con manteles
blancos y un pequeño adorno floral de claveles
en el centro, por un momento nos detuvimos
para buscar un lugar a donde pudiéramos
sentarnos hasta que se acercó un mesero y
preguntó:
– ¿Desean una mesa?
De inmediato respondí:
– Por supuesto pero que esté frente a la
orquesta y cerca de la pista de baile.
Nos indicó que lo siguiéramos, cruzando
un largo pasillo hasta llegar al lugar indicado,
antes de sentarnos el mesero muy discretamente
se acercó y dijo:
– Señor son quince pesos de la mesa y lo
que quiera dejar de propina.
Sin mayor problema saqué de mi vieja
cartera y le pagué, pues en ese momento
contaba con una buena suma de dinero ganado
en la pelea.
Después de unos minutos empezaba a
tocar la orquesta uno de los valses más bellos
que solía escuchar mi padre en su viejo radio,
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35. El Iniciado
“Sobre las olas” del inolvidable
“Juventino Rosas” y sin más
preámbulo aunque sin mucha
experiencia, le pedí a Isabel que bailáramos, con
una sutil sonrisa aceptó encantada, la tomé de
su delgada y tersa mano y nos dirigimos al
centro, ya ahí los nervios se apoderaron de mi
por completo, la sujeté de su delineada cintura y
empezamos a deslizarnos al ritmo de aquel vals.
Realmente me sentía como entre las
dunas del desierto, al ser una de las primeras
parejas al llegar al centro de la pista, olvidando
que el lugar ya estaba concurrido, invadidos por
todas las maliciosas miradas.
Absorto solo me limitaba a admirar su
singular belleza, con ese hermoso vestido blanco
de gasa, su largo y negro cabello ondulado,
sujetado por una diadema con una pequeña
perla en el centro, unos pendientes largos
adornando su delgado cuello de cisne y una
fragancia que en mi vida había percibido, pero la
hacía resaltar espectacularmente.
Al terminar de bailar aquel inmemorable
vals, nos mantuvimos por un momento
sujetados el uno del otro ya sin bailar y mirándola
profundamente a los ojos apenas le susurré al
oído diciendo:
– Si hay una luna resplandeciente esta
noche, si escucho la música más bella de todos
los tiempos y las estrellas nos alumbran como
aquellos candiles de los grandes palacios, dime
entonces como puede haber algo más hermoso
después de ti.
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36. El Iniciado
Sin poder contener más todo el infinito en
sus bellos ojos, me acerqué hacia su rosada
mejilla para depositar un sutil beso, en el que sin
poder decir más, todo estaba más que dicho.
Durante las casi tres horas que
permanecimos en el baile del barrio, fueron las
más sublimes, pero a la vez más cortas al lado
de la mujer que me robaría la calma, bailando
esos exquisitos boleros que le dieran fama a la
época gloriosa del cine de oro, interpretados
histriónicamente por aquella orquesta.
Ya de vuelta en su casa, con voz dulce y
enteramente complacida se despidió de mí
diciendo:
– Es preciso que volvamos a vernos, pues
mi corazón no se si pueda permanecer tanto
tiempo lejos de ti.
En tan solo unas horas, entre ambos
creímos ya existente ese sentimiento filial que no
podíamos experimentar de la mejor forma, solo
así con el lenguaje inexplicable del amor y que
en mucho tiempo jamás habíamos manifestado,
me aproximé a ella diciendo a su oído
dulcemente:
– Como podría marcharme sin antes
decirte, que esta noche ha sido como el día más
resplandeciente después de un largo diluvio, a lo
largo de mi vida.
Sin decir más, la besé apasionadamente
envolviéndome entre su exquisito aroma y el
recuerdo de aquel majestuoso paraje selvático
que en forma recurrente aparecía en mis sueños,
en el que podía sentir cobijarnos, cerrando un
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37. El Iniciado
ciclo de profunda soledad e iniciando otro con un
tinte de amargura que sin saber se veía venir.
Al tercer día de haberla conocido, nuestra
primera cita fue para asistir a la galería
cinematográfica, para ver una de mis películas
favoritas con Tito Guizar “Rancho Grande”.
En ese momento era para mí lo más
importante, sentir por primera vez el calor de una
bella mujer y al no poder resistir más, dejé de
lado la trama de la película y me avoqué a
descubrir una sensación maravillosa del primer
amor de juventud, en los labios de Isabel.
Al regreso de la función vespertina y
encontrándonos solos en casa de Isabel, entre el
calor del ambiente y de nuestros impulsos,
encubierto por la clandestinidad abusando de la
buena voluntad y confianza de don Rufino,
ingresé a la habitación de la chica y ahí
permanecimos durante hora y media hasta saciar
el instinto de deseo desenfrenado, justificado por
el deseo pasional.
Ciertamente esa era una experiencia
nueva para ambos, pero sin tomar en cuenta los
verdaderos sentimientos y que durante mes y
medio mantuvimos un noviazgo plagado de
deseos pasionarios, el sublime sentimiento
existente como en el principio, se había
convertido en lujuria, provocado por el
complacido ego animal habitando en mi interior.
A pesar de haber experimentado por
primera vez la sensación del acercamiento
sexual, distaba mucho de sentir un amor sublime
por Isabel, pues aprendí que el amar, deriva de
una ternura infinita, creando la chispa inefable
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38. El Iniciado
del amor que es la vida palpitando en cada
átomo, en cada rayo de sol, aunque el amor en
un plano más espiritual no se pueda definir con
precisión, porque es la divina madre del mundo,
es eso que adviene a nosotros cuando realmente
estamos enamorados, el amor se siente en lo
más hondo del corazón, es una vivencia
deliciosa, es el fuego que consume, el néctar del
vino divino, delirio del que lo bebe, que con una
carta o una flor, promueven en el fondo del alma,
tremendas inquietudes intimas, éxtasis exóticos,
voluptuosidad inefable.
Lo cierto es que el verdadero amor, nadie
jamás lo ha podido definir, tan solo hay que
sentirlo, vivenciarlo, solo los grandes
enamorados saben realmente el significado de
ese sublime sentimiento, cosa que en mí no
cabía dicha palabra, ni siquiera mencionarla,
pues el haber invadido su intimidad para saciar
tan solo un instinto, echaba por la borda toda
aquella magia que el corazón había gestado en
nosotros, conducida por mi nefasto defecto
psicológico de la lujuria, había roto con todo lo
que por ganado merecía, el amor cristalino que
reflejaba todo el interior en sus ojos.
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