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87ENERO-FEBRERO/2004
D O S S I E R
Ciudadanía
teoría democrática
¿Es posible conciliar los preceptos normativos de la noción de
ciudadanía provenientes de las tradición liberal con los de la noción
equivalente provenientes de la tradición republicana? He aquí un
tema fundamental para repensar nuestra calidad de ciudadanos en
un mundo cada vez más heterogéneo y multicultural.
* Miembro del Consejo
Editorial de Metapolítica.
y
JorgeClaro
Ángel Sermeño*
88 METAPOLÍTICA/NÚM. 33
D O S S I E R
La ciudadanía
es un proceso
histórico,
resultado de
una diversidad
de prácticas y/
o dinámicas
que a su vez
han seguido su
propio patrón
de interpreta-
ción nacional
particular.
La ciudadanía es, bien un proyecto universal,
o bien un disfraz miserable del privilegio.
R. Dahrendorf
E
l desarrollo del pensamiento socio-
lógico y politológico contemporáneo
atraviesa por una etapa marcada por
la apremiante búsqueda de nuevas sínte-
sis conceptuales necesarias como referen-
tes útiles para enfrentar y responder a los
nuevos desafíos y problemas de la convi-
vencia política. Un buen ejemplo de dicho
fenómeno es el resurgimiento de la noción
de “ciudadanía” como resultado del reno-
vado interés que sobre tal categoría han
mostrado los teóricos políticos más influ-
yentes, es decir, aquellos que definen la
agenda del debate contemporáneo.
Las discusiones en torno al concepto de
ciudadanía “han florecido por todo el mun-
do” a lo largo de la década de los noventa,
nos advierten autores como Soledad García
y Steven Lukes.1
Dicha tendencia no ha
declinado sino que, al contrario, mantiene
una constante orientación de crecimiento.
Vale la pena, pues, ilustrar apropiadamen-
te este punto.
En un ensayo relativamente reciente y
que se convirtió rápidamente en un refe-
rente sobre el tema, Will Kymlicka y Wayne
Norman han sostenido que ese renovado
interés se explica por la singular virtud del
concepto de ciudadanía de integrar en su
interior los temas de justicia (en directa
referencia a la idea de derechos individua-
les) y de pertenencia comunitaria (apelan-
do a los fenómenos de globalización y
fragmentación que atenazan al Estado-na-
ción).2
Ambos temas son, como recuerdan
y enfatizan los autores, los conceptos fun-
damentales en la definición del debate de
la filosofía política de los años setenta
(Rawls) y ochenta (Taylor, Walzer, Sandel,
etcétera). A ello cabe agregar, tal y como
también indican estos autores, un conjun-
to de eventos y tendencias globales de
suma importancia en el mundo de la polí-
tica que han alimentado ese renovado y
sostenido interés por el concepto de ciu-
dadanía. Como parte de estos fenómenos
recientes los autores citan:
…la creciente apatía de los votantes y la
crónica dependencia de los programas de
bienestar en los Estados Unidos, el resurgi-
miento de los movimientos nacionalistas en
Europa del Este, las tensiones creadas por
una población crecientemente multicultural
y multirracial en Europa Occidental, el
desmantelamiento del Estado de bienestar
en la Inglaterra thacheriana, el fracaso de las
políticas ambientalistas fundadas en la co-
operación voluntaria de los ciudadanos, et-
cétera.3
Sin embargo, el tema en cuestión es
sumamente complejo. La ciudadanía es,
ciertamente, un reconocido estatus de in-
clusión y pertenencia que apela a la exis-
tencia de una estructura de derechos
universales. Pero también es un proceso his-
tórico, resultado de una diversidad de
prácticas y/o dinámicas que a su vez han
seguido su propio patrón, por llamarle de
alguna manera, de interpretación nacional
particular.
Por ello, en lugar de hablar de ciudada-
nía a secas, García y Lukes prefieren hacer
referencia al concepto de “ciudadanía subs-
tantiva”, indicando con dicha acuñación
teórica que la categoría de ciudadanía den-
tro de su complejo contenido interno ha
objetivado significados distintos en corres-
pondencia con la práctica específica de las
sociedades contemporáneas. “La ciudada-
nía substantiva es —dicen estos autores—
el resultado de conflictos sociales y luchas
por el poder que se producen en coyuntu-
ras históricas concretas. Algunas han sido
luchas de clases, otras el resultado de
enfrentamientos étnicos y geopolíticos”.4
En realidad, la noción de ciudadanía
posee tres claros componentes: a) la adqui-
sición, adjudicación o posesión de un con-
junto de derechos y deberes por parte del
sujeto titular de los mismos; b) la pertenen-
cia a una comunidad política determinada
(normalmente, el Estado-nación); y c) la
oportunidad y capacidad de participación
en la definición de la vida pública (políti-
ca, social y cultural) de la comunidad de
adscripción a la que se pertenece.5
Y cada
uno de estos elementos referidos es capaz
89ENERO-FEBRERO/2004
D O S S I E R
por sí mismo de problematizar al conjunto
de la concepción y la práctica de la ciuda-
danía. Esto mismo es valido, por lo demás,
cuando cada uno de estos elementos se
apoya o refuerza mutuamente para en los
hechos imprimir mayor complejidad a las
formas de concebir a la ciudadanía. En todo
caso, es oportuno reiterar una advertencia
realizada por Ralf Dahrendorf en el senti-
do de volver la vista al concepto de ciuda-
danía pero sin proyectar sobre él en exceso
nuestros propios intereses y caer en el peli-
gro de manipular su contenido. O bien, uti-
lizando las propias palabras de esta autor,
sin distorsionar y abusar ideológicamente
de una de las grandes ideas del pensamien-
to social y político. Dice Dahrendorf al res-
pecto: “La ciudadanía se ha vuelto un
concepto de moda a lo largo de todo el es-
pectro político. La gente percibe que hay en
ella algo que define las necesidades del fu-
turo —y en esto tienen razón—, pero se de-
dican a moldear el término de acuerdo con
sus propias preferencias”.6
Por ejemplo, gracias a la singular agu-
deza y al ingenio de T.H. Marshall, el
componente de derechos (y deberes) domi-
nó ampliamente la reflexión sobre dicho
concepto a lo largo de varias décadas (des-
de el inicio de la postguerra hasta el inevi-
table declive del Welfare). En particular, en
dicho contexto, hablar de ciudadanía era,
con frecuencia y normalidad, referirse a las
problemáticas vinculadas con la cuestión de
las políticas de redistribución en el Estado
de bienestar.
Hoy en día, en cambio, el elemento de
pertenencia y reconocimiento ha adoptado
un claro enfoque identitario y cultural y ha
hegemonizado virtualmente, o al menos
replanteado, las discusiones actuales sobre
ciudadanía, obligando con ello a pensar en
la necesidad y conveniencia de ampliar o
no dicha concepción.
Estos señalados fenómenos de exclu-
sión (económica y cultural) junto a los de
la creciente y sostenida apatía en la partici-
pación ciudadana para promover y cons-
truir el bien público han colocado también
con gran énfasis en el centro del debate con-
temporáneo sobre ciudadanía el clásico
tema de las virtudes cívicas y la necesidad
de su fortalecimiento y expansión como
actividad deseable. En este sentido, los teó-
ricos han llegado a considerar que el vi-
gor y estabilidad de una democracia
dependen no sólo de la eficiencia con que
operen sus principales instituciones sino
también de las cualidades y virtudes de
sus ciudadanos.7
Al ilustrar este punto he querido mos-
trar cómo la agenda del desarrollo con-
ceptual de ciudadanía refleja la complejidad
de dicho fenómeno y su corresponden-
cia con los principales problemas de la po-
lítica contemporánea, vista desde la pers-
pectiva de la convivencia democrática.
Un particular y justificado énfasis en la
discusión de la ciudadanía es el que se
centra en examinar los retos que sur-
gen en el terreno de la participación po-
lítica ciudadana y su vinculación con la
esfera pública.
MODELOS DE CIUDADANÍA
El concepto de ciudadanía, como se ha
podido constatar, posee sutiles y varia-
dos matices. Es un concepto complejo (lo
cual se refleja en la naturaleza de los ele-
mentos que lo configuran) y puede ser in-
terpretado desde diversas tradiciones
intelectuales. La tradición del pensamien-
to liberal (centrada en el individuo y sus
derechos) constituye, evidentemente, su
matriz originaria, al menos tal y como es
entendida e invocada en el contexto de la
modernidad. Aunque la tradición republi-
cana (centrada en la comunidad) gana
adeptos de forma creciente en su proyec-
to de ampliar su contenido.
A continuación esbozaré rápidamen-
te los que a mi juicio son los dos princi-
pales modelos de ciudadanía construidos
sobre la base de valores liberales y repu-
blicanos, respectivamente. En mi opinión,
cada una de estas tradiciones incluye den-
tro de sí una variante extrema de concebir a
la ciudadanía de acuerdo con una interpre-
tación más fuerte o apegada a la integridad
de los valores que la alimentan. De esta
suerte, sostengo que la versión de ciuda-
Hoy en día el
elemento de
pertenencia y
reconocimiento
ha adoptado un
claro enfoque
identitario y
cultural y ha
hegemonizado
virtualmente, o
al menos
replanteado, las
discusiones
actuales sobre
ciudadanía.
90 METAPOLÍTICA/NÚM. 33
D O S S I E R
danía liberal incluiría en su versión
radicalizada a la noción de ciudadanía
libertaria, mientras que la versión de ciu-
dadanía republicana haría lo propio con la
concepción de ciudadanía comunitaria.
Ciudadanía liberal
De acuerdo con esta influyente tradi-
ción de pensamiento, la ciudadanía
se corresponde con un conjunto de dere-
chos (civiles, políticos y sociales) que cada
miembro de la sociedad —en posición de
poseer este estatus— goza por igual. Cae
por su propio peso el señalar que esta con-
cepción adopta una inequívoca posición
y/o perspectiva a favor del sujeto indivi-
dual, quien es el detentador de estos de-
rechos. Esta concepción de ciudadanía,
sin embargo, presupone que el sujeto que
goza estos derechos debe cumplir al mis-
mo tiempo con un conjunto exigente de
atributos sobre los que se sustenta la con-
traparte del gozo de derechos. Esto es, la
adopción de aquel conjunto de deberes
que la comunidad de adscripción impone
al ciudadano. Así, bajo la perspectiva li-
beral, un buen ciudadano es aquel que
asume un estilo secular y cívico de vida
“participativa” que alimenta y estimula
una apropiada integración social. Tampo-
co resulta ocioso recordar que esta noción
de ciudadanía corresponde a la vigencia de
un régimen auténticamente democrático
bajo el cual es capaz de desarrollar todo su
potencial y virtud. Coincido, por tanto, con
al amplio número de teóricos que conside-
ran que la definición canónica de ciudada-
nía en esta perspectiva es la propuesta por
T.H Marshall en su clásico ensayo Citizen
and Social Class.8
De acuerdo con esta muy
difundida interpretación, la ciudadanía
debe concebirse como un proceso largo y
lineal de ampliación de goce de derechos
civiles (de propiedad); derechos políticos
(de participación en las estructuras de toma de
decisión tanto en calidad de gobernante
como de gobernado); y derechos sociales
(orientados a compartir la riqueza de la co-
munidad a través del acceso a satisfactores
en rubros de educación, salud, vivienda y
empleo). Así entendido, la principal fun-
ción de este proceso de ampliación de los
derechos consiste en el establecimiento de
un marco de igualdad (formal) que contra-
pese o equilibre la desigualdad (material)
existente entre los miembros de una comu-
nidad política correspondiente.
Es decir, el objetivo implícito en este es-
quema consiste en articular un ensayo de
explicación al peculiar y paradójico fenó-
meno de cómo siendo el sistema capitalista
un sistema que esencial y constitutivamente
promueve la desigualdad entre los indivi-
duos, también ha alentado en su interior
un proceso paralelo de generación de con-
diciones de igualdad entre los integrantes
de una determinada comunidad a través,
precisamente, del acceso a la condición ciu-
dadana y su paulatina y lenta ampliación.
Todo el pensamiento de T.H. Marshall, sos-
tiene Danilo Zolo, “se centra en esta para-
doja”.9
Ahora bien, la referencia a Marshall tie-
ne como propósito enfocar directamente un
conjunto de problemas de gran actualidad
en la teoría de la ciudadanía y que, eviden-
temente, ha surgido al calor del debate que
ha tenido como objetivo revisar la influyen-
te contribución de este autor bajo las nue-
vas problemáticas teóricas y prácticas de los
escenarios actuales de la política.10
Estas
problemáticas son las siguientes:
1. Dialéctica inclusión-exclusión: se refiere a
la tensión creciente entre los derechos de
ciudadanía (que registran, asimismo, una
tendencia hacia la ampliación) y las fuer-
zas de la economía, que marcan una con-
sistente tendencia hacia la exclusión.
2. Reclamos identitarios: corresponde a la ten-
sión entre el estatus de ciudadanía y la per-
tenencia a una comunidad de origen que
no se corresponde plenamente con la co-
munidad política establecida.
3. Los exigentes presupuestos de la participación:
señala una cuestión clásica que ahora si-
gue más vigente que nunca: la tensión en-
tre el exigente nivel de presupuesto ético
normativo que impone condiciones muy
difíciles al ejercicio de la ciudadanía. A ello
debe sumarse el carácter dinámico y cam-
Así, bajo la
perspectiva
liberal, un
buen ciudada-
no es aquel
que asume un
estilo secular y
cívico de vida
“participativa”
que alimenta y
estimula una
apropiada
integración
social.
91
D O S S I E R
ENERO-FEBRERO/2004
biante de los entornos y/o contextos his-
tóricos que también determinan a la condi-
ción ciudadana.
El catálogo de problemas asociados
con la teoría liberal de la ciudadanía es,
por supuesto, mayor, pero los apuntados
son cruciales, por cuanto constituyen de-
safíos abiertos a la condición ciudadana.
Por tanto, sin enfrentarlos directamente es
imposible alcanzar una concepción teórica
y política de la ciudadanía que sea satisfac-
toria y relevante. Asimismo, estos mismos
problemas también cuestionan frontal-
mente a una teoría republicana de
la ciudadanía, aunque para algu-
nos de ellos esta concepción
posee mejores recursos y ex-
pectativas para enfrentarlos
y/o resolverlos. En todo
caso no se debe perder de
vista que la ciudadanía es
una noción dinámica y
cambiante, como advierte
Ralf Dahrendorf.11
En
cuanto proceso histórico, la
ciudadaníanoesuntemace-
rrado y fijado para siempre
sino que periódicamente debe
ser redefinido conceptualmente
para ganar en precisión.
Ciudadanía republicana
El rasgo distintivo de esta concepción de
ciudadanía radica en el destacado pa-
pel que asigna a la participación activa del
ciudadano en la organización y dirección
de su sociedad. De acuerdo a esta visión, el
lugar apropiado para ejercer la participa-
ción es el espacio público y el mecanismo
para la misma es el debate racional.
Es característico de esta concepción de
ciudadanía enfatizar el vínculo de perte-
nencia del ciudadano a su comunidad po-
lítica. Ello supone que el individuo en
cuanto ciudadano suspende a la hora de su
participación en el espacio público su par-
ticularidad y diferencia específica para es-
tar en posición de alcanzar un punto de
vista que corresponda y/o se aproxime
de mejor manera con el bien común y/o
la voluntad general de la comunidad.12
Cabe destacar, en un breve paréntesis,
que esta noción activa de ciudadanía con-
trasta radicalmente con una posible lectura
de la ciudadanía liberal (que en mi opinión
se acerca más al ideal libertario) planteada
en términos de una actitud pasiva frente a
las estructuras de autoridad. Se trataría de
una versión en el fondo “dócil” y “des-
politizada” de la ciudadanía que hace én-
fasis en la protección de los derechos
individuales por parte del Estado en una
especie de transacción que permi-
te a los ciudadanos dedicarse
plenamente a la búsqueda
de sus intereses privados.
O, lo que es igual, con-
virtiendo al espacio
público en una ver-
sión substituta del
mercado.13
Ahora bien, vol-
viendo a la noción
de ciudadanía repu-
blicana, esta perspec-
tiva también supone
que la identidad de los
ciudadanos es el resulta-
do de su propia práctica en
el espacio de lo público en don-
de ejercitan de manera activa sus
derechos. Cabe aclarar que esta concep-
ción no rechaza ni desconoce el papel de
los valores étnicos y culturales a la hora de
configurar la identidad del sujeto que goza
de la condición ciudadana, aunque entre
los teóricos en la materia existe una im-
presionante polémica en torno a la con-
veniencia de derivar derechos de grupo
(particulares) que complementen a los
tradicionales derechos individuales (uni-
versales).
Lo que en esta cuestión se pone en jue-
go es el grado y el tipo de pluralismo del
cual es capaz una sociedad liberal contem-
poránea. La objeción comunitaria en este
punto señala que la estructura universal de
derechos (descrita por Marshall) es insufi-
ciente para satisfacer los crecientes recla-
mos de reconocimiento étnico y cultural
CinthyaVelázquez
92 METAPOLÍTICA/NÚM. 33
D O S S I E R
—largamente margina-
dos e ignorados— por
los ordenamientos libe-
ral democráticos. En este
sentido, la propuesta
comunitaria plantea la
urgente necesidad de
institucionalizar una po-
lítica de reconocimiento
queconcedaderechosde
grupo minoritarios a tra-
vés de un estatuto cons-
titucional “especial”.14
Este problema así planteado es de primera
magnitud. Como explican Kymlicka y
Norman:
Estasdemandasde“ciudadaníadiferenciada”
plantean serios desafíos a la concepción pre-
dominantedelaciudadanía.Muchagentecon-
sidera la idea de una ciudadanía diferenciada
en función de grupos como una contradicción
en los términos. Desde el punto de vista orto-
doxo, la ciudadanía es, por definición, una
manera de tratar a la gente como individuos
dotados de derechos iguales ante la ley. Esto
es lo que distingue a la ciudadanía democráti-
ca del feudalismo y otras concepciones que
predeterminabanelestatutopolíticodelagen-
te en función de su pertenencia a determinada
clase, etnia o confesión religiosa.15
Se trata, en efecto, de una suerte de “in-
flexión radical” dentro de la teoría de la ciu-
dadanía, la cual, empero, puede encontrar
una solución satisfactoria (teórica y prácti-
ca) sobre los puentes que se construyan
entre las posiciones moderadas de libera-
les y comunitaristas. De hecho, el mismo
Will Kymlicka ha elaborado la propuesta
más innovadora y sugerente sobre esta pro-
blemática en su cada vez más discutida y
difundida obra Multicultural Citizenship.16
Para cerrar esta sección del ensayo creo
conveniente señalar que acotar una teoría de
la ciudadanía realmente útil bajo los térmi-
nos que definen el contexto o los contextos
históricos del presente obliga a recuperar y
fusionar creativamente principios y valores
que originalmente corresponden a estas dos
grandes tradiciones de pensamiento occi-
dental. Por ejemplo, fren-
te al problema de cómo
resolver los desafíos del
pluralismo contemporá-
neo,DavidMilleradvierte:
Si bien las concepciones libe-
ral y republicana difieren a
nivel de principios, es posi-
ble que, en la práctica, con-
verjan sustancialmente en
una sociedad que exhibe un
alto grado de pluralismo. (De
modo que)… lo que emerge-rá de la discu-
sión pública en una sociedad plural será una
Constitución liberal y políticas generalmente
liberales respecto de lo que podríamos deno-
minar la implementación de concepciones es-
pecíficas del bien. Más aún, la concepción
republicana de la política incluye razones a
favor de una Constitución formal que ponga
algunos límites sobre los que las mayorías
pueden decidir. Pienso aquí que una Consti-
tución representa una forma deseable de
autosujeción, susceptible de mejorar a largo
plazo la calidad de la toma de decisiones de-
mocráticas.17
PROBLEMAS DE UNA TEORÍA
DE LA CIUDADANÍA
La naturaleza de los derechos no es ho-
mogénea. En realidad, cada vez se
cuestiona de una manera más directa el pre-
supuesto de Marshall que establece una
progresión que no existe entre los derechos
civiles y políticos a los sociales. En este sen-
tido, hay algo más que simple discontinui-
dad entre los derechos. Hay, como dice
Danilo Zolo, radicales tensiones internas
entre ellos, las cuales adoptan a veces la
forma de verdaderas “rupturas”.18
Este
grupo de interrogantes o tensiones contra-
dictorias internas deben examinarse en un
marco mucho más amplio.19
Redistribución. Probablemente el mayor de-
safío práctico para una teoría de la ciuda-
danía corresponde con el surgimiento de
individuos y grupos sociales marginados
Acotar una teoría
de la ciudadanía
realmente útil
bajo los términos
que definen el
contexto o los
contextos históri-
cos del presente
obliga a recupe-
rar y fusionar
creativamente
principios y
valores que
originalmente
corresponden a
estas dos grandes
tradiciones de
pensamiento
occidental.
93ENERO-FEBRERO/2004
D O S S I E R
y/o excluidos de la condición ciudadana.
Técnicamente se trata de un conjunto cre-
ciente de individuos y grupos que están
incapacitados de cumplir con los requisi-
tos o condiciones básicas para asumir la
categoría de ciudadanos. Este proceso
muestra los crecientes límites que alcanza
la intervención del Estado en la tarea de
dotar de un sustrato material básico y com-
partido al estatus formal de la ciudadanía.
De hecho, hoy en día es insostenible, tal y
como el propio Marshall pensaba, que la
ciudadanía implica una presión a favor de
la igualdad. La verdad parece ser casi lo
opuesto, sostiene Zolo: “los derechos de
ciudadanía implican una presión hacia la
desigualdad” dado que “en una sociedad
de libre mercado sólo una minoría posee
los suficientes recursos políticos, económi-
cos y organizativos como para beneficiarse
de las capacidades adquisitivas de la últi-
ma clase de derechos”.20
Como señalaré en
la parte final del ensayo, la existencia de
amplios grupos marginados de la condición
ciudadana es un desafío de primer orden
en sociedades como las latinoamericanas.
En efecto, el costo ciudadano de la existen-
cia de las clases o grupos marginados toca
al argumento central de la constitución de
la ciudadanía: la construcción de la civili-
dad. Siendo está última el referente que jus-
tifica la síntesis de los valores positivos que
legitiman el proyecto democrático de inte-
gración política, la permanencia de un sec-
tor de la sociedad fuera de sus parámetros
de civilidad implica un error de diseño de
la comunidad política y de las redes de re-
laciones sociales que definen las oportuni-
dades básicas de acceso
Identidad. Líneas arriba planteé en sus aspec-
tos sustantivos las tensiones que represen-
tan para la noción de ciudadanía los nuevos
y genuinos reclamos de reconocimiento ét-
nico y cultural. Distingo dos posturas en
pugna frente a esta delicada cuestión.
En primer lugar, se encuentran aquellos
teóricos que rechazan lo que llaman una ex-
cesiva ampliación del contenido de los dere-
chosciudadanos.Elargumentobásicoseñala
que,paradecirloconpalabrasdeDaniloZolo,
“esta inflación normativa corre el riesgo de
diluir su importancia histórica y funcional,
de ignorar las diferencias formales y sus-
tantivas que distinguen a las distintas clases
de derechos y, sobre todo, de ignorar las ten-
siones que existen entre ellos”.21
En segundo lugar, en donde ubicaría un
espectro mayor de autores tales como Da-
vid Held, David Miller y, naturalmente,
Will Kymlicka o Ralf Dahrendorf, quienes
opinan que la verdadera prueba de la for-
taleza de los derechos de ciudadanía en los
contextos contemporáneos pasa por la ca-
pacidad de mayor inclusión de la hetero-
geneidad dentro de sí.22
Como señala
Dahrendorf: “El respeto común de los de-
rechos básicos entre personas de diferen-
tes orígenes, culturas o credos pone a
prueba esa combinación de identidad y
variedad que descansa en el corazón de las
sociedades civiles y civilizadas”.23
Virtud cívica.La inmensa mayoría de auto-
respreocupadosporreflexionarsobrelosde-
safíos que implica el tema de la condición
ciudadana y de los derechos y deberes que
le acompañan coinciden en la necesidad y
conveniencia de reforzar la “buena ciuda-
danía”. El problema surge, en opinión de
Kymlicka y Norman, cuando hay que esta-
blecer los criterios que permitan distinguir
entre las formas legítimas de las ilegitimas
para promover y reforzar la consecución de
este objetivo. Es decir, resulta claro que “una
concepción adecuada de la ciudadanía pa-
receexigirunequilibrioentrederechosyres-
ponsabilidades. Pero, ¿dónde aprendemos
esas virtudes?”.24
De acuerdo a estos autores todas las res-
puestas ensayadas son satisfactorias solo de
manera parcial. Todas, pues, presentan ob-
jeciones que una renovada teoría republi-
cana debe afrontar, toda vez que la mayoría
de respuestas ensayadas abrevan y apelan
a dicha tradición para apoyar sus propues-
tas. En todo caso, el desafío normativo plan-
teado es clásico y una vez más se pregunta
cómo reducir la brecha entre la alta calidad
de la norma con las concesiones que los
contextos históricos y los comportamientos
particulares demandan.
La inmensa
mayoría de
autores preocupa-
dos por reflexio-
nar sobre los
desafíos que
implica el tema
de la condición
ciudadana y de
los derechos y
deberes que le
acompañan
coinciden en la
necesidad y
conveniencia de
reforzar la “buena
ciudadanía”.
94
D O S S I E R
METAPOLÍTICA/NÚM. 33
LOS DESAFÍOS
DE LA CIUDADANÍA
EN AMÉRICA LATINA
Para concluir indicaré rápidamente las
muchas dificultades que enfrenta la
práctica de una ciudadanía efectiva bajo las
condiciones que imperan en las naciones de
la región latinoamericana.
a) La educación y la seguridad material, así
como el acceso a la información, necesarios
para ejercer la ciudadanía, no están garan-
tizados a toda la población.
b) La ciudadanía se puede ejercer de forma
plena sólo cuando el sistema normativo (es
decir, el Estado de derecho) está guiado por
criterios universales y ello se traduce en que
los poderes públicos están dispuestos a pro-
teger los derechos y son capaces de hacer-
lo. Ambas condiciones, evidentemente, no
se cumplen en la mayoría de los países de
la región.
c) Las desigualdades sociales se convierten
en desigualdades políticas, de modo que el
ejercicio de los derechos de ciudadanía se
ven afectados por las diferencias en las po-
siciones sociales.25
NOTAS
1
Prefacio a: S. García y S. Lukes (comps.), Ciudadanía: justicia
social, identidad y participación, Madrid, Siglo XXI, 1999, p. ix.
2
W. Kymlicka y W. Norman, “Return of the Citizen: A Survey of
Recent Work on Citizenship Theory”, Ethics, núm 104, 1994, pp.
257-289 (existe traducción al español en: La Política. Revista de
estudios sobre el Estado y la sociedad, núm. 3, 1997, pp. 5-39).
3
Cf. Ibid., pp. 5-6.
4
Cf. S. García y S. Lukes, op. cit., p. 2.
5
Ibid. p. 1.
6
Cf. R. Dahrendorf, “La naturaleza cambiante de la ciudadanía”, en
La Política. Revista de…, op. cit., p. 142.
7
Kymlicka y Norman, op. cit.,p. 6.
8
T.H. Marshall., Citizen and Social Class and Other Essays,
Cambridge University Press, 1950 (existe traducción al español en
Alianza Editorial, Madrid, 1998).
9
“Marshall se pregunta —indica Zolo— ¿cómo es que los
sistemas políticos occidentales logran ser estables si están
basados en el conflicto entre “principios tan radicalmente
opuestos”?” Cf.: D. Zolo, “La ciudadanía en una era
poscomunista”, en La Política. Revista de… Op. Cit., p. 118.
10
Hoy día abundan las críticas directas y un tanto despiadadas a la
interpretación del fenómeno de la ciudadanía elaborada por
Marshall. En efecto, dicha propuesta se le ha calificado de
“ingenua”, “optimista”, excesivamente “lineal” y “teleológica”,
entre otros adjetivos duramente descalificativos. No obstante, el
pensamiento de este autor sigue siendo un referente
indispensable al cual se le reconoce el extraordinario aporte
realizado. Como admite, en este sentido, una autor como David
Miller, la notable contribución de Marshall a la noción de ciudadanía
radica aún hoy día en que encarna un ideal de justicia social y tiene,
al mismo tiempo, potenciales implicaciones redistributivas. Al
respecto, puede consultarse: D. Miller, “Ciudadanía y pluralismo”,
en La Política. Revista de…, op. cit., p. 72.
11
R. Dahrendorf, “la naturaleza cambiante de la ciudadanía”, en
La Política. Revista de…, op. cit., pp. 139-149.
12
Para ampliar este esbozo de noción de ciudadanía republicana
puede consultarse: D. Miller, “Ciudadanía y Pluralismo”, en La
política. Revista de…, op. cit., pp. 69-92. F. Ovejero, “Tres
ciudadanos y el bienestar”, en La Política. Revista de…, op. cit.,
pp. 93-116. W. Kymlicka y W. Norman, “El retorno del
ciudadano…”, en La Política. Revista de…, op. cit., pp. 5-40.
13
Esta manera de concebir pasivamente a la ciudadanía asigna las
siguientes funciones al sujeto detentador de derechos: elegir a los
gobernantes, sancionar la competencia de las instituciones para
definir posturas e intereses colectivos y elevar demandas a las
estructuras de gobierno. “La versión clásica de esa concepción
puede encontrarse en: R. Nozick, Anarchy, State and Utopia, Nueva
York, Basic Book, 1974 (traducción al español: México, FCE, 1988).
14
Al respecto puede consultarse: Ch. Taylor: Multiculturalism and
“the Politics of Recognition”, Princeton, Princeton University
Press, 1992 (traducción al español: México, FCE, 1993).
15
W. Kymlicka y W. Norman, “El retorno del …”, op. cit., pp. 25-26.
16
W. Kymlicka, Multicultural Citizenschip. A Liberal Theory of
Minority Rights, Oxford, Clarendon Press, 1995 (traducción al
español: Barcelona, Paidós, 1996).
17
D. Miller, “Ciudadanía y pluralismo”, op. cit., p. 90.
18
D. Zolo, “”La ciudadanía en una era postcomunista”, op. cit., p.
126.
19
En este sentido, Zolo propone lo que denomina un “análisis
realista” de la ciudadanía. Asegura este autor: “Un análisis
realista no sólo muestra que los derechos de ciudadanía
«carecen de fundamento» en virtud de su origen empírico, que
dependió de diversas contingencias históricas aunque por lo
común estuvo signado por el conflicto civil o la guerra. También
muestra que los derechos presentan incoherencias funcionales
internas que pueden llegar a privarlos de toda importancia
práctica”. Cf. Ibid. p. 127.
20
D. Zolo, op. cit., p. 127.
21
D. Zolo, op. cit., p. 122.
22
Las referencias a cada uno de estos autores han sido múltiples
a lo largo de las páginas de este ensayo. Aprovecho la
oportunidad de esta nota para señalar que en el caso de los
reclamos de autogobierno planteados por algunas minorías
nacionales en un contexto de una sociedad multicultural estos
autores, con sus respectivos matices evidentemente, verían
peligros para el futuro de la ciudadanía al menos bajo la
perspectiva de la tendencia a avanzar hacia una concepción
cosmopolita de ciudadanía.
23
R. Dahrendorf, op. cit., p. 147.
24
W. Kymlicka y W. Norman, op. cit., p. 15.
25
Para realizar este rápido recuento me apoye básicamente en: A.
Przeworski, et. al., Sustainable Democracy, Cambridge,
Cambridge University Press, 1995 (traducción al español:
Barcelona, Paidós, 1998). Existe, por supuesto, una más amplia
literatura al respecto entre la que se puede citar a título ilustrativo:
V.E. Tokman y G. O´Donnell (comp.), Pobreza y desigualdad en
América Latina, Barcelona, Paidós, 1999 o el estupendo número
monográfico de La Política. Revista de estudios sobre el Estado y
la sociedad, núm. 2, 1996, dedicado a “La democratización y sus
límites. Después de la Tercera Ola”.

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  • 1. 87ENERO-FEBRERO/2004 D O S S I E R Ciudadanía teoría democrática ¿Es posible conciliar los preceptos normativos de la noción de ciudadanía provenientes de las tradición liberal con los de la noción equivalente provenientes de la tradición republicana? He aquí un tema fundamental para repensar nuestra calidad de ciudadanos en un mundo cada vez más heterogéneo y multicultural. * Miembro del Consejo Editorial de Metapolítica. y JorgeClaro Ángel Sermeño*
  • 2. 88 METAPOLÍTICA/NÚM. 33 D O S S I E R La ciudadanía es un proceso histórico, resultado de una diversidad de prácticas y/ o dinámicas que a su vez han seguido su propio patrón de interpreta- ción nacional particular. La ciudadanía es, bien un proyecto universal, o bien un disfraz miserable del privilegio. R. Dahrendorf E l desarrollo del pensamiento socio- lógico y politológico contemporáneo atraviesa por una etapa marcada por la apremiante búsqueda de nuevas sínte- sis conceptuales necesarias como referen- tes útiles para enfrentar y responder a los nuevos desafíos y problemas de la convi- vencia política. Un buen ejemplo de dicho fenómeno es el resurgimiento de la noción de “ciudadanía” como resultado del reno- vado interés que sobre tal categoría han mostrado los teóricos políticos más influ- yentes, es decir, aquellos que definen la agenda del debate contemporáneo. Las discusiones en torno al concepto de ciudadanía “han florecido por todo el mun- do” a lo largo de la década de los noventa, nos advierten autores como Soledad García y Steven Lukes.1 Dicha tendencia no ha declinado sino que, al contrario, mantiene una constante orientación de crecimiento. Vale la pena, pues, ilustrar apropiadamen- te este punto. En un ensayo relativamente reciente y que se convirtió rápidamente en un refe- rente sobre el tema, Will Kymlicka y Wayne Norman han sostenido que ese renovado interés se explica por la singular virtud del concepto de ciudadanía de integrar en su interior los temas de justicia (en directa referencia a la idea de derechos individua- les) y de pertenencia comunitaria (apelan- do a los fenómenos de globalización y fragmentación que atenazan al Estado-na- ción).2 Ambos temas son, como recuerdan y enfatizan los autores, los conceptos fun- damentales en la definición del debate de la filosofía política de los años setenta (Rawls) y ochenta (Taylor, Walzer, Sandel, etcétera). A ello cabe agregar, tal y como también indican estos autores, un conjun- to de eventos y tendencias globales de suma importancia en el mundo de la polí- tica que han alimentado ese renovado y sostenido interés por el concepto de ciu- dadanía. Como parte de estos fenómenos recientes los autores citan: …la creciente apatía de los votantes y la crónica dependencia de los programas de bienestar en los Estados Unidos, el resurgi- miento de los movimientos nacionalistas en Europa del Este, las tensiones creadas por una población crecientemente multicultural y multirracial en Europa Occidental, el desmantelamiento del Estado de bienestar en la Inglaterra thacheriana, el fracaso de las políticas ambientalistas fundadas en la co- operación voluntaria de los ciudadanos, et- cétera.3 Sin embargo, el tema en cuestión es sumamente complejo. La ciudadanía es, ciertamente, un reconocido estatus de in- clusión y pertenencia que apela a la exis- tencia de una estructura de derechos universales. Pero también es un proceso his- tórico, resultado de una diversidad de prácticas y/o dinámicas que a su vez han seguido su propio patrón, por llamarle de alguna manera, de interpretación nacional particular. Por ello, en lugar de hablar de ciudada- nía a secas, García y Lukes prefieren hacer referencia al concepto de “ciudadanía subs- tantiva”, indicando con dicha acuñación teórica que la categoría de ciudadanía den- tro de su complejo contenido interno ha objetivado significados distintos en corres- pondencia con la práctica específica de las sociedades contemporáneas. “La ciudada- nía substantiva es —dicen estos autores— el resultado de conflictos sociales y luchas por el poder que se producen en coyuntu- ras históricas concretas. Algunas han sido luchas de clases, otras el resultado de enfrentamientos étnicos y geopolíticos”.4 En realidad, la noción de ciudadanía posee tres claros componentes: a) la adqui- sición, adjudicación o posesión de un con- junto de derechos y deberes por parte del sujeto titular de los mismos; b) la pertenen- cia a una comunidad política determinada (normalmente, el Estado-nación); y c) la oportunidad y capacidad de participación en la definición de la vida pública (políti- ca, social y cultural) de la comunidad de adscripción a la que se pertenece.5 Y cada uno de estos elementos referidos es capaz
  • 3. 89ENERO-FEBRERO/2004 D O S S I E R por sí mismo de problematizar al conjunto de la concepción y la práctica de la ciuda- danía. Esto mismo es valido, por lo demás, cuando cada uno de estos elementos se apoya o refuerza mutuamente para en los hechos imprimir mayor complejidad a las formas de concebir a la ciudadanía. En todo caso, es oportuno reiterar una advertencia realizada por Ralf Dahrendorf en el senti- do de volver la vista al concepto de ciuda- danía pero sin proyectar sobre él en exceso nuestros propios intereses y caer en el peli- gro de manipular su contenido. O bien, uti- lizando las propias palabras de esta autor, sin distorsionar y abusar ideológicamente de una de las grandes ideas del pensamien- to social y político. Dice Dahrendorf al res- pecto: “La ciudadanía se ha vuelto un concepto de moda a lo largo de todo el es- pectro político. La gente percibe que hay en ella algo que define las necesidades del fu- turo —y en esto tienen razón—, pero se de- dican a moldear el término de acuerdo con sus propias preferencias”.6 Por ejemplo, gracias a la singular agu- deza y al ingenio de T.H. Marshall, el componente de derechos (y deberes) domi- nó ampliamente la reflexión sobre dicho concepto a lo largo de varias décadas (des- de el inicio de la postguerra hasta el inevi- table declive del Welfare). En particular, en dicho contexto, hablar de ciudadanía era, con frecuencia y normalidad, referirse a las problemáticas vinculadas con la cuestión de las políticas de redistribución en el Estado de bienestar. Hoy en día, en cambio, el elemento de pertenencia y reconocimiento ha adoptado un claro enfoque identitario y cultural y ha hegemonizado virtualmente, o al menos replanteado, las discusiones actuales sobre ciudadanía, obligando con ello a pensar en la necesidad y conveniencia de ampliar o no dicha concepción. Estos señalados fenómenos de exclu- sión (económica y cultural) junto a los de la creciente y sostenida apatía en la partici- pación ciudadana para promover y cons- truir el bien público han colocado también con gran énfasis en el centro del debate con- temporáneo sobre ciudadanía el clásico tema de las virtudes cívicas y la necesidad de su fortalecimiento y expansión como actividad deseable. En este sentido, los teó- ricos han llegado a considerar que el vi- gor y estabilidad de una democracia dependen no sólo de la eficiencia con que operen sus principales instituciones sino también de las cualidades y virtudes de sus ciudadanos.7 Al ilustrar este punto he querido mos- trar cómo la agenda del desarrollo con- ceptual de ciudadanía refleja la complejidad de dicho fenómeno y su corresponden- cia con los principales problemas de la po- lítica contemporánea, vista desde la pers- pectiva de la convivencia democrática. Un particular y justificado énfasis en la discusión de la ciudadanía es el que se centra en examinar los retos que sur- gen en el terreno de la participación po- lítica ciudadana y su vinculación con la esfera pública. MODELOS DE CIUDADANÍA El concepto de ciudadanía, como se ha podido constatar, posee sutiles y varia- dos matices. Es un concepto complejo (lo cual se refleja en la naturaleza de los ele- mentos que lo configuran) y puede ser in- terpretado desde diversas tradiciones intelectuales. La tradición del pensamien- to liberal (centrada en el individuo y sus derechos) constituye, evidentemente, su matriz originaria, al menos tal y como es entendida e invocada en el contexto de la modernidad. Aunque la tradición republi- cana (centrada en la comunidad) gana adeptos de forma creciente en su proyec- to de ampliar su contenido. A continuación esbozaré rápidamen- te los que a mi juicio son los dos princi- pales modelos de ciudadanía construidos sobre la base de valores liberales y repu- blicanos, respectivamente. En mi opinión, cada una de estas tradiciones incluye den- tro de sí una variante extrema de concebir a la ciudadanía de acuerdo con una interpre- tación más fuerte o apegada a la integridad de los valores que la alimentan. De esta suerte, sostengo que la versión de ciuda- Hoy en día el elemento de pertenencia y reconocimiento ha adoptado un claro enfoque identitario y cultural y ha hegemonizado virtualmente, o al menos replanteado, las discusiones actuales sobre ciudadanía.
  • 4. 90 METAPOLÍTICA/NÚM. 33 D O S S I E R danía liberal incluiría en su versión radicalizada a la noción de ciudadanía libertaria, mientras que la versión de ciu- dadanía republicana haría lo propio con la concepción de ciudadanía comunitaria. Ciudadanía liberal De acuerdo con esta influyente tradi- ción de pensamiento, la ciudadanía se corresponde con un conjunto de dere- chos (civiles, políticos y sociales) que cada miembro de la sociedad —en posición de poseer este estatus— goza por igual. Cae por su propio peso el señalar que esta con- cepción adopta una inequívoca posición y/o perspectiva a favor del sujeto indivi- dual, quien es el detentador de estos de- rechos. Esta concepción de ciudadanía, sin embargo, presupone que el sujeto que goza estos derechos debe cumplir al mis- mo tiempo con un conjunto exigente de atributos sobre los que se sustenta la con- traparte del gozo de derechos. Esto es, la adopción de aquel conjunto de deberes que la comunidad de adscripción impone al ciudadano. Así, bajo la perspectiva li- beral, un buen ciudadano es aquel que asume un estilo secular y cívico de vida “participativa” que alimenta y estimula una apropiada integración social. Tampo- co resulta ocioso recordar que esta noción de ciudadanía corresponde a la vigencia de un régimen auténticamente democrático bajo el cual es capaz de desarrollar todo su potencial y virtud. Coincido, por tanto, con al amplio número de teóricos que conside- ran que la definición canónica de ciudada- nía en esta perspectiva es la propuesta por T.H Marshall en su clásico ensayo Citizen and Social Class.8 De acuerdo con esta muy difundida interpretación, la ciudadanía debe concebirse como un proceso largo y lineal de ampliación de goce de derechos civiles (de propiedad); derechos políticos (de participación en las estructuras de toma de decisión tanto en calidad de gobernante como de gobernado); y derechos sociales (orientados a compartir la riqueza de la co- munidad a través del acceso a satisfactores en rubros de educación, salud, vivienda y empleo). Así entendido, la principal fun- ción de este proceso de ampliación de los derechos consiste en el establecimiento de un marco de igualdad (formal) que contra- pese o equilibre la desigualdad (material) existente entre los miembros de una comu- nidad política correspondiente. Es decir, el objetivo implícito en este es- quema consiste en articular un ensayo de explicación al peculiar y paradójico fenó- meno de cómo siendo el sistema capitalista un sistema que esencial y constitutivamente promueve la desigualdad entre los indivi- duos, también ha alentado en su interior un proceso paralelo de generación de con- diciones de igualdad entre los integrantes de una determinada comunidad a través, precisamente, del acceso a la condición ciu- dadana y su paulatina y lenta ampliación. Todo el pensamiento de T.H. Marshall, sos- tiene Danilo Zolo, “se centra en esta para- doja”.9 Ahora bien, la referencia a Marshall tie- ne como propósito enfocar directamente un conjunto de problemas de gran actualidad en la teoría de la ciudadanía y que, eviden- temente, ha surgido al calor del debate que ha tenido como objetivo revisar la influyen- te contribución de este autor bajo las nue- vas problemáticas teóricas y prácticas de los escenarios actuales de la política.10 Estas problemáticas son las siguientes: 1. Dialéctica inclusión-exclusión: se refiere a la tensión creciente entre los derechos de ciudadanía (que registran, asimismo, una tendencia hacia la ampliación) y las fuer- zas de la economía, que marcan una con- sistente tendencia hacia la exclusión. 2. Reclamos identitarios: corresponde a la ten- sión entre el estatus de ciudadanía y la per- tenencia a una comunidad de origen que no se corresponde plenamente con la co- munidad política establecida. 3. Los exigentes presupuestos de la participación: señala una cuestión clásica que ahora si- gue más vigente que nunca: la tensión en- tre el exigente nivel de presupuesto ético normativo que impone condiciones muy difíciles al ejercicio de la ciudadanía. A ello debe sumarse el carácter dinámico y cam- Así, bajo la perspectiva liberal, un buen ciudada- no es aquel que asume un estilo secular y cívico de vida “participativa” que alimenta y estimula una apropiada integración social.
  • 5. 91 D O S S I E R ENERO-FEBRERO/2004 biante de los entornos y/o contextos his- tóricos que también determinan a la condi- ción ciudadana. El catálogo de problemas asociados con la teoría liberal de la ciudadanía es, por supuesto, mayor, pero los apuntados son cruciales, por cuanto constituyen de- safíos abiertos a la condición ciudadana. Por tanto, sin enfrentarlos directamente es imposible alcanzar una concepción teórica y política de la ciudadanía que sea satisfac- toria y relevante. Asimismo, estos mismos problemas también cuestionan frontal- mente a una teoría republicana de la ciudadanía, aunque para algu- nos de ellos esta concepción posee mejores recursos y ex- pectativas para enfrentarlos y/o resolverlos. En todo caso no se debe perder de vista que la ciudadanía es una noción dinámica y cambiante, como advierte Ralf Dahrendorf.11 En cuanto proceso histórico, la ciudadaníanoesuntemace- rrado y fijado para siempre sino que periódicamente debe ser redefinido conceptualmente para ganar en precisión. Ciudadanía republicana El rasgo distintivo de esta concepción de ciudadanía radica en el destacado pa- pel que asigna a la participación activa del ciudadano en la organización y dirección de su sociedad. De acuerdo a esta visión, el lugar apropiado para ejercer la participa- ción es el espacio público y el mecanismo para la misma es el debate racional. Es característico de esta concepción de ciudadanía enfatizar el vínculo de perte- nencia del ciudadano a su comunidad po- lítica. Ello supone que el individuo en cuanto ciudadano suspende a la hora de su participación en el espacio público su par- ticularidad y diferencia específica para es- tar en posición de alcanzar un punto de vista que corresponda y/o se aproxime de mejor manera con el bien común y/o la voluntad general de la comunidad.12 Cabe destacar, en un breve paréntesis, que esta noción activa de ciudadanía con- trasta radicalmente con una posible lectura de la ciudadanía liberal (que en mi opinión se acerca más al ideal libertario) planteada en términos de una actitud pasiva frente a las estructuras de autoridad. Se trataría de una versión en el fondo “dócil” y “des- politizada” de la ciudadanía que hace én- fasis en la protección de los derechos individuales por parte del Estado en una especie de transacción que permi- te a los ciudadanos dedicarse plenamente a la búsqueda de sus intereses privados. O, lo que es igual, con- virtiendo al espacio público en una ver- sión substituta del mercado.13 Ahora bien, vol- viendo a la noción de ciudadanía repu- blicana, esta perspec- tiva también supone que la identidad de los ciudadanos es el resulta- do de su propia práctica en el espacio de lo público en don- de ejercitan de manera activa sus derechos. Cabe aclarar que esta concep- ción no rechaza ni desconoce el papel de los valores étnicos y culturales a la hora de configurar la identidad del sujeto que goza de la condición ciudadana, aunque entre los teóricos en la materia existe una im- presionante polémica en torno a la con- veniencia de derivar derechos de grupo (particulares) que complementen a los tradicionales derechos individuales (uni- versales). Lo que en esta cuestión se pone en jue- go es el grado y el tipo de pluralismo del cual es capaz una sociedad liberal contem- poránea. La objeción comunitaria en este punto señala que la estructura universal de derechos (descrita por Marshall) es insufi- ciente para satisfacer los crecientes recla- mos de reconocimiento étnico y cultural CinthyaVelázquez
  • 6. 92 METAPOLÍTICA/NÚM. 33 D O S S I E R —largamente margina- dos e ignorados— por los ordenamientos libe- ral democráticos. En este sentido, la propuesta comunitaria plantea la urgente necesidad de institucionalizar una po- lítica de reconocimiento queconcedaderechosde grupo minoritarios a tra- vés de un estatuto cons- titucional “especial”.14 Este problema así planteado es de primera magnitud. Como explican Kymlicka y Norman: Estasdemandasde“ciudadaníadiferenciada” plantean serios desafíos a la concepción pre- dominantedelaciudadanía.Muchagentecon- sidera la idea de una ciudadanía diferenciada en función de grupos como una contradicción en los términos. Desde el punto de vista orto- doxo, la ciudadanía es, por definición, una manera de tratar a la gente como individuos dotados de derechos iguales ante la ley. Esto es lo que distingue a la ciudadanía democráti- ca del feudalismo y otras concepciones que predeterminabanelestatutopolíticodelagen- te en función de su pertenencia a determinada clase, etnia o confesión religiosa.15 Se trata, en efecto, de una suerte de “in- flexión radical” dentro de la teoría de la ciu- dadanía, la cual, empero, puede encontrar una solución satisfactoria (teórica y prácti- ca) sobre los puentes que se construyan entre las posiciones moderadas de libera- les y comunitaristas. De hecho, el mismo Will Kymlicka ha elaborado la propuesta más innovadora y sugerente sobre esta pro- blemática en su cada vez más discutida y difundida obra Multicultural Citizenship.16 Para cerrar esta sección del ensayo creo conveniente señalar que acotar una teoría de la ciudadanía realmente útil bajo los térmi- nos que definen el contexto o los contextos históricos del presente obliga a recuperar y fusionar creativamente principios y valores que originalmente corresponden a estas dos grandes tradiciones de pensamiento occi- dental. Por ejemplo, fren- te al problema de cómo resolver los desafíos del pluralismo contemporá- neo,DavidMilleradvierte: Si bien las concepciones libe- ral y republicana difieren a nivel de principios, es posi- ble que, en la práctica, con- verjan sustancialmente en una sociedad que exhibe un alto grado de pluralismo. (De modo que)… lo que emerge-rá de la discu- sión pública en una sociedad plural será una Constitución liberal y políticas generalmente liberales respecto de lo que podríamos deno- minar la implementación de concepciones es- pecíficas del bien. Más aún, la concepción republicana de la política incluye razones a favor de una Constitución formal que ponga algunos límites sobre los que las mayorías pueden decidir. Pienso aquí que una Consti- tución representa una forma deseable de autosujeción, susceptible de mejorar a largo plazo la calidad de la toma de decisiones de- mocráticas.17 PROBLEMAS DE UNA TEORÍA DE LA CIUDADANÍA La naturaleza de los derechos no es ho- mogénea. En realidad, cada vez se cuestiona de una manera más directa el pre- supuesto de Marshall que establece una progresión que no existe entre los derechos civiles y políticos a los sociales. En este sen- tido, hay algo más que simple discontinui- dad entre los derechos. Hay, como dice Danilo Zolo, radicales tensiones internas entre ellos, las cuales adoptan a veces la forma de verdaderas “rupturas”.18 Este grupo de interrogantes o tensiones contra- dictorias internas deben examinarse en un marco mucho más amplio.19 Redistribución. Probablemente el mayor de- safío práctico para una teoría de la ciuda- danía corresponde con el surgimiento de individuos y grupos sociales marginados Acotar una teoría de la ciudadanía realmente útil bajo los términos que definen el contexto o los contextos históri- cos del presente obliga a recupe- rar y fusionar creativamente principios y valores que originalmente corresponden a estas dos grandes tradiciones de pensamiento occidental.
  • 7. 93ENERO-FEBRERO/2004 D O S S I E R y/o excluidos de la condición ciudadana. Técnicamente se trata de un conjunto cre- ciente de individuos y grupos que están incapacitados de cumplir con los requisi- tos o condiciones básicas para asumir la categoría de ciudadanos. Este proceso muestra los crecientes límites que alcanza la intervención del Estado en la tarea de dotar de un sustrato material básico y com- partido al estatus formal de la ciudadanía. De hecho, hoy en día es insostenible, tal y como el propio Marshall pensaba, que la ciudadanía implica una presión a favor de la igualdad. La verdad parece ser casi lo opuesto, sostiene Zolo: “los derechos de ciudadanía implican una presión hacia la desigualdad” dado que “en una sociedad de libre mercado sólo una minoría posee los suficientes recursos políticos, económi- cos y organizativos como para beneficiarse de las capacidades adquisitivas de la últi- ma clase de derechos”.20 Como señalaré en la parte final del ensayo, la existencia de amplios grupos marginados de la condición ciudadana es un desafío de primer orden en sociedades como las latinoamericanas. En efecto, el costo ciudadano de la existen- cia de las clases o grupos marginados toca al argumento central de la constitución de la ciudadanía: la construcción de la civili- dad. Siendo está última el referente que jus- tifica la síntesis de los valores positivos que legitiman el proyecto democrático de inte- gración política, la permanencia de un sec- tor de la sociedad fuera de sus parámetros de civilidad implica un error de diseño de la comunidad política y de las redes de re- laciones sociales que definen las oportuni- dades básicas de acceso Identidad. Líneas arriba planteé en sus aspec- tos sustantivos las tensiones que represen- tan para la noción de ciudadanía los nuevos y genuinos reclamos de reconocimiento ét- nico y cultural. Distingo dos posturas en pugna frente a esta delicada cuestión. En primer lugar, se encuentran aquellos teóricos que rechazan lo que llaman una ex- cesiva ampliación del contenido de los dere- chosciudadanos.Elargumentobásicoseñala que,paradecirloconpalabrasdeDaniloZolo, “esta inflación normativa corre el riesgo de diluir su importancia histórica y funcional, de ignorar las diferencias formales y sus- tantivas que distinguen a las distintas clases de derechos y, sobre todo, de ignorar las ten- siones que existen entre ellos”.21 En segundo lugar, en donde ubicaría un espectro mayor de autores tales como Da- vid Held, David Miller y, naturalmente, Will Kymlicka o Ralf Dahrendorf, quienes opinan que la verdadera prueba de la for- taleza de los derechos de ciudadanía en los contextos contemporáneos pasa por la ca- pacidad de mayor inclusión de la hetero- geneidad dentro de sí.22 Como señala Dahrendorf: “El respeto común de los de- rechos básicos entre personas de diferen- tes orígenes, culturas o credos pone a prueba esa combinación de identidad y variedad que descansa en el corazón de las sociedades civiles y civilizadas”.23 Virtud cívica.La inmensa mayoría de auto- respreocupadosporreflexionarsobrelosde- safíos que implica el tema de la condición ciudadana y de los derechos y deberes que le acompañan coinciden en la necesidad y conveniencia de reforzar la “buena ciuda- danía”. El problema surge, en opinión de Kymlicka y Norman, cuando hay que esta- blecer los criterios que permitan distinguir entre las formas legítimas de las ilegitimas para promover y reforzar la consecución de este objetivo. Es decir, resulta claro que “una concepción adecuada de la ciudadanía pa- receexigirunequilibrioentrederechosyres- ponsabilidades. Pero, ¿dónde aprendemos esas virtudes?”.24 De acuerdo a estos autores todas las res- puestas ensayadas son satisfactorias solo de manera parcial. Todas, pues, presentan ob- jeciones que una renovada teoría republi- cana debe afrontar, toda vez que la mayoría de respuestas ensayadas abrevan y apelan a dicha tradición para apoyar sus propues- tas. En todo caso, el desafío normativo plan- teado es clásico y una vez más se pregunta cómo reducir la brecha entre la alta calidad de la norma con las concesiones que los contextos históricos y los comportamientos particulares demandan. La inmensa mayoría de autores preocupa- dos por reflexio- nar sobre los desafíos que implica el tema de la condición ciudadana y de los derechos y deberes que le acompañan coinciden en la necesidad y conveniencia de reforzar la “buena ciudadanía”.
  • 8. 94 D O S S I E R METAPOLÍTICA/NÚM. 33 LOS DESAFÍOS DE LA CIUDADANÍA EN AMÉRICA LATINA Para concluir indicaré rápidamente las muchas dificultades que enfrenta la práctica de una ciudadanía efectiva bajo las condiciones que imperan en las naciones de la región latinoamericana. a) La educación y la seguridad material, así como el acceso a la información, necesarios para ejercer la ciudadanía, no están garan- tizados a toda la población. b) La ciudadanía se puede ejercer de forma plena sólo cuando el sistema normativo (es decir, el Estado de derecho) está guiado por criterios universales y ello se traduce en que los poderes públicos están dispuestos a pro- teger los derechos y son capaces de hacer- lo. Ambas condiciones, evidentemente, no se cumplen en la mayoría de los países de la región. c) Las desigualdades sociales se convierten en desigualdades políticas, de modo que el ejercicio de los derechos de ciudadanía se ven afectados por las diferencias en las po- siciones sociales.25 NOTAS 1 Prefacio a: S. García y S. Lukes (comps.), Ciudadanía: justicia social, identidad y participación, Madrid, Siglo XXI, 1999, p. ix. 2 W. Kymlicka y W. Norman, “Return of the Citizen: A Survey of Recent Work on Citizenship Theory”, Ethics, núm 104, 1994, pp. 257-289 (existe traducción al español en: La Política. Revista de estudios sobre el Estado y la sociedad, núm. 3, 1997, pp. 5-39). 3 Cf. Ibid., pp. 5-6. 4 Cf. S. García y S. Lukes, op. cit., p. 2. 5 Ibid. p. 1. 6 Cf. R. Dahrendorf, “La naturaleza cambiante de la ciudadanía”, en La Política. Revista de…, op. cit., p. 142. 7 Kymlicka y Norman, op. cit.,p. 6. 8 T.H. Marshall., Citizen and Social Class and Other Essays, Cambridge University Press, 1950 (existe traducción al español en Alianza Editorial, Madrid, 1998). 9 “Marshall se pregunta —indica Zolo— ¿cómo es que los sistemas políticos occidentales logran ser estables si están basados en el conflicto entre “principios tan radicalmente opuestos”?” Cf.: D. Zolo, “La ciudadanía en una era poscomunista”, en La Política. Revista de… Op. Cit., p. 118. 10 Hoy día abundan las críticas directas y un tanto despiadadas a la interpretación del fenómeno de la ciudadanía elaborada por Marshall. En efecto, dicha propuesta se le ha calificado de “ingenua”, “optimista”, excesivamente “lineal” y “teleológica”, entre otros adjetivos duramente descalificativos. No obstante, el pensamiento de este autor sigue siendo un referente indispensable al cual se le reconoce el extraordinario aporte realizado. Como admite, en este sentido, una autor como David Miller, la notable contribución de Marshall a la noción de ciudadanía radica aún hoy día en que encarna un ideal de justicia social y tiene, al mismo tiempo, potenciales implicaciones redistributivas. Al respecto, puede consultarse: D. Miller, “Ciudadanía y pluralismo”, en La Política. Revista de…, op. cit., p. 72. 11 R. Dahrendorf, “la naturaleza cambiante de la ciudadanía”, en La Política. Revista de…, op. cit., pp. 139-149. 12 Para ampliar este esbozo de noción de ciudadanía republicana puede consultarse: D. Miller, “Ciudadanía y Pluralismo”, en La política. Revista de…, op. cit., pp. 69-92. F. Ovejero, “Tres ciudadanos y el bienestar”, en La Política. Revista de…, op. cit., pp. 93-116. W. Kymlicka y W. Norman, “El retorno del ciudadano…”, en La Política. Revista de…, op. cit., pp. 5-40. 13 Esta manera de concebir pasivamente a la ciudadanía asigna las siguientes funciones al sujeto detentador de derechos: elegir a los gobernantes, sancionar la competencia de las instituciones para definir posturas e intereses colectivos y elevar demandas a las estructuras de gobierno. “La versión clásica de esa concepción puede encontrarse en: R. Nozick, Anarchy, State and Utopia, Nueva York, Basic Book, 1974 (traducción al español: México, FCE, 1988). 14 Al respecto puede consultarse: Ch. Taylor: Multiculturalism and “the Politics of Recognition”, Princeton, Princeton University Press, 1992 (traducción al español: México, FCE, 1993). 15 W. Kymlicka y W. Norman, “El retorno del …”, op. cit., pp. 25-26. 16 W. Kymlicka, Multicultural Citizenschip. A Liberal Theory of Minority Rights, Oxford, Clarendon Press, 1995 (traducción al español: Barcelona, Paidós, 1996). 17 D. Miller, “Ciudadanía y pluralismo”, op. cit., p. 90. 18 D. Zolo, “”La ciudadanía en una era postcomunista”, op. cit., p. 126. 19 En este sentido, Zolo propone lo que denomina un “análisis realista” de la ciudadanía. Asegura este autor: “Un análisis realista no sólo muestra que los derechos de ciudadanía «carecen de fundamento» en virtud de su origen empírico, que dependió de diversas contingencias históricas aunque por lo común estuvo signado por el conflicto civil o la guerra. También muestra que los derechos presentan incoherencias funcionales internas que pueden llegar a privarlos de toda importancia práctica”. Cf. Ibid. p. 127. 20 D. Zolo, op. cit., p. 127. 21 D. Zolo, op. cit., p. 122. 22 Las referencias a cada uno de estos autores han sido múltiples a lo largo de las páginas de este ensayo. Aprovecho la oportunidad de esta nota para señalar que en el caso de los reclamos de autogobierno planteados por algunas minorías nacionales en un contexto de una sociedad multicultural estos autores, con sus respectivos matices evidentemente, verían peligros para el futuro de la ciudadanía al menos bajo la perspectiva de la tendencia a avanzar hacia una concepción cosmopolita de ciudadanía. 23 R. Dahrendorf, op. cit., p. 147. 24 W. Kymlicka y W. Norman, op. cit., p. 15. 25 Para realizar este rápido recuento me apoye básicamente en: A. Przeworski, et. al., Sustainable Democracy, Cambridge, Cambridge University Press, 1995 (traducción al español: Barcelona, Paidós, 1998). Existe, por supuesto, una más amplia literatura al respecto entre la que se puede citar a título ilustrativo: V.E. Tokman y G. O´Donnell (comp.), Pobreza y desigualdad en América Latina, Barcelona, Paidós, 1999 o el estupendo número monográfico de La Política. Revista de estudios sobre el Estado y la sociedad, núm. 2, 1996, dedicado a “La democratización y sus límites. Después de la Tercera Ola”.